Si algo en mí restara de razón, se me abriría en el espejo el horror que hace ya años se me oculta: la expresión petrificada y agria de la piel gastada, las greñas grises y encrespadas de colegial mal peinado, la opacidad gélida y vacía de mis ojos. Como si nada en ellos mirara hacia dentro y en mí todo se redujera a esa superficie roída de mi cuerpo renqueante, de mi gordura vieja, de la suciedad de las vendas apuntalando los tobillos hinchados que aún a veces me evocaría la de las sábanas sobadas con mi propia desvergüenza en venta.
Si toda mi cordura no hubiera huido silbando por el puente de mi boca desdentada, goteando babosa por la senda de las comisuras, pondría fin a los bramidos de mi voz inmoderada y salvaje, ésos con los que maldigo a la horda canina, ruidosa, pestilente, que me acompaña noche y día. Pobres hijos tontos de mi soledad, recogidos en cualquier esquina, desahogo de mi rabia y de las migajas amorosas que todavía ahuecan el centro más lacerante de tanto grito.
Si algo de juicio me habitara, no me sentaría en el suelo a parlotear con el silencio, caminando de la risa rota al lloriqueo infantil fruto de emociones espectrales, contemplando ora con odio, ora con indiferencia ciega, las figuras que ante mí aceleran su paso y giran sus cabezas testificando mi inexistencia.
Porque entonces percibiría cómo el contorno aún lejano de estos despojos que soy, de esta carne arrastrada de mano en mano de puta ida y vieja, agrede las pupilas de un mundo que se quiere civilizado a golpe de jabón y desodorante, de pulcritud e hipocresía, forzándolas a batirse en retirada, a limpiarse de la mancha maloliente de mi imagen, a ausentarse de la presencia de mis ropas descompuestas.
En ese caso, tal vez me aventuraría en las tardes lluviosas a echar la vista atrás para bucear en las fuentes de mi desgracia. Aun cuando sólo fuera en un vano intento por abarcar desde la distancia precisa la medida ahora inconmensurable de esta amargura, y dejar por un instante de ahogarme en ella. Amargura dueña de mis labios, señora de mi voz chillona, ama de mi caminar pesado junto a mis perros malolientes. Amargura cosida a mi piel con una inconsciencia bruta que me impide siquiera reconocerla. Amargura que así transparecería, nítidamente perfilada, del recuerdo de todos los errores que abonaron los siguientes, de la trayectoria equivocada trazada por mi propia mano buscando el olvido de su probable castigo.
No. No se me nublarían mi origen desdichado, mi niñez apaleada, mi cortedad juvenil. Pero tampoco aquella urgencia insensata por escapar de la pobreza, la altanería estúpida de la belleza temprana, mi altivo desprecio ante el imparable giro de las saetas, ante las manos sinceramente tendidas. Cualquiera sabe que no hay miseria, infortunio o brutalidad humana capaces de arrancar de cuajo la buena simiente que lucha por crecer. Y yo no luché. Cualquiera sabe que los mordiscos dados en el alma ajena acaban doliendo en los propios dientes hasta hacerlos caer en pedazos. Y yo mordí con saña. Pero de saberlo, también sabría, en una pirueta lógica imposible, que es la ausencia en mí de ese saber quebrado por la sinrazón quien hace brotar alguna vez de la tierra helada, a la luz de un día soleado, flores mansas de alegría infantil que regalan graciosamente de mi boca una mueca aún parecida a una sonrisa.
Si algo en mí quedara de razón podría entonces, tal vez, escribir estas líneas. Y no puedo. Apenas aprendí a leer y estas manos de uñas sucias, cuarteadas por el roce fariseo, jamás acertaron a sostener un lápiz. ¿Para qué? Las putas no escriben. Sobre sus cuerpos se escribe sin querer dejar huella.
Pero quién sabe. A lo mejor sí resta en mí ese poso de cordura. A lo mejor sí alcanzo a percibir algo de eso que nunca me será dado escribir. Quizás todo se limite a que ya ninguna mirada puede herirme, después de tantos ojos fríos. Ni tan siquiera la tuya. Esa mirada tuya que sólo logra vestirse de compasión apuntándome a la sección de la locura.
