Expulsados del calor de las aguas originarias alcanzamos esta orilla como náufragos desnudos, sin más posesión que el aire abriéndose camino por nuestras minúsculas arterias, en el llanto un arma única para sostener la fragilidad de la vida incipiente. Éramos sólo carencia y sólo eso. De ahí que todo nos fuera dado al comienzo, cuando apenas asomábamos a una conciencia somnolienta aún ajena al cálculo, obligada a aceptar en ausencia de elección previa, de valoración premeditada. No puede negarse que ya entonces nos rozaba la pérdida. Los niños aprenden que los juguetes nuevos deben reemplazar a los viejos. Pero más allá de los necesariamente impuestos y seguros, de los cercanos e incondicionales, no podían nuestros afectos infantiles ser duraderos. La inexperiencia fuerza al olvido ante la novedad siempre gozosa, siempre infinita para el ojo falto de pericia. Braceábamos en medio de un torrente vertiginoso de dádivas, de un constante fluir de obsequios donde lo restado a lo adquirido no hería con huellas perceptibles.
Sólo más tarde se nos iría revelando que algunos objetos, algunos rostros, tienden a ajustarse con mayor precisión a nuestros contornos y merecen por ello ser salvados del flujo imparable y asidos con fuerza. Guiados por ese hilo llegamos a descubrir el mecanismo de un intercambio sagrado: imposible recibir sin dar, si todo acoger depende de la existencia de un espacio que brindar, si todo retener necesita de una oquedad donde albergar lo deseado. De lo contrario se impondrá el pasar de largo, si acaso la fugaz permanencia sin arraigo, extraña al crecimiento y a la maduración fructífera. Pero fue el transcurrir del tiempo el que nos legó el último y más amargo aprendizaje: el de los límites, difusos pero indudables, en ocasiones maleables aunque nunca infinitos, de los habitáculos en nuestra alma destinados a la hospitalidad y el cuidado, a la imprescindible dedicación que permite aceptar cada regalo.
No nos quedó entonces sino someternos al árduo ejercicio de la economía anímica, de la administración de interiores, de la gestión de esfuerzos. Al cómputo mesurado de valores, de rendimientos vitales, esenciales o regidos por las circunstancias. Porque sobrevenido cierto grado de completud, toda nueva carta de admisión requiere el proporcional desalojo y liberación del terreno que le dé cabida. No hay lugar suficiente en nuestra mesa para todos los comensales que querríamos a nuestro lado. Quizás ya ni siquiera se trate de despachar a unos para invitar a otros, sino del impulso a agasajar debidamente a quienes más sinceras sonrisas nos prodigan y arrancan. E incluso habrá momentos en que el número de sillas precise de una drástica reducción si quiere la fortuna que hallemos en la mirada de uno de nuestros huéspedes ese fuego donde arder indefinidamente bajo el fuelle nutricio que concentre todo nuestro aliento.
Aún a veces nos entregamos en la ensoñación al espejismo infantil de un recibir ajeno a todo saber de sus fronteras, aferrados a la ilusión de un devenir que lograra cifrarse en un cúmulo ilimitado de tesoros. Tal vez habite en aquella carencia primera e irrebasable, la que nos acompañará de principio a fin, el tiránico dictador de la ley de la conservación, la condena al dolor en el soltar y necesario desprenderse de lo que no por precioso cabe sustraer a rangos y jerarquías. La carencia madre del horror al vacío, si ninguna plenitud se asegura eterna ni amortigua la constante amenaza de desposesión.
Con excesiva facilidad olvidamos que desde el instante de ese irrumpir sanguinoliento todo fue y sigue siendo un regalo, un añadido que suma y suma desde el cero primigenio. Que hasta la pérdida resulta ganancia en el cómputo global, enriquecida además, pese a su lógica caprichosa y enigmática, por la plusvalía de la memoria. Como olvidamos que desnudos alcanzamos esta orilla y también desnudos habremos de abandonarla.
Una y otra vez tendremos que aprender la enseñanza apenas asumible, siempre inevitable: soltar. ¿Por qué no como quien suelta un valioso lastre? Liberándonos con él del temor y la pesadumbre. Acaso con una falsa alegría que persiga en su propio gesto transformarse en su verdad.
