Hay quien ha dicho que nuestro caminar por el mundo está sostenido por toda una serie de supuestos que, por lo general, en el andar cotidiano, no cuestionamos. Supuestos sobre los que nos apoyamos firmemente, como si de rocas perfectamente sólidas y carentes de grietas se tratara, para trazar día a día las trayectorias sobre las que vamos construyendo nuestra biografía. Pero en ocasiones emergen situaciones límite en las que tales supuestos empiezan a resquebrajarse y amenazan incluso con desaparecer de un plumazo, dejándonos suspendidos ante el abismo y sin posibilidad de dar un nuevo paso al frente.
Para Primo Levi uno de esos supuestos consiste en la propia "humanidad" que damos por obvia en cada uno de nosotros, en nuestra definitoria condición de seres humanos, y en nuestra tendencia a considerarla como una característica inconmovible e independiente de las circunstancias que nos rodean. Sin embargo, Levi comprendió, precisamente a partir de la experiencia de una situación límite, que hay circunstancias extremas bajo las que no es posible seguir siendo humano. Es decir, que hay fronteras más allá de las cuales esa humanidad dada por obvia comienza a diluirse y puede acabar por esfumarse.
Esa situación límite se condensa para Levi en un nombre que se ha convertido en el símbolo de una forma de exterminio en opinión de muchos sin precedentes históricos: Auschwitz. El campo de concentración nazi en que, en comparación con otros campos, las condiciones de vida y muerte se plantearon con mayor brutalidad, y que el propio Levi, uno de sus pocos supervivientes, ha descrito como "una gran máquina para convertirnos en animales". Porque según Levi ha relatado magistralmente en su trilogía autobiográfica, que se inicia justamente con el volumen titulado Si esto es un hombre, en Auschwitz no cabía la posibilidad de seguir siendo humano.
A la deshumanización puramente física que sufrían los prisioneros nada más llegar al campo, transformados en miembros de una masa anónima y despersonalizada sólo identificables por el número tatuado en sus muñecas, se unía otra forma de deshumanización mucho más terrible e inevitable en las condiciones del campo: la deshumanización moral. Así lo ha narrado Levi y lo han refrendado muchos otros supervivientes: cuando la propia supervivencia está en juego del modo en que allí lo estaba, todo principio de solidaridad queda de antemano aniquilado, y cada prisionero acaba siendo para los demás un rival, un enemigo. Dice Levi que sucumbir en Auschwitz era, en el fondo lo más sencillo: bastaba con "cumplir las órdenes que se reciben, no comer más que la ración diaria, atenerse a la disciplina del trabajo y el campo. La experiencia ha demostrado que, de este modo, sólo excepcionalmente se puede durar más de tres meses". La posibilidad de salvarse de una muerte segura tenía por ello una única vía: aguzar al máximo el ingenio y tratar de amortiguar a toda costa el estado de privación constante que se vivía en el campo, aun cuando ello comportara el perjuicio ajeno. Aun cuando ello significara mantener tenazmente en secreto cualquier estrategia para conseguir unos gramos más de pan o robar las botas del prisionero que dormía junto a uno.
Pero quienes alcanzaron el grado máximo de deshumanización moral fueron los prisioneros desaparecidos, la gran mayoría de los que vivieron la experiencia del campo de concentración. Ésos que Levi llamará los "hundidos" frente a los salvados y que en la peculiar jerga del campo recibían el apelativo de "musulmanes" por semejar la postura que adoptaban -la cabeza inclinada, la espalda encorvada- la de un musulmán en actitud de rezo. En ellos la consunción orgánica había eliminado cualquier rastro de voluntad o deseo de supervivencia. Al musulmán, cuenta Levi, todo le era indiferente. Era un cadáver ambulante, un muerto viviente, una ruina andante sin capacidad de reacción ante ningún estímulo, y en sus ojos ya no se podía leer ninguna huella de pensamiento o de emoción. Hasta tal punto habían sobrepasado los límites físicos y espirituales que permiten a un ser humano seguir siendo tal, que Levi llegará a aludir a ellos como "no hombres" y dudará en llamar muerte a su muerte, porque, según él, estaban ya demasiado cansados para comprenderla, demasiado vacíos para ser conscientes de su sufrimiento.
