Sólo tienes que cruzar el umbral para anticipar con una leve sonrisa en el imaginario cosquilleo de tu piel la lluvia de ojos que ya repiquetea sobre ella. No hay aquí posibilidad de error, aun cuando apenas hayas lanzado los tuyos hacia afuera: te avala el conocimiento infalible de la reiteración todavía sin excepciones, el saber de una experiencia que te construye y apuntala desde que aprendiste a contemplarte en miradas ajenas.
Es el inicio de la ceremonia periódica para la exaltación de tu poder, el ritual alimenticio puesto en marcha con tu mera presencia. La perfección de tus facciones, la calidez azul bajo las cejas suavemente perfiladas, la pureza de las líneas que te dibujan tramo a tramo, como brotadas del cincel primoroso de un escultor, son extrañas a la insensibilidad y la indiferencia. También los movimientos seguros que se deslizan por la pendiente robusta de tus hombros, la contundencia armónica de tu torso de Apolo, y hasta el ángulo pulido de tu brazo cuando alzas la botella hasta tus labios. Hace ya mucho que nada de ello se te oculta. Nada de ello puede poseer entonces el barniz de la inocencia. Consciente de la luz imantada que irradia cada centímetro de tu ser, demorándote estratégicamente en cada trago, empiezas a beber a pequeños sorbos del fondo metálico de tantas pupilas expectantes. Aquéllas que, imponiéndose a la luz cambiante y a los cuerpos agitados por la música, tratan con avidez de alcanzar las tuyas.
Algunas se oscurecen súbitamente bajo los párpados, turbadas por el contacto buscado. Otras, más osadas, se proyectan con una fijeza que oscila entre la sorpresa y el desafío, ansiando retener lo que, según las reglas del juego y su aplicación eficaz, debe abandonarlas según un ritmo pautado. Pero en todas ellas asoma el brillo del deseo incipiente. A su lado, el destello de un yo floreciente regocijado por el privilegio de merecer la atención de un dios. Un yo que se ahueca al sentir incrementar su valor por la gracia de recibir tan soberbio regalo azul. Bendecido por la dádiva de lo sólo en sueños conquistable.
Porque en este reino de leyes nocturnas, sucumbir a tu indiscutible belleza equivale a doblegarse al emerger de la propia vanidad hambrienta, repentinamente halagada por la señal sobre ella del dedo divino. Porque en este colorido coto de caza, rendirse ante tu hermosura es idéntico a someterse al arma que en la mera elección de la presa concede y otorga. Arquearse bajo la promesa de un triunfo cuyo codiciado trofeo se logra atravesado por el disparo del cazador.
La ceremonia sigue su curso, definiendo su dirección. La gracia habrá de derramarse finalmente sobre una única pieza. A partir de cierto punto, soltarás la red, ya repleta de peces, para preparar la caña y el sedal. La decisión vendrá conjuntamente tomada por el azar, el capricho, el alcohol y tu justa predilección por el carnero aparentemente descarriado pero bajo tu influjo el más devoto. Ése que asistirá a la culminación del ritual con el acercamiento de los cuerpos y la danza de los vientres. Ése que, por una única vez, si es así como los dioses deben prodigarse ante la abundancia de fieles, temblará bajo la oscuridad de las sábanas al saberse premiado por el abrazo de tus contornos perfectos. Ése convertido para ti en campo sobre el que mensurar de nuevo la fuerza gravitatoria de tu hermosura.
Sólo cuando se aproxime el momento en que el ritual clame por su ineludible repetición, te sorprenderá ante el espejo un pensamiento fugaz: quizás seas tú la presa más propicia de tu implacable belleza, de su inagotable sed de adoración, arrastre de tu andar seguro hacia el lugar que le proporcione su preciso alimento. Quizás seas tú quien día a día sucumbe con mayor devoción a la tiranía de sus exigencias, a riesgo de acabar devorado por su misma voracidad. Pero una vez más la fascinación de tu propio reflejo paralizará la pregunta y te abandonarás extasiado a la contemplación de la bella imagen labrada por ojos de otros.
Es el inicio de la ceremonia periódica para la exaltación de tu poder, el ritual alimenticio puesto en marcha con tu mera presencia. La perfección de tus facciones, la calidez azul bajo las cejas suavemente perfiladas, la pureza de las líneas que te dibujan tramo a tramo, como brotadas del cincel primoroso de un escultor, son extrañas a la insensibilidad y la indiferencia. También los movimientos seguros que se deslizan por la pendiente robusta de tus hombros, la contundencia armónica de tu torso de Apolo, y hasta el ángulo pulido de tu brazo cuando alzas la botella hasta tus labios. Hace ya mucho que nada de ello se te oculta. Nada de ello puede poseer entonces el barniz de la inocencia. Consciente de la luz imantada que irradia cada centímetro de tu ser, demorándote estratégicamente en cada trago, empiezas a beber a pequeños sorbos del fondo metálico de tantas pupilas expectantes. Aquéllas que, imponiéndose a la luz cambiante y a los cuerpos agitados por la música, tratan con avidez de alcanzar las tuyas.
