Los que seguís asiduamente este blog recordaréis probablemente que hace unos meses estuve en el Purgatorio. Pues bien, en medio de las numerosas torturas y penalidades que allí debí padecer, a menudo me vi sobrecogida por una extraña sensación que hacía resonar en mis oídos la voz de Dylan arrastrándose por esa estrofa que dice: "Because something is happening here, but you don't know what it is. Do you Mr. Jones?". Sí, algo estaba pasando. Pero yo, al igual que Mr. Jones, no sabía qué era. Hasta que la inquietante sensación comenzó a traducirse torpemente en mi cabeza en una idea: en el Purgatorio no era posible pensar. Pensar. Algo que viví como una suerte de tortura añadida a las que ya estaba sufriendo y que me desasosegaba tal vez más que todas ellas juntas.
¿Pensar? ¿Pero qué quería decir pensar? Porque si de lo que se trataba era de encontrar soluciones lógicas a cuestiones urgentes, de planificar estrategias para alcanzar un objetivo inmediato, de sacar las conclusiones precisas para hacerlo efectivo, no puede decirse que en el Purgatorio no pensara. Más bien sucedía todo lo contrario. Cada día, en una interminable jornada que se extendía desde antes de la siete de la mañana hasta más allá de la medianoche, mis neuronas trabajaban a marchas forzadas para enfrentarse a situaciones nuevas e intentar salir airosa de ellas, para resolver problemas inesperados, para tomar una decisión tras otra, engarzadas en una larga cadena agotadora que daba con mi cabeza en la almohada totalmente exhausta, en lapsos de tiempo incomparablemente más breves a los de su rutina habitual. No, mis neuronas funcionaban a pleno rendimiento. Y aun así, seguía teniendo la sensación de que no podía pensar.
Lo que me ocurría era más que evidente: no tenía ni el tiempo ni la calma para pararme a pensar. Y es que de ese pararse, de esa detención del movimiento, emerge otro Pensar muy distinto al que en aquellos días no dejaba de poner en práctica y que con tanta inquietud echaba de menos. Urgida por las circunstancias, inmersa en un vertiginoso ajetreo que amenazaba con desbordarme, requerida por mil y un asuntos que precisaban una respuesta siempre pronta, carecía del sosiego y, sobre todo, del espacio mental que me permitiera, además de pensar en lo necesario para sobrevivir a la condena del Purgatorio, pensar sobre lo que en él estaba sucediendo. Porque ese otro Pensar que allí parecía haberse evaporado constituye, diría, principalmente una cuestión de espacio: de espacio interior que sólo puede abrirse a la luz de un cierto vacío exterior. Y exige, apoyándose sobre ese espacio, una toma de distancia, un sacar un pie fuera de la realidad que nos aleje de ella, o incluso un elevarse hacia las alturas que sobrevuele los acontecimientos para así, proyectando una mirada de pájaro, alcanzar a contemplarlos. Ante la drástica reducción de ese espacio interior, en ausencia de la posibilidad de generar a través de él esa distancia en el momento en que los acontecimientos se agolpan uno tras otro demandando pura proximidad sin huecos, no cabe contemplación alguna. Toma su lugar un ver miope, casi ciego, que avanza mecánicamente superando obstáculos sin lograr la perspectiva adecuada para explorar y conocer el terreno que pisa.
Sin distancia, sin lejanía, no hay, por tanto, ese otro Pensar desasido de lo inmediato. Ni puede haberlo sin el vacío exterior que consiga dilatar en nosotros el espacio interior capaz de crear esa distancia y esa lejanía. El espacio que consienta dar un salto por encima de la realidad y situarnos en una provisional atalaya periférica desde la cual, tranquilamente sentados, examinarla con calma.
Supongo que huelga decir que, finalizado el trance del Purgatorio, acabé recobrando poco a poco ese otro Pensar que me fue negado con sus suplicios. Al menos en el grado en que disponía de él antes de iniciarlo. Pero su recuperación únicamente me llevó a redescubrir una vez más algo que, en el transcurso de esa desagradable experiencia, me había sido muy fácil olvidar: que ese mismo espacio interior que hace posible el Pensar, el que habilita la mirada de pájaro, no supone más que un estorbo y un martirio indecible allí donde la intensidad del brillo del momento presente nos impele a mutar de pájaro en serpiente y a deslizarnos sobre cada instante, ávidamente pegados a su superficie, como si de nuestra propia piel escamosa se tratara. Deseosos de aniquilar todo milímetro de lejanía. Anhelantes de una cercanía absoluta que nos disuelva y funda con lo que acaece.
