Apenas levantarme ayer por la mañana, oí en la radio que la agresión ocurrida en el metro por parte de un energúmeno -dudo que pueda calificársele de otra manera- contra una adolescente ecuatoriana se enmarcaría dentro de los llamados delitos contra la integridad moral de las personas, y que por ello su pena podría cifrarse entre seis meses y dos años de cárcel. El comentarista que daba la noticia recalcaba que a ese grupo de delitos pertenece, entre otros, el de tortura. Por lo visto, la tipificación de tales delitos contra la integridad moral constituye una de las nuevas aportaciones del código penal de 1995 precisamente porque recoge, junto a la tortura y otros delitos de malos tratos, una figura antes no contemplada en nuestro ordenamiento jurídico: el delito de grave trato degradante cometido por un particular contra otra persona.
Al oír la palabra "tortura" no pude evitar acordarme de Jean Amery, un intelectual austríaco que, por su militancia en la Resistencia belga frente a los nazis, fue capturado en 1943 por la GESTAPO y torturado antes de ser conducido al campo de concentración de Auschwitz. Muchos años después Amery escribiría un libro titulado Más allá de la culpa y la expiación. Tentativas de superación de una víctima de la violencia, donde reflexiona sobre esta terrible época de su vida y sobre su propia experiencia como torturado. Amery no sufrió una tortura atroz. Como él mismo señala, su tormento fue relativamente benigno y no dejó llamativas cicatrices sobre su cuerpo. Sin embargo, su suicidio en 1978 demuestra claramente el fracaso de ese intento de superación de su condición de víctima que animó este texto. Porque para Amery lo más grave del suplicio de la tortura no es tanto el dolor sufrido ni el atentado contra la dignidad que representa, como cierta transformación en la visión del mundo que acaece con ella difícilmente reversible y que trastoca radicalmente nuestra manera más básica de encontrarnos en él.
Dice Amery que ya desde el primer golpe recibido se pierde un vínculo esencial por lo general no cuestionado: la confianza en el mundo. Para él uno de los supuestos más importantes de esta confianza es la certeza de que los otros respetarán mi ser físico, de que si las fronteras de mi yo son las fronteras de mi cuerpo, nadie violará ese límite de mi epidermis imponiéndome por la fuerza su propia corporalidad. Cuando además no cabe esperar la ayuda del otro, el atropello corporal se convierte en una aniquilación de mi existencia. Ese primer golpe que ninguna mano frena ni quiere frenar, afirma Amery, "acaba con una parte de nuestra vida que jamás vuelve a despertar", pues la experiencia del dolor sólo nos es soportable y admisible si va unida a la perspectiva, más o menos inmediata, de su auxilio. Algo fundamental muere en nosotros cuando somos víctimas de la violencia ante la mirada indiferente e impertérrita del torturador.
Desde ese momento el torturado ya no podrá volver a sentir el mundo como su hogar. Su confianza en él ya no alcanzará a reestablecerse. La experiencia del otro como un enemigo, como un soberano cuyo dominio reside en el poder de infligir dolor y destruir, derrumba toda posible imagen de un mundo donde impere el principio de la esperanza. Por ello, proclama Amery, "la víctima del martirio queda inerme a merced de la angustia. Será ella quien de aquí en adelante reine sobre él". La angustia, y también el resentimiento, sólo insuficientemente catalizado por el afán de venganza, habrán de corroerle hasta el fin de sus días. Es posible que en estas líneas Amery estuviera ya justificando, anticipada e inconscientemente, ese "levantar la mano sobre uno mismo" del suicidio con que pondría término, no mucho después, a su existencia. Es posible. ¿Quién puede vivir eternamente atenazado por la angustia y el resentimiento?
A diferencia de Amery, siempre he creído que es condición intrínseca al ser humano el nunca poder sentirse en este mundo como en casa. Elementos consustanciales a nuestra existencia, como la inevitabilidad del dolor o la certeza de la muerte, nos lo impiden. Pero creo comprender lo que dice: dentro de este haber sido arrojados al mundo en ausencia de toda elección de ese hecho y de las circunstancias que esencialmente lo constituyen, este mundo, sin llegar a ser nuestro hogar, puede ser un lugar más o menos habitable en función de cómo seamos tratados en él por nuestros semejantes.
Si nos acogemos a la ley y a la clasificación del delito cometido que se ha llevado a cabo, cabe pensar que la escena de violencia en el metro a la que hemos asistido reiteradamente estos días en los medios de comunicación será juzgada no sólo por violencia física sufrida por la víctima, sino también, y fundamentalmente, por el grave trato degradante que esa forma de violencia implica. De lo cual se deduce que, si bien nadie duda de la existencia de formas de trato degradante exentas de violencia física, la ley reconoce que la violencia física, ejercida bajo ciertas condiciones, siempre comporta una grave degradación moral.
Vuelvo a pensar en Amery y no puedo dejar de preguntarme por el fundamento conceptual que subyace a esa agrupación de delitos como éste junto con el de tortura. Y sólo se me ocurre que el ingrediente común a ambos radicaría quizás en esa incomprensible transformación del otro, un otro anónimo y fortuito, en el momento en que se atreve a alzar su mano sobre nosotros y nos propina el primer golpe, en circunstancial soberano que gratuitamente se cree con derecho a infligir dolor y sufrimiento. De manera que si ese delito puede ser penado como atentado contra la integridad moral de la víctima es tal vez porque con él, ya desde el primer golpe, se ha quebrado esa confianza en el mundo a la que Amery aludía: la confianza elemental en que ningún otro violará las fronteras de nuestra epidermis, sobre cuya base queremos caminar tranquilamente por el mundo.
