miércoles, 23 de julio de 2008

Dominar el horror


¿Alguien descendería a los infiernos si no fuera, en el fondo, para encontrar una respuesta? Tal vez la respuesta a una pregunta que ni siquiera era capaz de traducir en palabras antes de ese descenso. Quizás una respuesta a un interrogante que probablemente latía en lo más hondo de los entresijos de su conciencia, pero que ha necesitado de ese largo y penoso recorrido para formularse con claridad en su mente. O tal vez, incluso, una respuesta a una pregunta sólo identificable en el momento mismo de verse respondida.

Ésta es la respuesta que, en la genial película de Francis Ford Coppola "Apocalipsis now", el capitán Willard (Martin Sheen) encuentra al término de su particular bajada a los infiernos, escenificados allí en la jungla más profunda y siniestra de un vietnam asolado por la guerra, el napalm y el horror. Se la da el Coronel Kurtz (Marlon Brando), quien, erigido en dueño y señor de esa jungla infernal, la ha convertido en una orgía salvaje de violencia, sangre y miembros cercenados:

"He visto horrores, horrores que tú has visto. Pero no tienes derecho a llamarme asesino. Tienes derecho a matarme. Tienes derecho a hacerlo. Pero no tienes ningún derecho a juzgarme.

Es imposible describir con palabras lo que esto significa para los que no saben qué es el horror. Horror. El horror tiene cara. Y uno debe familiarizarse con él. El horror, y el terror moral, son tus amigos. De lo contrario, se convierten en enemigos espantosos. En enemigos de verdad.

Me acuerdo cuando estaba en la fuerza especial. Parece que han pasado mil siglos. Fuimos a un campamento a vacunar a unos niños. Dejamos el campamento después de vacunarlos a todos contra la polio. Un viejo vino tras nosotros, llorando, sin decir nada. Volvimos atrás. Ellos habían vuelto y cortado los brazos vacunados. Allí había una enorme pila de pequeños brazos. Y recuerdo también que yo, yo, lloré como un niño. Sí, como un niño. Quería arrancarme los dientes. No sé lo que quería hacer. Y me esfuerzo por recordarlo. No quiero olvidarlo nunca. No quiero olvidar.

En ese momento vi claro, como si me hubieran disparado con un diamante, con una bala de diamante en la frente. Y pensé: ¡Dios mío, qué genialidad! El genio, la voluntad de hacer eso. Perfecto, genuino, cristalino, completo, puro. Y entonces me di cuenta de que ellos eran más fuertes porque lo soportaban. No eran monstruos, eran hombres, cuadros entrenados. Estos hombres, que luchan con corazón, que tienen familia, hijos, que están llenos de amor, que han tenido la fuerza, ¡la fuerza!, de hacer eso. Si contara con diez divisiones de esos hombres, nuestros problemas quedarían resueltos en el acto. Se precisan hombres con moral, y que al mismo tiempo sepan utilizar sus instintos primordiales para matar. Sin sentimientos, sin pasión. Sin juicio, sin ningún juicio. Porque es el juicio lo que nos derrota"

No es ésta, desde luego, la respuesta de un hombre que ha perdido el juicio, tal y como presupone el ejército norteamericano para justificar el asesinato del Coronel Kurtz a manos de Willard. Es más bien la respuesta de quien, según él mismo declara, ha decidido apartar de un golpe toda voluntad de juzgar en pos de un único fin: dominar el horror para dejar de ser dominado por él; transformarlo en su aliado si no otra cosa cabe hacer con él para que no resulte un espantoso enemigo.

Porque el horror son, en su recuerdo, aquellos bracitos cortados formando una gran pila. En las lágrimas que como un niño derrama se evidencia el signo palmario de su debilidad, de su terror, de su impotencia frente al alud de sentimientos de pánico, de ira, de aversión y repugnancia que desata el horror. Lágrimas, en definitiva, de reconocimiento del dominio que el horror ejerce sobre él. Pero es el contacto con el horror de este supremo acto de crueldad lo que, como una revelación, como esa bala de diamante que estuviera penetrando su frente, le lleva a descubrir la verdad que a partir de ese momento regirá el curso de su existencia: la única manera de sobreponerse al horror es tomar posesión de él y convertirse en su maestro de ceremonias. Mirar de frente su rostro y atreverse a provocarlo, a conjurarlo, a encarnarlo, haciendo brotar de uno mismo aquella fuerza, ¡la fuerza!, que ha permitido a los soldados vietnamitas vencer todos los sentimientos de compasión, de piedad, de empatía con el otro que pudieran despertarles los niños vacunados y ser capaces de mutilar, uno a uno, sus pequeños bracitos.

Por ello Kurtz convertirá su territorio en un grotesco y terrorífico santuario de cadáveres, de cabezas cortadas, de los restos de sus crímenes, así como de los cometidos bajo su imperio, perpetrados con el objetivo de alcanzar, ante sí mismo y ante los demás, el poder que emana de la posibilidad de manejar y controlar el horror a su antojo. Por ello Kurtz no dudará en arrojar a la celda de Willard, terrible en su impasibilidad, la cabeza aún caliente de uno de los miembros de su tripulación. Pero también por ello mismo Kurtz, movido por el deseo de enfrentarse al miedo y horror últimos que escapan a todo dominio, los que provienen de su propia muerte violenta, dejará que el machete del capitán Willard acabe con su vida.

