domingo, 10 de mayo de 2009

Revivir



Karol camina nervioso por los pasillos de una desolada estación de metro en construcción. Tiene un objetivo que cumplir: matar a un hombre que ya no quiere seguir viviendo. Un hombre que ya no se siente capaz de encontrar más motivaciones para vivir, pero que no se atreve a acabar con su vida. Porque tiene mujer e hijos, porque hay gente que le quiere. Karol necesita el dinero.


De detrás de una columna, a sus espaldas, alguien emerge. Karol se vuelve, primero asustado, luego sorprendido. Es su amigo Mikolaj. El que un día, cuando ambos se conocieron en otra estación de metro de París, le contara la historia de este hombre y que, a petición de Karol, lo ha enviado a su encuentro.


"¿Qué, ha renunciado?", pregunta cuando recobra el aliento. "No", responde Mikolaj con serenidad, entornando sus tristes ojos azules, "soy yo... ¿Eso cambia las cosas?". "No", contesta irónicamente Karol, "pero eres tú". Karol saca una pistola. Mikolaj le dice que el dinero está en su bolsillo. Que ya lo cogerá luego. Karol vacila. Mikolaj baja la mirada y suplica en voz baja: "Hazlo". Y con un gesto decidido toma la mano de Karol que empuña la pistola y la pone sobre su pecho. "¿Seguro?", pregunta Karol, inquieto. Mikolaj vuelve a mirarlo con la misma triste serenidad y asiente con la cabeza.



Lentamente cierra los ojos. Frente a frente, Mikolaj y Karol. A la distancia justa del brazo que apoya la punta de la pistola sobre su corazón. Karol ya no vacila. Suena el estruendo del disparo reverberado por las paredes del túnel. La espalda de Mikolaj se contrae en un espasmo de dolor, también su rostro.



Despacio, muy despacio, como si el tiempo se hubiera detenido, comienza a inclinarse hacia Karol, hasta desplomarse sobre sus brazos. Karol lo sienta con delicadeza sobre un escalón situado tras ellos y escruta expectante el rostro de Mikolaj, con la respiración agitada. Pasan apenas unos segundos. Mikolaj abre poco a poco los párpados y lo mira perplejo. Sus ojos, cuya habitual tristeza parece haberse agudizado, miran a Karol como si regresara de un lugar muy lejano. Como si en el lapso de esos breves segundos hubiera realizado un largo viaje y ahora retornara aturdido al lugar del que partió. "Era de fogueo", explica Karol, "la siguiente es de verdad". Sus ojos se van llenando de lágrimas. Y su voz se quiebra cuando pregunta: "¿Estás seguro?... ¿Estás seguro?", mientras Mikolaj sigue mirándolo con la extrañeza de un ausente. Deniega con suavidad con la cabeza. Y dice en voz baja, demorándose en cada palabra: "Ahora ya no". Acaso porque, pese a la bala inexistente, Mikolaj siente que ya ha muerto. Ya sabe lo que es morir. No necesita saberlo una segunda vez. "Mikolaj, todos sufrimos", le dice Karol. "Sí", responde Mikolaj, "sólo quería sufrir menos... ¿tomamos unas copas?"



Música de violines. El blanco luminoso del cielo matutino se confunde con el blanco inmaculado de la nieve sobre el suelo llano. Dos figuras negras irrumpen en constraste con el blanco. Corren y se deslizan por la nieve, gritando y riendo, como dos niños que por primera vez jugaran en ella. Finalmente caen al suelo, una junto a otra. Mikolaj, tumbado, mira al cielo. Su rostro irradia la misma luz del blanco que lo envuelve. Ríe sin motivo. También como un niño que, respirando el aire gélido de la mañana, sintiendo en su espalda el frío de la nieve, descubriera por primera vez el placer de estar vivo. "Me siento como un colegial", anuncia. "Y yo", dice Karol sonriéndole. "Sí... todo es posible", exclama Mikolaj. Y aún tumbado sobre la nieve sigue gritando de puro placer entre las carcajadas de Karol mientras la cámara se aleja para mostrarnos de nuevo el contraste de las dos figuras negras sobre el blanco cegador del suelo iluminado por el sol.



Es muy posible que ya la hayáis reconocido. Se trata de una secuencia de "Blanco", la segunda parte de la trilogía del color de Krysztof Kieslowski. Me estremeció la primera vez que la vi en el cine. Me sigue estremeciendo cada vez que vuelvo a verla. Si alguien me preguntara qué es lo que le pido al cine, es probable que de entrada contestara: conocimiento. Conocimiento del alma humana a través de las historias que narra y los personajes que las protagonizan. Conocimiento de mí misma en el espejo de esas historias y esos personajes. Pero inmediatamente después añadiría: y que me lleve a experimentar emociones anestesiadas o difuminadas por el monótono rodar de la rutina. Que me haga sentirme viva. Que, a través de ese sentirme viva, logre despertar mis ganas de vivir.