Como tantos otros supervivientes, Levi ha reconocido que en el campo nadie ayudaba al musulmán. Y no sólo porque éste estuviera ya más allá de todo socorro, sino porque ello hubiera ido en detrimento de la propia vida. De ahí que los privilegiados que sobrevivieron hayan pagado el precio de su supervivencia, así como de la degradación moral que la hizo posible, con un sentimiento de vergüenza, de culpa, que los atormentaría durante el resto de su existencia y que conduciría a no pocos de ellos a la locura o al suicidio. Una culpa irremediable ante la suerte extraordinaria de haber sobrevivido cuando millones de personas en similares circunstancias no lograron escapar a la muerte. Vergüenza por imponérseles la sensación de que cada uno de ellos hubiera tal vez podido intervenir para evitar alguna de esas muertes, pese a saber positivamente que esa intervención hubiera significado automáticamente la suya propia. Vergüenza incluso por haberse alegrado cada vez que la muerte no les tocaba a ellos. Pero Primo Levi lo expresa mucho mejor:
"No puedes soslayarlo: te examinas, pasas revista a todos tus recuerdos, esperando encontrarlos todos, y que ninguno se haya enmascarado ni disfrazado; no, no encuentras transgresiones abiertas, no has suplantado a nadie, nunca has golpeado a nadie (pero, ¿habrías tenido fuerzas para hacerlo?), no has aceptado ningún cargo (pero no te los han ofrecido), no has quitado el pan a nadie; y sin embargo, no puedes soslayarlo. Se trata sólo de una suposición, de la sombra de una sospecha: de que todos seamos el Caín de nuestros hermanos, de que cada uno de nosotros haya suplantado a su prójimo y viva en lugar de él"
Los supervivientes de Auschwitz se avergüenzan de estar vivos porque sienten que viven en un lugar que nos les corresponde por derecho: es el lugar de los otros, de los muertos, de los que se hundieron para que ellos se salvaran. Primo Levi intentó redimir su culpa emprendiendo una tarea a su juicio imprescindible para que experiencias como Auschwitz no se repitan: la de dar testimonio de todo aquello que allí sucedió, la de narrar al mundo sin tapujos los horrores de los que fue testigo. Pero Levi sabía que, en el fondo, él no era un verdadero testigo de Auschwitz. Es más: que, en esencia, no hay verdaderos testigos de Auschwitz. Pues los auténticos testigos del horror extremo que Auschwitz supuso, los testigos integrales del sufrimiento a que dio lugar, fueron los musulmanes, los hundidos, los únicos que vivieron en toda su radicalidad esa experiencia y, sin embargo, no pueden dar testimonio de ella porque nadie puede regresar de su propia muerte para contarla. Los supervivientes sólo pueden hablar por ellos. Hablar, como dice Levi, "por delegación". Y convertirse así, paradójicamente, en la memoria de lo que sin remedio quedó destinado a perderse en el olvido, aniquilado con la aniquilación de los hundidos.
Para Primo Levi uno de esos supuestos consiste en la propia "humanidad" que damos por obvia en cada uno de nosotros, en nuestra definitoria condición de seres humanos, y en nuestra tendencia a considerarla como una característica inconmovible e independiente de las circunstancias que nos rodean. Sin embargo, Levi comprendió, precisamente a partir de la experiencia de una situación límite, que hay circunstancias extremas bajo las que no es posible seguir siendo humano. Es decir, que hay fronteras más allá de las cuales esa humanidad dada por obvia comienza a diluirse y puede acabar por esfumarse.
Esa situación límite se condensa para Levi en un nombre que se ha convertido en el símbolo de una forma de exterminio en opinión de muchos sin precedentes históricos: Auschwitz. El campo de concentración nazi en que, en comparación con otros campos, las condiciones de vida y muerte se plantearon con mayor brutalidad, y que el propio Levi, uno de sus pocos supervivientes, ha descrito como "una gran máquina para convertirnos en animales". Porque según Levi ha relatado magistralmente en su trilogía autobiográfica, que se inicia justamente con el volumen titulado Si esto es un hombre, en Auschwitz no cabía la posibilidad de seguir siendo humano.
A la deshumanización puramente física que sufrían los prisioneros nada más llegar al campo, transformados en miembros de una masa anónima y despersonalizada sólo identificables por el número tatuado en sus muñecas, se unía otra forma de deshumanización mucho más terrible e inevitable en las condiciones del campo: la deshumanización moral. Así lo ha narrado Levi y lo han refrendado muchos otros supervivientes: cuando la propia supervivencia está en juego del modo en que allí lo estaba, todo principio de solidaridad queda de antemano aniquilado, y cada prisionero acaba siendo para los demás un rival, un enemigo. Dice Levi que sucumbir en Auschwitz era, en el fondo lo más sencillo: bastaba con "cumplir las órdenes que se reciben, no comer más que la ración diaria, atenerse a la disciplina del trabajo y el campo. La experiencia ha demostrado que, de este modo, sólo excepcionalmente se puede durar más de tres meses". La posibilidad de salvarse de una muerte segura tenía por ello una única vía: aguzar al máximo el ingenio y tratar de amortiguar a toda costa el estado de privación constante que se vivía en el campo, aun cuando ello comportara el perjuicio ajeno. Aun cuando ello significara mantener tenazmente en secreto cualquier estrategia para conseguir unos gramos más de pan o robar las botas del prisionero que dormía junto a uno.
