lunes, 29 de septiembre de 2008

Cuerpo y alma


En este reino de las escisiones que es Occidente, nacemos a la conciencia ya desgarrados por una escisión primaria y elemental que nos convierte, sin intervención de más espada que el filo cortante del propio lenguaje, en eternos y singulares vizcondes demediados. Nuestro ser es uno y doble: somos cuerpo y somos alma, carne y también espíritu, materia física tanto como soplo anímico. No sucedía así para los antiguos griegos, capaces de aludir al aliento aéreo de nuestros pulmones con la misma palabra que nombraba el impulso y el deseo; al corazón palpitante en el pecho con idéntico término con que designaban el temple de ánimo; a las entrañas y la cavidad torácica con el sonido que igualmente apelaba al estar en sí y la cordura. Pero nosotros, sus herederos, debemos enfrentarnos a la contradicción de sabernos conjunción extravagante de dos elementos dispares cuya unidad sólo cabe afirmar desde su previa separación. Una contradicción especialmente sufrida en el terreno del amor, allí donde la necesaria participación del cuerpo y sus encantos tiende a entrar en competencia con la sustancia espiritual supuestamente albergada por él.

Sobre este tema de la dualidad de cuerpo y alma que dividiéndonos nos une y fundiéndonos nos separa, sentida con dolorosa intensidad en la pasión amorosa, escribió Thomas Mann un iluminador relato, "Las cabezas trocadas", que fingía estar basado en una antigua leyenda hindú.

Chridaman y Nanda son dos jóvenes de carácter y apariencias dispares que, sin embargo, mantienen desde niños una profunda y sincera amistad. Chridaman desciende de una estirpe de brahmanes versados en los Vedas, y aunque su oficio es el de comerciante, es un hombre de sólida formación espiritual, hábil para las bellas y razonadas palabras, de cabeza noble y sabia y miembros finos y delicados. Nanda, por el contrario, es un hijo del pueblo, sencillo y alegre, torpe con el lenguaje, cuya dedicación a la herrería y al pastoreo le ha dotado de unos fuertes brazos y un hermoso cuerpo robusto y bien torneado.

De viaje por el país, una tarde en que descansan y conversan bajo los árboles, los dos amigos descubren a una linda muchacha bañándose desnuda en el río. Nanda la reconoce: es Sita, habitante de una aldea vecina, a quien él meciera al sol tiempo atrás en un ritual festivo. Ya de regreso, Chridaman confiesa a su amigo que la bella imagen de Sita le consume de amor hasta la tortura. Nanda, generoso y contento por la pasión de Chridaman, se ofrece a mediar por él ante la familia de la muchacha. Al poco tiene lugar el casamiento entre Sita y Chridaman.

Seis meses más tarde los tres emprenden juntos un nuevo viaje. Chridaman se muestra taciturno y esquivo. Cuando casualmente llegan a un templo tallado en las rocas, santuario de la diosa Kali, la madre oscura, Chridaman expresa su deseo de acercarse a venerarla. Ya dentro de la cueva, rodeado de restos sangrientos de animales, se ofrenda amargamente en sacrificio a la diosa y con la espada del templo se separa a sí mismo la cabeza del tronco. Ante su tardanza, Nanda se dirige a la cueva. Al contemplar el cuerpo decapitado de su amigo, y sospechando que se ha quitado la vida por su causa, toma la misma espada y su cabeza rueda junto a la de Chridaman. Impaciente en su soledad, Sita se aventura en busca de los dos amigos. Al pie de sus cadáveres, en la creencia de que ambos se han asesinado mutuamente, se siente también impulsada a acabar con su vida.

La milagrosa aparición de la diosa Kali la detiene. Entre lamentos Sita se proclama culpable de la tragedia. Pese a amar a su esposo Chridaman, sus bellas palabras, sus sabios razonamientos, su delicada espiritualidad, la unión amorosa entre ambos no ha satisfecho su recién descubierto placer de esposa y ha provocado el surgimiento de un intenso deseo por averiguar cómo Nanda, el del hermoso y robusto cuerpo, el que una vez la meciara al sol entre sus brazos, habría configurado la divina unión amorosa entre ellos. Un deseo que no ha sabido ocultar ante su marido y que, según piensa, ha abocado al enfrentamiento entre los amigos. La diosa Kali la saca de su error. Es cierto que ambos han muerto por su culpa, pero su estrecha amistad jamás hubiera consentido el asesinato. Apiadada de su desgracia, le revela la manera de volver a unir sus respectivas cabezas a sus troncos. Sita se apresura a llevar a cabo el ritual sagrado para su resurrección.

Cuando los amigos se ponen en pie, Sita grita sorprendida y horrorizada. La fina cabeza de Chridaman descansa sobre el poderoso cuerpo de Nanda. La más basta de éste, sobre los miembros delgados de aquél. Sita no ha actuado de mala fe, pero en ella se ha impuesto el deseo inconsciente de poseer en un solo hombre lo que la atraía de cada uno de ellos. Los jóvenes de cabezas trocadas discuten ahora por el maridaje de Sita. ¿A quién debe ella pertenecer, a la cabeza o al cuerpo del marido, accidentalmente divididos? Incapaces de resolver el problema, acuden a un santo solicitando consejo, quien dictamina que Sita debe ser esposa de quien lleva la cabeza del marido, dado que éste es el más alto de todos los miembros. Sita marcha regocijada con el Chridaman de cuerpo vigoroso.

Pero la felicidad completa de Sita, casada ahora con un hombre sabio y de bello cuerpo, se demostrará condenada a ser breve. Dedicado de nuevo a sus tareas de comerciante y regido por sus antiguas costumbres, el nuevo y hermoso cuerpo de Chridaman comienza a recobrar poco a poco la finura y delgadez de antaño. Bajo el gobierno de su cabeza y sus pensamientos, el que fuera el cuerpo de Nanda no puede mantener su natural alegría y vigor, al tiempo que, por su influencia, las facciones delicadas del rostro de Chridaman comienzan a adquirir rasgos más groseros. El placer conyugal se resiente a los ojos de Sita con la transformación, y en ella emerge de nuevo la insatisfacción. El recuerdo de Nanda, en quien supone una transformación paralela a la de su marido pero de sentido inverso, se apodera de ella. Aprovechando un viaje de Chridaman, decide buscarlo en las montañas a las que se retirara. Nanda, otra vez poseedor de un cuerpo fuerte y hermoso gracias a su vida agreste y sencilla, la recibe entusiasmado y ambos se entregan a la pasión amorosa.

