martes, 29 de enero de 2008

Dominios II: la mala racha


Un goteo suave pero constante de pequeños infortunios, de escollos injustificados en el camino que, sin impedir cada paso hacia adelante, lo tornan más costoso de lo previsto.

Aislados, atomizados, separados y analizados escrupulosamente uno a uno, no son más que incidentes sin importancia, golpes inevitables de lo que llamaríamos la suerte en contra. Pero su inesperada continuidad, su rítmica persistencia, la imagen de la serie regular, impuesta por la memoria aún no diluida del golpe precedente al sobrevenir el siguiente, lanzan la gran pregunta a una nueva dimensión de más amplios y pesados relieves. La misma que rechazaríamos con despreocupación de hallarnos ante un sólo infortunio aislado y ahora, en su repetición inexplicable, nos aguijonea inoportuna en el silencio de la calma: ¿por qué?

Siendo como somos animales en perpetua búsqueda de sentido, nos asalta entonces con fuerza el pensamiento mágico. Algo en nosotros se resiste tenazmente a excluir su falta. El sentido, simplemente, tiene que haberlo. Oculto, encubierto, en esencia impenetrable para nuestras cortas cabezas. Necesario para su natural terquedad. Ni tan siquiera la conciencia de los antiguos dioses huidos, la negación atea del bíblico dios vengador o protector en sus misteriosos designios, o el rechazo sensato de la superstición sobre el poder de la malicia ajena, logran eludir la puesta en marcha del engranaje en pos del significado.

Una respuesta en forma de sensación alivia el entendimiento al precio de engendrar la inquietud.
¿No dicen que en el ligero aleteo de una mariposa sobre una hoja temblorosa se esconde la causa última del lejano terremoto? Qué no podrán entonces cada uno de nuestros más leves movimientos, de nuestros más imperceptibles pestañeos. En el rasguño de cada tropiezo, en el dolor leve de cada escollo inesperado, habla el castigo. Bajo el sonido de sus palabras, una culpa ancestral y ya desfondada todavía poderosa. El signo inequívoco del error, del desacierto insospechado, deviene legible en cada golpe de infortunio. Es el efecto boomerang de una realidad que, como un organismo vivo, se revuelve incómoda ante presuntas acciones no por inocentes menos fallidas. Se nos devuelve mal por mal, aun cuando ambos males pertenezcan a órdenes distintos. Pero en ese mismo daño recibido, también y por fortuna, la intuición del aviso, de la señal. ¿No nos advierte la quemazón del dedo sobre la llama de que debemos retirarlo?

La pregunta por el porqué deriva así en un espinoso ejercicio de autoanálisis que, partiendo del sentimiento del error, busca y rebusca en la oscuridad el modo en que éste se produce. La certidumbre reza: en algo nos estamos equivocando. La ignorancia: en qué. Averiguarlo se convierte en el imperativo surgido del miedo: si existe la señal, en ella anida la amenaza de un castigo aún mayor, de la desgracia definitiva. Y acuciados por él remontaremos antes del sueño el río navegado, escrutando minuciosamente su recorrido, a la caza de aquel punto preciso en que comenzaron los infortunios, de su probable coincidencia con alguna bifurcación en nuestra trayectoria que ahora, tal vez, sólo tal vez, estemos a tiempo de corregir para librarnos de la fatalidad.

La señal existe, qué duda cabe. Pero sólo nos señala a nosotros mismos. A nuestra innata e inacabable desorientación. La que nos impulsa a encontrar, más allá de los límites de nuestros dominios, los signos imposibles de la confirmación de un caminar acertado. Hora es ya de reconocerlo: su hallazgo será mera invención de nuestra mirada. Los verdaderos signos no provienen de fuera, sino de dentro.

29 comentarios:

Miss.Burton dijo...

Exacto, los verdaderos hallazgos provienen de dentro, pero también es verdad que son filtrados a veces por un estado de ánimo determinado, y que un día pueden ocurrir cinco sucesos de esos fatídicos, seguidos, y tu estar a lo tuyo, y que no se desencadene ninguna guerra interior, y otro día, otro día triste cualquiera, dos putadas seguidas pueden joderte la existencia y agotar esa capacidad de análisis que tu tienes innata, y que a veces, por mucho que la usemos en toda su extensión, no nos responde con la misma moneda con la que nosotros le preguntamos a ella.
Creo que siempre hay señales.. buenas, malas... pero tb creo que nosotros las hacemos mas grandes, menos soportables, según que días...
Yo llevo una etapa intentando silenciarlas, las nefastas, y mira, me va bastante bien. Las pienso dos veces, luego analizo, veo que no encuentro una lógica aplastante que me de la respuesta a mis preguntas, y paso página. Siempre pequé de analizar demasiado las cosas, pero te cuento: yo perdía mucha espontaneidad, me privaba de otras cosas buenas, por estar perdiéndome en las malas... y decidí ultimamente hacer luz de gas a todo eso y vivir.
Hay que vivir, y yo no pienso hacer caso a las señales, total, lo que tenga que llegar... siempre acaba llegando, y sí, puede que te coja mas prevenido, pero como hablar de prevención ante sucesos inesperados, o finales de preludios que ya de por sí eran nulos...
ANTÍGONAAAAAAAAAAA, IGNORANDO SEÑALES YAAAAAAAAAAAAAAAAAAA¡¡¡¡¡
Un besazo guapa, siempre todo tan bien traducido... eres perfecta, coño¡

dErsu_ dijo...

