jueves, 15 de julio de 2010

La caja tonta


Cualquiera sabe que si algo necesita una argumentación para poder tener lugar, ese algo es tiempo. Lo sabe el empleado que se reúne con su jefe para discutir sus condiciones de trabajo. Lo sabe el jefe que se reúne con su empleado para justificar esas mismas condiciones de trabajo. Lo sabe el padre que trata de explicar a su hijo por qué le disgusta su conducta. Lo sabe el hijo que trata de explicar a su padre el porqué de esa conducta. Sin embargo, resulta que el medio de comunicación que -no lo olvidemos- para una gran masa de la población constituye la única y exclusiva vía de acceso al conocimiento de lo que sucede en el mundo más allá del limitado perímetro de sus casas y barrios, un conocimiento, además, del que se desprenden no pocas decisiones, actitudes y tomas de posición frente a ese mundo, tiene como premisa elemental e indiscutible el control y la severa restricción del tiempo. La argumentación no tiene entonces cabida en la televisión. Así, ha señalado Pierre Bourdieu, en Estados Unidos la regla dice que las intervenciones en los debates políticos televisados no deberían superar los siete segundos.

En 1996, este prestigioso sociólogo francés aceptó ofrecer por televisión dos conferencias dadas en el Collège de France que posteriormente fueron transcritas y publicadas bajo la forma de un libro titulado "Sobre la televisión". No es de extrañar que este texto provocara virulentas reacciones entre los periodistas franceses más destacados del momento. Bourdieu ataca en él con dureza la por él llamada "corrupción estructural" imperante en la televisión, una corrupción por la cual este medio de comunicación pone en peligro, sin necesidad de pretenderlo intencionadamente, no sólo las diferentes esferas de producción cultural sino también la vida política e incluso la materialización efectiva de la democracia.


El hecho de que Bourdieu apostara por la retransmisión televisiva de estas dos conferencias formaba parte de su misma voluntad de crítica. Pues si bien Bourdieu afirma que en el mundo de hoy no es inteligente ni por tanto deseable prescindir del potencial expresivo de la televisión, defiende a su vez que la actualización y canalización adecuada de ese potencial expresivo exige ciertas condiciones que son estructuralmente negadas por los mecanismos rectores de la realización de programas televisivos. Condiciones que, sin embargo, a él le habían sido garantizadas de manera excepcional en su situación privilegiada de conferenciante puntualmente mediático: frente a las cámaras, Bourdieu emitió sus conferencias sin ninguna limitación de tiempo, sin que el tema le hubiera sido impuesto y sin ningún tipo de cortapisa o restricción que apelara a razones técnicas, de audiencia, o relativas a cualquier clase de convencionalismos morales o sociales. Así, Bourdieu tuvo la oportunidad de protagonizar un evento por completo insólito en televisión desde hace ya décadas: la emisión de un discurso articulado, de un discurso argumentativo y demostrativo, que pretendía ejercer una labor crítica desde y sobre el medio que ha desterrado paulatinamente la posibilidad formal de la crítica al desterrar precisamente la posibilidad de la argumentación que ésta necesariamente requiere.

Según Bourdieu, los mecanismos que imposibilitan la concurrencia de aquellas condiciones con las que la televisión podría llegar a ser un verdadero medio de información, formación, debate y crítica -requisitos todos ellos imprescindibles para el auténtico ejercicio de la democracia-, pivotan fundamentalmente sobre la sumisión de la programación televisiva al criterio mercantil de los índices de audiencia. Como en casi cualquier otra esfera de nuestras sociedades contemporáneas, también la televisión busca un éxito comercial que en su caso depende estrictamente del número de telespectadores que sintonizan cada cadena. Pero es esa misma aspiración a contar con el número más elevado posible de telespectadores la que ha introducido toda una serie de dinámicas perversas -sin que sea preciso suponer tras ellas la existencia de mentes maquiavélicas igualmente perversas- que, a juicio de Bourdieu, han convertido la televisión en una maquinaria peligrosa. Estar a expensas de los índices de audiencia lleva aparejados el temor a ser aburrido y el afán de divertir a cualquier precio. Aumentar al máximo la cuota de telespectadores pasa por banalizar y trivializar la realidad para así ponerla al alcance de todos. De ahí que los telediarios, en aras del objetivo de captar el interés del público mayoritario, se hayan ido transformado progresivamente en espacios cada vez más sensacionalistas donde las crónicas de sucesos, las catástrofes naturales, las noticias deportivas o las anécdotas políticas se ofrecen como sucedáneo de la información. Que en los debates o pseudodebates políticos televisados se priorice el combate frente a la discusión y se privilegie el enfrentamiento entre las personas en lugar de la confrontación de sus ideas y argumentos. O la proliferación desmedida de programas televisivos exclusivamente dedicados a alimentar las retinas y las mentes de los telespectadores con la exhibición y exaltación de pasiones netamente primarias. Si la televisión de los años cincuenta, comenta Bourdieu, pretendía ser cultural e imponía desde su monopolio productos culturales para así formar los gustos del gran público, la televisión de los noventa, al competir por la audiencia, explota, halaga e incluso rebaja esos gustos ofreciendo productos sin refinar con la sola meta de atraer la atención de las masas.