No, queridos y queridas. El blog no lo suelto. Todavía no. Antígona aún tiene muchos rollos que soltaros :)
Sólo más tarde se nos iría revelando que algunos objetos, algunos rostros, tienden a ajustarse con mayor precisión a nuestros contornos y merecen por ello ser salvados del flujo imparable y asidos con fuerza. Guiados por ese hilo llegamos a descubrir el mecanismo de un intercambio sagrado: imposible recibir sin dar, si todo acoger depende de la existencia de un espacio que brindar, si todo retener necesita de una oquedad donde albergar lo deseado. De lo contrario se impondrá el pasar de largo, si acaso la fugaz permanencia sin arraigo, extraña al crecimiento y a la maduración fructífera. Pero fue el transcurrir del tiempo el que nos legó el último y más amargo aprendizaje: el de los límites, difusos pero indudables, en ocasiones maleables aunque nunca infinitos, de los habitáculos en nuestra alma destinados a la hospitalidad y el cuidado, a la imprescindible dedicación que permite aceptar cada regalo.
No nos quedó entonces sino someternos al árduo ejercicio de la economía anímica, de la administración de interiores, de la gestión de esfuerzos. Al cómputo mesurado de valores, de rendimientos vitales, esenciales o regidos por las circunstancias. Porque sobrevenido cierto grado de completud, toda nueva carta de admisión requiere el proporcional desalojo y liberación del terreno que le dé cabida. No hay lugar suficiente en nuestra mesa para todos los comensales que querríamos a nuestro lado. Quizás ya ni siquiera se trate de despachar a unos para invitar a otros, sino del impulso a agasajar debidamente a quienes más sinceras sonrisas nos prodigan y arrancan. E incluso habrá momentos en que el número de sillas precise de una drástica reducción si quiere la fortuna que hallemos en la mirada de uno de nuestros huéspedes ese fuego donde arder indefinidamente bajo el fuelle nutricio que concentre todo nuestro aliento.
Aún a veces nos entregamos en la ensoñación al espejismo infantil de un recibir ajeno a todo saber de sus fronteras, aferrados a la ilusión de un devenir que lograra cifrarse en un cúmulo ilimitado de tesoros. Tal vez habite en aquella carencia primera e irrebasable, la que nos acompañará de principio a fin, el tiránico dictador de la ley de la conservación, la condena al dolor en el soltar y necesario desprenderse de lo que no por precioso cabe sustraer a rangos y jerarquías. La carencia madre del horror al vacío, si ninguna plenitud se asegura eterna ni amortigua la constante amenaza de desposesión.
Con excesiva facilidad olvidamos que desde el instante de ese irrumpir sanguinoliento todo fue y sigue siendo un regalo, un añadido que suma y suma desde el cero primigenio. Que hasta la pérdida resulta ganancia en el cómputo global, enriquecida además, pese a su lógica caprichosa y enigmática, por la plusvalía de la memoria. Como olvidamos que desnudos alcanzamos esta orilla y también desnudos habremos de abandonarla.
Una y otra vez tendremos que aprender la enseñanza apenas asumible, siempre inevitable: soltar. ¿Por qué no como quien suelta un valioso lastre? Liberándonos con él del temor y la pesadumbre. Acaso con una falsa alegría que persiga en su propio gesto transformarse en su verdad.
No, queridos y queridas. El blog no lo suelto. Todavía no. Antígona aún tiene muchos rollos que soltaros :)
30 comentarios:
Nos cuesta soltar determinadas cosas, o personas.
Sin embargo, no hacerlo a tiempo genera malestar, acabamos convirtiéndolos en trastos viejos.
Cada cosa/persona tiene un tiempo, un momento para nosotros. Pasado ese momento, estorba y podemos hacer daño.
Creo que tenías ganas de soltar algo... o a alguien.
Y es que eso de la hospitalidad... ayyyyy!!!!
Celébralo con una rica infusión calentita y a dormir. Es lo que voy a hacer yo ahorita mismo.
Un beso, hermosa.
Claro que nos cuesta soltar lastres,muchas veces creemos que eso nos conecta con la vida sin dar pasos hacia otras viviencias.Me gustò muchìsimo este post.UN beso
A veces pienso que madurar, un horrible palabro que pocas veces utilizo sustituido por ese otro que me gusta más que es crecer (manías de cada cual) es aprender tanteando esos límites, los del dar y soltar con garbo y salero. Aprender que hay regalos que deben llegar y luego marchar y dejarlos ir, que no todo nos cabe o que hay que hacer esfuerzos para que así sea. Y que Arquímedes tenía razón y los principios están para aprender de ellos porque ninguno estamos preparados para el desbordamiento.