Al oír la palabra "tortura" no pude evitar acordarme de Jean Amery, un intelectual austríaco que, por su militancia en la Resistencia belga frente a los nazis, fue capturado en 1943 por la GESTAPO y torturado antes de ser conducido al campo de concentración de Auschwitz. Muchos años después Amery escribiría un libro titulado Más allá de la culpa y la expiación. Tentativas de superación de una víctima de la violencia, donde reflexiona sobre esta terrible época de su vida y sobre su propia experiencia como torturado. Amery no sufrió una tortura atroz. Como él mismo señala, su tormento fue relativamente benigno y no dejó llamativas cicatrices sobre su cuerpo. Sin embargo, su suicidio en 1978 demuestra claramente el fracaso de ese intento de superación de su condición de víctima que animó este texto. Porque para Amery lo más grave del suplicio de la tortura no es tanto el dolor sufrido ni el atentado contra la dignidad que representa, como cierta transformación en la visión del mundo que acaece con ella difícilmente reversible y que trastoca radicalmente nuestra manera más básica de encontrarnos en él.
Dice Amery que ya desde el primer golpe recibido se pierde un vínculo esencial por lo general no cuestionado: la confianza en el mundo. Para él uno de los supuestos más importantes de esta confianza es la certeza de que los otros respetarán mi ser físico, de que si las fronteras de mi yo son las fronteras de mi cuerpo, nadie violará ese límite de mi epidermis imponiéndome por la fuerza su propia corporalidad. Cuando además no cabe esperar la ayuda del otro, el atropello corporal se convierte en una aniquilación de mi existencia. Ese primer golpe que ninguna mano frena ni quiere frenar, afirma Amery, "acaba con una parte de nuestra vida que jamás vuelve a despertar", pues la experiencia del dolor sólo nos es soportable y admisible si va unida a la perspectiva, más o menos inmediata, de su auxilio. Algo fundamental muere en nosotros cuando somos víctimas de la violencia ante la mirada indiferente e impertérrita del torturador.
Desde ese momento el torturado ya no podrá volver a sentir el mundo como su hogar. Su confianza en él ya no alcanzará a reestablecerse. La experiencia del otro como un enemigo, como un soberano cuyo dominio reside en el poder de infligir dolor y destruir, derrumba toda posible imagen de un mundo donde impere el principio de la esperanza. Por ello, proclama Amery, "la víctima del martirio queda inerme a merced de la angustia. Será ella quien de aquí en adelante reine sobre él". La angustia, y también el resentimiento, sólo insuficientemente catalizado por el afán de venganza, habrán de corroerle hasta el fin de sus días. Es posible que en estas líneas Amery estuviera ya justificando, anticipada e inconscientemente, ese "levantar la mano sobre uno mismo" del suicidio con que pondría término, no mucho después, a su existencia. Es posible. ¿Quién puede vivir eternamente atenazado por la angustia y el resentimiento?
A diferencia de Amery, siempre he creído que es condición intrínseca al ser humano el nunca poder sentirse en este mundo como en casa. Elementos consustanciales a nuestra existencia, como la inevitabilidad del dolor o la certeza de la muerte, nos lo impiden. Pero creo comprender lo que dice: dentro de este haber sido arrojados al mundo en ausencia de toda elección de ese hecho y de las circunstancias que esencialmente lo constituyen, este mundo, sin llegar a ser nuestro hogar, puede ser un lugar más o menos habitable en función de cómo seamos tratados en él por nuestros semejantes.
Si nos acogemos a la ley y a la clasificación del delito cometido que se ha llevado a cabo, cabe pensar que la escena de violencia en el metro a la que hemos asistido reiteradamente estos días en los medios de comunicación será juzgada no sólo por violencia física sufrida por la víctima, sino también, y fundamentalmente, por el grave trato degradante que esa forma de violencia implica. De lo cual se deduce que, si bien nadie duda de la existencia de formas de trato degradante exentas de violencia física, la ley reconoce que la violencia física, ejercida bajo ciertas condiciones, siempre comporta una grave degradación moral.
Vuelvo a pensar en Amery y no puedo dejar de preguntarme por el fundamento conceptual que subyace a esa agrupación de delitos como éste junto con el de tortura. Y sólo se me ocurre que el ingrediente común a ambos radicaría quizás en esa incomprensible transformación del otro, un otro anónimo y fortuito, en el momento en que se atreve a alzar su mano sobre nosotros y nos propina el primer golpe, en circunstancial soberano que gratuitamente se cree con derecho a infligir dolor y sufrimiento. De manera que si ese delito puede ser penado como atentado contra la integridad moral de la víctima es tal vez porque con él, ya desde el primer golpe, se ha quebrado esa confianza en el mundo a la que Amery aludía: la confianza elemental en que ningún otro violará las fronteras de nuestra epidermis, sobre cuya base queremos caminar tranquilamente por el mundo.
37 comentarios:
Resulta inquietante pensar que convivimos con ciertos individuos, que consideramos socializados pero, que son capaces de deshumanizar totalmente a ciertas personas (o colectivos) y luego descargar sobre ellos una violencia "justiciera" propia del Yavhé del Antiguo Testamento.
Pero lo realmente aterrador es pensar que nosotros mismos albergamos ese tipo de violencia y simplemente no la dejamos salir porque aún no nos hemos combinado con el catalizador capaz de provocar nuestra reacción.
Pero es tan subjetiva, la confianza. En unos se quebrarà por una mala mirada, otros soportaràn orgullosos una somanta de palos. Lástima (o no) que las ideas platónicas no existan, sería todo tan fácil.