Han pasado casi quince años desde las críticas de Bourdieu, y el imparable proceso de degradación que sufre el medio televisivo -y me atrevería a decir de putrefacción a la vista de ciertos programas especialmente bochornosos de algunas cadenas- no hace sino confirmar día a día sus análisis. Tal vez sea entonces hora de asumir con resignación -si es que no lo hicimos ya hace tiempo- que bajo el mandato del criterio capitalista de los índices de audiencia la televisión seguirá creando productos de entretenimiento y desinformación cada vez más groseros y banales. Sin embargo, pienso que lo que no deberíamos asumir ni con resignación ni sin ella es que este modelo televisivo reinante en la actualidad acapare el espectro de toda forma de televisión posible. Porque, al menos en teoría, aún existe una televisión que cuenta con la posibilidad, y quizá incluso la exigencia, de sustraerse a la lógica mercantil de los índices de audiencia por no tener la estricta necesidad de estar sujeta a ella. Me refiero, como es obvio, a la televisión pública, financiada en parte con los impuestos de los ciudadanos y en parte, desde hace unos meses en nuestro país, por las cadenas televisivas privadas y de este modo liberada de la tiranía del patrocinio publicitario.

Exonerada con ello de la urgencia por captar el mayor número de telespectadores posible, la televisión pública podría permitirse el lujo de ofrecer "aburridas" conferencias de dos horas como las de Bourdieu o cualquier otro intelectual que tuviera algo realmente valioso que decir. Podría producir "aburridos" programas de análisis de la actualidad y debate como lo fue "La clave" desde mediados de los setenta a mediados de los ochenta, donde, después de proyectarse películas que no tenían por qué plegarse al gusto mayoritario, los participantes podían exponer sus puntos de vista durante diez minutos seguidos si así lo consideraban oportuno y sin que nadie les interrumpiera, así como prolongar sus discusiones por espacio de dos horas sin pretender entretener ni montar un espectáculo a fuerza de gritos, insultos o majaderías. Podría financiar "aburridos" programas infantiles como "La bola de cristal" donde la bruja avería enseñaba a los niños que el mal es el capital. Podría retransmitir "aburridas" obras de teatro que muchas personas jamás tendrán ocasión de ver ante un escenario. E incluso recuerdo una para mí mítica y probablemente también "aburrida" emisión del programa "El mundo por montera", moderado por Sánchez Dragó, donde "aburridos" intelectuales y profesores universitarios debatían sobre el complejo pensamiento de un importante filósofo alemán, fórmula que la televisión pública también podría volver a realizar. Y a este "podría" os invito a vosotros, mis pacientes lectores, a añadir cualquier cosa de vuestro interés que se os ocurra.

La televisión pública, en sus actuales circunstancias, podría ofrecer a sus telespectadores todas estas cosas y muchas otras más, y así devolver a la tan denostada "caja tonta" el carácter de "caja lista" -pese a haber renunciado hace ya años a verla, creo con Bourdieu en el enorme potencial de una televisión bien utilizada- que ocasionalmente tuvo en el pasado. Podría, porque dispone de los medios económicos y técnicos para hacerlo. Podría, porque, sencillamente, nada le impide hacerlo. La cuestión, a mi juicio preocupante, es, por qué pudiendo, sin embargo no lo hace.

20 comentarios:

TRoyaNa dijo...

Antígona,
la televisión pública que se sostiene con dinero de tod@s,tendría que tener en cuenta la opinión de tod@s e intentar dar servicio y respuesta no sólo a los supuestos gustos de las mayorías.Pan y circo,la tele es el opio del pueblo,mientras estamos entretenidos/as,no somos ninguna amenaza,ni subversivos ni reivindicativos,narcotizados por los programas casposos,trae más a cuenta hablar de Belén Estebán que une y divierte, que de l´Estatut de Catalunya o la ley del aborto,que genera controversia y divide.Sin embargo,todos sostenemos esa televisión que tendría que tener una función pública y dar respuesta a los intereses más diversos,una tele por ejemplo que fomente la cultura y genere la crítica,la reflexión incluso la formación y la toma de conciencia a nivel social.Y qué decir de la televisión pública autonómica fiel reflejo del "quien paga,manda",tal cual,lacayos subordinados,cortan-pegan y manipulan.Otro gallo cantaría si en vez de servir para manipular y hacer propaganda electoral,se invirtiera en divulgación cultural,en programas por ejemplo de cine y de música,que poco a poco,se los van cargando ,o los ponen en franjas horarias cambiantes o sensillamente imposibles de seguir.
Malos tiempos para la cultura y también para la tele pública,se impone la tiranía de las audiencias,y esos números desgraciadamente,hoy día,marcan la pauta.
bsos

Margot dijo...

En una cosa no estoy de acuerdo contigo, Antígona, (para variar jeje) y es que la televisión pública no dispone de medios económicos para hacer lo que le pete, de hecho el agujero presupuestario que sufre es la pera, no sólo pagamos con nuestros impuestos su financiación, sino que soportamos la deuda pública que conlleva y que más tarde, tanto juego ofrece a nuestros políticos para comerciar electoralmente con ella y justificar políticas socialmente deficientes en nombre de privatizaciones varias.

Puestas así las cosas, y a pesar de la sorpresa que supuso la eliminación de la publicidad, la televisión pública sigue siendo un arma en manos del partido gobernante de turno y ninguno se atreverá a dar más paso de los necesarios puesto que más tarde vendrá el otro, consecuencias del bipartidismo cacequil que tanto gustito nos da en éste país. Y más complicado sería meternos en premisas históricas de culturalizaciones y como en ese extremo seguimos pagando los años casposos del nacionalcatolicismo, de la cultura no sirve y es dañina. Pretender dar pasos de gigantes lleva a éstas consecuencias: los cambios siempre son superficiales y requieren mucho tiempo o políticas educativas certeras para que realmente se produzcan en profundidad. En lo primero, el tiempo, tuvimos de sobra pero desgraciadamente nos pilló por medio una era global de infantilización democrática y cultural. Lo segundo ni lo menciono para que no nos atragantemos con la risa.