¿Pensar? ¿Pero qué quería decir pensar? Porque si de lo que se trataba era de encontrar soluciones lógicas a cuestiones urgentes, de planificar estrategias para alcanzar un objetivo inmediato, de sacar las conclusiones precisas para hacerlo efectivo, no puede decirse que en el Purgatorio no pensara. Más bien sucedía todo lo contrario. Cada día, en una interminable jornada que se extendía desde antes de la siete de la mañana hasta más allá de la medianoche, mis neuronas trabajaban a marchas forzadas para enfrentarse a situaciones nuevas e intentar salir airosa de ellas, para resolver problemas inesperados, para tomar una decisión tras otra, engarzadas en una larga cadena agotadora que daba con mi cabeza en la almohada totalmente exhausta, en lapsos de tiempo incomparablemente más breves a los de su rutina habitual. No, mis neuronas funcionaban a pleno rendimiento. Y aun así, seguía teniendo la sensación de que no podía pensar.
Lo que me ocurría era más que evidente: no tenía ni el tiempo ni la calma para pararme a pensar. Y es que de ese pararse, de esa detención del movimiento, emerge otro Pensar muy distinto al que en aquellos días no dejaba de poner en práctica y que con tanta inquietud echaba de menos. Urgida por las circunstancias, inmersa en un vertiginoso ajetreo que amenazaba con desbordarme, requerida por mil y un asuntos que precisaban una respuesta siempre pronta, carecía del sosiego y, sobre todo, del espacio mental que me permitiera, además de pensar en lo necesario para sobrevivir a la condena del Purgatorio, pensar sobre lo que en él estaba sucediendo. Porque ese otro Pensar que allí parecía haberse evaporado constituye, diría, principalmente una cuestión de espacio: de espacio interior que sólo puede abrirse a la luz de un cierto vacío exterior. Y exige, apoyándose sobre ese espacio, una toma de distancia, un sacar un pie fuera de la realidad que nos aleje de ella, o incluso un elevarse hacia las alturas que sobrevuele los acontecimientos para así, proyectando una mirada de pájaro, alcanzar a contemplarlos. Ante la drástica reducción de ese espacio interior, en ausencia de la posibilidad de generar a través de él esa distancia en el momento en que los acontecimientos se agolpan uno tras otro demandando pura proximidad sin huecos, no cabe contemplación alguna. Toma su lugar un ver miope, casi ciego, que avanza mecánicamente superando obstáculos sin lograr la perspectiva adecuada para explorar y conocer el terreno que pisa.
Sin distancia, sin lejanía, no hay, por tanto, ese otro Pensar desasido de lo inmediato. Ni puede haberlo sin el vacío exterior que consiga dilatar en nosotros el espacio interior capaz de crear esa distancia y esa lejanía. El espacio que consienta dar un salto por encima de la realidad y situarnos en una provisional atalaya periférica desde la cual, tranquilamente sentados, examinarla con calma.
Supongo que huelga decir que, finalizado el trance del Purgatorio, acabé recobrando poco a poco ese otro Pensar que me fue negado con sus suplicios. Al menos en el grado en que disponía de él antes de iniciarlo. Pero su recuperación únicamente me llevó a redescubrir una vez más algo que, en el transcurso de esa desagradable experiencia, me había sido muy fácil olvidar: que ese mismo espacio interior que hace posible el Pensar, el que habilita la mirada de pájaro, no supone más que un estorbo y un martirio indecible allí donde la intensidad del brillo del momento presente nos impele a mutar de pájaro en serpiente y a deslizarnos sobre cada instante, ávidamente pegados a su superficie, como si de nuestra propia piel escamosa se tratara. Deseosos de aniquilar todo milímetro de lejanía. Anhelantes de una cercanía absoluta que nos disuelva y funda con lo que acaece.
24 comentarios:
me parece que esta Mrs. Jones sabe muy bien lo que le pasa.
Tal vez, precisamente eso que no PODÍA hacer era lo que no DEBÍA hacer: seguir pensando.
Soy muy atrevido? Si es así, lo siento. Un abrazo cariñoso.
