Quizá nunca terminarás de discernir qué acontecimiento de rostro banal pero oculta trascendencia, qué rastro difuso de un mal sueño borrado al sobrevenir de la vigilia, qué recuerdo fugazmente rescatado y apenas entrevisto antes de regresar al laberinto caprichoso de tu memoria, madurados en ti por el consumirse de las horas, alcanzan a propiciar mi aparición en una esquina del rumor de tu conciencia solitaria adherida al mundo. Una vez más, me anuncio con el suave repiqueteo del rebotar languideciente de una pelota. Una vez más, me descubres como con el rabillo de un ojo interior. Ahí estoy, tímida, callada. No es mi intención molestar, parezco decir. La fealdad de mi figura, mis contornos deformes, vestidos de sombras oscuras, impiden -lo sé a ciencia cierta- que sea bienvenida. No obstante, como quien saluda a un viejo amigo, a un viejo enemigo, me dedicas un leve gesto de reconocimiento y rápidamente me abandonas para retornar a la exterioridad que te ocupa y eres en esos momentos.
Percibo tu inquietud cuando al poco me elevo en arco sobre el reverso de tu frente, desmantelando el orden de las palabras reflejadas en tus pupilas frente al libro, interrumpiendo el fluir de la corriente que transita entre tus neuronas y tus dedos al teclado, para descender después en perfecta parábola y acabar aterrizando con un más vivo rebotar. Detecto tu incomodidad ante esta impertinente, por reiterada, llamada de atención, y en ella puedo anticipar sin posibilidad de error tu próxima reacción: fingir no haberte percatado de mis movimientos, hacer oídos sordos al sonido hueco del choque de mi cuerpo contra el suelo de tu cráneo, apresurarte a continuación a sumergirte en los signos ante ti en busca del significado extraviado, del cabo suelto en la frase incompleta sobre la pantalla. Como si nada hubiera sucedido, logras retomar el hilo. Y, en efecto, por unos instantes, he desaparecido para ti. Hasta que, haciendo gala de mi usual tenacidad, me disparo en un nuevo salto, ahora con más fuerza, y vuelvo a atravesar de un lado a otro el habitáculo invisible de tu cabeza, aprovechando el más intenso rebote para recorrerlo en toda su extensión en parábolas de decreciente tamaño. Siento florecer en ti la irritación. Nunca deja de sorprenderme tu extraordinaria habilidad para olvidar mi natural e inevitable insistencia. Las férreas leyes que rigen mi conducta. Somos viejos amigos. Viejos enemigos, ¿recuerdas?
Comienza entonces la pugna habitual, de antemano perdida para ti. Por fin te avienes a voltear los ojos hacia adentro, a mirarme a la cara. Detienes con un seco manotazo mis movimientos y giras sobre tu eje para volcarte hacia afuera con redoblada concentración. Como si me nutriera de esa misma energía, de ese mismo esfuerzo invertido en rehuirme, reanudo mis saltos con un ritmo aún más frenético. Repites la operación. La frecuencia de mis movimientos aumenta. Vuelves a repetirla. Otra vez más. Y otra. Y otra. Y otra. Pero mis sucesivas subidas y bajadas son ya tan vertiginosas, tan alienante el ruido de mis constantes rebotes, que tus ojos apenas consiguen iluminar lo que te empeñas en poner ante ellos, casi cegados desde tu interior. Como en cada ocasión, aprietas los párpados y acabas capitulando sin remedio. Mientras tu cuerpo se levanta maquinalmente de la silla y se acerca quizás a la ventana, o se tumba sobre el sofá, o acaso se lanza al aire callejero, firmas con un ronco suspiro la rendición de tu mente. Ante mí: el parásito que, según una cadencia imprevisible, cada cierto tiempo la conquista triunfante, colonizando cada uno de sus recovecos, sellando todas las vías de escape hacia el exterior. Ante mí: la idea obsesiva, idea fija, corrosiva, recurrente, idea devoradora que, sorteando diques de contención, rebrota del desgarrón mal zurcido, del conflicto palpitante, de la herida oscura que aún supura en algún doblez oculto o visible de tu ser.
A partir de ese momento, nada podrá ocuparte más que yo misma. Nada serás más que el rebotar incesante, enloquecedor, de esa pelota contra las paredes aturdidas de tu cráneo. En vano tratarás de domesticarme, de analizarme y diseccionarme. De aniquilar mi absorbente poder desarticulando a golpe de razonamiento mi armazón interno. Atraídas por un secreto imán, cada pieza que aísles tornará a acoplarse a su lugar originario, recomponiendo mis contornos deformes, y te hallarás de nuevo en el punto de partida, caminando en círculos. Inútilmente intentarás, a intervalos irregulares, aligerar la presión de los grilletes tendiendo una mano hacia afuera, hacia la realidad que te rodea. Hacia dentro, hacia algún paraje apacible grabado en tu cerebro. Y ya exhausto, te dejarás finalmente arrastrar como un títere por el curso delirante de mis movimientos. Asumiendo con hastío, triste, rabioso, tu impotencia frente a mí. Aceptando, al sentirte rodar de mi brazo por la ladera más siniestra de tus estados de ánimo, el evidente grosor de las ligaduras que todavía nos atan.
