Hace ya bastantes décadas dijo un conocido pensador que la oración matutina del hombre moderno era la lectura del periódico. En atención a sus palabras, he de confesar que durante la mayor parte de mi vida he sido decididamente pre-moderna. Sin que ello fuera fuente de excesiva inquietud, he vivido casi por completo al margen de cualquier acontecimiento de los que se consideran noticia. Prácticamente ajena a cualquier debacle pública o política que excediera el ámbito de mi entorno más cercano. Inmersa en realidades bien distantes de la actualidad mediática del día a día, salvo las novedades literarias que cada sábado aparecían en el suplemento cultural de cierto renombrado periódico. Tan sólo por el relato de mis allegados tenía constancia de algunos sucesos. Creo recordar que muy raramente lograba interesarme por ellos.
Esta situación se ha transformado radicalmente en los últimos años. El cambio empezó y fue ganando terreno de manera paulatina debido a la presencia en mi vida de factores antes inexistentes. Se consolidó en el verano en que la Europa liderada por Alemania se empecinaba en asfixiar la economía griega con sus políticas de austeridad cuando estaba ya más que probado que tales políticas sólo estaban contribuyendo a la creciente miseria y sufrimiento del pueblo griego. Y terminó por instalarse en mi rutina diaria en el momento en que, bajo el pretexto, ya intragable a la vista del ejemplo heleno, de la ausencia de cualquier otra alternativa frente a la crisis, los españolitos de a pie comenzamos a padecer en nuestras propias carnes el mordisco de los efectos de esos mismos programas de austeridad.
A día de hoy, estar al tanto de lo que sucede en la parcela del mundo que más directamente afecta a mi persona se ha convertido en una obsesión que no vacilaré en calificar de enfermiza. Abandono la placidez del sueño cada mañana con las noticias de la radio. Con ellas desayuno mientras consulto los periódicos digitales, y con ellas me dirijo al trabajo y regreso a casa para volver a encender la radio y consultar más periódicos digitales, las noticias que mis contactos cuelgan en el facebook, los artículos de opinión sobre la actualidad más reciente que ofrecen las páginas –y los de algunas otras– que figuran en el margen derecho de este blog. Pocas son las tareas que emprendo que no interrumpa cada cierto tiempo para consultar de nuevo algún periódico o blog de análisis de los hechos económicos y políticos que ocupan las portadas. Nunca hasta ahora había experimentado tal urgencia por tener información inmediata sobre el presente que se nos va viniendo encima día a día. Nunca hasta ahora me había sentido hasta tal punto colonizada por la exterioridad que se despliega más allá de mis obligaciones y devociones cotidianas.
A día de hoy, estar al tanto de lo que sucede en la parcela del mundo que más directamente afecta a mi persona se ha convertido en una obsesión que no vacilaré en calificar de enfermiza. Abandono la placidez del sueño cada mañana con las noticias de la radio. Con ellas desayuno mientras consulto los periódicos digitales, y con ellas me dirijo al trabajo y regreso a casa para volver a encender la radio y consultar más periódicos digitales, las noticias que mis contactos cuelgan en el facebook, los artículos de opinión sobre la actualidad más reciente que ofrecen las páginas –y los de algunas otras– que figuran en el margen derecho de este blog. Pocas son las tareas que emprendo que no interrumpa cada cierto tiempo para consultar de nuevo algún periódico o blog de análisis de los hechos económicos y políticos que ocupan las portadas. Nunca hasta ahora había experimentado tal urgencia por tener información inmediata sobre el presente que se nos va viniendo encima día a día. Nunca hasta ahora me había sentido hasta tal punto colonizada por la exterioridad que se despliega más allá de mis obligaciones y devociones cotidianas.
