Otro tiempo vendrá distinto a éste.
Y alguien dirá: "Hablaste mal. Debiste haber contado
otras historias:
violines estirándose indolentes
en una noche densa de perfumes,
bellas palabras calificativas
para expresar amor ilimitado,
amor al fin sobre las cosas
todas".
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.
Y alguien dirá: "Hablaste mal. Debiste haber contado
otras historias:
violines estirándose indolentes
en una noche densa de perfumes,
bellas palabras calificativas
para expresar amor ilimitado,
amor al fin sobre las cosas
todas".
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.
Ángel González
Se entretienen hoy entre tus sienes, como en eco amplificado de estos días, estos días en que ya no sale el sol sino tu rostro, cantaba el trovador, tu rostro lloviendo nubarrones, aquellas otras palabras de aquel otro poeta sembradas por heraldos negros -tantas palabras, siempre palabras-, que dicen, hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé! Y se demoran en tu lengua silenciosa pero sólo en el contraste, en la distancia. Porque no. No son esos golpes que parecieran nacidos del odio feroz del dios, golpes que abrieran zanjas de muerte, golpes bárbaros, golpes sangrientos, golpes de heridas profundas que llaman al rayo fulminante de la locura, los que martirizan estos días tus entrañas, los que calambrean estos días en tus tripas.
Son esos otros golpes, golpes tenues, o no tanto, de asumible intensidad, golpes que aterrizan sin grandes aspavientos, sin grandes clamores, uno tras otro, sobre la piel ya curtida, la piel que acusa y se duele pero soporta sin sangrar, y trata de amortiguar la vibración dañina tensando sus fibras, apretando en ascensión hacia la boca las mandíbulas, contrayendo el estómago e impulsando los ojos en busca del remanso del azul en el horizonte, el azul que siempre queda, el limpio azul. Hasta que una mañana, o una noche, o un alba de espuma sucia goteando entre las rendijas de la persiana, los ojos cansados se sienten vencer por el peso de los párpados y ya no encuentran ni fantasean con el azul visible o imaginado. Y durante largas horas, quizás todas las que se desperezan en una jornada, quizás aún más, sucumben bañados por el gris turbio, por el rojo iracundo, por el verdinegro ponzoñoso.
No es preciso que los astros se detengan en sus órbitas imponiendo la catástrofe. Que aparezca abruptamente la desgracia. Basta a veces con que las expectativas sensatamente proyectadas se rompan. Con que una nueva, reiterada dilación en su ansiado cumplimiento magulle las esperanzas. Con que las previsiones se demuestren azarosamente falsas. A veces, basta con algo tan cotidiano, tan comúnmente banal como la acumulación de posibilidades truncadas por inescrutables, ajenos designios. O que la lógica perversa del animal humano exhiba su antigua y constante faz allí donde, ilusamente, no se la aguardaba, para que emerja el deseo, el imperioso deseo, de desertar del mundo, de saltar del barco. En medio de la impotente, de la angustiosa conciencia de que, al menos por ahora, no hay otro mundo. Tampoco otro barco. De que probablemente nunca los habrá. En medio de la implacable certeza de la necesidad de inclinar la cabeza, de aceptar el yugo sobre el cuello y acostumbrarse a sus astillas punzantes. De someterse a los imponderables inalterables con el esfuerzo de la propia mano con el ánimo sereno y tranquilo. En medio de la convicción de que el remedio sensato para apaciguar el corazón furibundo exige aniquilar el deseo de huir hacia ninguna parte y restaurar con paciencia la mirada hacia lo azul. Y olvidar lo que podría ser y no es si es en el ser y no en el poder ser donde sobrevives y braceas por seguir cada día regalando aire a tus pulmones.
Y aun así resistirse a ese olvido. Resistirse estúpidamente a ceder en el lamento y el enfado. A acallar los gritos por eso que podría ser y no es si este mundo no fuera este mundo. Por las posibilidades perdidas a las que, al igual que el poeta, algo en ti se empeña en no dejar de cantar pese al desgarro en la voz por ese mismo canto lacerada. Y persistir en la rebeldía íntima, en el enfrentamiento invisible, que continúa retorciendo el vientre, arrugando el ceño, ensombreciendo las pupilas. Hallando controvertida apoyatura en la ira. Agitándote a la sombra estéril de la creencia, funcionalmente errónea, adaptativamente fallida -no se te escapa-, de que no hay más alta sumisión, ni más alta muerte en vida del alma, que la felicidad narcotizada del esclavo. O los ojos apacibles, empañados en su dócil letargo, del animal de carga ya insensible a los golpes. Y que por ello la alegría merece ser apartada y la ira sufrida.