Algunas se oscurecen súbitamente bajo los párpados, turbadas por el contacto buscado. Otras, más osadas, se proyectan con una fijeza que oscila entre la sorpresa y el desafío, ansiando retener lo que, según las reglas del juego y su aplicación eficaz, debe abandonarlas según un ritmo pautado. Pero en todas ellas asoma el brillo del deseo incipiente. A su lado, el destello de un yo floreciente regocijado por el privilegio de merecer la atención de un dios. Un yo que se ahueca al sentir incrementar su valor por la gracia de recibir tan soberbio regalo azul. Bendecido por la dádiva de lo sólo en sueños conquistable.
Porque en este reino de leyes nocturnas, sucumbir a tu indiscutible belleza equivale a doblegarse al emerger de la propia vanidad hambrienta, repentinamente halagada por la señal sobre ella del dedo divino. Porque en este colorido coto de caza, rendirse ante tu hermosura es idéntico a someterse al arma que en la mera elección de la presa concede y otorga. Arquearse bajo la promesa de un triunfo cuyo codiciado trofeo se logra atravesado por el disparo del cazador.
La ceremonia sigue su curso, definiendo su dirección. La gracia habrá de derramarse finalmente sobre una única pieza. A partir de cierto punto, soltarás la red, ya repleta de peces, para preparar la caña y el sedal. La decisión vendrá conjuntamente tomada por el azar, el capricho, el alcohol y tu justa predilección por el carnero aparentemente descarriado pero bajo tu influjo el más devoto. Ése que asistirá a la culminación del ritual con el acercamiento de los cuerpos y la danza de los vientres. Ése que, por una única vez, si es así como los dioses deben prodigarse ante la abundancia de fieles, temblará bajo la oscuridad de las sábanas al saberse premiado por el abrazo de tus contornos perfectos. Ése convertido para ti en campo sobre el que mensurar de nuevo la fuerza gravitatoria de tu hermosura.
Sólo cuando se aproxime el momento en que el ritual clame por su ineludible repetición, te sorprenderá ante el espejo un pensamiento fugaz: quizás seas tú la presa más propicia de tu implacable belleza, de su inagotable sed de adoración, arrastre de tu andar seguro hacia el lugar que le proporcione su preciso alimento. Quizás seas tú quien día a día sucumbe con mayor devoción a la tiranía de sus exigencias, a riesgo de acabar devorado por su misma voracidad. Pero una vez más la fascinación de tu propio reflejo paralizará la pregunta y te abandonarás extasiado a la contemplación de la bella imagen labrada por ojos de otros.
34 comentarios:
Sin duda que es él: el bello efebo que describes es la presa principal de esa caza ritual que muchos emprendemos semana sí y semana también, como si la vida toda fuera repetir semanalmente; como unas mil semanas; el mismo rito de caza triunfal, o frustrada, según quién se sea en el panteón de los dioses deseables; y después envejecer mal, o bien, o adquirir sabiduría, durante otras mil o dos mil semanas más, y después morir lentamente...
Pero sin duda que el efebo con el que hablas es también de la naturaleza de los mitos; quiero decir como el agua quieta del manantial, en la que se forma la imagen de quien sabe mirarse en él.
Y no sé, tal vez sean los que están presos en las jaulas más perfectas, como Narciso en su propia admiración por su belleza, los que tengan más oportunidad de liberarse. Porque ¿qué tenemos los demás, los tibios, los mediocres, los que no sobresalimos en nada, sino una cárcel apenas definida, hecha de esperanzas y pesares, de confianza y frustración, de querer y no poder, de creer y no tener, de estar unas veces por encima y otras por debajo, sin estar jamás seguros de quienes somos ni de cual es nuestro lugar?
Si los barrotes no son todos iguales, de Oro o de Mierda ¡qué más da! ¿cómo podemos saber que estamos prisioneros en una jaula, si no es gracias a los mitos, con los que nos comparamos, o a esos personajes de una sola pieza, en los que vemos todo el mal, o todo el ridículo, o toda la bondad, o toda la trágica condenación, y que nos enseñan que los barrotes de las jaulas existen, porque podemos ver los suyos, que son de una sola materia?
Tendríamos que empezar entonces por ver cuanto de ti mismo es prisión.
Si… a mi también me recuerda a Narciso.
Besos en huida
Pd.- O es el día, o soy yo o con Dusch y tu llevo dos post que me llevan a la misma conclusión. No, no hablo de lo que comento, hablo de la conclusión… en fin… debo ser yo.
Entiendo la belleza como un arma de doble filo con la que uno se puede herir fácilmente, si no pone especial cuidado, y llegar a convertirse en la principal víctima por hacer un uso indebido o desmedido de la misma.
Apuesto sobre todo por la belleza interior, por todo aquello que nos distingue del resto de los animales, y creo que esa es la belleza que más tenemos que cuidar y fomentar. Usar la belleza exterior como única carta de presentación o principal referente pienso que nos cosifica.
No obstante, no me mal interpretes, aprecio la belleza exterior, mucho.
Podrías refrescarme la memoria, Antígona, ¿cómo me habías dicho que eras?:P
Besos
Ajá, cada uno labra su propia prisión pero de entre todos Narciso siempre me pareció el más estúpido y patán por ese ensimismamiento suyo tan despistado...
