Convives desde hace tiempo con una sensación de ligera pero íntima extrañeza, de variable desubicación, de desordenado vacío propiciado por el vaciamiento acelerado que imponen ritmos agrestes y en extremo saturados. No hay enigma alguno en su causa: un nuevo orden sobrevenido con excesiva precipitación, apenas deseado, radicalmente otro del que te gobernaba, alteró la jerarquía de prioridades, las dinámicas trilladas, y fue necesario expulsar y posponer a un horizonte incierto lo que hasta entonces representara el juego central de claroscuros de tus días.
La resignación enseña a asumir la expiración de los plazos, los imponderables de la autonomía irreemplazable. Pero la expulsión sólo quiso ser aceptada bajo la premisa de la provisionalidad, y ahora pruebas a lanzar una mano a tu espalda para recobrar frente a ti lo que, condenado a nunca más ser centro en el cómputo de las horas, sigue reclamando su lugar. Si es cierto que nada interior deja de refractarse en el afuera más inmediato, éste habrá de ser el primer paso: tomar al asalto el caos reinante en cajones, en estanterías, en selvas exhuberantes de papeles, imperceptible para el visitante ocasional pero a tus ojos perfecto reflejo de la brusquedad con que acaeció el tránsito, y comenzar así la búsqueda, dentro de tu propio caos enmarañado, del hilo cortado capaz de anudarse a un nuevo ovillo.
Conforme vas desvistiendo carpetas, derramando papeles por el suelo, violentando cajones, crece la sensación de extrañeza hasta desdoblarse y duplicarse en extrañeza ante la propia extrañeza de que lo no tan lejano en la serie de los días resulte tan desconcertantemente ajeno: todos esos escritos, los nombres y palabras que jalonan el antiguo trayecto, los diversos objetos, te evocan sin evocarte, con un simple remedo de reconocimiento agujereado en la precisa intersección entre la lógica y el corazón. Porque la plena certeza proclama que eres tú mismo quien en ellos reaparece. Porque, a la vez, ese yo que eres tú se ha apartado raudo de un salto y se aleja de ti, oscuro y borroso, como la sombra infantil de aquel niño perpetuo y fantástico. No es fácil admitirlo: sólo de soslayo te encuentras en lo que más íntimamente fue tuyo; sólo desde una insólita distancia alcanzas a contemplarte en los residuos aún calientes de ese pasado cercano.
Conjurando la mano amorosa que conceda en coser a tu pie el fantasma extraviado, fuerzas, sumido en el silencio, el auxilio del recuerdo. Tus esfuerzos se concentran en arañar de entre los restos sin naufragio alguna esquina aprehensible de ese yo focalizado sobre otras realidades, geógrafo experto de otros territorios, ahora en apariencia evaporado. Retrocediendo por los vericuetos de la memoria, buscas entre la vegetación el sendero abandonado, el punto de anclaje que permita la continuidad. Pero Mnemosyne siempre fue una salvaguarda regida por el capricho y el misterio antes que por la voluntad tenaz, y no duda en revelarlo a quienes el presente apremiante, desbordado de acontecimientos, alimenta como la flor de loto en el olvido y la imposibilidad de retorno de aquella travesía mítica. Entre ese espectro hundido en el pretérito y tú se ha alzado un bosque frondoso que oculta a la luz los posibles cauces del regreso.
Lo sabes bien. Injusto es el drama inventado en la pregunta que asoma entre tus dientes, gritando ¿qué fue de mí? Tan injusto como someterse al balance de pérdidas y ganancias cuando prima la angustia por la desaparición de lo sido. Los actores pertenecen a la obra que les da vida, a las horas que marcan el transcurrir de cada función diaria. Cada escenario exige sus personajes, y la máscara que ahora te cubre sólo ha podido imprimir en ti nuevos diálogos al precio de desplazar los anteriores. Para que Mnemosyne vuelva a mostrarse benévola, todo se reduce a la reubicación de los muebles sobre la tarima tratando de abrir algo más de espacio. A dibujar tal vez una ventana al fondo. A introducir en la escena, en un lento ejercicio de dedicación y paciencia, la vieja máquina de tejer.
La memoria irá brotando paulatinamente. Pero debes desistir de la ilusión que siempre nos atrapa: lo que fuiste es en esencia irrecuperable. Sobre su base únicamente se eleva ese otro que eres tú mismo a cada paso. Un otro engarzado a ti en identidad laboriosamente construida a golpe de decisión y deseo.