Inútil el gesto agriado, agotadora la rabia sostenida. Inútil y extenuante el velar insomne de las armas derrotadas cuando los miembros reclaman urgente, salvífico descanso. Como el día anticipadamente inútil del poeta. Porque inútil la batalla que malgasta fuerzas preciosas sabiéndose de antemano vencida. Sin remedio llegará -tampoco se te oculta- el tiempo de la acomodación y la resignación. Tarde o temprano llegará. Es la anestesia propiciada por el cuerpo que lucha tenaz por subsistir mientras la cabeza se revuelve, terca, suicida, contra el enemigo imbatible. Es la anestesia al fin perseguida por la propia cabeza cuando, temerosa, sospecha rozar los límites de la insania tras largas, dolorosas inmersiones en el pozo lóbrego de la tristeza. Maldita, bendita anestesia. Y mientras la frente mantiene su requerida, inevitable inclinación, la nuca tratará de hacer del yugo hábito y costumbre imperceptibles. Para que así los ojos, silenciada como en traición la rabia justa pero nociva, vuelvan a encontrar el modo de inventar el azul de su refugio. Y allí se remansen y apacigüen, y aleteando sonrían, lejos, lejos de la hostilidad del mundo. Lejos, pero aún, todavía, dentro de este mundo.
23 comentarios:
La felicidad narcotizada del esclavo... qué duro Antígona, qué duro. Qué texto tan maravilloso, pero tan desgarrado, tan herido, ... Se me ha encogido el estómago leyéndolo, y no he podido evitar sentirme defraudada con el mundo y con el ser humano. Con el ser humano que deja de escandalizarse.
Sublime.
Un beso
Supongo que uno tiene que ser consciente de la inutilidad para sacar provecho de ella, no? así que, a veces, es bueno investigarla y retratarla, porque así desaparece, o se le quitan ciertos disfraces que la hacen distinta, más monstruosa.
Así, lo inútil se queda atrás, hasta el próximo y menos impactante encuentro.
bsos!
¿Y dónde está la frontera entre la asunción pragmática de la propia circunstancia y el conformismo? Yo creo que es necesario sentir ese enfado y ese lamento, pero lo que no me resulta tan inteligente es entregarme a él.
Sentirlo sí, para enseñarme a ver, lo que no soy que quisiera ser, para saber si quedan caminos, si lo que quería lo sigo queriendo, si lo que soy acaso no es mejor, y si para las próximas oportunidades pienso estar preparada, para saber identificarlas y aprovecharlas... o voy a volver a dejarlas pasar. Que quedarse parada lloriqueando, culpando al mundo, flaco favor me hará...
A menudo me conformo y siento el frío helado que se filtra por esa puerta que casi inevitablemente me llevará a la resignación. Mil veces apaleada, con ese dolor que por tus palabras se hizo mío, narcotizada lo justo, pero insumisa y rebelde, piso no siempre con ganas el camino que no por no ser el acertado, dejará de ser el mío.
Puede sin embargo, que luchemos inútilement en batallas que no nos conciernen, pero que indefectiblemente nos atrapan, y nos invitan a la ira, al agotamiento a un previsible desencanto.
Me gusta disolverme entre tus textos, aprendo y siento....
Una sonrisa
No menos duro que la propia vida, Esencial, que a veces se empeña en cercarnos de contratiempos, adversidades, pequeños golpes, o simplemente nos fuerza cada día a plegarnos a ciertos imponderables que uno desearía no tener sobre sí. Y los humanos, supongo que son lo mejor pero también lo peor de este mundo. Todo depende de qué faz te muestren. Todo depende de qué elecciones hayan hecho en sus vidas y si han optado por el lado más claro o el más oscuro. Pero no todos son esos animales remotos que devoran y devoran primaveras a los que canta Silvio. Por suerte.
