domingo, 17 de marzo de 2013

Ruptura


Si el conmovedor triunfo del amor más allá de los obstáculos materiales, sociales o personales ocupa un lugar preeminente en la historia de ese séptimo arte que es el cine, el tan habitual y siempre lamentado fracaso que supone el desamor, en las múltiples formas en que se presenta a la experiencia humana, constituye sin duda otro de los temas clave abordados desde sus inicios por la gran pantalla. A los títulos que sobre esta penosa pero corriente cuestión destacan en mi muy particular filmografía, he debido añadir en los últimos días el de una película americana del llamado cine independiente recién estrenada por estos lares: "Blue Valentine". Como no deseo destripársela a quienes tengan interés por verla, sobre su argumento tan sólo diré que retrata la fase terminal del matrimonio de una joven pareja cuya plasmación se intercala con la de los inicios de su relación amorosa. La película pivota, en este sentido, sobre una gran elipsis: la de las causas que, a lo largo de sus seis años de matrimonio, les han conducido a la ruptura. Sin embargo –y esto ya es mi propia interpretación de la película– tales causas arraigan en el propio momento de fundación de la pareja, es decir, en las circunstancias y avatares que provocaron la unión de sus protagonistas, y de ahí el interés del director por narrar ese dulce y mágico comienzo que, en este caso, contendría ya el germen de la futura separación. Tanto si mi comprensión de la historia es correcta como si no, lo sucedido entre el principio y el final de esta ficción queda del lado de la libre imaginación del espectador. 

"Blue Valentine" es una película desgarradora porque prácticamente todas las rupturas lo son. Salvo contadas excepciones, uno de los miembros de la pareja parece condenado a sufrirla como una auténtica mutilación. Se trata de quien todavía ama al otro y bajo ningún concepto quiere la separación. O de quien quizá ya no ama, pero se percibe en su existencia cotidiana, en sus rutinas, en sus hábitos y subrepticias dependencias, incapaz de vivirla en ausencia del otro. En ocasiones, ha optado inconscientemente por desviar la mirada de los signos del proceso de deterioro, de desgaste, de consunción del amor conducentes a la disolución de la pareja, y ésta le sorprende como un inesperado terremoto que conmoviera todos los cimientos de su ser. También cabe que los haya visto desplegarse ante sus ojos tan paulatinamente, que no acierta a vislumbrar ni la progresión descendente que marcan ni el ineludible final que en ellos se anunciaba. O que, desde el perfecto reconocimiento de esos signos, haya confiado en la posibilidad de su remonte y superación, aferrándose a la idea del carácter pasajero, circunstancial, de las fallas y grietas que revelaban. En el abandonado, el desgarro procede del yo dividido entre el desesperado deseo de permanencia al lado del otro y la realidad incontestable de la falta de correspondencia del otro a su desesperado deseo. 


Pero igualmente atravesada por el desgarro se halla la figura de quien ha dejado de amar e impone la ruptura, por más que, en la contemplación externa, su posición tienda a despertar cierta distanciada antipatía y su sufrimiento resulte menos visible. Lo delatan los gestos contenidos o ya incontenibles de irritación ante las palabras o las acciones del otro. Su nula indulgencia ante los errores y torpezas que tal vez antes observaba con ternura. La desaparición mal disimulada de toda apetencia de intimidad física con el otro que, antes o después, acaba manifestándose abruptamente en la negativa o el rechazo que ese otro recibirá como un acto de ruda insensibilidad. Pues quien abandona suele esconder en su interior, desde tiempo atrás, una verdad cuya mostración nunca deja de entrañar cierta dosis de crueldad si sabe a ciencia cierta del dolor que ocasionará al abandonado. Por consideración a él, a sus sentimientos, al recuerdo o el rescoldo de los que a él le unían, no le será fácil sacar a la luz esa verdad que dañará sin remedio al otro. Sin embargo, mientras la oculta, se mueve de continuo sobre el imperativo de ponerla sobre el tapete para no prolongar el engaño. Asimismo, y quizá ante todo, para salvaguardar su hipotético derecho a una potencial felicidad en ausencia del otro. Si la mentira y el encubrimiento representan una aceptable medida de urgencia ante el nacimiento de la confusión o el enquistamiento de la indecisión, no resultan sostenibles en el largo plazo. El desgarro de quien abandona es el del yo dividido entre la voluntad de proteger al otro del dolor y la imposibilidad de renunciar a convertirse en la mano ejecutora que habrá de causarlo. 