A mi todo esto me sugiere algo parecido a técnica y táctica... pero no, suena demasiado racional. La inteligencia es la habilidad para sobrevivir ante esas adversidades que a veces nos rodean, pero creo que esa inteligencia de más altura, "a vista de pájaro" va de emocionalidad. Y vale para VIVIR.
bso!
En ciertos periodos confusos puede llegar a ser dificil diferenciar el pensar del gestionar.
Cuando los acontecimientos se precipitan perdemos prespectiva y nos limitamos a solucionar los problemas inmediatos sin atender a las grandes cuestiones de nuestra vida.
Y a la que te quieres dar cuenta no eres tú quien controla tu vida sino la prisa la que te controla a ti. Conozco el tema.
Hace años que tomé el control y ahora veo mi propia vida con vista zenital como si fuese la vida de otro. Y la disfruto....
¿Atrevido? En absoluto, amigo Cacho, no hay nada de qué disculparse. Entre los muchos defectos que tiene esta Mrs. Jones de pacotilla se cuenta el de pensar demasiado, y situarse mucho más cómodamente en la posición de pájaro que en la de serpiente. Para su desgracia, en muchos momentos. Aún tengo que aprender a reptar más y mejor.
Ahora, no creo que en el Purgatorio debiera ni pensar ni no pensar. Con sobrevivir tenía más que suficiente, y como la estancia era por tiempo limitado, podía en el fondo no preocuparme por esa falta de pensamiento. Simplemente me abrumó darme cuenta de que en el momento en que tu vida se convierte en una espiral imparable de sucesos y obligaciones, no hay tiempo, ni calma, ni serenidad para pensar. Y eso, prolongado en el tiempo –a fin de cuentas, mi jornada en el Purgatorio sólo era una jornada laboral más larga-, sí me parece preocupante.
Porque pensar puede ser molesto cuando no toca pensar. Pero no en vano se ha dicho por ahí que pensar es peligroso en un sentido muy distinto: quien no piensa, se somete con mayor facilidad y felicidad, ¿no crees?
¡Un beso!
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La técnica y la táctica, diría, forman parte de esa habilidad que mencionas para sobrevivir ante la adversidad, Cosaco. Esas formas de pensamiento nos son imprescindibles, claro que sí. Pero yo creo que también otras. Las que, tomando distancia con respecto a lo que nos rodea, nos permiten saber dónde estamos, y lo que es más importante, tener claro el horizonte hacia el que nos dirigimos. Una mirada que se pierde cuando estamos inmersos en una cotidianidad tan llena de estímulos o deberes que no nos deja tiempo para pensar.
También yo creo que esa inteligencia o pensar de más altura van ligados a las emociones. Pero no sólo. Requiere de una cabeza clara que valore los fines que se propone y los porqués de esos fines. Y es difícil mantener la cabeza clara para tales asuntos cuando se está demasiado ocupado.
¡Un beso!
No lo podrías haber resumido mejor, C.E.T.I.N.A. Para mí, como decía en el post, es una cuestión de distancias, reales y metafóricas, externas e internas; pero también, como tú señalas, de velocidad, de prisas, que tienen que ver con un exceso de asuntos a los que atender.
Cuando lo inmediato urge demasiado sin dar tregua, sin descanso ni tiempos vacíos, entonces podemos llegar a perder de vista los objetivos que, a mayor distancia, dan sentido a eso inmediato, y extraviarnos o seguir andando por inercia sin rumbo alguno. O podemos, simplemente, dejar de ver y disfrutar lo que al hilo de nuestro caminar se nos va presentando por el camino. Porque para mí ese disfrutar exige también de un rumiar, de un interiorizar, que necesita calma y tiempo, suspensión del movimiento. Algo totalmente opuesto a la velocidad y la precipitación.
Lo curioso es que hay muchas personas cuya jornada diaria, prácticamente por elección propia, se parece mucho a la de mis días en el Purgatorio. Pero yo en ellas sólo veo un terrible miedo al vacío. Pienso, sin embargo, que ese vacío nos es imprescindible. Sin él no hay posibilidad de expandirse, sobre todo hacia dentro, que es lo que importa.
No es fácil tomar ese control en este mundo competitivo en el que el dinamismo, la eficiencia, la velocidad, el hacer, se valoran mucho más que la lentitud o la calma, que el no-hacer, pese a que, a mi modo de ver, son estos últimos los que a la larga resultan más productivos.
