jueves, 7 de agosto de 2008

Posesiones


Es ya el cuarto bostezo que se ve forzada a disimular apoyando discretamente sobre los labios las puntas de sus dedos, adornados de largas uñas pulidas pintadas de rojo oscuro, e inclinando un poco la cabeza. Mientras la voz del conferenciante sigue inundando la sala de conceptos abstrusos sobre la diferencia entre el arte moderno y postmoderno, avanza ligeramente los pies y contempla con satisfacción sus caros zapatos de tacón excesivo, las medias oscuras impecablemente ajustadas a sus piernas bien torneadas, el borde de su falda de seda sobre sus finas rodillas, que estira con un suave movimiento. Vuelve entonces a depositar con languidez las manos sobre su regazo y exhala un imperceptible suspiro donde el aburrimiento se amalgama con la irritación al recordar la sesión de limpieza de cutis y la partida de dobles con sus amigas que, en honor a la formalidad académica, ha debido cancelar. Siempre le aburrieron las conferencias. Más aún las de su propio marido. Posiblemente incluso antes de que el profesor universitario que con este acto inaugura públicamente su recién estrenada condición de catedrático llegara a ser su marido. Sólo que en aquellos tiempos, se dice, los motivos que la impulsaban a asistir a ellas no le dejaban darse cuenta del todo.

Alza la cabeza y lo mira hablar sin escucharlo. Casi diez años han pasado desde que lo viera por primera vez al entrar en el aula donde impartía sus clases de Estética de último curso de carrera. Debe reconocer que, pese a que el tiempo transcurrido ha acentuado levemente la notoria diferencia de edad que los separa, aún resulta un hombre atractivo, con sus rasgos varoniles y sus ojos oscuros de mirada seductora. Esos ojos que, lanzados con seguridad hacia los asistentes, no han llegado a cruzarse en ningún momento con los de ella. ¿Cómo iban a hacerlo, si ella lleva dejándolos vagar distraídamente por la sala desde los primeros minutos de la conferencia? Qué distinto era entonces, piensa, cuando aquellos ojos se posaban con insistencia y curiosidad sobre los suyos, tan cuidadosamente maquillados como ahora, tan decididamente proyectados hacia él desde su pupitre, presos de una tenaz fascinación por el profesor de brillante porvenir, por las posibilidades que en su voz grave, en su creciente prestigio, veía abrirse en su imaginación y su deseo.

Sólo por ello la alumna mediocre que siempre fue, infinitamente más preocupada por el juego estético de la combinación de colores en su rostro que por la Estética teórica y sesuda, se aventuró a plantearle a las pocas semanas la futura dirección del doctorado. La lógica agitación del apasionado romance, la entrega y el apoyo incondicional durante los trámites de separación de su anterior mujer, el tiempo invertido en los esmerados preparativos de su boda, en la planificación de la costosa reforma del hogar convertido en común, constituirían los perfectos pretextos para el continuo aplazamiento y posterior abandono de un proyecto cuya entidad puramente estratégica impedía de antemano la voluntad de su cumplimiento. Demasiado tediosa para ella la reflexión sobre el arte y su historia. Tanto, que sus libros de estudiante hace ya mucho que han pasado a ocupar el estante más alto e inaccesible de su preciosa librería de roble. Como hace ya mucho que rehúsa acompañar a su marido a la inauguración de exposiciones, a los actos académicos, a los congresos internacionales a los que con impostada ilusión había acudido durante los primeros meses de su noviazgo. ¿Para qué? Ya no tiene necesidad alguna de simular un interés que nunca existió realmente. Los muebles de firma, el espacioso vestidor repleto de prendas caras, las lecciones de tenis, la vida regalada que siempre había ambicionado, ya son suyos.

El ruido metálico del probable golpear de un bolígrafo contra el suelo, proveniente de la primera fila de butacas, interrumpe el curso de sus pensamientos. El hueco vacío que al agacharse a recogerlo ha dejado su propietario queda cubierto en pocos segundos por el perfil de una joven de bellas facciones que mira con atención a su marido mientras parece tomar nota de sus palabras. Debe de tener, aproximadamente, la misma edad que ella tenía cuando lo conoció. Por un momento cree verse reflejada en un espejo dotado de la virtualidad de resucitar el pasado. El mismo peinado sofisticado en los cabellos lacios y rubios, el mismo maquillaje estudiadamente aplicado sobre la piel tersa, el mismo escote que adivina generoso tras el hombro desnudo y redondeado que queda al alcance de su vista. Incluso diría que los hermosos contornos de su rostro guardan un notable parecido con los del suyo. Pero, sobre todo, se reconoce en el torso graciosamente tendido hacia adelante, como si todo su cuerpo se sintiera atraído por el foco del que emergen las palabras que resuenan en la sala. En el coqueto apoyarse de cuando en cuando de la punta del bolígrafo sobre los rojos labios entreabiertos. En la mirada arrobada posada con fijeza sobre su marido.