Tal vez sea el sentimiento de amor por la vida, la alegría de saberse vivo, uno de los sentimientos que más tienden a desdibujársenos en el tráfago de las dificultades y preocupaciones cotidianas. En el curso de días repletos de tareas y demandas inmediatas cuya satisfacción sólo da paso a que se presenten, en un ciclo interminable, nuevas tareas y nuevas demandas que satisfacer. Se nos desdibuja especialmente en aquellas épocas en que los contratiempos y circunstancias adversas nos obligan a focalizar nuestros esfuerzos en no caer vencidos ante el siguiente obstáculo. Al igual que el ratón que corre frenético sobre el rodillo olvida que se halla en una jaula, así acabamos nosotros olvidando el sustrato básico y elemental sobre el que cada día tiene lugar nuestro propio correr frenético: que estamos vivos; incluso que es un trivial pero a la vez gran milagro que estemos y sigamos estando vivos. Y esto es, para mí, lo que viene a recordarnos esta secuencia de la película "Blanco". Lo que pretende hacernos sentir con renovada intensidad por medio de la muerte simbólica y la resurrección de Mikolaj.

No es preciso que, como Mikolaj, hayamos perdido toda motivación por la vida. Tampoco nos es necesaria su firme voluntad de terminar con ella. Mucho menos haber notado la punta de una pistola sobre nuestro pecho, el disparo final, la instantánea convicción de estar muertos. Pero cuando tras esta primera escena veo a Mikolaj correr por la nieve, sus ojos tristes transfigurados por la risa, cuando oigo sus alaridos de alegría, no puedo dejar de sentir con él ese redescubierto placer por el mero hecho de estar vivo. Por la maravilla que, pese a las miserias, pese al sufrimiento mencionado por Karol, significa pertenecer al reino de los vivos. Al reino de los que aún pueden percibir sobre su piel el frío helador de la nieve y la calidez de un sol matutino. Y la gozosa vuelta a la vida de Mikolaj se transforma en la mía propia. Como si resucitara de entre los muertos. Como si reviviera de entre las muchas y pequeñas muertes cotidianas que nos van sumiendo en un letargo más parecido al sueño de los muertos que a la vigilia de los vivos.





¿Y a vosotros? ¿Qué películas o escenas os hacen revivir?

24 comentarios:

Isabel chiara dijo...

Es difícil tu pregunta, Antígona, hay tantas, pero a mí se me vino inmediatamente Blade Runner y las palabras que Roy dice a Deckard antes de morir :Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hermosísima la escena, cómo el replicante tiene tanto respeto a la vida que se la perdona a su perseguidor.

También la escena final, el montaje de los besos, de cinema paradiso, me hace recordar que es maravilloso estar vivo para poder seguir viendo esas maravillas.

Y en este orden de cosas, cualquiera de las pelis que me han emocionado, que me han enseñado, que me han hecho soñar, o reir, o llorar me hacen revivir tan sólo de recordarlas y de saber que siguen estando ahí, esperándome de nuevo.

Ah, una bellísima que siempre me pone los pelos de punta es La tempestad de Greenaway.

Besotes

c.e.t.i.n.a. dijo...

Es curioso, iba siguiendo tu relato y la escena me resultaba terriblemente familiar. Pero hasta que no has desvelado el título de la película no he recordado que la vi hace mucho tiempo y me encantó. Para mí, sin duda, la mejor de la trilogía.

La verdad es que me encanta el cine, y hay un montón de películas que disfruto viendo una y otra vez, pero esa sensación que describes, en mi caso, se suele dar con la música, especialmente en directo.

Reconozco que hay películas que me han hecho reflexionar muchísimo sobre la condición humana, pero cierta música consigue elevarme hasta unos estadios de emoción que deben ser muy similares a alcanzar el nirvana.

De todas maneras como estamos hablando de cine yo me quedo también con Greenaway. Un maestro

Un beso

troyana dijo...

uff Antígona,una pregunta que da para muchas respuestas.
Por citar la última, una película cuyo desenlace supone un revivir de la protagonista:"Hace mucho que te quiero"
¿Qúe otras películas me han hecho revivir? "El rayo verde" de Eric Rohmer,"A ciegas","la chica del puente""Vías cruzadas""Elegy""Conversaciones con mi jardinero""Breve encuentro" y todas las películas en las que a los personajes perdidos,solos o angustiados,la vida les diera de un modo u otro,una segunda oportunidad.

Margot dijo...

Es curioso, siempre he dicho que en el cine busco lo mismo que en mis lecturas aunque éstas vayan un poco más lejos cuando me pierdo no sólo en historias. Y es lo mismo a lo que aludes tú, el conocimiento de otros seres humanos y su forma de encarar la vida, y el espejo, claro, ays de ese espejo.

Pero hablando de lo segundo, la sacudida del "estoy vivo" es cierto que me ha sucedido casi siempre con películas, debe ser que la imagen y no sólo la palabra me es necesaria, o tal vez la síntesis que su lenguaje requiere... y existen muchas, claro, no todas puedo recordar a bote pronto. Se me vienen a la cabeza tres: "Hierro 3" porque me llegó en un momento en el que la vida parecía empeñada en pisarme como con patas de elefante y salí del cine con la sensación, y el deseo, de patitas de libélula sobre mí. Me impactó y noqueó (siempre tan del "momento" las sensaciones que nos llegan. No puedo saber si ahora sería igual). La escena del loco sobre el árbol en Amarcord, me hace reir, me llena de vida y nostalgia, vaya usté a saber por qué. Y la última escena de Una Historia Verdadera de Lynch, esos dos hermanos viejos, uno de ellos a punto de morir, cansados pero juntos en el porche y no vencidos. Me encanta...