Si toda mi cordura no hubiera huido silbando por el puente de mi boca desdentada, goteando babosa por la senda de las comisuras, pondría fin a los bramidos de mi voz inmoderada y salvaje, ésos con los que maldigo a la horda canina, ruidosa, pestilente, que me acompaña noche y día. Pobres hijos tontos de mi soledad, recogidos en cualquier esquina, desahogo de mi rabia y de las migajas amorosas que todavía ahuecan el centro más lacerante de tanto grito.
Si algo de juicio me habitara, no me sentaría en el suelo a parlotear con el silencio, caminando de la risa rota al lloriqueo infantil fruto de emociones espectrales, contemplando ora con odio, ora con indiferencia ciega, las figuras que ante mí aceleran su paso y giran sus cabezas testificando mi inexistencia.
Porque entonces percibiría cómo el contorno aún lejano de estos despojos que soy, de esta carne arrastrada de mano en mano de puta ida y vieja, agrede las pupilas de un mundo que se quiere civilizado a golpe de jabón y desodorante, de pulcritud e hipocresía, forzándolas a batirse en retirada, a limpiarse de la mancha maloliente de mi imagen, a ausentarse de la presencia de mis ropas descompuestas.
En ese caso, tal vez me aventuraría en las tardes lluviosas a echar la vista atrás para bucear en las fuentes de mi desgracia. Aun cuando sólo fuera en un vano intento por abarcar desde la distancia precisa la medida ahora inconmensurable de esta amargura, y dejar por un instante de ahogarme en ella. Amargura dueña de mis labios, señora de mi voz chillona, ama de mi caminar pesado junto a mis perros malolientes. Amargura cosida a mi piel con una inconsciencia bruta que me impide siquiera reconocerla. Amargura que así transparecería, nítidamente perfilada, del recuerdo de todos los errores que abonaron los siguientes, de la trayectoria equivocada trazada por mi propia mano buscando el olvido de su probable castigo.
No. No se me nublarían mi origen desdichado, mi niñez apaleada, mi cortedad juvenil. Pero tampoco aquella urgencia insensata por escapar de la pobreza, la altanería estúpida de la belleza temprana, mi altivo desprecio ante el imparable giro de las saetas, ante las manos sinceramente tendidas. Cualquiera sabe que no hay miseria, infortunio o brutalidad humana capaces de arrancar de cuajo la buena simiente que lucha por crecer. Y yo no luché. Cualquiera sabe que los mordiscos dados en el alma ajena acaban doliendo en los propios dientes hasta hacerlos caer en pedazos. Y yo mordí con saña. Pero de saberlo, también sabría, en una pirueta lógica imposible, que es la ausencia en mí de ese saber quebrado por la sinrazón quien hace brotar alguna vez de la tierra helada, a la luz de un día soleado, flores mansas de alegría infantil que regalan graciosamente de mi boca una mueca aún parecida a una sonrisa.
Si algo en mí quedara de razón podría entonces, tal vez, escribir estas líneas. Y no puedo. Apenas aprendí a leer y estas manos de uñas sucias, cuarteadas por el roce fariseo, jamás acertaron a sostener un lápiz. ¿Para qué? Las putas no escriben. Sobre sus cuerpos se escribe sin querer dejar huella.
Pero quién sabe. A lo mejor sí resta en mí ese poso de cordura. A lo mejor sí alcanzo a percibir algo de eso que nunca me será dado escribir. Quizás todo se limite a que ya ninguna mirada puede herirme, después de tantos ojos fríos. Ni tan siquiera la tuya. Esa mirada tuya que sólo logra vestirse de compasión apuntándome a la sección de la locura.
21 comentarios:
Lo pero de este autorretrato es lo que tiene de universal.
Con tu permiso, lo volveré a mirar más tardes... cuando mi punto de vista sea un poco más positivo que ahora acabé triste.
Besos
GUAAAAUUUU!!
De dónde sacas la inspiración?
Es una hermosura!!
Un beso, eres un crack, ninia!!
Muá.
Dios mío, Antígona, es fuertísimo. Y tiene partes realmente excelentes. Cuando decís "Cualquiera sabe que no hay miseria, infortunio o brutalidad humana capaces de arrancar de cuajo la buena simiente que lucha por crecer", eso es fabuloso, mujer.