Del propio ombligo y su contemplación sólo pueden surgir pelusas malolientes. Por eso mejor airearlas dirigiendo la mirada a los demás (mirando, no esperando ser mirado): la mejor forma de calibrar el agua y no ahogarse tontamente.
Que no sólo la belleza, hay quien utiliza su pensamiento con la misma adoración ciega.Digo yo... no les resultará aburrido?
Un besote, nadando entre las aguas, nada de pararse a mirar, eim? jeje
No creo que la belleza padezca sed de adoración. La belleza verdadera está libre de vanidades. Es física y espiritual: es completa. No necesita agregados ni aplausos.
La belleza, el icono de belleza, que sin duda está impregnado de esa otra belleza imprescindible que tal vez tiene, probablemente no tiene pero esos ojos que miran se la otorgan, dando por sentado que envoltorio y contenido han de tener la misma armonía.
Menos extremoso que el mito, más cercano al cuento, a la moraleja, me recuerda la belleza de Dorian Gray, cuya expresión angelical no consigue acallar la fetidez interior.
Pero los bellos de a pie no son tan extremosos. Lo pasan bien. Y pare usted de contar.
Un beso bien enfático :)
¡Qué terrible estar así atrapado! ¿Qué hará cuando envejezca y se vaya diluyendo la belleza? ¿Morirse u operarse? Qué cojo puede llegar a sentirse uno si centra todo su ser en uno solo de sus aspectos, tan efímero por cierto. Y qué soledad tan grande, él arriba, y los demás tan abajo, a sus pies. Sólo el reflejo de su espejo le hace de falsa compañía.
Sin duda,el ego es una auténtica prisión casi enemiga del verdadero amor.Sus trampas son sutiles y sigilosas y hay que estar alerta y mantener su voracidad bajo cierto control a fin de no dejarse confundir.
Un abrazo desde Troya
No hay belleza sin los ojos de los demás. Menos mal para algunos que hay quien ve con otros ojos que no están en la cara.
Bingo! Mi último post habla de narcisos, entendiendo el concepto de la manera espectacular en que lo describes.
Entiendo al narcisismo como esa primera alienación, ineludible, sin la cual no podríamos armarnos un ser en el mundo.
Y la imperiosa necesidad de salirnos de él, a riesgo de encerrarnos en su cárcel de la muerte.
La leyenda del cazador cazado, que titula este post, es bellísima, y está bueno el título para lo que has escrito.
Como siempre, Antígona, creo estar en sintonía.
Besos
Bueno, Huelladeperro, entiendo que en el ritual de la caza hay dos posiciones básicas, tal vez no estrictamente delimitables pero sí discernibles: la de quien caza para lograr un objetivo y, una vez logrado, dejar de cazar para disfrutar de él, y la de quien hace del juego mismo de la caza el principal objetivo. Creo que es obvio que la segunda posición se rige por principios distintos de la primera. Porque en ella priman aspectos como la vanidad o la sensación de triunfo antes que el interés por la “presa” conquistada. Cuando lo importante es el propio ritual y los beneficios psicológicos que conlleva, el valor de la pieza se diluye. No es tanto la pieza, como el hecho mismo de alcanzarla, lo que se convierte en fuente de satisfacción.
El bello efebo, precisamente por sus mayores posibilidades de éxito, tiene más facilidad que el resto para situarse en esa segunda posición y para acabar siendo víctima del vacío que, a mi juicio, entraña. Porque, a fin de cuentas, se trata de un ritual al servicio de la propia vanidad y no del encuentro con el otro. Una vanidad que se ve a su vez sustentada por el propio halago que supone para la “presa” el saberse escogida por quién, en el mercado, posee el valor más alto. Todo se reduce entonces a un juego de vanidades que, por verse remitidas a sí mismas, se privan de las dimensiones más valiosas que conlleva el acercamiento o el conocimiento de otro.
Creo que entiendo lo que dices y lo comparto: todos somos víctimas de la necesidad de alimento de la propia vanidad. Ahora, hay quien lo es en mayor medida que otros. Y el sujeto bello, el que destaca entre los demás por su apariencia física y por la admiración o el deseo que ésta suscita, diría que es más proclive a dotar a esa necesidad de valoración de un papel más relevante en su vida. Proclive no significa, obviamente, que tenga que ser así sin remedio. Pero quien está acostumbrado a ser blanco de miradas es fácil que necesite de ellas mucho más que quien no las recibe tan habitualmente. Todo privilegio lleva inscrito su propio peligro, por decirlo de alguna manera.
No tengo tan claro que Narciso tenga más oportunidades que el resto de liberarse de sus barrotes. Más bien pienso que, cuanto más férreos los barrotes, más difícil hacer que se aflojen. Y la jaula de Narciso es férrea en cuestiones de apariencia, a diferencia de la de los tibios, los mediocres, o los que no sobresalimos en ella. Narciso envejecerá, engordará y dejará de tener éxito. O se enamorará un buen día de alguien que esté por encima de su belleza física. A esa caída no tendremos que enfrentarnos los que nunca pudimos ser Narcisos.
¡Un beso!