Vaya, Antígona, me has hecho encarar mis odiosos lunes con otro aire. Leñe, es verdad! que no se me olviden esas sensaciones...

Besos celuloide!

carrascus dijo...

Mi escena no está sacada de una película, sino de la vida real.

Solo, atrapado en el interior de un coche que daba vueltas de campana sobre su diagonal. Apoyado en su esquina trasera izquierda, la velocidad lo levantaba entero sobre ella para volver a caer sobre la parte delantera derecha, que se convertía en un nuevo punto de apoyo para comenzar otro giro... así hasta tres... ¿o cuatro?

Pero dentro del coche yo solo esperaba el golpe final. No sentía miedo. Pasado el susto inicial supe que iba a morir. Y mi mente lo asimiló. Mientras el coche daba volteretas, yo, sujeto por el cinturón de seguridad, ahora cabeza arriba, ahora cabeza abajo, estaba totalmente tranquilo, solo sentía una gran curiosidad por ver como iba a terminar todo aquello... ¿un estallido fuerte y fuego...? ¿un porrazo fuerte en la cabeza o alguna otra parte vital...?

En las novelas, en las películas, cuando alguien está pasando por un trance similar a ése, rememora su vida, o sueña cosas sin sentido. Yo ya sé por experiencia que no es así.

Yo ya sé que no se teme a la muerte cuando sabes cierto tu final, pero no comprendo la razón. Dejar atrás tantas cosas y personas que te importan debería llenarte de pavor. Pero algo debe anularse dentro de tí. Algo que te ayuda a pasar el umbral.

Y cuando el esperado golpe final no llega y comprendes que la vida te ha dado otra oportunidad, los que sí llegan son el miedo y la urgencia.

El miedo a dejar esta vida cuando todavía tienes esa motivación que le faltaba a Mikolaj. Y la urgencia por empezar a recoger los frutos de tu resurrección.

Arcángel Mirón dijo...

Qué fuerte, Antígona. No vi esa película. Y me pegó lo que narrás.

Hablando de películas y de vida y muerte, yo me sigo quedando con Hable con ella. Con la convicción del enfermero. Con la chica en coma que despierta luego de cuatro años. Con los métodos (maravillosos unos y repudiables otros) del enfermero para revivirla.

Un abrazo, Antígona.

Isabel chiara dijo...

Se me olvidó una tontorrona que me trae recuerdos geniales porque la vimos varias veces mi hija y yo cuando ella era pequeña y siempre terminábamos secándonos los mocos mutuamente y recitando juntas

¡Oh, capitán! ¡mi capitán!, nuestro terrible viaje terminó
el barco ha sobrevivido a todos los escollos y
hemos ganado el premio que ansiábamos...

Le encantaba.

Ya sabes, Carpe diem

Antígona dijo...

Uff, Ichiara, la verdad es que Blade Runner son palabras mayores, y la escena que citas una auténtica maravilla ante la que me postro de rodillas una y mil veces. Cada vez que la veo se me ponen todos los pelos de punta y un nudo en la garganta sin poder evitarlo. Sin embargo, supongo que lo que esa escena genera en mí es una emoción distinta a aquella de la que hablo en el post. La muerte de Roy, la voz en off de Deckard, me sobrecogen, me impresionan y me sumen en un estado que no sabría muy bien como describir, quizá una extraña mezcla de melancolía y reflexión. Y es cierto que la secuencia es un auténtico canto a la vida. Pero no me produce la alegría contagiosa, el chute de vitalismo y de entusiasmo que me provoca esta otra escena de Blanco. De todos modos, tengo que reconocer que, de otra manera, con otras sensaciones, también la de Blade Runner es de esas escenas que me hacen sentirme viva, sencillamente por la reacción emocional que despierta en mí, sea ésta como sea. ¡Qué ganas me han entrado de volver a verla!

La de Cinema Paradiso se parece más a lo que me produce ésta otra. Aun cuando tampoco puedo evitar que los ojos se me llenen de lágrimas. Yo es que soy muy sentimental :)

Supongo que lo que quería plantear en el post es que cualquier película que me haga sentir con intensidad, sea cual sea el sentimiento que suscite, me hace sentirme más viva que cuando entré en el cine. Pero, entre esas maneras de sentirme viva, hay una en particular que consiste en que me entre un subidón de alegría por estar viva, algo así como una oleada de ganas de vivir. Y eso no lo consigue toda película que me emocione.

No conozco La tempestad, pero ya estoy buscándola :)

En cuanto a “Oh Capitán mi Capitán”, tengo una relación ambivalente con esa película. Me impresionó muchísimo y me emocionó cuando la vi de adolescente en el cine. Luego, al verla de adulta, ya no tuve la misma percepción. Igual es que me estoy volviendo vieja, qué le vamos a hacer. Pero en cualquier caso, ¡Carpe diem!, claro que sí.

Besos besos!

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C.E.T.I.N.A., la película está bien, también yo creo que es la mejor de la trilogía, aun cuando tendría que volver a verlas las tres para reafirmarme en este juicio. Me gusta el modo en que Kieslowski plantea en ella la cuestión de la igualdad, el modo en que la desigualdad de Karol con respecto a su mujer en París desencadena toda su personal odisea. Pero a partir de cierto punto tengo la sensación de que la película ya no está a la altura de la inteligencia de su planteamiento. Y también diría que el conjunto de la película no está a la altura de esta secuencia que tanto me gusta.