Y sin embargo no olvido que este circo de entretenimiento, contenidos cada vez más superficiales pero impactantes, no son exclusivos de la televisión. Si hablamos del canal comunicativo que mejor conozco por lectura compulsiva durante años, los periódicos, te aseguro que no se aleja nada de las premisas de las que tú hablabas. El los últimos tiempos leer un diario y no echarse a llorar es bien difícil, sobre todo al darse cuenta de la involución informativa (y formativa, claro) a la que están llegando. Y no hablo sólo de manipulaciones informativas que eso merecería un libro aparte y no un comentario, sino del sesgo que está tomando el periodismo en cuanto a ciencia de desinformación y falta de profesionalidad y rigor. Y volvemos a la financiación publicitaria para explicarlo, qué sindiós!

En fin, que la llevamos clara si pedimos algo de calidad. Salvo que tengas un buen bolsillo y pagues por un canal de pago, dedicándote sólo a aquellos canales que sean de tu interés, y aún así dejan mucho que desear. Existe otra opción, claro, pero esa es ilegal y no puedo mencionarla aquí, no? Jajajajaja

Y luego dicen que no, coño!! Si es que no te dejan opciones… jeje.

Besos desinformados!

c.e.t.i.n.a. dijo...

Antígona, lástima que no puedas ver el Canal 33 de la Televisió de Cataunya. Fliparias con los programas de debate, de entrevistas y de divulgación cultural. Un auténtico oasis en el desierto panorama de la televisión. Bueno, siempre lo puedes ver en la web de TV3. Un ejemplo:

http://www.tv3.cat/ptv3/tv3TotsVideos.jsp?idint=123465979


Margot, el "agujero" de la televisión pública, como el de la sanidad, como el de la educación son "agujeros" que una sociedad civilizada debe asumir si aspira a estar formada por individuos de "mens sana in corpore sano". Y por tanto ninguno de estos conceptos debe regirse exclusivamente por el criterio de la rentabilidad económica.

Ah, y la tele de pago es la misma mierda, pero la ves con semanas de antelación. Solución, no ver la televisón.

Un beso catódico

El peletero dijo...

Apreciada Antígona, me es extraño leer que alguien hable de argumentos en los relaciones empresario-trabajador o padres-hijos. ¿De veras lo crees?

Estoy de acuerdo contigo en el fondo de muchas cosas de las que dices, pero permíteme hacerte algunas preguntas retóricas.

¿Es necesario instaurar una República de sabios que nos dicte los programas de televisión que hemos de ver?, si la respuesta es sí, ¿quién elegirá a dichos sabios?

¿Existe algún baremo que nos indique el grado de diversión o de aburrimiento, zafiedad o elegancia en los programas de televisión, o… en el vestir?, si la respuesta es sí, ¿cuál es? ¿A todos nos divierte y aburre lo mismo?

¿Las personas tenemos la suficiente fuerza de voluntad para cerrar la televisión si estamos en desacuerdo o si nos desagrada?, si la respuesta es no, ¿quién debe tomar la decisión por nosotros?

¿Las personas somos autónomas?, si la respuesta es no, ¿quién debe ser nuestro tutor legal?

¿Hemos de llegar a la conclusión que la mayoría de personas no tienen criterio?, si la respuesta es sí, ¿quién se lo debe proporcionar?, ¿cuál debe ser ese criterio?

¿Crees que la información debe ser aséptica, inodora, incolora e insípida?, ¿la información es el número Pi?, si la respuesta es sí, ¿cómo se logra?, y, ¿quién la proporciona?

¿Crees que está manipulada, que es sectaria y que está incompleta?, ¿en todos los casos o solamente en algunos?, ¿más que en el siglo XIX o menos?, ¿crees que nuestro mundo presente es el más desinformado de la Historia de la Humanidad, el más demagogo?, ¿por qué?

Se supone que un ente público es de todos, ¿cómo se garantiza esa propiedad comunal? ¿Con la actual política de cuotas para los partidos como en nuestro muy profesional Tribunal Constitucional?

¿Si el capitalismo es el responsable de esos males que indicas que causa debemos abolirlo?, ¿todo o en parte?, ¿las televisiones deben ser una “exclusión” y una excepción en el orden capitalista?, ¿ha sucedido ya en algún que otro momento y lugar de la Historia y del Planeta?, si la respuesta es sí, ¿cómo les fue?, ¿daban programas adecuados y noticias verdaderas, completas y enteras? ¿La BBC servía al público o al gobierno?

Podría seguir, la lista de preguntas sería interminable y, valga la redundancia, inacabable.

Saludos y muchas gracias por tu paciencia.

Antígona dijo...

Pues eso es precisamente lo que yo no entiendo, Troyana, es decir, que la televisión pública acabe comportándose como una cadena privada incluso cuando ya no lo necesita porque no depende de la financiación a través de la publicidad ni por tanto tiene por qué plegarse a la exigencia de llegar a un público mayoritario en cada uno de los programas que emite. ¿No debería incluso exigírsele ese carácter diferencial que marca el no tener como primer objetivo la rentabilidad económica?