Mucho de nosotros mismos es prisión, Tako, pero tanto más cuanto más desconocidos nos sean los mecanismos que nos atrapan. Ser conscientes de aquello que nos encarcela es, tal vez, el primer paso para romper los barrotes. Y hay prisiones ineludibles y otras totalmente prescindibles. Entre ellas hay que distinguir, para poder gozar de una mínima libertad de movimientos.
¡Besos en desbandada!
PD. ¿La misma conclusión? Ay, Tako, he leído el post de Dusch y no termino de entender a qué te refieres. ¿O será porque te guardas para ti esa conclusión a la que has llegado? En cualquier caso, espero que sea una conclusión liberadora, y no más encarceladora todavía.
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Hombre, Marc, qué alegría tú por aquí después de tanto tiempo :)
En efecto, la belleza exterior, la que depende de cánones establecidos, es un arma de doble filo, entre otras cosas porque no es eterna, y los beneficios sociales y psicológicos que trae consigo tienen, invariablemente, una fecha de caducidad. Otras bellezas, las que no dependen de la perfección de un perfil o de la firmeza de una piel, no sólo no tienen fecha de caducidad sino que pueden desarrollarse y engrandecerse con el tiempo. Creo que, simplemente, es más rentable apostar por ellas. Y estoy también de acuerdo con la cosificación que mencionas. Somos mucho más que un simple envoltorio. Quien se siente únicamente valorado o apreciado por él no dejará de sentirse despreciado o ninguneado en todo aquello que lo excede.
Marc, ¿pero cómo se te ha podido olvidar que soy una rubia despampanante, con unos ojos de infarto, y medidas de 90-60-90? Pero qué mala memoria, hombre :P
¡Un beso!
Pues sí, Margot, el ensimismamiento sólo genera, como dices, pelusas malolientes. Somos demasiado poca cosa como para centrar nuestra mirada sólo en nosotros mismos, por bello, o inteligente, o candoroso que sea eso que vemos en el espejo. Sólo que Narciso no sería quien es si no fuera porque el resto no es insensible a su belleza, es decir, porque se cae fácilmente en las redes lanzadas para su propia autoadoración, dotándole de un poder que sólo depende de quienes se lo confieren. Ahora, Narciso suele ser el peor parado en este juego. Justamente porque necesita de sus adoradores más que ellos de él y esa relación de dependencia puede tener demasiados efectos indeseables.
¡Un besote sin espejo!
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Arcángel, ésa es la belleza, como dices, que no se reduce a las apariencias, ni a los cánones con los que tendemos a juzgarlas. Pero esa belleza es algo mucho más indefinible y precioso que la belleza del protagonista de mi post, y por ello no sometible a las leyes de ningún mercado. Por fortuna.
¡Un beso!
Sí, Mityu, tendemos a sumar y conjugar cualidades buscando la coherencia en una realidad siempre excesivamente compleja como para someterse a la lógica de nuestros deseos. La idea de que lo bello y lo bueno son o deberían ser uno es muy antigua, pero ilusoria si lo bello y lo bueno se desvirtúan por nuestra propia cortedad de miras.
El personaje de Wilde viene a romper precisamente con esta idea. Pero no es nada fácil romper con ella en todo su alcance. Es la misma que nos guía cuando esperamos que el artista reconocido sea una persona excelente, o que el intelectual al que valoramos carezca de toda suerte de defectos morales.
Los bellos de a pie lo pasan bien, sí. Hasta que dejan de pasarlo, bien porque su belleza se marchita, bien porque encajan peor el fracaso que el resto de los humildes mortales.
¡Otro beso enfático! :)
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Bueno, Dusch, no sé si será tan terrible, pero está claro que la belleza física no es eterna y a quien haya gozado de ella siempre le llegará el momento, antes o después, en que deba aprender a que se le valore por otras cosas. El personaje de mi historia es un extremo de cómo de puede ser víctima de la propia belleza, pero con ella también quería reflejar cómo los demás forjamos su propia jaula fomentando que su necesidad de reconocimiento se centre en este aspecto de su persona. Si la belleza puede ser fuente de poder, es por el valor que todos le concedemos, porque tendemos a someternos a ese poder. Y, como dices, toda relación de poder, sea de la índole que sea, sólo genera distanciamiento y soledad. Para no sentirse solo, hay que situarse en pie de igualdad con los demás, pues sólo así es posible la verdadera cercanía.
¡Un beso, niña!
Es así, Troyana, nuestros egos son pequeños tiranos que nos confunden simplemente por estar demasiado absortos en sí mismos y no darse cuenta de que hay necesidades que no se pueden satisfacer sin abrirse a las necesidades del otro. El amor es entrega y generosidad y, por tanto, opuesto a cualquier egocentrismo miope. Hay que estar atento, desde luego, porque nunca dominamos plenamente esas trampas.
¡Un beso y un abrazo!
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Totalmente de acuerdo, K, la belleza está en la mirada de quien nos juzga, y sólo por ello aprendemos a reconocerla. Pero, por suerte, como dices, hay ojos que no se detienen en la superficie. Hay que saber mirar con esos otros ojos para percatarse de dónde se encuentra lo verdaderamente apreciable o valioso.