Al margen del componente claramente adictivo que observo en esta conducta –alguien habló de la avidez de novedades que tiende a dominar la vida humana–, la considero enfermiza por los efectos que causa en mis estados de ánimo. Si Spinoza afirmara que, de aspirar a tener una vida buena, debemos esforzarnos por alejar de nosotros aquellos objetos que nos entristecen y rodearnos de aquellos otros que despiertan nuestra alegría, pues la tristeza nos debilita y empequeñece mientras que la alegría nos potencia y engrandece, es más que obvio que me estoy empeñando en desoír sus consejos. Del cabreo casi diario con las decisiones políticas nacionales e internacionales, de la indignación ante el relato de las terribles, insoportablemente dramáticas consecuencias de tales decisiones, de la enorme sensación de impotencia que se apodera de mí al contemplar esta sistemática y perfectamente programada demolición de lo poco o mucho que, en algunas naciones europeas, incluida la nuestra, había llegado a materializarse de la idea de Estado social y democrático de derecho, de todas esas cosas, digo, no puede acabar derivándose, con el transcurrir del tiempo, más que un raro sentimiento de tristeza. Raro porque no impide la risa ocasional ni la parcial emergencia de la alegría, pero acompaña de continuo desde algún lugar recóndito como una especie de blues desafinado en sordina que aprovechara el cansancio, la soledad o el silencio para hacerse notar. Rara también la manera en que, imponiendo una incómoda pesadez interior, empuja al desánimo, a la desgana –a la debilidad, que diría Spinoza–, quizá por estar acostumbrados a tristezas de raíz más propia y cercana que ésta que brota de un panorama social y económico tan desolador en el presente y más desolador aún en su proyección futura.
Siempre he creído firmemente que si la jornada laboral de ocho horas se ganó en luchas obreras a finales de S. XIX, seguir trabajando ocho horas diarias más de un siglo después y tras una vertiginosa revolución tecnológica es el resultado de una notoria e intolerable estafa. Ahora asistimos al progresivo aumento del número de trabajadores cuyas jornadas superan con creces esas ocho horas a cambio de un salario miserable que apenas les da para vivir. A la pérdida de derechos laborales conseguidos gracias a décadas de protesta y sangre derramada en las calles. Al imparable incremento del paro, fruto de esa misma pérdida de derechos y de la explotación indiscriminada de quienes aún tienen la suerte de poseer un empleo, que tantas tragedias personales y tanta desesperación desata.
La lógica más elemental, ratificada sobradamente por los hechos, muestra que los recortes drásticos en gasto público empobrecen la economía al generar más paro y disminuir el consumo. Por más que se proclame que se persiguen con el objetivo de reducir el déficit, se sabe a ciencia cierta que su aplicación sólo genera más déficit y, en consecuencia, un mayor endeudamiento y un nuevo argumento para seguir recortando en una espiral suicida que ya está dejando muertos por las esquinas. Hoy, sin embargo, el ministro de economía anunciaba que las políticas de recortes son la única opción para salir de la crisis. Así que no me cabe la menor duda de que seguiremos sufriendo recortes, viendo cómo aumenta el número de parados y se empeoran a marchas forzadas las condiciones laborales, viviendo cada vez con mayores apreturas, con más miedo a perder lo poco que aún nos quede. Como no me cabe la menor duda de que, tal y como marca la senda griega, el déficit, y con él la deuda soberana que lleva aparejada, continuarán incrementándose para mayor beneficio de la banca nacional e internacional que se alimenta de esa deuda.
Mientras tanto, tal como y anunciaba por aquí hace unos meses, se disparan las privatizaciones, en algunas comunidades de forma masiva. De la educación, de la sanidad, de los transportes públicos. Agotado el negocio de la construcción, es hora de buscar nuevas formas de saciar la avaricia y el afán patológico de enriquecimiento de quienes más tienen y pueden. Qué mejor que aprovechar la estancia en las alturas para robarnos lo que es de todos y llenar sus bolsillos y los de sus cómplices, exprimiendo aún más al ciudadano con el repago de servicios ineludibles, o condenándolo a morir mientras desmantelan el sistema sanitario público para transitar hacia su completa privatización. No otro es el objetivo que empieza a abrirse paso cada vez con menos disimulo. Dicen los entendidos que el negocio más codiciado por ciertas aves de rapiña se encuentra en el sistema de pensiones. Tiempo al tiempo.