Hace poco, recordando esta magistral escena de la película de Coppola, me asaltó la pregunta sobre si no es ese mismo dominio del horror, en un plano radicalmente distinto pero en esencia idéntico, lo que perseguimos con nuestra imaginación cuando queremos ver la fotografía en los periódicos de un rostro horriblemente desfigurado por una extraña enfermedad o un terrible acto de sadismo. Cuando buscamos exponer nuestras pupilas a la imagen de los cuerpos brutalmente mutilados en una matanza o un accidente. Cuando leemos la noticia de un crimen siniestro y nos sentimos impulsados a conocer los más escabrosos detalles. Cuando ante una sangrienta y cruel escena de violencia cinematográfica nos cubrimos horrorizados los ojos y aun así no podemos evitar entreabrir los dedos para seguir mirando. Si no es, en el fondo, esa curiosidad llamada morbosa el modo en que tratamos de dominar el horror que nos produce la idea de nuestra constante condición de posibles víctimas de horrores semejantes mientras estemos vivos. Si no pretendemos en esos momentos, como dice el Coronel Kurtz, familiarizarnos un poco con el horror para aplacar el pánico que su mera hipótesis nos produce recreando en nosotros mismos lo que supondría sentirlo, sufrirlo o ser aniquilados por él.

Sin sentimientos, sin pasión, el horror tiende a desaparecer, tanto para quien lo sufre como para quien lo propaga. De ahí que aquella princesa reclamara que nadie de los que entraran en su palacio tuviera corazón:

34 comentarios:

c.e.t.i.n.a. dijo...

Ay, con lo bien que íbamos y has tenido que meter por medio a Amenabar... Lo siento pero es que es superior a mí... Un día de estos escribiré mi opinión sobre tan insigne quema-celuloide.

Bueno, al grano. El horror, el horrible horror, que puede atenazarnos o llevarnos a cometer las mayores salvajadas. El horror al que siempre buscamos un origen, una causa, un significado.

Quizás sea porque el horror está tan ligado a nuestros instintos más primarios que al darnos de bruces con él nos descubre cosas de nosotros que no queremos aceptar como nuestras. Cosas que creíamos haber dejado atras gracias a la evolución y a la cultura. Pero que se nos plantan delante y nos enfrentan con nuestro yo más desconocido.

Sólo el psicópata conoce su capacidad de provocar horror y convive con ella. El resto nos limitamos a castigarlo en el cuarto oscuro de nuestro cerebro y de vez en cuando le dejamos salir a tomar el aire cuando las situaciones escapan a nuestro control.

Por eso cuando nos enfrentamos al horror de los otros sentimos una mezcla de repulsión y fascinación, porque en el fondo sabemos que su horror es nuestro horror. Y eso es algo muy dificil de aceptar.

Un beso

Anónimo dijo...

Curioso, yo hablaba del miedo hoy en mi blog: para mi el terror tiene un sentido, que es hacerte mejorar, luchar contra él; claro que Kurtz lo usa en su beneficio, pero so es como si un jedi se pasa al lado oscuro de la fuerza... no mola! ;P
Es incomprensible que para no sentir el horror de esa pila de bracitos, ú crees una montaña entera.
Desde luego que el ejército yanki no es nadie para juzgar a un loco como Brando, pero no sé... esta solución suya es muy de los EEUU, si vis pacem parabellum no? para no tener miedo de que te disparen, cómprate un arma bien grande y dales miedo a ellos? no creo que nos pillen a nosotros con esas ideas, verdad?

Salud sin miedo!

Arcángel Mirón dijo...

La primera frase de este post, la pregunta que hacés, ya podría ser un post entero. Es una de esas preguntas que responden al mismo tiempo.

El horror siempre me despertó interrogantes. Bah, más que el horror, el amor hacia él. No entiendo (lo que no significa que no lo acepte) el fanatismo hacia lo que da miedo.

Anónimo dijo...

Es posible acostumbrarse al horror,anestesiar nuestra capacidad de asombro cuando por ejemplo en el telediario de cada 10 noticias,8 llevan implícitas la muerte,la tragedia o el dolor.
Sucumbir al horror para sobrevivirle tiene cabida en mi imaginación pero creo que el instinto humano-animal de supervivencia es más fuerte que todo,incluso que el prejuicio que siempre lleva implícito un determinado juicio moral.Habría que verse en ese trance pero hoy por hoy,mejor sólo atisbar ese estado de horror desde la imaginación.
Un abrazo

Antígona dijo...

Bueno, C.E.T.I.N.A., la referencia a Amenábar, y en concreto a su película “Tesis”, viene ligada a lo que comentaba en la última parte del post sobre la curiosidad morbosa, incluso sobre la fascinación que podría decirse que el horror ejerce sobre nosotros. Un aspecto que, para mí, está muy presente en Tesis –en una de las primeras escenas Ana Torrent quiere ver a la víctima de un accidente que acaba de ocurrir; en la última, cuando se va a proyectar en televisión la Snuff movie, Amenábar se recrea mostrando la expectación de los pacientes del hospital- y a la que por ello he querido aludir, aunque fuera indirectamente, dado que no encontré ningún tubo de ninguna de estas escenas, sobre todo de la última, que es la que realmente hubiera querido poner.

En efecto, buscamos una causa, un origen, un significado para el horror. Forma parte de la voluntad de dominarlo, dado que si conociéramos tal causa u origen, nos sentiríamos más cerca de poder comprenderlo, y así evitarlo. Pero la operación del Coronel Kurtz es otra: su dominio pasa por asumir plenamente el horror, por hacerlo propio, y así, en cierto sentido, situarse por encima de él. De ahí que Kurtz me resulte un personaje tan fascinante: para él, sobrevivir al horror pasa por encarnarlo. Una posición que, obviamente, no podrá más que reafirmar a Willard en su necesidad de acabar con él.

