El doctor Lagarto me retó hace unos días en su blog a escribir un post sobre "La naranja mecánica". Pues bien, acepté el reto y éste es el resultado. Aunque me temo que esta vez he batido todos mis records en abusar de vuestra paciencia, espero que lo disfrutéis.
Quizá cabría afirmar que la lucidez a la hora de afrontar cualquier problema de cierto calado no sólo consiste en ser capaz de analizar y reconocer la complejidad que le es inherente. También estriba en permanecer fiel a dicha complejidad rehuyendo la tentación de aventurar soluciones tranquilizadoras que, lejos de hacerle justicia, únicamente contribuirían a traicionarla.
Tal es, a mi juicio, la lucidez de la que el genial Stanley Kubrick hace gala en "La naranja mecánica" al abordar una cuestión tan inquietante cómo difícil de resolver: la de la violencia institucional frente a la violencia individual. O, para plantearlo más concretamente, la de cómo protegernos frente a individuos violentos sin que los mecanismos institucionales de violencia represora, adoptados por el bien de la seguridad general, constituyan una amenaza para la esfera sagrada de las libertades individuales que igualmente deseamos ver protegida.
El protagonista de la película, Alex (Malcolm McDowell), es un joven inteligente y fanático admirador de la música de Beethoven cuya mayor diversión consiste en entregarse cada noche a lo que él y los miembros de su banda llaman sesiones de "ultraviolencia": peleas con otras bandas, apaleamientos de vagabundos, asaltos a domicilios para violar y torturar a sus habitantes... La violencia no es para Alex el medio utilizado para alcanzar cualquier otro objetivo. Es un fin en sí mismo del que disfruta sin culpa ni remordimiento. De ahí que el primer conflicto con los miembros de su banda surja cuando éstos, deseosos de obtener una rentabilidad económica de los crímenes que perpetran en sus salidas nocturnas, ponen en cuestión su liderazgo. La humillación, igualmente violenta, que Alex inflige a sus "drugos" para reafirmarse en su liderazgo le valdrá su consiguiente traición y su ingreso en prisión tras el asesinato de una mujer.
Con el fin de protegerse del degradado ambiente carcelario, Alex busca la cercanía del sacerdote de la prisión, aun cuando su presunta devoción religiosa no es más que una farsa al servicio de su mente perversa. Así lo muestran las satíricas escenas en las que le vemos entrar en un éxtasis casi místico al imaginarse protagonista de los episodios más violentos de la Biblia. Pero Alex no tardará en oír de la existencia de un nuevo tratamiento médico promovido por el gobierno, el tratamiento "Ludovico", que podría sacarlo de la cárcel. Según defiende su primer Ministro, este tratamiento dará por fin una solución definitiva al problema de la violencia y ahorrará a los ciudadanos los elevados costes de mantenimiento de las cárceles. Ávido por recuperar su libertad, Alex no vacilará en ingeniárselas para convertirse en el primer cobaya humano de este tratamiento experimental.
Durante dos semanas, vestido con una camisa de fuerza y con unos siniestros dispositivos aplicados sobre sus párpados que le impiden cerrar los ojos, Alex es obligado a contemplar hora tras hora escenas de violencia bajo los efectos de una droga que le produce una suerte de parálisis ligada a una potentísima sensación de angustia, descrita por los médicos como semejante a la que sentiría un moribundo. Siguiendo los principios del condicionamiento clásico utilizados por el conductismo, el tratamiento persigue imprimir en Alex una reacción de rechazo refleja, es decir, totalmente involuntaria e incontrolable, ante cualquier impulso violento que le acometa. Alex soporta dócilmente la tortura científica hasta que descubre que la banda sonora de una de esas películas violentas es la Novena Sinfonía del "divino divino Ludwig van" y protesta airado. Pero los médicos no se pliegan a sus gritos y súplicas. El "efecto secundario" indeseable del tratamiento, no poder volver a escuchar a Beethoven sin sentirse morir, será el precio que habrá de pagar por la curación de su inclinación hacia la violencia.
El éxito del tratamiento Ludovico es exhibido con ostentosa satisfacción por el primer Ministro ante las altas autoridades y la prensa. Sobre un escenario y al ritmo de una tonadilla juglaresca, Alex es humillado y golpeado por un individuo, que le fuerza finalmente a lamer la suela de su zapato. Los intentos de Alex por atacarlo son frenados por la inesperada sobrevenida de una intensa sensación de angustia. Cuando la posterior aparición de una mujer desnuda suscita en Alex el deseo de violarla salvajemente, la angustia lo inmoviliza de nuevo. El primer Ministro proclama con una enorme y propagandística sonrisa que el tratamiento Ludovico ha logrado matar en Alex el "reflejo" criminal. El público aplaude entusiasmado. Sólo el sacerdote de la cárcel protesta airadamente apelando al libre albedrío de Alex: lo que el tratamiento ha anulado es la capacidad de Alex para actuar en función de su libre voluntad de elegir entre el bien y el mal. Aunque Alex desee hacer el mal, ha sido condicionado para no poder llevarlo a cabo. El bien se le ha impuesto. Alex ha dejado de ser un criminal porque, sencillamente, ha dejado de ser un hombre libre. "Eso son sutilezas, los motivos éticos no nos atañen", replica el primer Ministro, nuevamente vitoreado por el público.
Esta brillante escena representará el punto inicial de un proceso por el cual la percepción que Kubrick ha ido forjando en el espectador en torno al personaje de Alex sufrirá un giro de 180 grados: el joven soberbio y moralmente repugnante acabará despertando nuestra compasión. Desterrado del hogar familiar por un inquilino que ha ocupado su lugar, Alex vaga por las calles abandonado a su suerte, donde un grupo de indigentes le propina una paliza sin que él, presa de la angustia, pueda defenderse. La llegada en principio salvadora de la policía esconde una desagradable sorpresa: los agentes son los miembros de su antigua banda, reinsertados en el sistema como componentes del aparato legítimo de la violencia institucionalizada. Sabedores de su desvalimiento, se resarcen de su pasada tiranía agrediéndolo brutalmente. Apenas consciente, Alex pide auxilio en una casa cercana que resulta ser la de una de sus víctimas, paralítico como consecuencia de la agresión padecida. La víctima, sin embargo, no sólo no lo reconoce, sino que forma parte de un movimiento de oposición al gobierno que, ante su llegada, planea utilizarlo para sus propios objetivos: convertido en una criatura indefensa, Alex servirá como ejemplo de la amenaza de totalitarismo que anida en la adopción de medidas represivas que atentan gravemente contra la integridad y la libertad de los individuos. Pero el reconocimiento por parte de la víctima no tarda en llegar y, alentado por su sed de venganza, el plan de actuación se extrema: inducir a Alex al suicidio aprovechándose de su condicionamiento accidental a la música de Beethoven, y elevarlo de paso a la condición de mártir involuntario de la causa liberal del movimiento opositor. Encerrado en una habitación, Alex se siente morir bajo el sonar atronador de la Novena Sinfonía y salta por la ventana con el propósito de poner fin a su vida.
La última secuencia de la película muestra a Alex recuperándose de sus aparatosas lesiones en un hospital. El test al que le somete una enfermera nos lleva a sospechar que, durante su estado de inconsciencia, ha sido sometido a un nuevo tratamiento destinado a revertir los efectos del tratamiento Ludovico. La sospecha se verá confirmada por la visita del primer Ministro, quien le informa del internamiento forzoso en un psiquiátrico de su antigua víctima -la que ha incitado su fallido suicidio-, le ofrece toda suerte de prebendas para que testimonie en favor del gobierno y le regala un gigantesco equipo de música en el que atronan los coros del último movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven. Alex ha pasado a ser un aliado del poder y es consciente de ello. Una sonrisa obscena se dibuja en su rostro mientras se imagina violando a una mujer sobre un paisaje nevado. Todo está en su sitio. Ha vuelto a ser el que era.
El final de la "Naranja Mecánica", no exento de ironía, no puede ser más descorazonador. Kubrick no ha ofrecido ninguna respuesta acerca de qué cabe hacer para protegerse de individuos violentos como Alex. Pero sí ha puesto abiertamente sobre la mesa los peligros inherentes a un poder político que, al aplicar la violencia institucional que le es concedida con el fin de combatirlos, se cree legitimada a prescindir del supuesto ético de la libertad individual.
Tal vez la conclusión que podría extraerse de todo ello es que gozar de nuestra libertad implica riesgos. Riesgos serios. Porque individuos como Alex siguen vagando por las calles y amenazando nuestra seguridad. Pero riesgos que hay que asumir si se considera que una vida tranquila y segura no vale el precio que costaría ver en peligro el derecho irrenunciable de hacer uso de nuestra propia libertad individual.
Quizá cabría afirmar que la lucidez a la hora de afrontar cualquier problema de cierto calado no sólo consiste en ser capaz de analizar y reconocer la complejidad que le es inherente. También estriba en permanecer fiel a dicha complejidad rehuyendo la tentación de aventurar soluciones tranquilizadoras que, lejos de hacerle justicia, únicamente contribuirían a traicionarla.