Pero quienes alcanzaron el grado máximo de deshumanización moral fueron los prisioneros desaparecidos, la gran mayoría de los que vivieron la experiencia del campo de concentración. Ésos que Levi llamará los "hundidos" frente a los salvados y que en la peculiar jerga del campo recibían el apelativo de "musulmanes" por semejar la postura que adoptaban -la cabeza inclinada, la espalda encorvada- la de un musulmán en actitud de rezo. En ellos la consunción orgánica había eliminado cualquier rastro de voluntad o deseo de supervivencia. Al musulmán, cuenta Levi, todo le era indiferente. Era un cadáver ambulante, un muerto viviente, una ruina andante sin capacidad de reacción ante ningún estímulo, y en sus ojos ya no se podía leer ninguna huella de pensamiento o de emoción. Hasta tal punto habían sobrepasado los límites físicos y espirituales que permiten a un ser humano seguir siendo tal, que Levi llegará a aludir a ellos como "no hombres" y dudará en llamar muerte a su muerte, porque, según él, estaban ya demasiado cansados para comprenderla, demasiado vacíos para ser conscientes de su sufrimiento.
Como tantos otros supervivientes, Levi ha reconocido que en el campo nadie ayudaba al musulmán. Y no sólo porque éste estuviera ya más allá de todo socorro, sino porque ello hubiera ido en detrimento de la propia vida. De ahí que los privilegiados que sobrevivieron hayan pagado el precio de su supervivencia, así como de la degradación moral que la hizo posible, con un sentimiento de vergüenza, de culpa, que los atormentaría durante el resto de su existencia y que conduciría a no pocos de ellos a la locura o al suicidio. Una culpa irremediable ante la suerte extraordinaria de haber sobrevivido cuando millones de personas en similares circunstancias no lograron escapar a la muerte. Vergüenza por imponérseles la sensación de que cada uno de ellos hubiera tal vez podido intervenir para evitar alguna de esas muertes, pese a saber positivamente que esa intervención hubiera significado automáticamente la suya propia. Vergüenza incluso por haberse alegrado cada vez que la muerte no les tocaba a ellos. Pero Primo Levi lo expresa mucho mejor:
"No puedes soslayarlo: te examinas, pasas revista a todos tus recuerdos, esperando encontrarlos todos, y que ninguno se haya enmascarado ni disfrazado; no, no encuentras transgresiones abiertas, no has suplantado a nadie, nunca has golpeado a nadie (pero, ¿habrías tenido fuerzas para hacerlo?), no has aceptado ningún cargo (pero no te los han ofrecido), no has quitado el pan a nadie; y sin embargo, no puedes soslayarlo. Se trata sólo de una suposición, de la sombra de una sospecha: de que todos seamos el Caín de nuestros hermanos, de que cada uno de nosotros haya suplantado a su prójimo y viva en lugar de él"
Los supervivientes de Auschwitz se avergüenzan de estar vivos porque sienten que viven en un lugar que nos les corresponde por derecho: es el lugar de los otros, de los muertos, de los que se hundieron para que ellos se salvaran. Primo Levi intentó redimir su culpa emprendiendo una tarea a su juicio imprescindible para que experiencias como Auschwitz no se repitan: la de dar testimonio de todo aquello que allí sucedió, la de narrar al mundo sin tapujos los horrores de los que fue testigo. Pero Levi sabía que, en el fondo, él no era un verdadero testigo de Auschwitz. Es más: que, en esencia, no hay verdaderos testigos de Auschwitz. Pues los auténticos testigos del horror extremo que Auschwitz supuso, los testigos integrales del sufrimiento a que dio lugar, fueron los musulmanes, los hundidos, los únicos que vivieron en toda su radicalidad esa experiencia y, sin embargo, no pueden dar testimonio de ella porque nadie puede regresar de su propia muerte para contarla. Los supervivientes sólo pueden hablar por ellos. Hablar, como dice Levi, "por delegación". Y convertirse así, paradójicamente, en la memoria de lo que sin remedio quedó destinado a perderse en el olvido, aniquilado con la aniquilación de los hundidos.