Ahora, planteas un aspecto muy interesante que no he querido tocar en el post, y que es precisamente ese habitar del horror en cada uno de nosotros, aunque sea en las circunvoluciones más antiguas y escondidas de nuestros cerebros y por más que nos neguemos a admitirlo. Ciertamente, nada fácil aceptar que lo más pavoroso también nos pertenece, que el horror que desde fuera nos repele y aterroriza lo hace también porque en cierta medida no podemos dejar de reconocernos en él. De ahí, por otra parte, que el Coronel Kurtz sea capaz de hacerlo propio, como decía antes, y que su figura resulte tan extremadamente, tan escandalosamente peligrosa para el ejército estadounidense en la película. Alguien, que sin ser un psicópata, haya logrado conectar con esos instintos más primarios para utilizarlos en su favor sólo puede merecer, desde el punto de vista de la moral establecida, la muerte.

¡Un beso!

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A ver, Cosaco, ¡no te me asustes! Que no es desde luego mi intención defender aquí la posición del Coronel Kurtz, sino simplemente analizar lo que para mí representa :)

Desde luego, hay que admitir que Kurtz es un personaje muy inquietante, tal vez porque es obvio que ante su planteamiento sólo podemos sentir rechazo, porque no podemos ponernos de su lado ni aprobar su decisión. Lo cual no significa, por otra parte, que su opción no resulte, al menos teóricamente, intelectualmente, interesante. Pero también hay que tener en cuenta que Willard ve en Kurtz, tal y como dice en la película, un hombre destrozado, desesperado. Y creo que no se equivoca. Porque es posible que Kurtz vea también la fragilidad de su propia posición: él será el dueño y señor de la jungla hasta que otro más fuerte que él, con más capacidad que él para soportar el horror, lo destituya. No por casualidad, creo, en esta misma escena que he transcrito, la cámara enfoca, antes de que Kurtz empiece a hablar, el famoso libro de Frazer “La rama dorada”, un estudio antropológico que parte de una antigua leyenda según la cual el sacerdote que ocupa el poder, “el rey del bosque”, será destituido cuando otro postulante al cargo lo asesine.

En cuanto a que sea incomprensible que para no sentir el horror de esa pila de bracitos, uno cree una montaña entera, no estoy de acuerdo. Lo que con ello se busca es la desensibilización al dolor ajeno, a la empatía, a la compasión. Todos hemos oído historias truculentas acerca de cómo se entrena a matones a sueldo o a torturadores: justamente haciendo que se familiaricen con la muerte y el dolor ajeno, que deje de generar en ellos los sentimientos de rechazo que por lo general provocan. Volverse insensible al dolor ajeno es posible. Otra cosa es que resulte aceptable pretenderlo, claro.

¡Un beso!

Antígona dijo...

Arcángel, a mí también me parece una pregunta interesante, y que se podría desplegar desde muchos otros puntos de vista. Porque pienso que bajar a los infiernos, se tome la metáfora como se tome, nunca puede ser un acto gratuito sino un trayecto emprendido con pleno sentido.

Por otra parte, tiendo a entender ese fanatismo hacia lo que da miedo, en el fondo, como una manera de combatirlo. Cuando era pequeña vi en televisión un truculento documental sobre los efectos devastadores de una bomba atómica en el ser humano. Hasta sacaban un pedazo de carne asada para ilustrar cómo se quedaría el cuerpo de una persona que estuviera a X metros del punto de caída. Me quedé aterrorizada. No podía dormir por las noches pensando en todo lo que había visto. Pero a fuerza de recrear las propias imágenes que había visto, de imaginar lo que sucedería, en función de lo visto en el documental, si cayera una bomba en mi propia ciudad, el miedo fue cediendo, lo fui “dominando”. Algo así creo que hay en esa fascinación por lo que da miedo. Además de que, claro, muchas personas que van al cine a ver películas gores supongo que simplemente lo hacen porque les gustan las emociones fuertes que les producen.

¡Un beso!

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Pues sí, Troyana, es así, como le decía a Cosaco es posible anestesiar los sentimientos de rechazo –no diré si naturales o aprendidos, menudo berenjenal podría ser éste- que el horror nos provoca. Y la televisión, en cierta medida, contribuye a ello, pese a que, lógicamente, las imágenes siempre crean distancia con respecto a la realidad.

Por otra parte, lo curioso es que, me parece, en el caso del Coronel Kurtz la encarnación del horror que asume responde a su propio instinto de supervivencia. Sólo que creo también que su figura, al menos en la película de Coppola, debe ser comprendida en el contexto de la guerra del Vietnam, ya en sí misma fuente de los mayores horrores, a la vez que no puede obviarse la crítica que Coppola pretende realizar de ella. El “trance” en el que se ve el Coronel Kurtz, así como todos los que vivieron esa guerra, nos queda por fortuna muy lejos. Pero hay y ha habido otras guerras, en las que el enfrentamiento con sus horrores ha motivado que algunos, gente normal y corriente antes de esa experiencia, por diversas razones, acabaran convertidos en instrumentos de ese mismo horror. ¿Has leído “La velocidad de la luz”, de Javier Cercas? Porque en esta novela juega un papel fundamental un personaje de éstos.

Ahora, yo, personalmente, también prefiero atisbar ese estado de horror desde la imaginación.

¡Un beso y un abrazo!

Anónimo dijo...

Vale, termino de leer este último comentario hace escasos minutos y me encuentro con que mi hermana está terminando de ver en el ojo de ONO "Apocalipsis now" y empieza la disertación del Coronel Kurtz sobre el horror.Casualidad,chica,pero de las grandes.No he leído "la velocidad de la luz", pero me puedo imaginar los estragos de ese horror en personas corrientes,como seguramente fué Kurt antes de llegar a ese infierno de la guerra.Ahora,más reciente todo,pienso que es impredecible la transformación que sufriría nuestra mente en un medio dominado constantemente por el horror y sin ánimo de justificar ninguna conducta,sigo pensando que tenemos una capacidad ilimitada de mimetismo,de camuflaje y sobre todo de supervivencia física y mental.Y de esa mente tan rota y perturbada como la de Kurt me quedo con una frase que me parece sencillamente iluminadora: "...es el juicio lo que nos derrota"
En todo loco,se esconde alguna genialidad.
Otro abrazo!