Tienes razón al decir que tocar determinados temas genera controversia y divide, que es algo que también señala Bourdieu en su libro, quien comenta: “Es una ley que se conoce a la perfección: cuanto más amplio es el público que un medio de comunicación pretende alcanzar, más ha de limar sus asperezas, más ha de evitar todo lo que pueda dividir, excluir, más ha de intentar no escandalizar a nadie, no plantear jamás problemas o sólo problemas sin trascendencia”. Pero volvemos a lo mismo: éste sería una ley legítima para una cadena privada, que debe luchar frente a otras por la audiencia. Pero no para una televisión pública. A no ser, claro, que lo que suceda es que en ella sigue dándose una lucha por la audiencia que ya no responde a fines económicos, sino a fines políticos: captar la atención del mayor número posible de telespectadores a fin de que éstos vean sus informativos y así perciban la imagen de la realidad política que al propio gobierno le interesa plantear.

No se me ocurre otra explicación, más allá, obviamente, del contagio que en su modo de hacer experimente con respecto a dinámicas provenientes de la televisión pública que pueden llegar a asumirse tácita e irreflexivamente. Y es posible que este contagio ocurra a falta de un verdadero proyecto por parte de los responsables de la televisión pública con respecto a qué quiere hacerse con ella.

Por otra parte, me ha llamado la atención del libro de Bourdieu el hecho de que él, como sociólogo, insista en que no hay necesariamente intencionalidad ni premeditación en la imposición de la banalidad narcotizante a la que aludes. Para él, sencillamente, es una consecuencia derivada de la competencia económica entre las cadenas, que efectivamente acaba narcotizando pero sin haberlo planeado de antemano. Me parece una idea interesante sobre la que creo que habría que pensar, porque apunta a una cuestión de orden estructural que sobrepasa la hipótesis de la existencia de una presunta voluntad manipuladora en instancias ocultas y da cuenta, por tanto, de la dificultad real para resolver el problema.

Un beso!

Antígona dijo...

No tengo mucha información sobre el tema, Margot, pero pensaba que el enorme déficit que arrastraba la televisión pública desde hace años había sido saldado precisamente en el momento en que Zapatero decide cambiar su política de financiación. De todos modos, entiendo que ese agujero presupuestario se debía a una mala gestión por parte de los responsables de la televisión pública, que gastaba dinero a espuertas en puestos de trabajo innecesarios y no se prestaba a funcionar conforme al criterio de racionalidad económica de las televisiones privadas –y aquí hablo de racionalidad económica en el sentido positivo de la búsqueda de la eficiencia de cada trabajador en el puesto que le compete, de cada gasto realizado, que excluye la admisión de chupópteros varios alimentados por no hacer nada o de amiguetes a los que hacer un favor que más tarde habrá de ser devuelto. Otra suerte de corrupción estructural inherente a las empresas públicas, para nuestra desgracia, pero que creo que puede separarse, al menos teóricamente, de una reflexión acerca de lo que deberían ser los contenidos que ofrezca una televisión pública.

Creo, por otra parte, que nunca podremos desprendernos del condicionante de que toda televisión pública sea, como dices, un arma en manos del partido gobernante de turno. Ahora bien, si esto siempre ha sido así, ¿cómo se explica que hace ya bastante años se produjeran programas como los que he mencionado al final del post? Para mí, sólo porque los gobernantes de turno tienen unas ideas u otras, unos proyectos u otros, o sencillamente viven en la ausencia de todo proyecto y en el reino del oportunismo, la arbitrariedad y la contratación de responsables por amiguismos varios y no por criterios de excelencia o simple competencia para ocupar un determinado cargo. En cuanto a lo que dices el nacionalsocialismo, bueno, no puedo dejar en parte de darte la razón, pero en parte no aludiendo a ese mismo momento de nuestra historia en el que tuvimos el lujo de poder disfrutar como telespectadores de programas críticos o cuanto menos que invitaban a pensar. Recuerdo perfectamente una emisión de “La clave” sobre las sectas en la que después de una película durísima sobre el tema –cuyo título, por desgracia, no recuerdo- intervino entre los participantes un prestigioso arquitecto víctima del Opus Dei, y contó con pelos y señales todas las miserias y perversiones de esta presunta institución religiosa, calificada por algunos gobiernos europeos de secta peligrosa por captar adeptos menores de edad. Quizá sólo sea una anécdota dentro de una corriente mayoritaria de tendencia contraria, pero habría que preguntarse si hoy por hoy sería posible la realización de un programa así.

(sigo abajo, que blogger está cada día más tacaño)

Antígona dijo...

En lo que sí te doy totalmente la razón es en la influencia de esa era global de infantilización democrática y cultural tanto en televisión como en cualquier otro medio de comunicación que, como le comentaba a Troyana, parece que actúe por contagio e invada cualquier forma de expresión sin necesidad de que exista una voluntad consciente de que ello ocurra. Lo que sucede con los diarios es, desde luego, un ejemplo muy claro, y eso que yo no soy lectora asidua de ellos. La financiación publicitaria lo explica en parte, también las filiaciones políticas de las empresas que los financian y resulta bastante fácil anticipar de qué modo se dará una noticia según en qué periódico aparezca o qué noticias no aparecerán en qué periódicos. Pero lo de la falta de profesionalidad y rigor de los periodistas es algo que clama al cielo, también en la radio, por ejemplo, que sí escucho a menudo, donde muchos periodistas pontifican desde el absoluto desconocimiento de aquello de lo que hablan o se prodigan en razonamientos que no resistirían el más mínimo análisis. Creo que te interesaría el libro de Bourdieu, donde habla también del modo en que las dinámicas internas que rigen el “campo periodístico” determinan en buena medida lo que se ofrece como “noticia” y el modo en que se informa desde cualquier medio de comunicación.