La resignación enseña a asumir la expiración de los plazos, los imponderables de la autonomía irreemplazable. Pero la expulsión sólo quiso ser aceptada bajo la premisa de la provisionalidad, y ahora pruebas a lanzar una mano a tu espalda para recobrar frente a ti lo que, condenado a nunca más ser centro en el cómputo de las horas, sigue reclamando su lugar. Si es cierto que nada interior deja de refractarse en el afuera más inmediato, éste habrá de ser el primer paso: tomar al asalto el caos reinante en cajones, en estanterías, en selvas exhuberantes de papeles, imperceptible para el visitante ocasional pero a tus ojos perfecto reflejo de la brusquedad con que acaeció el tránsito, y comenzar así la búsqueda, dentro de tu propio caos enmarañado, del hilo cortado capaz de anudarse a un nuevo ovillo.
Conforme vas desvistiendo carpetas, derramando papeles por el suelo, violentando cajones, crece la sensación de extrañeza hasta desdoblarse y duplicarse en extrañeza ante la propia extrañeza de que lo no tan lejano en la serie de los días resulte tan desconcertantemente ajeno: todos esos escritos, los nombres y palabras que jalonan el antiguo trayecto, los diversos objetos, te evocan sin evocarte, con un simple remedo de reconocimiento agujereado en la precisa intersección entre la lógica y el corazón. Porque la plena certeza proclama que eres tú mismo quien en ellos reaparece. Porque, a la vez, ese yo que eres tú se ha apartado raudo de un salto y se aleja de ti, oscuro y borroso, como la sombra infantil de aquel niño perpetuo y fantástico. No es fácil admitirlo: sólo de soslayo te encuentras en lo que más íntimamente fue tuyo; sólo desde una insólita distancia alcanzas a contemplarte en los residuos aún calientes de ese pasado cercano.
Conjurando la mano amorosa que conceda en coser a tu pie el fantasma extraviado, fuerzas, sumido en el silencio, el auxilio del recuerdo. Tus esfuerzos se concentran en arañar de entre los restos sin naufragio alguna esquina aprehensible de ese yo focalizado sobre otras realidades, geógrafo experto de otros territorios, ahora en apariencia evaporado. Retrocediendo por los vericuetos de la memoria, buscas entre la vegetación el sendero abandonado, el punto de anclaje que permita la continuidad. Pero Mnemosyne siempre fue una salvaguarda regida por el capricho y el misterio antes que por la voluntad tenaz, y no duda en revelarlo a quienes el presente apremiante, desbordado de acontecimientos, alimenta como la flor de loto en el olvido y la imposibilidad de retorno de aquella travesía mítica. Entre ese espectro hundido en el pretérito y tú se ha alzado un bosque frondoso que oculta a la luz los posibles cauces del regreso.
Lo sabes bien. Injusto es el drama inventado en la pregunta que asoma entre tus dientes, gritando ¿qué fue de mí? Tan injusto como someterse al balance de pérdidas y ganancias cuando prima la angustia por la desaparición de lo sido. Los actores pertenecen a la obra que les da vida, a las horas que marcan el transcurrir de cada función diaria. Cada escenario exige sus personajes, y la máscara que ahora te cubre sólo ha podido imprimir en ti nuevos diálogos al precio de desplazar los anteriores. Para que Mnemosyne vuelva a mostrarse benévola, todo se reduce a la reubicación de los muebles sobre la tarima tratando de abrir algo más de espacio. A dibujar tal vez una ventana al fondo. A introducir en la escena, en un lento ejercicio de dedicación y paciencia, la vieja máquina de tejer.
La memoria irá brotando paulatinamente. Pero debes desistir de la ilusión que siempre nos atrapa: lo que fuiste es en esencia irrecuperable. Sobre su base únicamente se eleva ese otro que eres tú mismo a cada paso. Un otro engarzado a ti en identidad laboriosamente construida a golpe de decisión y deseo.
24 comentarios:
Siempre pienso (y alguna vez escribí sobre eso) que es imposible ser absolutamente uno mismo mientras vivamos rodeados de otros. La influencia es irremediable.
Entonces queda la solución de irse a vivir a una montaña y hacer vida de ermitaños. Pero ahí sufriríamos la influencia de la soledad extrema e ininterrumpida, y esa es la peor influencia que existe.