Pues sí, C.E.T.I.N.A., inquietante pero tal vez comprensible. A fin de cuentas, somos fruto de la socialización recibida, del modo en que hemos sido tratados, y para algunos esa socialización nunca ha incluido la máxima elemental de saber ponerse en la piel del otro, de reconocerlo como igual en la diferencia. No estoy justificando la conducta del agresor, por supuesto, sólo digo que quien se vea cosificado desde la infancia o vea la cosificación a su alrededor, aprenderá igualmente a cosificar sin el más mínimo escrúpulo.
Todos albergamos pulsiones violentas, sí, forman parte de nuestra naturaleza. Pero también creo que hay formas y formas de violencia y que la canalización de su expresión sí se deja condicionar por la educación recibida. Sin embargo, no me resulta difícil imaginar algunas situaciones, más o menos extremas, en las que todo condicionamiento caería y posiblemente dejaríamos salir a los demonios que llevamos dentro. Ojalá no tengamos que vivirlas nunca.
¡Un beso!
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Bueno, Dersu, Amery habla de la violencia física, de la violencia sobre el cuerpo, ejercida bajo circunstancias de indefensión y de ausencia de perspectiva de auxilio, como una de las causas básicas de esa pérdida de confianza. Es posible que la confianza en el mundo se pueda quebrar en cada individuo según criterios diferentes. Pero también me parece que hay un mínimo de condiciones que todos estaríamos más o menos de acuerdo en valorar como necesarias, aunque tal vez no suficientes, para preservar esa confianza, y que de ellas quedaría probablemente excluida la mala mirada pero no la posibilidad de la somanta de palos. No creo que para ello nos hagan falta ideas platónicas, sino sólo una sensibilidad común y un cierto consenso acerca de cómo queremos vivir.
¡Un beso!
Me resulta sumamente interesante este post tuyo,y es un tema que està cada dìa màs vigente y en el cual deberìamos incar el diente. Justo ayer veìa una documental donde el protagonista era el primer militar norteamericano que decide no volver a Irak a seguir guerreando.Norteamericano de descendencia latina,militar de carrera. Vuelve a EEUU de licencia por el cumpleaños de su madre y ahì decide no presentarse.Entre las cosas que dice y viene muy al caso es que si algo empezò a temer fue el levantar la mano contra si mismo.En Irak,por ser militar de carrera,era el encarcago en la càrcel, de indicar a sus subordinados como torturar a los presos,ablandarlos previo a ser interrogados.Esa situaciòn fue para èl el detonante.El decìa que sus valores morales,enseñados,adquiridos se contraponìan con lo que estaba haciendo.Se daba cuenta de que estaba destruyendo la moral de otro ser en la misma medida que la propia. Y es ahi donde empieza a darse cuenta que tiene que dar un paso al costado porque siente que su propia integridad està en peligro,no solo espiritualmente,sino que fisicamente,y ese peligro es el mismo.INdudablemente que eso le lleva a un replanteo de la polìtica de su paìs referida al resto del planeta.Disculpà lo extenso,pero estos temas me resultan por un lado doloroso,como a todos,y tambièn muy necesarios de analizar para comprenderlos en su totalidad.Un beso
Anti, preciosa.Quizá la confianza sea ese cordón umbilical que nos une al otro y a nosotros mismos, por donde pasan alimentos fundamentales para la convivencia como, el respeto, la solidaridad o la empatía.Cuando por alguna circunstancia se corta dificilmente una puede volver a la nave nodriza.Esa donde creemos sentirnos como en casa.
Magnífico Antígona, como todo lo que escribes, pero claro tu escritura no es más que una de las proyecciones de la gran mujer que eres y que esta sociedad, yo misma y los otros debemos tener siempre muy cerquita.
Besos!
AnitA
Ay, complicado el tema de la confianza en el mundo. Y más chocantes resultan estas situaciones de violencia cuando se supone que vivimos en una sociedad más o menos "segura". No me voy a ir por el tema de la seguridad y de lo que supondría, porque daría para largo.
Pienso en los animales y ellos viven constantemente en el peligro, se dedican a sobrevivir. Sin embargo, no parecen sufrir las consecuencias psicológicas que sufrimos nosotros. No digo que no sufran, digo que tal vez lo tienen más asumido. A no ser que les inflija el sufrimiento un ser humano. Porque los animales entre sí no se comportan con maldad, aunque se coman unos a otros. La maldad del ser humano es lo que duele y penetra, es barroca de tan retorcida.
Volviendo al caso de la chica, una de las cosas que más me sorprenden es que no recibe ayuda de nadie. En el momento en que es atacada, seguro que se le pasaría por la cabeza la idea de que alguien la defendiera. ¿Qué confianza puede tener en el mundo? En el tipo que la agrede está claro que no puede confiar. Pero tampoco en quienes son testigos directos, aunque sean personas pacíficas. Y ahí no sólo percibes la desaparición de la confianza en el mundo, sino tu propia soledad en el mundo.
¡Un beso muy grande, Antígona!
Desde mi punto de vista, Antígona, desde luego que el Mundo es un sitio hostil y no una casa. Porque los hombres son lobos para sus congéneres. De hecho, todo el Contrato Social que configura el sistema de convivencia en cualquier tipo de régimen, parte de esa base ineludible (salvo esporádicos intentos de algunos socialistas utópicos en el XVIII). Incluso los más liberales, los más antiproteccionistas, tienen una fe ciega en el ejército, la policía y la justicia. Somos lobos, señora loba. Somos débiles y agresivos, como especie.
El trato degradante que le dieron a esa chica me lo dieron a mí también. Ese chico me degradó moralmente, me hizo daño y quiero que pague por ello. Yo soy la víctima. Todos somos la víctima, incluido él mismo.
Un beso.