Me alegro de que tú lo consiguieras y así hayas empezado a disfrutar. Yo aún no tengo esa sensación. Pero habrá que seguir intentádolo.
¡Un beso!
Reflexión y perspectiva, querida Antígona, deben ir de la mano o eso me parece, y las dos del brazo de la calma.
Aunque también sucede que no siempre apetece Pensar, es el momento de dejarse llevar, de disfrutar y no por ello nos sentimos vacíos. Me temo que ese vacío te llegaba más por estar en una situación en la que te sentías autómata que en la de un tiempo para no pensar. Hazme caso, a vaces no pensar es una delicia... jeje.
Lo que no entendí es eso del pájaro y la serpiente, se me escapa ese último párrafo. Ando un poco espesa y despistá... ya me lo explicarás, va?
Besos a vuelo y vista de pájaro, de pájara a pájara!
Pues justamente eso que tú me dices, niña Margot, es lo que yo quería decir con lo del mutar de pájaro a serpiente: que hay momentos, ocasiones, circunstancias, en las que pensar está simplemente de más. Momentos en que la distancia de esa mirada de pájaro sobra y lo que desearíamos es convertirnos en serpientes, esto es, anular toda distancia reflexiva con respecto a las cosas y simplemente poder pegarnos a ellas, como hace la serpiente al arrastrarse por encima de una roca, vivirlas en toda su intensidad, fundirnos con lo que está sucediendo, o, como tú expresabas, dejarnos llevar sin la molesta compañía de esa distancia interna del pensamiento que analiza, disecciona, juzga o sopesa. Porque esa operación del pensamiento siempre comporta un alejamiento interno, mientras que hay circunstancias a las que sólo se puede sacar todo su jugo entregándose plenamente a lo que ocurre, buscando la máxima cercanía sin resquicio alguno de distanciamiento.
Cada cual que imagine a qué circunstancias puedo referirme. Pero que nadie sea mal pensado, eh? O mejor, que sea tan mal pensando como bien pensado, que circunstancias de estas las hay muy distintas y variopintas ;)
Pero insisto en lo que decía a Cacho: puede que me sintiera como un autómata, sí. Pero me sorprendió el darme cuenta de cómo en medio de toda esa actividad frenética –y podrás suponer que no vivida de un modo muy agradable, que para eso estaba en el Purgatorio- mi cabeza estaba tan absorbida por ella que me resultaba imposible tomar distancia y pensar con claridad sobre algunas de las cosas que estaban sucediendo. O simplemente pensar en otras cosas.
La que debe de andar espesa soy yo, que no consigo hacerme entender. Ya no sé si pensar que es todavía a causa de las secuelas del Purgatorio o por culpa de este maldito calor veraniego. Esperemos que sea lo segundo.
¡Besos de reptil arrastrándose por la roca!
Hey, que se me olvidaba! Que me alegro de que estés de vuelta, Margot, de tus días de cultivar el espíritu de croqueta. Seguro que te han sentado fenomenal.
¡Más besos de bienvenida!
Hay una canción de Los Chunguitos:
"... si me das a elegir
entre tú y mis ideas
que yo, sin ellas, soy un hombre perdido
ay, amor
me quedo contigo".
El no pensar nos deja sin identidad. Pasamos a ser maleables, objetos. Por eso, tal vez, en el purgatorio no se piensa.
Supongo, nunca estuve ahí (estuve en lugares peores y en esos lugares tampoco se puede pensar).
Mmmmm... no estoy yo muy de acuerdo contigo (para variar) en que pensar sea un acto intelectual o consciente que pueda ser mediatizado por ninguna situación, ya sean los temores del purgatorio o cualquier otra...
Pensar es percibir cualquier cosa por nosotros mismos, así que la mente siempre la tenemos llena de pensamientos; todo lo que nos ocupa la mente es pensar, no solo entender, sino querer, imaginar, sentir... todo es pensar.
O igual es que me he levantado cartesiano de la siesta...
Como siempre, me parece muy sensato lo que dice, doctora Antígona. O debería decir señora Jones.
Desde luego, hay un pensar que no puede abstraerse de plantear preguntas y otro “pensar” que consiste, precisamente, en evitar hacer las preguntas.