Al día siguiente Chridaman los encuentra y es bienvenido por Nanda y Sita. Los dos amigos de cabezas trocadas y la mujer conversan apaciblemente sobre su destino. Los tres son plenamente conscientes de que en ausencia de su triple unión sólo les aguardan la miseria y la infelicidad. Pero puesto que el honor les impide la poliandria, su única fusión legítima debe venir de la mano de la muerte. Chridaman y Nanda atraviesan simultáneamente con sus espadas el corazón del otro y Sita arde en la pira funeraria junto a los cadáveres de sus dos esposos.

Con esta presunta leyenda hindú, Thomas Mann viene a incidir sobre una idea tan lúcida como desveladora en lo relativo a la dualidad entre el alma y el cuerpo, entre lo mental y lo físico: no sólo los ojos son el reflejo del alma, sino nuestro cuerpo todo, retrato histórico en sus formas y pliegues de los acontecimientos y decisiones que jalonan el curso de nuestra existencia, testigo y huella visible en su madurar del modo de vida padecido o elegido. Cabeza y miembros, espíritu y carne, se sostienen y espejean mutuamente en una unidad originaria. Su escisión tan sólo es el fruto de un largo engaño.

34 comentarios:

c.e.t.i.n.a. dijo...

Siendo como soy un ateo irredento yo aún diría más: únicamente existe el cuerpo, el concepto de alma solo es un intento de explicar la parte más inexplicable del cuerpo: el pensamiento, los sentimientos, el carácter...

Somos pura bioquímica, moléculas que se combinan y nos hacen ser como somos, física y mentalmente. Ya sé que a alguien le puede sonar terriblemente desesperanzador pero para mí me resulta mucho más fascinante incluso que la idea infantil de la exitencia del alma.

Somos un constante vibrar de partículas elementales, que chocan entre sí de manera caótica. Somos pura química del carbono, estructuras complejas que se unen para crear cadenas más complejas aún. Somos billones de células que cooperan entre sí para mantenerse vivas. Somos millones de impulsos eléctricos coordinados por el procesador más potente jamás imaginado. Somos orden y caos al mismo tiempo. Somos el testimonio vivo de millones de años de evolución. Somos tan solo un accidente en mitad del Universo.

Un beso!

Anónimo dijo...

Hola:

"Es ist die Seele ein Fremdes auf Erden". Quizá porque la materia que la constituye solo se aprehende en la mejor poesía. No obstante, en términos sensuales, tan apropiados para el cuerpo, ¿qué entendemos por alma? La precisión se hace necesaria para estimar la dualidad o su ausencia.

Enhorabuena una vez más y gracias por el relato.

Anónimo dijo...

Antígona,me ha gustado mucho la leyenda india.Y sí,básicamente estoy de acuerdo con la conclusión final,de que alma y cuerpo se sostienen e incluso es posible que sean un Todo compacto e indisoluble.
En el caso del amor,tal cual el relato,más allá del enamoramiento,el amor en mi opinión reside en esa unidad,porque el alma ha hecho su conquista y te ha llevado incluso a amar un cuerpo remoto que probablemente nunca habrías visualizado como objeto de tu deseo.No es el trayecto del deseo puro que te guía sólo hacía la piel apetecible siguiendo el reclamo de tus sentidos,de tu cánon intransferible,incluso de tu arquetipo particular.En ese trance(el del deseo únicamente físico) el alma no existe y si irrumpe,es una visita generalmente mal recibida,porque casi nunca está a la altura de las circunstancias, o es un error dar por sentado la Unidad.
Es una lástima que los indios no pudieran permitirse la poliandria porque yo creo que según la historia,Chridaman,Nanda y Sita habrían encontrado el equilibrio perfecto(tal cual Cristina,Juan Antonio y Maria Elena,en la última de Allen).Ay!los caminos del equilibrio y la unidad son inescrutables...
besos

Margot dijo...

Me sucede lo que a Cetina, siendo como soy una irredenta materialista en la que sólo la existencia del átomo provoca estremecimientos de extásis e incapaz de sublimar almas o ánimas me quedo pues con aquello que considero que va modulando mi cuerpo y mente: mi biografía. Tras un largo proceso he llegado a esa conclusión (por supuesto nada determinante para quien no sea yo, no siento cátedra, ufff).

Y elijo a Calvino sobre Mann, éste último me resulta pesadote y aburrido, constreñido y excesivamente moralista para mi gusto, ays, sorry. Y mejor que el Vizconde Demediado, que me encantó, mejor el Barón Rampante, le pega más a mi biografía, ves? jeje.

Un besote, querida Antígona, con entrañas, olé! esas sí que tengo y tú llegas a ellas...

dErsu_ dijo...

Entonces... cuando el corazón de nuestro cuerpo mortal deje de latir, se cierren nuestros ojos, y los dípteros necrófagos se merienden nuestras putrefactas carnes... dejaremos de existir?

Ya me lo temía.

Antígona dijo...

Señoras y señores, más tarde les contesto uno a uno, pero por el momento simplemente quería aclarar que aquí la Antígona es también una atea irredenta y que, por tanto, cuando dice alma o espíritu en absoluto puede estar hablando de una entidad trascendente al cuerpo ni mucho menos dotada de una futura existencia en ausencia de él. No, no se trata de eso.

La dualidad que nos atraviesa es aquella que se hace patente cuando a uno le preguntan, por ejemplo: pero, a ver, ¿tu angustia es física o anímica?. Una dualidad que tiene que ver con la división entre lo físico y lo psicológico, entre lo material y lo mental, y que es lo único que justifica que en nuestra cultura exista una ciencia para curar las enfermedades del cuerpo (la medicina) y otra las del alma (pongamos la psicología).

La división trasciende entonces el ámbito de lo religioso -aun cuando se haya forjado en gran medida por su influencia- e impregna de un cabo a otro nuestro lenguaje hasta el punto de que hasta el ateo más irredento habla de sus estados de ánimo (del alma) frente a sus sensaciones físicas.