Lo llevamos claro, en efecto, no es ésta una época dispuesta a ofrecer calidad alguna, sino sólo productos de usar y tirar que llenen nuestro tiempo. Yo, desde luego, no pagaría jamás por un canal privado, entre otras cosas porque he perdido ya la costumbre de sentarme frente al televisor si no es para poner una película o similar en el DVD. Y sí, existe esa otra opción, tú y yo lo sabemos bien, jajaja, pero también tiene sus limitaciones. O será que yo todavía no he aprendido bien a buscar ;)

Besos nostálgicos!

Antígona dijo...

Pues sí, C.E.T.I.N.A., es una auténtica lástima que no pueda ver el Canal 33 si es tanta distinto de las otras cadenas como dices. He intentado varias veces acceder al link que me pones y no consigo ni a la de tres que se ponga en marcha el vídeo. Pero probaré desde otro navegador, a ver si así me funciona.

Estoy de acuerdo contigo en lo que le dices a Margot de los agujeros, que todo Estado debe asumir cuando se trata de áreas donde están en juego valores cuyo cumplimiento debe quedar siempre por encima de cualquier criterio de rentabilidad económica. Ahora, siempre y cuando esos agujeros se deban a la calidad y disfrute universal de los servicios que se ofrecen y no a una mala gestión o a las típicas corruptelas que suelen imperar en algunos entes públicos y que son en buena medida a veces responsables de ellos.

Yo también opto por la solución de no ver la televisión. Pero, ¡coño!, no puedo dejar de pensar en todas las cosas que se podrían ofrecer a través de este medio –y se me ocurren muchas muy peregrinas pero que a mí, personalmente, me harían feliz- y el desierto en el que, por contraste, vivimos en este sentido. Ay, la diferencia entre el ser y el poder-ser, cómo amarga a veces.

Un beso real y efectivo!

Antígona dijo...

Estimado Peletero, yo no he dicho que tales argumentaciones se den efectivamente en todos los casos en las relaciones ejemplificadas, sino que cualquiera que se haya visto involucrado en tales situaciones sabe que en ellas es precisa la argumentación incluso por defecto u omisión, es decir, cuando tales argumentaciones no pueden tener lugar porque en vez de darse condiciones que podríamos llamar discursivas lo que acontecen son relaciones de tiranía o ilegítima autoridad. Echar en falta la posibilidad de explicarse porque a uno no se le concede el tiempo para hacerlo es quizá un modo aún más preclaro de darse cuenta de la necesidad de poder hacerlo.

Aunque tus preguntas sean retóricas creo que no por ello dejan de poder tener contestación, así que me pongo a ello.

1. Yo no sé si es necesario una República de sabios que dicte la programación televisiva. Pero de lo que no me cabe duda es de que existen personas que deciden cuál va a ser la programación televisiva, y que no es una decisión que caiga cada semana del cielo. Así que, puestos a elegir, preferiría: 1) que la decisión no dependa estrictamente de criterios económicos; 2) que quienes decidan sean gente inteligente y formada y no una panda de iletrados; 3) que partan de la premisa de que el público es gente igualmente inteligente y formada a la hora de pensar en qué programas podrían ofrecerles; si no lo son, lo acabarán siendo en mayor medida desde este presupuesto que si se presupone que son imbéciles.

2. El baremo existe, y actualmente son los índices de audiencia, por el cual se rigen las cadenas para suprimir o mantener programas televisivos. Y por supuesto que no a todos nos divierte y aburre lo mismo, pero es que en este caso no se trata de ese “todos” imposible e inabarcable, sino de extender al máximo el número posible de telespectadores, que pocos ingenuos creerían que pueden llegar a ser todos. Aunque mira, pensándolo bien, creo que debo de ser de las pocas personas en este país que cuando España metió el gol en la final de mundial estaba en la ducha.

3. Que yo sepa, la televisión todavía no ha alcanzado el poder de atracción de la película “Poltergeist”, así que cada cual sigue siendo muy libre de darle al botón de apagado cuando le venga en gana :P

4. Aquí, en este espacio, se ha defendido siempre, por activa y por pasiva, la autonomía de las personas y lo pernicioso que resulta que cualquier instancia pretenda erigirse en tutor ideológico, moral o legal ninguneando esa autonomía.

5. Pues mira, no, yo más bien creo que la gente en general tiene más criterio de lo que se le presupone desde las altas instancias. Parece ser que cuando decidió suprimirse “La clave”, por cuestiones de censura política, este programa tenía una audiencia bastante aceptable. Otra cosa es que cuando ahora enchufen la tele no encuentren más que porquería en todas y cada una de las cadenas.

Antígona dijo...

6. La información, estructural, constitutivamente, no puede ser aséptica. Pero creo que hay una diferencia importante entre la imposible asepsia informativa y la voluntad claramente manipuladora y falseadora de la información. Porque la televisión también desinforma con lo que Bourdieu llama el ocultar mostrando, es decir, empleando su tiempo de informativos en contar tonterías en lugar de en exponer lo que realmente debería exponer o lo que a mucha gente le interesaría saber.

7. Aceptando, como decía antes, el inevitable grado de manipulación por parte del emisor que toda transmisión de información conlleva, me remito de nuevo a la cuestión de los grados: todos sabemos por nuestra experiencia cotidiana que hay grados de manipulación e incompletud de la información intolerables, sobre todo cuando son fruto de una ocultación interesada o de la simple y llana mentira. En cuanto a la comparación histórica, supongo que es obvio que a lo que asistimos hoy en día es a una sobresaturación informativa. Pero no creo que haya que confundir información con saber. Puedo tener a lo largo del día toneladas de información que no acrecienten en absoluto mi saber sobre el mundo y mucho menos mi saber sobre aquellas cosas del mundo que me interesaría saber. Así que, en cuanto a tu pregunta sobre la “desinformación”, creo que habría que preguntarse qué entendemos por información y por desinformación, por información espuria y prescindible, incluso tóxica, y por información válida y necesaria.