En los campos de formación de los marines, y de cualquier ejército de elite en general, una de los aspectos básicos es ocupar el 100% del tiempo de los reclutas. Es la mejor manera de evitar que piensen lo que van a hacer, efectivamente.
También me ha recordado cuando, hace mil años, cuando yo era un preadolescente, los curas aconsejaban que la mejor manera de luchar contra la tentación de los tocamientos era no caer en el ocio. El peligro del ocio para la conciencia es terrible, efectivamente.
Ambas cosas son muy similares: nos muestran cómo se nos puede anular intelectualmente sólo con un aumento de la actividad frenética. Lo que más me llama la atención es que estamos rodeados de gente que busca deliberadamente la plena okupación de su cerebro con actividades diversas (clases de ballet, yoga, compras compulsivas...). Que no quieren parar. Que no quieren pararse a pensar porque seguramente se aterrarían con las preguntas que intentan no hacerse ¿No es así, señora Jones?
Besos, doctora Antígona!
Una letra muy significativa, Arcángel, aun cuando, precisamente por lo que señalas de que el no pensar nos deja sin identidad, yo no querría verme en la disyuntiva de tener que elegir entre nadie y el pensar –el tema de las ideas, que no el pensar, que siempre es algo vivo, ya es algo distinto.
Creo que es así: en el momento en que dejamos de pensar nos convertimos en seres mucho más maleables. Fundamentalmente porque sin confrontarnos de cuando en cuando con la realidad que nos rodea en ese ejercicio de distanciamiento que es el pensar, nos volvemos mucho más vulnerables a dejarnos arrastrar por lo que, en lo más hondo de nosotros mismos, no deseamos ni podemos desear. El no pensar nos vuelve mucho más frágiles, más débiles de lo que ya somos.
Estoy segura, Arcángel, de que mi Purgatorio se parecía mucho a esos lugares en los que has estado y en los que no se podía pensar. Simplemente porque se parecía mucho a una jornada laboral excesiva y frenética, en la que tampoco es fácil encontrar tiempo ni energías para pensar.
¡Un beso!
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Amigo Carrascus, vaya por dios, pensaba que al menos en esto sí estaríamos de acuerdo :P
Y sí, te levantaste muy cartesiano de tu siesta. Pero estoy convencida de que Descartes también admitiría distinciones dentro de ese totum revolutum que llama pensar y que nosotros en nuestro lenguaje, probablemente, llamaríamos sencillamente conciencia. En fin, pues no se ha hablado desde entonces de diferentes modos de hacer uso de la razón, si simplemente nos atenemos a ella y dejamos de lado, por ejemplo, el sentir y el percibir.
Y en cuanto a que el pensamiento pueda o no ser mediatizado, hombre, pues diría que es una cuestión meramente vital de economía del tiempo. Mientras se está pensando en unas cosas, no se puede pensar en otras, del mismo modo en que cuando se está ocupado haciendo algo, no se puede estar ocupado en hacer otra cosa. Somos seres finitos, Carrascus.
Por ello, mi no pensar no se debía a los temores que me producía el Purgatorio –pese a tratarse de una experiencia que, desde cierto punto de vista, bien podría calificar de terrorífica-, sino a la excesiva ocupación –u okupación, como dice NoSurrender más abajo- de mi mente en toda una serie de tareas que no me dejaban ni tiempo ni espacio mental para dedicarme a nada que no fuera tratar de sobrevivir en él.
¡Un beso!
Me gusta eso de señora Jones, doctor Lagarto. Tanto como me gusta la canción de Dylan. También tanto como que haya introducido el tema del hacerse preguntas en relación al pensar, en la medida en que, en mi opinión, ambos se encuentran intrínsecamente unidos. Y no me refiero necesariamente a eso que suelen llamarse las “grandes preguntas”, sino al mero hecho de que, como le comentaba a Arcángel, en el momento en que uno deja de preguntarse por qué hace lo que hace, o dice lo que dice, o por qué las cosas son como son, acaba convertido en instrumento de la realidad y sin margen para transformar o inventar la realidad que le parece más justa, o más deseable, o, simplemente, más acorde con su modo de sentir o vivir.