Tal vez necesitamos de los demás para ser nosotros mismos.
vow! no me atrevo a escribir nada; este escrito trepa, vuela y sobrepasa la velocidad de escape gravitatoria, cual cohete de fuegos naturales que porta su propio oxígeno y sale a estallar cerca de la Luna.
Estremece, pero de una forma hermosa, como si dentro del caos el sentimiento tuviera sentido, (des)orden y concierto.
La ignorancia es muy osada y al final me atreví.
Besos!
Antígona, creo que lo somos es fruto de todo lo vivido y todas las étapas y todas las personas que pasaron por nuestra vida ayudaron a conformar ese yo de hoy.
Sin las personas con las que crecimos,estudiamos,trabajamos,nos enamoramos, nos desenamoramos,nos enseñaron,les enseñamos,nos protegieron y protegimos....hoy seríamos OTR@s, así que todas contribuyeron a ser quienes somos.
Eso no significa que no hayamos cambiado,es sólo que hemos ido construyendo otro yo,que algo lleva del niñ@ o el/la adolescente o de/a joven que fuimos, pero sin duda ya es OTRO cuya esencia permanece pero también se estremece y se moldea con el paso del tiempo y la correlación que sin duda existe entre los acontecimientos.
Un abrazo de esta troyana de hoy fruto también de ese breve pero intenso encuentro de bloggeros referentes!
De esto trata la evolución, el avance, de traicionar a aquella identidad anterior que antes nos habitaba, tenemos que abrir los ojos, ser parte de todo, y al empaparnos de lo que sea, siempre hay un viaje de ida sin vuelta, se es otro, un matiz, cambia el total. Es así, y es grandioso, porque no veníamos con un papel asignado, ni esto era una peli de casting fatal...
Nena, qué bien te veo.
Y como me alegro.
Un besazo fuerte, ah, sepasquevolví. Sí, esto es adictivo... y precioso.
Lo que escribiste es, básicamente, magistral. No tengo otro calificativo para decirte lo que sentí al leerlo. Me reconozco en cada renglón, y, mientras mis ojos iban descubriendo cada palabra concatenada con la otra, me decía: sólo vos, Anti, podés decirlo, expresarlo de ESTA manera.
Me ví, urgando cajones, con el suelo baldeado de papeles, viéndome, aún sin reconocerme...Bah! Cada imagen tiene una fuerza increíble.
La vida, la memoria, el pasado, el uno mismo... siendo.
Digo estas palabras justamente en un día para conmemorar en mi país justamente la memoria de algo muy fuerte. Pero éso mismo vale para cada uno.
Anti, como cada post tuyo, una joyita más para enhebrar...
Mil besos.
Ajá y qué? no poder seguir siendo el mismo, siempre en tránsito, tejiendo, destejiendo, guardando y aireando cajones... nos gusta pensarnos como seres inamovibles, buscarnos una y otra vez en lo que fuimos pero de eso que fuimos más vale que sólo nos queden jirones. Y volver a crear memorias dibujando otro estampado.
No?
Sí, creo que sí.
Besos sin alcanfor!!
Arcángel, planteas una arista del problema que no tematizaba en el post pero que me parece igualmente interesante. Porque es así: la cuestión de la identidad no se cifra únicamente en las contradicciones que emergen del paso del tiempo, sino también en nuestras relaciones con los otros, igualmente afectadas por ese tránsito constante desde el pasado hacia lo porvenir que nos caracteriza.
Tampoco yo creo que podamos ser nosotros mismos sin los demás. Es más, no cabe posibilidad alguna de un “sí mismo” sin los otros, porque el surgimiento de nuestra individualidad depende estrictamente de la existencia de un entorno social. Son los otros los que nos permiten ser. Es el lenguaje heredado de otros el que nos permite constituirnos como sujetos capaces de hablar sobre sí mismos y con conciencia de sí. Esa soledad extrema de la que hablas se encuentra ya poblada por la presencia de otros, aun cuando el modo de su presencia sólo sea el de la ausencia.
¡Un beso!