Sólo el fundido en negro del sueño sobre tu conciencia, con toda probabilidad forzado por la gracia de la química, logrará que me evapore para entregarte a un amanecer resacoso pero milagrosamente presidido por mi ausencia. A la luz del nuevo día, ya a salvo de mi influjo, lanzarás con cuidado la vista atrás y me contemplarás como se contempla a un extraño. Te costará creer que apenas unas horas antes, una noche antes, todo tu espacio mental era yo, sin resquicios, sin rincones vacíos. También la totalidad sin fisuras del mundo frente a ti, anulado por mi presencia. Pero el cansancio en apariencia injustificado y la sequedad en tu lengua no cesarán de recordarte -por encima del creciente velo de lejanía, de incomprensibilidad, arrojado sobre ella por el transcurrir luminoso de la mañana- que el sentido profundo de la experiencia vivida reside en la pérdida de tu más íntima libertad: la que por costumbre te otorgas en el gobierno de tus propios pensamientos, la que deseas adjudicarte en el dominio de tu propia interioridad. Y de cargar sobre tus cejas el peso de la posibilidad, siempre real, para ti más que tangible, de volver a perderla por mi causa.
Percibo tu inquietud cuando al poco me elevo en arco sobre el reverso de tu frente, desmantelando el orden de las palabras reflejadas en tus pupilas frente al libro, interrumpiendo el fluir de la corriente que transita entre tus neuronas y tus dedos al teclado, para descender después en perfecta parábola y acabar aterrizando con un más vivo rebotar. Detecto tu incomodidad ante esta impertinente, por reiterada, llamada de atención, y en ella puedo anticipar sin posibilidad de error tu próxima reacción: fingir no haberte percatado de mis movimientos, hacer oídos sordos al sonido hueco del choque de mi cuerpo contra el suelo de tu cráneo, apresurarte a continuación a sumergirte en los signos ante ti en busca del significado extraviado, del cabo suelto en la frase incompleta sobre la pantalla. Como si nada hubiera sucedido, logras retomar el hilo. Y, en efecto, por unos instantes, he desaparecido para ti. Hasta que, haciendo gala de mi usual tenacidad, me disparo en un nuevo salto, ahora con más fuerza, y vuelvo a atravesar de un lado a otro el habitáculo invisible de tu cabeza, aprovechando el más intenso rebote para recorrerlo en toda su extensión en parábolas de decreciente tamaño. Siento florecer en ti la irritación. Nunca deja de sorprenderme tu extraordinaria habilidad para olvidar mi natural e inevitable insistencia. Las férreas leyes que rigen mi conducta. Somos viejos amigos. Viejos enemigos, ¿recuerdas?
Comienza entonces la pugna habitual, de antemano perdida para ti. Por fin te avienes a voltear los ojos hacia adentro, a mirarme a la cara. Detienes con un seco manotazo mis movimientos y giras sobre tu eje para volcarte hacia afuera con redoblada concentración. Como si me nutriera de esa misma energía, de ese mismo esfuerzo invertido en rehuirme, reanudo mis saltos con un ritmo aún más frenético. Repites la operación. La frecuencia de mis movimientos aumenta. Vuelves a repetirla. Otra vez más. Y otra. Y otra. Y otra. Pero mis sucesivas subidas y bajadas son ya tan vertiginosas, tan alienante el ruido de mis constantes rebotes, que tus ojos apenas consiguen iluminar lo que te empeñas en poner ante ellos, casi cegados desde tu interior. Como en cada ocasión, aprietas los párpados y acabas capitulando sin remedio. Mientras tu cuerpo se levanta maquinalmente de la silla y se acerca quizás a la ventana, o se tumba sobre el sofá, o acaso se lanza al aire callejero, firmas con un ronco suspiro la rendición de tu mente. Ante mí: el parásito que, según una cadencia imprevisible, cada cierto tiempo la conquista triunfante, colonizando cada uno de sus recovecos, sellando todas las vías de escape hacia el exterior. Ante mí: la idea obsesiva, idea fija, corrosiva, recurrente, idea devoradora que, sorteando diques de contención, rebrota del desgarrón mal zurcido, del conflicto palpitante, de la herida oscura que aún supura en algún doblez oculto o visible de tu ser.
A partir de ese momento, nada podrá ocuparte más que yo misma. Nada serás más que el rebotar incesante, enloquecedor, de esa pelota contra las paredes aturdidas de tu cráneo. En vano tratarás de domesticarme, de analizarme y diseccionarme. De aniquilar mi absorbente poder desarticulando a golpe de razonamiento mi armazón interno. Atraídas por un secreto imán, cada pieza que aísles tornará a acoplarse a su lugar originario, recomponiendo mis contornos deformes, y te hallarás de nuevo en el punto de partida, caminando en círculos. Inútilmente intentarás, a intervalos irregulares, aligerar la presión de los grilletes tendiendo una mano hacia afuera, hacia la realidad que te rodea. Hacia dentro, hacia algún paraje apacible grabado en tu cerebro. Y ya exhausto, te dejarás finalmente arrastrar como un títere por el curso delirante de mis movimientos. Asumiendo con hastío, triste, rabioso, tu impotencia frente a mí. Aceptando, al sentirte rodar de mi brazo por la ladera más siniestra de tus estados de ánimo, el evidente grosor de las ligaduras que todavía nos atan.