Espero que convengan conmigo en que no me faltan motivos –y éstos son sólo unos pocos– para estar cabreada. Para estar triste de resultas de tanto cabreo. Haciendo un esfuerzo, podría proponerme apagar la radio, dejar de mirar la prensa digital, abstraerme de los acontecimientos que se suceden día a día y retornar al limbo en el que viví durante tantos años. No se crean que no lo he pensado más de una vez. Pero estoy segura de que logré habitar en ese limbo porque otras eran las circunstancias que me lo permitieron. Circunstancias que no sólo no son ya las mismas, ni tan siquiera remotamente parecidas, sino que están cambiando a un ritmo frenético a cada hora que pasa. Para conducirnos a un mundo mucho más inhóspito e injusto que el que hasta ahora he conocido. Y necesito estar al tanto y ser consciente de ese cambio.
No sé si por un afán hasta cierto punto morboso de saber lo que se nos avecina antes de su llegada, o porque una parte de mí confía ingenuamente en que sólo de esa conciencia mía y de muchos otros podría surgir, si acaso, alguna vía para frenar ese proceso. No hay día que no me plantee la pregunta acerca de la posible existencia de esa vía, ni día que halle respuesta clara para ella. Aunque hoy sí haya tenido meridianamente claro que no me quedaba sino declararme en huelga y echarme a la calle.
18 comentarios:
Querida Antígona, describe un panorama, el de usted o el del personaje que escribe, nada envidiable, tremendamente desgraciado, y como ella misma afirma, enfermizo. Leerla me ha enfermado a mí, ¡qué horror! ¡Grite socorro!, necesita ayuda de inmediato, descuelgue el teléfono y marque el número de la “Esperanza”, tal vez puedan hacer algo.
Caerse del caballo, como San Pablo, o San Agustín, siempre conlleva, o casi siempre, romperse la crisma, y eso es, me parece, dicho sea con todos mis respetos, lo que le ha sucedido a usted, se ha caído y se ha roto algo.
Por una simple cuestión de higiene moral e intelectual es bueno tomarse las cosas con ironía y buen humor, siempre son un buen instrumento para lograr descripciones más ajustadas y ciertas y no caer en fundamentalismos.
Lo primero que hay que hacer por las mañanas al levantarse es hacer pipí, luego mirarse al espejo, guiñarse un ojo a sí mismo y perdonarse por el aspecto del individuo o individua que está contemplando al otro lado.
Cuando salga a la calle abríguese que hace frío, aunque ya veo que sale bastante calentita en días como hoy.
Besos con guiños.
Pues me reía leyéndote,Antígona, porque yo he seguido el proceso contrario al tuyo. Desde hace muchos años, empecé muy jovencita con el vicio del periódico, raro era el día que no leía uno o varios periódicos o que no escuchaba la radio al ir a trabajar. Y es precisamente en los últimos cuando he dejado de hacerlo, harta de opiniones, de sobreinformación que no me llevaba a ningún sitio, de hartazgo al ver como esos mismos medios en los que antes podía confiar ahora se nutrían de intereses espúreos, publicitarios y/o partidistas. Me lié, no sabía sacar el hilo de la madeja y me cansé del esfuerzo. También la decepción de la deriva de El País ha influido, no lo voy a negar, pero ese sería otro tema largooooo, cómo y por qué se produjo en mí. Y mis viajes tuvieron mucho que ver con ello, ays, no hay nada peor que ver mundo.
Pero no te preocupes, ahora me informo gracias a los pesados de mis amigos, a Jorge, más pesado aún, a determinados blogs y diarios electrónicos (serios y políticos a los que llego tras investigaciones y "pruebas del algodón") y el resultado es el mismo que el tuyo: por mucho que sólo escuche Radio3 lo veo venir tanto como lo ves tú.