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¿Y a mí que me parece, Cosaco, que este escrito en lugar de trepar y volar cae más bien como una losa? ;)
Convivimos mal con el caos, Cosaco, y siempre tendemos a buscar un orden dentro de él, o a imponérselo desde fuera. Escribir sobre sensaciones o estados anímicos caóticos es ya un intento de darles forma, de tratar a toda costa de encontrarles un sentido y de reorganizarnos nosotros por dentro. Sólo por eso del caos brota el sentido y el orden: porque nosotros se lo damos.
No dejes de atreverte, que lo que llamas ignorancia, además de osada, a veces es sabia por intuitiva.
¡Un beso!
En efecto, Troyana, yo también pienso que somos el resultado de nuestras experiencias, de la trayectoria recorrida, de las personas que en ella nos han acompañado, y de las decisiones que tomamos ante las distintas bifurcaciones que tomamos. Y que, como dices, una trayectoria diversa habría hecho de nosotros algo distinto, algo sobre lo que podemos fantasear pero nunca saber. Todos nos hemos preguntado muchas veces qué habría sido de nosotros si en lugar de haber pasado tal o tal cosa en nuestra vida hubiera pasado tal otra, con la convicción de que, de haber sido otras las decisiones, o las circunstancias azarosas, no seríamos quienes somos en el momento presente.
El juego entre lo que cambia y lo que permanece es, por otra parte, extremadamente difícil de dilucidar. Tiendo más bien a pensar que la idea de la permanencia es, fundamentalmente, el producto de nuestra memoria, de los relatos que sobre nosotros mismos construimos tanto para nosotros como para los demás. Si desapareciera nuestra memoria, con ella se evaporaría nuestra identidad. A ti que te apasiona el cine, ¿has visto “Memento”? Si no, te la recomiendo, porque es una buena peli para reflexionar sobre ese indisoluble vínculo entre identidad y memoria y las consecuencias fatales de la aniquilación de la primera. Pero, sin necesidad de ponerse en el caso patológico, ¿quién no ha mirado atrás y ha sentido una cierta extrañeza entre sus recuerdos y la imagen que tiene de sí mismo en el aquí y ahora? A veces la identidad, la permanencia, parece más bien una ilusión a la que nos agarramos o que tratamos a toda costa de preservar, simplemente porque no podemos entendernos sin ella.
Espero que la troyana de hoy se parezca a la troyana del otro día, que lo que vi me gustó :)
¡Un beso enorme y un abrazo!
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Pues sí, Delirium, algo de traición, de incoherencia, de salto en el vacío hay siempre entre los diferentes yoes que nos han ido habitando a lo largo de nuestra existencia. Y como bien dices, este viaje de ida no tiene retorno. Cualquier impulso por retornar está de antemano abocado al fracaso. Cada intento de retornar no es sino un nuevo paso hacia delante que nos enfrenta de nuevo a lo desconocido. No tenemos un papel asignado, no. Las cosas serían mucho más fáciles si el trayecto estuviera ya trazado de antemano y sólo tuviéramos que seguirlo. Pero resulta que el camino lo tenemos que construir nosotros. Y eso es mucho más duro y arriesgado. Pero también mucho más excitante.
Estoy bien, sí. Ay, es que las vacaciones sientan muy bien y aplacan al ogro que me invade en medio del stress laboral ;)
Ya he visto que has vuelto y no sabes cómo me alegro. Ha sido un gustazo leerte de nuevo.
¡Besotes!
Me alegro de que te haya gustado, el nombre. Y de que hayas podido reconocerte en todo ello, porque aunque cada cual tenga sus propias experiencias, aunque éstas se revistan de las circunstancias concretas que a cada uno de nosotros nos rodean, creo que lo que cuento es una experiencia absolutamente común pero no por ello menos desconcertante. Mirar hacia atrás y no reconocerse, al menos de manera inmediata. Dar por casualidad con un objeto del pasado y que a uno le sobrevenga un sentimiento de extrañeza con respecto a lo que fue, ¿a quién no le ha ocurrido? A veces tengo la sensación de que en experiencias como esas estamos topando con el misterio que, como humanos, nos constituye. Y topar con el misterio sobrecoge, pese a que luego nos apresuremos a domesticarlo para proseguir con nuestros quehaceres cotidianos.
¡Un beso grande, guapa!