Fiorella, la cuestión de la violencia está, por desgracia, siempre de actualidad, y a mí personalmente me resulta extremadamente complicada. No puede negarse que la violencia es un instrumento, y de los más efectivos, para conseguir de los otros lo que deseamos. Otra cosa es que los seres humanos hayamos decidido ya desde hace un cierto tiempo, aunque no tanto, que la violencia nos degrada. Es interesante el caso que cuentas. Porque yo personalmente creo también que, como parece concluir ese militar norteamericano, la violencia no sólo acaba con la integridad moral de aquél sobre quien es ejercida, sino también con la de quien la practica. Y por supuesto no me extraña en absoluto que quien se ha visto inducido a ella cumpliendo órdenes sienta que esa desintegración propia puede abocarle al suicidio. Aunque tiene algo de humor negro, he recordado al hilo de tu comentario una frase de Benedetti en un concierto con Viglietti, pronunciada en tono algo jocoso, que decía: "Un torturador no se redime suicidándose... pero algo es algo".
Gracias por tu aportación, Fiorella, y ¡un beso!
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Querida Anita, estoy totalmente de acuerdo con la caracterización de la confianza que das. Elementos como la solidaridad, el respecto, o la empatía nos son absolutamente fundamentales para movernos en un mundo siempre habitado por otros, otros que pueden enriquecer y hacer más feliz nuestra existencia pero también malograrla y destruirla. No he querido mencionarlo en el post, pero mientras lo escribía, sobre todo en el punto en que Amery habla de la ausencia de perspectiva de auxilio, no podía dejar de pensar en aquellos otros ocupantes del vagón que no se inmutaron tampoco ante la agresión. No digo que tengamos que ser héroes, no. Pero algo pasa cuando somos capaces de contemplar un suceso como ése sin sentirnos impelidos a intervenir. La solidaridad está, desde luego, fallando.
Ay, Anita, gracias por tus palabras... aunque no veas cómo me han subido los colores :) Tú sí que eres una gran mujer y lo sabes.
¡Un beso enorme!
Querida Dusch, estaba respondiendo a Fiorella y a Ana cuando ha entrado tu comentario. Me alegra que menciones lo de que la chica no recibió ayuda alguna, que es precisamente lo que le estaba contestando a Ana en cuanto a la falta de solidaridad. Estoy de acuerdo contigo. Creo que si podemos pensar con Amery que su confianza en el mundo se ha visto quebrantada con la agresión, a ello tiene que haber contribuido en gran medida la "complicidad" de los otros viajeros, en tanto que nada hicieron por evitarlo.
Los alemanes que vivieron durante la época de las atrocidades nazis se sienten culpables por no haber actuado en contra del régimen siendo conscientes de lo que estaba sucediendo. Se acusan a sí mismos de cómplices, de un silencio cómplice con la monstruosidad acaecida en los campos de concentración. Vuelvo a repetirlo: no es justo que a alguien se le pida ser un héroe y en lo que hemos visto en los medios todo pasa muy rápido. Pero... francamente, duele ver en el video a ese hombre que mira hacia otro lado y se desentiende de aquello a lo que está asistiendo en primera línea, como si no fuera con él.
Tienes también toda la razón cuando hablas de los animales. Para mí son el reflejo de la inocencia, porque su violencia es puramente instintiva, no hay en ella valoración moral posible, ni por tanto, posibilidad de evitarla. Obviamente, tampoco puede haber entonces remordimientos o sentimientos de culpa. Pero los humanos somos de otra manera. Podemos dominar nuestros instintos agresivos. Y debemos hacerlo. Entre otras cosas porque creo que es una verdad palmaria que la violencia sólo genera más violencia.
¡Un beso enorme, niña!
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No era ésa mi perspectiva, NoSurrender, cuando decía que a mi juicio nunca podremos sentirnos en este mundo como en casa. Se trataba más bien de una visión un poco más metafísica, según la cual sería la estructura de nuestra propia existencia la que lo torna imposible, aun cuando el mundo fuera un lugar perfectamente armónico en lo que se refiere a nuestra relación con los otros. Nacemos sin haberlo pedido y en un lugar y un tiempo tampoco solicitado para vernos constantemente acompañados por las sombras del dolor y de la muerte, siempre imprevisible, siempre cierta. Somos huéspedes, si acaso, en nuestra propia vida, pero ésta difícilmente se deja contemplar como un hogar cálido y seguro. Algún día le dedicaré un post a esta cuestión.
En cuanto a lo que planteas, no sé si estoy de acuerdo con la visión hobbesiana. Yo no me siento loba para nadie. Somos débiles como especie, sí. Pero estamos dotados de otros instrumentos que compensan esa debilidad, como la inteligencia o el lenguaje, que nos permiten comprender, dialogar y empatizar con los otros. Creo que tiene que haber algún punto intermedio entre el lobo hobbesiano y el buen salvaje rousseauniano que nos defina con más precisión.
Y por supuesto que todos somos víctimas y todos hemos salido degradados con ese incidente. Amery hablaba del sentimiento de vergüenza que siente el torturado: se avergüenza de vivir en un mundo que ha permitido su suplicio, se avergüenza de que sus congéneres, y con él la humanidad que con ellos comparte, hayan sido capaces de semejante atropello. Algo parecido siento yo cuando rememoro la escena.
¡Un beso!
Cuando se mira cara a cara a las miserias humanas, como todos estamos haciendo estos días como consecuencia de este asunto del Metro de Barcelona, la mirada se caracteriza por un escepticismo radical ante la civilización, y por un escepticismo moderado ante la humanidad...
Y digo moderado porque tienen mucho valor todas las posturas que están surgiendo no ya contra el monstruo perpetrador, sino contra los mecanismos de la civilización que impiden actuar contra él tal como nos dicta nuestra razón.
