miércoles, 28 de noviembre de 2012

Ser y no ser


Enorgullécete de tu fracaso, 
que sugiere lo limpio de la empresa 

Contaba recientemente Amancio Prada que conoció a Agustín García Calvo allá por los años setenta cuando éste, exiliado en París tras haber perdido su cátedra de Lenguas Clásicas en Madrid por apoyar las protestas estudiantiles, se dedicaba a repartir copias de su recién publicado “Manifiesto de la Comuna Antinacionalista Zamorana”. Esa Comuna que se declaraba ya de facto fundada por obra de tal Manifiesto y cuya función consiste, desde entonces, en luchar, de hecho y de palabra, contra el Estado español y todo Estado en general. 

El Manifiesto ofrece amplias directrices sobre la organización de la vida de la Comuna una vez conquistada la independencia del pueblo de Zamora. En un primer momento, todos sus miembros formarán parte de un gobierno provisional cuya principal actividad será la de su provocar su propia disolución. Se producirá una expropiación de los bienes llamados “dinerarios” –es decir, aquellos que sean claramente cuantificables y permitan definir al posesor según el lema del “tanto tienes, tanto vales”–, mientras que se respetarán los objetos que se intuya están siendo plenamente disfrutados por su dueños o con los que éstos hayan establecido ciertos lazos amorosos. Se eliminará la obligatoriedad del trabajo y la noción misma del trabajo, desde la confianza en que su desaparición despertará en los ciudadanos el deseo de emprender toda suerte de actividades que harán florecer la Comuna y que ya no podrán distinguirse de las que habitualmente se consideran ligadas al ocio y al goce. 

Pero más allá de éstas y otras directrices que allí se detallan convenientemente, quizá las más importantes en esa tarea de combatir al Estado sean las que afectan a la disolución de la institución de la Familia. Lejos de imponer el amor libre como fórmula abstracta, el Manifiesto propone como primer paso liberar de la ancestral prohibición los amores llamados “incestuosos” entre los hermanos y hermanas que bien se quieran: se sospecha que en la vieja Ley que impide ser amantes a los hermanos se hallaría la causa de que los amantes nunca puedan quererse entre sí como hermanos, de manera que, abolida la Ley, es de esperar que poco a poco pase a mejor vida el estado de guerra y enemistad que suele amargar a las parejas. Se trabajará críticamente por la progresiva desaparición del Amor de posesión mostrando la falsa sensación de seguridad que conlleva, con lo que se supone acabará muriendo también el Sexo que antitéticamente se le opone. Pasado el tiempo, vaticina el Manifiesto, “cada amor estará lleno de toda clase de amor”, sin que tenga ya sentido distinguir entre el amor del alma y el del cuerpo. Gracias a la proliferación de toda suerte de juegos y bromas de sustitución de los niños en los primeros meses de vida, las madres olvidarán fácilmente cuál de los niños paridos es el suyo, y se dedicarán, al igual que todos los miembros de la Comuna, a la educación conjunta de todos ellos. Y una vez el amor se libere de sus ataduras posesivas y todos los miembros de la Comuna hayan pasado amarse como hermanos y hermanas –cosa que implicará la paulatina evaporación del concepto mismo del incesto–, se da por hecho la pronta desaparición de la figura del padre, despreocupado ya por completo por saber qué hijos serían los suyos y de toda pretensión de traspaso a ellos de bienes privados inexistentes. 

No me consta que el pueblo de Zamora alcanzara jamás su independencia del Estado español. Pero si por este motivo nunca pudo llegar a materializarse de hecho –o al menos no de forma que quepa conocer– la función batalladora frente al Estado de esa Comuna Antinacionalista, no puede negarse que Agustín García Calvo jamás dejó de ejercerla de palabra, incluso desde antes de su misma fundación, con cada una de sus numerosas y variadas obras. En repetidas ocasiones siguió combatiendo la idea de la Familia como pilar fundamental del Estado y fuente de nuestra constitución en los Individuos que lo conforman. Pues la Familia es, decía Agustín, la institución que con sus leyes y prohibiciones, con sus dictados e interdicciones –tienes que querer a tu madre, es un crimen si no lo haces, pero nunca quebrantando ciertas fronteras; tienes que respetar a tu padre, eres un mal hijo si no lo haces, pero nunca traspasando ciertas barreras–, impone la sustitución de los sentimientos del infante, por principio indefinidos, carentes de límites, brutales, por entero desmandados, por una idea de tales sentimientos, ya definida y reglada, que los domestica y transforma en una obligación en la que todo goce sólo podrá darse a partir de entonces en medio de la sufriente contradicción e invariablemente bajo la nítida separación del Amor y el Sexo. 

