viernes, 11 de julio de 2008

Errar


Nada es tan sencillo como para el cazador agazapado frente a su presa, cuyo errar el tiro alcanza íntegra conciencia en la continuidad del vuelo sobre su cabeza, en el apresurado susurrar cada vez más distante de los matorrales, incluso en el galope rugiente de la fiera enfurecida anunciando el zarpazo mortal. La inmediatez exhibe a plena luz el desacierto, abriendo con un corte limpio la posibilidad de la enmienda urgente, del segundo disparo, la prosecución en el rastreo de la presa o su probable reemplazo, también la lucidez última del error fatal y el resquicio de la fuga.

Para nosotros, demasiadas son las ocasiones, y otras tantas esenciales, en que ninguna pieza asoma con nitidez a nuestros ojos. En que ni tan siquiera existe el centro preciso enmarcado por círculos concéntricos de la diana. Ni arco visible en nuestras manos más allá del que entre nuestros pies tensa la vaga voluntad de soslayar el tropiezo. Carecen entonces nuestros errores de un saber sobre sí en el instante mismo de su producción, y sólo el transcurrir de los minutos, las horas, los días, o quizás los años, activa los variados mecanismos de su detección: el emerger de la duda en el recuerdo que amarga; la premonición de la penuria por el paso irreflexivo temido como falso; la sensación difusa del desacierto lastrado de un cómo, cuándo y dónde ilocalizables; y en el extremo, la dura certeza del equívoco mediada por el golpe inesperado, llovido como un mazazo en ausencia de la coraza protectora de una anticipación impracticable.

La conciencia tardía, el pensamiento ulterior, y, sobre todo, los acontecimientos venideros, habrán de acometer la tarea de subrayar en rojo nuestras faltas, de señalar el fallo con índice acusador. A veces, cuando la fortuna quiera aún brindarnos la oportunidad de corregir la trayectoria, de reparar el desliz, de remendar el desgarrón, la herida en la piel propia o ajena. Otras, en el momento en que el descubrimiento del daño irreparable, del pretérito clausurado y desaparecido, no consienta más que la asunción -bien trivial, bien dolorosa- del error cometido y la exhortación al aprendizaje, a la más atenta mirada futura, a través de la cuidadosa disección de las causas. En no pocos casos, con la certidumbre resignada de lo irremediable del equívoco, si el espectro de consecuencias pronosticables para nuestros actos se reconoce en exceso limitado en medio de una realidad que siempre nos desborda. A la par, el alzarse de la sensata sospecha de potenciales errores sobre nuestra nuca todavía no manifiestos, junto al temor por sus hipotéticas e imprevisibles derivadas. También de aquellos que, pese a determinar desde lo oscuro la luz de cada nuevo día, nunca se plegarán a desfilar ante nuestras confusas pupilas. E, invariablemente, la aprensión contenida por los múltiples desatinos en que aún habremos de incurrir.

Pero errar es el inevitable destino de quien por naturaleza camina desde la cuna con paso errante. Del animal cuyos pies deben dirigirse hacia lugares inexistentes en su geografía vital hasta el instante mismo de su conquista, no cartografiados por ello en mapa alguno antes de ser pisados, como tampoco las vías certeras que procuren su acceso. Lugares sustraídos al inventario previo, abocados a la invención y reinvención constante, y que así privan a nuestro andar de guía firme y definitiva, conviertiéndolo en complicado vagar y deambular por territorios ignotos. No puede ser de otra manera cuando la brújula de cada meta creada apenas logra marcar un norte siempre provisional, restringida su validez a que los hechos, los sentimientos, las convicciones, sigan aprobando su vigencia. No cabe otra posibilidad si el camino hacia el espacio elegido jamás se traza de antemano y el aparente desvío del cálculo inexperto, la improvisación necesaria en la carencia de planos, esconden tanto el atajo perfecto como el borde del precipicio.

Siendo en esencia nuestro andar un errar sin rumbo prefijado, en él se contiene, como la gota en el agua, la inclinación inalterable al error y al extravío.

32 comentarios:

dErsu_ dijo...

¿Pero... toda diferencia entre el error y el acierto no era, no es, un prejuicio?

Arcángel Mirón dijo...

Si cada acción, por mínima que sea, tiene su consecuencia: ¿cómo darnos cuenta de los errores? Bueno, en ciertas ocasiones es fácil notarlo: una quiebra, un fracaso. Pero cuando la vida sigue, de un modo diferente a como lo habíamos planeado pero sigue, ¿debemos pensar en aciertos ocultos?

Anónimo dijo...

Antígona,este tema despieta en mí muchas dudas porque como ya apunta arcángel ¿cómo saber si un error no lleva implícito una acierto oculto?¿cómo llegar a dislumbrar con certeza si a veces una equivocación o incluso un fracaso no es en ese momento la mejor de las bendiciones para nosotr@s? y aún suponiendo que nos hubieramos equivocado¿no hay en cada error una lección implícita?¿y si fuera preciso el error previo para saber reconocer el acierto? y por último¿cómo saber reconocer un error salvando los prejuicios como decía dersu si además el error y el enemigo son maestros de lecciones irremplazables que ni el acierto ni el amigo en ocasiones nos pueden ofrecer??
ufff! ya te dije que el tema de los errores despierta en mí muchos interrogantes...
Un abrazo!

Antígona dijo...

Bueno, Dersu, tal vez lo sea desde algo así como la perspectiva del ojo divino, restándole a ésta, obviamente, la valoración ética –menudo ojo divino entonces, ¿no?-, pero no para la perspectiva interna, para la visión desde dentro, para la percepción subjetiva.