20 comentarios:
Recuerdo la lectura de esta trilogía, absorta, estremecida, asombrada... Y desde entonces sigo pensando, debería ser de lectura obligada para cualquiera, incluida en los planes de estudio de cualquier país. No sólo como denuncia o para evitar su repetición (no se repite acaso cada día en otras zonas? tal vez no de la misma forma pero sí en la animalización, en el despojamiento de la calidad de ser humano en todos los conflictos; Gaza podría decir mucho al respecto)sino como constatación de la oscuridad más absoluta de nuestra naturaleza. Ser conscientes de ella y su facilidad.
Una radiografia del ser humano: del mal, de la supervivencia, del espanto y de la extrañeza más completa. Si esto es un hombre... cuál de los dos? el verdugo o la víctima?
Celan, otro superviviente que también finalizó sus días suicidándose, escribió: si hablara de este tiempo, sólo podría balbucir, balbucir, siempre siempre, sólo, sólo.
Pero tanto él como Levi, y otros muchos, fueron capaces de contar. Ajá, sí, eran hombres a pesar de sus dudas, a pesar de su dolor. Su dignidad, eso es un hombre.
Un besote, Antígona!! una maravilla de post, ajá, señora mía!!
El superviviente siempre se siente culpable. Yo, desde el punto de vista racional y frío del que no lo ha vivido y no lo puede entender, del que no ha sobrevivido a nadie, pienso que el error está en creer (o más bien "sentir", no creo que en realidad el pensamiento tenga mucho que hacer al respecto) eso mismo, que el otro muere PARA que tú vivas. El otro muere. Tú vives. Fin. No se trata de ser más listo, ni más fuerte, ni más malo, ni menos humano. No hay objetivos ni finalidades ulteriores. Hay un hecho, nada más. Claro que debe de ser imposible aceptar algo así, eso lo entiendo. Ese "¿por qué yo?" no se apaga nunca. Y al final debe de ser la peor de las torturas. ¿Qué se hace con esos hombres destrozados? Es angustioso pensar de cuánto mal somos capaces. Y cuánto sufrimiento somos capaces de soportar.
Y sin embargo, el habla “por delegación” corresponde estructuralmente al lenguaje, pues toda enunciación presupone un desfase entre habla y sujeto; la palabra está desarticulada incluso del cuerpo que la enuncia. Por ello ese testimonio de lo indecible, “por delegación”, tiene valor testimonial, pues da cuenta precisamente de esa imposibilidad de hablar de su testigo absoluto. No en vano el testimonio es un asunto de responsabilidad: responder a, responder por, responder en nombre de.
hace dos noches, en la televisión, mujeres supervivientes de los campos de exterminio argentinos hablaban de sus sentimientos. Siempre es igual. Finalmente, cuando has vivido más que algunos años, el hombre no sorprende. La historia vuelve a repetirse cambiando de lugar, de fechas , de protagonistas, de supuestas justificaciones.
La imposición de un "orden" tan cruel y devastador, hace que el ser humano pierda sus coordenadas, su simbólico, sus normas, que en situaciones "normales" adquirimos para sobrevivir entre otros. El horror del exterminio hace que cualquiera caiga en un estado prácticamente animal, entendiendo por animal a los que no han sido siquiera domesticados.
Yo me pregunto, más allá de los sobrevivientes, que, al "regresar" con vida, tienen la culpa que los vuelve a humanizar, aún con sus consecuencias terribles, digo, me pregunto, qué perversión tan grande, qué grado de locura, de animalidad hay en quienes toman las jerarquías de éste u otros exterminios.
Quizá lo pueda comprender con mi cabeza, pero no con mi corazón.
Tu síntesis ha sido desgarradora, cruel, y NECESARIA, todos debemos acercarnos a estas miserias, y así, comprender también las propias.
En "El malestar en la cultura", Freud dice que el "otro" está para humillarlo, degradarlo, abusar de él, etc. Y su lectura espanta a muchos, que no siguen leyendo, y encontrarían allí muchos acercamientos a respuestas para interrogantes que parecen no tener fin.
Muchos cariños, Anti.
Hello. This post is likeable, and your blog is very interesting, congratulations :-). I will add in my blogroll =). If possible gives a last there on my blog, it is about the TV de LCD, I hope you enjoy. The address is http://tv-lcd.blogspot.com. A hug.
Dicen que la historia nos enseña, pero muchos repiten aquello que seria lo que nunca tendria que volver a pasar.