Pero luego lo aclaro un poco más al hilo de cada contestación.

¡Besos a todos y a todas!

Arcángel Mirón dijo...

¿Leíste "El alma de Anna Klane"? Te lo recomiendo.

Un abrazo, Antígona. Hoy estoy con poco tiempo.

:)

Antígona dijo...

Bueno, ya estoy de vuelta, no muy lúcida de puro cansancio, la verdad, pero se hará lo que se pueda.

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Tienes razón, C.E.T.I.N.A., al decir que la parte más inexplicable de nuestro cuerpo son los pensamientos, el carácter y los sentimientos. Pero creo que lo son precisamente porque no los vivimos como algo físico, y por eso, en nuestra subjetividad, en nuestra interioridad, somos incapaces de explicarlos desde conceptos que aludan a algo material.

Que después llegue un bioquímico y me diga que cada vez que recuerdo tal o tal cosa en mi mente se liberan tales o cuales neurotransmisores o se activan tales o cuales neuronas, es algo en principio independiente de esta cuestión. Doy por sentado que cada una de las cosas que yo vivo como algo puramente mental o anímico tiene un correlato físico X, de la misma manera que cuando me ruborizo mi sangre sube a mis mejillas. Pensar otra cosa equivaldría sencillamente atribuir algo mágico a nuestros estados mentales, o creer ingenuamente que los sentimientos, pensamientos o imágenes en mi cabeza carecen de un soporte material. Pero eso no significa que en mi vida, en mi percepción de mí mismo ni de la realidad, no existan esos sentimientos, esos pensamientos o esas imágenes. Existen tanto como esas moléculas. Es más, desde mi subjetiva percepción de mí mismo y de lo que me rodea –pero también desde nuestra percepción intersubjetiva en la experiencia común- existen mucho más, dado que su presencia para mí es infinitamente más inmediata, palpable y notoria –también preocupante si lo que siento es una profunda tristeza o padezco de ideas obsesivas- que la de todas mis moléculas y neuronas.

Y como decía en el comentario previo a éste, el lenguaje es el mayor testimonio, y siempre el más veraz, de que vivimos en una dualidad que permea y determina de un cabo a otro nuestra interpretación de nosotros mismos. Hablamos de atracción física por alguien y de empatía anímica con alguien, hablamos de placeres carnales –una buena comida- y de placeres espirituales –la lectura de un buen libro. Para nosotros funciona esta distinción y tiene sentido como no lo haría para un griego. Es más, incluso cabría decir que andamos presos, sin remedio, de esta distinción.

Somos un accidente en mitad del Universo, claro que sí. Pero un accidente que al estar dotado de lenguaje y de conciencia puede llegar a saber que es un accidente en mitad del Universo. Y este saber, al evocarlo, al pronunciarlo, al comunicarlo, no lo experimentamos ni por tanto lo explicamos como algo material. Nos situamos en otro marco para dar cuenta de él.

¡Un beso!

Antígona dijo...

Difícil tu pregunta, Loverfriend, si es que creo haberla comprendido bien. ¿Entender el alma en términos sensuales? Diría más bien que nuestra interpretación del alma poco tiene de sensual, aun cuando los términos con que hablamos de ella puedan entrecruzarse en lo metafórico con los aplicados a lo físico. Grande es el alma de una persona, podemos decir, si bien sabemos que esa grandeza no se mide en centímetros, como podríamos hacer con una cabeza grande. La hermosura de ese alma no depende de su aspecto, sino de sus acciones, que pueden ser generosas, nobles, entregadas, acertadas, justas, sabias… todo un conjunto de adjetivos que difícilmente se dejan aplicar –de nuevo, sólo en sentido metafórico- a la apariencia o proporciones de un cuerpo.

Hemos construido dos dominios diferentes del lenguaje para aludir a lo físico y a lo psicológico, a lo corpóreo y a lo mental. La frontera que nítidamente los separa es el eje geométrico cartesiano. Lo psicológico, lo mental, lo anímico o lo espiritual se ubican en el tiempo, pero no en el espacio: carecen de extensión medible y calculable. De ahí que Descartes, uno de los grandes dualistas, dividiera el mundo en dos parcelas inconmensurables: la res cogitans y la res extensa.

¡Un beso!

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La leyenda es una maravilla, Troyana, y más en la pluma de Thomas Mann, que consigue narrarla con una maestría por la que uno creería estar deslizándose por la retórica de una auténtica leyenda hindú.

Me alegro de que saques el tema del amor, que es uno de los aspectos fundamentales del relato y sobre el que no he querido sacar ninguna conclusión porque el post ya me estaba quedando –como siempre- demasiado largo. Creo además que en este terreno somos especialmente dualistas y que es en él donde el dualismo más desgarrador se vuelve a veces. Por ello atribuimos al amor verdadero, como bien dices, la restauración de la unidad perdida: el amor verdadero exige amar cuerpo y alma sin distinción alguna, sin separación indeseable. Quien dice sentirse atraído físicamente por el cuerpo de otro pero no sentirse atraído por su manera de ser, por sus palabras, por sus acciones, sabe que no puede hablar de amor, del mismo modo que no lo hace quien dice admirar, valorar, empatizar profundamente con alguien pero proclama no sentirse físicamente atraído por él o ella.

El cuento de Mann parece en principio dar prioridad a la atracción carnal frente a la espiritual en el terreno del amor de pareja, dado que Sita persigue por dos veces el cuerpo bello de Nanda. Como si los sentidos gobernaran en el tipo de amor cuya naturaleza exige la unión física. Sin embargo, en mi opinión Sita sólo persigue aquello que le falta en su búsqueda de la completud. Una completud que tal vez podría haberle dado un tercer hombre, pero ni Chridaman ni Nanda, ambos faltos a sus ojos de lo que el otro poseía.

Sigo sin haber visto la peli de Allen, ay, pero en cuestión de tríos, más que de posible equilibrio, tiendo a pensar aquello tan socorrido de que tres son multitud ;)

¡Un beso!

Antígona dijo...

Buenas, niña Margot, me alegro de verte por aquí. ¿Estás de vuelta, entonces? Luego me paso por tu blog para comprobarlo.