Esta mirada sobre las miserias hace que nos lo cuestionemos todo, y levanta una crítica tan contundente y decisiva sobre los arquetipos de la culpabilidad y la justicia, que en realidad se convierte en una acusación en toda regla ante el desarrollo de la civilización tal como hoy la conocemos y la mantenemos.
antígona, me parece brillante, no suelo encontrar en los blogs artículos tan bien escritos y tan bien pensados
te abrazo
amor
:-)
Siempre he pensado que el mundo está mal hecho, que a base de vivir en él, muchas veces nos deshumanizamos aún mas, en vez de humanizarnos, y que hay momentos de ida sin vuelta, en los que ó se está muy bien armado de azotea, ó todo se puede ir al carajo. Este caso, en particular, me parece aberrante, y espero sea castigado, lo peor de todo, es pensar en que este sujeto tiene actitudes que son clonadas por miles de juguetes rotos de esos que aparecen por cualquier esquina con ganas de vengar su destino fatal y saldarse la deuda con los que sí somos legales. Es un desasosiego infinito el pensar que puedan pasar cosas así... Debería de haber una escuela especial para civilizar a estos engendros... la cárcel no es suficiente, generalmente no consigue reinsertarlos luego en la sociedad, si acaso, genera en sus entrañas mas odio en general... Me da miedo, la historia, y tu análisis tan bien adaptado a las circunstacias, me da mas miedo... suena todo tan veraz....
Señorita, otro diez, para su boletín de notas de bloguera guapetona....
BSAZOS¡¡¡
El post está excelentemente planteado. Me interesó mucho la forma en que pudiste pensar un hecho tan denigrante como el sucedido en el metro.
Ya la violencia ejercida físicamente sobre la chica es tremenda. Pero eso sucedió, además, ante un espectador, que no se movió del lugar.
Ésto arma un tema muy complicado, en el que estamos los seres "humanos". Que alguien esté totalmente desquiciado, y agreda de esa manera, es un tema-al que no le resto importancia-. Pero que haya un otro que mire y no se mueva siquiera, que sólo observe la escena.... ESO ES QUE ESTAMOS MUCHO PEOR!!!!
Coincido con que venimos al mundo "de prepo", como quien dice, y somos absolutamente vulnerables al otro. Desde el primer día.
Hacernos un lugar en el mundo no es sencillo.
Y cuando este mundo es tan hostil como el nuestro, la empresa se torna titánica.
No puedo decir más.
El avasallamiento, al menos, a mí, me deja casi sin palabras.
Besos
A mí también me ha alegrado, Carrascus, ver la repulsa social que este acontecimiento ha levantado, porque indica que en general la percepción de qué cosas debemos tolerar y qué no es algo compartido. Sin embargo, hablaba ayer con alguien sobre el tema y pensábamos si todo ese movimiento de rechazo que hemos observado no podría ser también interpretado como una voluntad de linchamiento favorecida por los medios.
La cuestión es desde luego compleja, porque el hecho de que hoy por hoy este tío aún ande en la calle tiene que ver con aspectos del código penal, como destacaba la persona con la que hablaba anoche, que nos parecen en principio justos, como es la presunción de inocencia de toda persona antes de ser juzgada. Tal vez las leyes necesitan una reforma en cuanto al tiempo que transcurre entre una acusación y un juicio, porque no favorece precisamente nuestra sensación de seguridad el saber que tal energúmeno está ahora mismo tranquilamente caminando por la calle.
Los arquetipos de la culpabilidad y la justicia son, como bien dices, arquetipos, y aún nos queda mucho camino por recorrer hasta alcanzar un sistema legal que se les aproxime del modo deseable.
¡Un beso!
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Pues muchas gracias por tus palabras, amor, y también por tu visita. Vuelve siempre que quieras.
¡Un beso y un abrazo!
también pueden quebrarnos la confianza con un juicio injusto, con una libertad no merecida, como en este caso.
sin haber recibido la agresión, puedo ponerme en el lugar de la agredida, viendo como su torturador lucra con la historia, fanfarronea con sus amigos, es carne mediática y queizá hasta se vea convertido en un "famoso" de tevé.
muy buen post.
aunque hace tiempo que no pasaba por aquí, ahora me corroboro en mi decisión, ya algo añeja, de linkear este blog.
Me parece muy interesante lo que dices, Delirium, porque creo que en el fondo la única manera de evitar la existencia de individuos como ése no pasa por un sistema penal más severo o unas leyes más justas, sino por que nos preguntemos por su causa, por su origen, es decir, por aquellos factores económicos, sociales o educativos que lanzan individuos al mundo con tal grado de agresividad y falta alguna de freno respecto a ella. Juguetes rotos, sí, me gusta mucho esa metáfora. La violencia es un lenguaje que se aprende y habría que ver qué aprendizajes hizo este chico que finalmente le han conducido a la agresión cometida. No trato de eximirle de culpa alguna, por supuesto. Pero si lo que todos deseamos es vivir más tranquilos y sin miedo a que alguien, de la noche a la mañana, quebrante nuestra confianza en el mundo, tendremos que buscar soluciones más duraderas y consistentes que un par de años de cárcel. Y en este sentido, totalmente de acuerdo con tu idea de escuelas para estos engendros. De lo contrario saldrá de la cárcel igual o posiblemente peor de lo que ha entrado y sin ninguna intención firme de poner cortapisas a sus impulsos agresivos.
Estás sembrada últimamente, eh? ;)
¡Un beso enorme, hermosa!
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El nombre, sí, es muy triste pensar que nadie de los presentes ayudó a la chica, ya hace tiempo que se denuncia que vivimos en un mundo en exceso individualista, y ésta es una prueba más que evidente de ello. Sin embargo, en mi ciudad hace poco ha habido otro suceso que, por desgracia, vendría a ratificar la conducta de quienes no la ayudaron: un hombre discutía con su mujer en la calle y en un momento dado empezó a pegarle; otro hombre que pasaba por allí se acercó a ellos, simplemente tratanto de llamar la atención del primer hombre para que dejara de pegar a la mujer y sin tocarle un pelo, y éste se fue hacia él y le propino un puñetazo que lo mató en el acto. O sea, que todo acabó con una víctima mortal, precisamente quien quiso solidarizarse con la mujer.