Anónimo dijo...

Es el juicio lo que nos derrota porque ninguno queremos tirar a la basura nuestra dignidad para aferrarnos a nuestra voracidad. Y eso es lo que hizo Kurtz, despojarse de toda humanidad para acometer con toda naturalidad el descenso a los infiernos.

Tuvo una muerte demasiado serena para lo que se merecía, como si al final descansase del duro trabajo de vivir. Willard le proporcionó una muerte con honor que no se merecía.

Puede que todos sintamos alguna fascinación atávica por el horror, pero ninguno cedemos a la tentación de convertirnos en un Dios, como hizo Kurtz. Todos tenemos juicio, y aunque nos derrote contra los que no lo tienen debemos mantenernos ahí, sin bajarnos del barco, como Kurtz; es la única manera de que el horror no se adueñe de todo.

NoSurrender dijo...

La película de Coppola es una maravilla, doctora Antígona. Y el monólogo de Kurtz es terríblemente lúcido. Acojona.

No hay enemigo más atroz que el horror, porque rompe con las mas elementales seguridades que nos mantienen en pie. Quizás ese “morbo”, esa curiosidad por ver el horror (como mero espectador, eso sí) que se despierta en algunas situaciones, obedezca a la necesidad de integrarlo en nuestros esquemas mentales como plausible, de manera que la realidad siga siendo terreno firme bajo nuestros pies. Ocurre en la primera secuencia de la película de Amenabar que usted trae hoy aquí, como dice en un comentario más arriba, sí. No sé si conseguiríamos dominar la sensación de terror así, pero al menos pasa a pertenecer al terreno de lo real.

Al hacer real lo inimaginable, ya podemos conocerlo un poco más. Por eso Kurtz dice que el horror tiene rostro. Por eso habla Amenabar del éxito de las snuff movies.

Yo no bajo a los infiernos, pero voy cada mañana a trabajar a una oficina rectangular con aire acondicionado, lo cual es bastante similar. Y muchas mañanas, cuando tengo que hacer ese titánico esfuerzo inhumano y cruel, me digo a mi mismo mientras entro en la ducha acordándome del coronel Kurtz y susurrando “el horror, el horrooooooorrr...”.

Besos, doctora Antígona!

Anónimo dijo...

¿y si alguien se convertido en Juan Sinmiedo, sería mejor o estaría loco? Necesitamos el miedo para ser humanos? no lo creo, como no necesitamos la avaricia, el odio, la venganza o las ganas de matar. De alguna manera y no sé si de forma temporal, pero uno se puede liberar del miedo. Doy fe.

El veí de dalt dijo...

Que gran peli la de Coppola, que gran escena la del coronel Kurtz, que gran música la de la peli con The Doors, que gran relato el de Conrad en que se basa el film, que gran cuento y que gran peli la de Tesis (aunqué no les guste a CETINA)...que gran post el tuyo. Y que gran horror que nos acompaña siempre. En el trabajo, en las notícias de la tele, en la polític mundial, en la hipocresía Yo si bajaría a los infiernos por una respueta, pero a veces, es tan gratificante vivir en la ignorancia! No sé...tu reflexión me trae a otras latitudes que no son las que tu apuntas (y es que a veces, disparas tan alto que llego a alcanzarte), pero siento, noto, que ya, hoy en día, ni el horror nos conmueve. Ni nos aturde. Nada.

El veí de dalt dijo...

"que NO llego a alcanzarte", quería decir. Caramnba! Me ha salído un título tipo Alejandro Sanz. D)

Antígona dijo...

Caray, Troyana, parece que tú y yo vamos de casualidad en casualidad. Tendremos que hacernos mirar qué extraña conexión oculta nos une :)

Si no has leído “La velocidad de la luz”, no puedo dejar de recomendártela para cuando tengas tiempo y ganas. Vale la pena, ya verás.

También yo creo que es impredecible esa transformación que sufriría nuestra mente en un medio dominado por el error, al menos en el caso de cada individuo particular. Pero hay muchos testimonios de personas que, en efecto, han acabado mimetizándose con ese horror que les envolvía, no sé si por impulso de supervivencia, o simplemente por el hecho de que, en ausencia de las reglas que hasta ese momento habían regido su existencia, es fácil que los límites entre lo aceptable y lo inaceptable lleguen a difuminarse. No estamos acostumbrados al caos, y de ahí que su presencia pueda llegar a tragarnos de un bocado.

En la mente rota y perturbada de Kurtz se esconde, a mi modo de ver, un punto de tremenda lucidez. Por ello resulta un personaje tan inquietante. Porque sus razonamientos no son nada descabellados, sino los argumentos de un hombre que piensa, con todas sus consecuencias.

¡Otro beso y otro abrazo!

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Esta vez te voy a dar toda la razón, amigo Carrascus. Aunque, ¡sin que sirva de precedente! ;) Así es, Kurtz opta por despojarse de todo aquello a lo que la mayoría de nosotros no renunciaríamos, llámesele dignidad, humanidad, o de cualquier otra manera. A la vez que opta por lo que, en medio de esa terrible guerra, le parece la única solución: establecer una relación de poder, de dominio sobre los otros, que a la larga, podemos suponer, sólo puede acabar volviéndose en su contra. Porque, como le comentaba a Cosaco, el texto de Frazer “La rama dorada” es puesto en escena por Coppola con toda la intención: el destino de todo sacerdote es verse destronado y muerto por quien sea más fuerte que él. En la ley de la selva, cuenta fundamentalmente la fortaleza, a la que el propio Kurtz aspira para dominar el horror, y no otro tipo de valores. Y ya se sabe que la fortaleza es siempre un bien perecedero y caduco.