Te diré entonces lo mismo que a C.E.T.I.N.A.: no creo que le veas mucho sentido a narrar a alguien tu biografía, ni a contártela a ti misma cuando reflexionas sobre ella, en términos de átomos y moléculas. Nuestros parámetros narrativos a la hora de entendernos a nosotros mismos poco o nada tienen que ver con conceptos materiales, y me atrevería a decir que esa narración nos es mucho más necesaria que cualquier conocimiento sobre la composición química de nuestra carne. Por más que, al teorizar, nos declaremos nada más que un conjunto de átomos. Lo uno no es incompatible con lo otro. Lo relevante es si ese pensar en átomos nos sirve para comprender por qué en aquel momento crucial de nuestro camino tomamos aquella decisión y no otra. Y yo estoy convencida de que no.

Mann puede ser denso, sí, incluso aburrido si quieres, pero no creo que sea moralista. Más bien, como todos los grandes escritores, creo que tiende a poner en cuestión o a quebrar con sus historias la imagen de la moral al uso, o a bucear en sus entresijos para mostrar sus contradicciones. En fin, es sólo mi opinión, pero esta novelita está tan exquisitamente narrada que creo que te gustaría. Calvino y su Barón Rampante, ¡genial! Tengo que releerlo algún día de estos, que lo tengo un poco olvidado.

¡Un besote con el corazón!

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No, hombre, no, descreído Dersu. Nuestra alma escapará de nuestras putrefactas carnes, subiremos a los cielos, San Pedro nos abrirá las puertas y veremos a dios, con su hijo sentado a su derecha, y a todos nuestros seres queridos disfrutando de una existencia paradisíaca por los tiempos de los tiempos… Y todos juntos seremos felices y comeremos perdices por toda la eternidad. ¿Pero es que nadie te lo contó de pequeñito? :P

¡Un beso!

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No, no lo he leído, Arcángel, pero lo buscaré. Viniendo de ti, toda recomendación es buena :)

¡Un beso!

NoSurrender dijo...

Doctora Antígona, tengo que decir que yo disfruto físicamente de un libro y espiritualmente de una comida. Es más, es que no lo entiendo de otra manera.

Por mucho que me cueste desligarme de toda mi cultura post-griega, por mucho que mi estructura lenguaje-pensamiento me impida expresarme de una forma no dual, yo sí me siento un algo conjunto, indisociable lo uno de lo otro. Hasta la experiencia más física puede tener algo místico (empezando por el sexo mismo ¡por supuesto!) y hay mucha literatura occidental al respecto y toda ella incide en mostrar que sólo salvando esa dualidad podemos hablar de implicación verdadera. Hasta la religión tiene sus mitos en el campo de la carne, como los estigmas.

Según leía su relato sobre el relato de Thomas Mann, estaba acordándome de Cyrano de Bergerac, con todas sus diferencias. Creo que no puede ser casual que el mito de la disociación cuerpo/mente en la pasión física de una mujer se de en dos escenarios tan diferenciados y creo que sus bases tienen que ser muy antiguas.

Me gusta la idea de que la mente se prolongue en el cuerpo y viceversa ¡da argumentos para defender la “curva de la felicidad” como elemento erótico! :P

Un beso, doctora Antígona!

Anónimo dijo...

Moraleja: Chicas, dejad de buscar la perfección en nosotros... aceptadnos tal como somos, joé!

Antígona dijo...

Señores NoSurrender y Carrascus, me temo que como nos pongamos a valorar quiénes son más víctimas y practican por ello con mayor celo la disociación cuerpo/alma en esto de la búsqueda del objeto amoroso, si ellos o ellas, se van a llevar ustedes la palma, por razones de puro adoctrinamiento cultural, claro. Así que no se me quejen, ¡coño! :P

Pero esto lo dejaremos ya para mañana.

¡Besos a ambos!

Mityu dijo...

Querida Antígona,
he leído tu post atentamente, me ha interesado profundamente y me ha enriquecido lo que has compartido con todos.
Sin embargo, de pronto, me parece un tema en el que mis planteamientos se apartarían inevitablemente del tema, dado que llegan al punto de no necesitar explicar lo que se deduce evidente.
Ah... ser un accidente en el universo es una opinión que incluso si pudiera argumentarse no llegaría a convencerme.
Ni la historia, ni la ciencia tienen en la mano mayor certeza que el pensamiento mágico o la intuición en según qué cuestiones.
De una manera distinta (supongo) me acerco a la postura de Nosurrender: comer de forma espiritual, rezar con la carne. La disolución también ocurrió en un punto del devenir del pensamiento, y éste es modificable. Lo que hoy es una verdad aceptada mañana es un atraso.
Mi cuerpo y mi alma forman uno, pero también son el uno con el resto de lo que veo y lo que no veo. No puedo disociarme de nada, de nadie.
... Hoy especialmente besos enfáticos :)

Margot dijo...

Tras tus aclaraciones me "entero" mejor del post... es que verás, todo lo que me suene a alma, espiritualidad o misticismo me ataca los nervios, es una respuesta a la contra, por evitar el bombardeo semántico que acaba contaminando el del pensamiento... esa influencia de la que hablas en tu primera aclaración.

Y por supuesto que mi biografía no se limita al átomo, es más, su existencia es sólo necesaria para mantener mi cuerpo gracejo y con impulso vital, y olé. Soy una dualidad de cuerpo y mente a la que no es necesaria dotar de más sentido que este, el resto es percepción, elaboración y cierta irracionalidad que me encanta practicar de vez en cuando.

Así que estamos de acuerdo, como casi siempre (ays qué cruz, jeje), y fue mi falta de comprensión la que me llevó a interpretar erróneamente tus palabras.

Besos de este cuerpo sandunguero y su correspondencia mental!

(No, no he vuelto, pero me gusta leerte, pasa algo? jajaja. Sigo más liada que la pata de un romano, ays de mí.)

Vintage dijo...

Creo q no puedo separar lo uno de los otro
El alma y el cuerpo, el cuerpo se que existe, por un tiempo definido, pero existe, el alma ya me da más reparo.
Aquello que no toco que no veo, no lo creo
Creo q como dice cetina, somos una unión de moleculas, átomos etc..
Pq q es el alma?
Nuestra personalidad?
Nuestro yo verdadero?

entonces pq mi cabeza no puede arregalr cosas de mi personalidad de mi yo?
ay amiga, q cosas tienes ¡¡¡¡

muakkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk

Antígona dijo...