En el seno de la Familia adquirimos el Nombre Propio que nos pretende únicos e irreemplazables a la vez que nos iguala al número por el que devenimos uno más indistinguible de tantos. En ella se construye de forma primaria nuestra identidad como Individuos en tanto que “hijos de” y se conforman poco a poco lo que en adelante serán nuestros Gustos Personales, más que expresión de un verdadero desear y querer, reflejo de la obediencia a lo que está mandado querer. En cuanto unidad de producción económica y consumo, en la Familia aprendemos que el Dinero es el sustituto ideal de todas las cosas: de entrada, del amor que los hijos reclaman a los padres o la mujer al marido pidiendo siempre más Dinero. E interiorizamos entonces la necesidad del Tiempo muerto del Trabajo –el que nace ya sin posibilidad de albergar forma alguna de disfrute– para la consecución de ese sustituto universal de cualquier cosa anhelada que nos permite convertirnos en fieles súbditos del Estado. Sólo por causa de la Familia, llegaremos a ser igualmente fieles reproductores del Orden establecido –ése que siempre se defiende bajo la amenaza del caos terrorífico en su ausencia– cuando, en función de esas mismas reglas y de las idealizaciones que les subyacen, nos lancemos a la búsqueda de la Pareja con la que fundar un nuevo nido para la producción de más Individuos. Una Pareja en la que acabará primando antes la Idea de lo que debe ser que los sentimientos que laten en sus honduras y dieron lugar a su surgimiento. Antes la urgencia de la posesión del otro que el disfrute mutuo y compartido. Antes el afán de conocer al otro como forma de poseerlo que el misterio que emerge de no saberlo y la libertad que se le otorga no forzándole a que se sepa a sí mismo a través de nuestro conocimiento. 

Pues, para Agustín, si algo originario, algo espontáneo, algo vivo respira en nosotros por debajo de tanta Ley, de tanta conformación, de tanta imposición constitutiva de las Personas que somos, es, precisamente, aquello que no sabemos de nosotros mismos ni podemos saber porque la operación misma de pretender saberlo propicia de inmediato su pérdida: al intentar apresarlo se nos escurre entre los dedos, y sólo logramos aferrar en su lugar la pálida idea, fija, inerte, de eso que antes, por no saberlo, palpitaba en nosotros con toda su fuerza. De ahí que Agustín nos legara un largo sermón sobre el ser y el no ser que venía prologado por un par de sonetos de los que me permito extraer los siguientes versos: 

¿Por lo que triunfo y lo que logro, ciego 
me nombras y me amas?: yo me niego, 
 y en ese espejo no me reconozco. 

Yo soy el acto de quebrar la esencia: 
yo soy el que no soy. Yo no conozco 
más modo de virtud que la impotencia. 

Y que el final del segundo soneto proclame que así como “tu muerte es tuya” –y ojalá lográramos deshacernos de esta maldita posesión indeseada–, “tu no saber es toda tu esperanza”. Y es que ser es, según Agustín, idéntico a saberse. Y no otra cosa que eso que decimos ser y saber del ser que somos es lo que nos aprisiona y limita al definirnos, impidiéndonos acceder a la sustancia viva e indefinible que alienta por debajo de cada determinación que forja pública y privadamente nuestro ser. Por eso Agustín quiso cantar al no ser idéntico al no saber. Por eso nos conminó con sus poemas, con sus cuentos, con sus ensayos y sus originales tratados sobre los antiguos o la estructura del lenguaje que habla en nuestras bocas sin pertenecer a ninguna, a reparar en lo que no somos y en ese no ser no sabemos de nosotros mismos. Con la esperanza de que, en algún momento y probablemente sólo de forma fugaz, alcancemos a ser otro que ése que somos –y en ese ser otro, uno cualquiera, como de cualquiera es el lenguaje que nos atraviesa de parte a parte–, y así nos liberemos, nos deshagamos un poco de la constante imposición de ser los Individuos arrojados a la muerte que nos han llevado a ser. 