¡Un beso!
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Voy rauda a leer tu último post, el nombre, a comprobar esa sintonía en la que estamos ;)
Tienes razón, todos nacemos como pequeños narcisos, en parte porque de niños nos encontramos tan carentes de todo que somos como un enorme pozo sin fondo de demandas y exigencias. Pero el narcisismo debe superarse. De lo contrario, corremos el riesgo de convertirnos en adultos infantilizados y empobrecidos a fuerza de limitar nuestra mirada a la imagen que nos devuelve el espejo. ¡Hay tantas cosas que mirar ahí fuera!
Por cierto, no conozco la leyenda del cazador cazado, o tal vez he oído en algún momento esa expresión y de ahí que la haya utilizado, sin ser consciente de su proveniencia, para título de algunos de los post que tienen que ver con esos mecanismos que se desencadenan en las relaciones con los otros en los que uno acaba atrapado por sus propias estrategias o por las necesidades de las que surgen. Miraré a ver si la encuentro por la red.
¡Un beso!
Tus textos son como caminos intrincados, ásperos, por los que comenzamos a transitar dejándonos llevar por una señal que se nos antoja conocida. El final, en un principio incierto, resulta siempre sorprendente. Gracias.
Tiene usted razón, doctora Antígona. Supongo que a todos nos gusta hablar de la belleza interior porque es un campo en el que nos sentimos más cómodos. Y nos sentimos más cómodos porque nos sabemos no guapos, no nos engañemos. La belleza interior, además, tiene más pudor y no va siempre desnuda y llamativa, como la exterior.
Pero le recomendaría leer a un tal Victor Johnston, un conocido profesor de psicobiología norteamericano que defiende abiertamente la tesis de que la percepción de belleza física se basa en los sistema inmunológicos: nos parece más bello, en definitiva, aquellos sistemas inmunológicos más fuertes, de manera que deseemos aparearnos con ellos para mejorar la especie. Ejem, que lo dice ese señor, no yo...
Si me permite, doctora, le citaré textualmente alguas cosas que escribe Victor Johnston: “existen estudios que demuestran que la belleza facilita la búsqueda de trabajo o la toma de decisiones. En los juicios hay más benevolencia con la gente atractiva (...) La belleza tiene territorio propio; cuando a alguien alto y guapo se le aproxima otra persona, se suele mantener a medio metro de distancia. Pero si es el guapo el que se aproxima a alguien pequeño, no se respetará esta distancia”
A partir de ahora mediré mi grado de belleza por la distancia que me guarden en las tiendas :)
Un beso, Antígona!
Ay, Cacho de Pan, espero que aunque mis caminos sean a veces ásperos e intrincados, no dejen por ello de ser transitables. ¡No es eso lo que querría! ;) El final sólo quería recoger una versión más de esta serie de cazadores cazados que me ocupa desde hace un tiempo. Y es la propia dinámica del cazador cazado la que, no por desconocida, sin embargo siempre acaba por sorprendernos cuando se hace explícita. Son los caminos del amor y la seducción los que son intrincados. O, simplemente, todo camino que pretende conducirnos al otro pasando por el laberinto que somos nosotros mismos.
Gracias a ti por venir.
¡Un beso!
Doctor Lagarto, eso que tendemos a llamar belleza interior –cayendo, no obstante, presos de la lógica que prioriza lo interno frente a lo externo, lo profundo frente a lo superficial, aunque esto ya sería otra cuestión- es, por suerte, mucho menos aprehensible en conceptos, medidas, o patrones que lo que llamamos belleza puramente física. De ahí, tal vez, que frente a ésta, esa belleza no sea motivo de ninguna clase de tiranía. Sus mecanismos de reconocimiento son mucho más complejos y sutiles. Y estoy convencida de que su poder resulta, en el fondo, mucho mayor, pese a que su visión requiera de una mirada más penetrante y regida por criterios bien distintos. En efecto, como dice, esa belleza es más pudorosa. Pero justamente porque lo más valioso no se deja exhibir a plena luz sin perder con ello parte de su brillo.
Lo que no le perdono es que me traiga aquí al majadero del señor Johnston, cuyas teorías sobre la belleza ya discutí en un post dedicado al tema porque me parecen tan estrafalarias como poco fundamentadas. Si el señor Johnston hubiera estudiado un poco de antropología o simplemente se hubiera detenido a profundizar en la historia de las representaciones de la belleza, sabría que la percepción de lo bello es histórica y cultural, y que poco tiene que ver nuestra percepción occidental actual de la belleza con la de otras culturas o momentos históricos. Pero es que ya se sabe lo que pasa con los psicobiólogos: que a todo tienen que darle una explicación biológica, avalándose en el prestigio de las ciencias naturales, sin atender a todas aquellas otras perspectivas, mucho más atentas a la variedad y complejidad del ser humano, que vendrían a desmentir sus postulados.
Me gustaría ver cuáles son esos estudios que “demuestran” todo aquello que proporciona la belleza. Qué es lo que en ellos se está entendiendo por belleza y si eso que se está entendiendo por belleza no está unido a otras variables que la exceden. Qué otras características poseen aquellos sujetos cuyo éxito social se atribuye a su presunta belleza. Lo siento, pero soy absolutamente escéptica con estudios de esa índole que parten de premisas tan cuestionables como incuestionadas por sus propios autores.