Porque si pretendo ir de mi ciudad a la de al lado y en algún punto del trayecto tomo el desvío que, en lugar de acercarme a esa ciudad, me aleja de ella, para mí, que conduzco el coche y pretendo llegar a esa ciudad, está claro que me he equivocado. El ejemplo te parecerá trivial, pero a mí me resulta ilustrativo. Y eso sólo teniendo en cuenta los casos en que equivocamos la estrategia para alcanzar un determinado objetivo, y no cuando equivocamos el objetivo mismo.

¡Un beso!

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Supongo, Arcángel, que la cuestión es que de los errores en pocas ocasiones –más allá de las triviales, cuando, por ejemplo, me equivoco al montar un mueble- se tiene plena certeza. En asuntos más importantes, sospechamos habernos equivocado, lo creemos, estamos prácticamente convencidos, pero por lo general nos resta la duda. Aunque también hay momentos importantes en que somos plenamente conscientes de haber metido la pata hasta el fondo, como cuando hacemos daño a quien queremos sin proponérnoslo, o nos hacemos daño a nosotros mismos.

En cuanto a los aciertos ocultos, yo diría que la diferencia es que los aciertos solemos darlos por sentado, de igual manera que no nos extrañamos por caminar sin tropezar. De ahí que no pensemos demasiado en ellos. Pero los errores duelen, y por eso es imposible no reparar en ellos.

¡Un beso!

Antígona dijo...

Ay, Troyana, ¡cuántas preguntas! :)

Ya le comentaba a Arcángel que de muchos errores nunca tendremos plena certeza de que efectivamente lo sean. Ahora, también creo que el paso del tiempo, los acontecimientos venideros, tal y como lo expresaba en el post, son los que pueden llegan a revelar –y desde luego no siempre, claro- la naturaleza errónea de nuestras acciones o decisiones, bien por haber errado la estrategia para conseguir algo, bien por haber errado en la elección de aquello mismo que pretendíamos. ¿Nunca te ha sucedido que en determinado momento tomaras una decisión que creíste acertada, y que después las consecuencias indeseables derivadas de ella te demostraran tu equivocación? Pues diría que, de la misma manera, una presunta equivocación o fracaso se revelará como la mejor de las bendiciones sólo a posteriori, cuando uno vaya comprobando, a medida que pasa el tiempo, a qué hechos ha dado lugar esa presunta equivocación o fracaso.

Estoy por otra parte plenamente convencida de que los errores son, como dices, maestros irreemplazables. Pero aun así, nuestra naturaleza es tal que, como dice el dicho, nunca nos vemos libres de tropezar una segunda vez con la misma piedra. Además de que algunas de estas lecciones resultan verdaderamente amargas, porque hay errores de consecuencias tan nefastas que, antes que aprender de ellos, preferiríamos no haberlos cometido nunca. Y creo que hay que contar también con el hecho de que las oportunidades perdidas, las ocasiones fracasadas, nunca vuelven. ¿Nunca has fantaseado con tener una máquina del tiempo que te permitiera retroceder en él para decir algo que en su momento no dijiste, o no hacer algo que sí hiciste? Aquí es, tal vez, donde mayor conciencia se tiene del error, pese a que nuestra percepción de si eso es un error o no pueda ser igualmente fallida. No es fácil reconocer los errores, claro que no. Pero algunos, los que más duelen, se reconocen con facilidad en ese dolor. Lo que después sepamos extraer de él ya es otro tema.

¡Un beso y un abrazo!

Anónimo dijo...

Verás,Antígona,lo cierto es que para mí,no existen ni los errores ni los fracasos y tampoco "el tiempo perdido" como decía Manolo García, porque cada paso tiene una razón de ser incluso los tropiezos,los desvíos,las demoras o las aparentes "equivocaciones" y esa razón está estrechamente ligada al aprendizaje personalísimo de cada un@.En respuesta a tu pregunta, sí me ha sucedido tomar una decisión y después ver las consecuencias indeseables de esa decisión, por ejemplo, dar segundas oportunidades a personas de las que en su día me distancié por pensar que el tiempo quizá las había podido cambiar,y no.
La razón de ser:aprender que las personas no cambiamos así como así y que si no puedes aceptar a alguien tal cual es,mejor desaparecer.
Por otra parte, en cuanto a la máquina del tiempo, pues sí,me hubiera encantado en alguna ocasión volver atrás por ejemplo para mantener la boca cerrada en algún momento, o también para lo contrario,para haber encontrado la palabra justa que callé en el momento oportuno.Desde la perspectiva espiritual de la reencarnación,es posible andemos vagando de vida a vida hasta haber aprendido por fin la lección,como en la última peli de Medem,pero en cualquier caso,nuestra vida no dejará de ser un laboratorio personal de sucesivas pruebas de ensayo-error y mucho mejor vivir en esa incerteza y en esa incertidumbre, porque de tener el manual de las soluciones a mano, este gran crucigrama perdería toda emoción.
Un abrazo!

P dijo...

El gato estaba en el sillón, durmiendo, con la cabeza para abajo como siempre, en esa posición que me hace pensar que sabe lo que es una anteflexión y que apoya su cabeza contra el suelo para estirar su columna.

Antígona dijo...

Troyana, las últimas palabras de tu comentario podrían resumir perfectamente la idea central del post, ya de lo que en él se habla es, precisamente, de esa íntima asociación, indisoluble, entre el carecer de un manual de instrucciones y el error.