El texto es un poco dramático, lo reconozco, pero es que si no, ¿dónde queda la literatura? :)
Un beso!
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Así es, Neo, a veces uno necesita dejarse calar hasta los huesos por sentimientos o actitudes inútiles para llegar a percibir lo inútiles o dañinos que son. No obstante, no todo lo inútil pierde por inútil su legitimidad. Hay sentimientos negativos plenamente legítimos, aun cuando nuestra persistencia en ellos resulte a la larga destructiva. Tan legítimos como que son los que nos demuestran que aún seguimos vivos y reaccionamos con un cierto fondo de rebeldía ante los atropellos ajenos o ante los atropellos azarosos de la vida. Pero también es necesario aprender a aplacarlos.
Un beso!
Gato, eres un felino muy listo! ;) Porque ése, ése el justamente el problema. Todos estamos acostumbrados a tragar y tragar con cosas que no nos gustan de la lógica de este mundo, a tragar y tragar con circunstancias indeseables, como modos de funcionamiento social perversos. Pero llega un punto en que no es posible seguir tragando sin lanzar, al menos una dentellada al aire y manifestar rabia o descontento. Uno siente que le va en ello su propia dignidad como persona, puesto que considera indigno tragar con una sonrisa. Y tienes razón, entregarse al enfado y el lamento no es inteligente. Como digo en el post, no es funcionalmente adaptativo, si en eso consiste en parte nuestra inteligencia, en saber adaptarnos al medio. Pero es que la adaptación a algunos medios exige en ocasiones tal grado de renuncia, o incluso de traición a los propios principios que lo menos que uno puede hacer es cabrearse por no tener más remedio que adaptarse.
En el post no quería hablar de las posibilidades que se pierden por culpa de uno, que eso sería otro tema, sino de las que se nos niegan, bien por cómo están montadas las cosas, bien por decisiones de otros en las que no podemos intervenir. La vida está llena de limitaciones de este tipo, qué le vamos a hacer. Y de ahí la resignación, dado que hay ciertas cosas que, sencillamente, no está en nuestra mano cambiar o no sabemos cómo hacerlo porque nos quedan demasiado grandes. Para las cosas que dependen de uno, es mejor dejar de lado la resignación y seguir siempre en la brecha, batallando con uno mismo por convertirse en lo que quiere o, cuanto menos, por no convertirse en lo que no quiere ser.
Un beso!
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Íliamehoy, son tantas y tantas las cosas con las que uno tiene que conformarse porque nadie le ha pedido opinión para hacer rodar la rueda del mundo de una manera y no de otra... Y es obvio que a algunos aspectos de ese rodar puede uno acostumbrarse o adaptarse sin excesivos problemas, incluso con un cierto grado de inconsciencia. Pero hay otros aspectos que nunca dejarán de sublevarme y generar en mí esa rebeldía que, a la postre, eso es lo malo, le acaba pasando factura a uno mismo y encima se revela inútil, dado que no puede conducir a la acción. Bien porque son aspectos que nos desbordan, bien porque demasiados otros imponderables nos obligan a seguir soportando yugos indeseables.
Es verdad que, como dices, a veces luchamos inútilmente en batallas que no nos conciernen. Pero también sucede que, en otros momentos, nos vemos envueltos en batallas que nosotros mismos no hemos generado y de las que, sin embargo, no podemos sustraernos. En este mundo hay demasiados frentes abiertos como para poder librarse de todos. Y descubrir que el propio suelo que uno pisa es un campo de batalla inesperado en el que uno no puede dejar de posicionarse es igualmente cansino, agotador y frustrante. Más si se es hombre o mujer de paz :)
Un beso y una sonrisa!
Estoy de acuerdo en que no hacen falta duros golpes para llegar a ciertos estados (muy bonito, por cierto, el poema de Vallejo). Con nuestra fantástica función de acumulador vamos sumando una y otra y otra cosa. Hasta que sucede aquello de que muchos pocos hacen un mucho. Y así sucede que, de vez en cuando, te levantas y sólo llorarías, o gritarías, o yo qué sé. Y te preguntas "¿por qué?", si en realidad no has sido víctima de ninguna gran catástrofe. Pero ya se sabe, hay venenos que actúan fulminantes y otros que se van esparciendo en una lenta e implacable continuidad.