Le advierto, doctor: la próxima vez que me nombre en este blog a ese señor, le muerdo :P
Ah, pero no deje de informarme acerca de cuánto marca su grado de belleza según ese estudio que va a realizar en las tiendas.
¡Un beso!
Probablemente todos seamos en mayor o menor medida, como Narciso, prisioneros de la imagen que los demás nos transmiten de nosotros mismos.
Narciso es prisionero de su belleza porque no puede desmerecer la imagen que los demás se han creado de él. Como no puede hacerlo la esposa virtuosa, el trabajador eficaz, la amiga perfecta, nuestro tío el gracioso, el deportista de éxito, el skinhead pendenciero, o cualquiera al que su entorno le haya asignado una etiqueta determinada. Hacerlo significaría devaluarnos a los ojos de los demás.
Siempre se nos exigirá que respondamos a la etiqueta que socialmente nos ha sido asignada, impidiéndonos de esa manera crecer en otras direcciones.
En el momento en el que escibo estas línea me estoy dando cuenta el porque me molestan ciertas muestras de reconociminto público: porque en el fondo intuyo que son una forma de acotarnos como personas.
Grácias Antígona, por aceptar ser prisionera de nuestra necesidad de pensar.
¡AMÉN!
¿Me estabas describiendo?
Me lo pareció...
;-)
siempre he pensado que alguien que disfruta tanto de su reflejo , es que no ha aprendido a ver la belleza q le rodea, y en el fondo, me da un poquito de pena, porque hay tanto bello que observar, que uno mismo se vuelve insignificante ante tanta hermosura, en fin, me ha gustado, aunque es largo el texto em jejeje para ser novata por estas sendas jajaja me he portado como una campeona y lo he leído todo , besos su
No, Antígona, no me refería yo a la importancia que en algunos casos puede tener el reconocimiento de los demás, hasta el punto de hacernos caer prisioneros de un juego comunicativo de preguntas y respuestas que siempre abundan más y más en lo mismo, como con vergüenza ajena casi todos hemos visto en cantantes antaño célebres, artistas de teatro: viejas glorias ya sin brillo que cuando son re-aupadas a un escenario fuerzan el diálogo mudo entre artista y público saliendo a saludar muchas más veces de las que la vehemencia de los aplausos aconsejaría a la prudencia.
Poca vanidad tengo, y eso me sitúa en un lugar privilegiado para descubrir las trampas de la vanidad...
Yo me refería a que igual que Narciso está prisionero de su propia belleza, otros lo están de su ira, otros de su codicia, otros de su estupidez, otros de su miedo, otros de su candor, otros de su sensualidad, otros de su soberbia, otros de su culto a la duda, otros de la comodidad de ser liderados, otros... Bah, la formas puras de las prisiones son tan numerosas como aspectos destacables de la personalidad de los hombres hay.
¿Prisiones de qué?
Prisiones de la libertad...
Pero si las formas puras de las prisiones son tan extremas como el instinto de Thánatos a un lado y el instinto de Eros al otro, o como el Cordero o el Servidor del Mal, las formas intermedias de las prisiones, que involucran todos los elementos de nuestra psicología; las neurosis sociales; y el propio drama mental causado por la capacidad de pensar enfrentada al hecho de existir y sus constriciones, son tan numerosas como la descendencia de Abraham...
Desenredar esa compleja masa de servidumbres, peticiones de principio, auto-engaños, relaciones viciadas, torpor, placeres compensatorios y repetición mecanica de todo ello resulta especialmente difícil precisamente porque unas se sustituyen a otras en el primer plano de nuestra atención...
Por eso los seres como el que describes, que no existen en forma absolutamente pura más que en el mundo ideal del inconsciente colectivo, tienen más fácil cambiar, liberarse de su prisión, ya que sólo tienen una serpiente contra la que luchar, aunque luego aparezca en el cuello muerto otra cabeza, o incluso dos, y estas se vayan multiplicando a medida que avanza su lucha, a imagen de lo que nos pasa a nosotros siempre, seguramente mientras no alcancemos la comprensión de que Héroe y Bestia son una misma cosa (pero me salgo del tema...)
Lo que quiero decir, en conclusión, es que tu personaje no es real. Es un mito, un arquetipo, un elemento sencillísimo hecho de Uno (el pequeño bebé solipsista que es el mundo) y Espejo. Y que si tuviera la inteligencia de un ser humano normal no le sería para nada difícil liberarse, pues las repeticiones de la sospecha de su condición de víctima, unidas al tedio siempre creciente le serían suficientes. (Aunque luego cayera, a imagen de lo que realmente nos sucede a los humanos, en nuevas formas de esclavitud).
Lo que quiero decir es que precisamente por ser espejo, y espejo plano, sin ondas, bien pulido, podríamos quizá mirarnos en él, y a su ejemplo, aprender de nuestra propia prisión, infinitamente más compleja, si no estuvieramos tan degenerados que incluso del hastío sacamos placer.