A mí, francamente, no me hubiera gustado estar en la situación del pasajero del metro. Todos apreciamos nuestra vida y no queremos ponerla en juego así como así. Pero si todo esto, en vez de realidad, fuera una historia de ficción para la que pudiéramos inventar un mejor final, en la mía tres o cuatro pasajeros se mirarían unos a otros ante lo que está ocurriendo y acabarían levantándose todos a la vez a parar al chico.
La hostilidad del mundo es difícilmente soportable, sí. A ver si entre todos hacemos algo por reducirla.
¡Un beso!
Pues sí, Cacho de pan, la confianza se puede quebrar de muchas maneras y no hace falta que se dé una agresión física para ello. Pensé en el texto de Amery al oír la noticia por la radio y la mención al hecho de que delitos como éste se agrupaban junto al de la tortura. Pero aunque el análisis de Amery se centre fundamentalmente en su propia experiencia y en el dolor físico, él mismo resalta que en su caso la tortura no fue algo atroz y seguramente estaría de acuerdo en extender esa pérdida de confianza a otros aspectos de la realidad social.
Si este tipo acaba convirtiéndose en un famoso por causa de los medios, sería como para esperar un atentado terrorista contra ellos... al menos yo firmaba, vamos...
Te agradezco la decisión, yo haré lo propio.
¡Un beso!
Lo peor de la tortura (es decir, lo peor dentro de lo peor) es justamente eso: que no se termina luego del golpe, luego del dolor. La tortura es un mal imborrable, es un sufrimiento tatuado que no desaparece nunca.
El dolor de la tortura cambia de forma: primero pueden ser marcas físicas, y le sigue, como decís, la pérdida de confianza (que no es lo mismo que la desconfianza) en la humanidad.
te sigo, aunque no comente, es que no sé qué decir. estoy apabullado.
Besos
toby
Mi punto de partida siempre es el que comentas con respecto a ti misma: la ajenidad del mundo. Es díficil, imposible, moverse en él sintiéndole como algo realmente propio
y la confianza en la vida-mundo cada uno la situará en su propia piel, ajá. Pero como en todo hay grados y entiendo a Amery y otros informes leídos de torturados y todos coinciden. Esa confianza perdida no es personal, es una confianza social, o grupal, mejor llamarla así, y es contundente y el límite de la pérdida de la confianza que nos permite vivir dentro de unas mínimas condiciones humanas. Cuando desaparece nos resquebrajamos como individuos, curiosamente.
El torturado siente vergüenza ante su supervivencia (él lo "superó", sobrevivió, otros no) el torturador nunca la siente justificándose de las formas más simples. Distintos tipos de individuos o individuos ante distintas situaciones? prefiero pensar lo primero, sigo necesitando confiar en el ser humano, a pesar de todo.
Y luego el que consiente callando... te has dado cuenta de que en este caso se dan todos los parámetros? Parece sacado de un manual, lamentablemente es la vida real y a un paso de todos nosotros.
Pero no nos engañemos, se produce más de lo que pensamos, casi todos los días sólo que en este caso hubo cámaras de por medio. Actualmente existe el caldo de cultivo ideal para que existan agresores, agredidos y silientes... la individualidad a ultranza y la falta de un pensamiento social que contemple al otro tiene estas cositas.
Genial el post!! te voy a otorgar el título de batidora... de lo mejor que se puede otorgar, eim?
Un besote, en confianza.
desde el momento en que un HdP como ese pueda hacer eso y salir relativamente impune es que algo NO funciona.
la politica del terror deberiamos haberla aparcado hace muchos años y tenerla como un mal recuerdo pero desgraciadamente , dia tras dia, renace....
con lo facil que seria ........
que triste y que mierda
yo voy a escribir¡¡¡ para no tener que mirar afuera
bessosss
Eso es precisamente, Arcángel, lo que me parece relevante del análisis de Amery, que trata de analizar aquello que las meras cicatrices físicas de la tortura no permiten ver. Y el hecho de que él mismo acabara suicidándose, como tantos otros, me parece un síntoma más que evidente de que las heridas que esa experiencia deja son demasiado profundas como para poder cerrar.
¡Un beso!
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Huelladeperro, me alegra que me sigas pero, por favor, ¡desapabúllate! :)
¡Un beso!
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Me resulta más verdadera esa idea, Margot, es decir, la de que sólo somos si acaso huéspedes en este mundo que además pueden verse desalojados sin previo aviso y de un puntapié del espacio que les acoge. Para que pudiéramos sentir este mundo como nuestra casa deberíamos haber tenido al menos la posibilidad de escoger muchas cosas que por nuestra condición humana no nos es dado escoger.
En cuanto a la tortura, sólo conozco el caso de Amery, pero no me sorprende que digas que coincide con los informes acerca de otros torturados. De todos modos, el que tras esa experiencia nos resquebrajemos como individuos pese a que conduzca a una pérdida de la confianza social o grupal no me resulta contradictorio, pues pienso que nuestra individualidad sólo puede forjarse y permanecer como tal en sociedad.
El tema de la vergüenza del superviviente me resulta familiar gracias a Primo Levi, sí, y su lectura me impresionó sobremanera porque me parece ya el colmo del desgarro que la víctima encima se vea abocada a cargar con ese sentimiento. La pregunta que planteas al respecto, francamente, no sabría cómo contestarla. Porque también yo desearía creer que se trata de individuos distintos, pero sospecho que bajo ciertas condiciones todos podemos llevar a un torturador dentro.