8. Mmm, vamos a ceñirnos mejor al caso de la televisión, que era el objeto del post: supongo que el ideal sería una televisión que tratara de ofrecer productos de interés para el mayor espectro posible de población, lo cual no significa que cada programa que hubiera de emitir tuviera que interesar a todos, sino que tuviera una amplia variedad de programas que pudieran interesar a los sectores más diversos.

9. Preguntar si debemos abolir el capitalismo es como preguntar si debemos abolir la salida del sol cada mañana. Ahora bien, no hay una forma única de entender el capitalismo, y menos si uno se remonta a sus orígenes teóricos, y no es precisamente la que vivimos hoy día la que puede generar un mundo más igualitario y con menos injusticias sociales. Y en cualquier caso, si entendemos por capitalismo la búsqueda del mayor rendimiento económico posible a cualquier precio, para mí es obvio que las políticas estatales deben mantenerse al margen de esta lógica capitalista y poner por encima de ella otro tipo de valores. Y no creo que sea sólo mi particular opinión. Me pregunta cuánta gente estaría de acuerdo en que se implantaran las políticas eugenésicas de la primera mitad del siglo XX porque los deficientes, incapacitados y enfermos son una rémora económica para la sociedad. De todos modos, creo que el post pretendía marcar una clara diferencia entre la sumisión de las cadenas privadas a la lógica capitalista, a la cual no tenemos más remedio que resignarnos, y lo que podría ser una televisión pública hasta cierto punto ajena en su modo de proceder al objetivo número uno de ganar dinero con su programación, ¿no? :P

Sé que las contestaciones no han sido exhaustivas, pero espero que te sirvan.

Un beso!

iliamehoy dijo...

Creo firmemente que el problema es bastante más generalizado. No solo la TV tiene en exclusiva una sumisión a audiencias. las películas que llegan a las salas de cine, la música que se escucha en la mayoría de emisoras de radio, y así sucesivamente, supeditan su criterio ante unas exigencias de rentabilidad que me cuesta mucho entender.
Por otro lado, imagino que no resulta fácil encontrar el equilibrio para satisfacer las supuestas necesiddes de los consumidores cualquiera que sea el producto. Quien debe tomar decisiones, corre el riesgo de equivocarse, sobre todo si carece de imaginación.
Como todo en la vida.
Siempre es un placer permitirte el acceso a mi cerebro adormilado.
Una sonrisa

Margot dijo...

Cetina, por alusiones, jeje...

No estoy en contra de la existencia de la deuda pública y sus agujeros... estoy en contra de la utilización que se esta dando en estos momentos de ella, si has seguido la actualidad económica sabrás que ella, y sólo ella- cachis no habrá otras causas!!- es la justificación que éstá dando Europa y nuestro país, para aplicar políticas liberales y recortar derechos laborales y sociales. Así que no me molesta la deuda, me molesta, me cabrea, me indigna, me enerva, su utilización derechona...

Tal vez no lo expresé bien, pero es lo que tienen los comentarios, a veces damos por supuesto cosas en virtud de la brevedad... Mea culpa.

Saludos!!

Antígona, cuando quieras te doy unas clases de procedimientos y búsquedas varias... jeje. si buscas calidad e interés, te aseguro que no existen limitaciones. La única que yo me pongo es obviar la actualidad facilona y dañina, estrenos y ese tipo de cosas...

El peletero dijo...

Apreciada Antígona, te agradezco tu extensa respuesta con la que coincido en buena parte.

Uno de tus comentaristas ha hecho mención a la calidad de la televisión pública catalana, tiene toda la razón, tanto la de la Generalitat como la del mismo Ayuntamiento barcelonés. Así mismo, la pequeña cadena privada de la Vanguardia es un ejemplo de profesionalidad televisiva, compararla con las generalistas españolas sería un insulto para ella.

Recuerda también que cada vez menos gente ve televisión, muchos niños y jubilados. Y que la televisión actual está superando con creces el marco de estas cadenas generalistas que están perdiendo el tren. La televisión del futuro no son ellas, está en otra parte.

Si es cierto que las personas, como bien afirmas, somos autónomas, no creo que haya más que decir, allá cada cuál con su criterio, sus gustos y el esfuerzo que quiera hacer para aprender y estar más y mejor informado, los instrumentos que hoy en día disponemos para ello son muy poderosos, tanto como aquellos que nos distraen y nos divierten.

Hablando de la Vanguardia, Jordi Barbeta citaba ayer a Joseph Pla cuando afirmaba que cuesta mucho más describir que opinar y por eso todo el mundo opina. Eso hacemos todos, opinar, gracias, por la parte que te toca, por intentar describir algo el panorama.

Besos.

k dijo...

Yo también estoy de acuerdo con cetina y su afirmación. C33 es sorprendentemente buena (yo la veía con gusto a pesar de no entender todo lo que oía en esos meses en los que fui con frecuencia a Barcelona).

Por otra parte, quisiera añadir algo. Es cierto que la tele olvida a todos los que no se aburren con los contenidos supuestamente 'aburridos'. Pero hay un medio de expresión específicamente televisivo que sí concede ese tiempo a la argumentación, al desarrollo y la profundización, en este caso de historias de ficción: las series.