Me reconozco plenamente en lo que dices de la música. No he asistido a muchos conciertos en directo a lo largo de mi vida, pero en los últimos tiempos lo he hecho más a menudo y el chute de endorfinas ha sido también antológico. Y con ciertos temas, con ciertas canciones, aun cuando no los escuche en directo, me sucede lo mismo. La música tiene el poder de atravesarnos y elevarnos a estados, de ponernos en sintonía con ciertas emociones, como no puede hacerlo ningún otro lenguaje. Es como si nos llegara al corazón, a todo nuestro cuerpo, de un modo absolutamente directo e intenso sin tener que pasar por la cabeza, y sin que además podamos hacer nada para evitar que nos recorra de arriba abajo y nos vapulee a su antojo.

He visto menos cine de Greenaway de lo que desearía. Pero después de tu comentario y el de Ichiara ya me he puesto a la caza de películas suyas. Ay, San Emule, le voy a poner un altar, con lo atea que soy yo :)

Besos

Antígona dijo...

Troyana, de las que citas las tengo casi todas pendientes excepto “Vías cruzadas” –gracias a ti, claro :) - y “El rayo verde”. Esta última empecé a verla una noche este verano y no sé por qué me aburrió mortalmente. Y eso que juraría que la había visto hace años y me había gustado. A lo mejor tengo que darle una nueva oportunidad.

Lo de las segundas oportunidades cuando todo está perdido siempre resulta emocionante. Supongo que porque despierta nuestro optimismo ante la vida y porque nos gusta creer que hay segundas oportunidades, que también las habrá para nosotros en un momento dado o que siempre puede haberlas en nuestras pequeñas miserias cotidianas si nos empeñamos en que así sea. Es un mensaje muy vitalista, sí. Y en parte leo algo parecido en esta escena de Blanco, justamente por lo cerca que Mikolaj llega a estar de su muerte y el modo en que, a través de esa cercanía, decide darse a sí mismo una segunda oportunidad.

Un beso y un abrazo

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Nunca dejamos de coincidir, Margot, o casi nunca ;) Porque de hecho cuando estaba escribiendo el post iba a señalar justamente eso que tú dices, aunque luego lo dejé en el tintero. A saber, que esa búsqueda del conocimiento a la que aludía está tan presente para mí en mi relación con el cine como con la literatura, pero en lo que respecta a ciertas emociones, o en lo que respecta a esa precisa emoción del “estoy vivo”, no consigo recordar ninguna novela que me lo haya hecho sentir con la misma intensidad que algunas películas. No quiero decir que no me hayan emocionado, y mucho, ciertas novelas. Pero supongo que de otra manera, o con otra cadencia. Tal vez dependa sencillamente, como bien dices, del medio, del poder de las imágenes sobre nosotros, de la inmediatez del cine en relación al proceso más demorado de la lectura.

No conozco “Hierro 3”, pero ahora mismo me pongo a buscarla. Estoy encantada con este post y con todas las recomendaciones que me estáis haciendo llegar con él :) La escena del loco de Amarcord es estupenda, vaya que sí, y me provoca esa misma extraña mezcla de emociones que dices. En cuando a Una historia verdadera, mmm, recuerdo que me gustó mucho en su momento pero la tengo muy olvidada. Aprovecharé la ocasión también para volver a verla. ¡No voy a dar abasto en las próximas semanas, jajaja!

Me alegro de que tu lunes ayer fuera mejor gracias al post. El mío fue un lunes totalmente inusual y tremendamente parecido a un viernes, así que lo disfruté como una enana. ¡Ay, ojalá todos los lunes fueran así!

Besos bien vivitos y coleando!

Antígona dijo...

Caray, Carrascus, no sabes lo que me ha emocionado esa escena de tu vida real y te agradezco que la hayas querido compartir aquí con nosotros. La has narrado de tal forma que por un momento me he sentido yo misma dentro de ese coche.

No puedo decir que te envidie la experiencia. Pero sí la sensación que tuviste tras ella. Saberse ya muerto y que la fortuna desmienta ese saber tiene, por fuerza, que hacerle a uno encarar la vida de otra manera, valorarla como nunca la ha valorado antes.

Lo que cuentas del modo en que lo viviste me resulta muy familiar. Nunca he pasado por un trance como ése pero sí oí hablar una vez a unos amigos de lo que habían sentido en medio de un grave accidente del que, por suerte, salieron prácticamente ilesos. Y contaban algo muy parecido a lo que tú viviste, la falta de miedo, la sensación de un cierto desapego o distancia interna que relataban como extraña mientras lo estaban viviendo.

Entiendo perfectamente el miedo posterior y la urgencia. Ojalá pudiéramos sentir esa urgencia por recoger los frutos del milagro que representa el mero hecho de estar vivos más a menudo sin tener que sufrir experiencias límite como la que tú viviste.

Un beso

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Arcángel, como decía más arriba, la película en sí misma no me parece tan genial como la escena que narro. En parte por eso he preferido no hablar de ella en el post, sino sólo de esa secuencia, que tienes en el youtube. Pero es cierto que si no la ves entera te pierdes algo que sí añade un plus a la secuencia, y que es la relación que mantienen Karol y Mikolaj antes de ella. Así que no puedo dejar de recomendártela.