Hoy me has recordado una novela de Manuel de Pedrolo titulada, si no recuerdo mal, "balanç fins a la matinada". No es una gran novela, quizás Pedrolo nunca escribió grandes novelas, pero lo intentaba, que no es poco, que quizás lo es todo. Y en esta intentó explicar justo lo que comentas, el punto de no retorno, el punto que nos lleva irreversiblemente al desastre, al bendito desastre.

c.e.t.i.n.a. dijo...

Si pudiésemos ver el "matrix" en el que vivimos nos daríamos cuenta de que nuestra realidad se compone de millones de funciones matemáticas que se interrelacionan y se modifican en función de esas mismas interrelaciones. Nosotros mismos somos una función.

El más mínimo cambio en una de esas funciones supone un cambio en el equilibrio general que afecta en mayor o menor medida al resto de funciones.

Cuanto más próxima a nosotros esté una función más probabilidades hay de que afecte a nuestra propia función. Y evidentemente nuestros cambios afectan a todas las funciones que nos rodean y en consecuencia esos cambios acaban nos repercutiendo de nuevo en nosotros.

Resumiendo, que cualquiera de nuestros actos u omisiones suponen un cambio en nuestro entorno que nos afectará mucho más de lo que suele afectarnos los actos u omisiones de los demás.

Nuestros abuelos sintetizaban todo mi verborrea en el viejo dicho de "quien siembra vientos recoge tempestades". Concreto y mucho más fácil de entender.

Pido disculpas por la espesura del texto, pero es que llevo un día... Algo habré hecho para merecerlo, je,je,je...

Anónimo dijo...

Yo creo Antígona que los hallazgos y las respuestas vienen de dentro y de fuera porque emanamos y recibimos.Igual es simplista o ingenúo pero tengo fe en la ley del boomerang, de alguna manera todos llevamos a cuestas una cruz y una bendición,un antídoto y un veneno, así que por la cuenta que trae, ojo con lo que decimos o hacemos porque además "la rapidez de los acontecimientos nos impide ver la relación que existe entre ellos", ésto último no lo digo yo, lo dijo Isabel Allende en "La casa de los espíritus".
Un abrazo troyano

Arcángel Mirón dijo...

Las señales vienen de adentro, pero el mundo no se habita sólo con mi presencia. Está mi adentro y tu adentro. Pero tu adentro es mi afuera, y sin embargo me afecta. ¿Entonces? Algo estamos haciendo mal, sin duda. No somos sólo carne y mente, evidentemente. Tiene que haber espíritu y energía, sino ¿cómo se explica?

Antígona dijo...

Eso es cierto, Delirium, aquello que nos sucede lo interpretamos según el estado de ánimo que nos poseea en ese momento. Como decía alguien, los estados de ánimo colorean nuestra apertura al mundo hasta el punto de que ese mundo no es el mismo dos días seguidos. Un tema muy interesante el de los estados anímicos, algún día tengo que escribir un post sobre él.

De todos modos, en el post quería hablar más bien de épocas, no de días concretos, que a uno le parecen marcadas por la mala suerte. Esas épocas pueden durar semanas o meses, de manera que es precisamente la prolongación de esa mala fortuna, lo que solemos llamar “una mala racha” la que acaba inquietándonos. Aunque también hay que reconocer que en ciertas etapas podemos andar más cabizbajos, más agobiados o estresados y que tal estado condiciona igualmente la percepción de lo que nos acontece.

En cuanto a las señales, lo que quería decir es que el hecho de entender un acontecimiento trivial, azaroso, como una señal o no, sea tanto positiva o negativa, no es, por lo general, más que el signo de nuestra constante tendencia a buscar el sentido de aquello que nos ocurre, a dotarlo de un sentido inteligible, aun cuando eso que nos ocurre sea algo tan fortuito como el pinchazo de una rueda o un pequeño accidente doméstico. Las cosas buenas o malas que nos sucedan en función de nuestras propias decisiones son comprensibles por sí mismas desde parámetros menos enigmáticos: el haber hecho daño a alguien, saber positivamente que se está tomando la decisión equivocada pese a reconocer que no somos capaces de otra cosa... Lo que se derive de todo ello podemos entenderlo con más facilidad como consencuencia de nuestros propios actos. Lo que, por el contrario, nos resulta incomprensible, y genera ese pensamiento mágico, es más bien aquello para lo que nos encontramos ante un vacío explicativo: eso a lo que llamamos azar, o buena o mala suerte, o incluso destino.