Desasosegante, mucho, más por lo que tiene de lucidez que de locura y una tan cruda desesperanza.
A veces me ha parecido imaginar una historia similar en cualquier rincón de mi ciudad, en un banco o bajo unos cartones su cuerpo.
Y una muy tenue línea entre su lado y el mío. Asi que no miro nunca con compasión, es mas bien temor.
Muy bueno, Antígona. Besote!!!
Bueno, Tako, supongo que todos llevamos con nosotros la posibilidad de acabar nuestras vidas lamentando lo que fueron, maldiciendo las decisiones tomadas por el lugar inhabitable al que nos condujeron, arrepintiéndonos de nuestros errores. O incluso más allá de la frontera de la locura, si la situación nos resulta tan inaceptable que algo en nosotros opta por huir en espíritu de ella. Pero igualmente contamos siempre con la posibilidad de, al menos, tratar de evitarlo. La que aquí aparece es sólo la primera posibilidad.
Así que nada de tristezas, anda :)
¡Un beso grande!
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¡GUAU, GUAU! :P
Pues en este caso, la inspiración viene de un personaje que vive por mi barrio y sobre el que he pensado muchas veces. Nada tan inspirador como la propia realidad.
Gracias, guapa, ¡tú sí que eres un crack!
¡Besote!
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Hola, Víctor, gracias por pasarte por aquí y por la invitación.
Un abrazo, y feliz Navidad para ti, que yo personalmente las odio :P
Precisamente sobre esa frase, Arcángel, he estado dudando mucho. Porque no tengo tan claro que no haya condiciones extremas en las que sea verdaderamente difícil, si no imposible, optar por la bondad. O en las que optar por ella fuera un acto de heroicidad que a nadie se nos debería pedir. De todos modos, las condiciones de mi personaje, tal y como yo las he imaginado, no son extremas. Por eso, si rehuimos la hipótesis de la locura, podría reflexionar sobre ellas y saber que ella misma es en gran medida responsable de su desgracia.
¡Un beso!
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De eso se trataba, Margot. Tendemos a ver locura en aquello que no comprendemos, o en aquello frente a lo cual preferimos alzar una barrera para no comprender, precisamente por lo que apuntas al final. Porque vemos en nosotros mismos el riesgo de correr la misma suerte, el peligro de abocarnos a una desgracia que, al mirar hacia atrás, nos parecería evitable. De ahí nuestro temor. Nuestra voluntad de incomprensión, de relegar al plano de lo incomprensible, de lo ininteligible, sólo es un subterfugio más para apaciguar el miedo que personajes como éste nos producen.
Por desgracia, aunque esta historia sea inventada, o inventada sobre un personaje real a quien desconozco, debe de ser más frecuente en la realidad de lo que sería deseable. De todos modos, tiendo a pensar que en esas vidas suele haber más elementos de mala suerte que de error. La vida es muy perra para algunos.
¡Un beso sin compasión! :P
El jabón y el desodorante sólo afectan a los más superficiales milímetros de la dermis de esta sociedad purulenta que juega con nosotros. La diferencia entre quien habla solo rodeado de perros y quien lo hace para sí rodeado de espectros es insignificante.
Nos asustan los locos como nos asustan los espejos, y nos quema la pregunta dylaniana
Decías que nunca te comprometerías
con el misterioso vagabundo,
pero ahora te das cuenta
de que no vendía ninguna coartada
y mientras miras fijamente en el vacío de sus ojos
le dices, ¿hacemos un trato?
¿Qué se siente, dime
qué se siente al estar contigo misma
al estar sin un hogar, como una completa desconocida
como un canto rodado?
Doctora, escribe usted tan bien!
Besos, Antígona!
Dió placer y redimió a muchos sin exigir ser amada ni obligar a nadie a despedirse después...
Escuchó imnumerables sueños, y palabras entre sonrisas y paciencia...
Ni engañó ni discriminó. Por el contrario dio alivio y estímulo...
Fue confidente. Y compartió la cama con el que no tiene reposo...
No detuvo ni sujetó a nadie. Fue libertad. Fue fluidez...