Venimos a este mundo desarmados, sin conocimiento alguno tanto con respecto a nosotros mismos como acerca de todo aquello que nos rodea. Desarmados, y al mismo tiempo con la inmensa tarea sobre nuestros hombros de tener que inventar nuestra propia vida, sin más referentes que el que, precariamente, pueda representar para nosotros la vida de otros, esos otros que tanto se parecen a mí pero que no son yo mismo ni pueden serlo en la estricta singularidad que me compete. Por todo ello, no hay otro procedimiento para llevar a cabo esa tarea que el del ensayo y el error: probamos algo y funciona; probamos otra cosa y no funciona. Muchas veces no funciona por mero accidente. Pero muchas otras no lo hace justamente por desconocimiento: desconocimiento de nuestras emociones, de nuestras capacidades, de nuestras disposiciones, de los otros, del mundo… Un desconocimiento que nos lleva a calcular mal, a pensar lo que no es, a esperar lo que en ningún caso puede ocurrir… ¿Y no es eso, a fin de cuentas, equivocarse, de igual modo que el estudiante se equivoca cuando responde mal a una pregunta en un examen al confundir datos, fechas o conceptos? Quiero decir, que para nosotros cada paso hacia adelante en nuestra vida nos pone en un territorio nuevo que hemos de ir descubriendo sobre la marcha y eso no puede dejar de generar tropiezos y equivocaciones.

La razón de ser de tales errores es, en efecto, ese aprendizaje que no nos queda más remedio que asumir, dada nuestra desnudez inicial al aterrizar por estos lares. Los valoramos porque, como dices, de ellos aprendemos, con más o menos esfuerzo según los casos. Si el aprendizaje no es “tiempo perdido” en ningún caso, tampoco pueden serlo entonces los errores que conducen a él. Ahora, también es verdad que hay aprendizajes que nos cuestan no uno, sino muchos errores. Todos conocemos quizás a personas que se empeñan en repetir y persistir en sus equivocaciones. Supongo también que todos hemos pasado por experiencias que en nuestro recuerdo llevan el signo de la equivocación. Y en algunas ocasiones lo llevan porque, una vez pasadas esas experiencias, valoramos que en las condiciones en que nos encontrábamos entonces ya teníamos suficientes datos, suficientes conocimientos, suficiente experiencia como para haber podido evitar el error.

En fin, Troyana, que en principio estoy de acuerdo en todo contigo. En lo único en que tal vez discrepo es en que, si bien no considero que, en general, los errores sean “tiempo perdido” sino sólo tiempo necesario para aprender, no por ello creo que deban dejar de llamarse errores o incluso fracasos, al menos en la perspectiva concreta del objetivo que se aspiraba a alcanzar. Y, en cualquier caso, siempre teniendo en cuenta que un fracaso puntual puede ser la condición necesaria para alcanzar un mayor éxito.

¡Más besos y abrazos!

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Vaya, Palbo, tal vez tu gato no tenga ninguna necesidad de saber lo que es una anteflexión para encontrar aquella postura que más conviene a su columna. En ellos funciona otro tipo de saber, el de los instintos, que les libra de todas las equivocaciones que los humanos cometemos por carecer prácticamente de ellos. En fin, quién fuera gato de cuando en cuando, para pasarse todo el día tumbado, persiguiendo motas de polvo y sin más preocupaciones que encontrar la postura más cómoda en un blando sillón.

Gracias por tu comentario y vuelve cuando quieras.

NoSurrender dijo...

Me estaba acordando de un verso de Dylan que dice “no hay éxito como el fracaso y el fracaso no es un éxito”, doctora Antígona. Una reflexión interesante.

No es fácil saber cuándo hemos cometido un error si no hemos concluido todo el proceso, como alguien ha apuntado ahí arriba. Claro.

Pero, incluso concluido el proceso en el que ya se sabe que se cometió un error, nunca sabremos qué otros errores hubieran devenido del acierto parcial, ¿no cree?

Yo he cometido muchos errores en mi vida, como todos. O, mejor dicho, cosas que no volvería a hacer de la misma manera. Pero indudablemente todos ellos fueron necesarios para llegar a donde estoy ahora. Así que brindo por todos ellos.

Un beso, doctora Antígona!

Antígona dijo...

Bueno, doctor Lagarto, yo ante lo que diga Dylan me postro de rodillas sin pensarlo dos veces :)

La reflexión es interesante, sí. Pero tal vez Dylan, en esa indistinción que propone entre los conceptos de éxito y fracaso –al menos es lo que yo entiendo del verso- se esté refiriendo a lo que socialmente se entiende que son el éxito y fracaso, nociones que no tienen por qué corresponder con lo que uno, personalmente, desde sus propios parámetros, valora como tales y que incluso podrían alejarse tremendamente de ellos.

Y si no es a eso a lo que se refiere, sino, como le comentaba a Dersu, a esa perspectiva del ojo divino, a esa perspectiva que pudiéramos llamar quizás metafísica, entonces estoy de acuerdo con él. El problema es que esa perspectiva, a nosotros, pobres mortales, nos está negada. Porque se trata de aquella perspectiva que sólo podríamos alcanzar una vez muertos, es decir, una vez finalizada la trayectoria completa de nuestra existencia, cuya contemplación permitiría analizar por vez primera si esa existencia ha sido, en su conjunto, un éxito o un fracaso. Pero todos sabemos que esa operación es sencillamente imposible.

Por ello no puedo darle la razón en lo que dice sobre que sabremos si hemos cometido un error al concluir todo el proceso. Porque la cuestión más grave, la más crucial, es que ese proceso no ha concluido todavía, ni concluirá nunca hasta que hayamos muertos, tal y como acabo de señalar. De manera que, con plena objetividad, nunca seremos capaces de discernir entre lo que fue un error de lo que no lo fue. Y por esta misma razón la pregunta por los errores que hubieran devenido de cualquier posible acierto carece para nosotros de toda posible respuesta.