Niña Margot, la verdad es que en la redacción de este post tú tienes parte de responsabilidad, porque recuerdo haber leído hace ya tiempo en tu blog, o en alguna de tus respuestas a los comentarios, precisamente esa idea de que Levi debería ser lectura obligada en los colegios, y haber pensando entonces que algún día tenía que escribir algo sobre él. Y tienes razón: la denuncia, el relato acerca de lo ocurrido en Auschwitz, fue el objetivo de muchos supervivientes y el tema de reflexión de otros tantos intelectuales que se sintieron en la obligación de empezar a sentar las bases para evitar una repetición de la historia de todo punto indeseable, por más que, como dices, tropelías semejantes contra el ser humano sigan produciéndose día a día en los más diversos puntos del planeta. Pero el texto de Levi excede ese objetivo para acabar siendo un relato de los aspectos más oscuros del ser humano que deberíamos tener siempre bien presente.
En cuanto al verdugo, en efecto, no se puede olvidar que detrás de la animalización de la víctima, detrás de su deshumanización extrema hasta el grado que Levi plantea en relación a los “musulmanes”, hubo seres que planificaron y ejercieron esa deshumanización y que, por tanto, son los responsables de ella. ¿Fueron ellos los verdaderamente inhumanos? Desde cierta perspectiva, no me cabe la menor duda. Pero la cuestión es compleja y no la voy a resolver yo aquí. Porque tampoco me cabe la menor duda de que fueron gente absolutamente convencida de la “bondad” de su tarea (el exterminio de los judíos como “solución final”) y de estar llevándola a cabo de la manera más eficaz y racionalmente efectiva. Un comportamiento, por otra parte, de lo más humano. Supongo que hay que asumir que ser humano implica poder convertirse en el mismísimo diablo para nuestros semejantes. O dicho de otra manera, que la maldad nos pertenece tan radicalmente como la bondad y que es humano caer en la más absoluta ceguera en nuestra relación con el otro.
Ahora, yo desde luego me quedo con la humanidad de Celan y de Levi, con la humanidad de sus dudas y de su dolor. Y una vez más te doy la razón: más que elogiable es su lucha por recuperar la dignidad que creyeron perdida a manos de otros tratando de poner palabras al horror vivido, tratando de reflexionar sobre la atrocidad que pudo haberlos convertido, también a ellos, en los no-hombres de los que habla Levi.
¡Un gran beso, hermosa!
Eso que dices, K, con respecto a la dicotomía entre el pensar y el sentir, entre la razón y los sentimientos, es lo mismo que decía Bettelheim, otro de los supervivientes de Auschwitz que acabaría suicidándose, al tratar de expresar sus propios sentimientos de culpa o de vergüenza: que su razón arremetía contra tales sentimientos de culpa, pero que no por ello podía dejar sentirse culpable y de avergonzarse por su condición de superviviente. Y por extraño e incomprensible que nos parezca a quienes hemos tenido la suerte de no haber pasado por experiencias como la suya, es justamente esa falta de razones para haber sobrevivido frente a otros lo que agrava aún más sus sentimientos de culpa. Porque según cuenta Levi, era más bien la suerte, o las malas condiciones físicas al llegar al campo, o cualquier incidente trivial, el que acababa marcando la diferencia entre los salvados y los hundidos. Sí, algo extremadamente difícil de soportar.
¿Qué se hace con esos hombres? Nada puede compensarles del sufrimiento padecido, eso es obvio. Todos ellos cargaron con él hasta no poder más y apostar finalmente por quitarse de en medio. Hasta hay dudas acerca de si el propio Levi no acabó igualmente suicidándose. Angustia, es verdad, es lo que produce pensar en ellos, pensar en quienes idearon las condiciones de su tortura sin ser tal vez del todo conscientes de cuál era su verdadero alcance. Pero Levi tuvo claro qué era lo que él tenía que hacer: contar sin tapujos, sin cortapisas. Contar y contar hasta que sintiera que había dicho todo lo que tenía que decir. Y hacernos partícipes al resto del horror vivido para que nada de todo ello cayera en el olvido.
¡Un beso!
Así es, Max, el lenguaje sólo nos permite hablar por delegación, hasta el punto de hacer de todo testimonio una imposibilidad. Derrida ha sabido analizarlo muy bien y descubrir las contradicciones que ello implica, las contradicciones constitutivas a la propia intención de ejercer de testigo. Y también Levi a su manera, que es, aunque desde otra perspectiva, consciente de la imposibilidad que entraña su propio testimonio y no se repliega ante ella ni la oculta. Es esa responsabilidad de la que hablas la que le mantuvo vivo, la que animó su escritura, una responsabilidad que emergía, según entiendo yo, del hecho de sentirse en deuda con todos aquellos que permitieron, con su muerte, su propia supervivencia, del hecho de haber de responder ante ellos de su propia vida.