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Sí, Margot, eso es. Nos gusta pensarnos como seres inamovibles. O deseamos esa inamovibilidad cuando creemos haber perdido algo valioso de nosotros mismos en el camino y queremos hacer un esfuerzo por retomarlo. Desearíamos entonces que hubiera aspectos de nuestro ser que permanecieran intactos al paso del tiempo. Pero esa operación es imposible. Aquello que retomemos, lo retomaremos de una forma distinta, porque nada en nosotros puede permanecer intacto ante las circunstancias que nos rodean. Creeremos retomarlo cuando de lo que en el fondo se trata es de construir algo nuevo. Y en cuanto a las memorias que dibujan otro estampado, nada más cierto. Hasta la memoria es algo que está en constante proceso de transformación y que sólo cuenta lo que al yo presente le interesa contar. Pero William Maxwell lo dijo mucho mejor, citado por John Irving: “cuando hablamos del pasado mentimos cada vez que respiramos”. Sólo que no seríamos nada sin esa memoria, por mentirosa que ésta sea.
¡Besos con sabor a río de Heráclito!
¿Como era el título de aquella película de Brian de Palma..."Marcado por su pasado"? Pues eso.
A veces caemos en el error de creer que nuestro presente es una circunstancia totalmente independiente del resto de nuestra vida, cuando en realidad no es más que el fugaz tránsito entre el pasado y el futuro.
Eso sí, a pesar de su fugacidad, el presente es el único estado en el que vale la pena vivir. Lo que pudo ser o lo que espereramos que sea son meras elucubraciones que raramente guardan correspondencia con nuestra verdadera existencia.
Un beso
Comunicarte, aunque sea de dudoso interés, que a partir de ahora, publicaré mis "tonterías" en la dirección http://koolauleprosoo.blogspot.com, como ves es un cambio mínimo, pero que me ha permitido lavarle la cara a mi "rincón".
un beso
Ajajá! veo que eres tan desastrada como yo mismo...
No todo el mundo es así, en mi recuerdo hay personas con los cajones bien ordenados, y un claro conocimiento de lo que cada uno de ellos guarda...
¡Joder! GRACIAS: hasta leer este post creía que lo mío era patológico, pero resulta que, no sólo tú vas también por la vida a saltos discontinuos con tu propio pasado sino que además afirmas que esto es tónica habitual...
Bien, juntemos tu conocimiento y el mío (espero que mis datos no estén falseados por el duendecillo de la memoria complaciente) y resultará que sobre una manera de vivir ordenada se yuxtapone otra desordenada...
Mi inmediata reacción es pensar que los ordenados son poco flexibles; anquilosados; que no evolucionan, vamos. Pero creo que me equivoco. Quiero creer que me equivoco. ¿Por que no?
Entonces mi desorden obedece a algo, quizá no patológico, pero mejorable...
Pero tú hablabas del tiempo, de la inmediatez del presente comparada con la enorme distancia a que parecen estar otros "yo mismo" del pasado, y que sin embargo sabemos que fueron presente.
El tiempo... El maldito tiempo al que parecemos estar anclados; sin el que no se da la vida, pero que le mete a esta tanta prisa que apenas sí podemos vivirla...
Y esa curiosa disimetría según la cual el pasado modifica el presente y el futuro, mientras que estos no parecen tener ningún influjo sobre el pasado...
Salvo, claro, que nos acojamos al concepto de causa final; es decir, a afirmar: mi razón de estar aquí es tener un hijo, o escribir un libro, o plantar un árbol, o montar en globo, o ser so..
Pero ahí nos salimos del marco filosófico (parece, ¿no?) y entramos en la mera especulación...
Bueno, es un problema que a mí me da mucho ... ....
El Turat lo cerraron estas fallas, e igualmente el Lipp (que había pasado a ser el bar de los punkis del barrio), con escusas baratas, pero podemos quedar en el Jimmy Glass, que ponen buena música y está oscuro (soy tímido) o en alguna terraza, ahora que estamos en primavera, y quizá podamos seguir hablando de este tema...
Besos pascueros, Antígona
Antígona,
sí,vi "Memento" y no hace mucho. Desde luego, la memoria es la clave de la construcción de la identidad, sin ella ni hay perspectiva de trayectoria vital ni evolución.
Sin embargo, no creo sea preocupante mirar hacia atrás y no reconocerse del todo, lo alarmante en mi opinión sería haber permanecido anclado o inmóvil, ajeno a los cambios más o menos cíclicos a los que estamos expuestos.