De ahí que la única perspectiva que consiente respuestas en este caso sea la perspectiva subjetiva, siempre tan precaria, imprecisa, y sujeta ella misma a error en la apreciación de los posibles errores. Lamentablemente, no nos queda otra: convivir eternamente con la incertidumbre y el no-saber.

Si brinda usted por sus errores, es porque debe de estar satisfecho con su actual situación, doctor Lagarto, de lo cual me alegro. Pues de lo contrario, de sentirse usted hundido en la miseria, ¿no cree que los maldeciría uno a uno mil veces y mil veces más?

¡Un beso!

Margot dijo...

Si es lo que yo digo siempre, venimos sin manual de instrucciones o si lo hay está en chino y no quedan traductores o peor, hay veces que viene en palíndromos y todo es un mirar y remirar adelante y atrás... ufff.

No me gustan los errores, claro, cómo me iban a gustar, a nadie le gusta que le recuerden que puede no acertar, estar equivocados es algo que odiamos y mucho más si la certeza de haberlo estado viene de nosotros mismos. Los errores engrendran dudas, uff, peor aún, y mucho peor saber que el haber acertado en un momento dado no quita de volver a errar en el siguiente.. Y sin embargo los errores me parecen tan necesarios para vivir como los aciertos y tanto como los fracasos (no son acaso lo mismo?). Nos guste o no te ayudan a madurar, a ser quien eres como dice Nosurrender, a intentar mejorar este ensayo-error que se llama vida, a poner un poco de emoción también.

Ninguno queremos errar y hacemos lo posible por evitarlo pero nos modelan y si no eres un gilipollas (que haberlos haylos) te otorgan la suficiente humildad como para entender que la infabilidad no está dentro de la naturaleza del ser humano, ni en uno mismo ni en los demás. Ser consecuente con los propios errores y al mismo tiempo saber disculparlos... el error no sería por tanto un pequeño precio a pagar? Una dura lección pero lección mejor que inanidad.

Ya, a toro pasado, eso sí, jeje. Ays esa máquina del tiempo.

Besote sin error, que sé a quien va. Todo tuyo.

NoSurrender dijo...

Doctora Antígona, el verso de Dylan venía a cuento de las grandes palabras que aquí arriba se han manejado, y que han llevado mi cabeza hasta esa canción. Pero entiendo que no es donde usted iba.

Es más, usted con ese solo verso que he puesto, capta el espíritu de la estrofa completa. Perdone que se la ponga aquí entera: “En los mercados y en las paradas de autobús la gente habla de situaciones, lee libros, repite citas, y escribe las conclusiones en la pared. Algunos hablan del futuro, pero mi amor habla con cuidado. Ella sabe que no hay éxito como el fracaso y que el fracaso no es un éxito”.

Pero cuando yo hablaba de “procesos” hablaba de que en la vida podemos encontrar situaciones (juegos) en las que realmente hay un principio y un final en sí mismos y para sí mismos. Juegos que el Hombre ha tenido que inventar para poder disponer de ese manual de instrucciones tan anhelado. Por ejemplo, el portero ante un penalti sabe que su misión concreta es impedir que un balón impulsado por un contrario, tras el toque de silbato de un árbitro, traspase una línea marcada con tiza. ¡Y esto del fútbol es uno de los inventos de la humanidad que más pasiones levanta! ¿por qué? Pues precisamente por ese invento del manual de instrucciones a tiempo limitado de noventa minutos, con objetivos claros y nítidos a más no poder. Así, alguien puede decir “objetivamente” si ha errado o no ha errado. Así, el sentimiento de fracaso o de éxito es completo en sí mimo. El dolor del equipo que pierde y la alegría del que gana. No hay pasado, no hay futuro. Sólo un puto balón y una portería. Y un marcador. Y el hombre se apasiona con esto.

Pero en la vida “real” todo es distinto. Las emociones en torno a la sensación del error existen continuamente. No podemos huir de ellas ni saber dónde nos situamos. Porque, como usted dice, no hay manual de instrucciones. No tenemos balón ( arco, dice usted). Ni siquiera sabemos si avanzamos hacia el campo contrario o hacia el propio.

Pero al final, corramos hacia la portería contraria o hacia la nuestra, somos nosotros los que movemos un pie detrás de otro. De eso sí podemos estar seguros. Bueno, y de que no hay árbitro. Ni público. Ni entrenador. Quizás aprendamos de nuestra carrera para no tropezar en la misma piedra. Quizás. Sólo quizás.

Disculpe el rollo, doctora Antígona. Aprovecho para mandarle otro beso.

Max dijo...

Pero, por la misma moneda, lo dicho se aplica también al acierto: un acierto que puede ser tan ilocalizable (y mítico) como aquel origen del error. Acierto y error se definen relacionalmente, por ello están siempre conjugados. Así, la imposibilidad de detección a la que aludes es aún más dramática en los aciertos que previenen errores insospechados. Porque así como no sabemos qué actos, qué decisiones han de ser instrumentales al devenir del error (un error que reconocemos siempre demasiado tarde), mucho menos sabremos de las decisiones que previnieron un error imprevisible, porque nos será absolutamente imposible establecer ese nexo, porque el acierto llegó demasiado temprano para reconocerlo y ese, precisamente, fue lo acertado. O como decía Robert Smithson: “el planeamiento y el azar son casi la misma cosa.”
Saludos

Max dijo...