Sus ojos giran de nuevo hacia el estrado. Trata de dibujar las líneas de fuerza invisibles que, irradiando desde los de su marido, barren en semicírculo el auditorio, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, deteniéndose en puntos más o menos estables. Apenas al segundo cambio de sentido descubre cómo uno de esos puntos, aquél en que con mayor intensidad se demoran sus ojos oscuros de mirada seductora, coincide con los de la joven de la primera fila, en esos instantes aún más expectantes y extasiados.

Sobre la pendiente inclinada de la recta que se extiende entre esos dos pares de ojos, desconocidos unos, tan conocidos otros, pero en el fondo igualmente familiares, casi puede ver rodar los muebles de firma, el espacioso vestidor repleto de prendas caras, las clases de tenis, su vida regalada. En una dirección tan nítida como inevitable: la del lugar que, en una nueva vuelta de círculo, anuncia su inminente reemplazo.

24 comentarios:

Idea dijo...

Antígona, un placer pasar por aquí, fantástico cuento.

c.e.t.i.n.a. dijo...

Es lo que tiene casarse con un amante de la Éstética... Muy buena historia

Margot dijo...

Ummmm me encantan las historias con final de justicia poética...

Es lo que tiene el mercantilismo, una práctica bastante fea y que pocas veces da el rendimiento esperado, los objetos son fácilmente intercambiables.

Me encantó, Antígona muá!!!

Besos con sandalias planas.

Anónimo dijo...

Creo haber conocido o reconocido a alguna mujer como la de tu cuento,la esposa del profesor(o cualquier otra profesión bien remunerada,que la de profesor no siempre lo es)que hipoteca su vida a cambio de posesiones, status,posición....pero desgraciadamente todo en esta vida tiene un precio,en este caso,es un precio altísimo que yo desde luego no estaría dispuesta a pagar, pero hay mujeres a las que ese precio les compensa,al menos de entrada,por lo que no les importa renunciar a su libertad, incluso a la posibilidad de encontrar un amor que de verdad las colme por completo,no sólo un lugar seguro donde tener al alcance todo tipo de satisfacciones materiales. En fín, hay en juego muchos factores para que una mujer piense y actúe así no sólo personales sino de tipo familiar,cultural,social,las creencias se maman y se transmiten después cada un@ las asume o las desecha.En cuanto a lo del relevo generacional, yo creo irracionalmente en la ley del boomerang y que tarde o temprano vamos a parar con la horma de nuestro zapato.Insisto,es una creencia personal e irracional.
Un abrazo

YO dijo...

La historia afectiva del otro es un dato que más vale tener en cuenta, por si acaso.

Arcángel Mirón dijo...

La necesidad de posesión se ve reflejada en dos puntos: el de ella hacia los objetos, el lujo y el prestigio, y el de él hacia las mujeres devotas (devotas de él).

En ambos casos (¿en todos los casos?) el placer desaparece cuando la posesión se efectúa.

Muy bueno, Antígona. Y alarmante.

NoSurrender dijo...

Donde las dan las toman, doctora Antígona. Y quien a hierro mata, a hierro muere.

Me gusta su historia, y su desenlace más lógico que moralista. Me temo que nuestra señora tiene poco que hacer ante esta situación. Y me temo que ella lo sabe muy bien.

Pero que no se desmoralice nuestra aburrida señora, que las leyes protegen los braguetazos y ella, si ha tenido hijos, no perderá su tren de vida: con el dinero de nuestro magno conferenciante podrá poner ahora ojitos a su profesor de tenis o a su decorador favorito. En cambio el marido profesor tendrá que invitar a su nueva jovencita a cenar una hamburguesa ¿Mermará esto su sex-appeal más que el paso de los años?

Un beso, Antígona. Me ha gustado mucho su relato.

