sábado, 12 de septiembre de 2009

Saltar


En contra de las leyes que rigen para la materia física, saltar es, para nosotros, esos extraños seres hundidos en su reino pero a la vez capaces de abarcarlo con el halo intangible del pensamiento, un acto que se inicia en el momento mismo de su decisión. Puede que todo en nuestro cuerpo permanezca en reposo. Que nada en nuestros miembros acuse el menor signo de movimiento. Y sin embargo, bastará con que el salto se haya decidido para que comencemos a percibir, y con tanta más notoriedad cuanto mayor sea su envergadura, que nuestros pies han dejado de pisar el suelo con su habitual firmeza. Resolverse a saltar es empezar a saberse suspendido en el aire. De ahí la sensación de vértigo experimentada, vértigo que no se nutre más que de la distancia que aún nos separa del destino del salto, de la mirada en perspectiva hacia un porvenir cuya intrínseca incertidumbre rehúsa de repente los trillados mecanismos de domesticación que sostienen el espejismo de nuestra segura cotidianidad.

Lanzamos los ojos hacia adelante y topamos con la imposibilidad de vislumbrar, desechado ya en la anticipación el mapa de las rutinas y geografías conocidas, interrumpida en nuestras cabezas la continuidad del trayecto previsible por los cauces sabidos, la textura del territorio sobre el que habrán de posarse nuestros pies tras el salto. El modo en que se verán impelidos a hollarlo según sus todavía ignotos accidentes e irregularidades. Si las suelas de nuestros zapatos alcanzarán a amoldarse al espesor de sus arenas o asfaltos, nuestros párpados a la intensidad de la luz que los inunde, nuestros corazones a los contornos de los rostros que poblarán sus paisajes. La imaginación se afana y se siente fallar. Ahora carece de los habituales bastones sobre los que componer las figuras probables del futuro. El lugar de los esquemas y contornos predichos que guían nuestro caminar por los espacios de la costumbre ha sido ocupado por el vacío. El temor impone su presencia.

Detenemos las pupilas sobre el presente y detectamos el sabor a despedida que de súbito destila al masticarlo en nuestra boca. El arrancar del proceso que paulatinamente irá minando en su consistencia la solidez de los objetos, de las paredes, de los cuerpos que nos rodean, hasta desterrarlos al orden espectral y agujereado por la inconstancia de la memoria de lo pretérito. El borbotear de la incipiente tristeza ante el dibujo aún difuso del próximo abandono del territorio-hogar y la familiaridad múltiple de sus múltiples facetas. Más allá de que la decisión de saltar posea la convicción, la contundencia, e incluso la fría y a un tiempo cálida alegría de los actos conscientemente libres y elegidos. En avanzadilla se adelanta la nostalgia.

Pero ese vértigo que aflora del futuro incierto y de un presente condenado sin remedio a mudar en pasado acaba por evaporarse, una vez los imparables rieles del tiempo ahogan esa mirada en perspectiva y truecan lo antes lejano en inmediatez. Al acercarse a los límites de su extensión el intervalo que, en el ascenso del salto, nos desvincula del suelo, se agudizan la incomodidad y el desasosiego, propios de seres sin alas y ajenos a la lógica del ave migratoria, que nos provoca la sensación de flotar sobre ninguna parte. El inicial temor es reemplazado por una impaciencia ciega, quizás atolondrada, que reniega traicionera de cualquier asomo de la añoranza antes vivida por lo perdido. Lo que entonces añoran con fuerza nuestras plantas no es más que el contacto seguro con la tierra pisable, sea cual sea el marco donde ésta se ubique. La desazón aérea incordia impertinente a las agujas del reloj para que aceleren su rítmica traslación en pos del momento de la ruptura, del tránsito. El cuello ya rígido para la posibilidad y el deseo de volverse hacia lo dejado atrás. Hasta el instante en que, invalidando nuestros propios augurios, cerremos con determinación y hastiado alivio los cercados de nuestros dominios en fuga, anhelando conquistar los que algún día llegarán a serlo, musitando apenas un adios rápidamente olvidadizo de sí.