Doctor Lagarto, pues yo le diría también que de un buen libro creo disfrutar tanto anímica como físicamente. Pero de disfrutar espiritualmente de una comida, ay, de eso no me siento del todo capaz. Que ya me acusaba el otro día de asceta Cacho de pan en su blog y me parece que no sin algo de razón :P

La cuestión para mí, doctor Lagarto, es que si bien podemos sentirnos en general como esa unidad a la que alude, tampoco nos faltan ocasiones en que la escisión se impone sobre la unidad. Usted mismo hablaba más debajo de la pasión “física” de una mujer, como si ese algo físico existiera en sí mismo con independencia de lo anímico. La escisión la impone el lenguaje, la única herramienta de que disponemos para interpretarnos a nosotros mismos y para acceder a todo aquello que nos rodea. Son las gafas del lenguaje las que nos permiten ver lo que somos y lo hay fuera de nosotros. Una herramienta que, por ello, media potentemente incluso en la constitución de nuestro propio deseo. No es tan fácil desprenderse de ella como uno pudiera pensar. Por no decir que, en última instancia, superarla totalmente resulta sencillamente imposible. La escisión es, para nosotros, el punto de partida. La salvación puntual o parcial de la dualidad, sólo una operación ulterior que hay que ejercitar esforzadamente.

En cuanto a los estigmas religiosos, dudo mucho que sean un medio para salvar la dualidad. No hay que olvidar el desprecio de la religión cristiana por la carne, fuente constante de pecado y perdición. No, más bien creo que el castigo y la laceración de la carne constituían para el religioso meros instrumentos de elevación espiritual, esto es, de trascendencia de la cárcel pecaminosa y corruptible que es el cuerpo para el alma cristiana.

También yo veo los paralelismos a los que apunta entre el relato de Mann y Cyrano. Sin embargo, tal y como anticipaba ayer en mi último comentario, creo que lo verdaderamente antiguo y avalado por la tradición no es la disociación cuerpo/mente en la pasión de la mujer, sino la disociación cuerpo/mente en la pasión de cada uno de los sexos según sus respectivos roles de género. En su genérica disociación, la pasión masculina se habría decantado más por lo físico, puesto que al hombre se le ha adoctrinado para valorar por encima de todo la belleza física de la mujer. La pasión femenina, a la inversa, habría tendido más a lo espiritual, tanto porque su pasión carnal se ha considerado especialmente pecaminosa –una auténtica perla hermenéutica todo lo que contiene el concepto de ninfomanía-, como por el hecho de que su adoctrinamiento la ha forzado a apreciar otra suerte de valores en el hombre ajenos a esa belleza física.

Los elementos eróticos se encuentran en los ojos de quien mira, doctor Lagarto. Y hay miradas que no disciernen entre las curvas o la falta de ellas para detectar lo erótico. Da igual el tipo de curvas de que se trate :P

¡Un beso, doctor Lagarto!

Antígona dijo...

Carrascus, yo diría más bien que nosotras aceptamos mucho mejor vuestras imperfecciones que vosotros las nuestras. Y no podía ser de otro modo, si durante generaciones hemos sido obligadas a vivir al amparo de un hombre que nos mantuviera. Forzosamente teníamos que aprender a cegarnos a vuestras muchas imperfecciones, para no amargarnos demasiado :P

¡Un beso!

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Querida Mityu, tienes razón al señalar que ni a favor ni en contra de la tesis de nuestra accidentalidad en el universo puede argumentarse convincentemente. Pero para mí la afirmación de esa hipotética accidentalidad o de su contrario no es tanto una tesis teórica como un sentimiento, o, como tú mismas mencionas, una intuición que cobra la forma de un sentimiento. Creo comprender el sentimiento religioso. Para mí tiene pleno sentido. Sin embargo, sencillamente no lo poseo. No me avalan aquí ni más ni menos certezas que a ti. Quizás, sencillamente, una experiencia vital distinta, una biografía distinta.

Me gusta eso que dices que comer de forma espiritual o rezar con la carne. La disolución ocurrió, sí, pero es propia de nuestra cultura y no de otras. Por ello hay quienes se acercan a esas otras culturas –y diría que la hindú es una de ellas, con su visión del cuerpo como algo sagrado en lugar de una cárcel pecaminosa- para revertirla, para salvarla, para superarla. Creo que podemos aprender mucho de tales culturas en lo que respecta a la concepción de la relación entre cuerpo y mente, a su para nosotros perdida unidad originaria. Que en nuestra propia cultura pudiera darse esa transformación, ya me parece más improbable. Pero quién sabe. Como decía Primo Levi, somos ciegos para el futuro. Y eso siempre es un principio de esperanza.

¡Besos anímico-carnales! ;)

Antígona dijo...

Jajaja, niña Margot, ya me imaginaba yo que iban por ahí los tiros, que después de un tiempo vamos ya conociendo nuestras respectivas filias y fobias, siempre, como dices, tan parecidas ;)

La existencia del átomo, ay, qué poquita influencia tiene en nuestras vidas, que ni los vemos, ni los tocamos, ni los olemos, ni nada de nada. Pero el cuerpo sí y hay veces en que se resiste a hacerse uno con la mente y ésta parece campar por un lado y aquel por otro. Como cuando no somos capaces de unir lo que nuestros ojos ven y nuestro corazón siente, o quizá sí se den en principio unidos y luego nos empeñamos en separarlos. Complicados somos, ¡y por partida doble!

Me encanta que te pases por aquí para leerme, claro que sí, tanto como leerte en esta casa. Pero a ver si se te deslía pronto la pata esa de romano y puedo leerte en la tuya propia, que aún me gusta más.

¡Mucho ánimo con tus líos y besos sin doblez ni escisión!

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Pues claro que existe el alma, Bolero, que no es otra cosa que nuestra conciencia del mundo, de nosotros mismos, nuestras emociones, nuestros deseos, pese a ser impalpables e invisibles. ¿O es que no crees en ellos aun cuando ni los toques ni los veas? :P

En cuanto a por qué tu cabeza no puede arreglar cosas de tu personalidad ni de tu yo, ay, Bolero, ¡tú sí que tienes unas cosas! Pero si no las arregla tu cabeza, ¿las va a arreglar tu cuerpo? Bueno, a lo mejor de cuando en cuando, que hay placeres del cuerpo que parece que todo lo arreglan, ¿no? ;)

¡Un besazo!