Sólo el fundido en negro del sueño sobre tu conciencia, con toda probabilidad forzado por la gracia de la química, logrará que me evapore para entregarte a un amanecer resacoso pero milagrosamente presidido por mi ausencia. A la luz del nuevo día, ya a salvo de mi influjo, lanzarás con cuidado la vista atrás y me contemplarás como se contempla a un extraño. Te costará creer que apenas unas horas antes, una noche antes, todo tu espacio mental era yo, sin resquicios, sin rincones vacíos. También la totalidad sin fisuras del mundo frente a ti, anulado por mi presencia. Pero el cansancio en apariencia injustificado y la sequedad en tu lengua no cesarán de recordarte -por encima del creciente velo de lejanía, de incomprensibilidad, arrojado sobre ella por el transcurrir luminoso de la mañana- que el sentido profundo de la experiencia vivida reside en la pérdida de tu más íntima libertad: la que por costumbre te otorgas en el gobierno de tus propios pensamientos, la que deseas adjudicarte en el dominio de tu propia interioridad. Y de cargar sobre tus cejas el peso de la posibilidad, siempre real, para ti más que tangible, de volver a perderla por mi causa.
35 comentarios:
Esto va de sexo, no? jajaja
¡Tonto! :)
Cuando quiera hablar de sexo, que no creo que lo haga, quedará mucho más clarito :P
Besos asexuados :P
vamos a ver: inquietud, corrientes que fluyen, rebotes, ojos hacia adentro, rendición de la mente y luego... sueño.
Si esto no es sexo, que venga Freud y lo diga, jajaja
bsos libres! jaja
por cierto, como ves, estoy activo, pero de una forma distinta. =)
Yo creo que lo que Freud te diría es que vemos aquello que estamos deseando ver, que nuestra mirada hacia el exterior revela más de nosotros mismos que del propio exterior. Y te daría cita para empezar una terapia psicoanalítica :P
Ya veo que estás muy activo, sí. Pero se echan de menos tus post. Hasta los más incomprensibles. O justamente esos los que más ;)
Más besos!
A saber porqué echas de menos algo que no comprendes... y yo dudo mucho que tenga sentido echar de menos hasta lo mejor que te haya pasado.
menudo lío! jaja
¡Qué malos esos rebotes en el reverso de la mente! A mí me está entrando sueño (es que me levanto siempre muy pronto), así que... ¡bendito sea! ;)
Besos sin rebotes :)
Bueno,bueno,bueno...
Antígona,ya nos irás descifrando el sentido del texto,porque valgame que está sujeto a interpretación libre,caída libre y con volteretas;)¿qué metáfora esconden esos rebotes en nuestra cabeza?¿los malos pensamientos?¿la ira?¿nuestra conciencia?.....
bsos en plena divagación.
Porque los post que he llamado incomprensibles sólo lo era desde cierto punto de vista, Neo. Y, por lo demás, eran post hermosos y llenos de vida y aliento. Si quieres un día de estos te señalo uno a uno a cuales me refiero :P
En cuanto al echar de menos, yo es que soy muy melancólica, y me da por echar de menos hasta lo que está sucediendo o aún no ha sucedido, anticipando su pérdida. Va en mi naturaleza, como en el cuento del escorpión y la rana :P
Más besos!
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Malos malísimos, Duschgel, sobre todo porque no hay forma de pararlos cuando se ponen en marcha y uno acaba hasta el gorro de ellos y de sí mismo.
Espero que pudieras conciliar el sueño sin interferencias indeseables de ningún rebote. Si es así, es que tienes la suerte de contar con una mente en perfecto orden… o con una enorme capacidad de obedecer órdenes ;)
Besos relajados!
Vaya, Troyana, me temo entonces que el post es un auténtico fracaso :) Reconozco que es un tanto oscuro, eso no lo voy a negar. Pero creí que se entendería, o al menos se intuiría, que estaba hablando de lo que significa ser víctima de una obsesión, de una idea fija en el momento en que se apodera de la mente de uno, así como de la terrible pérdida de libertad que ello implica, terrible por acontecer justamente en el terreno en que más soberanos nos sentimos.
Espero que con esta pequeña explicación te quede un poco más claro. Ahora, si tú le encuentras otro sentido, no seré yo quien lo desmienta. Que una vez colgado, el texto deja de pertenecerme y también la autoridad sobre su significado se traslada a sus posibles lectores.
Besos dando volteretas! ;)
El texto es pelín críptico, pero creo haberlo entendido bastante bien. Quizás porque yo también soy consciente de estar en perpetua lucha con mis obsesiones. No son muchas pero ahí están. A veces ganan ellas y a veces gano yo. Forma parte del juego de vivir.
Un beso acrobático!
Un tanto críptico sí es, C.E.T.I.N.A., es cierto, pero es que ya sabéis que de cuando en cuando me gusta jugar al despiste ;)
Me parece, como sugieres, que la obsesión es una experiencia tremendamente humana y me costaría creer –aunque si aparece alguien que, por propia experiencia, diga lo contrario, desde luego no lo pondré en duda- que exista un solo ser humano que no se haya visto alguna vez en su vida atrapado por alguna idea obsesiva del tipo que sea. Sencillamente, porque, tal y como en el post he querido plantear, pienso que por lo general las obsesiones nacen de conflictos no resueltos con el propio yo. Y es difícil pasar por esta vida teniendo en todo momento una relación absolutamente reconciliada y serena con uno mismo.
Es normal que a veces ganen ellas y a veces no. La imposibilidad de, en ocasiones, dominar nuestros propios pensamientos no es más que un síntoma más de la fragilidad de nuestra condición humana.