Pero ese hacerse preguntas “sobre” lo que sucede, y no meramente preguntas relativas al modo de gestionar o administrar con más eficacia eso que sucede, exige, en efecto, tiempo; tiempo que, como planteaba en el post, para mí se traduce en espacio mental, en espacio vacío capaz de llenarse con interrogantes que, en ausencia de ese vacío, carecen de lugar material para emerger. De ahí que me parezcan muy apropiados los ejemplos que pone, tanto el de los marines como el de los curas. ¿No se dice además eso de que “cuando el diablo no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo”? Prueba evidente de que en el ocio, en el no tener que hacer, se ha intuido un peligro para el buen funcionamiento de la sociedad si éste exige antes sometimiento y conformidad con lo establecido que pensamiento crítico.
También a mí me llama la atención que se haya impuesto como un valor ese estar constantemente okupado que muchos asumen e incluso dicen disfrutar. Es como si el tiempo de ocio se hubiera convertido también en tiempo de trabajo, tiempo al que hay que sacar una productividad, un rendimiento, que hay que reglar, administrar y gestionar para extraerle un fruto medible y calculable. Y sobre todo para que, al final de la jornada, uno se sienta tan exhausto que no tenga ni tiempo ni ganas de pensar en nada. Entiendo que le tengamos miedo al vacío, porque es en el vacío cuando realmente nos enfrentamos desnudos a nosotros mismos. Pero, como decía más arriba, estoy convencida de que ese vacío nos es necesario. De que el aburrimiento es también “productivo” en un sentido mucho más interesante, por difuso e incontrolable, que el de la productividad reglada y controlada del tiempo de ocio convertido en extensión de la jornada laboral. Y no me refiero, claro, al aburrimiento de quien, como decía García Calvo, se aburre sin saber que se aburre en medio de esa actividad frenética. Sino al aburrimiento que nos pilla solos en casa sin saber qué hacer y que, qué peligro, nos brinda espacio para pensar.
¡Un beso, doctor Lagarto!
Imagino que con lo que te gusta Dylan, ya habrás visto "Im not There"; a mi me pareció muy interesante.
Salud, Jones!
Ajá, entendido!! De pájaras a serpientes según sople el viento y nos toque..,
Y no, no creas que eres tú, este finde me decían que había vuelto empaná de las vacaciones... jeje. Debe ser el calor y el exceso de arena, ays.
Más besos coincidentes.
Me salgo un poco, a mi es q el purgatorio, como q me pone
no sé, creo q es mas divertido
muakkkkkkkkkkkkkkkk
inquiéteme por lo de la serpiente, más después aquiéteme por su maravillosa respuesta...la serpiente pegándose a las cosas.
Ay, Cosaco, es que como no la han estrenado por aquí y yo aún no me he metido en los berenjenales informáticos esos de bajar pelis, pues no, no la he visto. ¿Algún alma caritativa que me la pase?
¡Otro beso, Cosaco!
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De pájaras a serpientes, así es, Margot, que cada circunstancia y momento requiere su condición. Pero cuidado con no estamparse contra el suelo al pasar demasiado rápido de una a otra, eh? ;)
Yo también ando un poco empaná, no te creas. Que con estos calores africanos mis neuronas andan al ralentí, si no peor todavía.
¡Otro beso en vuelo rasante!
Y tanto que te sales, Bolero, que mi Purgatorio no tuvo nada de excitante. Aunque en fin, igual a ti te habría molado. La próxima vez que me llamen de las altas esferas para purgar mis pecados les damos el cambiazo y te vas tú por mí. Ya me cuentas luego qué tal la experiencia :P
El que debe de ser un lugar divertido es el infierno, ¿no crees? Cuando a uno ya le han condenado para toda la eternidad, ¿qué más da los excesos que haga? ;)
¡Un beso!
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Jajaja, Cacho, las serpientes son inquietantes, sí, según se las mire. No es que les tenga yo especial predilección. Pero en este caso me pareció una buena metáfora con respecto a la distancia de la mirada de pájaro. La serpiente no verá más allá de sus narices, pero su contacto con las cosas, sin un ápice de distancia, me parece envidiable para muchas ocasiones.
¡Otro beso!
bueno,bueno,bueno,...desde el ocio y por momentos tocando la frontera con el aburrimiento,alcanzo a pensar que hay algo sospechoso en esta actividad frenética a la que se nos aboca desde numerosos frentes.Pensar es un gesto que puede inclinar a la insurrección, tentador para rebelarse,encontrar nuevas formas de expresión,despertar y escapar de la alienación y la uniformidad, es un acto de creación,de distancia con un@ mism@ y tu realidad más inmediata,y un balón de oxígeno en el stress del día a día para cercionarte de que tu vida va en la dirección que buscas o deseas y dar respuesta a esas pequeñas y grandes preguntas que desde luego se hace dificil responder desde la constante ocupación.