Salvada la distancia prevista para el salto, comienza por fin del descenso. A nuestro alrededor, la primera faz de los parajes que acogerán nuestros pasos venideros. La imagen aún plana de sus dimensiones y medidas. Pero el ansiado aterrizar de nuestros pies sobre la tierra firme se demora. Descubrimos que el salto todavía no ha terminado, que continuamos suspendidos en el aire. El antiguo vértigo semeja despertar de su letargo. Sin embargo, no existe ya vértigo alguno. Tan sólo inquietud por la extrañeza y el no saber. Tan sólo una cierta angustia ante la evidencia de que cada uno de nuestros más nimios gestos acontece sobre el vacío, sobre la ausencia de repetición que fragua la tranquila costumbre y protege de la desorientación y el error. Ante la percepción de tanto como aún se nos oculta en este nuevo territorio, en su arquitectura y sus moradores, en sus brillos y sus sombras, y así nos impide descargar sobre él la gravedad de nuestro peso con la confianza de quien conoce cómo soslayar el posible extravío y el tropiezo. Porque sus espacios nos envuelven como un traje recién estrenado cuyas costuras rozan nuestras articulaciones, el desasosiego se prolonga.

Pero acaso también se resista a cesar porque, conscientes de nuestra condición de habitantes de la exterioridad, cuya carne se moldea con la arcilla del mundo, nos acose de pronto la inesperada pregunta sobre la hipotética metamorfosis que anidará en el centro mismo de ese salto. Por la eventual transformación que operará en nosotros el influjo de esa tierra aún rebosante de incógnitas sobre la que, tarde o temprano, habrán de reposar sólidos nuestros pies. Y pensemos en Dafne y su conversión en hermoso, sagrado laurel. O en Narciso, transmutado en flor y con ello salvado del hechizo paralizante de su reflejo. O en Gregor Samsa y el caparazón queratinoso que hubo de arrastrar en hiriente soledad hasta el día de su muerte. Y sigamos lanzando inquietos nuestros ojos expectantes hacia adelante, aguardando una respuesta que sólo el tiempo tendrá a bien concedernos. Aunque siempre en la escasa medida de nuestro entendimiento.

Me perdonáreis la relativa ausencia de los últimos tiempos, esta vez no premeditada, tanto de esta casa como de las vuestras. Es que aún estoy saltando :)

20 comentarios:

Anónimo dijo...

Por suerte o por desgracia, los términos del salto a veces nos son desconocidos. Pero hay la pulsión de saltar porque es inherente a los seres racionales: hay veces que o saltas o te quemas.
Gracias por la visita.

BACCD dijo...

Si tú misma estás saltando, a pesar de la incertidumbre que conlleva lo nuevo, seguro que no lo estás haciendo a lo loco. Es decir, tengo la impresión de que te esperan buenas cartas :)

Hay gente que salta continuamente, como si tuviera un muelle incrustado, porque parece estar siempre desubicada y disconforme. Culos de mal asiento, vamos. Pero tengo la certeza de que tu salto está bien pensado y sopesado. Sí, claro, nunca se puede dar todo por sentado ni se puede prever el futuro. Pero espero que ese nuevo territorio al que estás saltando, ese nuevo entorno, esas nuevas personas, te aporten muchas cosas positivas.

Un beso, querida Antígona, ¡te deseo todo lo mejor!

carrascus dijo...

No sé si al iniciar tu salto tenías noticias ya de lo que podría esperarte al otro lado, pero de todas formas, amiga Antígona, te deseo que caigas en blandito.

Y cuidado si al caer tienes que usar las manos para mitigar el golpe. Cuida esos deditos... que tienen que seguir tecleando muchos posts más para nuestro disfrute.

Besos.

Margot dijo...

Bella forma de expresar un salto...

Agárrate las coletas (aunque no las lleves; es que ahora mismo te imagino así, volando, te he pillado justo en el vacio) aspira bien y toma todo el aire nuevo que pueda cogerte y luego... simplemente déjate llevar a merced del salto, son tan gratificantes con esas cosquillitas en el centro del ombligo y de la vida, ummm.

Besos cabriolas!

c.e.t.i.n.a. dijo...

La grandeza del salto reside en que , aún sabiendo que nunca podremos dejar atrás aquello que nos impelió a saltar por primera vez, seguimos saltando y saltando. Una y otra vez. Y otra más. Siempre en constante movimiento.

Quizás porque no nos conformamos con ser meros espectadores de nuestra propia existencia.

Ines dijo...

Ya me contaras como haces eso de escribir tan bien a la vez que saltas ....
Un beso .