Además de que, por otra parte, como señalas, si la opción de Kurtz fuera una opción general, universalizable, el horror se adueñaría de todo, y nuestro mundo, abocado a un estado de guerra permanente, se convertiría en un lugar inhabitable. No creo que sea éste el mundo que deseemos. En absoluto. Y para que no llegue a darse, el juicio debe seguir presente, por más que en casos como el de Kurtz nos costara probablemente la vida.

En lo que si acaso discrepo es en tu apreciación de que Willard brinde a Kurtz una muerte con honor. Yo no veo en su muerte nada honorable, sino sólo liberador. Por un lado, sabe que, en función de la opción elegida, ése es su destino. Por otro, aunque ésta es ya mi particular interpretación, como decía en el post, desea enfrentarse al último horror que será su propia muerte violenta a manos de Willard. Pese a que, no obstante, no puedo dejar de leer en la actitud de Willard cierta compasión hacia un hombre al que define como desesperado, y en el que adivina grandes dosis de sufrimiento. Un sufrimiento lógico y esperable, fruto de la contradicción, si Kurtz aún conserva, y dada su inteligencia diría que sí, su conciencia moral.

¡Un beso!

(Que sepa que llevo mucho cuidado para no morderme la lengua :P)

Antígona dijo...

Lo ha dicho usted estupendamente, doctor Lagarto. Ante el horror, ante su mera posibilidad, que siempre está ahí, como nos enseñan todos los días las noticias de los periódicos, toda sensación de seguridad se quiebra. Podemos apartar la vista de él, acogernos a un precario cálculo de probabilidades para sentirnos a salvo de él, que es lo que generalmente hacemos, pero olvidar su existencia no es fácil, porque también somos conscientes de que en esta loca lotería que es la vida, nada nos libra de ser sus posibles víctimas. De ahí que sintamos esa necesidad de integrarlo en nuestros esquemas, como usted dice, de familiarizarnos con él por medio de la visualización y de la imaginación que se deriva de ella. Es una forma, para mí, de aplacar nuestros miedos, o al menos de intentarlo, aun cuando en el fondo también sepamos que, en estos casos, se alza un abismo entre lo real y lo imaginado. Pero poder convivir con él, al menos en ese plano de lo imaginario, es una manera de no dejarnos bloquear o atenazar por sus garras, puesto que en el fondo no tenemos más remedio que someternos a esa necesaria convivencia, por abstracta que sea.

El horror no sólo tiene rostro, sino muchos rostros posibles. En ocasiones, habita en lo más profundo de nosotros mismos, y ése es el rostro que menos nítido y visible nos resulta, y por ello tal vez el más pavoroso. En cuanto al horror de su oficina rectangular con aire acondicionado, sí, le comprendo perfectamente. Yo vivo algo parecido cada mañana de los días laborales aun cuando el escenario sea otro. En cualquier caso, no se deje atenazar por ese horror. Y confío en que cada día consiga volver a casa sano y salvo y sin miembros de menos.

¡Un beso, doctor Lagarto!

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Cosaco, yo no creo que ese Juan Sinmiedo fuera mejor. Probablemente se sentiría mejor, pero estaría más desprotegido. No hay que olvidarlo: los miedos cumplen la atávica función de alertarnos frente al peligro, de protegernos de él. Otra cuestión es cuando se disparan sin que el león de turno esté presente, o cuando éste existe única y exclusivamente en nuestra cabeza. Entonces no son más que un estorbo y un elemento con el que amargarnos gratuitamente la vida. Doy por sentado que es a estos últimos a los que te refieres. Y sí, de esos podemos aprender a liberarnos. Pero como ya comentaba en tu blog, creo que se trata de un aprendizaje, de una batalla, que no termina nunca.

¡Un beso, aprendiz de Juan Sinmiedo! :P

Antígona dijo...

Pues sí, Veí, grande es todo lo que tiene que ver con esta película, desde su primera hasta su última escena, y desde luego la música de los Doors no es uno de sus elementos menos importantes, sino todo lo contrario. El relato de Conrad lo leí hace demasiados años y debo confesar que no me impresionó tanto como lo hizo después de la película de Coppola. Le debo al señor Conrad una segunda lectura. Y en cuanto Tesis, no es que sea una de mis películas favoritas, pero creo que hay que reconocerle a Amenábar que hizo en ella un buen trabajo.

Tienes razón al decir que el horror nos acompaña de múltiples maneras. A muchos de ellos, como los que se nos presentan a diario en las noticias televisivas, nos hemos acostumbrado tal vez demasiado, y han dejado de surtir por ello el efecto que quizás, desde el punto de vista de nuestra propia salud mental, más deseable sería. Pero a mí, personalmente, algunos horrores me siguen aturdiendo y produciendo pesadillas. Y no es por frivolizar, pero los que tienen que ver con mi curro, ¡en gran medida!

Es gratificante vivir en la ignorancia, sí. Pero, como decía un conocido profesor, hay saberes en los que nos va la vida. Y a ellos no podemos, o no debemos, renunciar. De todos modos, no creo que cuando uno baje a los infiernos sea plenamente consciente, como decía al comienzo del post, de la pregunta que le anima, ni tan siquiera de que esté buscando una respuesta. Sólo que no me puedo imaginar un descenso a los infiernos que no esté en el fondo guiado por alguna pregunta esencial que tal vez se desvele con el descenso mismo.