Como tantas veces en la vida real, en "Blue Valentine", desde perspectivas opuestas pero tal vez compartiendo idéntico asombro, dos personas asisten a la sobrevenida de un mismo hecho: la destrucción efectiva del vínculo amoroso que durante un tiempo ligó sus destinos, fruto de la extinción de la complicidad que aliviaba sus respectivas soledades, de la muerte de la maravilla del placer de la mutua compañía que un día los impulsó a enlazar sus vidas sobre la base de un proyecto común que iluminaba y llenaba de confiable seguridad el siempre incierto futuro. Forzoso parece entonces que ambos compartan a su vez, aunque probablemente experimentado de muy distintas maneras, un mismo sentimiento de pérdida y una misma pregunta en esas lenguas que ya no alcanzan a acariciarse ni a comunicarse: ¿Por qué? Por qué esa palmaria defunción de sus antiguos sentimientos en quien abandona. Por qué esa palmaria defunción de los antiguos sentimientos del otro en quien es abandonado. Y no obstante, es probablemente éste quien, a partir de esa pregunta, se ahoga en otros interrogantes que se derivan del primero. Interrogantes por su propia responsabilidad en el fallecimiento del amor del otro. Por las acciones u omisiones que pudieron haberlo causado y que quién sabe si podrían haberlo evitado. Por los caminos interiores que, en su desconocimiento, ha recorrido el otro hasta terminar arribando a esa decidida voluntad de poner fin a lo que una vez constituyó uno de los pocos paraísos terrenales que a los humanos nos es dado gozar. 


Y es que, si bien las dos víctimas de la ruptura se encuentran por lo general abocadas al sufrimiento, es indudable que quien abandona ocupa una posición más ventajosa que lo dota de una mayor fortaleza frente al otro. Para él, la ruptura equivale a una liberación cuyo acaecimiento le urge tanto como a cualquier encadenado. Dado su malestar en el seno de la pareja, la perspectiva del abandono, por dolorosa que se presente ante su conciencia, es entrevista como mejoría, como tránsito hacia un lugar menos áspero e incómodo. Desde la sensación de asfixia, de íntimo enfado que le produce la atadura al otro, la soledad venidera, aunque temida, se le aparece igualmente como remanso de paz y estancia, si no soleada, al menos tranquila. A diferencia de él, el abandonado carece por completo de la visión amable de ese horizonte ante sus ojos. Todos sus deseos se concentran sobre el presente y su anhelada pervivencia: de que no se altere o quiebre, de que cada cosa permanezca en su lugar acostumbrado, depende, se dice, toda su felicidad. Desde su particular punto de mira, el mundo deviene un lugar inhabitable sin la cercanía del otro. Más allá de su pérdida, tan sólo se abren el llanto y el horror, así como la incapacidad de imaginar cualquier posible alivio y futura alegría. Aquello que, para quien abandona, equivale al primer paso hacia la recuperación de su singular desgarro, significa para el abandonado el insoportable ahondamiento del suyo, y con él la evaporación de la fuente esencial de su bienestar. Por ello, mientras el primero pugna por la ruptura de las cuerdas que permita el alejamiento, el segundo combate angustiado por su mantenimiento e indefinida prolongación. 

Poco importa, sin embargo, con cuál de los dos personajes, en función de sus vivencias pretéritas o incluso presentes, llegue a identificarse el espectador. Si no consigue identificarse con ninguno de ellos o si termina haciéndolo con los dos. Bastará con que se deje envolver mínimamente por la situación que narra "Blue Valentine" para que su contemplación le resulte dolorosa: siempre lo es observar la pérdida de los sentimientos amorosos entre dos personas. En esencia, porque ser testigos de esa vivencia suele remover y hacer tambalearse nuestra ansiosa confianza en la tantas veces desmentida perdurabilidad del amor. En su posibilidad se alberga una incógnita que sólo el paso del tiempo podrá, si acaso, resolver. Una incógnita entre cuyos ingredientes quizá se amalgamen la decisión y cierta sabiduría vital, pero en la que invariablemente entra también en juego la sin duda impredecible y nunca domeñable continuidad o falta de ella del sentimiento. La experiencia ajena, probablemente también la propia, informa de que esa incógnita, en la mayoría de las ocasiones, se resuelve en su negación. Y, no obstante, pocos son quienes se resisten a apostar, al menos en el orden de lo ideal, por la ausencia de determinación de ese lugar vacío que significaría la pervivencia del vínculo amoroso hasta el límite mismo de la muerte. 

15 comentarios:

El peletero dijo...

Ya sé, querida Antígona, que una despedida no es exactamente una ruptura producida por el desamor en una pareja, pero en este preciso momento poco puedo, o nada quiero, decir sobre este tipo de cosas excepto repetirme en tontas metáforas sobre mudanzas, así pues, antes de hacer el ridículo permítame que sólo cite la letra de una canción mejicana que me trae recuerdos y enlace la versión que de ella hace María Guadalupe Araújo Yong, conocida artísticamente como Ana Gabriel. La canción no tiene mucho de interesante a parte de una bonita música, entre triste y alegre, esa rara melancolía naïf de las suaves tonadas bailables y de lo mejor de los sones latinos y, concretamente, mejicanos.