Anónimo dijo...

Un amor que no es el verdadero, está destinado a terminar; pero puede ser el comienzo de, tal vez, el bueno.
Poseer, posicionarse, posarse... parece una buena serie, no?
Un gusto leerte, chavalita!

Antígona dijo...

El placer es mío, Idea. Gracias por tus palabras, pero en el fondo creo que se trata de una historia bastante tópica.

Bienvenida a esta casa, la tuya siempre que quieras.

¡Un beso!

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Jajaja, C.E.T.I.N.A., está claro que este hombre no podía dejar de ser sensible a la belleza aparente. Pero supongo que de haber sido un buen esteta, también habría sabido que la belleza no se encuentra sólo en las apariencias. O mejor, que la apariencia de lo bello no tiene por qué ajustarse a los cánones más tópicos.

¡Un beso!

Antígona dijo...

A mí lo que me ha encantado, niña Margot, es eso de la justicia poética. ¡Suena estupendo! :)

En efecto, tú lo has dicho, la esencia de la mercancía reside en su naturaleza intercambiable, en sólo poseer valor como objeto de intercambio. Cuando uno se sitúa en la posición de mercancía, sin quererlo o queriéndolo, debe atenerse a las consecuencias. Aunque supongo que en este mundo mercantilizado, no resulta fácil no dejarse tentar por la lógica de la compra-venta.

¡Un beso con los pies descalzos!

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Me parece que todos conocemos a alguna de esas mujeres, Troyana. Y algunos hombres también habrá, ¿por qué no? Aun cuando dada nuestra tradición, que históricamente ha limitado en las mujeres el logro de esas posesiones, estatus y posición al matrimonio, me parece lógico que haya todavía más ejemplos de este modo de actuar en mujeres que en hombres. Por eso me parece muy acertado eso que dices de que el hecho de que algunas mujeres hayan actuado y actúen así no responde sólo a cuestiones de elección personal, sino también, y casi que me atrevería a decir fundamentalmente, a factores culturales y sociales que pueden seguir pesando, obviamente más en unos individuos que en otros.

Y también estoy de acuerdo contigo en que, si bien todo, absolutamente todo, tiene un precio, el que pagan estas mujeres tal vez sea demasiado alto. Simplemente porque esa “vida regalada” a la que aspiran sólo puede darse a costa de la dependencia, que siempre significa falta de libertad. Se trata, por tanto, de alguna manera, de una forma de esclavitud que yo tampoco estaría dispuesta a pagar. Entre otras cosas porque, quien depende, aun cuando lo haga voluntariamente, se encuentra en una posición sumamente frágil: la vida regalada por otro, en función de la voluntad de otro, está en constante riesgo de perderse.

En cuanto a la ley del boomerang, si con ella te refieres a lo que sucede en el cuento de que la mujer acaba desbancada por alguien similar a ella misma, supongo que, en el fondo, era algo que debía haber previsto. Aunque no sé si te he entendido bien.

¡Un beso y un abrazo!

Antígona dijo...

Esa historia afectiva, Yo, ya la conocía la mujer del cuento. ¿O acaso su actual marido no había dejado ya a su mujer por la alumna hermosa y fascinada por él que fue ella misma? Éste es el pequeño dato sobre el que tal vez no pensó lo suficiente: que su marido, día tras día, tenía a su alcance clones de lo que ella fue.

¡Un beso!

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Muy lúcido tu comentario, Arcángel. Sólo que ambas necesidades de posesión han sido satisfechas de un modo poco inteligente: en el caso de ella, porque sus posesiones no le pertenecen realmente, sino que son de su marido; en el caso de él, porque la devoción no es un objeto de compra-venta, sino algo que, tal vez, es necesario ganarse día a día. Y eso únicamente si se considera que la devoción es un objeto en sí mismo deseable. Algunas formas de ella sólo demuestran la fragilidad del ego de quien la desea.

También yo creo que el placer desaparece al hacerse efectiva la posesión. Los objetos verdaderamente deseables lo son porque nunca terminan de poseerse, sino que siempre escapan, en alguna medida, a nuestro alcance. Sólo por ello seguimos en movimiento.

¡Un beso!

Antígona dijo...

Así es, doctor Lagarto. O, como decía Troyana, uno siempre acaba encontrándose con la horma de su propio zapato.