Dos y dos siguen siendo cuatro aunque anden empeñados en convencernos de lo contrario. Pero es que además las estrategias son tan burdas y evidentes que me pregunto cómo se habla de ellas tan poco. Un enigma que me trae de cabeza. Como tú dices y como ejemplo, el camino emprendido por las privatizaciones. No sólo intuirlo, es que bastaría volver la mirada a la Sudamérica de los años 90 para ratificarlo con hechos ya demostrados. Lo que pierde a los países, este nuestro sin ir más lejos, es su arrogancia y el pensarse mejores, más guapos y más listos
Yo no puedo declararme en huelga, un sinsentido en mí, jeje, pero sí me lanzo a la calle. Y a última hora dieron hostias, amiga... se quedó por alli mi amigo Pedro y llamó asustado.
Todo parecería un disparate o una broma sino fuera tan real.
No te pierdas el artículo de Escolar sobre el argumentario diario que reciben los medios de derechas. No sé si es para reir o para llorar pero lo cierto es que funciona. No hay más que ver lo que nos rodea.
Besos barricada!
http://www.eldiario.es/escolar/Documento-argumentos-internos-PP-general_6_69003102.html
Este es el enlace, para que te rías un poco. O llores? ya te digo, a mí me cuesta decidirme, jeje.
Antígona, me alegro de leerte de nuevo. Me asomé a la anterior entrada y no sé que debí hacer mal al comentar porque he visto, mejor dicho, jajajaj no he visto el comentario que dejé....
Te leo y leo a Marga, y me encuentro entre las dos, cada vez leo menos las noticias aunque no siempre lo consigo y pico y veo que dicen los diarios....
Comprendo lo que dices porque creo que es lo que nos está ocurriendo a la mayoría de las personas mas o menos con iguales pensamientos e ideas sobre la vida, y también veo que esto por lo que estamos pasando tambien está produciendo seres totalmente irónicos y perniciosos que no deben tener bastante con lo que ocurre a nuestro alrededor.
Día a día vamos perdiendo derechos, derechos ganados por personas que lo consiguieron con el sudor de su frente, y aveces, con su sangre.
Creo que pasó el tiempo de tomarnos las cosas a la ligera y con humor, porque todo pasa ya de castaño oscuro y mejor caerse de un caballo que darse tortas contra una pared.
Me alegra que salieras a la calle y que cada vez lo hagamos más personas, diga lo que diga el gobierno...
Un beso grande
Mi muy estimada Antígona; permite que me dirija a ti con tal trato de confianza, pues hace años visitaba tu espacio, a veces tu visitabas el mío y siempre quedaron cálidas impresiones mutuas. En aquellos días mi nick era Mityu, razón que te doy no porque pretenda que me recuerdes sino más bien por identificarme de algún modo ante ti. A lo que voy:
Yo me alegro de leerte cabreada, interesada por informarte, por ser consciente de que no debes permanecer aletargada. En realidad he sufrido un proceso parecido al tuyo, si bien mis circunstancias personales de fijo son diametralmente opuestas a las tuyas.
Hubo un tiempo, un largo tiempo en que la política me repugnaba; es decir los políticos que desde mi tierna adolescencia habían empezado a resecar las esperanzas del ciudadano, que poco a poco fue alejándose, como un amante desencantado que paga con la indiferencia el engaño. Y bien que nos ha costado esa actitud.
Nunca debimos abandonar la primera línea de opinión, ni confiar en la bondad de las prácticas, y menos aún de las leyes, pues estas no se hacen solas, sino al aliento de muchos buitres.
Es tiempo de formarse, de informarse, de aprender a buscar los lugares que puedan proporcionarnos herramientas.
Te digo a ti lo mismo que a un amigo mío: ¿ Y ahora qué vamos a hacer con lo que sabemos? De momento no permanecer impasibles, Antígona querida, ni sucumbir a la tristeza, que es la gran aliada del poder. Una persona triste es una persona rendida.
Tengo un nuevo espacio, que voy construyendo lentamente. En una de las pestañas, "Caballo de guerra", bajo la cabecera, hay una cita que me gustaría que leyeras.