Almodóvar y yo no conectamos demasiado, me temo, pero sí recuerdo que Hable con ella me emocionó en algunos momentos. Últimamente he revisitado varias pelis de él y reconozco que me han decepcionado. Pero Hable con ella la tengo por casa y seguro que en algún momento le caerá una segunda vuelta. Ya te contaré :)

Besos y abrazos

NoSurrender dijo...

Tengo que decirle, doctora Antígona que disfruto más de Blanco leyendo lo que usted escribe sobre ella que viendo la propia película. Kieslowski siempre me ha dejado sensaciones más bien ambiguas que con el tiempo se han perdido sin dejar poso. Quizás por eso no recordaba bien esta secuencia que ahora, a través de sus dedos, me ha parecido maravillosa. Especialmente los últimos segundos de la secuencia que ha enlazado, cuando la cámara, con discreción, se retira de la escena (dejándonos el sempiterno y pesadísimo color blanco que, para mí, carga demasiado la película) y aún nos llega el grito de Vida de Mikolaj.

Creo que la secuencia que más me ha hecho revivir está en una película de John Huston, El hombre que puro reinar. Cuando Danny y Peachy, atrapados en las cumbres heladas del Himalaya porque una grieta en el hielo les impide seguir avanzando, deciden sentarse y esperar a la muerte quemando el último tronco que les quedaba. Entonces, sin ningún drama, empiezan a hablar, a modo de epílogo, sobre lo que ha sido su vida. Se cuentan las anécdotas vividas entre ambos “¿y recuerdas cuando….?” y empiezan a reír y a reír, orgullosos de la vida que han tenido y que ahora celebran a su fin, sin miedo a la muerte que ya se les presenta. Tanto ríen y de manera tan estruendosa, que sus voces acaban provocando un enorme alud que tapa la grieta en el hielo, dejándoles abierto, al fin, el camino hacia Kafiristán, donde los que iban a morir serán ahora reyes. No sé, otros leen las parábolas de la Biblia: yo veo el cine de Huston.

Besos, doctora Antígona!

huelladeperro dijo...

NoSurrunder me ha quitado prácticamente las palabras de la boca:

Vi Azul cuando la estrenaron, y me pareció banal, trivial, y subactuada. Lenta y aburrida, y para decirlo con un término que los de la Turia (sí, he sido fan de ese panfletillo) usaban a menudo irónicamente y como con retintín, "de qualité".....

Y ¡joder! leyendo tu texto, tu versión, me he emocionado; me ha parecido una idea genial. ¡Qué gran historia!
Pero luego, al visionar el trocito enlazado, me he reafirmado en mi primera impresión: no vale la pena perder el tiempo viendo películas de este tío, (aunque quizá ese trocito sea algo mejor que Azul).

Por aquella época se puso de moda el Kieslowski ese, y los progres iban a ver todas sus películas, incluso una serie que, decían, en vez de ser de tres era de diez pelis..

¡Je! yo en casa, tranquilito, haciéndome pajas, que aunque no recuerdo ninguna, me gustaban más que el triste ese...


La peli del Kryztof un dos.
Tu texto un ocho.
Si quieres salvarlo promediando tu nota con la suya, allá tú...


En cuanto al tema del post, me desvío bastante de lo que habéis ido diciendo todos por aquí. Normalmente es la propia vida la que me hace sentirme vivo, la que renueva mis ganas de vivir. Quizá porque he desconectado de forma brusca y radical con "el monótono rodar de la rutina"

Voy al cine, como tú, a adquirir conocimiento; a entrar, sobre todo, en el cerebro de otra persona, a ver que me pueden decir del mundo algunos hombres sabios con el mejor medio de comunicación que hemos inventado. A leer como un mensaje lanzado en una botella a las procelosas olas de las salas comerciales, y a veces he sentido realmente que era así, y que sólo el autor y yo habíamos logrado una comunicación privilegiada, a despecho de las masas que acudían en tropel a ver la película..

Pero en 1986, después de un intenso verano bohemio, me quedé colgado en una gasolinera de autopista en Francia, atenazado por el miedo, no sé cuál, a la vida, o a morir. En cualquier caso no me atrevía ya a hacer autostop, ni en un sentido ni en otro. Y después de pasar varias horas sin conseguir tomar ninguna decisión, me resigné a aceptar mi miedo, a dejarme dirigir por él, y a aceptar lo que pudiera pasarme, incluso quizá quedarme para siempre en ese lugar...

Con mis últimos veintipocos francos compré dos libros, un pan, una caja de leche, y me relajé.

No recuerdo el primer libro. Pero el segundo era de Pierre Boulle; se llamaba "Un métier de seigneurs", y tuvo el efecto de sacarme de esa especie de catatonia de la voluntad en la que había estado tres días..

El libro cuenta la terrible historia de un hombre que durante la segunda guerra mundial es sometido a tortura dos veces. La primera por los alemanes, que esperan hacer caer un numeroso grupo de sus contactos de la resistencia, y la segunda por sus propios amigos que sospechan que habló bajo tortura y quieren hacérselo confesar. La novela deja en tinieblas si el hombre vendió o no a sus compañeros bajo la tortura alemana y se centra en la segunda sesión de tortura, que se prolonga y endurece en el tiempo en la misma medida que el protagonista se resiste a confesar que se dejara doblegar la primera vez...