P.S. Ahora que lo pienso, quizás sea conveniente poner en cuestión el concepto de error (y de acierto) como una totalidad cerrada, que monolitiza (y casi reifica) algo que es un tramado interpretativo antes que un hecho fáctico. Además, una noción absoluta de error/acierto tácitamente propone una concepción secuencial del tiempo-experiencia, amparada en un implícito y cuestionable modelo de causalidad. En tal sentido, de lo que hablamos es de decisiones, actos, palabras, que pueden tener efectos que llamamos “errores” pero a la par también efectos que podemos decretar como “aciertos”. Es decir, es por ciertos aspectos de esas decisiones, en función a determinadas coyunturas, que hablamos de errores y aciertos. Pero no tienen que ser excluyentes y pueden perfectamente ser simultáneos, porque no hay tal cosa como un único y aislado objetivo (tal como lo impugnan nociones como las de interrelación, interacción, retroacción, sobredeterminación, etc.). Así, mediante un acto "X" uno puede equivocarse según un determinado objetivo/ paradigma/ interés y acertar según otro, en una red cada vez más compleja en la que estas diferencias se tornan cada vez más indiferenciadas. La entropía existe.

Anónimo dijo...

Nada es tan grave mientras podamos seguir aprendiendo de nuestros propios errores.

Antígona dijo...

Ay, niña Margot, esos palíndromos, qué poquito nos ayudan para todo lo que necesitamos saber conforme van pasando los días y los años y cada situación, cada circunstancia, cada vivencia, por más experiencia que acumulemos, no por sernos ya familiar deja de ser igualmente nueva y única en nuestra existencia.

A nadie le gusta que le recuerden que puede no acertar. Y lo que es peor, a nadie le gusta que le recuerden que lo natural, lo que de entrada suele suceder, es no acertar, como el niño chico que por vez primera intenta anudarse él solo los zapatos y acaba haciéndose un lío de impresión. Y que todos nuestros errores fueran tan triviales y sencillos como éste, ¿no? Los errores engendran dudas, claro que sí. La más grave: que tomada cualquier decisión importante, uno quede constantemente expuesto a la pregunta acerca de si la decisión tomada fue la correcta o no, que tenga que esperar a que los acontecimientos, los sentimientos que los acompañan, el bienestar o el malestar, la satisfacción o la frustración, confirmen o desmientan el supuesto acierto. En ese juego andamos constantemente, tratando de dirigir nuestra vida entre mil elementos azarosos que escapan a nuestro control, entre mil aspectos de nosotros mismos que también escapan a nuestro control.

¿Si son necesarios? Absolutamente: no de otra manera aprendemos, no de otra manera podemos ir definiendo qué es lo que queremos más que apartando aquello que no queremos, siendo el conocimiento de eso que no queremos, en muchas ocasiones, el resultado de lo que solemos interpretar como errores o equivocaciones, aunque fueran inevitables, aunque fueran insoslayables.

Si fuéramos infalibles seríamos dioses, no hombres. Pero no lo somos. Por eso, como dices, debemos también aprender a disculpar los errores, a entenderlos en función de lo que somos. Porque aquí nadie nace enseñado y quien lo crea, erróneamente, se equivocará mucho más que quien no.

De todos modos, la máquina del tiempo, ¡a ver cuándo la inventan de una vez, joder! Ahora, me parece que no la utilizaría para modificar ni una sola de las decisiones tomadas en mi vida. Vete tú a saber qué efectos podría tener eso, ¡qué peligro! No, no me arriesgo. La aprovecharía para irme una temporadita a cotillear por épocas pasadas. Eso sí, disfrazada de hombre :)

¡Un beso sin tiempo!

Antígona dijo...

Doctor Lagarto, lo mío con Dylan no es ciencia infusa ni tampoco revelación divina. Todavía :) Conozco la canción en la que aparece esa cita, que además me encanta, y conocía por tanto la letra. De ahí que haya podido captar su sentido aun cuando me expresara con cierta prudencia. Porque, con Dylan, ya se sabe, las interpretaciones siempre están abiertas.

Me parece perfecto el ejemplo que pone del fútbol para ilustrar de qué modo los humanos necesitamos crear situaciones en las que todas nuestras incertidumbres vitales, toda nuestra desorientación existencial, queden suspendidas al menos durante un rato. Y le doy completamente la razón: por eso el fútbol, como cualquier juego, levanta tantas pasiones. Porque eso es lo que nos gustaría que sucediera en nuestra realidad más cotidiana, porque disfrutamos contemplando cómo, pese a todo, puede haber circunstancias en que los aciertos y los errores, los éxitos y los fracasos, se manifiestan con total –o casi- limpidez y claridad. Lo que me parece obvio es que, como dice, esas circunstancias tienen que ser procesos temporales cerrados, dotados de un principio y un final, de un lapso de tiempo concreto y limitado. Marcamos un “de aquí a aquí” en la línea del tiempo y obtenemos así la figura de un todo en el que el último acontecimiento posibilita la interpretación del conjunto del proceso. Algo semejante pasa en las novelas, en las películas, en las obras de teatro. De la trama cerrada, finalizada, se desprende un todo de sentido que en la vida real, intrínsecamente, no puede darse. Aquí todo es un seguir hacia adelante por el que lo venidero va dotando de sentido, siempre provisionalmente, a lo pasado. El sentido último, también el de los errores y los aciertos, nos queda necesariamente sustraído.

Lo cual no significa, por otra parte, que no convivamos, con más o menos intensidad según los casos, con la sensación del error, aun cuando sea con la sensación incierta del error en medio de la incertidumbre general que lastra cada uno de nuestros pasos. Ahora, tiene razón al decir que, si algo hay seguro, es que esos pasos los dan nuestros pies. Y que el deseo de ir caminando por el mundo cada vez con pasos más firmes, menos vacilantes, debe contar con el tropiezo como fuente de aprendizaje.