Supongo que lo importante es, como dices, asumir que es parte del juego de la vida. Obsesionarse con las propias obsesiones engendra más sufrimiento que aguantarlas hasta que se cansen.
Besos sobre la cuerda floja!
Antígona,vale,ahora encaja todo;)las obsesiones!cierto,son como pequeñas cárceles,nos privan de libertad de movimientos y por mucho raciocinio que pretendamos imponernos,lo cierto es que volvemos a ellas de rebote por inercia,casi,una y otra vez.Ya no te cuento cuando esas obsesiones tienen un calado de tipo emocional-amoroso,entonces,es inútil y estéril cualquier intento de controlar tu cerebro temporalmente desquiciado,insisto en lo de temporalmente,por el bien de tu propia salud.No hay peor obsesión que el amor,al menos en sus comienzos,esa desazón,ese estado de incertidumbre casi contínua....en fín,Antígona,no quisiera desviarme del tema,pero las obsesiones desde luego,están fuera de control, y para mí,la peor,la del inicio del amor.
Besos en caída libre!
Anti: ¿qué es eso de que la melancolía "va en tu naturaleza"? acaso no somos todos de naturaleza humana? o es que tú genéticamente eres melancólica?
pd: Troyana, fijate bien en el texto: a Anti le da corte decirlo, pero lo que ha escrito es tope sexual, como ya dije. jajaja =P
Tope sexual, no sé... pero al final parece que estaba describiendo una resaca de las gordas, jejeje...
A mí, como supongo que a todos, también me ha mantenido así una obsesión... aunque en realidad esa no es la palabra. La obsesión es algo duradero y a mí lo que me ha mantenido así ha sido una preocupación. Y una preocupación pasajera, porque cuando llega el día y te levantas te das cuenta de que es mucho peor el imaginado miedo al "puede ser", que después el miedo real al "está siendo"...
Tranquilos... y que durmáis todos bien...
o igual es que cuando pasa no tienes miedo...porque el miedo siempre está en el futuro...en el presente puede que esté otra cosa que no sea miedo... tal vez susto, tensión, corazón latiendo a tope... pero con razón por una amenaza auténtica, real y presente? =)
Madre mía,Neo.....me dejas sin palabras...ja,ja,ja,ja...yo creo que al final va a tener razón Anti,y tu lees lo que quieres leer en cuanto al rumbo erótico-festivo que ves en el texto...
Está claro que el texto habla de amor¿¿por qué sólo lo veo yo?;)
Je je, hace mucho que no tengo (toco madera dura) ¿habré resuelto mis conflictos?
Besos acolchados de absorber rebotes
Troyana, así es, las obsesiones son como pequeñas cárceles que nos encierran en los límites de nuestra conciencia, alejándonos del mundo, y convierten además esa interioridad claustrofóbica en una suerte de sala de torturas de la que no encontramos forma de escapar. Ante la obsesión, la experiencia suele ser la de la más absoluta impotencia: percibimos perfectamente cómo el curso de nuestros pensamientos queda fuera de nuestro control, cómo nuestra cabeza ha sido ocupada por ellos sin que nos queden espacios libres que nos permitan pensar en otra cosa.
Las obsesiones de calado emocional-amoroso son un buen ejemplo de esa experiencia de falta de control, de enajenación dentro de uno mismo, de espiral obsesiva sobre la que no podemos dejar de dar más y más vueltas. Sin embargo, en esos comienzos del amor, se trata de una obsesión que sólo puedo calificar de positiva, pese a la desazón y a la incertidumbre que mencionas. Porque la fijación obsesiva que comporta por la persona que nos atrae, o de la que nos hemos enamorado, sin dejar de desquiciarnos, resulta también vivificante. Nunca nos sentimos más vivos, más cargados de fuerza y de energía, que en esos comienzos. El enamorado está fuera de sus cabales, sí, pero porque está como poseído por una fuerza, por un “daimon”, que decían los antiguos, que superándolo a un tiempo lo engrandece y lo hace capaz de acciones que no emprendería de no ser víctima de esa posesión. No digo que ese estado esté exento de dolor y que por momentos no sea igualmente torturante. Pero estoy segura de que tampoco nadie en su sano juicio renunciaría a vivir esa obsesión. Sobre todo cuando el amor es correspondido o reposa sobre la esperanza de serlo.
Sin embargo, hay muchas otras obsesiones que nos restan vida en lugar de dárnosla, que nos empequeñecen y nos amargan, que nos golpean y por las que nos sentimos invadidos como por huéspedes pavorosos, que nos paralizan y nos hacen desesperar por la posibilidad imposible de salir de nuestra propia piel y huir de nosotros mismos. Pero sabemos que tales obsesiones no emergen más que de nosotros mismos y que sólo venciéndonos a nosotros mismos podremos algún día vencerlas. Y esta operación no resulta nada fácil.
Besos con alas de mariposa! ;)
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Caray, Neo, no se te puede gastar una broma, ¿eh? :)
Siendo como eres asiduo de este blog deberías saber que yo no creo en la naturaleza :P Pero sí creo en una biografía personal, en una trayectoria vital, en una experiencia, o en una infancia, que nos dota de una segunda naturaleza, o de un carácter que mejor asumir para poder combatir que negar. Y, sí, personalmente, y hablando en serio, tiendo bastante a la melancolía. Peor sería que tuviera tendencias asesinas, ¿no crees? :P
Y qué manía con lo sexual, tú. Como le dijo alguien una vez a una antigua amiga: “Si Freud te hubiera conocido, seguro que te hubiera puesto un pisito” :P
Besos castos y puros!