Tal es, a mi juicio, la lucidez de la que el genial Stanley Kubrick hace gala en "La naranja mecánica" al abordar una cuestión tan inquietante cómo difícil de resolver: la de la violencia institucional frente a la violencia individual. O, para plantearlo más concretamente, la de cómo protegernos frente a individuos violentos sin que los mecanismos institucionales de violencia represora, adoptados por el bien de la seguridad general, constituyan una amenaza para la esfera sagrada de las libertades individuales que igualmente deseamos ver protegida.
El protagonista de la película, Alex (Malcolm McDowell), es un joven inteligente y fanático admirador de la música de Beethoven cuya mayor diversión consiste en entregarse cada noche a lo que él y los miembros de su banda llaman sesiones de "ultraviolencia": peleas con otras bandas, apaleamientos de vagabundos, asaltos a domicilios para violar y torturar a sus habitantes... La violencia no es para Alex el medio utilizado para alcanzar cualquier otro objetivo. Es un fin en sí mismo del que disfruta sin culpa ni remordimiento. De ahí que el primer conflicto con los miembros de su banda surja cuando éstos, deseosos de obtener una rentabilidad económica de los crímenes que perpetran en sus salidas nocturnas, ponen en cuestión su liderazgo. La humillación, igualmente violenta, que Alex inflige a sus "drugos" para reafirmarse en su liderazgo le valdrá su consiguiente traición y su ingreso en prisión tras el asesinato de una mujer.
Con el fin de protegerse del degradado ambiente carcelario, Alex busca la cercanía del sacerdote de la prisión, aun cuando su presunta devoción religiosa no es más que una farsa al servicio de su mente perversa. Así lo muestran las satíricas escenas en las que le vemos entrar en un éxtasis casi místico al imaginarse protagonista de los episodios más violentos de la Biblia. Pero Alex no tardará en oír de la existencia de un nuevo tratamiento médico promovido por el gobierno, el tratamiento "Ludovico", que podría sacarlo de la cárcel. Según defiende su primer Ministro, este tratamiento dará por fin una solución definitiva al problema de la violencia y ahorrará a los ciudadanos los elevados costes de mantenimiento de las cárceles. Ávido por recuperar su libertad, Alex no vacilará en ingeniárselas para convertirse en el primer cobaya humano de este tratamiento experimental.
Durante dos semanas, vestido con una camisa de fuerza y con unos siniestros dispositivos aplicados sobre sus párpados que le impiden cerrar los ojos, Alex es obligado a contemplar hora tras hora escenas de violencia bajo los efectos de una droga que le produce una suerte de parálisis ligada a una potentísima sensación de angustia, descrita por los médicos como semejante a la que sentiría un moribundo. Siguiendo los principios del condicionamiento clásico utilizados por el conductismo, el tratamiento persigue imprimir en Alex una reacción de rechazo refleja, es decir, totalmente involuntaria e incontrolable, ante cualquier impulso violento que le acometa. Alex soporta dócilmente la tortura científica hasta que descubre que la banda sonora de una de esas películas violentas es la Novena Sinfonía del "divino divino Ludwig van" y protesta airado. Pero los médicos no se pliegan a sus gritos y súplicas. El "efecto secundario" indeseable del tratamiento, no poder volver a escuchar a Beethoven sin sentirse morir, será el precio que habrá de pagar por la curación de su inclinación hacia la violencia.
El éxito del tratamiento Ludovico es exhibido con ostentosa satisfacción por el primer Ministro ante las altas autoridades y la prensa. Sobre un escenario y al ritmo de una tonadilla juglaresca, Alex es humillado y golpeado por un individuo, que le fuerza finalmente a lamer la suela de su zapato. Los intentos de Alex por atacarlo son frenados por la inesperada sobrevenida de una intensa sensación de angustia. Cuando la posterior aparición de una mujer desnuda suscita en Alex el deseo de violarla salvajemente, la angustia lo inmoviliza de nuevo. El primer Ministro proclama con una enorme y propagandística sonrisa que el tratamiento Ludovico ha logrado matar en Alex el "reflejo" criminal. El público aplaude entusiasmado. Sólo el sacerdote de la cárcel protesta airadamente apelando al libre albedrío de Alex: lo que el tratamiento ha anulado es la capacidad de Alex para actuar en función de su libre voluntad de elegir entre el bien y el mal. Aunque Alex desee hacer el mal, ha sido condicionado para no poder llevarlo a cabo. El bien se le ha impuesto. Alex ha dejado de ser un criminal porque, sencillamente, ha dejado de ser un hombre libre. "Eso son sutilezas, los motivos éticos no nos atañen", replica el primer Ministro, nuevamente vitoreado por el público.
Esta brillante escena representará el punto inicial de un proceso por el cual la percepción que Kubrick ha ido forjando en el espectador en torno al personaje de Alex sufrirá un giro de 180 grados: el joven soberbio y moralmente repugnante acabará despertando nuestra compasión. Desterrado del hogar familiar por un inquilino que ha ocupado su lugar, Alex vaga por las calles abandonado a su suerte, donde un grupo de indigentes le propina una paliza sin que él, presa de la angustia, pueda defenderse. La llegada en principio salvadora de la policía esconde una desagradable sorpresa: los agentes son los miembros de su antigua banda, reinsertados en el sistema como componentes del aparato legítimo de la violencia institucionalizada. Sabedores de su desvalimiento, se resarcen de su pasada tiranía agrediéndolo brutalmente. Apenas consciente, Alex pide auxilio en una casa cercana que resulta ser la de una de sus víctimas, paralítico como consecuencia de la agresión padecida. La víctima, sin embargo, no sólo no lo reconoce, sino que forma parte de un movimiento de oposición al gobierno que, ante su llegada, planea utilizarlo para sus propios objetivos: convertido en una criatura indefensa, Alex servirá como ejemplo de la amenaza de totalitarismo que anida en la adopción de medidas represivas que atentan gravemente contra la integridad y la libertad de los individuos. Pero el reconocimiento por parte de la víctima no tarda en llegar y, alentado por su sed de venganza, el plan de actuación se extrema: inducir a Alex al suicidio aprovechándose de su condicionamiento accidental a la música de Beethoven, y elevarlo de paso a la condición de mártir involuntario de la causa liberal del movimiento opositor. Encerrado en una habitación, Alex se siente morir bajo el sonar atronador de la Novena Sinfonía y salta por la ventana con el propósito de poner fin a su vida.
La última secuencia de la película muestra a Alex recuperándose de sus aparatosas lesiones en un hospital. El test al que le somete una enfermera nos lleva a sospechar que, durante su estado de inconsciencia, ha sido sometido a un nuevo tratamiento destinado a revertir los efectos del tratamiento Ludovico. La sospecha se verá confirmada por la visita del primer Ministro, quien le informa del internamiento forzoso en un psiquiátrico de su antigua víctima -la que ha incitado su fallido suicidio-, le ofrece toda suerte de prebendas para que testimonie en favor del gobierno y le regala un gigantesco equipo de música en el que atronan los coros del último movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven. Alex ha pasado a ser un aliado del poder y es consciente de ello. Una sonrisa obscena se dibuja en su rostro mientras se imagina violando a una mujer sobre un paisaje nevado. Todo está en su sitio. Ha vuelto a ser el que era.
El final de la "Naranja Mecánica", no exento de ironía, no puede ser más descorazonador. Kubrick no ha ofrecido ninguna respuesta acerca de qué cabe hacer para protegerse de individuos violentos como Alex. Pero sí ha puesto abiertamente sobre la mesa los peligros inherentes a un poder político que, al aplicar la violencia institucional que le es concedida con el fin de combatirlos, se cree legitimada a prescindir del supuesto ético de la libertad individual.
Tal vez la conclusión que podría extraerse de todo ello es que gozar de nuestra libertad implica riesgos. Riesgos serios. Porque individuos como Alex siguen vagando por las calles y amenazando nuestra seguridad. Pero riesgos que hay que asumir si se considera que una vida tranquila y segura no vale el precio que costaría ver en peligro el derecho irrenunciable de hacer uso de nuestra propia libertad individual.
39 comentarios:
Hola:
Lo importante no es la extensión de las entradas, sino la calidad. Solo he leído las dos últimas, pero apuesto a que aquella caracteriza a todo el blog.
Individuo y Estado, violencia individual y represión estatal; ahí es nada... Se han escrito cientos de libros sobre el tema... y así andamos. Estoy contigo: uno de los aciertos de Kubrick en la adaptación es prescindir del "final feliz" de Burgess. Si este tenía la solución, debía haberla propuesto y no -error fatal en los escritores- apelar al moralismo.
Espero que la entrada genere un interesante debate. Querida Antígona, los temas que usted elige -quizá por linaje- sin duda lo propician.
Un beso de madrugada sabática.