Aprovecho también el momento para pedirte permiso y poder enlazar tu blog. Sería, sencillamente, una alegría para mí.
Un abrazo enorme
Ay Antígona,
,..yo también lo veo venir,me da igual cómo lo quieran pintar,reducir el déficit,hacer frente a la herencia recibida....el camino de la privatización es imparable,mientras unos hacen negocio,otros sectores,los más vulnerables, luchan por sobrevivir y rescatar los restos del naufragado Estado de Bienestar.
La lucha hoy implica protestar y manifestarse,por mucho que los oídos de los principales mandatarios sigan sordos a la voz de la calle.
Todas las batallas ganadas en el pasado,todos los derechos sociales conquistados...y de un plumazo a golpe de decreto,derribo tras derribo,se los van cargando uno a uno.
Cada vez más restricciones,más trampas en la supuesta democracia,más impunidad en la represión.
Espero ser testigo y partícipe de una revolución social con o sin precedentes,solo te digo eso,porque se han pensado que somos mulas de carga,que tenemos que hacer frente a una crisis que no es otra cosa que una estafa....y no,no tenemos por qué pagar los errores,la mala gestión y la codicia de los sectores que se dedicaron a la especulación y al negocio rápido con el dinero de todos.
Grecia marcó la triste pauta y mucho me temo que seguiremos sus pasos,si no somos capaces de hacer frente a tanto abuso,tanta corrupción,tanto engaño y tanta sobre-explotación.
Besos y abrazos barricada,como el de Marga:)
Hola, Antígona,
bueno, no informarnos sobre lo que está pasando y sobre este momento crucial no va a hacer que los hechos desaparezcan. Aunque conozco a personas que todavía siguen así, con la venda en los ojos, porque de ese modo se vive más feliz.
Cuantas más personas sepan que esto no es una crisis, sino que es una estafa: que se trata de una situación límite que están aprovechando los que más tienen para hacer de los servicios públicos el mayor negocio del mundo, cuantas más personas -digo- mejor. Pero la información es poder y el poder se hace cargo de ella. El otro día comentaba en el blog de una periodista que cada vez más me estoy informando más a partir de las redes sociales: blogs, comentarios de amigos, enlaces a páginas web alternativas... y menos con los medios oficiales. Pero ella me contestó con razón que se trata de leer cuantas más fuentes mejor y saber extraer el grano de la paja, además de tener un criterio propio, claro. Pero eso requiere tiempo, esfuerzo, inquietudes y formación.
A mí me entristece enormemente ver todavía la pasividad de personas que seguro se van a ver afectadas por las medidas de privatización.
Aquellos que piensen, además, que los que estamos fuera estamos mejor, que sepan también que aquí esa privatización ya empezó mucho antes: yo me tengo que pagar un seguro, si no no me atienden en el Hospital si no es que pago. Y, aunque pago el mínimo, te aseguro que lo noto. Mi situación es la de tener tres "minijobs" y así ir sumando sin saber lo que tendré a final de mes, al que a veces no llego. Me pongo como ejemplo, pero sé que hay muchas personas en mi situación. Eso es lo que envidian muchos de los dirigentes españoles: "la flexibilidad" de países como ALemania o Austria, donde hay contratos basura con que ni siquiera tienes cubierta la seguridad social.
Bueno, de todas formas, yo creo que la única manera de parar esto es desde el pueblo, con el pueblo y todos unidos. Sigo siendo idealista, y creo que se puede.
Un abrazo, Antígona!
Ya sabes que no creo que estemos imersos en una crisis, si no en La Crisis, un cambio de paradigma histórico que se da cada unos cuantos cientos de años. Y si no nos espabilamos y reaccionamos, el futuro se parecerá más al mandarinato capitalista chino, que a las propuestas que hemos hecho los llamados indignados. Sólo nos queda seguir luchando, para paliar una catástrofe que no es forzosamente inevitable
Estimado Peletero, ¿cómo duda de que quien habla soy yo misma? Aunque, obviamente, no negaré que he jugado con cierta dosis de exageración en el relato de mi relación con las noticias. Pero poca, eh, al menos en determinados días de especial efervescencia mediática. Y no, no se preocupe que ni soy tremendamente desgraciada ni he sentido necesidad alguna de pedir auxilio, pese a que sí haya decidido de un tiempo a esta parte vigilar esta avidez informativa y moderarla para que no me impida dedicar mi tiempo a otras cosas que también me interesan.