Las series en nuestro tiempo están alcanzando cotas de desarrollo narrativo, dramático y artístico nunca vistas gracias, entre otras cosas, a la capacidad de desarrollarse en el tiempo y de crecer como verdaderos argumentos. Y tienen la ventaja de no ser nada 'aburridas'.

Evidentemente, no todas las series tienen la misma calidad, pero es un hecho que estamos asistiendo a un momento glorioso en este aspecto. Y es un alivio constatar, viendo algunas de ellas, que no está todo perdido.

Kisses from down under :)

NoSurrender dijo...

Plantea usted (de nuevo) un tema muy interesante, doctora Antígona. Al fin y al cabo, la televisión es uno de los inventos que más han revolucionado la sociología del mundo.

Decía Debord que la televisión tiene la capacidad de construir la mentira partiendo de una verdad. Esto es, vemos imágenes verdaderas, sí, pero esos instantes acaban conformando un discurso falso sobre el que se asienta la ideología del poder, haciendo por tanto que ésta sea percibida como una realidad inamovible. Y no creo que las televisiones públicas sean ajenas a este inmenso poder político que pueden desplegar, no sólo por medio de sus informativos, sino incluso en la selección de cualquier película para cualquier momento de su parrilla ¿o vamos a negar ahora que hay una determinación fundamental y profundamente ideológica a la hora de seleccionar una película a emitir en lugar de otra?

Pero también es cierto, por otra parte, que esa banalización del discurso que impone la televisión ayuda a mucha gente a disfrutar de su compañía. Quiero decir, no me imagino a mi abuela siguiendo el discurso de Bourdieu, pero me encanta que ella, en su soledad, pueda disfrutar del gol de Iniesta o de cualquier programa vulgar de cotilleos. En realidad, la televisión pública puede cubrir también una necesidad social tan básica como la libertad que da el conocimiento: la compañía.

Besos, doctora Antígona!

Antígona dijo...

Tienes toda la razón, Iliamehoy, esta banalización que acusaba Bourdieu no se limita a la televisión, sino que se aprecia en cualquier medio de difusión cultural. Sin ir más lejos, no sé quien financiaría hoy por hoy a un renacido Godard, por ejemplo, y se atrevería a proyectar sus películas en una sala de cine. La cuestión, sin embargo, es que antes, supongo, el público sí consumía este tipo de películas o escuchaba música de mejor calidad de la que puede escucharse hoy en la radio, al igual que la gente veía “La clave” en la televisión o las obras de teatro. Pero, claro, es posible que, una vez crece la ambición por llegar a cuanta más gente mejor, parezca necesario apostar por productos cada vez más simplones que lo garanticen.

Que la carencia de imaginación impera en quienes programan la televisión pública puede comprobarse con sólo echar un vistazo a la parrilla de la 2. Entre semana, pueden llegar a emitir hasta cinco horas de documentales sobre la naturaleza y el medio ambiente. Que están de puta madre, no digo yo que no, pero caray, ¿no es abusar un poco de cierto estereotipo, además falso, de telespectador intelectual no mayoritario?

El placer es tenerte por aquí, Íliamehoy.

Un beso y una sonrisa!

Antígona dijo...

Niña Margot, esa utilización que se está haciendo de la cuestión de la deuda pública es, en efecto, perversa. Y de todos modos, creo que está claro que defender que en determinados sectores la deuda es inevitable no es incompatible con defender igualmente una gestión racional del dinero público. Tengo la impresión de que hay determinadas decisiones que cuestan mucho dinero y responden a ideas en principio estupendas –por ejemplo, la gratuidad de los libros de texto de los escolares en algunas comunidades- pero que, una vez aplicadas, se demuestran perniciosas desde puntos de vista que probablemente no podían valorarse de antemano –el propio punto de vista educativo, en el ejemplo-. Sin embargo, una vez puestas en práctica, y aun cuando ya se haya demostrado su fracaso, parece imposible corregir la trayectoria e invertir el dinero de una manera más beneficiosa tanto desde el punto de vista económico como social. ¿Por qué? ¿Tan difícil es hacer una gestión inteligente? ¿No la hace cualquier empresa cuando se percata de un desequilibrio entre costes y beneficios? ¿No es posible aplicar la misma mentalidad sin que los beneficios sean puramente económicos?

En cuanto a las búsquedas, jajaja, pues no me vendría nada mal esa clasecita :) Ahora, aquí el problema es que uno tiene que conocer de antemano qué es lo que quiere para luego poder buscarlo, o incluso qué es sencillamente lo que hay, y es por este lado por donde llega la limitación: que no es tan fácil enterarse de todo eso que hay o no hay. No sé si me explico, estos calores me tienen un tanto espesa…

Más besos!

Antígona dijo...

Estimado Peletero, finalmente pude acceder a los vídeos de TV3 por medio de otro navegador distinto al que normalmente utilizo y comprobé que, en efecto, la televisión allí parece ser muy diferente. Tengo aún que investigar más, pero vi por casualidad una entrevista a un conocido periodista que acababa de leer una tesis doctoral que precisamente analizaba los medios de comunicación y entre ellos la televisión. No sólo todas las cosas que dijo iban muy en la línea de Bourdieu, sino que me sorprendió el propio ritmo de la entrevista y la altura intelectual y reflexiva tanto de las preguntas del entrevistador como de las respuestas del entrevistado. Este periodista recordó, además, que las televisiones privadas tienen la obligación de ofrecer un servicio público, lo cual da aún mucho más que pensar con respecto a la aceptación del criterio de rentabilidad económica que tácitamente se les concede a diferencia de la televisión pública.