Estoy contigo en tus últimas frases. Ser libre implica riesgos. De otra manera, negar que somos violentos tanto como pacíficos, a modo de resumen de la dualidad que normalmente nos acompaña en nuestra caracterización como humanos no deja de ser un gesto pueril al negar la evidencia o un gesto perverso al intentar manipularla.
Me viene a la memoria una película de ciencia ficción que vi hace mucho tiempo, en el que el hombre había eliminado cualquier carácter nocivo que pudiera albergar pero a cambio habían nacido una especie de monstruos que concentraban toda la malignidad eliminada. Una división sencilla, también dual, también irreal.
Ni se me ocurriría confiar en el estado como agente represor para mi confort y seguridad.
El poder es un peligro en sí mismo.
Por otra parte, la seguridad no es más que una ficción.
En cuanto a tu entrada, querida Antígona, impecable, como siempre.
Besos :)))
Hola, Loverfriend.
Lo cierto es que en este medio sí me parece importante que la extensión de las entradas no sea excesiva. Pero ya ves, por importante que me parezca, también pienso que no es posible hablar sobre ciertos temas sin un margen de extensión. Así que prefiero arriesgarme a ser poco leída antes que dejar de hablar sobre algunos temas del modo en que considero que es mejor hacerlo. En cuanto a la calidad, bueno, tú mismo puedes juzgarla.
El tema de las relaciones individuo y Estado es infinito, sí. El título del post simplemente quería destacar lo que a mi entender es la idea central de la película de Kubrick: mostrar en su oposición la violencia individual y la violencia estatal, la primera mucho más aparente y fácil de detectar, la segunda más larvada y compleja, y escarbar principalmente en los peligros de esta última, menos visibles por estar siempre disimulados bajo la causa del bien común, más tolerados desde la asunción irreflexiva de que el fin justifica los medios. El planteamiento de Kubrick me parece impecable precisamente por ese final inquietante pero tan honesto. El problema sigue abierto. Hay que seguir pensando sobre él.
Que el debate sea interesante dependerá de mis comentaristas. Y estoy segura de que lo será, porque la gente que se pasa por aquí a comentar siempre hace aportaciones valiosas, tanto si está de acuerdo con lo que propongo como si discrepa. Si miras un poco más abajo verás que hay otro post titulado “Violencia” sobre este mismo tema, pero enfocado desde una perspectiva totalmente distinta. El debate que sobre él se generó es de lo más intensos y también fructíferos que han tenido lugar en esta casa.
Un beso a punto de la siesta.
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Así es, querida Mityu, y soy de las que piensan que hay que asumir esos riesgos porque el precio de no querer asumirlos siempre es demasiado alto. Vender libertad por seguridad es un intercambio en el que, en mi opinión, siempre salimos perdiendo, y no sólo por el hecho en sí sino por los múltiples efectos colaterales indeseables que trae consigo. Hay fronteras en relación a la libertad de los individuos que hay que cuidar y defender celosamente, aunque eso vaya en menoscabo de nuestra seguridad. Porque una vez traspasadas, se habrá abierto la veda para seguir avanzando en esa dirección y entonces nos veremos privados de lo más valioso que tenemos.
No es mala la idea de esa película, no. En nosotros se alberga tanto el bien como el mal en una unidad indisoluble. Es la voluntad la que después media para que uno u otro polo salga a la luz. Una voluntad que no es domeñable más que a fuerza de anular nuestra libertad. Lo dice muy claramente el sacerdote en la película.
En cuanto al Estado, bueno, a él le hemos concedido el monopolio de la violencia precisamente por nuestra seguridad. Pero, como decía antes, los límites de ese monopolio, sus condiciones de legitimidad, tienen que estar nítidamente definidos y ser recordados y defendidos siempre que tiendan a desdibujarse. Justamente por lo que dices: porque el poder es en sí mismo un peligro y sobre él deben de actuar toda suerte de mecanismos de control. Un control que en buena medida depende de nosotros, de lo que estemos dispuestos a admitir como tolerable.
La seguridad es una ficción, por supuesto. Ninguna seguridad está garantizada. Pero diría, por una parte, que es una ficción útil siempre y cuando no se vuelva contra los individuos sobre los que pretende aplicarse. Y por otra, que siempre hay condiciones de más o menos seguridad y las de más son en principio deseables bajo el mismo supuesto.
Tu comentario sí que es impecable, maja. Como siempre :)
¡Un beso grande y enfático! ;)
Admiro su capacidad de análisis, doctora Antígona. Muchas gracias por este post.
El tema de la libertad frente a la seguridad es una bomba política hoy en día, sobre la que se están construyendo perversos intereses. El análisis que usted hace sobre este tema es muy lúcido y la pregunta sigue igual de abierta, sin duda.
Otra cosa es el tema de la violencia del Estado frente a la individual. Porque es que es ésa la esencia del Contrato Social. El Estado necesita ser centralizado y temible para poder amenazarnos a todos y, así, que nadie se salga de la norma de convivencia. En esta hobbesiana línea, quizás la amenaza de ese poder del Estado sea lo único que nos aleja de despedazarnos los unos a los otros. Y, para mantener la credibilidad de la amenaza, el Estado que soltar algunas hostias reales de vez en cuando y mostrar que su violencia es más cruel y contundente que la violencia individual.
Un detalle muy interesante de la película de Kubrick es que los drugos acaban metiéndose a policías, que, al fin y al cabo, precisan de las mismas “virtudes”. Luego lo malo para la sociedad no es la violencia, sino para quién se ejercita la violencia.
Y tampoco me parece anecdótico que Alex vea en la Biblia, la esencia del Orden de Bondad de nuestra cultura occidental, una sublimación perfecta de todos sus instintos violentos. Por que es obvio, para cualquiera que lea la Biblia, que los fundamentos de nuestra cultura occidental son en extremo violentos y crueles.
... En este sentido, me están dando ganas de ponerle más deberes a usted, doctora Antígona, y pedirle que nos hable de la famosa novela de Wiliam Golding, El señor de las moscas :P Pero no abusaré de su paciencia; me gusta demasiado su estilo libre.
Besos!
Antígona, hace un rato no más estaba intentando darle forma a un texto sobre la libertad. Aún no lo terminé de redondear, y desde ya aviso que no es, ni de lejos, tan excelente como este tuyo.
La violencia se puede eliminar (o calmar por un rato) con una violencia mayor. ¿Pero acaso algo se soluciona, o simplemente se cambia de víctima? Este tema me angustia, porque soy pacificadora, y pacificadora sin violencia.
No es por joder, que conste... pero es que tal como ocurriese en otro de sus posts de no hace mucho, me parece que ustedes no tienen sentido del término medio.
Que el estado reprima a un individuo indeseable como Alex no significa que tenga que hacerlo de esta forma que refleja la película, basta con que aplique bien la ley, que como ya he dicho otras veces (y sé que me hago pesado) no es más que aplicar el sentido común.
Y si a ustedes su sentido común les dice que tenemos que asumir el riesgo de dejar vagando por las calles a tipos como ése porque no tenemos derecho a impedirle que haga uso de su libertad individual, es que yo no entiendo nada.
En la vida real, ésta en la que nos movemos todos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, y no en la que soñamos ni vemos en el cine, cuando un tipo que le pega a la gente, les roba, les viola y les mata porque sí, porque le da la gana, hay que cogerlo, juzgarlo y meterlo en la cárcel, simplemente... no hay que hacerle las cosas que les hacía el estado que sale en esta peli... ese estado no existe, y por supuesto no nos gusta a nadie. ¿No les parece que parten de una premisa muy endeble para llegar a conclusiones como la del final del post?. Que gocemos de nuestra libertad no implica que el estado tenga que ser un golfo... y yo, por lo menos, mientras con mis impuestos le paguen a policías y jueces que se limiten a hacer cumplir la ley sin extremismos ni salidas de tono, no estoy dispuesto a asumir riesgos como la existencia de Alex y los Drugos. ¿De donde saca usted que una vida tranquila y segura no vale el precio que costaría ver en peligro el derecho irrenunciable de hacer uso de nuestra propia libertad individual. No estamos hablando de "nuestra" libertad, sino de la de los delincuentes que atentan contra "ella". ¿Quiere usted decir que hay que darles también a ellos el derecho irrenunciable a que hagan uso de su libertad de hacernos daño...? ¿En serio está usted diciendo eso...?
Antígona, a propósito del Estado y el individuo,te dejé una pregunta en el aire en tu anterior entrada "Robo II:Tragar" y es que esta dialéctica Estado versus libertad del individuo tiene muchos entresijos y desde luego,no siempre es fácil encontrar el punto de equilibrio...
Un abrazo!
Por otro lado,el debate que se suscita aquí sobre la violencia a través de "la Naranja Mecánica" es más que interesante,el Estado en mi opinión juega con el miedo colectivo a fin de manipular al individuo,eso históricamente,y la violencia es utilizada tanto por el individuo como por el Estado,la diferencia es que a veces la del Estado queda impune porque es lícita y se ejerce dentro del marco de la legalidad, tal cual los Estados que mantienen la pena de muerte o por ejemplo,los casos de policia corrupta pendientes de ser aireados aquí o al otro lado de charco,el individu@ está sol@ ante sus actos y desde luego frente a sus instintos más primarios, a él/ella después le compete,nos compete, asumir las consecuencias de cada paso.