Me gusta esa idea de que todo nos llega como regalo y como tal hay que cuidarlo, sin asfixiar, sin asfixiarnos...
Ays del equilibrio, mi querída Antígona, verdad? Siempre a vueltas con la reciprocidad y la mesura.
Un besote alegre y cantarín, de los de verdad.
Podremos despojarnos de todo... podremos abandonar la orilla desnudos de ropa... pero después de leerte, cuando nos vayamos así, estaremos vestidos de poesía.
Besos.
Sing of the times, que diría ElartistantesconocidocomoPrincequedespuessellamóSímboloyahoravuelveaserconocidocomoPrince.
Hoy día NUEVO es un palabro mágico que otorga a todo aquello a lo que se le asocia un valor añadido más que discutible. Mientras que VIEJO lleva asociado una carga de negatividad que tampoco merece.
Las modas y las gentes pasan. Y no siempre nos quedamos con lo mejor.
Paciencia, con el tiempo se aprende a reconocer los errores y a darse cuenta de que por mucho que uno se esfuerce está condenado a repetir los mismos errores.
En efecto, arbolito, nos cuesta mucho soltar, pero más aún cuando uno no percibe que ese tiempo al que aludes haya llegado, cuando la necesidad de soltar nos viene impuesta desde fuera, simplemente por una cuestión de pura economía, porque son ya demasiadas cosas valiosas las que acumulamos y empezamos a darnos cuenta de que no tenemos ni el tiempo ni las energías suficientes para abarcarlas todas. Entonces el soltar se convierte en algo verdaderamente doloroso, que nos obliga además a tomar conciencia de nuestros límites, cada vez más claros conforme pasa el tiempo.
No, no tenía esta vez ganas de soltar nada en concreto. Más bien me sucede últimamente todo lo contrario. Pero qué remedio, uno tiene que elegir y confiar en que no errará en sus elecciones.
¡Un beso enorme!
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Tienes razón, Fiorella, el soltar siempre nos brinda la oportunidad de que aparezcan cosas nuevas. Sólo que a veces aquello que debemos soltar no es lastre ninguno, sino más bien un tesoro entre otros, y debemos obligarnos a imaginar que lo es para hacernos más fácil el proceso del desprendimiento, para que no nos duela tanto. Tal vez un mero contrapunto a ciertos mecanismos de idealización de lo que va a perderse que aún serían más perniciosos para nosotros.
¡Un beso!
Pues sí, Margot, también yo pienso que crecer o madurar significa tomar poco a poco conciencia de nuestros límites, que además cada vez son más porque también nuestras fuerzas y energías van menguando. Por más esfuerzos que hagamos, por más que tensemos la cuerda, no todo nos cabe, mucho menos todo aquello que en ocasiones la vida nos regala y desearíamos retener. Por eso hay que aprender también la renuncia. Y tratar de renunciar con alegría si no queremos amargarnos la vida. No se puede vivir desbordado, no. Y cuando uno siente que se desborda, entonces es que ha llegado el momento de liberarse de ciertas cosas por valiosas que aún nos parezcan.
Todo nos llega como un regalo, sí. Pero para aceptarlos debemos disponer de espacio, debemos poner algo de nuestra parte. Y las casas que somos son por lo general demasiado reducidas en comparación con todos los muebles, con todas las personas que querríamos acoger en ellas.
La cuestión del equilibrio es demasiado compleja. Siempre estamos en su búsqueda, y nunca tenemos la impresión de poder alcanzarlo o de tener los criterios adecuados que nos permitirían lograrlo. ¡Ay, dónde venderán balanzas que se equilibren solas!
¡Un beso inconmensurable!
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Carrascus, no te despojes de todo, eh?, y menos de la ropa, que ya empieza a hacer frío y lo que llamas mi poesía -ay, término exagerado, pero no dejo de sentirme halagada, gracias- abriga bien poco ;)
¡Un beso!
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C.E.T.I.N.A., lamentablemente ese enome palabro que nombraría a quien dijo eso de Sing of the Times no ha salido entero. Pero supongo que lo importante es que se trata de Prince, y como no conozco la canción la buscaré por la red.