Por más que Agustín despotricara constantemente contra la institución de la Pareja, nunca dejó de reconocer que ese sentimiento que, a su juicio, mejor no nombrar para no matarlo, y que trivialmente asociamos al enamoramiento, constituye una de las pocas maravillas capaz de hacernos transitar del ser al no ser, de conducirnos desde la definición y el saber a la confusión y momentánea disolución del ser que de continuo estamos de obligados a ser. Un sentimiento que se asocia obsesivamente a un Tú en cuyos brazos nos perdemos y olvidamos gozosamente de nosotros mismos y del cual, por causa de esa dichosa pérdida que nos vuelca el cielo boca abajo, queremos hacer la única Ley, el único Dios, la única Patria, el único Ejército, los únicos Padres que manden en nuestras vidas. O al menos así lo expresaba él en este poema al que pusieron música Amancio Prada y Chicho Sánchez Ferlosio. Sirva aquí su recuerdo como cierre de este pequeño homenaje que he querido rendir al gran maestro de la pluma que fue y sigue siendo en sus obras Agustín García Calvo. Hasta siempre, maestro. 


15 comentarios:

NoSurrender dijo...

La última vez que vi a Agustín García Calvo en Madrid fue hace unos años en un bar cercano a los Alphaville, en Plaza de España. El filósofo, el mito, estaba tomando media ración de calamares mientas miraba el informativo en la televisión que presidía el comedor del bar. Mientras él deglutía absorto en los bustos parlantes del monitor, su mujer estaba sentada junto a él dando cuenta de otro plato. No se hicieron caso el uno al otro durante la velada. No había pasión intelectual alguna en ese tráfico de calamares, nada de complicidad amorosa, ninguna revolución del amor. Tan sólo una pareja bastante mayor llevando a cuestas un día más de existencia española. Supongo que la misma impresión de causaría ver a David Bowie hurgándose la nariz en el metro en hora punta o a Michel Houellebecq en el Santiago Bernabéu pidiendo un penalti a favor del Real Madrid envuelto en una bufanda del equipo. Pero todos somos personas, incluso los mitos. Supongo que no es necesario pasar la línea de la teoría a la práctica continuamente para que ambas sean perfectamente válidas en cada pequeño y aislado momento.

Creo que la palabra Familia ha sido prostituida hasta el límite por quienes se dicen defensoras de ella, porque han utilizado el concepto social natural como institución de represión ideológica a base de legislaciones en torno a ese mero vínculo de afinidad y consanguineidad. Al fin y al cabo, la familia es la primera experiencia social del individuo, con sus roles y estructuras de poder inalienables. No es causalidad que George Lakoff utilizara la metáfora de la familia (en realidad es algo más que una metáfora) para definir las características psicológicas inamovibles de quien es de derechas (“modelo de padre autoritario”) y quien es de izquierdas (“modelo de padre protector”).
Mi relación con mi familia no es convencional. No todo español de mi ya larga edad es hijo de separados, así que siempre he sentido que no era normal mi desarrollo en ese seno. Pero en cuanto a las relaciones incestuosas que deberían devenir para acabar con este lastre ideológico que es la familia, me temo que estoy más cerca de la cara que pone Tony Soprano cuando su psicóloga le hace ver que quizás tiene algo sexual pendiente con su madre. Me temo que me supera esa provocación :)
Quiero contar un episodio poco conocido del maestro García Calvo que muestra su reputada valentía desnuda. Poca gente sabe que el zamorano es el autor del himno de la Comunidad de Madrid. En medio de toda esa tontería de identidades que dio lugar a las comunidades más ridículas, sólo con el objetivo de que la casposa derecha española tolerara las evidentes diferencias nacionales del País Vasco y Cataluña, el socialista Legina tuvo el cuajo de encargarle a García Calvo el imposible reto de hacer un himno de connotaciones patrioteras (como todos los himnos) a la nueva Comunidad de Madrid. Y Agustín empezó:

Yo estaba en el medio:
Giraban las otras en corro,
Y yo era el centro.
Ya el corro se rompe,
Ya se hacen Estado los pueblos,
Y aquí de vacío girando
Sola me quedo.
Cada cual quiere ser cada una:
No voy a ser menos.




Me ha gustado mucho la frase con la que abre este post, doctora Antígona. Sobre todo en época de fracasos.

Un beso, doctora Antígona!

El peletero dijo...

Samuel Colt, el inventor del famoso revólver, dijo que Dios había hecho a todos los hombres iguales, pero que él, con su revólver, había conseguido que todos fueran igual de altos, igual de gordos o flacos, igual de fuertes... Pero ya sabemos que las armas las carga el diablo... de la misma manera que las utopías. Nunca he entendido la admiración que despiertan siendo las responsables de más muertes que las epidemias. Me he esforzado, pero no logro comprender, o tal vez sí y me asusto por ello, la lógica ni moral ni intelectual que las sustenta.