Otro abrazo!
Pues no podemos debatir :) Coincido contigo en el planteamiento del problema, en tu conclusión. Solo puedo decir que quizá hemos arriesgado poco al no concretar el modelo, con sus pros y sus contras, de nuestra opción, como digo, en principio coincidente (debo añadir además que puedo identificarme muy bien con el protagonista de tu anterior entrada). Otra vez será :)
Besos.
Primero se crea el miedo, luego se venden todas los sistemas de protección posibles. El miedo es un instrumento del poder, la violencia su arma más poderosa. Sin violencia -entre otros artilugios, sí- no existiría poder. Es un tema bien largo.
Para mí Kubrick, maestro imprescindible.
Gracias a usted por sus palabras, doctor Lagarto, y por brindarme a través de su reto la posibilidad de hablar sobre una película por la que siento auténtica debilidad.
Así es, doctor Lagarto, y ya lo vimos aquí hace un tiempo con ocasión del análisis de otra película, “Bowling for Columbine”, que probablemente recuerde. No hay procedimiento más eficaz para motivar a la gente a que renuncie a algunas de sus libertades y derechos individuales –como, por ejemplo, en Estados Unidos, el derecho a la privacidad de las conversaciones telefónicas tras el 11-S- que inyectarle miedo y hacerle creer que su seguridad está en juego si no acepta tal renuncia. Hablábamos allí y hace poco se lo comentaba a Loverfriend de la pirámide de Maslow y del lugar tan relevante que en ella se concede a la cuestión de la seguridad. El juego es, además de eficaz, perverso, por supuesto.
En cuanto al tema de la violencia estatal, lo ha formulado usted muy claramente: ésa es la base del Contrato Social. Le cedemos al Estado el monopolio de la violencia desde el supuesto de que sólo así será viable el deseado estado de paz frente al estado de guerra. Es evidente que la visión hobbesiana de la naturaleza humana ha triunfado. Hemos admitido que la única forma de que ciertos derechos sean universalmente garantizados es que exista un poder manifiestamente superior a cada individuo legitimado a ejercer la violencia. En ese ejercicio se encontraría la posibilidad de la garantía. Y a quien no lo admita se le atemorizará con la idea de que la ausencia de ese Estado Todopoderoso degenerará invariablemente en un caos generalizado e inhabitable. Bueno, no es mi intención entrar ahora en este debate ni traer aquí a colación lo que el pensamiento anarquista tendría que decir al respecto. Pero insisto en lo que le decía Mityu: aceptar que el Estado tenga el monopolio de la violencia no es idéntico a aceptar que tal violencia deba ser ilimitada. Por eso, por ejemplo, ya no hay pena de muerte en este país.
Ese detalle de los drugos metidos a policías me parece muy significativo. Para mí es clara la crítica que se destila de él por parte de Kubrick a los peligros que entraña la violencia represiva institucionalizada, mucho más graves, precisamente por su institucionalización, que los que comporta la violencia individual.
Respecto a la Biblia, ay, es que este Kubrick no deja títere con cabeza en la película, y también es obvia su crítica a la religión, pese a que luego ponga en boca del sacerdote una reflexión moral de todo punto válida. No hay poder que no lo haya sido gracias a la violencia. La religión, empezando por la figura misma del dios cristiano del Antiguo Testamento que ha fundado, siempre ha sido perfectamente consciente de ello. No de otro modo podría haberse constituido como esfera de poder.
Me permitirá usted, doctor Lagarto, que esta vez no le acepte los deberes y lance a la pelota a su propio tejado. Un libro magnífico el de Golding y que daría para mucho debate, sin duda. Pero, por un lado, en este blog aún no se ha abierto una sección de “peticiones”, usted ya me entiende. Y por otro, estoy convencida de que sus reflexiones al respecto serían mucho más interesantes que las mías :P
¡Un beso!
Arcángel, no te precipites en la valoración. Cada cual tiene su estilo y no me cabe la menor duda de que tu texto sobre la libertad será excelente. Como todo lo que haces.
Me parece muy interesante lo que dices. Yo, personalmente, no creo que la violencia se solucione con más violencia. Antes bien al contrario. Como decía Gandhi, “la vieja Ley del Talión nos dejará ciegos a todos”. Supongo que es un razonamiento que, por fortuna, cada vez se impone más en determinadas sociedades, que tienden a ser menos agresivas en sus mecanismos represivos en comparación con los del pasado. Otra cuestión es, como leo de la película de Kubrick, que no haya que seguir siempre atento a los posibles abusos de esos mecanismos represores. Más cuando llegan de la mano de una alianza entre la ciencia y la política que puede tener efectos extremadamente dañinos, contando con el prestigio de la ciencia como reducto de la Verdad.
¡Un beso!
Jajaja, perdona que me ría, Carrascus, pero es que ya sabía yo que ibas a saltar. Pero no, esta vez no quiero malentendidos, porque, según te leo, veo que estamos básicamente de acuerdo en todo.
Dices: “Que el estado reprima a un individuo indeseable como Alex no significa que tenga que hacerlo de esta forma que refleja la película”. Por supuesto. Kubrick está criticando el que la represión pueda, bajo ciertos supuestos políticos apoyados en la ciencia, extralimitarse en sus procedimientos. No que no deban existir.
Por otro lado, y perdona que enfatice, NO estoy diciendo en absoluto que la libertad de individuos como Alex no deba ser coartada. Lo único que estoy diciendo, de la mano de Kubrick, o de lo que yo entiendo que plantea, es que no todo procedimiento represivo es admisible, por legítimos que sean sus fines. De la misma manera que aquí ya no consideramos admisible la pena de muerte. Porque la admisión de ciertos procedimientos represivos, la concesión al Estado del poder de atentar contra los derechos elementales de sus individuos bajo ciertos supuestos, nos pone en peligro a todos.
El Estado que Kubrick plantea no existe, claro que no. Es una utopía negativa. Pero, como todas ellas, su valor estriba en alertar, en advertir. Y creo que la advertencia que propone Kubrick es clara y perfectamente válida: ni la política ni la ciencia pueden pisotear y pasar por encima del terreno de la ética. Simplemente, porque, como acabo de decir, cuando la reflexión ética se deja de lado, no son sólo los delincuentes, sino todos, los que nos vemos amenazados tanto en nuestra libertad como, paradójicamente, en nuestra seguridad.
El problema del procedimiento Ludovico es que cancela la libertad de Alex de un modo muy distinto a lo que sucede cuando se mete a un delincuente en la cárcel: la anula de forma irreversible. Como irreversible es la pena de muerte y de ahí que la mayoría de los países occidentales la hayan abolido.
En este sentido, creo que en el marco de la película defender la libertad individual general, es decir, la de todos, pasa necesariamente por defender la libertad de Alex, por repugnante que este individuo nos parezca, y rechazar frontalmente un procedimiento como el método Ludovico. Porque aun cuando el poder político de turno venda la idea de que, con un procedimiento así, los no delincuentes van a sentirse más seguros, resulta que sucede todo lo contrario: según cuenta el primer Ministro en la escena final, el miembro del movimiento de oposición que ha contribuido a la inducción al suicidio de Alex ha sido forzosamente internado en un psiquiátrico. Tal vez, si la película prosiguiera, los próximos en experimentar las “bondades” del método Ludovico iban a ser los opositores ideológicos al régimen establecido. Quién sabe quién vendría después.
Todo es una cuestión de límites, Carrascus. Lo idea central del post es que la potestad estatal de ejercer la violencia tiene que tener sus límites. No de otra manera podemos defendernos de los posibles abusos de poder.
Así que, a tu última pregunta: “¿Quiere usted decir que hay que darles también a ellos el derecho irrenunciable a que hagan uso de su libertad de hacernos daño...?”, sólo puedo responder: rotundamente NO. Pero no estaría de acuerdo con que, para evitar ese daño, se les anulara su libertad de manera irreversible. Como no estaría de acuerdo con que se los matara. Porque esa libertad, o esa vida, llegado el caso, también podrían ser las mías.
¡Un beso!