Un placer tenerte por aquí, Max, así que bienvenido y vuelve cuando quieras.
¡Un beso!
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Cacho de pan, supongo que las experiencias en cualquier campo de exterminio deben ser tan similares que las heridas que su paso por ellos deja sólo pueden parecerse. Sin embargo, hay quien ha visto el Auschwitz la última vuelta de tuerca del horror, y por ello la fuente de las heridas más sangrantes e insuperables. No es cuestión de entrar a comparar, por supuesto. La vergüenza o la culpa por haber sobrevivido pueden surgir en mil circunstancias diversas que tengan en común la propia vergüenza que supone el exterminio practicado por otros. Me estaba acordando ahora de la película de Isabel Coixet “La vida secreta de las palabras”, cuya protagonista es también víctima de esa culpa o vergüenza, que explica su rechazo a disfrutar de la vida y su constante autoflagelación, sin haber pasado siquiera por un campo de exterminio. Ojalá algún día esa historia deje de repetirse.
¡Un beso!
Es así, el nombre, somos frágiles y nuestra humanidad pende de un montón de circunstancias cuya desaparición conduce inevitablemente a su aniquilación. No deja de sorprender que en una situación como la del campo, en la que, los que jamás la hemos vivido, tendemos a pensar que los lazos entre los prisioneros deberían estrecharse, caiga sin remedio, como señala Levi, cualquier principio de solidaridad. Parecería entonces que la solidaridad es un lujo, algo que sólo puede emerger cuando se cumplen un mínimo de condiciones que mantengan la humanidad que presuponemos en nosotros en situaciones “normales”. Una verdad muy cruel, para qué negarlo. Pero la palabra de tantos supervivientes me resulta en ese sentido incuestionable.
Mucho se ha reflexionado sobre quienes organizaron el exterminio. Pero como le decía a Margot, no creo que su crueldad, su perversidad, sean algo animal. No se dan crueldades semejantes entre los animales. Tal grado de perversidad sólo es propio de los humanos. Y habrá que seguir reflexionando sobre sus causas, sobre lo que puede llevar a un ser humano a deshumanizar así a otro, a tratarlo incluso peor que a un animal apelando a las razones que sean. Porque los nazis estaban cargados de razones, eso sin duda, como lo está cualquiera que cometa semejante atropello contra otro.
Hace mucho que leí “El malestar de la cultura” y no lo recuerdo bien, pero me parece muy interesante lo que apuntas, además de aterrador. Volveré a revisarlo. Sólo que incluso si en nuestra naturaleza estuviera inscrito el impulso a esa relación perversa con el otro, algo habrá que hacer para frenarla o canalizarla de modos menos nocivos y dañinos no sólo para ese otro, sino también para nosotros mismos.
¡Un beso, guapa!
Hola, tv de lcd, aunque me temo que has ido a parar al blog equivocado porque yo lo que es la tele me interesa más bien poco.
Un saludo
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Striper, supongo que aún así no podemos dejar de seguir intentando aprender sobre la historia y precisamente con la intención de que muchos de sus acontecimientos no se repitan. Creo que si no lo hiciéramos, si no tratáramos de guardar memoria de lo sucedido, nuestra historia presente aún sería mucho peor.
Gracias por pasarte por aquí y bienvenido a esta casa.
¡Un beso!
Es un post precioso, Antígona, pero doloroso al máximo, y sí, se que de estas cosas hay que hablar sin pelos en la lengua, pero es horrible. Y lo que es peor, es que la naturaleza humana traiga consigo registros para los que pensamos no haber nacido, y que luego reproducimos con sangre fría, y mirando al otro lado cuando ejecutamos dichos actos. Hablo de esto, como hablo del maltrato, como pudiera hablar de tantas cosas que me parecen deleznables, aunque pocas cosas puedan equiparse a esta sangría humana que ocurrió de manos de un loco que tuvo la inteligencia y la habilidad mental, es lo mismo, para llevar a dirigir un país, y encima cometer tanto crimén sin despeinarse un segundo. Es un hijo de puta. El es el culpable, los demás, eran víctimas de ese sistema, y sabían que salvarse el pellejo ya era una ardua tarea, no veían mas allá de ellos mismos, no podían, estaban atados de pies y manos, y poco podían hacer. No creo que este señor del que hablas deba sentirse culpable el resto de su vida, sí arrastrará para siempre ese holocausto en su cabeza, y sí querrá justificar una actitud que no tiene justificación alguna, fué así, punto. Pocas opciones había, de vida... imagínate para pensar en otras de otra índole...