Fantásticos tu texto y tu reflexión, Antígona.
¡Un beso gordo!
Y se me olvidaba: también me han encantado el poema de Ángel González y el lamento de Silvio Rodríguez.
Pero en la visita necesaria a la casa de la tristeza es mejor hacer la reserva de habitación para muy pocos días, ¿verdad? Afortunadamente, para salir siempre nos quedará la cólera.
Un poema digno de su autor y una glosa preciosa.
Besos
Bueno, doctora Antígona, ante esta situación que a tantos se nos repite, mi mejor terapia es una sesión de Darkness on the edge of town cada seis horas. Creo que es un buen ejercicio para todos los que tienen la convicción, la convicción profunda y sincera, de que no hay pecado en sentirse vivo. Para todos los que se arrastran hasta la noche para poder, al fin, correr tristes y libres.
Somos prisioneros de nuestros sueños, aplastados por nuestras vidas de nueve a cinco. Hablamos de sueños que tratamos de hacer reales, pero nos despertamos por las noches con auténtico miedo. Nos pasamos la vida esperando un momento que nunca llega, aunque sabemos que no podemos perder más tiempo esperando. Vivimos en malas tierras, debemos vivirlas cada día, con el corazón destrozado pero aún en pie, porque ése es el precio que pagamos. Deberíamos gritarlo una y otra vez, hasta que estemos seguros de que lo hemos comprendido. Y puede que, quizás, entonces, estas malas tierras empiecen a tratarnos un poco mejor.
Mucho ánimo, doctora Antígona, y muchos besos.
acabo de leer un verso de Rilke que me ha traído de vuelta a su post:
Wer spricht von Siegen? Überstehn ist alles
¿Quién habla de victorias? Sobreponerse es todo
Sabes lo que me sucede con éstos golpes? los sencillos, los que no son "como del odio de dios"?
Pues que los últimos te transforman, te cambian, de alguna forma te moldean y te abren los ojos a otra realidad antes no contemplada o valorada. Son una putada pero tienes la sensación de que sirven para algo, por extraño o masoca que parezca, te "despiertan y sacuden". Pero éstos, los pequeños, los inútiles, los banales capaces de cambiar ilusiones por decepciones, sólo sirven para desgastarnos, para hacernos personas más desengañadas o tristes y casi siempre nos dejan igual, no enseñan nada, que no sea la amargura en la punta de la lengua y la sensación de cautividad.
Y por inanes hasta la cólera nos parece desproporcionada...
Pero nunca pierdas el motor de la rabia, Antígona, esa es la última concesión que deberíamos hacer y nanay, ni por asomo!!
Nos pasamos la vida siendo supervivientes, éste es el mundo, y bien triste resulta mirado de cerca, verdad?
Besos cañeros, joder!!
Querida Duschgel, así es. Me ha encantado tu imagen del veneno esparciéndose en lenta e implacable continuidad. Y la cuestión es que se supone que, tras las muchas dosis de ese veneno que, poco a poco, con el paso de los años, hemos ido recibiendo a lo largo de nuestra vida, deberíamos estar ya inmunizados. Pero no, no lo estamos. O al menos, para mí es incompatible mantener la ilusión por ciertas cosas, cosas tal vez pequeñas pero que configuran el día a día de uno, y al mismo tiempo estar inmunizado para el posible quebrarse de tales pequeñas ilusiones. Quizá la clave de la compatibilidad se halle en un grado de sabiduría que aún no está a mi alcance. No lo sé. Habrá que seguir en la brecha, en cualquier caso.
Los dos poemas son estupendos, ¿verdad? El de César Vallejo me lo recordó una película que he visto hace poco y sobre la que quiero hablar un día de éstos: “Monos como Becky”. A Ángel González lo voy descubriendo poco a poco. Y esta canción de Silvio siempre me ha gustado, pese a su tristeza.
Un gran beso, guapa!
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Pues sí, Arturo, permanecer demasiado tiempo en la casa de la tristeza es letal para nuestra alma. En el tema del post, es la cólera sostenida y no aplacada la que termina conduciendo a ella. Pero es posible que la cólera también nos permita huir de la tristeza. Tal vez la cólera dirigida contra la propia tristeza que a veces nos consume y paraliza.