Y lo mismo me sucede con respecto a aquel que consiente callando. Porque ése es alguien que de repente se ve igualmente involucrado en una situación límite que puede dejarle sentimientos de culpa o de vergüenza hacia sí mismo de por vida.
Tienes toda la razón al decir que esta situación se produce más a menudo de lo que los medios muestran, e incluso en casos mucho más graves. Y sí, tal y como había apuntado antes, también pienso que todo esto no puede desligarse de ese individualismo que ya desde hace tiempo y desde diversos frentes se observa en la sociedad de hoy en día. Pero, ¿no es precisamente ese individualismo uno de los frutos del progreso, de nuestra tan querida y valorada civilización occidental? Desde luego, qué razón tenía Goya cuando dijo aquello de que el sueño de la razón produce monstruos.
Gracias por el título de batidora, jaja, no sé muy bien a qué te refieres pero algo me imagino, y después de este post, sólo me cabe confiar en que sea algo bueno :)
¡Un beso batido!
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No sé si saldrá impune, Aparcacuentos, se ha armado tal revuelo que no sería raro que le cayera, siempre dentro de lo legalmente establecido, algo así como un castigo ejemplar. Pero aún así el problema no es tanto la pena como el sujeto que antes o después saldrá de la cárcel, y que dudo mucho que en ese intervalo haya aprendido otra manera de comportarse con sus semejantes.
Por otra parte, ¿qué es lo que sería fácil? Ninguna cuestión humana me parece que lo sea, y menos las que atañen a la convivencia y a los límites que cada individuo debe tener en torno a sí para que ésta pueda ser mínimamente armónica.
¡Un beso!
Perdona si me repito Antígona pero, lo admito, no me he leído todos los comentarios. Lo que si he leído y oído diferentes veces es sobre el chico que no le ayuda. Mucha gente a porticado violencia verbal con el famoso chico, por no ayudar. A ver dos cosas.
Primero el chico es el que, al final, le indica a la chica que la escena ha sido grabada y que eso le puede servir para denunciar.
Segundo lo que también falta es confianza en la justicia (y ahora hablo por mi). No sólo por cómo la justicia está tratando al agresor. Creo que el chico no actúa por miedo a que luego la tortilla se le gire en su contra.
Otro punto de vista fue el de la consellera Tura que, no recuerdo la cita de memorias pero puedes tirar de Google, vino a decir “lo que no puede ser es que, por estar esta agresión grabada, la tratemos diferente a otras que no lo están” Frase que daría para todo una tarde de discusión.
Besos, guapa
A batidora mental, a eso me refiero, a las que te obligan a dar vueltas a las cosas... jeje.
Va, otro beso, de martes que es miércoles. Para que luego digan que el relativismo es dañino... jajaja
Creo que también quieren incriminarle por abuso sexual al haberle golpeado un pecho. Aparte,al hablar de tortura se habla de poder, del poder que oprime al que quiere, al que no se puede defender, y ese poder es horrible porque muchas veces va acompañado de la justicia y no puedes hacer nada porque el sistema está en tu contra aunque no hayas hecho nada contra los demás. Por supuesto, este no es el caso del poco cerebro del metro, pero si que podía ser el de Amery.
Querido Tako, creo que todos podemos entender perfectamente las razones que justificarían la conducta pasiva del pasajero ante la agresión. La que comentas del funcionamiento de la justicia me parece incluso una razón de peso que no había salido hasta ahora.
Sin embargo, pienso también que esa pasividad no puede dejar de impresionar por la cercanía del chico a la escena, por los gestos que hace, aun admitiendo que ninguno de nosotros, yo misma la primera, querríamos jamás vernos envueltos en una situación parecida y que luego se nos condenara por no habernos erigido en héroes.
No me creo por ello personalmente con derecho a juzgarle como la persona particular que es, pero sí a tratar de valorar o de analizar en lo sucedido el porqué de esa falta de solidaridad.
En cuanto a la frase de la consellera, me resulta difícil quitarle la razón. La cuestión tal vez es entonces si no todas las agresiones como ésta, aun cuando no hayan sido grabadas, deberían ser tratadas como ésta lo está siendo gracias a su grabación.
¡Un beso, hermoso!
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Sí, ya me figuraba que iban por ahí los tiros, aunque en mi caso, más que de batidoras, suelo hablar de centrifugadoras... Está visto que los electrodomésticos sirven para mucho más de lo que aparentan :)
En oposición a tu relativismo, te mando un beso sin fecha de caducidad :P
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Sí, Juan Rafael, había oído lo del abuso sexual. En efecto, Amery habla de una situación de absoluta indefensión ante el torturador o torturadores que no se corresponde con la situación del metro. En su caso esa tortura no fue ejercida por el poder legítimo, pero todos sabemos que aunque esta práctica no pueda ser legalmente defendida por el Estado, la realidad llega a ser en ocasiones muy distinta. La contradicción es ahí máxima, porque aquél a quien hemos otorgado el derecho a ejercer cierta violencia para nuestra propia seguridad la vuelve ilegítimamente en nuestra contra saltándose las propias leyes que defiende.
¡Un beso!
A mí todo esto me parece un problema de educación.
El entorno del susodicho es lamentable, no conoce de límites ni de respeto.
Y veremos en qué queda.
Confianza?
Pues no sé en qué, pero yo, de momento, sólo en lo que tengo más a mano, mi microcosmos y algunos días ni eso.
Está la cosita mu fea, hija.
Un beso, peazo escritora.
Por supuesto que se trata de buscar puntos intermedios. No me siento especialmente hobbesiano, pero sí quería poner este otro punto de vista. Me siento más malthusiano, últimamente; cosas mías.