Aunque nunca llevase el corazón ardiendo bajo el pecho que se dejaba acariciar... Fue puta.
Y tú, amiga Antígona, has convertido los claroscuros de su retrato en un hecho poético de altura.
brava! como se gritaba en alguna época pretérita, en los viejos, bellos y acartonados teatros de ópera, a las divas del bel canto.
Es una parte crudentísima de un retrato que, a pesar de todo, puede tener un revés.
Tanta amargura destila su cuerpo como dignidad y honor podría.
No hace mucho he acabado La ciudad de las bestias de I. Allende, y, aunque no me ha gustado, se puede sacar agua, como casi de toda alberca:
La nueva jefa del ojo del mundo (una tribu amazónica) se presentó ante la expedición desnuda, según la costumbre de la tribu, muy orgullosa de exhibir sus pliegues y arrugas, el gastado pelo, la mirada turbia. Todo ello en sí constituía presentación del alto grado de sabiduría, que sólo tienen los que llegan a ancianos.
En cuanto a escribir... estoy de acuerdo. Eres muy buena. Lo sé porque cuando salgo de aquí no soy la misma que cuando entré.
Un beso.
¡Confirmado! La "doctora" Antigona, no necesita los talleres de relato a los que algunos acudimos. Sólo podría ir en condición de maestra. ¡Qué envidia!. Yo, a los reyes, tan próximos, les pido aprender a escribir así. Desasosegante, turbador relato. Magnífico. Como siempre.
Besos
Las putas no esriben, ¡pero pueden contar tantas historiaas...!
Simplemte, contundente tu relato.
Pues sí, NoSurrender, esta sociedad huele mal aun por debajo del jabón y del desodorante. No puede ser de otra manera: cuando algo está podrido, no es posible disimular su pestilencia ni con litros del más caro perfume. Las apariencias más dispares, más contrapuestas, esconden realidades no tan lejanas, a veces incluso idénticas. Pero tendemos a dejarnos deslumbrar por las apariencias. Ya lo descubrió Platón hace muchos siglos.
Y te doy la razón: en cada loco vemos el reflejo de nuestro posible locura, presente o futura. El mundo moderno genera más locos de los que se han generado a lo largo de toda la historia, y aunque no queramos aceptarlo, sabemos en el fondo que también nosotros podemos ser sus víctimas. Por causa del miedo, nos resulta fácil refugiarnos en la imagen del loco como el Otro absoluto, el Otro radical, aquel que nada tiene que ver conmigo. Sin embargo, las fronteras entre la cordura y la locura son tremendamente borrosas, y nunca estables.
El que escribe como los ángeles es el señor Dylan, doctor Lagarto, me encanta la mezcla de contundencia y poesía que tiene esta letra. Tratemos de huir de la posibilidad de convertirnos en ese canto rodado.
¡Un beso, doctor!
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Planteas una visión un tanto idealizada, amigo Carrascus, aunque no del todo incierta, de lo que significa ser puta. Es una manera de verlo que trata de dotar de dignidad a un ejercicio que, en principio, no tiene por qué no tener. Pero supongo que todo depende de las condiciones en que se lleve a cabo y por lo general no son precisamente favorables. Contando además con el hecho de que el deterioro físico de la vejez le afecta muchísimo más que a otras profesiones, puesto que el elemento con el que comercia es la carne. Como canta Silvio, “dicen que es duro el oficio de flor / cuando sus pétalos se ajan al sol”.
Por otra parte, no es su oficio de puta, o al menos no principalmente, lo que el personaje que he imaginado lamenta, sino errores, equivocaciones en su trayecto que cualquiera podríamos cometer y que ahora la abocan a la soledad y a la ausencia en su vida de todo afecto. Sabe que no ha actuado bien, que ha causado dolor a su paso, cuando podría haberlo evitado. Y ahí sitúa la causa de su actual desgracia.
En cuanto a la poesía del escrito, gracias por tus palabras, pero me quedo con la de Dylan o la de Silvio :)
¡Un beso!
Cacho de pan, me encantaría estar en uno de esos viejos teatros de ópera. Pero siempre que cante otro, que si lo hago yo me iba a quedar sola en la sala. Prefiero hacerlo en el coche, cuando nadie me oye :)
Me alegro de que te haya gustado el escrito.