Cuando cerré el libro me encontré de nuevo enfrente de la gasolinera, en el área de servicio, y la historia de cómo un hombre resiste a la tortura por dignidad; por respeto a sí mismo, quedaba encerrada en las páginas, a kilómetros de distancia hacia el noroeste, en la costa bretona francesa, unas cuantas decenas de años en el pasado, en la mente misma del hombre que escribió "el puente sobre el río Kwai" y "El planeta de los simios". Y el mundo era de nuevo inmenso, amarillo, soleado, y yo ya no tenía miedo... Hubiera montado sin dudarlo en un descapotable de carreras que condujera Stevie Wonder borracho, y además me habría reído con él tapándole los ojos...


Un par de años después paseaba yo por una ciudad, absorbido por una melancolía grande como un cráter que me duraba ya varios días. Entré en un cine de esos de pantalla grande con la vaga idea de aplastarme como una colilla en un cenicero en un asiento del cine, y salí, después de haber visto Hellraiser II, feliz como una paloma, renovado como una mariposa, cantarín como un jilguero...

Bueno, pues eso, cada uno, mira...


Un saludo a toda la panda, besos pa ti, Antígona, y ¡ánimo con la vida!

Ines dijo...

Impresionante la escena . Yo no recuerdo ahora ninguna asi con tanta fuerza en la vuelta a la vida , pero si tengo en la cabeza muchas pequeñas muertes cotidianas y la maravillosa sensacion de resusitar y salir a la calle y ver en todo algo especial.
Brindo por las pequeñas y grandes resureciones que me demuestran que vale la pena .
Besos

Gato dijo...

Jo, es que Kieslowsky mola mucho... a mí su "No amarás" me parece la historia de amor más tierna del mundo...

daniel rico dijo...

Muy bueno, yo vi la trilogía pero no recordaba esta secuencia. La que mas me gusto es RUSH.

Hace poco vi de nuevo NO MATARAS y me sigue pareciendo soberbia.

Cuando uno habla con los suicidas fracasados se siente algo parecido a esto que vos describis.

Muchos saludos.

Antígona dijo...

Doctor Lagarto, no es nada fácil saber por qué unas secuencias y no otras, por qué unas películas y no otras, quedan grabadas en nuestra memoria. Tal vez todo dependa del momento en que las vemos, o de esa particular sensibilidad de cada cual, forjada por su propia biografía, que nosotros mismos no somos capaces de definir, ni tampoco de comprender del todo en lo que respecta a los precisos mecanismos que logran conmoverla. Lo que dice es también una experiencia mía. Muchas veces he necesitado de la mirada de otro para descubrir lo que para la mía propia había pasado desapercibido. Muchas veces ha sido al escuchar lo que otro contaba sobre un libro o sobre una película que yo ya había leído o visto cuando realmente me ha calado, cuando realmente se han abierto mis ojos para un valor que no había sido capaz de ver por mí misma. Supongo que ahí reside una de las grandes virtudes del lenguaje: la poder ponernos en conexión con esa mirada de otros que enriquece la nuestra. Las imágenes, los acontecimientos, no son en el fondo nada sin la profundidad que nuestros ojos y nuestras palabras, que los ojos y las palabras de otros, saben darles.

Y exactamente eso es lo que me ha pasado con la escena de la película de John Huston que nos narra, aunque el proceso fuera un poco inverso. Alguien me habló de esta escena antes de verla y me puso ya ante los ojos las gafas adecuadas, las de su propia mirada conmovida por ella, con las que debía verla. No estoy muy segura de qué habría visto yo misma sin esas gafas. Pero lo que sí sé es que ahora no puedo dejar de contemplarla a través de ellas. Y que es gracias a esas gafas que otro me proporcionó por lo que me gusta tanto. Ha sido un placer recordarla a través de sus palabras.

Un beso, doctor Lagarto!

Antígona dijo...

Bueno, Huelladeperro, entonces, lo primero, te remito a lo que le acabo de decir a NoSurrender.

A mí tampoco me gustó “Azul” en su momento, ni he vuelto a verla desde la primera vez. Me pareció pretenciosa, extremada, cargada de un dramatismo un tanto superfluo. Pero creo que en aquella época iba bastante más al cine que ahora, tenía más gente a mi alrededor que me sacaba de casa para hacerlo, e imagino que por ello vi “Blanco”. Más tarde vi en vídeo “Rojo”, y la recuerdo muy vagamente, así que me temo que no dejó en mí una huella muy profunda. Kieslowski era un nombre destacado en el círculo de gente que yo apreciaba. Y esa mirada de la gente cuya sensibilidad aprecio nunca deja de interesarme, de producirme curiosidad, aun cuando luego pueda no estar de acuerdo con ella y tener mi propio criterio. De las tres películas, mi memoria sólo ha salvado con nitidez esa secuencia sobre la que he escrito el post. Así que no creo que sea un buen balance si tengo que detenerme a definir cuál es mi relación con el cine de este hombre.