No se te falta razón en lo que se refiere a las percepciones de lo nuevo y lo viejo. Solo que cuando uno va cumpliendo años acaba dándose cuenta de que siempre se trata de los mismos perros, aunque con distintos collares, y que, por tanto, nuevo y viejo no pueden ser dos categorías que definan el valor de algo. Aunque también sea verdad que lo que permanece mucho tiempo a nuestro lado puede terminar desgastándose y uno necesita cierta renovación, por más que sólo sea en las formas.
No siempre nos quedamos con lo mejor, es cierto. Y no sólo porque nos equivoquemos al elegir, sino porque no siempre las circunstancias nos son propicias a la elección.
En cuanto a los errores, yo intento personalmente ser optimista y confiar en que algo aprendemos según avanzamos en nuestro camino. Por poquito que sea. Es posible que acabe cometiendo los mismos errores que en el pasado. Pero espero que al menos, si eso sucede, sea más capaz de remontarlos que entonces. Y sobre todo, ¡ay, espero no cometerlos!
¡Un beso!
Si que soltamos cosas, sobretodo, cuando nos queman o nos pesan, no obstante, no podemos cambiar todo, ni lo que quisieramos ni lo que no. Por eso tenemos algo que se llama experiencia y que nos enseña, unos en mejor medida que otros.
Quizás no todo nos fue dado al comienzo, doctora Antígona. Quizás, incluso, nos hemos ido creando oquedades con el paso de los años, que nosotros mismos nos obligamos a llenar. Pero las oquedades artificiales tienen fecha de caducidad y la pertinaz biología se empeña siempre en cicatrizar.
Supongo que el número de sillas no es tan relevante como la solidez de las mismas. Y a mí de pequeño, por cierto, no había quien me quitara un camión determinado, ya viniera el mismísimo Rey Melchor intentando convencerme. Era blanco, con ruedas negras y puerta trasera roja. Aún lo recuerdo.
Buen trabajo, ese de la administración de interiores. Es, créame doctora, el mejor pagado. ¡Apliquemos!
Un beso.
Es cierto, Juan Rafael, sólo la experiencia puede enseñarnos qué cosas merecen nuestro esfuerzo para mantenerlas a nuestro lado y de qué otras podemos prescindir más fácilmente si es innegable que nuestra capacidad de recibir, de acumular, no es ilimitada. De todos modos, insisto, el soltar al que quería referirme no es el de esas cosas que pesan o queman, sino el que acompaña a nuestra percepción de que nuestras capacidades, nuestro tiempo, no es tan elástico como nos figurábamos y presenta límites más o menos precisos. De lo que nos estorba o molesta nos desprendemos con una sensación de liberación muy distinta a la de quien suelta sólo porque no tiene más remedio.
¡Un beso!
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No lo sé, NoSurrender. Creo que tal vez no "todo" lo que necesitábamos nos fue dado, pero me parece indudable que en el momento de aparecer por este mundo, frágiles y desnudos, sí lo fue todo lo que nos permitió seguir con vida, desde la primera caricia hasta el primer biberón. Poco podíamos hacer entonces más que recibir, y sin ese recibir simplemente estaríamos muertos.
Es posible, por otra parte, que nosotros mismos, como dices, hayamos contribuido a la creación de esos agujeros. Pero es que me parece que todos ellos emanan en el fondo de un gran agujero negro que nunca nos abandonará y que es probablemente la causa de nuestro miedo a soltar, a perder, en el temor de que aquello que ahora nos llena desaparezca y entonces echemos de menos lo que en un momento dado tuvimos que soltar. No niego que pueda haber oquedades artificiales, pero pienso que todas ellas tienen un fundamento real que además siempre se nos escapa.
Es verdad que lo importante, como apuntas, es la solidez de las sillas. Pero incluso contando con eso puede haber momentos en que debamos retirar algunas en las que vislumbrábamos potencialidades de solidez, o que simplemente hacían a ratos más acogedora y entretenida nuestra mesa. En cuanto a tu camión, ¿aún lo conservas? Porque si no lo conservas, es que también te desprendiste de él, sólo que en ese caso porque dejó de significar lo mismo para ti, porque aparecieron en ti otros intereses. En tales circunstancias el soltar no es problemático, como no lo ha sido en tantas otras por las que todos hemos pasado. Pero eso no implica que no se den circunstancias en que sí pueda serlo.
No creo que de ese trabajo de administración podamos sustraernos, doctor Lagarto, tanto si está bien pagado como si no. Y me temo que únicamente lo estará cuando la administración sea correcta y alcancemos a destinar esos interiores a lo que mayor alegría y felicidad pueda proporcionarnos.