¡Un beso!
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Ojalá tuviera ese revés al que aludes, Mityu. Pero por desgracia nuestra sociedad abomina de la vejez y no le concede el más mínimo mérito. Vivimos rodeados de paneles de publicidad donde se exhiben cuerpos jóvenes y perfectos. La televisión nos bombardea con anuncios de cremas antiarrugas: ¡la arruga es no sólo fea, sino horrorosa! Nuestro mundo no acepta la vejez, sólo da valor a lo nuevo. Y con ello no se da cuenta de que destierra la sabiduría que la experiencia de vida otorga a los viejos.
Esta visión es aún más cruel para la mujer. Porque venimos de una mentalidad en la que su valía sólo dependía de su belleza y de su juventud, y esa mentalidad no ha sido aún abolida. Al hombre viejo aún puede concedérsele la virtud de la inteligencia. La mujer vieja acaba antes convertida en un trasto inútil. Inútil y necesariamente feo, dada su falta de juventud.
Ays, qué mundo éste. Así nos va, claro.
No sé si seré buena, Mityu, para mí soy sólo una aficionada más a la que le divierte ponerse a escribir cosas como ésta. Pero me halaga enormemente que me digas que al salir de aquí no eres la misma. Escribimos para transmitir cosas, para llegar a las mentes y a los corazones de otros. Y si uno logra eso, ya se puede dar por más que satisfecho.
¡Un beso!
Querido Koolau, iría gustosa a un taller de relato si tuviera tiempo, ese bien tan preciado que últimamente escasea tanto en mi vida. ¡Y por supuesto que como alumna! Para maestros, los verdaderos escritores, los que no sólo escriben por afición sino porque, como decía Rilke a aquel joven poeta, no pueden no escribir, no conciben su vida sin escribir.
No malgastes tus peticiones a los reyes, Koolau, que tú ya escribes muy bien en tu propio estilo. Y eso es lo que creo que, si se tiene tiempo y ganas para ello, como tú, hay que desarrollar: lo que a uno le sale de dentro y del modo en que le sale.
¡Un beso!
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Claro que sí, Veí, la cuestión es si les gustaría contarlas, si les valdría la pena o tendrían ganas de hacerlo. Mi personaje sólo se justifica por no saber escribir, por no haber hecho el esfuerzo de aprender o no haber tenido la posibilidad de hacerlo. En el fondo, dentro de la estructura del escrito, sólo pretendía jugar con la idea de la imposibilidad. Escribe alguien que no puede hacerlo, porque no sabe. Reflexiona alguien que quizás tampoco pueda, si cabe la posibilidad de que haya perdido la razón.
¡Un beso!
Parece que lo más bonito del autorretrato que has hecho sea el cuadro.
Escribes demasiado bien, excelente, eres excepcional. Me pareció leer un libro de algún escritor consagrado, te lo juro.
Tengo un pero, lamentablemente: me he aburrido.
Perdona mi impaciencia.
Podría ser un autoretrato de las horas bajas de alguien, un día malo, algo que subyace aún queriéndolo tapar con risas, distracciones de otro mundo, estúpidas excusas. Somos todo eso y mas. Un puzzle generado en la niñez con piezas que no casan, con historias que no mueren, con pasados que nos persiguen y pesan. Todos tenemos un pasado, en el presente lo metemos debajo de la alfombra, como quien quitase el polvo a cualquier mueble y quisiera pensar que ese polvo ya no volverá jamás. Somos eso, la suma de dolores. De errores, propios, ajenos. Nos arrastramos con ellos, una especie de supervivientes rotos, que ansían un futuro limpio, donde todo sea nítido y nada nos impida avanzar. Hay mucho trabajo, queda mucho por hacer, pero tu tienes muy bien perfilado el contorno de tus desidias, demasiado, y quizás sea así mas fácil atacarlas, minarlas, incluso volverles la vista, poder apartarlas. Creo que tienes la mitad del camino andado resuelto, y ahora te queda lo nuevo, que no entrará en ti sino le dejas espacio, y tu te mereces ese espacio de aire limpio, y desarrollarte como la grande que eres, de sentimientos, de transmisión de estados, de un montón de cosas buenas que se visten de luto un mal día de estos. No creo que nadie te tenga compasión, a mi mas bien me inspiras ternura, fuerza, y coraje. Porque tienes a todos tus fantasmas en fila mirándote, y te veo dispuesta, por lo menos, a encararlos. Y ese es un buen principio, esa es la actitud.