Jajaja, Carrascus, tienes toda la razón del mundo, las obsesiones a veces son como una especie de mala resaca en la que uno no consigue ni tan siquiera pensar con claridad.
Yo no creo que las obsesiones sean necesariamente algo duradero. Lo son, a mi juicio, cuando arraigan en conflictos íntimos que se arrastran con el tiempo y aún así, es difícil, por no decir imposible, vivir constantemente obsesionado por algo. Ese tipo de obsesiones, diría, suelen ser recurrentes, pero se manifiestan de forma errática: van y vienen, aparecen y desaparecen. Cuando se apoderan de nuestra cotidianidad y ya no nos sueltan, me temo que ha llegado el momento de acudir al psiquiatra en busca de alguna terapia o solución farmacológica. Es decir, rayan ya en el límite del trastorno mental, fuente de innombrables y terribles sufrimientos.
Pero quizá sea cierto que la mayoría de obsesiones, o lo que tú llamas preocupación, suelen ser pasajeras. Aparecen ante determinada circunstancia y se resuelven cuando la propia circunstancia cambia o cuando, como bien dices, nuestra actitud ante ella cambia. Estoy totalmente de acuerdo en que son más terroríficos los fantasmas que nos creamos en torno a la realidad que la realidad misma. La imaginación nos juega aquí malas pasadas, porque nos sume en un miedo desproporcionado en relación al peligro real de la situación que lo provoca. Al menos a mí me pasa cuando voy al dentista. Que lo paso mucho peor anticipando lo que puede pasar que luego ya subida en la silla ;)
Felices y tranquilos sueños para ti también y un beso!
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Es verdad, Neo, que el miedo está antes en el futuro que en el presente, en la anticipación y en la proyección de futuro que en la actualidad. Quizá el miedo sea un lujo que no nos podamos permitir cuando estamos ante una amenaza auténtica, real y presente y deberíamos buscar otro nombre para las emociones que entonces experimentamos.
Troyana, a ver si va a resultar que, como le decía a Neo, lo que ves en el texto habla más de ti que del texto mismo :)
No, la verdad es que no hablaba del amor, de esa obsesión, como he dicho antes, vivificante y positiva, sino de las malas obsesiones. Pero bueno, ya te lo dije también: yo ahora mismo ya no soy dueña del significado del texto y posiblemente lo sea incluso menos que cualquiera porque me resulta más difícil tomar distancia de él. ¿Que tú dices que habla del amor? Pues será que también puede ser leído de esa manera. Y me gusta que pueda haber discusión en torno a su significado.
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Huelladeperro, ¡qué suerte tienen algunos! :)
Eso es que te encuentras plenamente reconciliado contigo mismo, sin aristas interiores ni grietas oscuras de las que de cuando en cuando broten los demonios. Me alegro por ti. En cuanto puedas, me pasas en privado la receta ;)
Besos soslayando la espiral!
Hala, me dije, hoy Antígona habla de impalas... jajajaja.
Me explico. De vez en cuando me pongo idiota(imagino que como todos), dale que dale a una idea obsesiva, irreal la mayor parte de las veces, engrandecida cuanto menos y me jode cantidad, sobre todo por lo que cuentas, porque ocupa un espacio que de otra forma estaría libre, no me deja en paz, ni disfrutar, ni pensar nada más y me cuesta quitármela de encima, desbaratarla y mandarla al guano. Y me jode sobre todo, no por la matraca que me da, sino porque lo que tú cuentas, porque yo misma me hallo coartando mi libertad, hay que joerse!!
Y un amigo muy salao que tengo dice que tengo alma de impala, por lo de rumiar ideas... así que al leerte me dio la risa.
Mejor sería rumiar canciones, que digo yo... no? Los aborígenes sí que saben y no esos tristes rumiantes (Es que estoy leyendo un libro de los aborígenes australianos que habla de cómo entienden el territorio en función de trazos de canciones y lo asocié mientras escribía; no me hagas mucho caso, se me va la pìnza... jeje).
De impala a impala... vámonos a las praderas, prima!
Besos de sabana!
Bien mirado, la creación nunca puede darse sin una obsesión previa que golpea con su fuerza y diariamente el cráneo: una obsesión que te persigue,y que emerge una y otra vez de un modo inesperado en las multiples pantallas de la vida. Pero este hermosísimo texto me ha recordado también ese extraño proceso por el que algunas personas a las que no conoces sino a través de sus palabras -y ese es tu caso, y el caso de algunos de tus lectores, a los que cada día voy conociendo un poco mejor- acaban instalándose en tu vida como una de esas plantas a las que no puedes dejar de regar porque la propia supervivencia depende de ellas. Emergen de improviso a la hora de la comida, como si lo mejor de ellas estuviera por venir, y lo hacen con tanto poder que acaban salapándose a tu realidad cotidiana, llegando incluso a anularla por completo. Es un espejismo, lo sé; un espejismo semejante al que resucita ante ti a esos autores por los que sientes veneración y que, tal vez, hace siglos que desaparecieron. Para quienes vivimos ahorcados de las palbras, y a los que -lo reconozcamos o no, la cotidianidad nos espanta o nos borra, presencias como la tuya se convierten en una obsesión redentora de la que cuesta emanciparse porque nunca se encuentra el motivo que nos fuerce a salir. Desde que la conozco, tu obra es, para mí, una obsesión que me redime de muchas cosas...