Un beso!
Doctor Lagarto, creo que entiendo perfectamente esa terapia. Escuchar a Springsteen es como meterse por la vena un gran chute de vitalismo y optimismo. Un optimismo nada imbécil, por otra parte, del qué bonito es todo, sino un optimismo plenamente consciente de las miserias que nos rodean, pero a la vez capaz de saltar por encima ellas para afirmar el mero valor de estar vivo, que es mucho, y todo lo que en él se contiene. Sin embargo, ¿quién sabe si ese vitalismo, si esa afirmación de la vida con todas sus consecuencias, tan nietzscheano por otra parte, no puede ser también producto, resultado de la rabia, una vez nos hundimos en sus aguas y acabamos percibiendo todo su potencial destructivo? En ocasiones, es necesario dejarse invadir por los sentimientos negativos para que en nuestra boca vuelva a aflorar una sonrisa más reconciliada con el mundo.
Me gusta eso que dice que de somos prisioneros de nuestros sueños. Supongo que es lo que nos diferencia de los animales: que nunca podemos dejar de contraponer a la aplastante realidad el modo en que nos gustaría que fuera esa realidad. Que es a partir de ese deseo como nos posicionamos frente a ella. Toda nuestra capacidad transformadora de la realidad radica en esa constante duplicidad, en ese juego de espejos en el que vivimos. Pero los sueños se transforman en prisión cuando no hay nada que transformar, o cuando somos demasiado diminutos para transformar nada. Y, sin embargo, hay que seguir viviendo, aunque las tierras, o los tiempos, sean malos. Y esforzarnos por que en nosotros nazca de nuevo la alegría aun en medio de la resignación.
Ante su nueva vuelta con el sabio verso de Rilke, sólo puedo decir: Touché! :) Pero uno siempre se sobrepone al dolor, al sufrimiento, o a la sensación de derrota. Quizá sea ésta la batalla más difícil de librar, aunque no imposible de ganar.
Gracias por traer por aquí a Springsteen y a Rilke y un beso, doctor Lagarto!
Tienes toda la razón al hacer esa distinción entre el efecto que nos producen unos golpes y otros, niña Margot. Y es posible que todo se deba a que, ante los golpes tremendos, uno sea plenamente consciente del golpe recibido, del dolor que causan, y se prepare con todas sus armas para afrontarlos, aun cuando ese afrontarlos suponga dejarse sepultar previamente por el dolor para luego resurgir de él. Los grandes golpes son perfectamente visibles, no admiten pretextos ni subterfugios. Sin embargo, los golpes más pequeños, los insignificantes, son más ladinos. Uno trata más bien de no darles importancia, de pasar por encima de ellos como si no hubieran sido nada, e incluso puede llegar a recriminarse el no ser capaz de asumirlos porque, en efecto, no son casi nada en comparación con los grandes golpes. Pero el problema es que no por ello dejan de ser golpes y deberíamos también concederles el ritual de un pequeño duelo. No dejan de ser golpes y sus efectos, aunque no se hagan notar de inmediato, siempre acaban apareciendo de un modo u otro.
Yo, sin embargo, creo que sí enseñan algo, que es, por desgracia, la resignación y el conformismo. Te dicen, mira, así es el mundo, así que vete acostumbrando. Te enseñan a asumir la derrota, la decepción, la frustración. Algo, en el fondo, necesario para nuestra vida como mortales. Y quizás a cargar con ellas sobre las espaldas y a sobreponerse a la amargura que nos causan, como decían los versos de Rilke que citaba el doctor Lagarto.
No, esa concesión no la hago. Entre otras cosas, porque no me sale :) Pero ese motorcillo no puede funcionar demasiado tiempo, porque nos quema.
Besos en equilibrio sobre el alambre!
Ay qué texto tan desgarrado y hermoso!Me temo que no hay más camino que el que vamos haciendo a pesar de las expectativas truncadas,los imponderables,las crudas realidades....ay de los que no sepan confrontar el deseo con la realidad,se darán de bruces tarde o temprano con ese espejo que más pronto que tarde siempre termina por aparecer.