¡Un beso!
A mí también me ha encantado.
"Con excesiva facilidad olvidamos que desde el instante de ese irrumpir sanguinoliento todo fue y sigue siendo un regalo, un añadido que suma y suma desde el cero primigenio. Que hasta la pérdida resulta ganancia en el cómputo global, enriquecida además, pese a su lógica caprichosa y enigmática, por la plusvalía de la memoria. Como olvidamos que desnudos alcanzamos esta orilla y también desnudos habremos de abandonarla."
¿Te estás refiriendo entre otros de nuestros regalos a los hijos?
Un abrazo, Antígona. creo que es la primer vez que entro. No sé. Ha sido un placer
No exactamente, Princesa, más bien quería decir que desde el momento en que nacemos todo ha sido pura ganancia, dado que a este mundo llegamos sin nada, y que por eso, incluso contando con las inevitables pérdidas que tanto lamentamos, siempre habremos salido ganando. Vinimos sin nada y nos iremos sin nada. Pero entre tanto habremos podido disfrutar de muchas cosas que simplemente se nos han ido cruzando en el camino sin que nunca lo hayamos pedido.
Sin embargo, es cierto que los hijos son un regalo más dentro de todo aquello que nos brinda la vida. O al menos lo son cuando son deseados.
Gracias por tu visita, Princesa, y me alegro de que te haya gustado el post. Sé bienvenida y vuelve siempre que quieras.
¡Un beso!
Cierto, es muy doloroso desprenderse de gente valiosa, sólo por cuestiones espaciales o temporales (entiéndase esto en sentido amplio), pero hay veces que uno no da más de sí en determinadas circunstancias. Una pena, porque estas cosas aunque son gratuitas tienen mucho valor.
Me alegro de volverte a leer, valiosa Antígona:)
Besos free;)
Parece todo matemática, ¿no? A veces la vida es difícil. Ya se que no digo nada nuevo, pero es que sólo a veces lo parece. Otras veces sigue su curso natural, y no podemos creer que un rato antes estábamos tan complicados.
El sentido de la pérdida está ligado de alguna manera al de la posesión. Pensar en economías, en transacciones dar-recibir, evocan a un mercadeo que termina volviéndose triste y pesimista. Tal vez no nos fue dado. Simplemente fue. Tal vez no se producen pérdidas siempre, sino cambios. Tal vez todo estriba en no tamizar a través de la palabra.
Ah... ¿demasiados tal vez?
Me ha encantado tu texto, antigona. Me gusta el fondo, la forma, la estructura, la temática.
Un placer leerte.
Un beso :)
Qué descripción tan intensa, tan real de lo que es la vida. Parece simple y sencilla, "vida" decimos y nada más.
Vos le pusiste los puntos, las comas, los adjetivos, el timming exactos, para describir cada momento, cada cambio, cada instante!!1
Antígona...sus rollos????
Antígona ... sus verdades!!!!
Besos
No sé por qué, pero a menudo los lastres que cuestan más de soltar son los más pesados. Quizás temamos hundirnos con ellos si los soltamos. Aunque mantenerlos tampoco nos ayude precisamente. Somos una mezcla extraña de contradicciones. O tal vez es sólo cosa mía XD
¡Un muy feliz fin de semana, Antígona!
Pues sí, Marc, aunque no sólo de gente, sino también de objetos, de actividades, de intereses... Hay cosas muy valiosas en este mundo y nunca llegaremos a alcanzar todas las que querríamos, todas las que, en un momento dado, y como bien dices, a veces gratuitamente, se nos acercan y nos muestran su valía. No damos tanto de sí, no, y por eso andamos siempre en lucha contra un tiempo que sin remedio se nos acabará. Uy, ¡que no me quiero poner trágica en esta mañana tan soleada!
Yo me alegro también de tu vuelta y de tu resurgir, estupendo Marc :)
¡Besos sin límites!
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En efecto, Arcángel, cuestión de matemática, aunque hay matemáticas más sencillas y otras más complicadas. Podemos contar las horas de las que disponemos cada día, el tiempo que queremos dedicar a cada cosa. Pero no es tan fácil calcular el tiempo que después nos llevará realmente cada actividad, ni la extensión de nuestras energías, ni tampoco el espacio mental que alguien en concreto nos ocupará. Ahí estamos, peleándonos con una matemática que en ocasiones deviene totalmente fallida.