Ay, Delirium, yo no sé si hay que ignorar las señales, la verdad. Todo depende de qué interpretemos por señal, y creo más bien que ésas que tienen que ver con nuestra conducta, con lo que nuestro comportamiento voluntario acaba provocando, es mejor no ignorarlas.

¡Un besazo enorme, niña!

Antígona dijo...

Dersu, de Pedrolo leí cuando era muy jovencita el “Mecanoscrit del segon origen” y me encantó, sólo que fue hace tanto tiempo que no podría valorar si se trata de una gran novela o no. En mi recuerdo adolescente, sí lo fue. Ahora hace ya tanto que no leo en catalán que creo que tendría dificultades para hacerlo, pero quién sabe, igual cuando vaya un poco más relajada vuelvo a intentarlo. En cualquier caso tomo buena nota del título.

Tal vez el post no haya quedado muy claro, pero no quería hablar tanto de ese punto de no retorno que nos lleva al desastre, cuanto de la sensación que a veces nos sobreviene de que la desgracia, la fatalidad, nos esperan a la vuelta de la esquina por no se sabe qué oscuras razones, es decir, sin conciencia de haber hecho nada para provocarlo. ¿No te ha pasado nunca?

¡Un beso!

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C.E.T.I.N.A., no hay de qué disculparse, porque tu texto, aunque denso, me ha parecido muy interesante. La imagen que se destila de él me resulta muy plausible: cada una de las cosas que hacemos, por mínima que sea, tiene su repercusión en lo que hacemos y esa repercusión nunca deja de llegarnos de un modo u otro. Somos agentes activos sobre la realidad y ésta sobre nosotros.

Sin embargo, esta visión sigue planteando un problema, que es, entiendo, el de la imposibilidad de conocer, en esa trama tan compleja, a qué acción nuestra corresponde el efecto recibido. Como le decía a Delirium, el problema no es tal cuando nos referimos a acciones cuya repercusión sobre los otros es más que visible y sus efectos previsibles. Si, por ejemplo, me dedico a poner zancadillas a mi alrededor no me extrañe que un día me dé cuenta de que nadie me aprecia. Ahí, la clave para entender lo que me sucede se halla en el análisis de mi propio comportamiento. Así es como yo interpreto el “quien siembra vientos, recoge tempestades”.

Pero el problema sí se da cuando no podemos establecer una relación directa entre aquello que nos acaece y nuestras propias acciones, cuando los motivos por los que algo nos ha pasado escapan absolutamente a nuestro entendimiento. Tal vez para el ojo divino fuera totalmente evidente que el hecho de haber tropezado hoy con una farola es lo que ha provocado que horas más tarde la rueda de mi coche se pinchara. Pero eso yo no lo veré nunca, ni lo sabré nunca. Y si un día se me pincha la rueda, al siguiente se estropea la ducha, a los dos días me roban la cartera y a los tres me cae encima una maceta por puro accidente, empezaré a pensar que “esa mala suerte” tiene que ver con el hecho de que algo estoy haciendo mal, con alguna decisión consciente en la que me estoy equivocando. Es en ese caso, a mi juicio, proyectamos ese pensamiento mágico que además tiende a hacernos responsables de aquello para lo cual no podemos sentirnos responsables de ningún modo, porque no tenemos conciencia ni podemos tenerla de haber hecho algo para provocarlo. Y ese pensamiento mágico puede ser peligroso, porque puede llevarnos a poner en cuestión acciones que no posean ninguna conexión real con los sucesos negativos que nos están afectando.

Creo que en el fondo, detrás de todo ello, late también esa culpa atávica que arrastramos los cristianos, y que nos lleva mecánicamente al ¿qué habré hecho yo para merecer esto? incluso en situaciones donde resulta absurdo plantearse un mínimo de responsabilidad.

Aunque, bueno, tú sabrás lo que has hecho hoy, claro ;)

¡Un beso!

Antígona dijo...

Como vengo diciendo, Troyana, no dudo de que exista ese efecto boomerang, pero en demasiados ámbitos escapa a nuestro entendimiento y es inútil e incluso perverso proyectarlo. Si mañana me atropella un coche, ¿es que he hecho yo algo para provocarlo? ¿Tengo yo la culpa de ello, es decir, algo en mí ha sido la causa del atropello, si a fin de cuentas reconocerse culpable no es más que reconocerse causa de un daño? Tendemos a pensar en términos morales incluso allí donde actúa el azar. Precisamente porque el concepto de azar remite a lo incomprensible, a aquello que no podemos explicar pero nos resistimos a no hacerlo.

¡Un beso y un abrazo!

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¿Pero es que siempre estamos haciendo algo mal, Arcángel? ¿Hasta cuando nos ponemos una cucharita de azúcar de más en el café? ¿Por qué ese constante extender la conciencia de culpa a todo aquello que nos sucede? La conciencia de culpa debe limitarse al campo de mi interacción con los otros, de mi comportamiento con respecto a ellos. Pero no ampliarse ilimitadamente a todo daño que recibo, como si constantemente hubiera un genio maligno que nos castiga por cada error o por cada tropiezo, incluso si ese tropiezo es tan trivial como haberle tirado sin querer a alguien el café encima.