Y por supuesto que llegas a alcanzarme Veí, de eso no me cabe la menor duda. Ahora, a Alejandro Sanz no me lo vuelvas a traer a este blog :P

¡Un beso!

El veí de dalt dijo...

Sabia que estabas perdidamente enamorada del panoli del de Sanz! Juàs!

Anónimo dijo...

Me parece que no pensamos lo mismo, Anti; por ejemplo: ¿tú crees que unos niños en el colegio, sin miedo al suspenso y a repetir curso, serían peores alumnos? un profesor que no de miedo, si no que consiga de alguna manera que los chicos amen el conocimiento pero, por ejemplo, asegurándoles el aprobado a todos, sería peor? tal vez ... pero es que el miedo debe ser una etapa; si vamos más lejos: un niñito sin miedo efectivamente estaría más desprotegido porque no conocería el peligro de la carretera, por ejemplo.
Pero no hablamos ahora de niños, si no de adultos que saben de los riesgos, daños y demás peligros de la vida: insisto a riesgo de ser pesado: es bueno que nos horroricemos cuando conocemos las montañas de seres humanos muertos (los de verdad, los del tercer mundo que mueren cada día).
Pero las primeras veces, luego, si seguimos horrorizados, no podremos tomar medidas para evitar que eso suceda.

El miedo es como el hambre o la sed: está claro que son mecanismos de defensa y tuvieron mucho sentido, pero ahora no creo que debamos perder tiempo con ellos, ni nos deben acompañar más que un momento, porque hay mucho que hacer como para que encima nos anden jodiendo.

;)

pd: sabes? últimamente no discuto apenas, pero hay ciertos temas en los que, no sé si por inercia o convicción, todavía entro al trapo. Eso si, con gusto.
Agur!

Anónimo dijo...

Mira Cosaco, no me hagas hablar...ja,ja,ja,ja...que nos conocemos un poquito personalmente a ti te encanta la dialéctica y la discusión y el día que no entres al trapo,te tomaremos el pulso o empezaremos a hacerte la RCP (reanimación cardio-pulmonar)..ja,ja,ja..no te ofendas,que me encanta eso de ti.
Antígona,mi compañero de trabajo A.diría "eso es sólo una cadena de casualidades y nada más",después él me llamaría mística y yo a él frívolo y tan contestos los dos.
No quiero levantar ampollas pero retomando el tema del miedo sigo pensando,como comentaba en el blog de Cosaco,que esa emoción es consustancial a la condición humana y que no es ni buena ni mala depende de cómo la manejes y hasta puede tener doble efecto antídoto-veneno e incluso hacernos más compasivos o empáticos con los demás.
Un abrazo para tod@s!

el nombre... dijo...

Anti, no ví la peli de Cóppola, justamente porque evito el tipo de pelis(diarios y noticieros)con ese costado morbo.
Habrá que ver porqué no lo tolero. Creo que cada cual tiene su umbral de saturación, y el mío es muy bajo.
Bueno, hoy no es´mi día, no puedo bajar el video.
Pero creo que, como leí unos comments más arriba, ya a esta altura a muchos humanos lo que era/es horror, pasa a ser parte de lo habitual y cotidiano.
No lo entiendo (sí con la cabeza, no con el bobo)... Como humanos que somos, albergamos pasiones eróticas y tanáticas.
Y cada uno de nosotros las tramita como puede...
Más no podría decirte, Anti, me parece que tu post apunta a un sitio demasiado alto para mí.

Besos

Vintage dijo...

Hola te he descubierto por nousurrender
Veamos, yo no se hacer, ni escribir, ni pensar grandes cosas, pq soy bastante simple.
Priemro de tdo me ha gustamo mucho leer esta entrada

Mi opnión es q se nos olvida q nomos animales, por lo tanto tenemos un instinto primitivo, q no digo q no evolcione, o mejor dicho enmascaramos.

Yo soy madre, no soy la tipica madre, me refiero a ser absorbente, egoista etc...
pero muchas veces pienso, si alguien le hace algo a mi hija, estoy segura, y te lo digo con la mano en las entrañas que ese alguien puede darse por jodido, buscaré la forma aunque tarde mi vida entera en hacerle sufrir lo indecible
Cuando ex`plico esto, quiero decir q yo soy una mujer muy pasional, pero evidentemente no voy metiendo jaleo ni broncas ni nada por el estilo, pero sé q me saldría mi instinto, se q no podría parar ese monstruo q tengo dentro

un
muakkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk

Antígona dijo...

¿Perdidamente enamorada? Como te pille te arreo con mis poderosos bíceps, Veí. Ya puedes ir echándote a temblar :P

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Cosaco, Troyana, a este paso vamos a tener que montar un foro, eh?, y yo encantada, claro. Pero vayamos por partes.

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Yo creo, Cosaco, que ambos estamos más de acuerdo de lo que parece, sólo que estamos cada cual incidiendo en diferentes aspectos del asunto que no creo que sean incompatibles.

A ver, decir que el miedo sea o pueda ser un mecanismo útil no significa decir que todos los miedos lo sean, por supuesto. Antes bien, precisamente creo que los humanos nos distinguimos de los demás animales por sufrir el asalto de miedos que no tienen ningún sentido, por inventárnoslos, por reaccionar con miedo ante situaciones o circunstancias que tal vez no deberían producírnoslos. Entre otras cosas, supongo, porque nuestros miedos no se limitan al presente, sino que se proyectan hacia el futuro: ya no es el león que ruge lo que fundamentalmente nos atemoriza, sino la posibilidad de que el león aparezca, incluso su mera existencia. Y ahí es cuando solemos equivocarnos, porque a veces ni siquiera hay tal león.