Ya te lo digo, esto es un día malo.... vendrán buenos donde todo esto te haga reir, y sepas, y sientas, que lo peor ya ha pasado, y que es eso, pasado, y tu ya estás en la dimensión del presente, dispuesta a aprovecharla, porque tu sensibilidad abarcará nuevas batallas que sí te valgan la pena.
Te lo mereces todo, y yo te lo dseo todo. Por cierto, a mi, me encanta la gente que habla sola, y ya si se dan réplica en un post tan perfecto, ni te cuento lo que puedo ser capaz de admirarlos y adorarlos.
Sigue, adelante.
La vida es así, caprichosa, no dejes que te gane la partida, o tu, o tu, y nada ni nadie mas.
Vamos, que tienes un horizonte bonito, no pierdas ahora la fe, agárrate a el con esas uñas y esos dientes de los que hablas.
Un besazo fuerte, amorcito, te echaba de menos.
Ya, Juan Rafael, y el cuadro tiene poco de "bonito" y sí mucho de inquietante, ¿no? Pero bueno, hay realidades muy duras más allá de la nuestra, y creo que vale la pena pararse a pensar sobre ellas para que un día no terminemos sumidos en una parecida.
¡Un beso!
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Tarántula, pues si te has aburrido te has aburrido. Qué le vamos a hacer. Nunca puede llover a gusto de todos, ni yo puedo pretenderlo, claro.
Gracias por pasarte y un saludo.
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Claro que sí, Delirium, todos podríamos hacer en un momento dado un autorretrato así. El problema es cuando uno lo hace al final de su vida, cuando siente que ya no le quedan ni tiempo ni fuerzas para enmendar sus errores, cuando se ve hundido en el fango hasta el cuello y ya sin recursos materiales, afectivos o anímicos con los que salir de él. Todos corremos el peligro de abocarnos a un final así. Todos podemos equivocarnos en nuestras decisiones y descubrirnos de repente ya viejos y desgraciados. Pero tener presentes historias como éstas es lo que puede tal vez ayudarnos a estar alerta para tratar de evitarlo.
En cualquier caso, no te preocupes, niña, que aunque el post se titule “Autorretrato”, no tiene nada de autobiográfico. No negaré que todos ponemos cosas nuestras, percepciones o intuiciones propias en aquello que escribimos. Pero el personaje de la historia no soy yo ni me he inspirado en nada de mi propia vida para dibujarlo. Si acaso, lo más mío en todo esto es el temor que a todos nos suscitan personajes como éste, precisamente porque en ellos vemos reflejadas posibilidades de las que probalmente nunca estemos tan lejos como queremos creer.
Siempre es una alegría tenerte por aquí, guapa :)
¡Un besazo!
Justo hoy he acabado con el novelón del señor Little, "les bienveillantes", que en sus primeras páginas habla del largo período de tiempo en que nos arrastramos por la tierra en forma de oruga, esperando la metamorfosi que nos transformará en la más bella de las mariposas. Hasta que, con el paso del tiempo, constatamos que siempre seguiremos siendo orugas. A no ser, claro, que seamos checos y acabemos siendo un escarabajo.
No sé, Dersu, aun cuando todos seamos orugas y nunca dejemos de arrastrarnos por el fango, aun cuando nunca nos transformemos en la mariposa que esperábamos ser, sí creo que hay orugas más repugnantes que otras, más babosas, más desagradables. Supongo que el objetivo está en no acabar convirtiéndonos en algo todavía peor de lo que fue nuestro punto de partida. Por lo menos en lo que de nuestra voluntad dependa.
El pobre Gregor Samsa, ay, es que tuvo muy mala suerte. ¿Qué había hecho el pobre para acabar convertido en escarabajo? Como decía antes, la vida es muy puta para muchos. Crucemos los dedos por no correr la misma suerte.
¡Un beso!
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