¿Cómo se explica? Para mí la cuestión es que la necesidad de encontrar explicaciones es nuestra, simple y llanamente, condición de los animales que somos. No podemos vivir en este mundo sin buscarlas. Las explicaciones nos sirven además para combatir la angustia y el miedo ante una realidad que siempre nos desborda. Pero puede no haberlas. O no haberlas en el grado en que nos satisfaría que las hubiera. Y hay que contar con ello.

¡Un beso!

juan rafael dijo...

Al igual que el hombre susurraba a los caballos, las mariposas nos susurran al oido. Ellas si que sabrán de donde surge todo.

NoSurrender dijo...

Sí, doctora Antígona. El pensamiento mágico nos persigue, sí. ¿Qué extraño mecanismo nos hace pensar en una voluntad demiúrgica cuando pinchamos una rueda? Porque ocurre realmente que imaginamos un dedo cabrón señalando el neumático que va a reventar. Porque pensamos que “ya se sabía” que íbamos a pinchar. Y nos acordamos de lo ufanos que salíamos de casa, sin ser conscientes de lo que íbamos a tener que vivir ¿Pero cómo hemos podido salir así hoy a la calle, tan inocentes, sin darnos cuenta de todo lo que iba a pasar? Pero la verdad es que el azar es un único Dios que nos maneja. Y que la probabilidad de que ocurra lo que exactamente lo que nos ocurre cada segundo de nuestra vida (sea bueno o malo) es una entre miles de millones. Es tan azaroso pasar la rueda del coche por encima justo de ese clavo, como no hacerlo.

En cambio, sí creo que algunas “señales”. Lo entrecomillo porque en realidad no son señales en sí, sino causas exógenas que nos hacen reflexionar acerca de nosotros mismos.

Pero algún filósofo explicaba (no recuerdo bien quién era) como todo presente es un instante proyectado hacia delante y cargado de pasado. No somos más que lo que Somos Aquí. Así que todo es una gran señal que nos lo dice. Y me alegro de que esté usted aquí, ahora.

Un beso, doctora Antígona.

dErsu_ dijo...

Apreciada Antígona,os explicais con claridad. Pero de la misma manera que el autor del blog decide como y sobre qué escribe, el comentarista decide por donde agarra el post. Y sí, me ha pasado, hoy se es tropea la nevera, mañana una persiana, pasado una multa de tránsito, al otro un meteorito impacta en el patio de casa... pero en general, creo que somos responsables, o deberíamos serlo, de nuestras vidas, dejando al azar tan sólo algunos matices. Es como la tristeza, que más que depender de factores externos, es algo íntimo. A saber, entonces, si somos inocentes del todo.

Por otro lado, yo no me apuntaría el libro de Pedrolo. Puestos a escoger, hay otros Pedrolos más interesantes, creo, y hasta mejores. Y entre nosotros, hay autores mucho más recomendables.

Mityu dijo...

No sé. Si la tierra mantiene su coherencia, su equilibrio, su organizada lucha de fuerzas con el resto del universo, si el mundo no necesita de mi mirada para seguir funcionando, si me precedió y me continuará. ¿Por qué han de estar en mí todas las respuestas? Cualquier extremo es peligroso, tanto el exceso de razón como la ausencia total de esta, dejarse dominar por la superstición y los signos imaginados o limitarse a las teorías comprobadas a día de hoy.

Hay un margen. No sé que cabe dentro de él, ni cómo es.

Un beso¡ ;)

c.e.t.i.n.a. dijo...

La búsqueda de la causalidad es quizás uno de los pasatiempos más inútiles de los que se alimenta el ser humano y quizás en esa misma búsqueda esté el origen de las creencias ilógicas: religión, superstición, astrología, etc...

Yo soy de la opinión de que las cosas ocurren y a veces no tiene sentido buscar el porque. ¿Por qué me roban la cartera, o me cae una maceta? Porque he coincidido espacio=temporalmente con un ladrón o con alguien que no tiene colocados correctamente sus tiestos. ¿Por qué pincho la rueda? Porque ha coincidido que nadie pasó con su vehículo por encima del clavo antes que yo.

Si sumo todas esas cosa ¿debo pensar que tengo una racha de mala suerte o que simplemente estoy en el momento equivocado en el lugar erróneo? Yo prefiero pensar lo segundo.

La mala suerte es como los fantasmas o las apariciones marianas: son cosa de los que creen en ellas.

Un beso y gracias por hacerme reflexionar un poco cada día.