Besos no utópicos, los mejores.

Antígona dijo...

Doctor Lagarto, en mi juventud vi muchas veces juntos a Agustín e Isabel Escudero, y le aseguro que siempre parecían una pareja tan mal avenida y falta de entendimiento como la que usted contempló en ese bar. Isabel tenía además la costumbre de hacer la primera pregunta ofrecida al público una vez terminaban las conferencias de Agustín, y éste jamás se molestaba en ocultar la irritación que aquello le producía y solía contestarle de malas maneras para dar pronto la palabra a cualquier otra persona del público. Sin embargo, aquello no parecía afectar en lo más mínimo a Isabel, que una y otra vez, en cada una de las sesiones que le escuché, se lanzaba a la carga pese a saber que su pregunta no iba a ser bien recibida. Una pareja de lo más misteriosa, nos decíamos los amigos. Porque en esa preciosa canción que he colgado el Tú a quien se habla, se decía, no es otra persona que Isabel, y siempre había gente más allegada que comentaba que Agustín había perdido realmente la cabeza por esta mujer.

En “Contra la Pareja”, Agustín atribuye cierto valor de verdad a las riñas y peleas de pareja: en ellas se expresaría la honda contradicción que, a su juicio, atraviesa a esta institución y a nosotros con ella. Por otra parte, desde su voluntad de quebrar toda distinción entre lo privado y lo público, arremete contra ese respeto que suele reinar en torno a la intimidad de la pareja que lleva a todo el mundo a alejarse o mirar hacia otro lado si esta se enfrenta en público o en público pone de manifiesto sus miserias, o a sus miembros a no querer mostrar esas miserias en público. No sé si ambas cosas pueden hallarse a la base tanto de la escena que usted presenció como de los desencuentros a los que yo asistía en cada conferencia. Ahora bien, lo que no puede negarse es que Agustín defendió a capa y espada la incoherencia entre lo que se dice y lo que se hace –y a pesar de que siempre defendió con idéntica vehemencia que el hablar es ya en sí mismo un hacer–. Porque uno está hecho de contradicción y, por ello, señala al final de “Contra la Pareja”, no puede haber más que incongruencia entre vida y pensamiento si se trata de cosas que ni siquiera pertenecen al mismo mundo.

En el tema de la familia Agustín se reconoce muy freudiano y, tal y como él expone las cosas, estoy de acuerdo con él en el sentido de que la familia es represora por naturaleza, es decir, que no puede hallarse familia que no lo sea, ni siquiera en las más hippies, anti-sistema o bienintencionadas, y es posible que en éstas mucho más. Porque, a mi juicio, es cierto que la familia no puede desprenderse de esa función conformadora que Agustín le adjudica y esa conformación pasa necesariamente por la limitación y la asunción de leyes que consideramos necesarias para la futura convivencia con un marco más amplio de la sociedad. Supongo que el problema viene al preguntarse si tal conformación es buena o es mala, o si existe algún modo por el que tal conformación pudiera darse de mejor o peor manera. Que Agustín analice los mecanismos que tienen lugar en esa conformación no significa ni que la rechace, ni, mucho menos, que proponga alternativas a ella (algo a lo que siempre se ha negado categóricamente: a proponer un discurso positivo tras la realización del desmontaje crítico). Sencillamente quiere mostrarnos de dónde venimos y por qué somos como somos. Y desde esa perspectiva, creo que sus análisis son perfectamente válidos.

Si le supera lo planteado en el post sobre las relaciones incestuosas entre hermanos, debería leer algunas obras de teatro o algunos cuentos donde Agustín se atreve a ir mucho más allá. Ahí sí que hay una verdadera provocación de auténtico escándalo :)

(sigo abajo)

Antígona dijo...

Jajajaja, no conocía la letra del himno de la Comunidad de Madrid, pero, ¿es que otra cosa se podía esperar de Agustín que ridiculizar esa voluntad patriotera propia de los himnos?

Me alegro mucho de que le hayan gustado esos versos. Es cierto que vienen al pelo de estos tiempos que corren, sobre todo si se les da la vuelta: nada limpio puede esconderse ya en quienes triunfan y tienen éxito. El fracaso, a la vista de cómo está construido el mundo, bien parece síntoma de honestidad y de rebeldía frente a los poderes establecidos.

Un beso, doctor Lagarto!

Antígona dijo...