(Me apunto la peli El desprecio.

troyana dijo...

Saltar a veces es la única opción posible aunque la inercia de la costumbre y lo conocido tiren de nuestra espalda para que permanezcamos inmóviles.No hay garantías de acierto en ningún salto,pero una sabe y siente cuando ha llegado el momento.Y además,es inevitable,nos pasamos la vida saltando,saltitos o saltos de gigante,pero la vida siempre nos reserva algún vacío o encrucijada que nos fuerza a tomar impulso.Por eso querida Antígona,aun no siendo pitonisa,créeme te deseo la mejor de las suertes.
Un abrazo y un beso

NoSurrender dijo...

“Hay que saltar con fe para que las cosas empiecen a funcionar. Hay que saltar con fe y dejarse las tripas en el intento. Hay que saltar con fe para que las cosas empiecen a funcionar. Debes confiar en tu corazón”

Me ha recordado usted una canción que Bruce Springsteen escribió cuando cumplió 42 años. Ya sabe usted que en eso del americano, como en otras cosas, soy muy pesado.

Si está usted en el aire, si ha decidido que ya no hay vuelta atrás, si el mundo entero está por delante, si el Mar Rojo se abre ante Moisés, yo, doctora Antígona, le felicito. Confíe y disfrute del salto.

Decía Mike Scott que somos pasajeros extraños en un barco extraño, pero yo creo que en realidad somos ranas extrañas saltando en una charca extraña. Saltemos, doctora Antígona.

Besos!

Miss.Burton dijo...

Amorrrrrrrr, yo andaba y ando saltando también, por eso la ausencia, por eso la vida chutada en vena, no sabemos si al final para caer en picado, o para llegar mas alto de donde nos hallábamos, ya sabes, que lo interesante siempre es subirse a algún pico bien alto, y verlo todo con una perspectiva importante...
Salta, salta conmigo¡¡¡
Y cero paracaidas, con dos cojones, que los tenemos¡
Un beso, nos vemos pronto, en los bares o en los teatros, o donde sea que toque. Cuídate mientras.

Antígona dijo...

Un paseante, es cierto, nos son desconocidos. Tan desconocidos como todo futuro, como el minuto siguiente que nos tocará vivir, del que nunca podemos decir nada con plena certeza, por más que a veces nos engañemos pensando que sí.

¿Hay la pulsión de saltar? Es posible. Pero supongo que los grandes saltos son cosa de los espíritus inquietos o de ciertas circunstancias que se malogran si uno no se atreve a saltar.

Un beso

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Bueno, Dusch, yo no suelo hacer casi nada a lo loco. Pero no olvidemos el casi :) Aunque tienes razón: en este caso toda la incertidumbre se ve en buena medida aliviada porque confío en estar jugando una buena baza ;)

Entiendo, Dusch, que esos que saltan continuamente lo hacen porque no les resulta fácil encontrar su sitio, o quizás porque no se den a sí mismos el tiempo suficiente para adaptarse. Todos los cambios requieren un tiempo de habituación y hay que pasar por la sensación de extrañeza inicial y no confundirla con un posible malestar generado por las características propias del nuevo territorio.

Muchas gracias por tus buenos deseos, querida Dusch, veremos qué nos deparan estos nuevos parajes.

Un besazo!

Antígona dijo...

Lo que a uno puede esperarle al otro lado nunca se sabe del todo, amigo Carrascus, y en ciertos aspectos aún es pronto para juzgar. Yo más bien pienso que la tierra que piso se irá ablandando conforme vaya ella también acostumbrándose al peso de mis zapatos ;)

Por el momento las manos aún no he tenido que usarlas ni espero tener que hacerlo, así que mis dedos están en perfecto estado. Pero aún me falta un poco de estabilidad y de tranquilidad anímica para ponerme a escribir. Y tiempo y energías, que esto de saltar requiere dedicación y además es bien cansado. Pero todo se andará. Poco a poco volverá la calma.

¡Besos!

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Un par de coletillas un poco canijas es lo que me saldría ahora con los pelos que llevo, niña Margot, pero tranquila que me las agarro bien, no me vaya a dejar alguna por el camino ;)

Intentaré hacerte caso en eso del dejarme llevar por el salto, que no es raro ser presa de la ansiedad cuando uno siente que todavía no hace pie sobre el suelo. Pero es que una es muy terrenal o terrestre, o incluso pedestre, jajaja, y estos vuelos pueden ser a veces un pelín agotadores. Pero por supuesto que también son gratificantes. Los cambios de paisaje generan emociones encontradas pero, personalmente, siempre me hacen sentirme viva.