Y lo ha visto muy bien: el desenlace no es tanto moralista como lógico. Si el hombre que ella se buscó fue capaz de sucumbir a encantos tan frágiles como la belleza física y la juventud, y tan engañosos como un interés intelectual que no supo detectar como falaz, ¿por qué no había de sucumbir exactamente a lo mismo al no perdurar tales encantos? En el éxito de su propia estrategia de seducción radicaba el principio de su propia ruina, por decirlo de alguna manera.

La cuestión es que nuestra aburrida señora no ha tenido hijos. Está demasiado contenta con sus ropas caras, sus tratamientos de belleza y sus partidas de tenis como para complicarse la vida con obligaciones y sacrificios que no desea. Ahora, esperemos que no lea su comentario porque de lo contrario lo primero que va a hacer al llegar a casa es dejar de tomarse sus pastillas o llamar a su ginecólogo para que le retire el DIU. No me extrañaría que, para preservar su vida regalada una vez la ha visto en peligro, se decida a apostar por la maternidad antes de que sea demasiado tarde. Y de suceder esto último, el profesor no tendrá más remedio, en efecto, que elegir entre la precariedad económica, lo cual, probablemente, disminuirá en buena medida su sex-appeal ante futuras “arribistas”, y la limitación de sus nuevas jovencitas a la condición de meras amantes. Digo yo que desde un punto de vista objetivo la última opción es la preferible, ¿no? Con ella nadie sale perjudicado ;)

Me alegro de que el relato le haya gustado, doctor Lagarto. Espero que usted, como reputado psicoanalista, no sufra el acoso de semejantes arribistas o, de sufrirlo, no se deje engatusar por sus artimañas :P

¡Un beso!

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Así es, querido Cosaco. Pero sólo si uno aprende de sus errores y no se empeña en repetirlos. O no de sus errores, si no puede hablarse de tales, sino de la experiencia vivida, y aprende poco a poco a descubrir quién puede motivarle a amar de verdad. Supongo que de entrada, todos andamos un poco ciegos en ese terreno del amor verdadero y necesitamos algo de rodaje para saber lo que queremos.

¿Buena serie? ¿Andas buscando pegar un braguetazo con alguna millonaria o qué? :P

Un gusto que te pases por aquí, majo :)

¡Un beso!

Dante Bertini dijo...

Cuántos análisis tan sesudos a pesar del calor!
Frente a ellos sólo puedo decirte que no hay Happy End. Nunca lo hay cuando buscamos la solución por fuera. Volverá a repetirse la historia, una y otra vez, jugando cada uno todos los papeles.
Un abrazo.
Siempre das interés a tus historias.

Anónimo dijo...

Pues para ser un catedrático de Arte, me parece demasiado superficial ese hombre...

Vintage dijo...

Todos nos vendemos, de una forma o de otra.
muakkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk

El veí de dalt dijo...

Esto es la estética del catedrático, ¿no? Algunos no alcanzamos ni a becarios... Me recuerda la peli de la Coixet, Elegy.

Miss.Burton dijo...

Cambio de planes, y de papeles.... Bueno, normalmente nos pasa a todos, las experiencias nos marcan, aprendemos de nuestros errores, y acabamos siendo mas grandes que todos ellos juntos... con el consecuente jironeo mental que quda ya para siempre....
Me ha encantado, supongo que ella sabía de ese final, porque el principio ya contaba lo predecible, que no se puede luchar contra determinadas especies de hombres, y que la que se pone en su camino, sabe, saldrá quemada.
Pero vamos, que de experiencias, ya te digo, va la vida, y el consecuente crecimiento, o la evolución, o lo que sea que hace que rodemos con el mundo...
Un besazo fuerte, ya estamos en agosto, tengo cita, doctora, bien pronto...MUAAAAAAAAA¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

Antígona dijo...

¿Análisis, cacho? ¡Pero si sólo es un relato! Eso sí, que trata de recrear relaciones de las que todos sabemos y que no dejan de entrañar su complejidad, al menos desde cierta perspectiva.

También yo creo que en este tipo de historias no puede haber final feliz. Sencillamente, porque los seres humanos tenemos necesidad de cosas mucho más esenciales que las posesiones materiales: afecto, respeto, admiración, confianza… Nada de esto puede quedar al alcance de quien se rige meramente por una lógica mercantilista. Y lo digo tanto por ella como por él. La historia volverá a repetirse, sí, si ninguno de los dos aprende de la experiencia pasada.