Por suerte o por desgracia,somos supervivientes,lo que pasa es que a medida que va pasando el tiempo,cada desilusión,cada conato,cada resbalón,pesa un poco más.Hay que echar mano de la sabiduría que dicen dan los años para acometer con templanza los días,para doblarse pero seguir "jodidas pero contentas"(que diría Buika)en este largo y a veces,pedregoso peregrinar.
Ay Antígona,la fortuna es que nuestro natural tiende a la alegría(tras la pena,tras la sombra....)y por mucha adversidad que se avecine,siempre tendemos a mantener en pie la esperanza,que por suerte,es en esencia,desmemoriada.
Muchos besos,muchos ánimos y muchas dosis de esperanza desmemoriada.
Qué triste, que para soñar con el cambio y la revolución, siquiera íntima, privada, doméstica, la cabeza deba imponerse sobre un cuerpo que se le declara en rebeldía, sobre unos miembros que caminan justo en dirección contra a sus deseos, sobre unos órganos que se burlan de sus metas elevadas y las reducen a bilis y fluidos nauseabundos.
Que no se rinda nunca tu privilegiada cabeza, Antígona.
¡Joder! ¿dónde hay que poner la bomba? ¿a quién hay que meterle la cabeza en el retrete para que se entere de verdad de lo que pasa? ¿quién es el homúnculo ridículo que hace que alguien como tú sufra de impotencia?
Porque no podemos ser todos, ¿no? En general los humanos somos buenos, casi heróicos...
Debe haber, me figuro yo, como un monstruito enquistado en el tejido social que es quien hace que todos tus esfuerzos te parezcan vanos, quien los desvía al vacío. ¡Hagamoslo saltar de su agujero! arranquémosle esa capa de piel, tejido muerto y rígido con que se ha cubierto y que como un pegamento de gran penetración se ha difundido por toda la estructura social esclerotizándola. ¡Démosle una lección!
Seguro que después, los humanos normales volverán a ser humanos.
Querida Troyana, cuánta razón tienes, el tuyo es el discurso de la calma, de la serenidad, que hago totalmente mío, claro que sí. Sólo que hay momentos en que lo que naturalmente se impone es la rabia, la sensación de frustración, o la impotencia ante ese abismo que uno ve alzarse entre la realización de deseos que, en el fondo, no plantean ningún imposible, deseos por tanto, que podrían haberse realizado, y la cruda realidad que los va aniquilando uno tras otro. Y uno tiene que aprender a encajar los golpes, qué remedio le queda, pero mira que a veces cuesta… sobre todo cuando se siente que los golpes sólo provienen de que en el mundo impera cada vez menos la racionalidad y el buen hacer y más la irracionalidad, la dejadez o el egoísmo de quienes toman decisiones que afectan a muchos otros.
Somos supervivientes, en efecto, y el hecho de serlo y seguir siéndolo comprende también esa apuesta por aprender y seguir aprendiendo, día a día, a sacar a flote la alegría y a renacer cuantas veces haga falta de las propias cenizas.
No sé si siempre es posible mantener en pie la esperanza. Pero en lo que sí creo es en el esfuerzo por volver a levantarla cada vez que se nos cae al suelo. Incluso sin perder la memoria: porque el futuro siempre se alza desconocido, abierto, ante nosotros. Y en esa abertura puede pasar cualquier cosa.
Muchas gracias, amiga, por los ánimos y un gran beso!
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Más bien creo, Jota, que la cabeza es de cuando en cuando nuestro peor enemigo, aunque también nuestro mejor aliado. Pero es enemiga cuando se lanza de bruces una y otra vez contra muros irrompibles. Entonces es mejor hacer caso del cuerpo, del dolor que avisa de la inutilidad de la tarea y, o bien buscar otros caminos por los que seguir avanzando, si es que existen, o bien acostumbrarse a la presencia del muro y sus limitaciones y confiar en las grietas que el tiempo o el azar irán abriendo en él. No es raro que los muros más inquebrantables acaben cayendo, o les aparezcan boquetes por los que poder atravesarlos, o incluso que desaparezcan un buen día de un plumazo. Sólo que eso no suele suceder cuando más lo necesitamos. Paciencia.