Dicen que no se siente la despedida
dile a quien te lo dijo, que se despida
al decir sus adioses a quien se adora
sabrá lo que se sufre lo que se llora
¡ah! de los corazones, que se separan
no haber latido nunca mejor desearan
cuanta duda y tormenta crueles aquejan
a los seres que se aman, cuando se alejan
Dicen que no se siente la despedida
dile a quien te lo dijo que eso es mentira
mentira ingrata de un ser que se adora
si hasta se quiere, y hasta se añora
Cuál de los dos amantes sufre más pena
el que se va o el que se queda
el que se queda se queda llorando
y el que se va, se va suspirando

http://www.goear.com/listen/f25dff8/la-despedida-ana-gabriel

Besos, esta vez sin calificativos.

Marga dijo...

Tengo pendiente esta película en el disco duro desde hace un tiempo. Y me resisto a verla a pesar de mis ganas, lo curioso es que nunca encuentro el momento adecuado. Mucho me temo que intuyo su capacidad de removerme, no sólo por historias vividas sino también dudas y aspiraciones que en esto del amor cada cual baraja a su antojo. A veces asusta verlas cristalizadas en los otros y nadie quiere que le rompan el globo de fiesta, esa versión idealizada de la que hablas del "siempre y hasta que la muerte nos separe". Que es la única que quiero contemplar en este momento pero... maldito realismo mío (y de otros como este cineasta) que me habla de los espejismos y la química capaces de obnubilar al escéptico más aguerrido, jeje.

Y es que si existe un tema que nos inquiete, impulse y nos confunda como pocos es este del llamado amor. Y da igual, la versión más cursi o la que muestre los barrios más lumpen del sentimiento (aunque yo elija siempre este último por mi alergia al dramón y al idealismo excesivo), seguirá siendo el tema más tratado porque es imposible llegar a adulto sin haberlo vivido de una forma u otra. De haber provocado en nosotros mil interrogantes.

En fin, que de esta me animo a verla y te cuento.

Besos latidos

Dona invisible dijo...

Pues ayer, animada por la lectura de esta entrada tuya, me decidí a ver la película. Tengo que decir que coincido contigo en la idea que la semilla del fracaso en esa pareja yace ya en sus inicios (no quiero destriparle la película a nadie, no explicaré por qué).
Además, no deja de ser doloroso comprobar cómo lo que al principio parece ser una maravilla de la casualidad: conectar con alguien, sentir que conoces a esa persona de toda la vida, comunicarse sin a lo mejor ninguna necesidad de palabras, o entender las palabras y lo que hay detrás de ellas... y de repente, todo se malinterpreta, ya no hay comunicación, ya no hay conexión. Es muy triste.
No sé si me identifico con alguno de los personajes, quizás con los dos en diferentes etapas de mi vida. Creo que todos asumimos alguna vez un papel u otro. Como bien decis, sin embargo, sabemos reconocer la situación universal que aquí se nos presenta.
Por otro lado también existe el debate de fondo: ¿qué sucede cuando la pasión inicial se apaga? ¿debemos renunciar a estar al lado de esa persona? ¿o existe la posibilidad que ese amor dure para siempre?
Podría intentar argumentar una cosa u otra, pero la verdad se que no tengo ni idea.
Un abrazo!!!

TRoyaNa dijo...

Antígona,
no he visto la película todavía,pero la veré, entre otras cosas porque me gusta el reparto y el argumento.
Por lo que os leo,deduzco que la película gira en torno a la pérdida que supone el desamor o la pérdida de la ilusión.

Ese paso de la conexión y el buen entendimiento al equívoco y la falta de sincronización y comunicación,lo he vivido en carnes propias en más de una ocasión y de hecho,todavía no he hallado la fórmula para resolver la situación de la manera menos dolorosa y desagradable posible para ambas partes,así que si alguien la sabe,sencillamente,que la comparta.

A estas alturas del partido,adelantándome incluso a ver la peli,imagino que podría identificarme con cualquiera de las dos partes,según el momento o la situación y ninguna posición me resulta facil.

Por otro lado,por lo que toca a algunos interregantes que deduzco del texto,no creo en la eternidad de casi nada,por no decir de nada,de hecho,me parece que lo único que permanece es el cambio y que por ello,la vida nos exige un ejercicio de adaptación constante y éste es un tipo de habilidad o inteligencia,que cada vez valoro más.
En materia emocional además,siempre me ha parecido necesario intentar ser coherente tanto con lo que se siente como con lo que se ha dejado de sentir,incluso cuando ésta última opción te conduzca de nuevo a la soledad.Me parece mucho más triste sentirse solo estando acompañado,la verdad.

Bsts
Posdata:en cuanto la vea,vuelvo y retomamos debate si quieres.