Creo en los que huyen del espejo superficial y prefieren reflejarse en ideas, sentimientos, palabras, hechos o incluso en los ojos de otras personas.
La belleza exterior se acostumbra a quedarse quieta, para ser observada... cuando quiere reaccionar ya es tarde!!
Digo todo esto para animarme cuando una tia buena me da calabazas en un bar,eh? jeje
Planteas, C.E.T.I.N.A., una cuestión básica que todavía no había salido a relucir y con la que estoy totalmente de acuerdo. Porque creo que, efectivamente, sucede tal y como lo cuentas: la interpretación que los demás hacen de nuestras acciones, de nuestra conducta, cómo nos ven y nos dicen que nos ven, es lo va construyendo, día a día, la imagen que tenemos de nosotros mismos. Puede haber discrepancias entre lo que los otros nos atribuyen y aquello que creemos de nosotros mismos, eso sin duda. Pero hasta esas discrepancias se producen por contraposición a la mirada que los demás proyectan sobre nosotros, y por tanto, en dependencia de ella.
Es, como dices, una cuestión de etiquetaje. Las etiquetas que cuelgan de nuestras solapas y que nosotros mismos aceptamos o incluso exhibimos con orgullo nos han sido asignadas por otros. Y las aceptamos porque necesitamos su reconocimiento, porque el valor que nos atribuimos depende en gran medida del que los otros nos asignan.
Ahora, supongo que lo que diferencia a Narciso de quienes no son valorados por su belleza es que a él la etiqueta de “bello” y todo lo que la acompaña le cae sin necesidad de mover un dedo ni esforzarse por seguir una serie de pautas de conducta esperadas. Narciso es valorado y reconocido en su mera exhibición. Narciso aprende a ser admirado y deseado sólo con mostrar su bello rostro. De ahí que tenga la impresión de que su prisión es más férrea: porque, aunque todos dependamos de la valoración y el reconocimiento ajeno, en su caso los mecanismos de dependencia pueden acabar siendo más fuertes y tiránicos.
También comparto tu reflexión sobre el reconocimiento público. Porque no cumplir con las expectativas ajenas, no ofrecernos a su mirada tal y como se espera de nosotros, puede ser amargamente castigado con el rechazo o incluso el desprecio. Y porque toda etiqueta nos reduce y no hace justicia a nuestra complejidad.
La necesidad de pensar puede ser también una prisión, sí. Pero creo que la única que nos permite contemplar con lucidez los barrotes de nuestra jaulas y actuar en consecuencia. Y en ese ejercicio ya hay una suerte de liberación.
¡Un beso!
Anónimo (¿o eres JJ, que ya me tienes deshabituada a tu presencia por esta casa? :)) ¡qué contundencia! Reconocimientos así sí que dan gusto ;)
¡Un beso!
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Pues claro, Veí, ¿a quién iba a describir si no, si tu, dada tu planta de Adonis, allá por donde apareces te conviertes en el rey de las nenas? ;)
¡Un beso!
Es verdad, Susana, hay demasiadas cosas bellas en este mundo como para que uno se pierda regocijándose en la que le ha tocado en suerte. Además de que la belleza sobrepasa cualquier espejo de azogue y se oculta en pliegues recónditos inaccesibles si nos limitamos a buscarla en la suavidad o juventud de una piel.
Mis textos suelen ser largos, sí, ay, qué le vamos a hacer, es que los temas se me enredan en la cabeza y nunca consigo ponerles el límite que en un principio me había propuesto.
Pero gracias por leerlo y vuelve por aquí cuando quieras, que los novatos dejan de serlo a fuerza de práctica ;)
¡Un beso!
Huelladeperro, ¡esto sí que es una réplica y lo demás son cuentos! ;)
Creo que ahora entiendo lo que querías decir en tu anterior comentario, pero también me parece que se trata de una cuestión bastante más compleja que la que yo pretendía plantear en mi post, y que más bien, aunque no sólo, se refería a ese juego comunicativo del que hablas y a las inercias y encarcelamientos que genera. Sólo que, a mi juicio, ese juego no se reduce a una mera cuestión de vanidad, sino que tiene que ver con el reconocimiento básico que necesitamos de los demás, un reconocimiento que nos es tan indispensable, se produzca del modo en que se produzca, como el aire que respiramos y que por ello nos mueve mucho más poderosamente de lo que a veces pensamos.
Pero tienes razón, las prisiones nunca son únicas, ni puras, sino que se presentan enmarañadas en una complicada madeja que hace la liberación absoluta imposible. Tú lo has dicho: sólo nos libramos de unas para caer víctimas de otras, y su número y complejidad es tal que ni tan siquiera una de ellas puede ser iluminada y diseccionada sin que en el proceso vuelva a oscurecerse por la oscuridad que proyectan las demás. Ahora, eso no quita para que piense que hay servidumbres más dañinas que otras, y más dañinas significa para mí más dolorosas a la larga, por lo general por falta de un equilibrio entre lo que suponen y las recompensas que provocan, o por la degradación que conllevan, o por la limitación de aspectos esenciales de nuestra vida sin los que un mínimo de bienestar resulta imposible.