¡Un beso!

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Bueno, Carrascus, yo diría que los catedráticos de Arte, como ningún otro catedrático de nada, no por serlo se libran de ser personas superficiales. Una cosa es la formación intelectual, la erudición, o la sensibilidad aplicada a lo teórica, y otra muy distinta la sabiduría vital. Y ésta no se alcanza reflexionando sobre el arte y su historia, sino sobre uno mismo y aquello a lo que aspira en esta vida. Un ejercicio tan complicado para un catedrático como para el panadero de la esquina y en el que el catedrático, sólo por sus conocimientos teóricos, no le lleva en principio ventaja alguna al panadero.

¡Un beso!

Antígona dijo...

Bolero, es verdad que todos nos vendemos. Pero supongo que lo que diferencia una forma de venderse de otra es el precio que por ello tenemos que pagar. Y hay costes que, a la larga, no compensan en absoluto.

¡Un beso!

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Ay, Veí, es que ya se sabe que los catedráticos gozan de mucho prestigio, y hay personas especialmente sensibles a la erótica del poder. No he visto la peli de la Coixet, a ver si me hago con ella un día de estos.

¡Un beso!

Antígona dijo...

Yo más bien creo, Delirium, que uno de los errores de esta persona radica en su ingenuidad: una vez logrado su objetivo, no ha caído en la cuenta –o no ha querido hacerlo- de que ningún logro lo es a perpetuidad sino que hay que reconquistarlo día a día. Pero claro, el engaño no puede tampoco mantenerse eternamente. No es posible fingir durante mucho tiempo un interés que no existe. Y a ella, en el fondo, no le interesaba su marido, sino lo que a través de él podía alcanzar. Supongo que el problema es que las relaciones utilitarias pueden funcionar en el ámbito de lo público, pero trasladadas al terreno de lo íntimo están condenadas al fracaso.

De los errores se aprende, claro que sí. Pero para ello hay que estar dispuesto a reconocer dónde radica el error y actuar en consecuencia. Y no es la ingenuidad el error más grave de este personaje, sino, justamente, la motivación utilitaria de su matrimonio. Esto es lo que tendría que abandonar radicalmente para no volver a salir mal parada.

Jajaja, Delirium, la cita sigue en pie, claro que sí. Mi consulta se reabrirá más o menos en una semanita ;)

¡Un gran beso!

Anónimo dijo...

jaja, no, busco una buena serie al estilo de... hmmm... jo, esto de no ver la tv hace que te olvides de tus series favoritas...

lo de la millonaria si que es verdad, me has pillado: quiero conquistar a una mujer con un millón al día, claro que no de euros ni dólares, si no otra cosa más interesante.

Sobre mi serie de palabras consecutivas, podría seguir por:

posleer: (1) leer un post no haciendo caso de las faltas de ortografía. (2) obsesionarse con lecturas de artistas postmodernos (3) aferrarse de forma ruin a todos los libros propios y no prestar ninguno por miedo a que no los devuelvan.

claro que a mi me gusta más posar (es más sugerente sobre todo cuando es reflexiva)

agur, tertuliana

Gato dijo...

Siempre cabe la posibilidad de que se convierta en administradora de las fantasías, con ése gran trato de "para mí la visa, la educación de los niños y las cenas formales... y yo te perdonaré los caprichos que te apetezcan"

Gato dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Antígona dijo...

Jo, Cosaco, un millón al día… ¿de qué? No quiero mal pensar pero espero que sepas que el cuerpo humano tiene sus limitaciones :P

Yo a lo de ser millonaria me apunto, siempre y cuando me toque la lotería y no sea consecuencia de dependencias indeseadas. Claro que si algún millonario desea regalarme parte de su fortuna sin pedir nada a cambio, tampoco tendría nada que objetar ;)

A tu serie, añado “posponer”, que es lo que nos permite seguir vivos. Posar, me gusta poco, la verdad. Posarme, hmmmm… depende de dónde.

¡Otro beso!

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Es una posibilidad, Gato, y no voy a juzgar a quien la elija. Ahora, lo que tengo claro es que no la desearía para mí. Nada de lo mejor de esta vida puede comprarse, mucho menos con una visa. ¿No lo decía ya aquel anuncio que precisamente anunciaba una visa? Pues eso, por paradójico que resulte.

¡Un beso!