Antígona dijo...

Bueno, estimado Peletero, yo personalmente creo que un desamor o una ruptura son también una suerte de despedida. Una despedida de todas las esperanzas que se albergaron con respecto a la relación que se rompe. Una despedida definitiva de la una vez existente sensación de bienestar e ilusión en la mutua compañía. Una despedida de una forma de vida en común, o de una forma de compartir que ya nunca volverá a darse. Más tal vez para el abandonado que para el que abandona, puesto que el primero ve alejarse al segundo contra su propia voluntad, al igual que sucede con esos imponderables que separan a las personas incluso cuando se aman. Pero, en realidad, los dos miembros de la pareja tienen siempre motivos por los que dolerse y llorar.

Y aunque en muchas despedidas la perspectiva del futuro reencuentro alivie el desgarro de la separación, la vida a veces es tan zorra, como diría Marga, que no siempre lo hace posible ni lo permite.

Decía Rilke, en sus “Elegías de Duino”, que “así vivimos, siempre en despedida”. Y aunque creo que Rilke está por completo en lo cierto, es obvio que algunas despedidas nos duelen mucho más que otras y que nunca terminamos de acostumbrarnos a ellas.

Muchas gracias por esa preciosa canción.

Besos suspiro

Antígona dijo...

Ay, niña Marga, a mí me pasó justamente lo contrario: que en cuanto supe de su existencia, quise verla cuanto antes. Y no porque no intuyera que me removería, sino todo lo contrario. El miedo a que me asustara se mezcló poderosamente con un cierto sentimiento de atracción. No sé si porque soy masoquista, jeje, o porque, para mí, una forma de combatir ese miedo es tratar de conocer los peligros que acechan para así estar prevenida e intentar evitarlos si se presentan. Pura ilusión, lo sé. No por conocer lo que puede suceder se es capaz de evitarlo, y a veces ese conocimiento, para el propio caso, resulta por completo inalcanzable escudriñando casos ajenos. Pero esa ilusión, y por más consciente que se sea de su carácter ilusorio, a veces tranquiliza. ¿Y qué podemos hacer frente a esos miedos irresolubles y que jamás se dejan aniquilar, sino encontrar remedios con los que apaciguarlos?

De todos modos, como digo en el post, a mi juicio el problema de esa pareja que se rompe se encuentra ya en las circunstancias de su formación. Y eso, para quien la contempla, puede servir de parapeto en relación a los miedos que albergue respecto a la fragilidad que siempre entraña cualquier relación de pareja. Parapeto pero no antídoto infalible, porque ese desamor está tan bien narrado en “Blue Valentine” que podría corresponder a cualquier relación de pareja fueran cuales fueran sus orígenes y las causas de la degradación. Y de ahí que defienda en el post que no habrá quien deje de dolerse con su visión.

Yo también, confieso, me sigo agarrando a esa versión idealizada del “hasta que la muerte nos separe”. Pero, ¿quién puede no hacerlo mientras se conserva la ilusión? ¿O acaso alguien puede desear que se acabe la música mientras disfruta de la fiesta? El miedo anticipado al fin del amor, si es uno mismo el que se desenamora, es a la postre un poco absurdo. Porque de llegar ese desamor, entonces ya no se lo vivirá con miedo, sino con voluntad de liberación. Otro gallo canta cuando uno ocupa la posición del abandonado, ya. Pero ante eso lo único que cabe hacer es cruzar los dedos, como lo hacemos cada vez que cruzamos la calle para que ningún coche descontrolado se nos lleve por delante. Con el riesgo de perder hay que vivir. Y mejor acostumbrarse a vivir con ese temor a perder lo que se posee y valora que no haber llegado a tenerlo nunca, ¿no crees?

Pese a todo, besos en interrogante

Antígona dijo...

Vaya, Dona, me alegro de que coincidas conmigo, aunque no podamos hablar sobre el tema para no destriparle la película a nadie. Qué rabia, ¿no? Habrá que retomar el debate dentro de unos meses, para poder discutir mejor sobre el asunto :)

Como le decía a Marga, ése me parece uno de los méritos de la película: que por más que uno sea capaz, en la propia historia que se nos cuenta, de discernir las causas que han conducido a esa separación, no deja de experimentar tristeza al asistir a ella. Como si el modo en que el desamor y la ruptura se narran en la película tuviera algo de universal más allá del caso concreto que ha llevado a sus protagonistas a separarse. En ese inicio todos vemos la maravilla que supone enamorarse de alguien. La sensación de plenitud, de seguridad, de ilusión que embarga a los enamorados. Que, al mismo tiempo, se nos muestre la cruda desaparición de ese estado, la transformación de esos sentimientos en sus opuestos o sencillamente su pérdida, no deja de recordarnos que ese paraíso terrenal es perfectamente caduco, aunque en sus inicios posea una fuerza que pareciera capaz de resistir cualquier huracán que se le opusiera.