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con Mityu, no me suelo despeñar ciegamente por explicaciones supersticiosas pero tampoco me siento totalmente arropada y saciada por la razón.Me decanto por el equilibrio, a ser posible un "realismo imaginario" porque tampoco creo que la ciencia o el racionalismo tenga todas las respuestas a lo que somos y al mundo en el que habitamos.
Ahora, el análisis de la culpa cristiana, lo comparto contigo, es una herencia pesada e insonsciente que circula por nuestras venas y que acaba colándose en cualquier interpretación, incluso la del boomerang.
Aun así, como muy bien dices,el ser humano es un buscador de sentido, precisa interpretar lo que le sucede, y ese toque mágico le es tan remoto como consustancial.
Abrazos e invitaciones a que te sumes al debate que mantienen desde historias-troyanas Juan, el Cosaco y la troyana.

Dante Bertini dijo...

como un pequeño aleteo de mariposa, las coincidencias nos acercan...leo tu muy buen post y sigo bajando hasta encontrarme a jack, que ilustra porque sí el último que he colgado.

Margot dijo...

Ummm otro tema de los de chicha, Antígona Muá...

Las malas rachas, haberlas haylas que diría de ellas. Se encadenan una serie de pequeñas, o algunas veces no tanto, catástrofes que nos amargan la vida y el pensamiento. E inevitablemente viene la pregunta, por qué? que no es tanto pregunta, es consuelo, es tratar de encontrar la calma que echamos de menos. Y a continuación llegará esa otra de .. por qué a mí? Si soy la hostia de maja y me porto bien.Porque tenemos esa idea impregnada: a una buena acción debe corresponder otra buena, a una mala la contraria. Pórtate bien nos decían, y obtendré la recompensa, interpretábamos.
Y tal vez habría que analizar detenidamente cuándo y cómo se dan esas malas rachas. Porque como dice Delirium tienen mucho que ver con el ánimo y así estar más cansados de lo normal, más irascibles, estresados, paranoicos... puede provocar despistes, malas contestaciones, dejadez... que a su vez provocan desaguisados. Unas veces casuales, claro, y otras no tanto...

En cuanto al azar con mayúsculas, la buena o mala suerte que nos gusta nombrar... pues verás, hace un tiempo y ante uno de esos golpes que como decía Vallejo parecen del odio de dios llegué a una extraña y tranquilizadora conclusión: no existe ni bueno ni malo, el AZAR es aséptico, impersonal, no va dirigido a nadie ni nada en concreto, sucede y ya. Aunque esta sea una idea que nos supere por incomprensible aunque más incomprensible sea la de vueltas que le damos a un hecho tan simple y sencillo.

Pero nos encanta creer que somos el centro de algo y aún más la posibilidad de pensar que podemos, al menos el intento, controlarlo.

Demasiadas estrellas en el Universo que diría mi Galileo... jeje.

Un besote, como siempre un placer lo que me obligas a pensar y decir!!!

Antígona dijo...

Joder, pues la mariposa que me tocaba a mí se debe de haber perdido por el camino, porque a mi oído interno sólo me llega el susurro de mi propia conciencia que tantas y tantas veces dice que ni entiende ni sabe nada... ¿No tendrás tú dos mariposas, pillín? ;)

¡Un beso!

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¿Qué extraño mecanismo dispara el pensamiento mágico, doctor Lagarto? Yo creo que, básicamente, el miedo. Alguien calificaba esa necesidad de encontrar explicación a todo de atávica y neurótica, y creo que tiene razón. No saber a qué podemos atenernos en el mundo, no saber qué nos espera en cada recodo del camino, nos angustia y nos inquieta. Tratamos pues de apaciguar la angustia buscando respuestas a nuestros interrogantes, incluso inventándolas. El azar es el misterio, y nos rodea por todas partes. Soportamos mal el misterio, ante el que nos encontramos absolutamente desarmados y faltos de protección. Porque por azar pueden ocurrirnos cosas maravillosas, pero también terribles. Y si supiéramos cuáles son las reglas que lo rigen, es decir, si el azar no fuera tal, sino causalidad, entonces, pensamos, podríamos evitar la fatalidad. Nos cuesta demasiado asumir que no podemos.

En efecto, como dice, esas “señales” no son más que nuestro propio espejo, el lugar en que nos proyectamos nosotros mismos sobre los acontecimientos para reflexionar sobre lo que nos pasa y sobre cómo actuar ante lo que nos pasa. No es malo en sí mismo ver “señales”. Pero sí atribuirles un sentido trascendente que puede llegar a volverse en nuestra contra.

Ese filósofo, doctor Lagarto, tenía mucha razón. La cuestión es que esas señales que nos remiten a nuestro aquí y ahora a menudo escapan a nuestra mirada, o las vemos pero confundimos su significado. Nuestra trascendencia consiste justamente en ese estar, al proyectarnos hacia delante, siempre más allá de nosotros mismos. Pero en ocasiones nos lleva a confundir lo que somos con un sentido dado de antemano fuera de nosotros. Yo también me alegro de estar aquí y ahora, y de que usted esté en ese aquí y ahora.

¡Un beso!

Antígona dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Antígona dijo...