¡Un beso!
Ésa es precisamente, Mityu, la idea que quería resaltar en el post, la de la posesión, la del impulso a atesorar objetos, relaciones, afectos, siempre tratando de llenar esa carencia que nunca se dejará colmar totalmente, siempre con miedo a perder lo atesorado. Sin embargo, el que todo ello se traduzca finalmente en una cierta economía no me parece tanto triste como real e inevitable. Somos tiempo y estando éste limitado no nos queda más remedio que gestionarlo. Es verdad que hay momentos en que no sentimos la pérdida, sino los cambios. Pero pienso que hay que ser consciente de que la pérdida nos acompaña, y de que por el camino siempre perdemos cosas valiosas. Creo que esa actitud es preferible a la de quien una vez ha perdido algo trata de restarle, de cegarse ante el valor que tenía, pues aunque esa primera actitud conlleve más pesadumbre que la segunda, nos hace justicia, a nosotros mismos y a lo que hemos vivido, de una forma más sincera.
Un placer para mí tenerte por aquí, Mityu :)
¡Un beso!
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Gracias por tus palabras, el nombre. La vida es muy complicada, sí, y no se deja en el fondo apresar con palabras. El lenguaje tan sólo puede aproximarse a ella, a sus vericuetos, a su transcurrir siempre confuso. Pero puesto que necesitamos comprenderla, no podemos dejar de analizar e intentar plasmar en palabras eso en que consiste.
No sé si digo verdades, pero lo de los rollos me parece que es innegable. ¡Que siempre me extiendo más de lo que querría y abuso de vuestra paciencia! ;)
¡Un beso!
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Ay, querida Dusch, esos lastres son los que más nos cuesta soltar. Pensamos por un lado, como dices, que nos mantienen con vida, y por otro sabemos que nos ahogan y no nos dejan volar. Porque también necesitamos ataduras, ellas nos proporcionan seguridad y la sensación de estar en un lugar conocido. Pero las ataduras pueden tornarse cadenas que no nos permitan movernos en libertad. Somos seres contradictorios, sí. Es la esencia del ser humano vivir en la contradicción. Pero no olvides que las cadenas pueden romperse, bien con violencia, bien simplemente a fuerza de desgaste. Su poder de fijación nunca es eterno. Cómo te entiendo, muchacha ;)
¡Feliz finde para ti también, y un beso grande grande!
Me ha encantado el post, Antígona.
Toda mi vida he intentado seguir esa filosofía de "soltar" y "fluir".Hay ciertos cambios y pérdidas que cuesta más de asumir y aceptar pero en mi opinión es vital hacerlo para seguir,y desprenderse de lo nos acompañó durante un tiempo y ya cumplió su función, o nosotros la nuestra en ese momento y en ese lugar.Y en eso andamos, yo además,creo es necesario afianzar la confianza sin ningún atisbo de duda en que el universo se encarga siempre de proveer.saludos troyanos!
Lo más tranquilizador del post está en la última frase. Hasta entonces, conforme iba avanzando en la lectura, llegué a temerme lo peor, que todo fuese una disculpa para decirnos que nos abandonabas, dejandonos huérfanos de tu sabiduría y elegancia narrativa.
Pero como buena narradora sabes manejar el "suspense", y reservabas un "final feliz".
besos desde la "leproseria"
Me ha encantado este texto, es tan de prenderse en la solapa... Sí, liberarse de cargas, y eso, arder en los ojos de otros, y que ellos ardan en los nuestros, y lo demás, mentira de la buena, lastres vaciós, estúpidos. Pero cómo tu sabes reciclar de maravilla, seguro que pronto tendrás los comensales adecuados sentados a tu mesa, y podrás agasajarlos con tu esencia, que es preciosa, e infinita.
UN BESAZO, POETA¡
Troyana, me gusta lo que dices de esa confianza en que el universo siempre se encargará de proveer. Porque creo que es precisamente el miedo al vacío, a que aquello de lo que ahora debemos desprendernos lo necesitemos más tarde, lo que nos hace tan costoso el acto de soltar. Y eso sucede tanto con cosas como con personas a las que no podemos ofrecer la debida atención. Pero no tenemos otra opción. Para caminar ligero hay que aprender a soltar. De lo contrario, la propia vida puede tornarse algo excesivamente pesado. Y la confianza en que siempre volverán a aparecer cosas valiosas no debe perderse.