Un besazo fuerte, guapa, te echo de menos, me alegro de verte, vengo siempre que puedo. Ah, y ya veo que Max está por aquí... uffffffffff, tremenda suerte la tuya, ese chico echa chispas de su cabeza, es un portento, y una persona estupenda. Si es que lo bueno, llama a lo bueno...
BSAZOS, LINDA¡
Creo que es Slavoj Zizek (el último de los estalinistas) quien cuenta que en Yugoslavia (en concreto en Eslovenia)los supervivientes fueron juzgados y condenadors, ya que la obligación de todo buen comunista era la de morir, no la de sobrevivir, y todo no buen comunista tampoco merecía, no ya sobrevivir, si no vivir.
I a mi, más que las obras de Levi (un notable entomólogo) que he leído con bastante indiferencia, las que me han... como lo diría... bueno, usted ya me entiende, son las de Imre Kertész.
Veo por aquí mucho Derrida y tal, sí. Bien, bueno, vale. Supongo que es la deriva necesaria. Lo que me ha sorprendido más es el estalinismo de Zizek, aunque, para ser más precisos, Zizek se define como “estalinista ortodoxo lacaniano, dogmático y nada dialogante”, aunque si contextualizamos esto, vemos que no pasa de ser una provocación (más). ¡Qué profundo está este post, por Dios!
La deshumanización supongo que ha existido siempre, y que es la industralización lo que ha perfecionado la máquina de la muerte. Toda la historia del hombre es testigo del horror.
Un beso, doctora Antígona. Y le deseo fuego en el alma en estas fiestas valencianas. Espero que esté pasando unos buenos días.
Querida Delirium, los hechos de los que habla Levi, su experiencia, son sumamente dolorosos y si no nos aventuráramos a recapacitar sobre el dolor propio o ajeno, sobre sus causas, sobre sus consecuencias, me temo que nada podríamos aprender de él ni mucho menos evitarlo allí donde creemos que éste sí podría haberse evitado.
La naturaleza humana trae consigo, en efecto, esos registros de los que hablas. Pero en nuestra mano está siempre el poder soslayarlos, el decidirse por el bien en lugar de por el mal. Es cierto que en ocasiones, como las planteadas por Levi o tantas otras, decidirse por el bien supone un acto tal de heroicidad que muy pocos estarían dispuestos a asumir. Y que la verdadera inmoralidad se encuentra entonces en quienes crean situaciones ante las que sólo siendo un héroe cabe optar por el bien. Pero en eso reside nuestra libertad llevada hasta las últimas consecuencias: que en nuestra mano está apartarnos del mal aun cuando ello implique renunciar a la propia vida.
Lo que sucedió en Auschwitz y en general en Alemania es algo muy complejo y difícil de analizar. Sin embargo, no creo que todo pueda reducirse a la obra de un loco bajo cuyos designios se cometieron tantas atrocidades. El engranaje, la maquinaria que entonces se levantó era demasiado intrincada como para depender de una sola persona. No, muchos son los responsables de todo aquello, e incluso su parte de responsabilidad tienen quienes simplemente fueron testigos mudos del exterminio y nada hicieron por evitarlo. Como la hubiéramos tenido nosotros mismos de habernos visto envueltos en una situación tan terrible. Nuestra suerte radica simplemente en haber nacido en otro tiempo y en otro lugar.
Levi no tendría que sentirse culpable, pero se sintió así, al igual que el resto de supervivientes que han querido dar a conocer de un modo u otro su experiencia. Y aunque me resulta extremadamente difícil ponerme en su propia piel, creo que en parte, o al menos teóricamente, es comprensible. Probablemente desde esa libertad llevada hasta sus últimas consecuencias a la que aludía antes y que siempre deja la puerta abierta, por peliagudo que pueda ser atravesarla, a sacrificarse uno mismo antes de dañar a otro.
Yo también me alegro de verte, niña, a ver para cuándo en tu propio blog, aunque ya sé que en parte estás en ello ;) Y sí, también me alegro de tener por aquí a Max.
¡Un gran beso, guapa!
Conozco poco de la obra de Zizek, Dersu, pero he encontrado por la red una entrevista en la que dice precisamente eso, cosa que ya me parece el colmo del retorcimiento y la perversión, y de la falta de reconocimiento hacia lo que supone ser víctima en un campo de concentración.