Dersu, cuánta razón llevas, y nada mejor que que agarréis el post por donde mejor que os parezca, pues en el momento en que lo cuelgo en el blog pasa a ser más vuestro que mío. Yo también confío en la responsabilidad. Es más, es a ella a la que, a mi entender, debemos aferrarnos, pues en ella se encuentran los límites de nuestros dominios, el campo de acción de nuestras posibilidades. Por supuesto que en gran medida nuestras vidas dependen de nuestras decisiones. Pero hay multitud de cosas que no hemos elegido ni podemos elegir, empezando por la cuna y acabando por el instante de nuestra muerte, pues hasta al suicida podría sobrevenirle la muerte minutos antes de empuñar un arma contra sí mismo. Y creo que el azar, lo inexplicable, juega un papel relevante en el curso de nuestras vidas.
En cuanto al libro de Pedrolo, veremos. De momento no lo tacho de mi lista, pero andando como ando tan escasa de tiempo últimamente, y diciéndome lo que me dices, creo que lo dejaremos en un lugar secundario. A no ser que el azar me lo ponga un día de estos delante de las narices ;)

¡Otro beso!

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Pues es muy sensato lo que dices, querida Mityu. Somos demasiado insignificantes en este universo, pasan demasiadas cosas en él sin que nosotros nos enteremos ni podamos llegar a enterarnos jamás como para pensar, ilusos de nosotros, que podemos tener todas las respuestas. Hagamos mejor un ejercicio de humildad, y atengámonos a aquello que sí queda al alcance de nuestras posibilidades, de nuestro saber. Es ahí donde debemos centrar nuestra reflexión, y lanzar la vista tan a lo lejos puede impedirnos ver cosas mucho más cercanas pero cuyo conocimiento nos resultaría mucho más útil para orientar mínimamente nuestras vidas.

Hay un margen, sí. Cada cual tiene el suyo. Indaguemos en él para conocer nuestros límites y las posibilidades que se nos abren en su interior.

¡Un gran beso!

Antígona dijo...

En efecto, C.E.T.I.N.A, también yo creo que la religión o la superstición no son más que una gran fuente de respuestas que los humanos nos vamos inventando justamente para apaciguar esa angustia que nos produce el no saber de la que le hablaba a NoSurrender. Creer en dios aplaca preguntas tan fundamentales como por qué estoy aquí o qué ocurrirá tras mi muerte. Es además una muleta utilísima para aliviar la desorientación vital que a todos nos constituye y tanto nos hace sufrir. La religión es una máquina de producir respuestas a cuestiones que no la tienen desde la ciencia. Y de ellas se alimenta la fe, que no es más que la confianza en que este mundo caótico y cruel tiene un sentido.

Por otra parte, creo que el problema es que nuestras cabezas están hechas de tal modo que no nos conformamos con esos porqués inmediatos. Después de respondernos de la manera en que tú lo haces, siempre podemos volver a decirnos, vale, pero ¿y por qué el ladrón estaba allí en ese momento? ¿Y por qué estaba allí ese clavo? Y así hasta remontarnos al origen del universo. La cadena causal siempre permite que nos remontemos un poco más allá, hasta llegar al punto en que nos vemos sin respuesta alguna.

La mala suerte es cuestión de creencia, sí. Pero creo que, mientras la dejemos ahí y no nos pongamos a buscar causas para esa mala suerte -que alguien me ha echado mal de ojo o que he pasado por debajo de una escalera- también es simplemente otra de esas maneras en que apelamos a aquello que escapa a nuestra comprensión, a aquello que escapa a nuestra comprensión.

Gracias a ti, C.E.T.I.N.A, eres tú y los demás los que me hacéis pensar a mí con vuestros comentarios y darle aún más vueltas a un tema que me interesa y que por eso ha dado lugar a un post.

¡Otro beso!

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Es así, Troyana, la ciencia y el racionalismo son de todo punto insuficientes para responder a todos los interrogantes que albergamos los humanos. Es más, me atrevería a decir que para aquellos que más importan, para aquellos que más nos urge responder en el día a día, no nos brindan ni una sola respuesta. A lo que más íntimamente nos preocupa -cómo vivir nuestra vida, cómo tomar las decisiones que nos hagan felices o simplemente, no nos aboquen, como planteaba Dersu, al desastre- sólo nos podremos responder nosotros mismos, y encima con el agravante de no estar nunca seguros de haber dado con la respuesta correcta. En fin, nadie dijo que nacer como ser humano fuera fácil.

La culpa cristiana es un gran lastre que nos cuesta mucho de erradicar. No se trata de que nos libremos de nuestra responsabilidad, en absoluto. Pero creo que el cristianismo nos ha enseñado a sentirnos culpables por todo, y eso no es forma de vivir con un mínimo de tranquilidad y disfrute.

Ahora luego me paso por vuestro debate, que promete ser muy interesante :)

¡Otro beso con abrazo!

Antígona dijo...

Cacho de pan, me alegro de coincidir contigo, y más si es con Jack Nicholson de por medio, que me encanta. ¿O habrá sido el destino el que nos ha acercado? ;) Ah, otra gran versión de lo desconocido y de nuestra manera de darle sentido, ésa del destino.