Troyana, tienes razón, se me había olvidado tu comentario del post anterior. Te respondo aquí. De la misma manera que tampoco hoy en día se permite a ningún trabajador trabajar más de X horas a la semana, no veo por qué la reducción de la jornada laboral no tendría que implicar igualmente la correspondiente reducción de esas X horas que le es permitido trabajar. Es una cuestión de proporciones, sencillamente. Y si lo que me preguntas es si estoy de acuerdo con que el Estado Benefactor atente contra la libertad de los individuos de decidir voluntariamente cuántas horas deben trabajar, te diré que sí. Porque pienso que no hacerlo representa un atentado mucho mayor contra la libertad de los individuos frente al poder económico. Que ya sabemos cómo funciona el mercado laboral, Troyana :P
Respecto a tu comentario a este post, me alegra que saques el tema de la pena de muerte, que ya he mencionado varias veces en anteriores respuestas. Sin duda el Estado juega con el miedo colectivo. Pero esa es la base del Contrato Social, como planteaba NoSurrender. Podemos decidir no ponerla en cuestión. Vale. Pero entonces, como bien dices, hay que establecer toda una serie de mecanismos de control para impedir que el Estado quede impune si hace un uso indebido de la violencia cuyo monopolio le otorgamos. Es decir, darle el monopolio de la violencia al Estado requiere igualmente ser conscientes de que se trata de un arma que puede volverse contra nosotros, y aplicar todas las medidas oportunas que se consideren necesarias para minimizar sus efectos perversos. Entre ellas, como ya he venido insistiendo a lo largo de las respuestas anteriores, tener meridianamente claro dónde se encuentran las fronteras de lo que queremos aceptar como violencia legítima y violencia ilegítima y no ceder ni un milímetro bajo ningún pretexto. Lo que está sucediendo en Estados Unidos después del 11-S debería servirnos de ejemplo para constatar hasta qué punto el miedo nos vuelve vulnerables frente al sistema que presuntamente trata de librarnos de él.
¡Un beso y un abrazo!
Oye, Loverfriend, que tampoco se trata de discutir por discutir ni de llevarse la contraria por pura diversión. Aunque a veces la diversión lo justifique todo :)
No, en serio, los post no están escritos en principio para generar ningún debate. Me gusta pensar sobre ciertos temas, de forma más teórica o literaria, pero aún me gusta más que la gente que se pasa por aquí aporte su propia perspectiva y contribuya a enriquecer el tema planteado, tanto desde el acuerdo como desde el desacuerdo. Los post son visiones limitadas de un tema a los que siempre hay mucho que añadir.
En cuanto a tu identificación con el protagonista de mi anterior entrada, vaya, en parte lo siento y en parte me alegra. Espero que te unas a la causa cuando me decida a montar una organización revolucionaria anticapitalista para reclamar una drástica reducción de la jornada laboral. Eso sí, cuenta con el empleo de métodos terroristas ;)
¡Un beso!
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Pues sí, Pilar, totalmente de acuerdo con la ecuación que planteas. Es el miedo el que justifica la existencia de un poder que nos libre de los males a los que tememos. Sean éstos reales o ficticios. En el mundo de hoy, los ficticios proliferan en cada esquina. Una población atemorizada siempre es más manipulable y controlable, y el poder no duda en utilizar este mecanismo de control.
Kubrick es sencillamente un genio. Tanto por su profundidad como por su honestidad intelectual.
Gracias por tu comentario y bienvenida a esta casa.
¡Un beso!
Vale... entonces esta vez estamos de acuerdo en todo. Le he adjudicado a usted un pensamiento que en realidad solo es de Kubrick. No siendo así no tenemos nada que discutir.
Es más, llegado el caso de que el Estado se extralimitase en sus atribuciones y no solo le anulase al delincuente su libertad para hacernos daño a los demás, sino su libertad total de optar por otras cosas, aunque encerrado a buen recaudo, en ese caso el estado se convertiría también en delincuente y también habría que aplicarle a él la ley...
Pues eso... que ojalá nunca padezcamos lo que pinta Kubrick, del mismo modo que no estamos tampoco padeciendo lo que pintaba Orwell.
Besos conciliados, amiga mágica.
Uff, amigo Carrascus, menos mal que esta vez nos hemos entendido a la primera, porque la verdad es que no me sentía con fuerzas para iniciar de nuevo un debate tan intenso como el que tuvimos con ocasión de aquel otro post sobre la violencia :)
Sin embargo, en lo que no estoy de acuerdo es en que hagas una distinción entre lo que piensa Kubrick y lo que pienso yo. Quiero decir, que, al menos tal y como yo entiendo la película, Kubrick no hace otra cosa que mostrar de qué manera, y por utilizar tus propias palabras, el Estado puede convertirse en un delincuente. Lo hace exagerando, sí. Creando un marco ficticio. Pero un marco que sirve para reflexionar sobre los mecanismos por los cuales el Estado podría llegar a ser ese delincuente indeseable y que bien podrían ser los de nuestra propia realidad. Por eso introducía en otras respuestas el tema de las medidas de seguridad aplicadas en Estados Unidos tras el 11-S. Nada comparable con el método Ludovico, claro. Pero sí un atropello al derecho a la privacidad que allí se ha tolerado por el estado de pánico creado tras los atentados a las Torres Gemelas.
Por eso creo que el que nunca lleguemos a padecer un Estado así depende, como decía antes, en buena medida de nosotros.
¡Otro beso!
Ufff vi esta película siendo muy joven y nunca más he vuelto a verla. Una vez grabado el mensaje decidí no sufrir más con ella, qué mal rato pasé!! Debo ser muy impresionable... jeje.
Y puesto que ya habeis debatido el problema crucial que planteaba en su guión, y estoy de acuerdo con todo lo expuesto, se me ocurre que un coletazo secundario sería destacar lo que el final implica: no sirve de nada el método represor, la violencia no se contrarresta con violencia y a la postre sólo sirve para recortar libertades y ejercer el poder desmedido del Estado. Algo parecido a lo que vemos en nuestros días y nuestro mundo, este sí, no el llevado al extremo de Kubrick. Me refiero a lo ocurrido tras el 11 S (ya mencionado por ti): la jsutificación del terrorismo de Estado para evitar el terrorismo. Que otra cosa es la existencia de Guantánamo? O la justificación de la tortura (cómo lo llaman ahora? métodos convincentes?) y sus vetos en la ONU para eliminarla por parte de USA? O los listados de "presuntos delincuentes" que quiere elaborar Sarkozy en Francia? Las escuchas telefónicas? No deja de ser lo mismo: el miedo provocado en la sociedad para luego con él, poder justificar el sinsentido democrático en los recortes de libertad. Si ellos son malos, nosotros lo seremos más... una espiral que no funciona pero que electoralmente vende, no hay nada más sencillo que manejar pulsiones primitivas para tener un montón de energúmenos a tu favor. Basta con encontrar al enemigo que más miedo dé, el hombre del saco apropiado.
No sé si me he ido del tema pero en cualquier caso se encuentra en los aledaños, no? jajajaja.
Besote, Antígona!!
A mí la libertad me parece un valor fundamental, por no decir El Valor Fundamental. A casi todos los estados la libertad del individuo les asusta, porque un individuo solo no supone una amenaza, pero miles de individuos unidos en una misma empresa tal vez sí.
Cuando una dictadura se instaura en un país, las primeras cabezas que ruedan son las de los oponentes políticos y, a continuación, las de los artistas, esos seres librepensantes que jamás se doblegarán, que preferirán la muerte a transformar sus obras en panfletos, que no serán capaces de respirar con una mordaza.
Disculpa si me he desviado mucho del tema que planteas en tu post.
Besos orgiásticos
La libertad es complicada. La línea que separa la nuestra de la de los demás a veces se difumina... Hay que estar muy pendiente para no traspasarla... Y eso, ya de por si, coarta mi posibilidad de ser completamente libre.
El Estado, desde siempre, ha intentado que el individuo se mantenga dentro de los límites socialmente correctos. Uno sólo es más difícil de manejar... El rebaño obedece bien.
Y como dije en el post del Lagarto, la cabra siempre tira al monte...
Un beso Antígona (K) >>> (es un beso de los de msn ;)
Hola Antígona, ante todo te pido disculpas por la libertad que me he tomado de entrar en tu casa y sumarme al interesante debate que planteas.
Me ha gustado leer vuestras opiniones, aunque asumo con convicción, ser el salmón que va a nadar por aquí, contra corriente.
Entiendo que no hablais de una nacionalidad concreta del Estado al que haceis alusión, supongo, es genérico. Se ha nombrado a Estados Unidos, cómo ejemplo de privacidad de libertad, tras el 11-S : control de conversaciones telefónicas y en aeropuertos, etc. .
¿De verdad no os parece suficiente justificación para éstas medidas, la continua y real amenaza terrorista que sufren-sufrimos, dispuesta a volver a estallar en cualquier momento?. De no existir tales medidas de seguridad, y en caso de un hipotético nuevo atentado, estoy segura serían igualmente criticados, ésta vez por no disponer de tales medidas, en fin.
Algunos hablais de preferir asumir riesgos frente a la pérdida de libertad. Yo, personalmente, prefiero renunciar a ésa parte de libertad de la que hablais, ya que no deseo asumirlos, y creo firmemente, ésa renuncia merecerá la pena para evitarme otros riesgos mayores.
Quede claro así mismo, y cómo también se ha nombrado, estoy totalmente en contra de la intervención del gobierno Bush en Irak, pues es mezquino y ruin utilizar para fines económicos, la excusa de “combatir” ése terrorismo desde su propio “nido”, y generar esa espiral absurda de muerte y dolor.