Por otra parte, hay muchos a los que les gusta creer que son fieles a su esencia, pero:¿está la esencia fuera de alcance de nuestra imperceptible pero constante transformación?
Por otro lado, cabe la posibilidad de mirar atrás y verse como una antítesis de sí mismo, no ya diferente sino diametralmente opuesto, esto último como mínimo, sí me daría que pensar...
Un abrazo y a mí también me gustó lo que vi tanto en Cosaco como en ti.
"Ese otro que ere tu mismo..." ¿por qué siempre produces en tus posts este extraño ( y necesario) desasosiego?. Quizas tenga la respuesta... Un abrazo.
Queridos y queridas, estaré unos días desconectada, ¡que algunos aún estamos de vacaciones!
Así que cuidaos mucho mientras tanto y a la vuelta os contestaré como es debido. ¡Hasta pronto!
¡Un montón de besos!
¡Vaya, pues yo que te dejé un regalito en el blog! ¡Buen viaje!
Saludos. Bonito sitio, bonita reflexion. Gracias por mantener viva mi esperanza en la desilusion en el genero humano. Abrazo Filosofico Gratis
Mnemosyne es tan caprichosa que a veces me sucede que no sé si un recuerdo fue un hecho o un sueño. Así que retomarse a sí mismo es tarea ardua.
Es relativamente fácil ver en qué ha cambiado una persona que no sea uno mismo a lo largo de los años, sobre todo si la ves en distintas épocas y puedes describir en su existencia como una serie de capítulos. Pero cuando uno debe mirarse a sí mismo atrás en el tiempo... ay, ¡es que vivimos con nosotros mismos cada día! Es como cuando tienes un hijo y alguien que no lo ha visto durante unos meses te dice "pero cómo ha cambiado, y tal y cual", y tú te lo miras con cierto asombro, sin comprender muy bien el cambio, porque lo ves cada día. Y claro, el grado de contacto con uno mismo es siempre el 100%. Discernir bien toda nuestra trayectoria es una tarea en la que uno se podría cansar eternamente.
El olvidarse de esa concatenación que nos ha llevado al yo presente causa cierta angustia, porque no sabes sabes hasta qué punto los datos son fidedignos, y, además, muchos de esos datos se quedan perdidos vete a saber tú dónde. Sólo nos queda lo que llamamos "recuerdos": fotos, diarios, escritos, apuntes, trocitos de nosotros que a lo largo del tiempo hemos ido extrapolando. Y ahí nos toca hacer un puzzle imposible, porque no es un puzzle cerrado y finito, sino que se expande por esta punta, por aquella otra, constantemente, como un pequeño universo, acechados por los cambios constantes que incluso la más aburrida de las rutinas nos impone.
Creo que más que recuerdos, nos quedan sensaciones de recuerdos, de experiencias, con una luz, un color e incluso una música que les hemos asociado. Tiene uno cierta sensación de perderse a uno mismo, de conocerse menos de lo que se creía. Necesitaríamos un aparato que grabara nuestra vida y nuestros pensamientos. Lo jodido del asunto sería repasarlos todos. Se nos pasaría el tiempo de vivir.
Un beso gordo, sin ADSL, ¡pero más veloz que el viento!
La cuestión, C.E.T.I.N.A., es que en ocasiones el pasado nos marca de una forma de la que desearíamos deshacernos, y sin embargo en otras querríamos llevar con nosotros, como grabado a fuego sobre la piel, un pasado que echamos de menos y que sentimos perdido. O no ese pasado, pero sí la persona que creemos haber sido en ese pasado, y a la que, cuando miramos atrás, apenas reconocemos.
Creo que lo que más nos cuesta es aceptar la transformación a la que continuamente estamos sometidos a causa de la fuerza de los imponderables y las exigencias del presente. Incluso sin darnos cuenta nos doblegamos a ellas sin reparar en lo que estamos dejando atrás. Obviamente, el presente sólo es, en cierta medida, el resultado de ese pasado y, como señalas, el punto de transición hacia el futuro. Pero es extraño el modo en que a veces uno no logra reconocerse, aun cuando sólo sea momentáneamente, en aquello que fue o cree haber sido, dado que la fuerza del presente es capaz de remodelar y reajustar el recuerdo desde sus propios imperativos.