¡Un beso!

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El tema tiene chicha, sí, niña Margot. Y es verdad que en ese por qué buscamos el consuelo, la calma, e incluso la clave para frenar, confiando en que está en nuestra mano, esa mala suerte que de repente parece estar cebándose sobre nosotros. Se nos vienen a la cabeza cosas tales como si dejo de hacer esto o hago esto otro a lo mejor me vuelve la buena suerte. En el fondo, lo mismo, pero de signo contrario, que cuando portamos un amuleto -¿quién no lo ha hecho de niño o de adolescente?- para conjurar la buena suerte, y así, en el fondo, apaciguar la ansiedad que nos produce una situación difícil o un examen. Pero estoy de acuerdo en que nuestras actitudes, nuestros estados de ánimo, no sólo condicionan la percepción de lo que nos sucede, sino que provocan que nuestras acciones sean más o menos acertadas y que, por tanto, sus resultados sean más o menos gratificantes. A veces, en lo que interpretamos como mala suerte, andamos nosotros mismos andando por el mundo más torpemente de lo habitual y provocando más estropicios de los que somos conscientes.

También yo creo que el azar es aséptico. Es más, pienso que, necesariamente, por su propio concepto, tiene que serlo. De lo contrario, aun sin darnos cuenta, se nos está colando en la palabra azar la idea de un dios protector que nos resguarda de la desgracia y guía nuestros pasos por este loco mundo o de un genio maligno que en su omnipotencia y capricho ha decidido hacernos la puñeta, o bien se venga en nuestras carnes del mal gesto que le hicimos esta mañana al compañero de trabajo lanzándonos una piedra al capó de nuestro coche. No, el azar es lo puramente arbitrario, lo que sólo desde nuestros ojos pasa a ser bueno o malo, pero nada en sí mismo positivo ni negativo más allá de la interpretación que nosotros hagamos de eso que nos ha sobrevenido sin posible causa que lo explique.

Y sí, nos gusta pensar demasiado que hay un sentido para nosotros sin percatarnos de la insignificancia que somos en esta inmensidad. Además de que, como bien dices, todo deriva en el fondo de una necesidad de controlar lo incontrolable. Si pudiéramos ejercer un mínimo control sobre lo incontrolable, el miedo se acabaría. Nos gusta tranquilizarnos fantaseando con la posibilidad de hacerlo.

Tu Galileo es un tío muy majo, Margot. Dile que me traiga por aquí su telescopio que me parece que tengo un nuevo vecino bastante interesante justo enfrente de mi ventana ;)

Y el placer es mío, niña, que, como le decía a C.E.T.I.N.A., sois vosotros con vuestros comentarios los que más hacéis que me escurra las neuronas y me lleváis a reflexionar sobre cosas que ni siquiera había pensado al escribir el post.

¡Un beso con estrellas!

Anónimo dijo...

La educación puede determinar la estabilidad emocional y la capacidad innovadora del grupo al que se transmite el conocimiento, a veces, es preferible ignorar, es menos doloroso.

saludos

Kurtz dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Kurtz dijo...

Resulta inevitable hacerse preguntas, eso es cierto, pero también cierto es que estas no deben impedir llegar a la inevitable conclusión de que en nuestra evidente limitación, no tenemos respuesta para todo, por mucho que nos queramos empeñar en que sí, que llegará un día en controlemos los azares y las causas... y si llegas a tener claro esto, te dedicas más a bregar y menos a quejarte de tu mala suerte, echando balones fuera.
Efectivamente nuestra mentalidad y actitud ante los hechos que nos acaecen en el a veces duro, otras no tanto, otras feliz, día a día, es fundamental porque es la que marcará la pauta. Yo creo que la buena o mala suerte se atrae (o interpreta) en función de nuestra actitud. Siguiendo el ejemplo de nosurrender, que se te pinche una rueda lo puedes interpretar como mala suerte o como un imponderable. Puedes quejarte cuando sucede y ponerte a buscarle un por qué o puedes bajarte del coche, remangarte y ponerte a cambiar la rueda.
Mi padre tiene una sabia frase que siempre nos dice en estos casos: "Colabora con lo inevitable".
Un beso.

BACCD dijo...

Después del "¿por qué?" tuyo me ha venido a la mente mi "teoría de la señal", que es lo que he leído a continuación en tu post. Vale, veo que no te voy a solucionar nada. Y es que creo que cuando los infortunios vienen uno detrás de otro, cuando no has salido de una que ya estás cayendo en otra, "algo hay que no hago bien".

Sí, a veces se podría achacar a una especie de castigo. Pero creo que en gran parte se relaciona con el propio presente, con una decisión o una acción que, en el fondo, no nos convienen. O simplemente puede tratarse de una catapulta para pasar a otro estadio. Por ejemplo, si estamos en una situación muy agobiante, es posible que ésta acelere una decisión o un acto que posteriormente nos sean más beneficiosos y que, de otra manera, no habríamos tomado o realizado. En fin, que soy partidaria de hacer caso a las señales, pero no creo que siempre deba achacarse eso a un castigo.