Tengo la sensación de que cuando yo hablo del miedo tú hablas de lo que yo llamaría “dejarse atrapar por el miedo”, que para mí son cosas distintas. Pongamos que yo tuviera un hijo pequeño al que decidiera mandar por primera vez de campamento. ¿No sería natural que tuviera cierto miedo a hacerlo por si le pasa algo, por si el niño no se adapta como se espera de él? Yo creo que sí. Ahora, muy diferente sería si, por culpa de ese miedo, dejara de hacer algo que considero beneficioso para el niño, por ejemplo. Surge el miedo y hago por vencerlo. Pero lo que probablemente no puedo evitar es que surja. Situaciones como ésta las hay a miles en la vida cotidiana, y en todas hablamos de miedos que aprendemos, por lo general, a vencer.

Por ello creo que lo malo no es el miedo en sí mismo, que para mí es inevitable que surja, sino el que éste llegue a convertirse en algo paralizante que nos fuerza a permanecer parados o a huir justo en la dirección contraria de aquélla hacia la que querríamos caminar. ¿No es realmente esto último lo que tú quieres decir, y en lo que los dos estaríamos complemente de acuerdo?

En cuanto a lo de que no te gusta discutir, a otro perro con ese hueso, Cosaco :P

¡Más besos!

Antígona dijo...

Bueno, Troyana, a lo mejor es que la casualidad y la mística no se encuentran tan lejos. Todo depende de cómo se miren las cosas.

En cuanto al tema del miedo, creo que ya ha quedado bastante claro que las dos pensamos lo mismo. Me ha gustado eso que has dicho del doble efecto antídoto-veneno, porque creo que refleja muy bien eso de que el miedo puede ser tanto un aliado como un feroz enemigo. Yo a algunos miedos, desde luego fundados en función de la experiencia pasada, tengo mucho que agradecerles y estoy convencida de que me han protegido de no tropezar dos veces con la misma piedra.

¡Más besos y abrazos!

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El nombre, creo que en este caso te valdría la pena hacer el esfuerzo de verla, porque es una película fantástica en la que se plantean muchas más cosas de las que he recogido en el post y que van mucho más allá de la cuestión del morbo. De hecho, mi umbral de saturación en estas cuestiones es también muy bajo –sorprendentemente bajo, diría yo- y he disfrutado mucho viéndola porque Coppola no se centra en la violencia explícita, sino más bien en la reflexión sobre la violencia, podríamos decir, que a través de la película quiere hacer.

En efecto, como dices, albergamos pasiones eróticas y tanáticas, y principalmente en lo que respecta a estas últimas la sociedad ya se encarga de imponernos múltiples y variados mecanismos de sublimación. No puede ser de otra manera, dado que, de lo contrario, andaríamos sacándonos los ojos unos a otros y a la larga todos ciegos.

Por eso Kurtz es un personaje tan inquietante: porque se atreve a hacer de sus pasiones tanáticas su principio de vida sin ser un psicópata.

¡Un beso!

Antígona dijo...

A ver, Bolero, que eso de que no sabes hacer ni escribir ni pensar grandes cosas lo dirás tú, porque yo no lo diría en absoluto, y menos después de haberme pasado por tu blog. Y lo de bastante simple, jaja, ya te gustaría a ti, ya ;)

En lo de que somos animales, pues es lo mismo que en el fondo viene a decir Kurtz cuando habla de que los soldados vietnamitas habían sido aprendido a utilizar sus instintos primordiales para matar. Yo, personalmente, creo que en los humanos apenas existen ya instintos, pero sí, como decía El nombre, impulsos o pasiones tanáticas, destructivas, tanto con respecto a nosotros mismos como sobre los demás que no debemos olvidar a la hora de entender determinados fenómenos.

En cuanto a tu hija, comprendo perfectamente lo que dices, pero supongo que de ese monstruo que llevamos dentro nada podemos saber hasta que efectivamente, y esperemos que no lo haga nunca, algún día tuviera la ocasión de aparecer. Pienso que porque, como decía antes, en esto de las truculencias de los horrores, existe un verdadero abismo entre lo real y lo imaginado, entre lo que pensamos que seríamos capaces de hacer y lo que luego haríamos. Aunque también es cierto que, llevados a situaciones límites, estoy segura de que todos o casi todos seríamos capaces de cosas que ni tan siquiera podemos imaginarnos. Pero no tener la oportunidad de comprobarlo, ¿verdad?

Gracias por aparecer y por tu comentario, Bolero. Un placer tenerte por aquí.

¡Un beso!

dErsu_ dijo...

Creo que el tema daría para una novela, más que para una película. Y hasta he pensado un título, "las tribulaciones del joven Törless", después de descartar, por oscurantista, algo así como "en el corazón de las tinieblas", o "una avanzada del progreso", por sarcàstico.

Antígona dijo...

El tema daría más bien para muchas novelas, Dersu. Tantas como maneras diferentes habría de enfocar el horror: se lo puede pretender dominar, o se puede tal vez desear dejarse dominar por él o encontrar cierta fascinación en sucumbir a él; del horror se puede ser ejecutor y también víctima; se lo puede contemplar desde dentro o desde fuera, y también en sus variaciones históricas, si, como todo fenómeno, tampoco el horror deja de estar sometido a la historia.

Tantas novelas como rostros puede mostrar el horror, algunos de los cuales nos son todavía desconocidos. Al igual que tantas películas.

Muy sugerentes tus títulos, sí. Pero nada desdeñable es tampoco el de “Apocalisis now”, ¿no crees?

¡Un beso!

dErsu_ dijo...

Es que he hecho trampa.

Antígona dijo...

No me había dado cuenta :P

Gato dijo...

Yo no miro cuando hay un accidente en la autopista, apenas veo la tele ni leo los periódicos (por lo que no busco las páginas de sucesos)... Pero sí tengo fantasías negativas...