En cualquier caso, creo que es justo que me quede con el cinco pelado que sale de promedio entre la nota que le has puesto a Kieslowski y la que me has puesto a mí. A fin de cuentas, sin la escena y lo mucho que, por las razones que sea, logra conmoverme, tampoco habría habido texto :P

En cuanto a lo que planteas de la vida y las ganas de vivir, que el post se haya centrado en el cine no significa, ni de lejos, la negación de que el factor más relevante que nos impulsa a sentirnos vivos y a no perder interés por la vida sea la propia experiencia vital. Las rutinas, y sobre todo las malas rutinas, las que son fruto de la obligación y no de la devoción, pueden ir encubriendo, aplastando o incluso destruyendo ese sentimiento tan necesario para no dejarse embargar por la tristeza o el tedio. Pero uno también puede aprender a rodearse de elementos “revitalizantes”, o a romper con la rutina cuando siente la amenaza de esa tristeza o ese tedio en busca de factores de disfrute que le hagan recuperar sus apagadas ganas de vivir. Es cuestión, a veces, de echarle voluntad. Es cierto que la voluntad no siempre funciona en estos casos. Sin embargo, ahora mismo he recordado lo que un amigo me decía que había leído en no sé qué texto de García Calvo: si cuando uno se siente alegre camina con un paso más vivo que cuando no lo está, ¿por qué no puede ocurrir que si nos ponemos a caminar con un paso más vivo no acabemos estando un poco más alegres de lo que estábamos? Pues eso, que la fórmula resulta así dicha un poco simple, pero no me parece tan insensata.

Me ha dado qué pensar esa primera experiencia que has contado de cuando te quedaste tirado en aquella gasolinera en Francia. Supongo que, más allá del propio libro, en los sentimientos que te produjo debieron de influir también las condiciones en que lo leíste, el modo en que debiste meterte y buscar en él refugio en medio de una realidad que vivías como desoladora y terrible. Pero también reconozco en la historia lo que fue capaz de provocar tal efecto. Nuestros miedos más intensos, los que más nos paralizan, pueden llegar a descubrirse pequeños e incluso ridículos cuando los miramos desde la distancia, o cuando los comparamos con otros miedos que responden a situaciones objetivamente más terribles. Salirnos de nuestra propia piel cuando la realidad nos acobarda para ponernos, vicariamente, en esas otras situaciones ante las que la cobardía estaría doblemente justificada, y ver cómo otros son capaces de afrontarla con valentía, nos lleva a relativizar esos miedos e incluso a disolverlos. Entiendo que eso es lo que te ocurrió a ti. Que sentiste el contraste entre una situación tan sólo aparentemente terrible, o terrible sólo desde cierta perspectiva, y otra que lo era en grado sumo, y en ese contraste se produjo la transformación liberadora de la percepción que tenías de tu propia realidad, de la que surgió la fuerza que te permitió encararla con otra actitud.

Lo de Hellraiser II me parece, sin embargo, inexplicable. Pero claro, es que yo detesto ese tipo de pelis y en la vida se me ocurriría meterme en un cine a ver una de ellas :P

Besos y ¡ánimos para ti también!

Antígona dijo...

Casilda, supongo que esas pequeñas muertes cotidianas siempre estarán ahí, y eso es algo que hay que asumir. También es gracias a ellas por lo que, una vez nos acometen, se renuevan nuestras ganas de vivir y el mundo aparece ante nuestros ojos como recién lavado, brillante y luminoso. Quizá si fuéramos dioses no nos pasarían estas cosas. Pero somos pobres mortales. Y estoy segura de que algo se pierden los dioses por no sufrir esas cotidianas ;)

Brindo contigo, ¡claro que sí!

Besos

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Ay, Gato, a mí personalmente no me mola tanto pero no voy a dejar de agradecerle esta escena que tantas emociones me provoca. Vi hace poco “No amarás” y pasó por mí sin pena ni gloria. Qué le vamos a hacer... Aunque reconozco que, pese a ello, mi curiosidad por lo que hace este hombre aún sigue viva.

Un beso

Antígona dijo...

Daniel, no he visto “Rush” ni tampoco “No matarás”. Pero como le decía a Gato, aun cuando no conecte del todo con lo que he visto de Kieslowski aún no se me han ido las ganas de ver más cosas de él. Así que buscaré ambas películas y las veré en algún momento. Tal vez mi opinión sobre él aún pueda cambiar. Quién sabe.

No he conocido a ningún suicida fracasado. Mikolaj es uno de ellos, sí, aunque de una forma un tanto especial. Porque Mikolaj podía haberle dicho a Karol que disparara por segunda vez. Y no lo hace. Es otra de las cosas que me gustan de esta escena. Cómo en el margen de tan pocos segundos algo despierta en él que le impulsa a desistir de la idea de quitarse la vida.

Bienvenido a esta casa y un saludo

huelladeperro dijo...

Creo más bien que lo que me pasó es que descubrí, leyendo el libro, que la grandeza del protagonista era también la mía misma. Resulta indiferente que se derrumbara o no en el primer interrogatorio, pues el libro mantiene la incógnita hasta el final, lo importante es que el lector, moi en l'occasion, se reconoce igualmente en quien se atemoriza ante la tortura y canta al primer pinchacito como en aquel que por una cuestión estrictamente de dignidad personal resiste una y otra vez los embates del terror y el dolor físico. Tan arquetípico es el héroe como el villano. Yo me ví en los dos; y el conocimiento, la comprensión de esa duplicidad y esa grandeza me curaron.