Pero... Una semana sin aparecer, doctora Antígona! espero que usted no viaje en metro, que ya nos tiene preocupados. Como le decía el Anthony Hopkins a Jodie Foster en una película, el mundo es mas hermoso con usted en él :P
Hubo una frase en los comments que me deja una interrogación...¿todos podemos torturar alguna vez? ¿todos llevamos un torturador, con la posibilidad de despertarse dentro?
A m{i me parece que hay torturas y torturas.
De las psicológicas, de las inconcientes, pero llevar a cabo la tortura física, abusándose de la inermidad de la víctima... creo que hay que estar hecho de una pasta especial...
Besos
Pues, sí, arbolito, estoy de acuerdo. Sólo que la educación no se recibe sólo en las escuelas o los institutos, sino que nuestro entorno también nos educa, desde la familia hasta los medios de comunicación. Y quien se ha criado en un ambiente de agresividad, de falta de respeto, de ausencia de toda mínima consideración hacia el otro, bien sea en su casa, bien fuera de ella, difícilmente podrá aprender conductas opuestas a ésa.
Entiendo lo que dices de la confianza en el mundo más cercano a nosotros. Pero también pienso, aunque se trate de otro tipo de confianza, que el esperar por parte de otros una conducta cuanto menos no violenta hacia nosotros es algo sin lo cual no nos atreveríamos ni tan siquiera a salir a la calle. Nos acompaña como un presupuesto básico de nuestro estar en el mundo -al menos en nuestra sociedad y en nuestro momento histórico- sin el cual la existencia nos resultaría mucho más dura y costosa.
Quién fue a hablar de escritoras, maja :P
¡Un besazo, guapa!
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El punto de vista hobbesiano no puede dejar de tenerse en cuenta, claro, puesto que ha tenido una importancia decisiva en la constitución de nuestros estados modernos. Y siquiera como referente al que oponerse no podemos perderlo de vista. En cuanto a tu malthusianismo, NoSurrender, me parece que sé por dónde vas, pero mejor nos lo explicas con más detalle en un post, ¿no? ;)
Y tranquilo, doctor Lagarto, que no hay de qué preocuparse. Mi ausencia no se ha debido a factores ni peligrosos ni mucho menos desagradables, sino más bien todo lo contrario. Si yo le contara... Sólo que no tengo más remedio que guardar el secreto profesional, claro :P
¡Otro beso!
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Al decir eso pensaba, el nombre, que nunca podremos saber qué seríamos capaces de hacer bajo ciertas condiciones extremas de coacción o de amenaza de la propia vida. Y espero que nunca tengamos que conocer esas condiciones, ni por tanto, la posibilidad de averiguarlo.
Pensaba también en aquella frase de Terencio: "Soy hombre, nada humano me es ajeno". Y me parece que el caso de la tortura, por repugnante que nos parezca, no puede dejar de caer dentro de esa sentencia.
Para convertirse voluntariamente en torturador, sí que creo, como tú, que hay que estar hecho de una determinada pasta, o que a uno lo hayan hecho de una determinada pasta.
¡Otro beso!
Queridos y queridas, perdonad mi ausencia, tanto de mi propia casa como de las vuestras.
Me parece que aún habrá de prologarse un par de días, demasiado curro, invitados en casa, obligaciones varias... pero en cuanto pueda me pongo al día con todos.
Espero que hayáis disfrutado del puente.
¡Un gran beso a todos/as y hasta dentro de nada!
He visto por encima el debate que ha fomentado tu estupendo post y te felicito, está genial! Me encanta ver que los blogs se convierten en espacio de debate, es una de sus función estrella.
Besos!
He visto por encima el debate que ha fomentado tu estupendo post y te felicito, está genial! Me encanta ver que los blogs se convierten en espacio de debate, es una de sus función estrella.
Besos!
el pajaro ese ha resultado ser lo que se deducia en las imagenes
un cobarde...
yo le hubiera respetado mas, dentro de haberle etiquetado de un malnacido, si hubiese reconocido ser un racista y estar orgullos de ello... lo dicho un descerebrado y un autentico gañan ignorante
xxxooo
MUÑECA, DONDE TE ESCONDESSSSSSS??? TENEMOS TRABAJO PENDIENTE, EL LAGARTIJO NOS HA ENCOMENDADO UNA TAREA JODÍA... YA SABES QUE LE MOLA DAR POR EL SACO EN PLAN MAJO.... VAAAAAAAAAAAAAAAAAAA¡¡¡¡ A PONERSE CON EL MEMEEEEEEEEEEEEEEEEE¡¡¡¡ OYE, LAGARTIJO, QUE TE ADORO, CÓMO A ESTA QUE ESTÁ LOST....
BSAZOSSSSSSSSSSSSSSSSSS
A mí también me gusta que se produzcan estos debates, pies diminutos, de hecho yo también creo que es una de las mejores cosas que los blogs tienen, la posibilidad de entrar en diálogo con gente muy variopinta sobre temas que a uno le interesan.
¡Un beso!
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En fin, Andresino en serie, ser racista no implica necesariamente tener conciencia de ello, claro, y precisamente los sujetos de esta índole se caracterizan por no observarse ni saber de sí en el grado mínimamente deseable. Creo que, de lo contrario, no cometerían atropellos como sucedido.
Bienvenido a esta casa y vuelve siempre que quieras.
¡Un beso!
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¡¡¡Delirium!!! Ay hija, más que escondida, muerta, que he estado de anfitriona hasta hace media hora y ésa es siempre una tarea que requiere tiempo y esfuerzo. A ver si descanso un poco y me pongo al día con todos, y también con el Lagartijo, claro, que los deberes hay que hacerlos ;)
¡Un besazo enorme, hermosa!
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