Un fuerte abrazo
Carlos
La obsesión es como pisar cada día las mismas huellas, con una mente incapaz de aventurar un zizag y crear caminos nuevos; y así frenar en seco el rebote en las paredes de un cráneo indefenso.
Me gusta sumergirme en tus textos, porque siempre abren puertas, remueven ideas y renuevan la alegría de haberte descubierto.
La verdad es que he tenido que ir al hilo de los comentarios, para acabar de entender el post, perdóname, ando bien espesa estos días...
Creo que es muy dificil liberarse de las obsesiones, y que la verdadera batalla se libra cuando uno se acostumbra a vivir con ellas, pero las mantiene a raya. Yo es que tengo pocas y las típicas, que no voy a mencionar aquí, y tu ya te las sabes de memoria. Y lo único que hago, es tener la conciencia de que son jodidamente insuperables e imborrables, y darles cancha, así, poco a poco. Dejan de ser obsesiones para convertirse en algo mas light.. Bueno, me estoy liando...
Que tengas buen fin de semana, y sí, tengo por ahí yo una obsesión rondándome de nombre masculino singular, que voy a ver si me la cargo de dos hostias. Hasta cuando me duermo, sueño con la puta obsesión.. perdón por los tacos.
Un besazo, nos vemos pronto, siempre lo paso requetebien con tu compañía, guapa¡
Supongo que, a partir de cierta edad y experiencia, la probabilidad de haber encontrado incómodos habitantes en nuestra conciencia tiende a uno. Bien es cierto que no todos estos fantasmas son igualmente pesados y poderosos en todas las conciencias.
La lucha contra tan incómodo enemigo es dura, ya que el cabroncete no juega limpio y conoce demasiado bien nuestros puntos más débiles. Supongo que necesitamos haceros con argucias, estrategias y armas (químicas o no) para sobreponernos (que ya hemos quedado en que sobreponerse es todo). Supongo que la primera y más eficaz estrategia es la que usted, doctota Antígona, muestra en este post: reconocerlo, definirlo y asumirlo. Negando su existencia no conseguiremos nunca nada.
Cuando Julio César –uno de los estrategas militares más inteligentes que ha visto el mundo- llegó a la capital de los galos, Alesia, vio que ésta estaba situada en la cima de una colina rodeada de defensas imposibles de atacar. Un asalto frontal era, simplemente, imposible. Así que lo que César decidió fue sitiar la fortaleza gala y rodearla de dos muros. Una primera muralla interior para impedir que los sitiados pudieran salir a buscar alimentos, y una segunda muralla exterior para impedir que otros galos vinieran en ayuda de los sitiados. Quizás deberíamos hacer eso con nuestros incómodos habitantes mentales: rodearles, impedirles que se alimenten e impedir que ninguna otra idea entre en conexión con ella. No sé si me explico.
Nos vemos en la batalla, doctora Antígona.
Besos.
Y yo que no sabía lo que era un impala, niña Margot… Gracias que la santa red lo sabe todo! :)
Yo es que creo que, en mayor o menor medida, todos tenemos ese alma de impalas que te atribuye tu amigo. Y por ello sabemos perfectamente lo que significa que nuestra cabeza se convierta, aun en contra de nuestra voluntad, en una máquina de rumiar y rumiar que no logramos parar por muchos esfuerzos que hagamos. Aunque también es cierto que a algunos esa máquina se les pone en marcha con más frecuencia y con más intensidad que a otros. O todo dependerá, a lo mejor, del momento o de la etapa en que le pillen a uno, puesto que pienso que hay circunstancias que favorecen ese comportamiento un tanto anómalo y disparatado de nuestras mentes.
Ahora, creo que más que decir que nosotros mismos coartamos entonces nuestra libertad, sería más correcto decir que “algo” en nosotros coarta nuestra libertad. Algo que no identificamos del todo con nosotros mismos precisamente porque no podemos dominar y parece funcionar según reglas propias. Algo que, obviamente, seguimos siendo nosotros pero que escapa en sus raíces a nuestra conciencia y que nos genera una sensación de extrañeza con respecto a nosotros mismos. No sé lo que diría Freud de las ideas obsesivas, pero sería interesante averiguarlo.
Claro que sería mejor rumiar canciones, o poemas, o sencillamente tener el poder de silenciar nuestras cabezas para descansar de lo pesaditas que se ponen de cuando en cuando. Pero supongo que en este mundo enloquecido en el que vivimos no es raro que nuestras cabezas anden igualmente un tanto enloquecidas, ¿no?
Vámonos a las praderas, claro que sí, pero cuando llegue la primavera, que ahora hace un frío que pela! ;)
Besos en centrifugadora!
Carlos, comparto plenamente tu opinión. Tampoco yo creo que el proceso de creación artística pueda darse sin una buena dosis de obsesión. Quizá porque el esfuerzo y el necesario apartamiento del mundo que supone (aún resuenan de cuando en cuando en mi cabeza aquellas palabras de Bolaño que puse un día en un post: “¿Entonces qué es una escritura de calidad? Pues lo que siempre ha sido: saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber que la literatura básicamente es un oficio peligroso. Correr por el borde del precipicio: a un lado el abismo sin fondo y al otro lado las caras que uno quiere, las sonrientes caras que uno quiere, y los libros, y los amigos, y la comida”), o incluso el sufrimiento, no serían posibles si en esos momentos el creador no se encontrara de alguna manera en manos de una fuerza que le supera, que le desborda, y desbordándole le arrastra y le ata apasionadamente a su obra.