Yo creo que cuando buscamos que nuestro miedo se materialice aunque sea en nuestra imaginación, nos ponemos a prueba, para saber si vamos a soportarlo, si nos gusta la imagen de nosotros mismos inmersos en situaciones extremas, porque tenemos un puntín soñador absurdo en el que nos vemos sufriendo y nos gustamos...

Anónimo dijo...

Creo que tú hablas de miedillos pequeñicos, chica, y esos no importan. Y tal vez de sustos, pero no de MIEDO o de HORROR así con mayúsculas.
La metáfora más clara la pusiste tú cuando hablabas de "errar" y es el hecho de conducir: si, vale, es lo típico que se dice siempre, pero es que es verdad: no hay que tener miedo, sólo respeto.
Pues con todo lo que hablamos del miedo, lo mismo. Yo reconozco que no tengo ningún miedo a conducir, eso si, intento cuidarme bastante.
¿que un día se te cruza un tipo en un rotonda? vale, pero eso es "susto".
¿Un poco de miedo en situaciones nuevas? vale, eso todos. Pero mejor que se te pase pronto, cacho miedica! ;P
besos!

tan versátil como acústica dijo...

yo creo que juega, en parte, un disfrute malvado, al contemplar el horror por ejemplo, pues no es uno quien lo está padeciendo. observar, relaja.

Antígona dijo...

Gato, estoy totalmente de acuerdo contigo en la primera parte, es decir, en lo que señalas de que al fantasear con la materialización de nuestros miedos, nos ponemos ficticiamente a prueba, tratando de comprobar si seríamos capaces de soportarlo. Porque creo que eso es realmente lo que sucede. Nos decimos: vale, esto me da miedo. ¿Qué pasaría si se hiciera realidad? Y nos tranquilizamos pensando en los posibles recursos que tendríamos o podríamos poner en juego de suceder eso que nos aterra, intentando convencernos de que seríamos capaces de afrontarlo, vencerlo, aunque sólo sea en nuestra imaginación.

En cuanto a lo de que nos vemos sufriendo y nos gustamos, ay, pues diría que depende. Puede que haya sufrimientos que nuestra fantasía adorne hasta el punto de encontrar algo atractivo en ellos, o quizás al héroe doliente que, pensamos, podría salir de nosotros mismos de tener que pasar por ellos. Pero yo hay sufrimientos que imagino en los que la idea de gustarme o no en ellos ni siquiera aparece. Simplemente deseo con todas mis fuerzas no tener que padecerlos nunca.

¡Un beso!

Antígona dijo...

Como estás de peleón, querido Cosaco :P

Pues no, te equivocas, no hablaba de miedillos pequeñicos, sino del miedo en general, y creo que lo que decía antes sobre el miedo valdría tanto para los miedos pequeños como para los no tan pequeños o incluso los enormes, esos que para ti representan el MIEDO o el HORROR.

Te confesaré que uno de mis MIEDOS más poderosos y angustiantes es a la muerte de la persona amada. Pues bien, cada vez que me he enamorado, que he querido profundamente a alguien –y no han sido tantas las veces, por no decir que han sido muy pocas- ese MIEDO ha vuelto a hacer acto de presencia y a sumirme en la angustia. Tal vez no de una manera tan intensa como la primera vez, pero no por ello menos horrible. Si me dejara atrapar por ese MIEDO renunciaría a la posibilidad de enamorarme, o me apartaría de quien suscitara en mí tales sentimientos, con el objetivo de liberarme del MIEDO. Pero no lo he hecho. En cada caso he decidido convivir con ese MIEDO, para mí inseparable del estar enamorada, y tratar de vencerlo cuando amenaza con apoderarse de mí o con amargarme la existencia.

¿Y no es en el fondo el MIEDO a la muerte de su hijo lo que subyace en el ejemplo de la madre que te puse? ¿No es el MIEDO por el daño, por el sufrimiento, por la desaparición del hijo, algo que va acompañar a cada madre y a cada padre durante el resto de su vida en el momento en que se decidan a serlo?

Con respecto a que las situaciones nuevas dan miedo, pues claro. ¿Pero hay alguna situación en esta vida que no sea nueva? :P

¡Más besos!

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Tan versátil como acústica, eso se parecería más bien al “Schadenfreude”, a la alegría por el mal ajeno. Sólo que pienso que ese sentimiento suele aparecer cuando conocemos y ya estamos negativamente predispuestos hacia la persona que lo sufre. Cuando el horror es anónimo no tiene por qué haber lugar para ese disfrute malvado, más que en la forma del “qué suerte que no me ha pasado a mí”. Hasta que uno se da cuenta de que eso que le ha pasado al otro podría también pasarle a uno mismo. Y ese “podría” es el que nos aterroriza.

¡Un beso!

Anónimo dijo...

"no trates de vencer tu miedo: hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes"
(joven aprendiz de jedi) :P

Quizás una madre puede enseñar a sus hijos a no tener miedo o a tenerlo.. si pudieras elegir, qué preferirías?

Oye, escribe otro post o vamos a batir el record de comentarios :PP

Antígona dijo...

Hosti, que no te había visto, Cosaco, con tanto "pensar" :P

Ya te lo dije, Cosaco, somos animales imperfectos y el miedo nos ayuda a superarnos. Si el escritor de éxito no tuviera miedo a que su próxima novela no estuviera a la altura de sus precedentes, ¿cómo iba a esforzarse para superarse a sí mismo?

Ahora, reconozco que de muchos miedos me libraría gustosa. Y de muchos MIEDOS también. Me voy a tener que apuntar a tu escuela de Jedis :P

Y ya ves que te he hecho caso. Sin hacértelo, pero te he hecho caso :P