Mi personaje no es real, es cierto. La realidad es mucho más intrincada y si el Narciso de carne y hueso, y no el mito, persiste en el vacío, en el tedio creciente al que apelas, es porque su servidumbre a su belleza se encuentra entremezclada con otras muchas. Sin embargo, no creo que al Narciso mítico le sirviera su inteligencia para liberarse de su prisión. Si Narciso muere en el mito es porque su pasión por sí mismo le domina por encima de su inteligencia. Y creo que aquí el mito habla con verdad con respecto a lo que nos mueve a los seres humanos de carne y hueso, o, al menos, con respecto a la dialéctica constante que siempre se da entre la razón y la pasión.
Prisioneros de nuestra libertad, sí. Ésta es la contradicción que nos constituye, la que más dolorosamente nos atraviesa y que más costosos vuelve cada uno de nuestros pasos por este mundo desde que comenzamos a tener conciencia de nuestro poder de decisión. Ya lo decía el señor Sartre con aquello de que estamos condenados a ser libres.
Gracias por tu aclaración, huelladeperro. Me ha dado mucho que pensar.
Así que, en premio, ¡otro beso!;)
A mí también me van más esos espejos, Juan Cosaco, aunque no soy desde luego insensible a los que se limitan a reflejar un rostro bonito. Pero esos otros espejos son más ricos, no se agotan con la inmediatez y exigen más bien bucear y profundizar en ellos en lugar de permanecer únicamente en su superficie. Los tesoros que se ocultan en ellos son por eso también mucho más valiosos.
Cuando una tía buena te dé calabazas en tu bar, piensa en lo tonta, boba e insulsa que probablemente era. A lo mejor es la mujer más estupenda, inteligente y divertida del mundo, pero, ¿para qué amargarse la vida? ;)
¡Un beso!
UFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF, Antígona, este post me dolió en demasía... me recordó tantas cosas... Sí, tienes toda la razón, son presos de esa belleza el resto de su vida, están acostumbrados a que la gente levante sus miradas, a que enmudezcan con su imagen, a que siquiera cuestionen una palabra de su boca, sí... yo no soy la mas adecuada porque caí en las redes de uno de ellos... y puedo asegurarte que sí son esclavos de ellos mismos, y ni te cuento cuando encuentran un espejo en el que mirarse que les devuelve algo todavía mas bello de lo que realmente son... soy yo, el puto espejo, digo....ufffffffffff....
Pero los años pasan, y la belleza se marchita, y les queda un halo de canallas, quizás, ó de repente se saben menos hermosos, y tienen que reinventarse, que tb los he conocido, viejas glorias... y al final, pagan un precio, y digamos, se redimen de todas sus torpezas anteriores, te lo digo yo... que conozco mucho mazizo venido a menos... y ya no son lo que eran.
Y ahora una cosita, así, entre nosotras... Puedo asegurarte, que sí conocí algún hombre guapo que tuviera la cabeza bien amueblada, y no hubiese advertido el poder de su tan preciada belleza, y existía, y existen... lo que pasa es que se dosifican, creo que tocamos a cuatro por continente... jejeje, pero haberlos, haylos¡¡¡
Un besazo, guapa... ayyyyyyy, me diste en toda la llaga¡
Tranquila, Delirium, que los guapos Narcisos, los bellos efebos o las tías buenas no son raros, y que levante la mano quien no haya sido en alguna ocasión víctima de sus encantos y no se haya convertido entonces en ese espejo que tú misma, según dices, fuiste ;)
Así que por supuesto que tienes autoridad para hablar del tema, porque es precisamente la experiencia la que nos enseña a reconocer y a protegernos de aquellos mecanismos en las relaciones con el otro que o bien resultan vacíos, o bien pueden incluso acabar haciéndonos daño.
No era mi intención darte en la llaga, pero estoy segura de que sobre esa llaga ya te has hecho tú muchas reflexiones y que se trata de una llaga bastante curtida a estas alturas.
Que esos guapos no conscientes de su belleza existan, pues hija, habré de creerlo, como eso de que las meigas "haberlas haylas", porque yo hasta ahora no he conocido a ninguno :) Pero sí, más allá de la broma, nadie niega que los bellos no puedan percatarse de la propia prisión en la que su belleza puede encerrarlos y reaccionar ante ella.
Espero que estés bien, niña. En cualquier caso, muchos ánimos, guapa.
¡Y un beso enorme!
Un besazo, mona, no te preocupes, esa llaga de la que te hablo... en fin... que soy yo la única responsable en grado superlativo de tenerla, y estoy en lo de sanarla.
Cuídate mucho, mucho.
Ah, por cierto, sí, una vez conocí a uno guapo y con cabeza bien amueblada, era un poco chulo, el hombre..... claro, tremenda combinación, cerebro-belleza, pero puedo dar fe de que existió, a mi me pilló con el barman, y entonces estaba ya enamorada hasta las trancas, pero te aseguro que era un placer conversar con él de cualquier tema, y la verdad, valía la pena el tío. No se qué habrá sido de él, igual lo encarcelaron por desacato a la realidad....jejeje. BSAZOSSSSSSSSS¡¡¡¡¡¡
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