Bueno, estimado Peletero, ninguno de los escritos de Agustín se presenta bajo la forma de una utopía, salvo éste, y creo que si uno sabe leer entre líneas y lo sitúa en el contexto de toda su obra, se da cuenta de inmediato de que en sus intenciones queda bien lejos cualquier afirmación positiva de lo presentado o cualquier inocente confianza en que lo presentado pudiera llegar jamás a materializarse. Piénselo antes de esta manera: si las distopías pretenden hacernos reflexionar sobre el mundo en el que de hecho vivimos, creo que esa aparente utopía que es el Manifiesto de la Comuna cumple exactamente la misma función. Al menos así lo dan a ver los restantes escritos que Agustín tiene sobre la Familia, sobre el Dinero, sobre el Trabajo o sobre cualquier otro aspecto del orden social que se le ocurra.

El problema es que muchos de los seguidores de Agustín no supieron entender lo que éste quería dejar siempre bien claro al final de sus escritos: que ninguno de ellos debía tomarse como recomendación sobre lo que hay que hacer y lo que no, ni había propuesta de Futuro alguno –tanto ha despotricado también Agustín contra el Futuro– en ellos ni, muchos menos, como le decía al doctor Lagarto, de alternativa alguna que contraponer a lo existente. Cada uno de sus libros es, como dice en “Contra la Pareja”, un “limpio regalo negativo”. Pero la gente lee lo que quiere leer. Más de una pareja conocí que rompió amigablemente tras leer este libro confiando en estar así siguiendo los dictados del maestro.

Un beso negativo!


El peletero dijo...

Pues que quiere que le diga, querida Antígona, sus explicaciones no me sirven si atiendo a lo que dicen solamente y no a las sempiternas entrelíneas y a los contextos referidos a toda una obra entera. ¿Hay que haberse leído toda la obra de un autor para comprender correctamente un solo poema?, si es así mal vamos.

Además la anécdota que nos cuenta de algunos lectores debería ponernos en guardia, y ella sola desacredita la supuesta bondad de unas intenciones y es feo dar las culpas a los lectores arguyendo que no han interpretado de manera correcta lo que se ha escrito y que leen lo que quieren leer, ¿no habíamos quedado que ellos también son dueños de la obra y que su interpretación es tan válida como las otras? Por eso los fans, queriendo hacer una sociedad libre de males, acaban construyendo campos de concentración.

Cuando fui a ver en mi juventud, “Interiores”, la primera película dramática de Woody Allen, en la fila de delante se sentó una pareja que no paró de reír durante la primera tercera parte de ella. Poco a poco las risas fueron menguando al darse cuenta que el film no era cómico como estaban acostumbrados que fuesen las películas del señor Allen.

A esa parejita le das a leer un texto como el que usted cita y en un plis plas te hacen un decreto ley a gusto de Pol Pot al que parece tampoco le gustaba demasiado la familia.

Además, y dicho sea de paso, no hay ninguna utopía que tenga sentido del humor ni de ironía y así, como comprenderá, no se puede ir a ninguna parte.

Besos con los labios

Dona invisible dijo...

Esta semana precisamente he estado hablando con mi profesora de ruso sobre las experiencias de "comunas" a raíz de un comentario mío sobre el comunismo y su explicación del porque este fracasó estrepitosamente en la antigua URSS.
Según ella, la aplicación real del comunismo siempre será un fracaso, que no puede funcionar de ninguna de las maneras. Pero a pequeña escala vemos ejemplos maravillosos de personas que abandonan el borreguismo general y se autogestionan, practican la colaboración y el bienestar común de forma real.
Del ejemplo que nos pones me interesa también esa ofensiva contra el núcleo familiar como elemento vertebrador de la sociedad. De un tiempo a esta parte pienso que es uno de los aparatos sobre los que se sostiene el sistema en el que vivimos. Al sistema le interesa perpetuar el modelo de familia tal y como se entiende tradicionalmente...

¿Quién sabe? Quizás la solución al embrollo en que nos encontramos sea la de la desglobalización y la de la asunción que solo en un microcosmos local las cosas pueden empezar a ser más justas.

Un abrazo!

TRoyaNa dijo...

Antígona,
es posible que el mismo autor no creyera en la utopía de la Comuna,pero yo creo que las utopías son necesarias como referentes,porque aunque nunca las alcancemos,siempre son un horizonte hacia el que avanzar.

La familia es la base sobre la que el sistema se sostiene,es la unidad de consumo y estoy de acuerdo,de que su carácter es en esencia represor,incluso sutilmente en sus formas aparentemente más liberadoras.No en vano,los psicólogos y psiquiatras se pasan media vida intentando "reparar" la estela que dejan sus destrozos.