Sin embargo, y por más que, como acabo de decir, también la obsesión de la creación pueda generar grandes sufrimientos, se trata a mi juicio, de una obsesión de naturaleza diferente a las retratadas en el post. Cualquier obsesión ligada a la acción tiene por lo general en la acción misma una vía positiva de canalización, de agotamiento y liberación, aunque tal liberación sólo sea provisional. Como en el caso del amor que planteaba Troyana, pienso que la obsesión de la creación es por lo general vivificante, una obsesión que nos llena de fuerza y que además nos abre nuevas vías de descubrimiento. Sin embargo, las obsesiones del post son las obsesiones paralizantes, las obsesiones que no conducen más allá de ellas mismas y de la espiral en la que nos insertan, obsesiones destructivas que no saben ser germen de nada, y por ello sustractoras de sentido en vez de donadoras del mismo.
Me halaga que digas que tanto yo como algunos de los comentaristas que pasan por aquí hemos empezado a instalarnos en tu vida a través del ejercicio que aquí llevamos a cabo. Entiendo lo que señalas del modo en que una realidad no presencial puede acabar solapándose con más fuerza que la físicamente cercana a la cotidianidad de uno. Pero no creo que se trate de un espejismo, o al menos yo no lo veo así. Para mí, es natural que ciertos libros, ciertos textos, ciertas escrituras, ciertos escritores a los que jamás podré ya conocer, hayan cobrado mucha más presencia en mi vida que, por ejemplo, las personas con las que todos los días me cruzo en el trabajo. Porque a esos textos, a esos escritores, le he dedicado mucho más tiempo que el que les dedico a ellas. O porque han podido llegar a mí de un modo mucho más contundente. O porque me han hecho aprender de su mano grandes cosas. O porque los conozco mucho mejor que a todos aquellos de los que sólo percibo apenas su superficial fachada y tampoco tengo ningún interés en conocer más. Y algo similar me pasa que la gente que comenta habitualmente por aquí. Desde luego, me interesan bastante más que muchas de las personas que me rodean.
De todos modos, Carlos, me parece una exageración que te refieras a lo que aquí se expone como mi “obra” :) Dejemos ese concepto para los escritores de verdad. En este espacio lo único que hay es un revoltillo heterogéneo de textos que utilizo para reflexionar y dialogar con otros sobre temas que me inquietan o me interesan. Sin más pretensiones.
Un beso y un abrazo!
Me gusta tu modo de describirlo, Iliamehoy. Por eso las obsesiones son tan tediosas, tan mortificantes: porque uno tiene la sensación de estar atravesando por enésima vez parajes mil veces hollados en los que no puede ya descubrir ni aprender nada nuevo. Y hay tantas cosas nuevas por descubrir, por aprender, que verse abocado a perder el tiempo en ellos sólo nos genera frustración y desasosiego.
Gracias por tus palabras. La alegría es mutua :)
Un beso!
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No será que tú andas espesa sino que yo no he logrado plasmar bien lo que quería. Mea culpa! ;)
Y no creo que te estés liando, sino que me parece que entiendo bien lo que quieres decir. Hay obsesiones tan persistentes, tan recurrentes en la vida de uno que lo más sensato y quizá lo mentalmente más sano sea reconocer su existencia y, como planteas, darles la cancha que de cuando en cuando reclaman. Creo que, en el fondo, es una forma de relativizarlas y de restarles un poco del poder que tienen sobre nosotros a fuerza de familiaridad y de asunción de que, al menos por ahora, siguen formando parte de nosotros mismos, de nuestras vidas.
Ahora, yo no creo que sean necesariamente ni insuperables ni imborrables. Es posible que lo sean mientras persistan ciertos conflictos en nosotros mismos, ciertas fallas no resueltas, ciertas cuestiones que aún no hemos aprendido a manejar. Pero nada dice que, con el tiempo, la suerte, el aprendizaje que nos va dando la vida, o un cambio favorable en nuestras circunstancias, esos conflictos o puntos oscuros no acaben diluyéndose y con ellos las obsesiones que nos generan. Nunca hay que perder la esperanza, Delirium! :)
Haz lo que tengas que hacer con esa obsesión, Delirium, pero ten también paciencia contigo misma. Las cosas no siempre se resuelven cuando queremos, sino cuando estamos en condiciones de hacerlo. Y a veces la instauración de esas condiciones lleva su tiempo.
Espero que hayas pasado un buen finde y sí, a ver si dejo de tener tanto curro y quedamos pronto, que no eres tú la única que se lo pasa requetebién :)
Un besazo!
Doctor Lagarto, llamar a las obsesiones incómodos habitantes me parece una metáfora muy acertada y que describe muy bien tanto su naturaleza como el modo en que experimentamos su presencia. Viven en nosotros, con nosotros, en nuestras habitaciones más íntimas e incluso en las más acogedoras, y perturban nuestra tranquilidad y nuestro sentirnos como en casa dentro de nosotros mismos cuando de repente hacen palpable su presencia saliendo de detrás de algún mueble e instalándose ruidosamente en nuestra cama o en nuestro sofá.