Y no se me disculpe usted por el rollo, ande, que me ha gustado mucho :)

¡Un beso, doctor Lagarto!

Antígona dijo...

Muy interesante lo que comentas, Max.

En efecto, necesitaríamos de ese ojo divino, de esa perspectiva absoluta, para detectar lo que es un acierto. O mejor dicho, necesitaríamos conocer, en cada una de las decisiones tomadas, qué es lo que habría sucedido de no ser ésa, sino otra, la decisión. Y puesto que las decisiones pueden siempre ser muchas y muy diversas, puesto que su número es además indefinible –de no haber hecho esto podría haber hecho esto otro, pero también esto y esto y esto y …- tendríamos que contar con algo así como la visión de todo el abanico (también indefinible) de trayectorias posibles que se habrían desprendido de cada una de esas decisiones. Y así con cada una de las decisiones ulteriormente tomadas en cada trayectoria posible, imagen que nos sitúa ante una suerte de deriva infinita.

Que el acierto llegue siempre demasiado temprano significa, quizás, además de lo que señalas, que poco reparamos en los aciertos a no ser que, visto de los acontecimientos venideros, se truequen en su contrario y se descubran erróneos. Que, como le decía a Arcángel, los damos por sentado, del mismo modo en que, una vez aprendemos a andar, damos por sentado que nuestros pies no van a fallarnos, y ni tan siquiera pensamos en el acierto que supone por un pies detrás de otro sin tambalearse.

Por otra parte, si nos apartamos de la perspectiva subjetiva, de la percepción interna del error en el hecho doloroso, por ejemplo, que conectamos con cierta decisión tomada o acción emprendida, no puedo más que darte la razón en esa puesta en cuestión de los conceptos de error y acierto, que, como le comentaba a NoSurrender y como tú mismo señalas, depende de una totalidad cerrada y monolítica imposible en nuestras vidas hasta el momento mismo de nuestra muerte, y, por tanto, cuando su proyección carece radicalmente de todo cumplimiento. A lo cual hay que sumar, además, la aplicación incuestionada de ese modelo de causalidad que tan mal se compadece con el hecho mismo de la decisión, que siempre supone un salto en el vacío no retrotraíble a causa alguna, si bien esto sería ya tal vez otra cuestión. Es cierto que nuestras decisiones generan efectos –mi palabra dicha genera el efecto deseado en la persona que la escucha si es acertada, el efecto indeseado si es torpe o mal calculada-, pero su valoración como errores o aciertos depende de que se haga prevalecer un objetivo que no tiene por qué ser único ni mucho menos claro. Por no hablar de que hasta los objetivos mismos que nos planteamos pueden ser, a posteriori, contemplados como erróneos, de manera que el error que impidiera en su momento alcanzar ese preciso objetivo podría resultar entonces, pasado el tiempo, apreciado como una auténtica bendición. La entropía existe, por supuesto. En medio de ese caos tratamos de dibujar líneas de fuerza que nos permitan un mínimo de lucidez. Pero la lucidez también pasa por entender que el dibujo es sólo nuestro.

¡Un beso!

Antígona dijo...

Pues no, amigo Carrascus, nada es tan grave, al menos si no sucede que los errores los descubrimos cuando ya no nos queda tiempo ni para aprender nada ni para corregir nada. Y aunque sé que no te gusta mucho Bergman, no he podido dejar de pensar, al leer tu comentario, en la película “Fresas salvajes”, que vendría a ser el perfecto retrato de una existencia descubierta como fallida cuando ya no cabe reparación alguna.

¡Un beso!

Gato dijo...

Este post... ¿es una oda a los que la cagan constantemente? ¡¡Yuju!!!

Miss.Burton dijo...

Iba a decir algo, pero he leido a Nosurrender, y luego a Max, y amor.... ya no tengo nada que decir, todo está allí arriba escrito y tan perfecto....
A mi lo que me gusta es pensar eso, que la suma de dos o mas errores, siempre pueden dar un acierto, y que errar es la única manera de enmendar dicho error, y cagarla menos...
Yo soy de las tuyas, de las de hostia tras hostia, y cada día con mas asideros fuertes, de esos que ya no se pudren, porque están construidos desde el esfuerzo... y la experiencia, casi siempre de las malas experiencias....
Un besazo fuerte, me he alegrado mucho de verte en el blog de Max, soís dos descuartizadores de entrañas únicos¡¡¡¡¡¡¡

tan versátil como acústica dijo...

lo más triste es que, cuando el error se genera por caer en el vicio, no está escrito en ninguna parte que no se caerá de vuelta.

Mityu dijo...

Aciertos y errores son conceptos con los que uno se maneja en exquisito cuidado, siempre temiendo propasarse o quedarse corto, con una especie de vigilante de romanas que agotan hasta lo indecible el espíritu autocrítico de la razón como único timón del barco, aunque casi todo lo que pesa como argumento sea de otros lares, lejanos a ésta.
Yo misma camino por playas en las que todo anda desmadejado, a su aire y confianza, entre sueños y suspiros robados al aire poco generoso del cansancio.
He de recuperarme.
Hasta entonces,
Besos enfáticos, mi querida Antígona¡¡
Feliz verano

Anónimo dijo...

¿Qué más da el no acertar? lo que importa es volver a intentarlo, no?
no fracasas cuando estás en tu coche, te equivocaste de salida y te vas para otro pueblo. Lo haces si te quedas en ese; salvo que sea un pueblo cojonudo, en fiestas o te inviten a cenar... entonces ni fracaso ni leches! :D
También fracaso cuando no sé a dónde voy, salvo que mi objetivo sea no tenerlo. Y si estoy buscando un objetivo, ya no fracaso.
Fracaso cuando me rindo, a no ser que sea una dulce rendición.
Fracaso cuando pierdo, a no ser que no me importe perder, o que sea lo que realmente quiera.
¿Tiene que ver el fracaso con la voluntad?
besos!