A cierta edad yo también creo que cualquiera puede reconocerse en los dos personajes, y por eso la película resulta doblemente dolorosa: nos hace revivir los sufrimientos que se padecen tanto en una como en otra posición.

A mí me parece natural, e incluso deseable, que esa pasión inicial se apague. ¡No se puede vivir eternamente ardiendo sin consumirse como una cerilla! ;) Pero que se apague esa pasión inicial no significa, para mí, que la pasión no perviva, aunque de un modo más tranquilo y que nos permita compaginarla mejor con otras ocupaciones cotidianas, con otros intereses, con la compañía de otras personas. Así que sí creo que se puede estar enamorado del otro durante largos años o quizá incluso siempre, aunque eso que llamo enamoramiento no sea ya la obsesión desasosegante –y por qué no, desquiciante– que manifiesta en sus inicios. Lo que desde luego no sé es cuáles son las circunstancias, los factores que hacen posible la pervivencia de ese sentimiento que un buen día nos impulsó a unirnos a otro. Pero, ¿quién puede saberlo?

Un gran beso!

Antígona dijo...

Querida Troyana, sin decir mucho más de lo que digo en el post, la película va más bien del momento en que ese desamor estalla y conduce a la ruptura de una pareja que, por lo que se entrevé, lleva ya cierto tiempo de miseria y degradación. Sobre el momento en que el desamor, por parte de uno de los miembros, se hace finalmente patente como imposibilidad de toda continuidad en la relación mantenida hasta entonces. Lo demás, puesto que no quería desvelar gran cosa sobre la película, son reflexiones mías inspiradas por la película. Película que, por otra parte, estoy segura de que te gustará, dada tu afición por el buen cine. O si no, ya me contarás.

Lamentablemente, yo también he vivido –como me imagino que todos los que comentamos aquí–, y en las dos posiciones, ese tránsito que va del amor al desamor y no tengo ni idea –no sé si alguno de los que estamos aquí– de cómo se resuelve satisfactoriamente esa situación. Me temo que la situación es siempre desagradable y dolorosa de por sí, y por mucho que se le intente poner paños calientes, no hay forma de resolverla que no trasluzca ese dolor y esa dureza que invariablemente derivan de las rupturas. A no ser, claro está, que la ruptura se produzca de mutuo acuerdo y los integrantes de la pareja hayan sufrido una evolución paralela en sus sentimientos que les conduzca a sentir, al mismo tiempo, la separación como liberación. Hipótesis ésta que, si no imposible, sí me parece de todo punto tan improbable que no sé si debemos contar con ella. Hay que contar con los muchos resquemores que se producen en una ruptura, incluso si es de mutuo acuerdo, por la sensación de fracaso que suele generar en quienes la padecen.

Estoy de acuerdo contigo en que la vida es un ejercicio de adaptación constante, tanto en el amor como en cualquier otra faceta. A cada paso nos enfrentamos con situaciones nuevas –el propio paso del tiempo lo es ya en sí mismo– a las que no nos queda más remedio que aprender a amoldarnos. Ahora bien, ¿por qué no podría pervivir, detrás de ese cambio y de esa necesidad de adaptación, el sentimiento amoroso? ¿Por qué no podrían estar encaminados algunos de esos cambios al alimento de un sentimiento que no deseamos que desaparezca, o al reconocimiento de algo en nosotros que nos impulsa a que ese sentimiento no se extinga? ¿No pueden también los sentimientos amorosos evolucionar hacia su profundización, en lugar de hacia su disolución? Dentro de esa perspectiva del cambio, nada indica que la transformación no pueda convivir con la constancia de ciertas variables muy básicas, también las emocionales, o que la transformación se produzca dentro de ciertas variables que lleguen a pervivir con el paso de los años.

En cualquier caso, estoy por completo de acuerdo con lo último que señalas. Ocultar sentimientos que emergen o desaparecen contra la voluntad de uno es una forma de autoengaño que no puede más que producir infelicidad. Perfectamente disimulada o mal disimulada, pero infelicidad al fin y al cabo. Sobre todo cuando se tiene la honestidad de mirar dentro de uno mismo. Nada de esto me parece en modo alguno deseable.

Cuando quieras retomamos, faltaba más :)

Un beso y un abrazo!

TRoyaNa dijo...