Anónimo dijo...

El dualismo cartesiano está impregnado del cristianismo imperativo de su época. Este, a su vez, dio forma a una metafísica propia a partir, entre otras influencias, del idealismo platónico (madre del cordero filosófico y escisión perversa ya en los antiguos griegos), heredero triunfal del pitagorismo (tan antiguo como helénico).

"Su escisión [espíritu y carne] tan sólo es el fruto de un largo engaño". Estamos tan de acuerdo que me veo obligado a ser puntilloso para hacer un comentario.

Besos (sensuales y emocionales).

Miss.Burton dijo...

El post es una maravilla, y al hilo de los comentarios, me declaro hombre, ente masculino... tuyasabes... Creo que fuí abducida por una legión de señores apasionados en otra vida... y ahí se jodió la azotea...
Pero ya empiezo a regir otra vez...
La verdad, es así. No contemos cuentos chinos. Hay una conclusión final, el castigo para esas actitudes egoístas y mundanas... pero, seguimos pecando todos... o casi, te voy a excluir porque tu lo tienes clarísimo...
BSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS

Gato dijo...

Me encanta Schiele...

Mi cuerpo está tan unido a mi alma que mis emociones me tienen el corazón, los pulmones y las tripas hechos un cristo, de un tiempo a esta parte. ¡Anda que no van juntos ni nada...!

Ana dijo...

No he conocido nunca a nadie que me haya parecido poco atractivo físicamente si su cerebro estaba a la altura.

No sé si me explico, pero cuando te llenan intelectualmente, cuando responden, cuando son curiosos, valientes, inteligentes, osados si me aprietas, no soy capaz de encontrar fealdad física, aunque me juren y me perjuren que la hay.

Porque esto iba de tíos, no?

A la inversa, los guapísimos de postal con encefalograma plano me dejan tan fría que a veces pienso que soy una pedante de mierda y que con el Google Images tengo mucho más que suficiente... así no hay que escucharles decir sandeces.

Porque esto iba de tíos, no?
Para las tías aplica la misma legislación, que conste.

Precioso mito, me ha encantado.

Un beso.

Antígona dijo...

Se agradece el afán de precisión, Loverfriend, pero sólo puedo darte la razón hasta cierto punto: el que llega hasta Platón, en el cual me planto y trazo una línea divisoria que contendría incluso al propio Aristóteles. Ahí es donde sitúo la frontera cuando hablo del mundo griego y lo excluyo del dualismo que vendría después. No antes.

Según cierta visión del mundo griego en la que confío plenamente –sería demasiado complicado exponer aquí las razones que la avalan-, Platón no fue idealista. Lo fueron sus lectores helénicos, eso sí, si bien entendiendo por Helenismo el tiempo que comienza con posterioridad a la filosofía aristotélica y que habría que diferenciar netamente de la Grecia Antigua. Idealista es entonces esa interpretación efectuada a posteriori de los textos de Platón, distinguida de la letra platónica bajo el nombre de “platonismo”, y que representa una visión necesariamente deformada de los mismos. Necesariamente, porque obedece, entre otras cosas, a cambios esenciales en la propia lengua griega acaecidos entre un período y otro que motivarían esa lectura por la cual Platón ha pasado a la historia por el primer y tal vez más grande dualista. Con respecto al pitagorismo, la cuestión se vuelve más compleja. Pero también cabría decir que la presunta herencia pitagórica de Platón, así como la versión que se nos ha legado de las teorías de Pitágoras, serían resultado de esa misma deformación helenística. El alma griega, la psyché, tanto en Homero como en Platón, nada tienen que ver con el alma cristiana, ni con su dualidad frente a lo corporal. Entre otras razones, porque esa alma sólo habitaba para los griegos en el Hades, nunca en cuerpo alguno.

En lo que, no obstante, debo darte la razón es en que el cristianismo, si no de Platón como tal, sí es hijo del platonismo. El alcance de su influencia dura hasta nuestros días. La de lo griego, Platón incluido, sólo, y precisamente, por su irrecuperable pérdida.

Perdón por el rollo erudito :)

Besos platónicos

Antígona dijo...

Ay, Delirium, no te me declares hombre, que sales perdiendo, con perdón de mis lectores masculinos ;)

Fuera bromas, está claro que la sensibilidad para la belleza aparente, la atracción por ella, no es patrimonio exclusivo de los hombres. Todos, de una manera u otra, nos dejamos cautivar por un cuerpo bello. Otra cosa, claro, es consentir en ser “abducido” por él. Pero incluso en esos casos de abducción, estoy segura de que entran en juego muchos otros factores que sobrepasan lo que tendemos a calificar de meramente físico, que van más allá de las bellas formas de un rostro o de una figura. La prueba de ello radica, para mí, en el hecho de que uno no se deja abducir por todo cuerpo bello, sino sólo por algunos de ellos. Algo que además se encuentra a mi parecer estrechamente unido a lo tremendamente subjetiva que es la percepción de la belleza física de otro ser humano. Una percepción que, como le decía al Lagarto, está más en los ojos del que mira que en el objeto contemplado.

Yo lo que tengo clarísimo, Delirium, es que hay casos en que la separación entre lo físico y lo espiritual al contemplar a otro ser humano simplemente desaparece. Y es entonces cuando la atracción por su alma no se deja distinguir de la atracción por su cuerpo ni la atracción por su cuerpo de la atracción por su alma.

¡Un besazo!

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A mí también me gusta Schiele, Gato. Este cuadro se titula “Muerte y doncella”, y me pareció muy apropiado para ilustrar el relato de Thomas Mann, dado que es la pasión de Sita por encontrar una completud imposible en su amor hacia Chridaman y Nanda la que acaba con la muerte de los tres personajes.

Entiendo perfectamente lo que dices. Por ello siempre me sorprende tanto que los médicos analicen a sus pacientes como si de estómagos o pulmones andantes se tratara. Como si no estuviera claro que muchas de nuestras dolencias tienen su origen en el modo en que vivimos y sentimos aquello que nos sucede.

¡Un beso!

Antígona dijo...