Hay en la concepción de la Comuna,una idea de red de ayuda,de reparto del cuidado en la crianza y educación de los niños,que me parece muy interesante,al igual que esa huida de la concepción de "propiedad privada" en relación a los hijos.

Volviendo al texto,cómo me ha gustado esa frase de García Calvo:
“tu no saber es toda tu esperanza”.

Un abrazo!!!!




Marga dijo...

Me acordé de ti cuando leí la noticia de su muerte...

Imagino que leer su Mamifiesto es complicado si no contextualizamos el momento en el que fue escrito. Y si no tenemos en cuenta el carácter provocador que siempre tuvo Agustín García Calvo... yo he de confesar que salvo sus poemas he leído poco de su obra, y aún consciente de su sesgo personal, poco me atrevo a añadir sobre él.

Aún estando de acuerdo con mucho de lo leído en este post... siempre he dicho que ojalá fuéramos pajaritos que a los tres días patada y a volar fuera del nido!! jeje. Pero pienso que la familia es el lugar donde germina todo lo malo aunque también todo lo bueno, si tienes suerte. Y dependiendo del día te diré una cosa u otra: pájaro o tribu, jajaja. A veces la familia es una institución insufrible pero yo no sabría apañarmelas sin ella, ays. El secreto, me parece a mí, es tener una que sea tan poco convencional que a veces no sepas ni como llamarla y en la que te suceda como en la pareja: perder el sentido crítico debido al enamoramiento que atonta. Yo es que ando bastante enamorada de la mía aunque eso sí, el sexo me da un poco de repelús... no iría yo tan lejos. Me pilla un poco a trasmano el pensarlo. Tabús atávicos nos contemplan, quizás. O que ya es complicado el sexo tal cual como para añadir más leña, ufff.

Pero me encanta la frase con la que inicias el post. A mí los triunfadores siempre me han dado un poco de repelús porque me parecía que para alcanzar el triunfo algo debes dejar en el camino y generalmente suele ser la decencia, difícil ganar sin pisar... además me parecen poco literarios, me aburren, no puedo evitarlo, jeje.
Ser un súbdito de los laureles, cantaba no recuerdo quién. Qué pereza da.

O será que mis ambiciones son otras.

Besos panza arriba!

Veda dijo...

"No me pregunten quién soy, ni me pidan que siga siendo el mismo". Foucault.

Cabe conocer la obra entera de un artista admirado, o un maestro de la disciplina cual sea. Cabe también prendarse de un fragmento. Cabe la posibilidad de coincidir en la interpretación general de sus actos e intenciones. Cabe la catalización personal y sin embargo no poder evitar convertir cada frase en una fusión de tu pensamiento y el suyo.El pensamiento anda nómada, querida Antígona.

Mejor no entrar en los orígenes de la familia, ni intentar ligarse o desligarse. Uno queda despersonalizado por obra de ella, también sellado con la marca de la casa. Dicen que unos tienen patria en su infancia y otros siempre seremos apátridas.

En cualquier caso García Calvo aportó a este mundo. Gracias por tu post.

Un abrazo y una sonrisa :)

Antígona dijo...

Por supuesto que no hay que haberse leído toda la obra de un autor para comprender correctamente un solo poema. Pero creí que su crítica al pensamiento utópico se refería a mi relato de los contenidos del “Manifiesto” y no a los fragmentos de poemas de García Calvo que he transcrito, en los que, personalmente, poco de utópico detecto.

¿Cree usted que ningún lector es nunca culpable de la mala interpretación o lectura de una obra? Porque yo también soy lectora de la obra de Agustín, y nunca leí en él una propuesta de actuación o una incitación al cambio de vida, como otros lectores hicieron. ¿Son todos los lectores dueños por igual de la obra de un autor? ¿No cree que hay mejores y peores lectores? Más cuando son muchos los pasajes de los textos de Agustín –lástima no estar en casa para poder transcribirle alguno- donde él mismo advierte del error de interpretar sus análisis y desmontajes críticos como una propuesta de contenido positivo a oponer a lo ya existente. No, estimado Peletero, yo no creo que todos los lectores acierten en sus interpretaciones, más cuando, siendo cierto que de un mismo texto se pueden dar diferentes lecturas, es falso que cualquier lectura de los mismos sea posible.