Miss.Burton dijo...

Un besazo, nena... y un verano precioso para ti, y yo que lo vea, y te vea... ( qué agendas mas a tope que tenemos, eh¡¡¡ ). Hay que hacer un hueco, como sea.

c.e.t.i.n.a. dijo...

El acierto y la equivocación son inventos del hombre, no existen más que en nuestra imaginación. Si en determinado momento tomamos una decisión es por que en ese instante consideramos que era la más correcta para nuestros intereses.

Plantearse luego "lo que pudo haber sido y no fue" es pretender jugar a ser dioses, una tarea para la que ni remotamente estamos capacitados. Más que nada porque hasta que no se demuestre lo contrario el tiempo es lineal y no hay vuelta atrás posible.

En mi humilde visión del mundo nuestras vidas son como funciones matemáticas que se entrecuzan, se solapan y a veces incluso corren paralelas en el tiempo y el espacio. Pretender controlar todas las variables que nos rodean es como pretender controlar el movimiento del mar a bordo de una barca de remos. Podemos interactuar con el agua que rodea nuestra barca pero hasta la estela de nuestro paso por las aguas que hemos transitado se acabará borrarando más rápidamente de lo que creemos.

La sabiduría popular lo resume perfectamente en cuatro palabras: Lo hecho, hecho está. Los latinos en dos: Carpe Diem. A mi me han hecho falta muchas más para intentar explicar lo mismo y no he estado ni la mitad de acertado.

Un beso

Antígona dijo...

Supongo que en eso, Delirium, consiste la estrategia: en ir aprendiendo de los errores y tratando de no volver a cometerlos. Que, en nuestro caso, sin manual de instrucciones bajo el brazo, la experiencia es un grado y el delito de estupidez es no saber aprovecharla, al menos cuando sea posible. De ahí que haya tantas malas experiencias que no podamos dejar de bendecir, porque de ellas hemos aprendido, porque son ellas las que nos han conducido a esos asideros a los que ahora nos agarramos, que nos hacen disfrutar y comprender que sólo de nuestros errores podíamos descubrir lo que podía hacernos bien o menos mal.

¡Un gran beso, guapa!

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Tan versátil como acústica, digo yo que no por otra cosa se dice aquello de que el ser humano es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra. Y no sólo por estupidez, claro, aunque también. Sino de igual modo porque nuestra naturaleza contradictoria y siempre demasiado complicada como para entenderla del todo puede hacer que hasta le tomemos gusto a eso de tropezar y persistamos en ello.

Gracias por tu comentario y bienvenida a este blog, que es tu casa siempre que quieras.

¡Un beso!

Antígona dijo...

Así es, querida Mityu, cuestión de equilibrios, me temo, precisamente por todo aquello que ya se ha dicho de que los errores, además de no poder identificarse con inmediatez, nunca tienen claro su estatuto de error más que para nuestra percepción subjetiva, siempre igualmente susceptible de equivocarse y sujeta a constante revisión y autocrítica. Nuestra razón nunca es tan poderosa como tendemos a creer, no. Y en esto de los errores y aciertos, tal vez valgan más, como Pascal decía, esas razones del corazón que la Razón no entiende.

Espero, querida Mityu, que en esas playas desmadejadas vayas encontrando poco a poco, a fuerza de descanso, el hilo que te permita volver hasta nosotros. Feliz verano para ti también y ¡besos igualmente enfáticos que te ayuden a recuperarte lo antes posible!

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Por supuesto que lo que importa es volver a intentarlo, Cosaco. ¿Qué otra gracia tendría si no este juego que siempre e inevitablemente estamos jugando? Además de que, ¿qué otra cosa podríamos hacer? Si de niña hubiera tirado la toalla cada vez que no fui capaz de anudarme yo solita los zapatos, aún andaría descalza. ¡Pobres de mis pies! :)

Tal vez no fracase cuando yendo en el coche me equivoco de salida, no, entre otras cosas porque entiendo el fracaso como el resultado negativo de un proceso más amplio que el que presuponen los errores puntuales. Ahora, equivocarme me he equivocado, ¿no? Y a lo mejor hasta he llegado tarde al cine al que quería ir, me he perdido el comienzo de una buena película y eso me ha puesto de un humor de perros. Un error trivial, sí, pero error al fin y al cabo que trunca mis deseos, o los obstaculiza, y que encima sólo puedo atribuirme a mí mismo y no a otros o al mal tiempo. Claro, que si para compensar decido meterme en la sala de al lado y descubro una película genial que no conocía, no dejaré de alegrarme de mi error. Pero esto no siempre pasa, ¿no crees? Bueno, a lo mejor no lo crees si ya te imaginabas montándote una juerga en ese pueblo al que no querías ir :P

Para mí el no saber a dónde voy no es fracaso, sino sólo síntoma de esa desorientación con la que no tenemos más remedio que lidiar todos los días. A no ser que uno considere que, a estas alturas, uno ya tendría que saber a dónde ir. Sólo que, ¿realmente existen esas alturas? La rendición es ya otra cosa, y también la pérdida. Pero tanto en uno y otro caso las hay, por suerte o por desgracia inevitables.