A mí me pasa algo parecido, Tormento. Y es que no creo, como le decía a Delirium, que la percepción de la belleza física de alguien pueda disociarse de otros rasgos que nos gusten de la persona en cuestión. En efecto, tanto si se trata de hombres como de mujeres.

No es infrecuente la experiencia de que alguien cuyo físico no llamara nuestra atención a primera vista acabe pareciéndonos guapo o guapa conforme vamos conociéndolo y descubriendo todas esas cosas que nada tienen que ver con la mera apariencia. La mirada se transforma gracias a ese conocimiento, hasta el punto de que al final ya no podemos ni recordar que tal vez hubo un momento en que no hubiéramos sido capaces de atribuirle esa belleza que ahora ya no podemos quitarnos de los ojos, por decirlo de alguna manera.

Y en el caso de la atracción por el sexo opuesto –no, esto no iba en principio de tíos, pero si te empeñas, pues también :P-, con más intensidad se vive esa experiencia. También a la inversa, cómo no. Recuerdo que siendo estudiante había un chico en mi clase que me parecía especialmente guapo. Pero toda esa belleza desapareció a mis ojos en cuanto me las ingenié para mantener una conversación con él. Sencillamente, dejé de verle todo el atractivo que le había visto al principio.

¡Un besazo!

Anónimo dijo...

La frontera que mencionas es la del mundo griego clásico. El período histórico posterior, el Helenismo, abarca una geografía mucho más amplia que la ribera del mar Egeo; pero, como su propio nombre indica, la influencia griega es fundamental (Aristóteles estaría a caballo entre las dos épocas).

En este período, no solo se interpretó a Platón, también surgieron otros pensamientos independientes (algunos, como el epicureísmo, totalmente opuestos a aquel). Obviamente, ni el dualismo cartesiano ni el idealismo kantiano se daban entonces; pero sí había ya una clara oposición entre el materialismo abderita y el, insisto, idealismo platónico (¿no desarrolló Platón lo inteligible frente a lo perceptible?).

Me sorprende también que la línea que conduce de Pitágoras a Platón sea resultado de una deformación helenística (¿todos los puntos en común han sido malinterpretados?).

Por supuesto, la psyché no es el alma cristiana, aunque esto no excluye una escisión más genérica entre lo inmanente y lo trascendente.

No te preocupes por el rollo erudito. Prefiero revisar mis convicciones a continuar en el error. Quedo a la espera de tus referencias.

¿Me devuelves besos platónicos a cambio de sensuales (y emocionales)? :) Me gustaría que te interesase más Aristipo (otro que no comulgaba con Platón, salvo tergiversación helenística).

Antígona dijo...

Pues sí, Loverfriend, Aristóteles estaría a caballo entre esas dos épocas, pero precisamente porque la tematización de ciertas cuestiones que tiene lugar en sus obras provocará el vuelco que acontece entre una y otra, y con él, la posibilidad de marcar esa frontera.

El problema es que esa visión del mundo griego a la que aludía en mi anterior comentario, y según la cual quedaría puesto en entredicho el idealismo platónico, no se deja explicar ni fundamentar ni breve ni fácilmente. Tendría que aludir a toda una serie de complicados supuestos que afectarían a muchas y enjundiosas cuestiones: de qué manera hay que entender el diálogo platónico en cuanto diálogo que nunca desemboca en la afirmación de tesis, el estatuto que en su interior juegan las narraciones míticas, una comprensión distinta a la planteada por la tradición helenística en lo relativo al sentido de términos tan centrales como doxa y episteme (entre tantos, tantos otros) sobre los cuales pivota esa separación a la que aludes entre lo sensible y lo inteligible… Cuestiones para cuya comprensión habría además que remitir al sentido global del surgimiento de la interrogación filosófica en Grecia a partir de supuestos radicalmente dispares a los que sustentan su interpretación más tópica.

Vamos, que me resulta sencillamente imposible entrar en una exposición mínimamente articulada de todo ello sin alargarme infinitamente, al margen de que no creo que este espacio sea el lugar más adecuado para hacerlo y lo que pudiera decir se alejaría ya demasiado del tema planteado en el post.

En cualquier caso, y por decirlo brevemente, la referencia central de mi insistencia en el no idealismo platónico son ciertas interpretaciones del mundo griego efectuadas en la filosofía del siglo XX que apuestan por quebrar su visión más tópica y asentada desde una relectura atenta de los textos que necesariamente entraña la revisión del significado atribuido por esa visión a sus conceptos más relevantes.

Mis besos fueron platónicos precisamente en función de tal insistencia. Pero si los prefieres cirenáicos, allá van:

Besos cirenáicos :P

Novicia Dalila dijo...

Yo quiero pensar que somos un conjunto. Quiero creer que hay algo interior que nos mueve más allá de las necesidades físicas que tengamos.
Quiero creer.

Anónimo dijo...

Bueno, no insistiré. Tienes razón: este no es el lugar. Además, ahora te presumo helenista, y, como tal, te concedo autoridad suficiente para hacerme dudar.

¡Besos cirenaicos! ¡Platónicos, mas no idealistas! ¡Qué ilusión (a la espera de la correspondiente sensación)!
¡Henchidos de ἡδονή te los devuelvo!

NoSurrender dijo...

Es curioso, la necesidad de eliminar una dualidad heredada en la comprensión del mundo, también está llevando a la ciencia a replantearse muchas cosas. No hace muchos años que los científicos descubrieron que la luz tiene un comportamiento tanto de onda como de partículas, y que la masa quizás es sólo energía.

Ya que la cosa va de idiomas (el griego, al contrario de lo que algunos piensan, también lo es), ¡Besos con gemütlich!

Anónimo dijo...

Interesantes reflexiones las que propones, tanto, que me permito esbozar algunas propias sugeridas por las tuyas.

Las parejas dicotómicas son tan numerosas en nuestra tradición occidental que parecen no tanto describir o explicar como constituir la realidad misma. Ciertamente nuestra cultura está poblada de dualismos que proceden de nuestra tradición judía, cristiana y griega, dualismo que está presente desde el aristotélico de la forma y la materia, al kantiano de la necesidad y la libertad.