Me parece que se precipita usted al imaginar las consecuencias que la lectura de este texto tendría en esa parejita que buscaba motivos de diversión donde no los había. Pero incluso si tuviera usted razón, ¿piensa que debería dejar de ejercerse cualquier crítica de lo existente por miedo a que ciertos individuos acaben poniendo bombas o quemando contenedores para destruir la realidad criticada? ¿Realmente piensa que mostrar las fisuras, las contradicciones, las causas del sufrimiento que tantos individuos padecen por causa de sus familias implica una invitación a imponer la disolución de la familia? Estimado Peletero, a mí me parece más que saludable analizar detenidamente todo aquello cuyas presuntas bondades damos por sentado y no nos atrevemos a cuestionar. Y también me parece que hay que confiar en la inteligencia de los lectores, aunque algunos se muestren especialmente torpes.

Usted también se empeña en leer una utopía donde no la hay. Precisamente por eso creo que el “Manifiesto” está redactado con buenas dosis de ironía y sentido del humor.

Besos huérfanos! :P

Antígona dijo...

Querida Dona, el por qué del fracaso del comunismo en la antigua URSS sería una cuestión demasiado compleja para tratar aquí. Y, en cualquier caso, lo que escribe García Calvo en el “Manifiesto” está bien lejos de suponer una defensa del comunismo o de cualquier cosa que implique la imposición de un modelo teórico sobre la realidad.

Conocí de joven a una estudiante de antropología que había hecho un trabajo de campo en una comuna hippie, para lo cual había vivido durante cierto tiempo con sus integrantes y formado parte de ella. No recuerdo si hablamos de más aspectos de su funcionamiento, pero sí que destacó el fracaso que en ella observó de la teoría del amor libre. Según contaba, en la comuna se daban todos los mecanismos que ocurren en las relaciones de pareja: celos, rivalidades, posesividad o afán de exclusividad… Vamos, que por mucho que sus miembros lo intentaran, acababan reproduciendo sin pretenderlo la estructura de la pareja que rechazaban. Quizá si ese modelo de vida en pareja puede ser puesto en cuestión o transformado en otra cosa no sea por obra de un ejercicio de voluntad, sino porque una nueva forma de materializar el amor emerja naturalmente de una situación concreta que además no se dejaría extrapolar a lo general ni tomar por un nuevo modelo a imitar.

Por eso me gustan los desmontajes críticos que hace Agustín: en ellos nunca se propone ningún modelo, ni de pareja, ni de familia, ni de gestión económica. Pero la crítica de lo instituido y asumido como inamovible termina resquebrajando esa imagen de realidad única, inalterable e inevitable y permite entrever que otras formas de familia, de pareja o de convivencia son posibles, sin caer nunca en el error de definir o de delimitar cómo tendrían que ser.

Yo lo de la desglobalización lo veo sencillamente imposible, puesto que ya vivimos en un mundo por completo globalizado. Ahora, sí que veo que en ese mundo globalizado caben modelos de vida muy distintos y que no todo se reduce a plegarse a las pautas generalizadas de actuación.

Un beso!

Antígona dijo...

Así es, Troyana, Agustín no creía en la utopía porque, como ya he dicho varias veces, no creía en ningún modelo positivo de funcionamiento que pudiera oponerse a y afirmarse frente a lo existente. Ahora bien, eso no implica que no se puedan imaginar ciertas cosas sin necesidad de presentarlas como una propuesta concreta o como aquello que deberíamos hacer o en lo que deberíamos convertirnos. Y, en ese sentido, me parece que el “Manifiesto” es un ejercicio de imaginación que, sencillamente, pretende hacernos reflexionar sobre la realidad en la que vivimos.

Yo también pienso que Agustín acierta al destacar en la familia el germen de nuestra constitución como individuos dispuestos a seguir unas pautas ya dadas y a sostener la forma de vida que en su seno hemos aprendido. A fin de cuentas, la familia es el referente más poderoso con el que contaremos a lo largo de nuestra existencia, tanto porque es la cuna en la que recibimos los primeros y más decisivos aprendizajes, como porque los lazos que en ella se generan son, probablemente, los más difíciles de romper u obviar. No creo que haya que valorar necesariamente esa esencia represora de la familia como algo negativo. Tampoco Agustín lo hace. Y aprender a reprimir ciertos impulsos –los violentos, por ejemplo- es un requisito imprescindible para la convivencia sin el cual sería imposible cualquier mínimo de armonía social. Sin embargo, saber reconocer esa naturaleza represora puede convertirse en una vía potencial para liberarse de ciertas represiones menos útiles y más dañinas o limitadoras de nuestras posibilidades de vida.