No todas las obsesiones tienen el mismo origen y es muy posible que algunas las alberguemos desde la infancia. Pero, en efecto, como dice, es la vida misma, los acontecimientos que en su transcurso vamos protagonizando o a los que asistimos, la fuente general de esas obsesiones. Para mí, son el signo de la dificultad de alcanzar una reconciliación plena con lo que hemos sido en ella o con lo aún somos. Con lo que hemos vivido o con lo que aún estamos viviendo. Con nuestro pasado, con nuestro presente, e incluso con nuestro futuro si lo anticipamos distante de lo que en él querríamos ser o lanzamos sobre él una mirada cargada de miedos.
Estos huéspedes indeseables no sólo son puñeteros por atacar nuestros puntos débiles, sino porque por lo general suelen aflorar cuando uno menos se los espera y le pillan con la guardia bajada, o cuando con más urgencia debe dedicarse al mundo y a sus exigencias. Y ya se sabe que una vez se ponen a dar saltos por nuestra cabeza, es muy difícil hacer nada a derechas, o sencillamente hacer nada. Las argucias, estrategias y armas de que disponemos frente a ellos me parecen por lo general bastante débiles. Quizá porque, como ya he dicho, para mí no son más que epifenómenos, la molesta punta de un iceberg mucho más profundo y arraigado en nosotros, que es realmente el flanco al que tendríamos que atacar para poder liberarnos de esos huéspedes que tanto incordian. Sólo que, a veces, no es fácil llegar a la base del iceberg y mucho menos dinamitarlo. No somos, en absoluto, transparentes para nosotros mismos. No conocemos ni controlamos las fuerzas, positivas o negativas, que habitan en nosotros.
Se ha explicado perfectamente con su ejemplo de Julio César, vaya que sí. Parece usted todo un experto en la historia de Roma :) Y me parece que la estrategia que se deriva de él es una estrategia a tener en cuenta, más allá de la necesidad que usted resaltaba de asumir la existencia de esos enemigos. Si con ella no logramos hacerlos desaparecer, al menos los tendremos aislados para evitar que contaminen otros territorios, cobren aún más fuerza sobre nosotros, y aumente su poder paralizante o destructivo.
Nos vemos en la batalla, doctor Lagarto. Dispuestos, si no a la victoria, a la resistencia y a ponernos en pie después de cada caída para seguir luchando.
Un beso!
Un beso fuerte, hermosa, sí, la verdad es que no es sólo la intención de superar ciertas cosas, sino el estado en el que estemos para poder hacerlo. Y todo tiene su estado propicio, sólo hay que esperar. Espero sentada, y fumando...
Mi vida está muy revuelta, ... pero sobrevivo con un par y mucha paciencia, de esa que pensaba tenía poca.
Ya te contaré, quedamos pronto.
BSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
Qué apropósito vengo a leer esta entrada, cuando estoy poniendo todo mi empeño en "amurallar" una de esas obsesiones amorosas. A mí no me costó nada entender el texto - ¿será que ahora estoy en esa onda? - y, lejos de interpretarlo como un post erótico, me pareció una descripción ejemplar del modo en que a algunas tenias interiores les crecen alas y conquistan nuestro cráneo. Hay que dejarlas revolotear hasta recobrar fuerzas, ¿qué hacer si no? Eso y pasarse por un blog como este, donde el análisis minucioso y la belleza siempre alivian, así que gracias, Antígona.
Y un beso
De paciencia solemos estar más provistos de lo que por lo general nos pensamos, Delirium. Sobre todo en el caso de personas lúcidas como tú, que saben cuándo es necesario actuar y cuándo más necesario esperar para encontrar el estado adecuado para la acción. Pero que se trate también de eso que algunos llaman una espera activa, una espera que, aguardando, propicie la venida de las condiciones que nos permitan dejar de esperar.
Que sobrevives, y con un par, ¡de eso nunca me cabe ninguna duda!
Y mucha calma interior dentro de esa vida revuelta, que es lo único que puede ayudarnos a no perder el norte en medio de la tormenta.
Un besazo y hasta pronto!
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¿Pero no habíamos quedado, Arturo, que las obsesiones amorosas son de las que dan vida en lugar de restarla? Aunque también sé por experiencia que en tales obsesiones se atraviesan momentos en que bien vale la metáfora de la tenia que tan acertadamente has utilizado, puesto que pueden consumirnos y arrastrarnos a estados mentales y anímicos de lo más delirantes y calamitosos.
Mucho ánimo con ese proceso de amurallamiento y que las alas de la tenia dejen pronto de molestarte, para que puedas disfrutar entonces del lado más vivificante de esa obsesión que parece indefectiblemente ligada al surgimiento del amor.
Gracias a ti por tus palabras y por pasarte por aquí. Que veo que la obsesión no te ha minado aún la capacidad de dejar comentarios interesantes ;)
Un beso!
¡Impresionante!, jamás había leído (aunque soy ducho en la percepción) una descripción tan acabada de las ideas obsesivas. Afortunadamente no me ocurre de querer coger una motosierra para luchar contra el mal o cargarme a alegres adolescentes en una cabaña perdida en un bosque; lo mío es más modesto. Una frase, una melodía o el recuerdo recurrente de una experiencia mal saldada, suele, como el perro del hortelano, impedirme hacer lo que quiero, sin darme a cambio más que un estribillo tan pegajoso como inútil.
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