Antígona,
la vi anoche,así que si quieres retomamos el debate.
Pero antes,si te parece,te daré mi visión a la reflexión-pregunta abierta que haces en tu respuesta anterior.
No sé de qué manera pueden pervivir los sentimientos amorosos detrás del cambio y la evolución.Yo no creo en la versión idealizada y romántica de "hasta que la muerte nos separe"....no digo que no haya casos de parejas o amantes eternos,pero muchas de las parejas que sobreviven al paso de los años,no digo que todas,pero muchas,lo hacen a costa de renuncias,dolorosas concesiones o de fuerzas mayores (tema económico,sobre todo)que las anclan y las dejan en una situación de forzosa dependencia no solo emocional.
Como decía Mercedes Sosa en su canción sobre el cambio: "cambia también el sentir de un amante" y eso está fuera de tu control y si no eres capaz de reconocerlo o admitirlo,ya se ocupará la realidad de recordártelo o de ponerte a prueba de miles de maneras,por ejemplo como es muy habitual," resucitando cadáveres del pasado"...que te dejarán descolocada y te darán más miedo que una panda de walking dead en un callejón oscuro y sin salida...ja,ja..

En fin,Anti,que lo que quiero decir,es que en realidad,controlamos más bien poco lo que pasa en el terreno de lo emocional,tanto lo que aparece como lo que deja de existir,sin más.
Y para que veas que no eres tu sola la que le da vueltas a los debates,llevo días pensando en una canción de Pablo Milanés que venía a cuento con el tema de la caducidad y la eternidad,y al fin la he encontrado,se titula "Sandra" y creo que las dos primeros párrafos reflejan bastante bien el tema del cambio fuera de nuestro control,dice así:
(...)
Sandra te quiero cantar.
Sandra pero no es igual,
Sandra que cuando cantaba
y sólo pensaba en la eternidad.

Sandra prefiero pensar
que nuestro amor es mortal
Sandra que existe el cansancio
y que nuestro espacio lo pueden
violar.
(...)"

Poco más que añadir a Pablo,la verdad.
Sólo que es preciso aferrarse al presente y vivir esos sentimientos mientras duren,porque al final,de una manera o de otra,todo pasa.

En relación a la película,quería decir que no estoy de acuerdo ni contigo ni con D.I. en esa apreciación que hacéis sobre que el germen del fracaso de esa relación estuviera a sus comienzos.
Si os estáis refiriendo a que la circunstancia en la que ella se encontraba cuando ellos deciden formar una familia,me parece que ese estado en sí,no tiene por qué ser la causa de un fracaso en la relación.Todo podría haber ido bien,en mi opinión.
Para mí la causa no es otra que la pérdida progresiva del sentimiento inicial,la complicidad deja paso poco a poco al cansancio e incluso si no se pone remedio,al odio y al hastío.

NUnca se está instruido para estos casos ni tampoco preparado.Aprendemos lecciones conforme vamos viviendo y me parece que yo hubiera obrado exactamente igual que lo hace ella,la verdad.

Un beso y un abrazo para ti!

NoSurrender dijo...

La verdad es que no disfruto de ver estas películas. Prefiero ver a unos desalmados cometiendo todo tipo de asesinatos y violaciones, saturado de vísceras y sangre: me hace menos daño. Pero es cierto que hay una fascinación por las cosas bien hechas que nos hace encadenarnos, a veces, a estas tragedias que tanto nos remueven por dentro hasta llevarnos al punto de la agonía, de la que luego ya no volvemos de la misma manera que entramos. En realidad hay muchos tipos de desamor en el cine; desde la renuncia de Rick en Casablanca, hasta la traición pasional de Breve encuentro, o la comedia de Alta Fidelidad. Supongo que cada uno se sentirá más identificado en su agonía por distintos subgéneros del desamor cinematográfico.

Denis de Rougemont , en El amor y occidente, habla de la necesidad de la literatura por hacer del amor una desgracia, un imposible, algo que arrastre al dolor y no a la paz, ya que la estructura narrativa occidental no puede desarrollarse en la paz de la pareja. El amor feliz no tiene historia, y la intensidad emocional es más cinematográfica que la trascendencia mística.

En fin, no he visto Blue Valentine. Y no tengo muchas ganas de verla, la verdad. He estado en las dos posiciones a lo largo de mi vida (como todos los que ya tenemos una edad, como ya habéis dicho ahí arriba) y sé que las dos situaciones son deprimentes y difíciles. Cada experiencia de este tipo (a un lado o a otro) te hace diez o quince años más viejo y más cansado. Sentarse a ver esta película, más que llevarte a conocer una historia, te lleva a conocer la miseria de estar vivo y echar más canas.

Un beso, doctora Antígona!

Antígona dijo...