Se dice con razón que “Para educar a un niño, hace falta la tribu entera”. Así que veo igualmente en el escrito de Agustín la ocasión perfecta para reflexionar sobre ciertos aspectos de la constitución de nuestras sociedades que podrían moldearse o alterarse de percatarnos de la importancia que, más allá de la familia, los modelos sociales tienen en nuestra manera de entendernos y pensarnos.

Un beso y un abrazo!

Antígona dijo...

La verdad es que saber de su muerte me apenó, niña Marga. Hacía mucho que no había vuelto a leer nada de él, pero durante unos años fue una figura importante en mi día a día y nunca es agradable la experiencia de la desaparición de aquellos elementos que, de una manera u otra, han contribuido a enriquecer nuestras vidas o nos han llevado a ser quienes somos.

De provocador Agustín tenía mucho, y sólo hace falta leer ciertos cuentos u obras de teatro escritas por él, que herirían más de una sensibilidad incapaz de tomar distancia frente a lo leído, para saberlo.

Nunca lo había pensado de esa manera, pero tienes razón: si fuéramos pajaritos que a los tres días ya estuviéramos fuera del nido, no habría tantos psicólogos remendando, como decía Troyana, los destrozos y desgarros que provoca la institución de la familia. La cuestión es que no es así y, como dices, tampoco es justo atribuirle sólo lo malo y no lo bueno que cada cual lleva dentro de sí. Y no sólo por una cuestión de suerte. Porque a veces lo bueno surge precisamente de la confrontación, de la oposición, del rechazo de lo inculcado en el nido familiar, y, en ese sentido, su valor “formativo” –en la acepción más neutra del término- puede obedecer a múltiples y un tanto insospechados factores. Me alegro de que tú tengas la suerte de contar con esa familia que parece trascender los límites de lo que por tal se entiende hasta el punto de no saber cómo llamarla. Yo con la mía vivo en la contradicción constante, y quizá por eso me parecen tan iluminadores los análisis de Agustín: porque comprendo mejor las causas y las razones de esa contradicción. En cuanto a lo del sexo, jajaja, hay que ver lo bien que funciona la imposición y la interiorización del tabú, que a todos nos da reparo y repelús hasta de pensarlo. Desde luego, para mí es la prueba del papel decisivo que las limitaciones que impone han jugado en nuestra formación. Si por nada del mundo nos atreveríamos a quebrarlas, es que algo muy importante se cuece ahí dentro para la constitución de nuestras sociedades.

Como le decía al Lagarto, en estos tiempos que corren la frase parece aún tener más sentido. Buen número de los llamados triunfadores lo son precisamente gracias a su inmoralidad e indecencia. En muchos de nuestros políticos o grandes empresarios, por no hablar de los grandes nombres del mundo de las finanzas, no puede verse más claro. No sé si el triunfo tendrá siempre ese precio. O quizá es que hay que saber ver que hay triunfos propios que nada tienen que ver con lo que socialmente se entiende por tal y que incluso, desde esa perspectiva, podrían ser categóricamente juzgados de fracasos. Craso error.

Besos en las mejillas!

Antígona dijo...

Sabia frase de Foucault, estimada Veda, en cuyos textos –que me gustaría conocer mucho mejor- veo tantas conexiones con las reflexiones de García Calvo.

Las posibilidades frente a una obra son muchas, estoy de acuerdo. Y todas pasan por nuestra propia mirada, por nuestras propias búsquedas, también por una cuestión de sensibilidad afín en la visión del mundo o en la utilización de las palabras. El pensamiento debe andar siempre nómada. Aposentarlo en un solo lugar o atarlo con cadenas a él por admiración o adhesión emocional supone privarlo de lo que más esencialmente debería caracterizarlo, que es su libertad. ¿Y de qué vale un pensamiento no libre?

A mí sí me interesa indagar en los orígenes de la familia. De la familia en general y de la mía en particular. No por ligarse o desligarse –a la postre, me temo que eso es algo que cae fuera de nuestra capacidad de decisión- sino por comprender mejor nuestros enrevesados afectos y desafectos frente al núcleo familiar si eso puede aliviar un poco la tensión de tanta contradicción. Yo prefiero pensar que mi patria se halla en la suela de mis zapatos. Y en los lugares en los que he decidido posar esas suelas.

Y tanto que aportó. Ahí quedan sus textos, para seguir aportando a cada nuevo lector que desee acercarse a ellos.

Celebro tu sonrisa :)

Cuenta con la mía y un gran beso!