Cierto es también, como comentáis arriba, que el estado de ánimo con que se toman las cosas influye mucho a la hora de sobrellevar, superar o hundir más la situación. Y, dado el estado variable de ánimo de los humanos, nos convertimos en una montaña rusa andante.

¡Que la lluvia amaine y se aclaren las nubes, Antígona!

¡Un beso y un abrazo muy grandes!

Ana dijo...

Bien...
Si tiene solución, soluciónalo y deja de preocuparte por los por qués, cómos, cuándos y demás.

Si no tiene solución, no te preocupes, porque es inútil, agotador, y ya sabes que los esfuerzos inútiles producen melancolía.

Y cuídate, y un beso muy grande.
Siempre acaba saliendo el sol. No lo dudes.
Muás!

Antígona dijo...

Kpax, te agradezco que te pases por aquí y el comentario que has dejado, pero no entiendo muy bien lo que quieres decir. Estoy de acuerdo en que la educación puede determinar la estabilidad emocional de una persona, y en que el saber es a veces mucho más doloroso que la ignorancia -no en balde se ha afirmado que “la ignorancia es la felicidad”- pero no consigo relacionar esto que dices con el contenido del post.

¿Alguna aclaración?

Bienvenido a esta casa y un saludo.

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En efecto, Coronel, las preguntas no conducen a nada en estos casos y sólo merman nuestras energías y nuestro buen ánimo en el momento en que más necesitamos echar mano de ellos. Son inevitables, sí, porque el interrogante por las causas se dispara automáticamente en nuestra cabeza. Es más, si de repente se rompe una ventana en nuestra casa no admitiríamos que alguien nos dijera que puede no haber una causa para ello. Sencillamente, comprendemos la realidad que nos rodea proyectando las categorías de la causa y el efecto, y sólo por eso ésta nos resulta mínimamente inteligible. Pero hay que admitir igualmente que la causa y el efecto son categorías nuestras, y que no todos los ámbitos de la realidad ni de nuestra experiencia se ajustan a ellas.

También yo creo que nuestras actitudes atraen aquello que después interpretamos como buena o mala suerte. Pero no siempre. Y aun así, mejor adoptar la actitud de “al mal tiempo, buena cara” que amargarse ante los infortunios. Porque entonces el infortunio es mucho peor: además de cargar con él, tenemos que cargar con los sentimientos negativos que nos genera, que tornan mucho más dificultosa cualquier solución.

¡Un beso!

Antígona dijo...

Supongo que la cuestión, Dusch, es distinguir entre señales y señales. Hay acontecimientos negativos que, si lo pensamos bien, parece claro que proceden de nuestros propios errores, o de decisiones que, pese a tomar con la mejor intención, probablemente partieron de una falta de conocimiento suficiente de nosotros mismos o de la realidad que nos circundaba. A esas señales creo que sí que hay que hacerles caso, precisamente porque está en nuestra mano, a corto o largo plazo, que nuestra situación mejore. Pero el problema viene cuando todo, absolutamente todo, lo interpretamos como una señal. Lo cual no quiere decir que en determinados momentos o estados anímicos sea fácil discernir entre las cosas que son resultado de nuestros actos o actitudes y aquellas cosas que simplemente son fruto del azar.

En cuanto a la idea del castigo, pienso, como he dicho antes, que proviene fundamentalmente de nuestra educación cristiana, que nos hace pecadores y por tanto susceptibles de ser castigados desde el instante mismo de nuestro nacimiento. Hay que librarse de esos absurdos sentimientos de culpa que nos llevan a creernos responsables de todo. Somos responsables de muchas cosas, sí. Pero no de todo aquello que nos pasa, sea bueno o malo.

El cielo terminará por despejarse, querida Dusch. ¿No dicen eso de que no hay mal que dure cien años? ;)

¡Un beso enorme!

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Ay, Arbolillo, gran consejo el tuyo, pero a veces el paso más costoso es darse cuenta de qué cosas tienen solución y qué cosas no la tienen. Pero te haré caso. No estamos para esfuerzos inútiles, no señor. Que yo con los útiles ya tengo más que de sobra.

Me alegro de verte por aquí, ¡que se te echaba de menos, niña!

Cuídate mucho tú también, ¿eh?, aunque yo ya sé que sabes hacerlo perfectamente, y más con ese genio que tienes ;)

¡Un besazo!

Anónimo dijo...

claro, es que todo es un viaje interior y ahí están las señales, caminos y efectos mariposa.
Pero no crees que los caminos interiores pueden interactuar?
Dos personas en la oscuridad pueden ayudarse mutuamente para encontrar el interruptor o la salida, no?
Quizás haga falta un estímulo externo para poder encontrar la verdadera señal que se esconde dentro.
Me ha encantado leerte.
Salud!