Lo triste es que a veces la revolución más íntima pase por ceder ante los propios deseos y por aprender a doblegarse ante la realidad. Pero nadie dijo que este camino nuestro no estuviera sembrado de sufrimientos y dificultades.
Muchas gracias por tu comentario y un beso!
Jajaja, huelladeperro, no sabes el bien que me ha hecho tu comentario. Yo, si te animas a poner la bomba, te digo exactamente dónde y cuándo y me uno al comando… que últimamente me siento muy incendiaria :)
No hay monstruito, no. O no exactamente. Lo enquistado es más bien el propio tejido social, las dinámicas que lo componen. Dinámicas que, por desgracia, cada vez más se construyen sobre la base de la irracionalidad y la ineficiencia, dinámicas que fomentan y tienden a perpetuar lo más despreciable, o lo que más empequeñece al ser humano en vez de potenciar al máximo sus posibilidades. Y no es tan fácil hacerlas saltar, porque quienes las sustentan se mueven, en el mejor de los casos, en la inconsciencia, y en el peor, en el cinismo o el afán de hacerlas servir para el propio beneficio.
Los seres humanos no somos malos, claro que no. Yo más bien confío y quiero seguir confiando justamente en lo contrario. Pero la maquinaria de la estupidez es cada vez más férrea y complicada, y no es tan fácil sustraerse a ella, mucho menos tratar de modificarla.
¿No sientes tú la impotencia alguna vez, Huelladeperro? A mí este mundo cada vez me parece más feo, y ante eso me siento impotente. Pero trato de seguir buscando la belleza donde aún creo que la hay, y eso es lo que me ayuda a sobrellevar mejor ese sentimiento de impotencia. Sólo que a en ocasiones la percepción de esa fealdad y me cabrea y me entristece a un tiempo.
A todo ello se junta que yo no sé qué hybris debo de haber cometido en los últimos tiempos para que los dioses anden tan cabreados conmigo. Pero esperemos que su enfado no sea eterno y pronto se olviden de esta pequeña mortal ;)
Un beso, Lo Gos! (genial, absolutamente genial este nuevo nombre tuyo filosófico-perruno)
Lo importante, es subsistir, por encima de todo. Aguantar es la clave. Que a veces es dificil, casi imposible, pues bien, se aguanta de otra manera. Te sientas en el sofá, dejas pasar la tarde, te fumas un pitillo, y te anestesias un poco con una peli, o lo que se pueda-tenga.
Es verdad que no hace falta la gran desgracia universal para hundirnos en el pozo, sobre todo cuando nunca por motivos varios, acabamos de salir de el. Pero lo interesantes, es que en este mar de dudas y olas de muchos metros, sepamos ir hacia la luz, y que no nos tire ese fondo del pozo que es tan cómodo a veces para no afrontar la vida, tal y como es, dura de cojones, casi siempre.
Te dejo un besazo fuerte, que apenas vengo de internets, pero cuando lo hago, leerte es un placer, y una enseñanza, otra perspectiva que siempre me hace reflexionar, o asentar bases. Señorita, muchas gracias.
Claro que sí, querida Delirium, lo importante es, como dices, aprender a ir hacia la luz pase lo que pase. Y sobre todo, a buscarla cuando se oscurece. Y esa luz siempre está, invariablemente, dentro de uno mismo cuando alrededor todo parecen tinieblas. Sólo que a veces es necesario hundirse hasta el cuello en el pozo para sentir la necesidad de volver a buscar la luz. Y otras veces, sin que sea necesario, es lo único que nos sale porque ni las anestesias cotidianas son capaces de aplacar la rabia o el malestar.
Siempre me alegra verte por aquí, muchacha. Tienes que contarme qué es lo que te mantiene tan liada, que hace mucho que no sé nada de ti. A ver si yo por mi parte encuentro también un hueco, que tampoco me es nada fácil.
Cuídate mucho y un besazo enorme!
La vida ya estaba bien liada cuando te la conté hace unos meses en una terraza... Pero todo controlado. Lo que pasa es que tengo mucho trabajo, presión... y la vida personal, como siempre, a toda hostia y con muchos baches.
Pero... cuando no tengo la luz esa, enciendo la lámpara, me pongo debajo, y eso.... a ver si la propia emerge...
Un besazo, tenemos que vernos, no se cuando, pero espero pronto.
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