Entiendo que conviene tomar en consideración cuanto de construcción lógica y lingüística subyace a los planteamientos dicotómicos, como pretensión de hacer comprensible lo real mediante su compartimentación, es decir, mediante su uso clasificatorio. La actitud dicotomizante como forma de comprensión de lo real tiene por ello un carácter fundamentalmente analítico y deconstructivo, en el sentido de ser un método de conocimiento que fracciona la realidad para hacerla comprensible. Un método entre otros muchos posibles. Habría que considerar, por ello, la distinción entre la descripción (dicotómica) y lo descrito (realidad dicotomizada), para no confundir lo real con el instrumento de su análisis.
Cuerpo-alma es una más de las muchas dicotomías que pueblan el universo descriptivo de las ciencias humanas, e, insisto, invita a considerar la fecundidad de la modernidad y la tradición cultural occidental en formaciones dicotómicas, a la vez que esa proliferación urge a deshacer el equívoco de si la dicotomías son un mero instrumento capaz de describir la realidad, o es la realidad misma la que está sustancial y constitutivamente dicotomizada.

Como fetiche, como tópico bien asentado por una larga tradición, cuerpo-alma podría ser una encerrona, en el sentido de que diluye las posibles gradaciones entre los términos de esa dualidad, a la vez que obstruye el paso a concepciones alternativas.

El alma, como invención histórica, entiendo que se origina en San Pablo, que no hace otra cosa que teologizar el pensamiento griego y, más particularmente, aristotélico. Otra cosa es “el espíritu”.

Me me resisto al pensamiento binario por lo que tiene de reduccionista y pienso que hay mucha violencia intelectual en la pretensión de comprender a los seres humanos como una realidad dual, cuerpo y alma.

En fin, tu texto contiene mucho contenido más y es de un indudable interés, pero, como tu misma dices, la concepción dualista de los seres humanos, “Su escisión tan sólo es el fruto de un largo engaño”. Engaño que te orienta hacia lo unitario, mientra que yo basculo hacia una concepción más caótica, más pluriforme, más en la línea de aquel borgiano “yo, que tantos hombres he sido…”. La física cuántica ha venido a desbaratar, en buena medida, la estrechez binaria de la tradición occidental. Y todo esto, claro está, se complica si hacemos referencia a la noción de “identidad personal”: ¿asignación social o realidad íntima? En otra ocasión será.

Muchas gracias,Antígona, te sigo leyendo.

Antígona dijo...

Yo lo que creo, Novicia, es que es el lenguaje el que constantemente nos pone la zancadilla: nos fuerza a hablar de interior y exterior, de necesidades físicas y no físicas… Pero hubo, y seguro que aún existen en lugares remotos, otros lenguajes que nos han interpretado sin recurrir a esas demarcaciones, perversas cuando desprecian lo físico y exaltan lo que no lo es.

¡Un beso!

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Loverfriend, presume lo que bien te parezca. Yo no te voy a decir ni que sí ni que no :)

Un placer, en cualquier caso, dialogar contigo. Buena doctrina la del hedonismo. Mejor nos irían las cosas si la tuviéramos más presente. Eso sí, entendida sin simplificaciones.

¡Besos hedonistas!

Antígona dijo...

Algo de eso sabía, doctor Lagarto, y me figuro que en el momento en que surgieran, tales descubrimientos suscitarían no pocos entusiasmos místico-religiosos. ¡La masa finalmente reducida a energía! ¡Lo material confirmado en su condición de mera apariencia! Sin embargo, el discurso científico no ha alterado en absoluto nuestra manera de hablar sobre el mundo y sobre nosotros mismos. Supongo que porque nuestra experiencia inmediata, y el modo en que la conceptualizamos, no se deja conmover tan fácilmente por las elucubraciones científicas. Aunque quizá todo sea cuestión de tiempo.

Vale, pues si la cosa tiene que ir de idiomas, ¡cosy kisses! ;)

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Muchas gracias, Sísifo, por tus reflexiones, que sacan a la luz y enriquecen muchos de los supuestos no explícitos del post.

Tienes toda la razón al señalar que las dicotomías no son meramente descriptivas, sino constitutivas de la realidad misma. Ésa es, sencillamente, la labor del lenguaje: sólo puede abrir la realidad bajo una cierta conformación, bajo una cierta constitución, que necesariamente abre cerrando, expone ocultando, por el carácter limitado y parcial de esa misma constitución. Sin las gafas del lenguaje, no podemos ver. Pero esas gafas entrañan inevitablemente una manera de ver, que siempre es una entre otras.

En principio estaría de acuerdo con todo lo que planteas, salvo en la cuestión del dualismo aristotélico, un tema que ya he discutido bastante con Loverfriend y en el que no creo que valga la pena entrar de nuevo, al margen de lo ya comentado al respecto.

Añadiría tal vez a tus reflexiones que lo perverso no radica tanto en la dicotomía en sí, sino en la jerarquización establecida en nuestra cultura entre los pares de opuestos. Como ha señalado la deconstrucción, los opuestos nunca surgen en pie de igualdad: uno de los miembros de la oposición goza del privilegio de lo originario, de lo primero, de lo fundamental; el otro no es más que un derivado, un subordinado, un término parasitario dependiente de aquél que puede ser menospreciado, superado, aniquilado. En ésta nuestra cultura occidental, el privilegio recae sobre lo interior frente a lo exterior, sobre el significado frente al significante, sobre el contenido frente a la forma, sobre lo espiritual frente a lo material, y, cómo no, sobre el alma frente al cuerpo. Ésta es, posiblemente, la verdadera y más grave encerrona de la oposición, por el desequilibrio que entraña.

En cuanto a lo último que señalas, la unidad originaria a la que apelo sólo es un recurso de negación de la oposición que no excluye, en absoluto, la multiplicidad a la que aludes. Antes bien, desconfío de todo concepto identitario y entiendo la identidad personal como mero constructo, no como punto de partida ni mucho menos reflejo de nuestra “auténtica” realidad, menos aún la íntima. Algo escribí sobre el tema hace ya bastante tiempo, lo puedes encontrar aquí si te interesa:

http://lacoleradeaquiles.blogspot.com/2007/05/identidad.html

Pero es un tema que, es cierto, da mucho de sí. En otra ocasión lo retomaremos.

Gracias de nuevo por tu visita y tu interesante comentario, Sísifo.

¡Un beso!