Besos planeando!

Antígona dijo...

Estoy de acuerdo, C.E.T.I.N.A., no podemos dejar de movernos, en una dirección u otra, saltando o incluso a gatas cuando las circunstancias no nos son propicias. La máxima es “siempre hacia adelante”. Una máxima en principio bastante superflua, porque no hay modo de no verse empujado hacia adelante. Pero que deja de serlo si pensamos que lo importante es asumirla, empuñarla con plena conciencia y alegría.

Tampoco yo quiero ser espectadora de mi propia existencia. De ninguna manera. Ante mis ojos quiero ver pasar lo que mis propios movimientos, lo que mis propios pasos, me inviten a ver.

Un beso!

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Muchas gracias, Casilda. Será que los saltos tienen algo de inspirador, aunque te aseguro que no es fácil agarrar fuerte el teclado en pleno vuelo ;)

Buen apunte éste. No dejes de verla en cuanto tengas ocasión.

Un beso!

Antígona dijo...

Así es, Troyana. Saltar puede ser la única opción o, sencillamente, la mejor opción para que nuestra vida tome los derroteros que deseamos. En determinados ámbitos, las inercias sólo pueden abocar a la pérdida o al fracaso. Cuando uno lo anticipa, es necesario decidirse a saltar. Las encrucijadas no siempre están ahí de manera tan objetiva y visible. Nosotros formamos parte de su construcción, de su aparición, en función de aquello que queremos para nosotros mismos.

Muchas gracias por tus deseos. Aunque no seas pitonisa, espero que la suerte no deje de acompañarme.

Un abrazo y un beso!

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Preciosas, doctor Lagarto, y muy acertadas estas palabras de Bruce para describir por qué en determinadas circunstancias es imprescindible saltar y de qué manera tienen que llevarse a cabo los saltos. De ellos depende que, en ocasiones, las cosas empiecen a funcionar, o sencillamente sigan funcionando del modo en que queremos que lo hagan. Y entonces la fe y la confianza son básicas, esenciales. Porque estoy segura de que esa misma fe y confianza determinan en buena medida la forma en que acontece el salto, su trayectoria, lo que gracias a él ganaremos. Al tiempo que su falta puede abocarnos a una estrepitosa caída. Sin confianza no sólo se sufre en demasía, sino que corremos el peligro de estrellarnos.

Todavía estoy en el aire, sí, tratando poco a poco de aproximar las puntas de los pies al suelo. Sin mirar atrás ni nostalgia por lo que allí quedo. Ante mí no creo que se abra ningún mar. Pero quién sabe ;) Y si no, le revelaré que soy buena nadadora!

Las charcas extrañas asustan un poco, ¿no cree? Pero estoy segura de que con unos cuantos saltitos más y unas cuantas zambullidas empezaré a sentirme como en casa en esta nueva charca.

Besos!

Antígona dijo...

Delirium, ya que tú sabes de sobra de qué va mi salto tendrás que ponerme al día del tuyo, que me pierdo!

Esperemos que ninguna de las dos caiga en picado y se cumpla eso que dices de llegar más alto de donde estábamos. Los saltos siempre amplían nuestros horizontes y por ello nos hacen ver cosas que antes se nos ocultaban. Así que estoy convencida de que, acaben como acaben, siempre ganamos algo con ellos.

Los paracaídas nunca son del todo fiables. Pueden no abrirse en el último momento. Por ello, de lo que se trata es de confiar en nosotros mismos y en nuestra capacidad para sobrevivir a cualquier caída si todo se tuerce. Pero no lo va a hacer. Ya verás como no.

Nos vemos pronto, claro que sí. En cuanto mi vuelo se estabilice un poco ;)

Un besazo y cuídate mucho tú también!

daniel rico dijo...

Siempre sospeche que si volvemos a caer despues del salto no es por esa supersticion de la gravedad, sino por que tenemos miedo de volar. ¿Que hariamos con tanta libertad de golpe?¿a donde ir?. Es intimidante, por eso yo uso suelas de plomo cuando leo poesia, porque me vuelvo mas ligero y tengo miedo de, en un descuido, salir volando.