Personalmente, “La naranja mecánica”, me ha parecido una propuesta interesante, sin más, de “ciencia-ficción”; a destacar la magnifica interpretación del actor protagonista, que “borda” su papel. Está claro que en la vida real no sería ni por asomo (afortunadamente) aceptable, lo que plantéa. Debe ser que soy muy cateta y no termino de verle la genialidad al asunto y me parece tremendamente ofensivo para el sector policial, el plantear que los drugos terminan siendo policias, ya que éstos últimos “precisan de las mismas virtudes”. Recomiendo echarle un vistazo a éste artículo, que también apunté en el blog de Nosurrender : http://www.uipcnp.es/de_profesor_a_policia.htm .
Espero que el mencionado artículo, arroje algo de visión crítica, realista, para entender que la “imperfecta” condición humana, hace imposible ésa “perfección” ó buena lógica, a la que aspiramos. A fin de cuentas, el Estado, está compuesto por imperfectas personas, muchas de ellas (no generalicemos, prefiero pecar de ingenua, pero de todo habrá), con ésos intereses de poder y manipulación a los que haceis alusión.
El policía es, en todo éste asunto, yo así lo créo, “el cristiano al que se arroja al coso Romano”.
No quiero olvidar decir, que estoy rotundamente en contra de la pena de muerte, y totalmente a favor de la reinserción de determinados delincuentes, otros, está claro, es imposible, simplemente porque ellos no colaboran en absoluto, ejemplos de ello los vemos con frecuencia en los noticiarios.
Precisamente, ése Estado al que se critica (conste no tengo especial interés en su defensa), y puestos a hablar del mencionado derecho del delincuente, es el mismo que hoy en día vela también por ése derecho a la libertad del mismo, logrando desgraciadamente, en numerosas ocasiones, presentar al verdugo cómo víctima y a su víctima cómo verdugo, ¿incompetencia ó querer ser políticamente correcto con los nuevos tiempos?, en mi opinión un poco de las dos.
En lo que estoy totalmente de acuerdo es en lo que apuntaba Antígona: LOS LIMITES DEL MONOPOLIO DE NUESTRA SEGURIDAD FRENTE A LA VIOLENCIA, HAN DE ESTAR CLARAMENTE DEFINIDOS Y SER RECORDADOS Y DEFENDIDOS SIEMPRE QUE TIENDAN A DESDIBUJARSE. PARA ELLO, ES NECESARIO ESTABLECER UNA SERIE DE MECANISMOS DE CONTROL PARA IMPEDIR QUE EL ESTADO QUEDE IMPUNE SI HACE USO INDEBIDO DE LA VIOLENCIA CUYO MONOPOLIO LE OTORGAMOS. Está claro, éste es el quid de la cuestión, pero mucho me temo que ésa condición humana de la que hablaba anteriormente, convierte esto en una utopía más, además ¿que entiende cada uno por “uso indebido”?. De entrada la violencia no debería de ser “utilizable”, pero es implicita (y tampoco debería serlo) a la condición humana, estamos condenados a convivir con ella y con todas las contradicciones que ésta genera en la sociedad y en cada uno de nosotros.
Ojalá el ser humano supiera y pudiera pacificar, sin violencia, ojalá las palabras fuesen suficiente, pero no lo son, y mucho me temo que negar su inevitabilidad, provocaría ése caos generalizado e inhabitable que, seamos realistas, se produciría. Ojalá fuese “mejor” la enfermedad que el remedio, claro que mejor tampoco existiese ésa enfermedad, en fin, que me enrollo…
Perdonad si he mezclado de todo un poco, pero redactar no se me da nada bién.
Un saludo y mis más sinceras gracias por éste hueco.
Hola Diciembre, muy breve y por alusiones. No quisiera que se mantuviera este malentendido.
Creo que está claro que he puesto unas nítidas comillas a esas “virtudes” que los dragos ofrecían como policías. Esas comillas significan, literalmente, que no considero que realmente lo sean para ejercer la labor de la policía. Además, Kubick tampoco lo piensa y lo deja claro en cada una de sus secuencias. Lo está denunciando, no apoyando.
Como tengo algún familiar en ese gremio, sé positivamente qué tipo de requisitos físicos, culturales y psicológicos se exigen en la Academia de Policía. Repito, no quiero que se entienda lo que no he querido decir.
El tema cierto es que el Estado ejerce el monopolio de la violencia, claro que sí. Pero se reserva no sólo el “cuándo” ejercerlo y con “quién”, sino también el “cómo” y el “por qué”. Vivimos, gracias a Dios, en un Estado de Derecho y controlamos la violencia del estado con leyes y profesionales.
Un saludo!
Bueno, asumir que la libertad individual entraña el riesgo del libre albedrío de los sujetos desviados es como asumir que un día te puede caer una teja de una casa y matarte. También somos potenciales homicidas temerarios a menudo, en nuestros coches, y nadie fiscaliza si conducimos cansados...
Y de la capacidad real de reinserción que tengan las instituciones penitenciarias... se puede hablar hasta el infinito sin llegar a ninguna conclusión.
Hola Nosurrender, gracias por tu aclaración sobre el significado que pretendías con ése entrecomillado, está claro lo he interpretado de forma equivocada y te pido mis más sinceras disculpas.
Saludos!
La diferencia entre la violencia individual y la institucional es bien clara. Mientras que de la primera "solo"(con algunos condicionantes) se podría culpar al agresor, de la segunda somos TODOS culpables al aceptar que el Estado la aplique en nuestro nombre.
Por eso a mí siempre me parecerá mil veces más deleznable un asesinato de Estado(léase los Gal o la guerra de Irak) que un asesinato terrorista(léase ETA y Al-Qaeda), por poner un ejemplo extremo.
¿Cómo puede el garante de los Derechos y las Libertades transgredir esos mismos derechos y libertades para intentar impartir justicia? Pues rebajando la Justicia a la categoría de venganza.
Kubrik precisamente expone esta contradicción de manera muy precisa al convertir a los drugos en policías. ¿Si antes eran unos individuos antisociales, ahora ya no lo son simplemente por llevar uniforme? Sencillamente magistral.
Lo bueno que tiene el miedo es que hace que los borregos se dejen lleva al matadero por el pastor.
Un besazo Antígona
Estupendo, se agradece. Sabía que era una película interesante pero no me atrevía a verla.
volví a verla después de muchos años: sigue siendo arrebatadora.
De cualquier manera, frente a tu pregunta final y viendo la proliferación alarmante de personas violentas, elijo mi (tipo de) libertad, que en principio no daña ostensiblemente a nadie. Lo contrario sería aceptar "entropía" como forma de gobierno. No creo que podamos soportarlo.
Ya, niña Margot, lo cierto es que la película impresiona desde el principio hasta el final, tanto por las escenas de violencia gratuita de Alex y los drugos –algunas terribles- como por el clima de extrañeza que tan bien crea Kubrick con toda esa estética entre sórdida y kitch.
Yo creo que con lo que planteas no te has ido en absoluto del tema y estoy más que de acuerdo contigo. La violencia siempre genera más violencia, de manera que no puede ser contrarrestada con ella misma. Eso me temo que es una verdad incuestionable en el terreno de la violencia individual o civil. En cuanto a la Estatal, los peligros que entrañan los abusos de poder del Estado son demasiado grandes como para que la violencia represiva no deba estar estrictamente medida con cuentagotas y escrupulosamente sujeta a mecanismos de control. Principalmente porque la política siempre está mediada por demasiados intereses espurios y creo que es más sensato anticiparse a sus posibles desmanes que acabar sufriéndolos. Todos los ejemplos que muestras son buena prueba de ello. En cuanto al tema del miedo, no puedo dejar de pensar en aquella escena de Bowling for Columbine en la que Michael Moore acude con un periodista al que presuntamente es el cruce más peligroso de Los Ángeles para comprobar que allí, contra todo pronóstico mediático, no ocurre absolutamente nada y se respira una total tranquilidad. Nadie se percata, sin embargo, de otro peligro en realidad mucho mayor para la seguridad vital de las personas: la tremenda nube de polución que impide ver las letras de Hollywood.
Con la ayuda de los medios de comunicación, es muy fácil generar una atmósfera del miedo. Además de rentable, no sólo políticamente, como apuntas, sino también económicamente. El miedo es un gran negocio. Contra ese aprovechamiento por parte de muchos del hombre del saco, sólo se me ocurre una solución: el descreimiento.
¡Un besote sin miedo!
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También yo creo, Ella, que la libertad es un valor que hay que mimar, dado que es lo que nos define como seres humanos. El problema tal vez sea que la libertad no es una carga fácil de sobrellevar, y de ahí que a los posibles intentos del Estado por recortarla allí donde supone una amenaza para el poder político o el orden establecido –a veces tengo la tentación de creer que el Estado tiende a velar más por su seguridad que por la nuestra-, se una también cierta proclividad nuestra a no apreciarla en lo que vale.