No puedo estar de acuerdo, por otra parte, con tu valoración de Levi. Es cierto que la trilogía es irregular y que hay partes mucho más interesantes que otras. Sin embargo, nunca ha dejado de sorprenderme que siendo Levi químico de profesión llegara a hacer reflexiones tan lúcidas –aunque no desde luego más lúcidas que las de muchos otros- sobre su experiencia en el campo, sobre su condición de superviviente y sobre todo sobre su condición de testigo. Yo sí que veo en él una narración que se alimenta de la necesidad y la urgencia de contar, de la honestidad de quien pretende asumir la parte de responsabilidad que le toca en los acontecimientos tan terribles que hubo de vivir. De todos modos, tomo buena nota del nombre de Imre Kertész, que desconocía totalmente.
¡Un beso!
Doctor Lagarto, el que a mí me sorprende es usted con sus conocimientos sobre Derrida. Vaya, vaya. ¿Así que también está usted puesto en estos temas? Me alegro, porque Derrida, aunque difícil, es un autor muy interesante, probablemente de lo más interesante que se ha escrito en los últimos tiempos, y al que no se puede dejar de prestar atención. En cuanto a Zizek, como le decía a Dersu, apenas lo conozco, pero por lo que he podido leer en esa entrevista a la que aludía estoy de acuerdo con usted. Lo de definirse como estalinista no deja de ser una provocación, -¡también se define como leninista!-, si bien una provocación cuyo trasfondo creo que plantea cosas interesantes sobre la modernidad y los retos que plantea la reflexión política en vista de los acontecimientos y las ideas impulsadas en el siglo XX. Y si este post está profundo es gracias a sus comentaristas, a los que les agradezco muy mucho que se tomen tan en serio los temas sobre los que escribo y que me hagan pensar con sus aportaciones.
Por lo demás, estoy de acuerdo con lo que señala. La capacidad de deshumanizar a otro ser humano se encuentra inscrita, mal que nos pese, en nuestra propia naturaleza. Sólo que no sé si esa industrialización de la máquina de la muerte –alguien llegó a describir las cámaras de gas como lugares para la fabricación de cadáveres- no revela, como algunos intelectuales han pensado, una característica propia de nuestra cultura que aún sigue entrañando graves peligros, y que sería el predominio exacerbado de una razón entendida esencialmente como razón instrumental. El horror nos acompaña desde que el hombre es hombre, eso sin duda. Pero la perfección y a la institucionalización del horror que se produjo en Auschwitz constituye, a mi juicio, una nueva forma de manifestación del mismo que sigue representando un desafío para el pensamiento.
El fuego de mi alma suele apagarse bastante durante las fallas, doctor, aturdida por tanto petardo y tanto caos. Pero lejos de ellas he pasado unos días estupendos y aún me quedan días muchos más estupendos por delante. ¡Eso ni lo dude!
¡Un beso!
Cuando estuve allí no podía dejar de pensar que, de no estar pisando el suelo, entrando en los barracones, tocando las alambradas, no podría creermelo. Hay cosas que sabemos pero no del todo... lo que sentí allí no se puede explicar en un comentario.
En las fallas y sanfermines, cuando hay cientos de miles de personas sintiendo la alegría, esta se magnifica en mi risa y mi pecho; esto es todo lo contrario, pero debe ser obligado que ambos sentimientos y hechos existan...
Algo tiene sentido, aunque duela, que es luchar de alguna manera por evitar genocidios y campos de concentración en nuestros días. Aunque duela mucho, y aunque no se consiga.
Estoy de acuerdo con K., asociar la muerte de otros con tu propia supervivencia es un ejercicio propio de una mentalidad judeocristiana educada en la Culpa y el Pecado Original.
Es el mismo razonamiento que hacen las ONG's: "Si no haces nada tu también eres culpable". No señor, culpables son los gobiernos corruptos de esos países, culpables son las compañías que explotan los recursos de esos países, culpabes son los servicios secretos de las grandes potencias que subvencionan guerrillas opositoras a los gobiernos que nos se doblan a sus exigencias,...Y si despues de eso todavía hay una porción de culpa a repartir
Siempre hay un culpable primero y en este caso eran los nazis y el pueblo alemán que les dio su apoyo. El resto fueron todos víctimas. Pasivas, pero víctimas sin más.
Hace meses leí un cómic magnífico sobre los recuerdos de un superviviente de Auschwit titulado MAUS que representa a los personajes como animales antropomorfos: los judíos son ratas, los nazis gatos, los aliados perros, los alemanes cerdos, etc... De lo más recomendable.
Un beso
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