Neo dijo...

Un pequeño paso para el hombre... con el suficiente impulso se saltan edificios y se vence la velocidad de escape y la gravedad, de la tierra y de los hechos. Saltar es el primer paso para volar, aunque para ello hay que fabricarse buenas alas, en plan Icaro, pero de otra forma.
Saludos!

Isabel chiara dijo...

Me has recordado una canción popular de cuando pequeña salta salta salta pequeña langosta... y ya no me acuerdo de más. Ves? la memoria se va desvaneciendo con los saltos, sobre todo la que tiene que ver con los recuerdos de cosas inútiles y poco interesantes. Por eso hay que seguir saltando, para afianzar los buenos, expulsar los malos y acumular nuevos y buenos. Siempre saltando, a pesar del vértigo, del tembleque de los pies, de la incógnita del firme. Si no es así estamos muertos -o tuvimos la gran suerte de encontrar nuestro sitio. Eh? poco creíble, lo sé-.

No sé dónde te lleva el salto pero seguro que a buen puerto, a buena tierra y a buenas experiencias. Abre bien los ojos, niña, pa cuando aterrices no perder detalle, que lo que no mata engorda, jajaja.

Un besote y buenísima suerte.

Un besote

Miss.Burton dijo...

Mi vuelo tb tiene que estabilizarse un poco, lo que pasa es que una salta, y es obligatorio volver a saltar, de eso va la vida, y así, no hay quien pare, ni quien se baje de allá arriba a tomarse algo a un barcito...
En fin, que hablamos pronto, y nos vemos ya¡¡¡¡¡¡¡¡
BSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS

Antígona dijo...

Sin duda tenemos miedo a volar, Daniel Rico. Pero incluso sobreponiéndonos a ese miedo y decidiéndonos a saltar las dificultades no terminan ahí. Hay que mantenerse fuerte y firme, y sobre todo confiar en la colaboración de vientos favorables para que el fin del salto no signifique necesariamente una caída.

Me gusta el truco de las suelas de plomo. Pero prueba un día a no ponértelas y luego nos cuentas qué cosas viste durante tu vuelo, anda.

Gracias por tu visita y un beso

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Ay, Neo, yo no sé si hay pequeños pasos para el hombre o todo paso, por los riesgos que entraña, debe ser ya valorado como un gran paso. Pero tienes razón: para saltar se requiere un buen impulso. Si eso falla, el salto no dejará de malograrse. En eso estamos, en mantener todo el tiempo que haga falta ese impulso originario. En cuanto a volar, yo haría mismo lo que estoy deseando es poner los pies en tierra firme. Ya llegarán otros tiempos para volar ;)

Un beso!

Antígona dijo...

Me ha gustado, Ichiara, esa conexión que trazas entre la pérdida de la memoria y los saltos. Porque es verdad que saltar implica dejar atrás muchas cosas, pero se salta en principio en la dirección que uno cree que le va a reportar cosas aún mejores que vayan generando también mejores recuerdos que los provenientes de lo dejado atrás, aun cuando éstos no necesariamente fueran malos. Sin embargo, el olvido es estrictamente necesario y responde a una cierta lógica bastante razonable. Olvidamos lo que deja de interesarnos para abrir espacio en nuestra memoria futura a aquello que ahora nos atrae como un imán. Hay que contar siempre con la limitación de nuestras cabezas! :) Y si, quien deja de saltar es como si estuviera muerto. Porque eso que llamamos nuestro sitio no existe de antemano, sino que lo vamos construyendo día a día a fuerza de grandes saltos o pequeños saltitos.

Yo también estoy segura de que este salto me llevará a buen puerto, aunque aún haya muchas incógnitas por desvelar. Los ojos los tengo bien abiertos, claro que sí. Entre otras cosas porque como los cierre me estampo, que aún no conozco bien el territorio sobre el que empiezo a aterrizar, jajaja.

Gracias por tus buenos deseos y un besazo!

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Tranquila, Delirium, que me temo que andamos en las mismas, sin parar ni tiempo para bajar de las alturas. Démonos un poco de margen para estabilizarnos y ya aterrizaremos en un barecito a tomar algo cuando las circunstancias lo permitan.

Mucha suerte en tu vuelo y a tomárselo con calma y paciencia, que tanto salto agota a cualquiera.

Más besos, guapa!