Al hilo de tu comentario, y con respecto a lo que decías de los artistas, me ha venido inmediatamente a la cabeza Víctor Jara, sus canciones en el Estadio Chile y sus manos destrozadas en represalia. Pero no todos los artistas son esos seres librepensadores a los que aludes. Muchos de ellos acaban convertidos en leguleyos del poder.
Para nada te has desviado del tema, Ella, y me ha gustado tu aportación.
¡Besos con las manos!
Y tanto que es complicada, Novicia. Hasta el punto de que, como alguien decía, la mera existencia de otro en el espacio físico coarta mi libertad: donde él está, no puedo estar yo; si le pego un empellón para ponerme en su lugar, entonces ya no puedo estar en el nuevo lugar que ocupa ese otro. Pero supongo que no son esas disquisiciones metafísicas las que pueden ayudarnos a reflexionar sobre la relación entre individuo y Estado.
En cuanto al aborregamiento –vaya, parece ser que no existe esta palabra según el corrector del Word, con lo maja y útil que es :)- y a las cabras, entiendo que, como le decía a Ella, tenemos cierta tendencia a desprendernos de la libertad y nos resulta fácil convertirnos en rebaño. No por nada escribió Fromm aquello del miedo a la libertad.
¡Un beso! (¡Anda!, y yo en la inopia :))
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Diciembre, no tienes nada de qué disculparte, más bien todo lo contrario. Hace tiempo que te veo por el blog del Lagarto y últimamente en el de Ella y me encanta que aparezcas por aquí. Al margen de que nadie tiene que pedir permiso para entrar en esta casa y sumarse a los debates que en ella tienen lugar. ¡Las puertas están abiertas de par en par! :)
Con respecto a lo que dices de Estados Unidos, me gustaría recomendarte esa película que ya he mencionado por aquí varias veces, “Bowling for Columbine”, de Michael Moore. Ya sé que a muchos les parece un director excesivamente demagógico. Pero en mi opinión, y aun reconociendo que lo sea, su crítica a lo que ha ocurrido en Estados Unidos después del 11-S me resulta bastante convincente por la coherencia de sus planteamientos. Lo que allí expone es lo que le comentaba más arriba a Margot: que tal vez haya que plantearse si realmente vivimos en una situación de inseguridad tal como nos quieren vender los políticos –o quieren venderles a los americanos- cuando tanta gente saca tajada, y tan sustanciosa, de esa presunta inseguridad.
Por otro lado, a mí la medida de la pérdida de privacidad telefónica no me parece justificada en ningún caso. Sencillamente porque sospecho –y creo que con el Poder nunca hay que dejar de sospechar- que los abusos que de ahí pueden derivarse, los efectos perversos e interesados, son siempre mucho mayores que los posibles beneficios. Mi convicción, Diciembre, es que cada vez que se nos dice que debemos comprar seguridad a cambio de libertad se nos está vendiendo un engaño. Son muchos los intereses que en ese intercambio están en juego que quedan muy por encima de la cuestión de nuestra seguridad individual, aun cuando se nos pretenda hacer creer lo contrario.
A mí la película de Kubrick sí me parece iluminadora. Pero como le comentaba a Carrascus, en cuanto utopía negativa que partiendo de la exageración –como en el caso de la novela de Orwell- tiene la valía de advertir sobre ciertos riesgos que entrañan los mecanismos empleados por el Estado para combatir la violencia. Me parece interesante que Kubrick haga en ella una crítica al conductismo extensible a la ciencia en general, porque no son pocas las veces en que, a lo largo de la historia, se ha acariciado la idea de que ciertos avances en la investigación científica podrían dar una solución definitiva al problema de la criminalidad. Pero es que resulta que la cuestión de la criminalidad es mucho más compleja, dado que en ella siempre entra en juego la voluntad del individuo. Algo que sólo se deja “tratar” científicamente a fuerza de aniquilarlo.
En cuanto al tema de la policía, estoy de acuerdo con lo que te ha contestado NoSurrender: no creo que Kubrick esté pensando en concreto en los individuos, en las personas, que componen el cuerpo de policía. Más bien, el hecho de que los drugos lo acaben siendo en la sociedad que dibuja la película sólo sería una consecuencia más de un gobierno que dice velar por la seguridad de sus individuos pero en el fondo únicamente preocupado por el establecimiento de mecanismos de control social que lo mantengan en el poder. Los drugos son una imagen, una metáfora de la policía degenerada, de la policía de un Estado totalitario. Una policía al servicio del Estado y no de los individuos que forman parte de él.
Diciembre, sé que es delicado el tema de los derechos de los delincuentes, sobre todo en algunos casos. Pero yo sí creo que hay que velar por ellos, por más que entienda lo que sus víctimas pueden llegar a sentir. La lógica del Estado no puede ser la de la venganza. El afán de venganza es un sentimiento individual perfectamente legítimo. Pero, institucionalizado, se convierte en una maquinaria de destrucción mucho más potente y nociva que la que pueda representar la violencia de cualquier individuo concreto. Y que además también genera víctimas inocentes.
La violencia es implícita al ser humano, sí. Por eso es una cuestión tan compleja y de tan difícil solución. Por eso me gusta que Kubrick no ofrezca respuestas tranquilizadoras al respecto, que vendrían a falsear su complejidad. Pero como decía Margot, pienso que la violencia nunca se resuelve con más violencia, ni inmediata ni velada. Hay que seguir pensando sobre otras vías alternativas.
La que tengo que darte las gracias soy yo, Diciembre, por tu aportación a este debate. En serio, tu comentario ha sido muy interesante. Ya sabes que aquí siempre serás bienvenida.
¡Un beso!
Doctor Lagarto, como su nuevo comentario iba para Diciembre no creo que sea necesario decir mucho más después de lo que le he contestado a ella de que estoy de acuerdo con su interpretación.
Si acaso, únicamente sumarme a su reflexión sobre ese monopolio estatal de la violencia. Por fortuna, hoy día no estamos dispuestos a asumir, en nuestros Estado de Derecho, que el Estado actúe de manera arbitraria ni incontrolada. Debería usted leer el comienzo de un libro de Foucault llamado “Vigilar y castigar” que comienza con una narración pormenorizada de un ajusticiamiento por intento de magnicidio capaz de poner los pelos de punta al más pintado. Eso sí que era represión brutal.
¡Más besos!
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Pues así es como yo veo las cosas, Gato. Estar vivos significa estar continuamente corriendo el riesgo de morir. No se puede vivir sin angustia sin asumir ese riesgo, que nunca dejará de existir por más que la criminalidad desaparezca. Aquí venimos sin garantías y cada día renovamos el milagro de seguir vivos. C’est la vie.
De la capacidad de reinserción de las instituciones penitenciarias, en efecto, es un tema complicado. Pero al menos ya es un logro que se hable de reinserción y no sólo de castigo. Por no hablar de que, es mi impresión, las cárceles están llenas de pobres desgraciados mientras que los verdaderos criminales llevan rolex de oro en sus muñecas y conducen Mercedes. Pero esto sería también un tema largo y polémico.
¡Un beso!
C.E.T.I.N.A, creo que no se puede exponer de forma más clara a como tú lo has hecho. La violencia institucional, en nuestras sociedades de hoy en día, no puede existir sin nuestro consentimiento. Y en este sentido, de sus desmanes somos también nosotros responsables si toleramos a un gobierno que los ejerza.
La contradicción a la que apuntas me parece palmaria: quien garantiza Derechos y Libertades debe garantizarlos en cualquier circunstancia y debe ante todo exigirse a sí mismo el cumplimiento de esa garantía para no incurrir en inconsistencia. Si no, sencillamente, pierde su condición de garante. Pero me temo que esta simple cuestión lógica no resulta tan evidente para algunos.
La película de Kubrick es magistral desde muchos puntos de vista, y también en esta cuestión de los drugos de la que se ha hablado más arriba. Como magistral me parece también el modo en que expone el cinismo del poder en la figura del primer Ministro al aliarse con Alex para vencer a la oposición. Una demostración más de que la cuestión de la seguridad en un Estado represor no pasa de ser un mero pretexto.
El miedo nos convierte en borregos, sí. Y además en carne de cañón, como demuestra el caso estadounidense con el tema de la guerra de Irak. Los intereses económicos de algunos han costado la vida de muchos. Y el escándalo continúa.
¡Un besazo!
Hola, Frikosal, y bienvenido a este espacio. La película es sumamente interesante, sí. Tiene escenas no aptas para estómagos delicados, eso sin duda. Pero vale la pena pasar por encima del encogimiento de tripas y enfrentarse con esa visión tan lúcida que propone de esta cuestión de la violencia.
Gracias por tu comentario y ¡un beso!
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Yo para la película sólo tengo elogios, Cacho de pan, y eso que soy especialmente sensible a las escenas violentas. Pero la perfección formal, el ingenio –estaba recordando ahora una de las escenas iniciales de la película, la de la pelea de los drugos con otra banda como un baile al ritmo de un vals- que Kubrick derrocha en ella son insuperables.