Quizá sea lógico que cada vez menos gente vea la televisión, dada la aparición de otros medios –como es el propio caso de internet- que están revolucionando la manera de entender la comunicación. No obstante, me parece que esto sigue sin representar un argumento válido a la hora de decidir en qué debe consistir una televisión pública, gestionada con el dinero de todos y en principio –al menos en su concepto- independiente del criterio de los índices de audiencia.

Por otro lado, considero que la cuestión de la autonomía no es un obstáculo a la hora de criticar que la televisión desinforme y manipule. Por supuesto que cada cual puede elegir lo que le venga en gana. Pero a mí me gustaría poder elegir, dado que se financia en parte con mis impuestos, una televisión pública muy distinta a la que existe ahora. Y no puedo. ¿Dejo de verla? Obviamente. Ahí reside mi capacidad de elección. Pero no por ello vamos a negar la situación de “pérdida” que ello supone. De mi espectro de posibilidades de elección ha desaparecido una posibilidad que hubo en otros tiempos y que sigue perteneciendo al marco de lo fácticamente posible, por decirlo de algún modo.

Está muy bien que todos podamos opinar, claro que sí, pero un error de estos tiempos es creer que todas las opiniones valen exactamente lo mismo. Algo ilógico cuando cualquiera reconoce, y actúa en función de ese reconocimiento, que a la hora de reparar un zapato vale más la opinión de un zapatero que la de un fontanero.

Más besos!

Antígona dijo...

Caray, K, le estáis haciendo todos tanta propaganda a C33 que me voy a tener que poner a investigar en serio qué se ofrece en ella. ¡Y pensar que hace no tanto la tenía a mi alcance y nunca me enteré de lo buena que es!

Totalmente de acuerdo con lo que señalas de las series, y eso que yo no soy –aún- una gran consumidora de ellas. Incluso hay quien opina que es en las series, y no en el cine, donde se está invirtiendo todo el talento destinado a las historias de ficción. Algo que parece probable cuando uno se plantea lo que cuesta hoy en día dar con una buena película, y además siempre asumiendo que esa bondad estará bastante por debajo del cine que se hacía hace unas décadas.

Ahora, también está claro que el acceso a esas series no es mayoritario sencillamente porque la inmensa mayoría de ellas sólo circula por la red y no se emite por televisión. Lo cual, me parece, habla muy mal de esta última e indica de qué manera su enorme potencial se está desperdiciando.

No todo está perdido, es cierto. Pero se echan de menos tantas cosas que podrían ser y no son. En fin, a ver si me dedico más a esto de las series y se me va esta morriña de lo posible ;)

Un beso desde aquí arriba!

Antígona dijo...

Lo que es muy interesante, doctor Lagarto, es que traiga a colación a Debord, pues como se comenta en la reseña del libro de Bourdieu que he linkado, se define a nuestra actual sociedad como la sociedad de la información cuando su mejor caracterización es la de sociedad del espectáculo. Algo perverso reside, a mi juicio, en ese reemplazo de espectáculo por información, que indicaría algo así como que ya no puede haber información que no sea en sí misma espectáculo e invita a la pregunta acerca de si entonces eso que se ha convertido en espectáculo puede seguir siendo información o de qué manera lo es o hasta qué punto no se altera en su esencia el concepto de información.

Lo que es probablemente falso es que exista una transmisión no ideológica de la información. Quiero decir, que, en efecto, cualquier montaje de imágenes cuenta una historia, una narración, que no está dicha en cada una de las imágenes tomadas por separado, sino que es producto del montador y de lo que a través de ellas quiera comunicar. Asunto especialmente delicado en el caso de la televisión, cuando se ha convertido en un lugar común eso de que algo es verdadero, o tal noticia es cierta, “porque ha salido en televisión”. Ahora bien, dada por sentada la imposibilidad de desprenderse absolutamente de la ideología a la hora de elaborar cualquier producto informativo, supongo que la cuestión estriba en atenerse a grados de mayor o menor veracidad, que no creo independientes de los grados de mayor o menor voluntad manipulativa. Y, tiene usted razón, las televisiones públicas no son ajenas a esa voluntad de manipulación de la opinión pública, que en su caso sería algo así como el equivalente del criterio de rentabilidad económica de las cadenas privadas. Y es posiblemente el afán de control de la opinión pública lo que las lleva a someterse igualmente a la tiranía de los índices de audiencia.

En lo que no estoy de acuerdo es en lo último que señala de la banalización. Recuerdo que cuando era niña se emitían conciertos de música clásica o representaciones de ballet que mis abuelas veían con agrado. Y ninguna de las dos tenía ninguna formación. Lo que quiero decir es que disfrutar de la compañía de la televisión no pasa necesariamente por que ésta ofrezca productos banales. Por otra parte, en aquel programa de televisión de la TV3 que le comentaba al Peletero decía el periodista entrevistado que era un error distinguir entre programas de entretenimiento y programas de no entretenimiento, puesto que esto habría una puerta a la existencia de programas que, bajo el pretexto de ofrecer entretenimiento frente a otros que presuntamente no serían entretenidos, se eximían de la exigencia de ofrecer cualquier tipo de contenido. La tesis es, por tanto, asumir que todo producto televisivo debe ser entretenido y a la vez estar dotado de un contenido, y que no hay contenido televisivo que pueda ser transmitido de una forma no entretenida. Ahora bien, creo que todos podríamos reconocer que hay muchas otras formas de entretenerse muy distintas a la que supone, por ejemplo, ver a Belén Esteban soltando majaderías. Si es que esto, claro, puede llamarse entretenimiento, que yo, desde luego, tengo mis dudas.

Un beso, doctor Lagarto!