Caray, Troyana, qué rapidez :)

Dices que no sabes de qué manera pueden pervivir los sentimientos amorosos detrás del cambio y la evolución. Yo creo que pueden pervivir de la misma manera en que pueden hacerlo muchas otras cosas. Por ejemplo, no creo que fuera improbable que la persona que tú eres siguiera sintiendo, dentro de veinte años, la fascinación por el cine que sientes ahora, aunque a lo mejor esa fascinación no se manifestara entonces de la misma manera en que lo hace en tu presente. Tampoco sería improbable que, dentro de veinte años, aún conserves amigos que ahora mismo juegan un papel importante en tu vida. O que otras cosas que te gustan o te hacen feliz ahora lo sigan haciendo dentro de un tiempo, al igual que hay escritores, músicos o filósofos que han seguido apasionándose por y dedicándose hasta el final de sus días a aquello que los convirtió en lo que son. Las personas también luchamos por encontrar la manera de mantener aquellas cosas que nos hacen sentir bien o que dan sentido a nuestras vidas. A veces ni siquiera luchamos ni lo buscamos: simplemente sucede que ciertas cosas que nos atan a la vida perviven junto a nosotros tanto tiempo, o casi, como ésta dura.

Nada de esto tiene que ver, claro, con esas parejas que permanecen juntas no por deseo propio o teniendo que hacer concesiones excesivas. Una situación contra la que, desde luego, siempre hay que estar prevenido, para no abocarnos a nuestra propia desgracia por miedo a la soledad o por no ser capaces de reunir la valentía necesaria para romper unos lazos que, en lugar de enriquecernos, nos coartan y limitan.

Lo que no entiendo es por qué consideras que ese cambio del sentir del amante del que habla Mercedes Sosa equivale sin más a la pérdida del sentimiento amoroso. Decía también Unamuno en su vejez algo así como que cuando era joven, ver las piernas de su mujer le despertaba sentimientos arrebatados y encendidos. Con el pasar del tiempo, esos sentimientos se habían transformado en algo distinto: si contemplara una herida en esas piernas, sentiría su dolor con la misma intensidad como si se tratara de una herida en las suyas propias. Así que, como decía antes, sigo pensando que esos cambios que con el tiempo pueden experimentar los sentimientos amorosos bien pueden significar una profundización o ahondamiento de ese sentimiento que suponga, pese a la transformación en sus manifestaciones, una innegable pervivencia del mismo.

Por supuesto que controlamos poco lo que pasa en el terreno de lo emocional y nadie podemos saber lo que sucederá con nuestras emociones. Pero que carezcamos de control sobre ellas no significa, al menos para mí, que los sentimientos estén condenados a su desaparición después de haber emergido. Quizá lo más habitual sea la caducidad, o ese cansancio del que habla Pablo Milanés. Es lo que nos cuentan las historias de tantas y tantas parejas. Ahora bien, tampoco en este caso creo que lo más habitual sea lo único que existe o pueda darse.

(sigo abajo)

Antígona dijo...

En cuanto a tu interpretación de la película, sigo pensando, como decía en el post, que esa pareja estaba condenada desde su formación por las circunstancias mismas que determinaron su formación. Es una lástima que no podamos hablar abiertamente sobre el tema sin destripar del todo la peli. No obstante, sí diré que, para mí, los reproches que ella le hace a él en determinado momento de sus últimas conversaciones –por qué no hace él algo mejor con su vida- podrían apoyar esa interpretación. Ella no le está reprochando que él haya dejado de ser quien era, sino más bien que él sea la persona que siempre fue desde un principio. Es decir, exactamente esos mismos reproches podría haberle hecho ella en el momento en que se conocen, puesto que él no ha cambiado un ápice. De aquí deduzco que sólo las circunstancias en las que se ve envuelta pueden empujarle a estar con alguien con quien, de otra manera, no habría querido estar, puesto que él no responde en absoluto a la idea que ella tiene acerca de cómo debería ser la persona que compartiera con ella su vida –y no olvidemos que hay grandes diferencias en el modo en que ambos viven su labor profesional-. Para mí, no es por tanto cuestión de cansancio, sino de elección equivocada de una persona que jamás la habría llenado –es manifiesta la falta de aspiraciones en él, y llamativa en contraste con las que ella posee respecto de su profesión- de no ser por las circunstancias que ella vive en el momento en que lo conoce.

En este sentido, para mí la película es el relato de una relación que falla desde sus inicios por un evidente desequilibrio entre sus miembros: uno ama desde el principio, el otro se deja amar. Y es quien se deja amar quien finalmente abandona a aquel de quien, probablemente, nunca estuvo enamorado o sólo vivió la ilusión de estarlo por la situación de desamparo en la que se encontraba.

¡Y ya he dicho demasiado!

Más besos!

Antígona dijo...