En cuanto al Estado, diría que hay que un largo trecho de posibilidades entre la entropía y el estado policial represor. Por ese margen hay que seguir apostando.
¡Un beso!
No pienso volver a verla. Guardo un recuerdo brutalmente desagradable, la vi pequeña, no debí verla... Pero vamos, que me quedo con la farsa completa, que es de lo que a mi me parece que habla Kubric, de que todo es un teatro, y de que no hay grandes ni esperanzadas soluciones. En cualquier caso, encerrarlos y punto. Y que no salgan, nada mas. Lo siento, pero pocas veces locazos como estos han sabido reinsertarse en la sociedad, que estamos hablando de un grado de piradez muy heavy...
Un besazo, guapa, estuve de vacaciones por mi isla... y eso, por eso no vine antes.
Ah, me repito: el post es excepcional. Deberías patentarte...
Hola Antígona, ante todo, mis más sinceras gracias por tu cálida acogida, eres muy amable.
No pretendo convencer a nadie de las bondades sobre la renuncia a ésa parte de nuestra libertad, pero yo tengo claro que en la vida, no sólo en el ámbito que aquí estamos tratando, si no, en el resto de situaciones vitales cotidianas, nos vemos en la tesitura de renunciar a determinadas cuestiones, en beneficio de otras.
Al hilo de las controvertidas medidas de seguridad, está demostrado el alto grado de eficacia que las escuchas telefónicas ofrecen para abortar atentados terroristas, detener a narcotraficantes, bandas mafiosas varias, etc., no te quepa duda alguna. Evidentemente, todos éstos individuos tendrán sus familias, los cuales muy probablemente, en la mayoría de los casos, no tengan conocimiento de la condición de delincuentes de los mismos. Sin embargo, es inevitable se vean afectados por ésas investigaciones, ojalá existiese una formula adecuada para evitar éstos “daños colaterales”, pero no la hay.
También son objeto de polémica y controversia las bases de datos que incluyen muestras de ADN, pero éstas serían determinantes para la resolución de asesinatos y violaciones.
A veces, tengo la sensación de que en ésa negación y desconfianza por parte de la sociedad hacia éste tipo de soluciones, viene dada por una actitud de cierta rebeldía, de un “estar a la defensiva”, hacia ése Estado, conscientes del poder que les otorgamos. Estado que, no lo olvidemos, hemos designado libre y democráticamente en las urnas.
Espero que ninguno de nosotros nos veamos en la terrible desgracia de ser victimas de alguno de éstos delitos, algo me dice que las personas que desgraciadamente han pasado por el horrible trauma de una violación, tienen una valoración definida y clara sobre éste asunto.
En definitiva, cómo decía al principio, se trata de valorar en una balanza, el grado de beneficio obtenido. Yo he dado a luz a dos hijos y doy por hecho que los respectivos cordones umbilicales y placentas, han sido incinerados, es algo que ni preocupó ni preocupará nunca. Todos hemos oído hablar de los múltiples beneficios que de ellos pueden obtenerse. Personalmente, estaría encantada de saber que ésa materia que contribuyó de una manera tan crucial a dar la vida a mis niños, haya podido ser útil para cualquier otro buen fin. También me hubiese gustado saber que ése otro pequeño embrión de vida, que desgraciadamente perdí, hubiera contribuido de alguna manera, a mejorar la ciencia, en cierto modo, supongo que así fue, ya que fuí atendida conjuntamente por personal residente del centro, de hecho ellos realizaron la intervención.
Esto último, también puede venir al hilo, de la película, “Los niños del Brasil” , aunque su planteamiento es interesante e inquietante, ni se me pasa por la mente que algo así pueda llegar a ocurrir, vámos.
Un beso guapa!
Este debate sobre las libertades y el estado me parece muy apropiado ahora que se ilegaliza a ANV por motivos algo más que ambiguos.
Cualquier acción preventiva que elimine el libre albedrío está claro que no es justa, como en la peli esa de Tom Cruise en la que la poli veía el futuro (claro que las comparaciones son "ociosas" y más en esta que acabo de hacer)
Saludos y nada de beber moloko y darle al mete-saca =)
Bueno, Delirium, tampoco se trata de pasar un mal rato gratuitamente, claro que no. Grandes ni esperanzadas soluciones no las hay, desde luego. Por eso la película de Kubrick, además de honesta, es valiente. Nos enfrenta a una verdad nada fácil de asumir: individuos como Alex existirán siempre y no está claro que algún día sepamos qué hacer con ellos. Pero por fortuna creo que la mayoría de los delincuentes no se ajustan a este modelo. Y por desgracia otra clase de psicópatas tal vez menos sangrientos pero no por ello menos nocivos viven tan ricamente en nuestra sociedad y gozan además de reconocimiento y prestigio. Otro tema sobre el que habría mucho que hablar.
Me alegro de que estés de vuelta. Ay, las vacaciones, quién las pillara de nuevo. Ahora ánimo para la vuelta al curro.
¡Un besazo, guapa!
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Hola de nuevo, Diciembre. Me gusta tu voluntad de réplica, pero me temo que no vamos a estar del todo de acuerdo en este tema :)
Es cierto que en la vida tenemos que renunciar a muchas cosas. Cada elección que hacemos implica necesariamente una renuncia, dado que nuestras posibilidades son limitadas. Y me parece perfectamente legítimo que alguien prefiera la seguridad a la libertad. Eso por supuesto.
Pero la cuestión para mí, Diciembre, estriba en valorar si cuando alguien nos dice que debemos cambiar libertad por seguridad realmente está velando por nuestra seguridad y no pretende darnos gato por liebre. Y yo, particularmente, soy de la opinión de que esto último es lo que por lo general sucede. Entre otras cosas, porque no tengo tan claro que la ecuación sea acertada. No toda medida de seguridad tiene por qué atentar per se contra la libertad de los individuos. El problema surge cuando se presume que sólo cabe alcanzar la seguridad al precio de la libertad.
De las medidas de seguridad que citas (escuchas, ADN), no voy a poner en duda su utilidad para combatir o prevenir determinados crímenes. Tampoco, por tanto, estaría en principio en contra de que se apliquen. Ahora, entiendo que esa aplicación debe estar sujeta igualmente a mecanismos de control –por ejemplo, que sea exclusiva de una sospecha fundada- que eviten su aplicación indiscriminada. Algo, en lo relativo a las escuchas, que sí ha sucedido en Estados Unidos después del 11-S. En ese país, todos, indiscriminadamente, se han convertido en sospechosos y enemigos potenciales tanto de sus prójimos como del Estado. ¿Resulta esto razonable? ¿No se ha abierto con ello una puerta demasiado amplia al uso perverso de las en principio beneficiosas medidas de seguridad? Yo creo que sí.
Por otra parte, sí considero necesario cierto grado de “estar a la defensiva” del Estado. Porque, a fin de cuentas, el Estado no es más que una entidad abstracta regida por individuos como tú y como yo que pueden tener –y la experiencia lo ha demostrado bastantes veces- intereses particulares por encima del interés general, y además tomar decisiones equivocadas. No es al Estado al que elegimos libre y democráticamente en las urnas, sino a un determinado gobierno que puede defraudarnos e incluso traicionarnos en su obligación de garantizar nuestros derechos. Frente a ese gobierno, frente a las leyes que apruebe o deje de aprobar, creo que siempre hay que estar alerta. Si no lo estamos nosotros, ¿quién lo va a estar? Ni confianza ciega en las bondades del Estado, ni mucho menos del gobierno que lo quiere representar en mi nombre.
Conozco la película “Los niños del Brasil” y tampoco yo creo que pudiera pasar algo así. Sin embargo, y continuando con el intercambio de películas, sí me parece que “Gattaca” plantea otra utopía negativa perfectamente válida para alertar sobre los peligros de la difusión incontrolada de la información genética de los individuos. Algún día tengo que hablar sobre ella.
¡Otro beso!
Hola, Neo :)
He visto esa peli de Tom Cruise, sí, no recuerdo ahora cómo se llama. Y aunque la peli no me pareció muy buena, creo que la idea que planteaba era interesante. En efecto, la prevención no puede convertirse en un instrumento de coerción de la libertad. Sobre todo, por lo que le decía a Diciembre: ante una idea exagerada de lo que es prevenir, todos pasamos a ser sospechosos. Más allá de los posibles atentados contra la libertad individual que de ello se derivarían, me parece igualmente pernicioso el clima social de desconfianza al que daría lugar. No estoy dispuesta a admitir que aquí todos somos potenciales enemigos de todos.
Lo de beber moloko, tira, que no sé lo que es y además tengo el estómago delicado. Pero no hay nada malo en el mete-saca consentido y deseado, ¿no? :P
¡Un beso!
Ha sido interesante y enriquecedor conocer vuestras impresiones.
Un saludo maja!
Lo que ha sido un placer es tenerte por aquí y poder debatir contigo, Diciembre. En serio, un placer. Así que vuelve cuando quieras, eres más que bienvenida.
¡Más besos!
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