Pero tienes razón: hay que vivir en el presente y no en el pasado. O hacer un esfuerzo por integrar ese pasado perdido en el único tiempo en que puede ser de nuevo vivido, y que es el presente. Alguien me citaba hace unos días ese documental de Dylan que se titula “Don’t look back”. No siempre es bueno mirar hacia atrás, sobre todo si ello supone un impedimento para exprimir todo el jugo al momento presente.
¡Un beso!
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Koolau, ya me pasé por tu rincón, como ya verías, cuando te leí. Me gustan esos cambios mínimos. Y por supuesto, ya sabes que nada de lo que afecte a tu blog es de dudoso interés aquí.
¡Un beso!
Ay, huelladeperro, pues sí, no soy muy ordenada que digamos y te aseguro que hay muchos cajones en mi casa cuyo contenido sólo dejará de ser un misterio cuando los abra y tenga la paciencia de rebuscar en su interior.
No sé si los saltos discontinuos son lo que llamas mi tónica habitual, pero en cualquier caso creo que sí han sido un motivo bastante repetido en mi trayectoria. Sólo que no veo nada de patológico en ello: han sido saltos bien forzados por las circunstancias, bien elegidos y propiciados en parte por la suerte. El último fue hace no tanto tiempo y de ahí que aún tenga la sensación de que no he logrado poner el orden que desearía en mi nuevo “estado”. Ahora, en cuanto a la manera desordenada de vivir, vaya, no sé si estamos hablando de lo mismo. ¡Que yo a lo que no consigo acostumbrarme es a un estado en el que el orden impuesto desde fuera me asfixia como la corbata a un ejecutivo con espíritu rockero! ;)
En efecto, hablaba de esa inmediatez que parece devorarnos y aniquilar en nosotros lo que en un momento fuimos, porque nos obliga a dedicarle todas nuestras energías hasta el punto de que nos sentimos principiantes una vez tratamos de recuperar habilidades o competencias que fueron constitutivamente nuestras en el pasado. Pero no tenemos más remedio que dejarnos moldear por el presente, que ajustarnos a sus requisitos, y tratar de valorar lo que con ello ganamos en lugar de lo que perdemos. De lo contrario, sólo nos espera la amargura y la insatisfacción.
Ese pasado puede modificar tanto la percepción del presente como la del futuro, como bien señalas. Pero creo que no es menos cierto que el presente y el futuro pueden modificar el pasado. A fin de cuentas, el pasado sólo es nuestra memoria de él. Y esa memoria, al igual que nosotros mismos, no es nada estable ni inamovible, sino un espacio en constante proceso de reconstrucción cuyo valor de verdad está por ello siempre en entredicho. Y sí, en esa reconstrucción, en esa invención, no deja de influir el modo en que nos proyectemos hacia adelante para dar un sentido a nuestras vidas. Operación en cualquier caso inevitable, dado que no podemos dejar de buscar y trazar ese sentido que nunca nos es dado de antemano.
¿Así que el Turat y el Lipp los han cerrado? Vaya, con los buenos ratos que yo he pasado en el Turat jugando al billar y discutiendo hasta altas horas sobre lo humano y lo divino. Pero el Jimmy Glass sigue siendo uno de mis garitos preferidos en el Carmen. Ya buscaremos la ocasión para seguir hablando del tema, claro, que da para mucho.
¡Un beso de lunes festivo!
Tienes razón, Troyana, también yo creo que, por extraña que a veces resulte la sensación de la falta de reconocimiento, mucho peor sería que los cambios a los que responde no hubieran tenido lugar o no hubiéramos sabido reaccionar ante ellos.
Yo diría que esa supuesta esencia no está fuera del alcance de nuestra imperceptible pero constante transformación. Es más, diría que no hay esencia alguna en nosotros, y que esa esencia que nos atribuimos sólo es un subterfugio motivado por nuestro afán de identidad. En nuestro andar por el mundo, algunas cosas se pierden y otras permanecen. Pero incluso eso que permanece lo hace sometido al cambio, por nuestro continuo reafirmarnos en determinadas decisiones que una vez se reafirman ya han sufrido cierta alteración con respecto a la decisión originaria. Supongo que la permanencia absoluta no pasa de ser una ilusión, tanto en nosotros como en las rocas que vemos en la playa, igualmente sometidas a un proceso de erosión a nuestros ojos imperceptible pero incuestionable.