En mi opinión,sin abandonar el reino animal(pájaros,serpientes...etc)hay que procurar ser un poco hormiga pero también un poco cigarra, y ante todo, hay que procurarse, a ser posible cada día, un momento de calma sin tareas asignadas donde un@ sea capaz de escuchar su propia voz interior.
Poco más Antígona,que pensar es un derecho tan irrenunciable como dejar de pensar y dejarse llevar.
Un abrazo y hasta prontísimo!
Y no has pensado que tal vez a algunas cabecitas lo que les sobra es pensamiento...
No vamos a llegar al "lejos de nosotros la funesta manía de pensar", lema de la Universidad de Cervera...
Pero tal vez sí al Voltaire de Cándido: vivir sin razonar... como uno de los mejores métodos para ser "feliz"...
O al Machado de cabeza meditadora,..., vas creyendo ver porque mides la sombra como un compás... Y al final, más que pensar, son las obras lo que nos definen... A la abeja, hacer miel... Y por eso Machado acaba con ese... "verdades, vanidades que nada son al fondo de mi crisol".
En fin, no sé qué hago pensando en estas tonterías en vez de trabajar y levantar ejte país, como diría Bono.
pobre mujer, tendría que ser más espontánea. la especulación trae alún resultado mejor que el directo, pero el precio de vivir así es demasiado alto.
Pues sí, querida Troyana, algo sospechoso hay en esa valoración desmedida y en la incitación que padecemos a la actividad constante si, como muy acertadamente dices, el pensar puede abocar a la insurrección, a la rebelión –lo has expresado estupendamente- tanto pública como privada, pese a que en el fondo, diría, se trata de la misma cosa.
Ese balón de oxígeno lo necesitamos, aunque a veces nos resulte más cómodo carecer de él, porque ya se sabe que del pensar pueden surgir respuestas inquietantes con respecto a la dirección seguida, a la discordancia entre la vida que para nosotros imaginamos un día y la que tenemos, o entre las convicciones que nos sustentan y las acciones de nuestra vida cotidiana.
Totalmente de acuerdo con lo de ser pájaro, serpiente, hormiga y cigarra. ¡Dentro de poco nos mudamos al zoológico! :) Y más de acuerdo aún con tu definición del pensar como un derecho irrenunciable, al igual que del dejarse llevar. Sólo que, como todos los derechos, se trata de invenciones por las que debemos apostar y seguir apostando. De lo contrario, no pueden existir.
¡Un beso!
Pues sí, JJ –doy por sentado que eres tú; si no lo eres, anónimo, corrígeme por favor-, claro que lo he pensado, y de ahí el final del post y la metáfora de la serpiente. Ahora, con lo que nunca podré estar de acuerdo es con esa afirmación del Cándido de Voltaire. Simplemente porque estoy convencida de que la vida es demasiado compleja como para que se pueda salir bien parado sin razonar sobre ella. Y más contando con el hecho de que esa vida abstracta siempre es la vida de cada cual, irreductible, desprovista de referentes absolutos que puedan servir de guía firme e inequívoca.
Hermosas y sabias las palabras de Machado, sin duda. Sólo que no creo que sea acertado presuponer que el pensar conduzca a la verdad. Antes bien diría, con Sócrates, que el pensar constituye la vía más eficaz para desmontar verdades establecidas y conducirnos a un no-saber, a un estado de confusión, mucho más acorde con la posibilidad de llevar a cabo esas obras que nos definen a las que aludes.
¡Un beso!
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Personalmente no creo que el precio a pagar por vivir pensando sea demasiado alto, Tan versátil como acústica. Por el contrario, pienso que el de la vida sin reflexión lo es mucho más, infinitamente más. La posibilidad de perder el norte o incluso de no hallarlo nunca está, a mi juicio, estrictamente ligada a la negación del pensamiento. Pese a que a la vez nos sea necesario aprender a que el pensamiento no suponga un obstáculo a la acción espontanea. Siempre hay un momento y una circunstancia para cada cosa, ¿no crees?
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