¿Si el error tiene que ver con la voluntad? Estoy segura de que Agustín García Calvo te diría que sí. Que es con aquello que con más firmeza nos proponemos como más matamos lo que de vivo hay en nosotros. Pero yo no lo tengo tan claro, aunque en algunas cosas podría coincidir con él. Yo más bien diría que el error es fruto del no saber, un no saber que se manifiesta con esa desorientación, con la incompetencia que nos caracteriza por no nacer enseñados, con otras mil cosas. Y puesto que ese no saber nos acompañará siempre, por más años que tengamos, no habrá forma de no equivocarse, aunque sea, como decías al comienzo, para seguir siempre intentándolo.

Me alegro de verte de vuelta, Cosaco. A ver si me pongo las pilas que yo llevo unos cuantos días out.

¡Un beso!

Antígona dijo...

Delirium, este veranito se me está complicando a base de bien, ¡quién me lo hubiera dicho! Pero a ver si podemos hacer cuadrar las cosas ya de una vez, y si no ahora, en agosto. Iba a decir que ni que fuéramos ministras. Pero seguro que ellas andan más relajadas que nosotras ;)

Cuídate, ánimo con tus cosas, y ¡otro besazo!

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Yo no creo que sean inventos del hombre, C.E.T.I.N.A., o al menos no de forma distinta en que lo son las decisiones, las valoraciones, la distinción entre el bien y el mal, o los rituales de duelo. Claro que cuando tomamos una decisión consideramos que es la correcta, nadie se equivoca a sabiendas, aun cuando también pueda ocurrir que al tomar una determinada decisión una vocecita en la conciencia no deje de repetirle que se está equivocando. Los errores suelen descubrirse a posteriori, como cuando a un arquitecto se le cae una casa por haberse equivocado en los cálculos necesarios. Ahí, como en tantas otras partes, hay obviamente un error: tenemos un objetivo, tratamos de alcanzarlo, pero fallamos en algún punto de la estrategia para lograrlo. O nos proponemos un objetivo y a la larga nos damos cuenta de que no era ése el que podía satisfacer el objetivo último de vivir con un mínimo de tranquilidad y alegría.

No se trata sólo de pensar en lo que pudo haber sido y no fue. Porque si bien es verdad que, como dices, no hay vuelta atrás, tampoco hay aprendizaje sin error, y de ese aprendizaje, nosotros, los humanos, no podemos prescindir ni remotamente. Lo que pudo haber sido y no fue si no me hubiera equivocado pertenece al campo de lo incognoscible, sí. Pero la conciencia de haberme equivocado puede ayudarme, en ocasiones, a evitar futuros errores en situaciones o circunstancias semejantes. Quizás y sólo quizás, como decía NoSurrender. Pero eso ya es algo.

En cualquier caso, como ya se ha venido discutiendo, adoptar la perspectiva del ojo divino, que diría que es en el fondo la misma que la que sugiere tu imagen de las funciones matemáticas, deja fuera cualquier posible consideración del error. El error se percibe desde dentro, subjetivamente, incluso teniendo en cuenta que, para eso que en un momento dado se percibe como erróneo, el tiempo puede llegar a demostrar que no lo fue. Y creo que, en buena medida, esa conciencia del error es la que nos ayuda a disponer de alguna guía, por precaria y provisional que sea, para movernos por el mundo.

Al Carpe Diem no tengo nada que objetar, ¡faltaría más! Y al “Lo hecho, hecho está” en principio tampoco, salvo que la autoafirmación reiterada de que lo hecho está bien sólo porque ya es un hecho sirva como pretexto para deshacerse de toda conciencia crítica con respecto a nuestra voluntad de actuar en un futuro.

¡Un beso!

c.e.t.i.n.a. dijo...

Antígona, yo me refería a las equivocaciones en la toma de decisones. Decisiones como que casa me compro, que pareja escojo, si cambio o no de trabajo... Ese tipo de decisones que son como los melones, que hasta que no los probamos no sabemos nunca si son buenos o malos, pero que de nada sirve pensar que si hubiese escogido otro melón probablemente sería mejor que el que elegimos.

Ante un error en este tipo de decisiones de nada vale lamentarse, ni plantearse en que nos pudimos "equivocar". Solo podemos intentar ponerles remedio: cambiando de casa, de pareja, de trabajo,... Aunque eso no nos garantice que "acertemos" en la nueva elección.

Un beso

Antígona dijo...

Tienes razón, C.E.T.I.N.A., pero no dejo de pensar que después de haber ido a la compra a elegir un melón cientos de veces uno tiene más criterio para poder saber -aunque nunca de modo infalible-, por el color de la piel, por su textura, por cómo suena cuando lo golpeas, qué melones están más dulces que otros. Quiero decir, simplemente, que muchas de las decisiones que tomamos se apoyan en la experiencia pasada, y ésta puede ayudarnos, en función de los resultados obtenidos en esa experiencia, a decidir mejor en función de aquello que pretendamos obtener.

Lo cual no quita, por otra parte, que haya decisiones que siempre se toman por primera vez. E incluso, bien mirado, que siempre haya que contar con el hecho de que, por semejantes que sean las circunstancias a las que nos enfrentamos en relación al pasado, esa decisión no deje de tomarse siempre por primera vez dada la irreductible singularidad de cada uno de los momentos de nuestra vida que atravesamos, posiblemente parecidos pero nunca en esencia idénticos en el transcurrir de esa línea del tiempo. Aquí también veo que la distinción entre el acierto y el error, precisamente por la novedad de cada minuto en nuestra vida, tiende a difuminarse en el sentido que apuntas.

¡Otro beso!

Antígona dijo...

¡Coño, Gato! ¡Que te había saltado! ¡Seré zopenca!

Pues sí, este post iba dedicado a los que la cagan constantemente. Que somos todos, ¿no crees? Yo misma al saltarte.

Y aunque digan eso de que mal de muchos, consuelo de tontos, creo que en este caso el refrán está de más.

¡Un beso!