Verse como la antítesis de uno mismo, pues mira, tampoco es imposible, al menos en determinados aspectos. ¡Y tú sabes de uno de ellos, gracias a la conversación que tuvimos, que me afecta directamente! ;) Sólo que si uno llega a ser esa antítesis de uno mismo, en algunos aspectos de su persona, siempre hay una trayectoria, o una razón capaz de explicar el salto de un extremo a otro, y a lo mejor el camino recorrido o las circunstancias que lo provocaron, bien analizadas, revelan que tampoco la oposición es tan radical. Mmm, no es fácil la cuestión, no.
¡Un abrazo y un beso!
Veí, si sientes ese desasosiego sólo puede ser porque reconoces en ti esa alteridad que te constituye. ¿No es esa la respuesta? No hablo de nada que ninguno de nosotros no hayamos sentido o pensado con mayor o menor grado de tematización, ¿no crees?
¡Un beso!
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Barb Michellen, pues yo hace nada que acabo de aterrizar, ¡aunque no sabes las ganas que tenía de quedarme donde estaba! Lo de hacer dinero no es una cuestión que me preocupe. ¡Que yo lo que quiero es jubilarme pero ya!
¡Un saludo!
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Veí, en cuanto pueda me paso a ver mi regalito. ¡Ay qué ilusión! :)
¡Otro beso!
Alter ego, me alegro de que te guste este sitio y la reflexión del post. Pero no te dejes desilusionar por el género humano, anda. Hay muchos de sus miembros que no lo merecen.
Pero, ¿hay abrazos filosóficos de pago? Y yo que pensaba que la filosofía era la actividad más gratuita que existe ;)
Bienvenido a esta casa y ¡un beso!
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Querida Dusch, me encanta la reflexión que has hecho a partir del post y no puedo dejar de suscribirla línea por línea.
Como ya he comentado antes, los recuerdos están dotados de tal grado de plasticidad, por no decir incluso de falseamiento, que no es raro confundir la realidad pasada con nuestros deseos ni inventar recuerdos o dudar de su veracidad.
En efecto, es mucho más fácil ver la transformación en otros que en nosotros mismos, y eso aun cuando nunca tengamos más que un acceso limitado a esos otros. Pero es que el acceso a nosotros mismos, por más que en ocasiones nos cueste aceptarlo, también es limitado y es precisamente una de esas limitaciones la falta de esa distancia que nos permitiría contemplarnos desde fuera. Buscamos espejos en los que reflejarnos, porque el ojo no puede mirarse a sí mismo más que a través de él, pero esos espejos, y más el de la memoria, siempre cuentan con un grado de deformación imposible de calibrar desde dentro.
Por otra parte, es así: la memoria es fragmentaria y parte de su falseamiento reside en eso, en su incapacidad para ofrecer una imagen completa de lo vivido. Me gusta la imagen del puzzle infinito que planteas: porque siempre vamos añadiendo nuevas piezas que necesariamente cambian la configuración de la totalidad, e incluso cambian la forma de las piezas de las que ya disponemos y nos obligan a reordenarlas constantemente. Porque esa totalidad, por otro lado, sólo se produce tras nuestra muerte y entonces ya no estaremos aquí para armar el puzzle completo.
También yo he deseado en algunos momentos que existiera ese aparato que fuera grabando minuto por minuto en qué ha ido consistiendo nuestra vida hasta el momento presente. Pero si ese aparato existiera en el fondo sería una condena porque nos impediría seguir hacia adelante. Además del extraño bucle que se formaría cuando el aparato nos registrara contemplando la grabación de nuestro pasado y añadiendo a ese pasado nuestros pensamientos y percepciones presentes. No, el olvido es necesario. Habría incluso que dar gracias por él en lugar de lamentarnos por el pasado perdido.
¡Un beso enorme, a la velocidad del rayo! :)
Ok Antígona, creo que te pillo en cuanto a lo de ir de un extremo a otro y que detrás de ese cambio haya una trayectoria y una explicación.Imagino tiene que ver con la opción política que ciertos "referentes blogeros"para historias troyanas,tomaron en su día,afortunadamente para todos(ja,ja,ja,ja)opuesta a la que atisbo toman hoy en día.¿me equivoco?Como tú dijiste:"Todo el mundo tiene un pasado...."
Me alegro ya estés de vuelta,por cierto.¿para cúando otro encuentro blogero a 3 bandas con Cosaco?
un abrazo
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