Le tengo especial cariño a Agustín García Calvo. Y no he leído nada de él. Si acaso alguna cita, o quizá fue un comentario, que hiciste en este bloj, y que me dejó con buen sabor de boca. Y, por supuesto, cuando me compré "trovadores, místicos y románticos" de Amancio Prada, al que conocía sólo por alguna canción de las que la radio ponía insistentemente, leí primero la presentación del CD, que lo describe cantando también "...dulces cosas ácratas de Agustin García Calvo" y bueno, cuando llegué a esas canciones, las últimas del disco, me enamoré...

La frase que citas de él me lo hace todavía más hermano.

c.e.t.i.n.a. dijo...

He tenido una iluminación:

-La delicadeza del cine chino. "La linterna roja" "Hero", "El camino a casa", "Adios a mi concubina", "La promesa"

-La ironía del cine de británico: "Trainspotting", "Lloviendo piedras", "Mi nombre es Joe", "The boxer", "La camioneta", "Oriente es Oriente",...

-La modernidad de "El club de la lucha", "Matrix", "Memento", "Snachs: Cerdos&diamantes", "Carretera perdida"

Con esta lista ya tienes para una buena temporada. Espero.

Antígona dijo...

Me gusta mucho más tu interpretación que la mía, Huelladeperro. Además de que, obviamente, la tuya es la más válida si atendemos a eso que una amiga mía llamada con supina pedantería “el privilegio epistemológico de la primera persona”. Seguro que tú me entiendes, aunque la pedantería te sea ajena ;)

Y nuevamente me ha dado qué pensar. Porque después de leerte no he podido más que concluir que posiblemente la alegría por sentirse vivo tiene mucho que ver con la lúcida aceptación de uno mismo, con la aceptación de esa duplicidad a la que apuntas y que nos lleva a reconocernos tanto en el héroe como en el villano. Que es imposible alegrarse por estar vivo si a uno le embarga el autodesprecio o la culpa. La alegría de vivir tiene que ir, necesariamente, más allá de toda valoración que no sea el hecho mismo de estar vivo. Y además, con todas sus consecuencias, en una suerte de afirmación nietzscheana de la vida. De lo contrario, la vida se vuelve negación de sí misma, y mera voluntad de mitigar el dolor.

Mi relación (lectora) con García Calvo se remonta a muchos años atrás y nunca ha dejado de interesarme lo que dice, aun cuando ahora ya no tenga tanto tiempo como antes para seguir las cosas que publica. Te recomendaría vivamente cualquier cosa de él y tiene tantas y de tantos géneros (poesía, cuentos, obras de teatro, traducciones, ensayos de lingüística, ensayos filosóficos, ensayos más políticos…) que no sabría ni por dónde empezar. En todos y cada uno de esos terrenos cuenta con mi más ferviente admiración. No te digo ya si los valoro todos juntos, pues pareciera que no hay terreno al que este hombre, que parece salido del renacimiento por su productividad intelectual, no tenga algo que aportar. Diría que su pensamiento, tanto en su forma literaria como ensayística, tiene por objetivo liberarnos del peso de la “realidad”, mostrándonos las contradicciones que nos atraviesan, haciéndonos recobrar lo que de vivo aún respira en nosotros por debajo del peso muerto de esa realidad constituyente que sólo trata de matarlo para convertirnos en súbditos del Dinero y el Estado. “Respirar por la herida”, que dice él, expresión que hago absolutamente mía. Y no sigo que me emociono. Así que no dudes en hacerte con cualquier libro que veas de él. Estoy convencida de que no te defraudará.

Aunque lo había visto muchas veces en conferencias y charlas, hace unos meses me lo encontré en Madrid cenando en un restaurante. Tenía unas ganas enormes de decirle algo pero no me atrevía. Cuando salía a fumar un cigarro coincidió que él también salió. Al final me acerqué a él y estaba tan nerviosa que no me salieron de la boca más que balbucientes estupideces. Pero él estuvo muy cariñoso y tengo un grato recuerdo de aquella noche.

¡Más besos!

Antígona dijo...

Joder, C.E.T.I.N.A., lo tuyo sí que ha sido una iluminación prolífica ;)

- Del cine chino sólo conozco, de las que citas, “El camino a casa”, una película que me emocionó y que sí, recuerdo que despertó mis ganas de vivir. Me apunto el resto.

- Del británico, he visto “Trainspotting”, “Lloviendo piedras”, “The bóxer”, y aunque todas ellas me parecen buenas películas, no son de las que despiertan en mí ese tipo de sensación. Pero me apunto igualmente el resto.

- De la “modernidad” me quedo con “Matrix” y “Memento”, si bien las dos son para mí del tipo “pelis que te hacen darle vueltas a la centrifugadora” :) “El club de la lucha” me decepcionó un tanto, debo reconocerlo, pese a que el planteamiento no está mal. Y sigo apuntando.

Con todo esto, sumado a las demás recomendaciones, más la larga lista de pelis que tengo pendientes por otros motivos, y teniendo en cuenta que no tengo tiempo para ver mucho cine, ¡tengo para unos cuantos años! Pero me encanta tener tantos deberes cinéfilos :)

¡Gracias mil por tus recomendaciones y más besos!

PD. A ver cuándo se soluciona el problema de los comentarios en tu blog. ¡Menuda putada!

Roberto dijo...

Compañera!!! casualidades de la vida, el otro día tuve blanco en mi mano, es la última de la trilogía que me queda por ver...azul y rojo son hermosísimas...nunca podré olvidar la belleza desesperada de Irene Jacob...

me encantó la escena