Gracias por pasarte, aunque me parece que no es la primera vez. Sea como sea, bienvenida.
¡Un beso!
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Ay, Koolau, se me va a poner el ego como un armario ropero con esas cosas que me dices, y luego no cabré por la puerta de mi casa :)
No, el blog no lo suelto. No puedo postear con la frecuencia que desearía ni estar tan activa como antes pero sí me apetece mantenerlo. ¡Y es que esto engancha, y luego no es fácil deshacerse de la vida bloggera!
¡Besos sin cólera alguna! ;)
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Ay, Delirium, el problema no son tanto los comensales indeseables, cuanto aquellos a los que uno querría seguir invitando y se percata de que no hay suficiente comida para tanta gente. Y de esencia infinita, nada, hija, ya me gustaría a mí. Que las horas del día son las que son y todo, tanto cosas como personas, necesita un tiempo de dedicación que no siempre estamos en disposición de dar. Pero bueno, mejor no lamentarse, porque si a veces debemos desprendernos de cosas que todavía sentimos como valiosas es por el deseo de mantener otras más valiosas aún.
¡Un beso enorme, niña-de-pluma-visceral! :)
......
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Un beso, JJ
Claro que unas cosas las sueltas y otras, simplemente, se desprenden. Eso es peor, esas realidades que pierdes. Vale, quizás no cuidaste suficiente el nudo o te emperraste en un saco que al final tuviste, esta vez si, que soltar para volar.
Hay Antígona… que me he liado. Tu hablando de soltar y yo que me voy por los cerros de Úbeda.
Pd.- Añadir que, para mi también, la mejor frase es la última.
Cuesta soltar, por supuesto, pero siempre se puede construir un razonamiento, falso o no, para justificarlo, tranquilizarte, perdonarte a ti mismo.
Mucho peor es cuando te sueltan. El tortazo que te pegas no lo cubre ni el mejor maquillaje.
Anna, que soltó y la soltaron, como a todos, je.
Aaaah, me encanta el cuadro, título y autor cuando pueda, gracias.
:-)
Qué alegría verte de nuevo por aquí, JJ :)
Muchas gracias por traerme esos versos de Machado. Siempre genial este Machado, capaz de decir las cosas más esenciales con una sencillez y belleza inigualables.
¡Un beso enorme!
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Yo creo que no te has liado en absoluto, Tako. Muchas cosas se nos desprenden, sí, o las soltamos cuando vemos que nos resulta imposible corregir o evitar ese desprendimiento y optamos por no esforzarnos más por retenerlas. Y es bien cierto que podemos equivocarnos totalmente en aquello que decidimos retener y que al final se convierta en un lastre enorme que, además, nos ha obligado a soltar muchas otras cosas más valiosas. Pero ése es el peligro constante en el que vivimos. El de equivocarnos. Y me parece que nunca sabremos lo suficiente, por más que hayamos vivido, como para soslayarlo totalmente.
En cuanto a la última frase, sí, de momento seguiré viva, aunque no tanto como tú últimamente :P
¡Un gran beso!
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Pues sí, Anna, es lo que solemos hacer cuando de mala gana debemos soltar algo. Volvernos conscientes de nuestros propios límites no es agradable, pero poco podemos hacer ante ellos y más nos vale perdonarnos por no ser capaces de más.
En cuanto a que te suelten, ay, una perspectiva que no había salido hasta ahora, pero que es totalmente cierta. Llevamos fatal que nos suelten cuando querríamos permanecer junto a quien nos suelta. Porque, sin duda, el que nos suelten nos provoca muchos más sentimientos negativos que el acto de soltar. Por eso creo que es preciso no aferrarse exclusivamente a un solo lazo. Para que los demás puedan amortiguar el golpe si en un momento dado nos vemos drásticamente desposeídos de él.
El cuadro es de Klimt, un pintor que me encanta, y se llama "El árbol de la vida" :)
¡Un beso!
soltarlo todo, liberarse de lastres, ser más ligeros que el aire...pero no somos naves ni pájaros, sólo personas.
ay,en cuanto a lo de dejarse soltar, pienso que es tan necesario soltar como permitir que te suelten llegado el momento,por mucho que duela y nos resistamos a la pérdida,y sí, mucho más llevadero cuando has repartido tu afecto sin jugártelo todo a una sola carta,una de mis frases favoritas sale de J.Sabina "alegre y repartida,como el pan de los pobres"
saludos troyanos!
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