Le leo muy dramático, doctor Lagarto. ¡Sólo es una película! ;)

No sé si disfrutar, en el caso de este tipo de películas, es un verbo apropiado. O, en cualquier caso, no lo es del todo, dado que, como digo en el post, no creo que nadie con un mínimo de sensibilidad deje de dolerse con su contemplación. La película hace daño, es cierto. Pero ya sabe que a mí no me importa que me hagan ese tipo de daño –mi predilección por Bergman es prueba de ello- si al mismo tiempo me cuentan una buena historia que me parece buena por su lograda pretensión de conectar con la verdad. La verdad de las relaciones humanas, de sus bondades y miserias, o la verdad de cualquier aspecto de nuestras vidas que nos lleve a reflexionar sobre nosotros mismos y sobre lo que deseamos o no deseamos para los frágiles individuos que somos. Blue Valentine no relata más tragedia que aquella que todas las parejas viven cuando se separan. En este sentido, hablar de agonía me parece exagerado: porque este drama, pasada cierta edad, nos resulta familiar a la gran mayoría, creo que es posible sumergirse en su narración, sufrir con ella, y después aflorar a la superficie sin más trauma que el recuerdo de una realidad con la que nunca se puede dejar de contar en el futuro y de cuya vivencia en el pasado seguro que hemos obtenido valiosos aprendizajes. Y por cierto, que a mí también me conmueven esos desamores de Casablanca, Breve encuentro o Alta fidelidad.

Tiene toda la razón Denis de Rougemont: quizá resulte imposible narrar en clave occidental –o en cualquier clave- el amor feliz, que se construye con elementos difícilmente plasmables en la gran pantalla. Que no se compone de acontecimientos reseñables, sino de un día a día que transcurre plácido, seguro y confiado, y en el que los placeres que se obtienen de la mutua compañía, del diálogo, del prolongado compartir, no captarían la atención de ningún espectador. Quizá porque se trate de cosas que se viven desde dentro, pero que no se pueden observar desde fuera ni menos pintar a grandes trazos.

Me parece perfectamente legítimo que no le apetezca ver esta película. Pero permítame que discrepe con respecto a lo que dice. Es posible que las experiencias de ruptura nos haga diez o quince años más viejos y más cansados. Pero a veces es preciso sentir esta vejez prematura en los huesos para volver a sentirse joven y lleno de vida en el momento en que el dolor cesa y se recobra la ilusión. En este sentido, sentarse a ver esta película puede también recordarnos que sobrevivimos a esas experiencias y que, a la postre, no han sido capaces de minar nuestra confianza en que las cosas siempre, siempre, pueden acabar transcurriendo de otra manera. Y en que a algunos nos merece la pena seguir apostando por ello.

Un beso, doctor Lagarto!

TRoyaNa dijo...

Antígona,
de acuerdo en que algunas cosas/personas que nos hacen la vida más plena,pueden permanecer a nuestro lado con el paso del tiempo,y cierto que lo que nos despiertan puede ir transformándose y no perderse con el paso de los años,pero no me parece equiparable una aficción que nos apasione ni siquiera una amistad,a una pareja.
He visto muchas parejas durar años y años,con y sin niños.
Supongo que en algunas parejas esas emociones se han ido amansando y apaciguando amoldándose a la forma de sentir de cada ciclo vital,y perviven,pero también conozco casos en los que esa tranquilidad,ese reposo ha sido asaltado por un emoción nueva que ha venido a ser despertada por un/a desconocido provocando fisuras irreversibles en la pareja inicial y me pregunto:
¿acaso el efecto que ha producido ese desconocido no guarda relación con esa evolución de los sentimientos en pos a ser más sosegados y menos pasionales?

Me viene a la mente (ya conoces mi pasión "zinéfila")el caso de Francesca,de "Los Puentes de Madison".
Se casa enamorada y tiene dos hijos.Pasa el tiempo,los niños crecen y las emociones hacia su marido se transforman,se amansan.
Cuando ya ella misma parecía predecir cada una de las etapas que le quedaban por vivir,irrumpe ese fotógrafo del National Geographic(Clift Eastwood)....¿se hubiera enamorado de él locamente si los sentimientos hacia su marido no hubieran estado sólo ella sabe desde cuando,más amansados??.....no lo sé,Antígona,pero permíteme que lo dude....porque lo que no está a flor de piel en todo momento,a menudo termina siendo despertado si el azar se encapricha, por un tercero/a...
Está claro que no siempre tiene por qué darse esta situación,pero si las emociones evolucionan en ese sentido con el paso de los años,me parece estás doblemente expuesto a que suceda..

En relación a la película,al final,le he dedicado una entrada donde he volcado todos los interrogantes abiertos que esta película nos ha suscitado en tu blog...ya ves,nos haces pensar,Antígona,para variar.

Bsts

Antígona dijo...

Querida Troyana, ¡ya sabía yo que este debate podía dar mucho de sí!

No obstante, como veo que en tu post has tratado también las cuestiones que me planteas aquí, prefiero responderte en tu casa, para no repetir los argumentos.

Vosotros sí que me hacéis pensar. Y me encanta. Este diálogo que mantenemos es, con mucho, lo mejor de tener un blog.

¡Allá voy!

Más besos!