Si me he caído y me he roto algo, la verdad es que no me acuerdo. Pero más bien diría que no soy yo la que se ha roto nada, sino que es la propia realidad la que se nos quiebra y descuajeringa a marchas forzadas y algunas personas sensibles no podemos dejar de dolernos por ello. O de desvariar un tanto, quién sabe, tratando de comprender lo que arremete contra toda lógica coherente con un mínimo de principios morales.
A mí siempre me ha faltado sentido del humor, debo reconocerlo. Pero como soy consciente de ello, también trato de cultivarlo en la medida en que me es posible. Ahora, creo que no hay que confundir la relativización o el distanciamiento irónico que nos salva de la tristeza o la amargura con el reconocimiento de la verdad por amarga que ésta sea. Lejos queda ese reconocimiento de cualquier fundamentalismo, que más bien observo en quienes repiten mentira tras mentira, haciéndose eco del dictum goebbelsiano de que una mentira repetida mil veces acaba transformándose en una verdad.
Por las mañanas no tengo costumbre de mirarme al espejo hasta no haber tomado la primera taza de café. Igual es que el café me vuelve más condescendiente con mi aspecto :P
Tendré que abrigarme más, que no sabe el catarro horrible que he pillado. Tan horrible que ni siquiera me apetece mirar las noticias. ¿Estaré sufriendo otra metamorfosis?
Besos con la nariz colorada.
A veces es extraño, niña Marga, cómo se recorren trayectorias opuestas para llegar al mismo sitio. Yo lo del periódico, de joven, no lo podía entender. Será también porque vivía bajo la influencia de García Calvo –demasiados fanáticos suyos a mi alrededor– y su soberano desprecio por la actualidad mediática, para él siempre los mismos perros con distintos collares, tratando de llamar nuestra atención y llenar nuestras mentes para que no les diéramos mejor uso. Y parte de razón llevaba el buen señor, porque las noticias se suceden con tal rapidez que parece casi imposible conservarlas durante mucho tiempo en la memoria, de manera que a la postre uno tiene la sensación de haberse llenado de información de la que poco poso queda y que recurrentemente le conduce al vacío.
Sin embargo, si ahora no puedo dejar de estar al tanto de lo que sucede es porque veo una lógica interna en todas esas directrices europeas y nacionales, una coherencia que hace que unas noticias casen perfectamente con otras y que se pueda construir mentalmente cierto panorama no sólo de lo que está pasando ahora, sino del horror que se nos viene encima.
Supongo, por otra parte, que los políticos cuentan con la desinformación reinante para tratar de colarnos mentiras tan evidentes. Con la falta de memoria con respecto a lo sucedido en otros países gracias a la aplicación del neoliberalismo salvaje. Con el hecho de que muchos votos de los que reciben –y me refiero concretamente a la derecha– son de pura de adhesión sentimental o religiosa y por completo inmunes a cualquier razonamiento económico. Por otra parte, yo no creo que en nuestro caso se trate sólo –que también– de arrogancia, sino de que quienes promueven esos mismos procesos de privatización son los que se van a beneficiar económicamente de ellos. Porque no puede ser casualidad que la empresa que está detrás de la privatización de la sanidad en Madrid tenga copado su consejo de administración de personas directamente relacionadas con los miembros del gobierno, y que buena parte de éstos sean accionistas de la misma. Tan rastrero y simple como esto.
Según me contó una amiga, llevaban dando hostias desde por la mañana. Y no se van a cortar un pelo en seguir haciéndolo. ¿Cómo si no se explica el brutal incremento del presupuesto para material antidisturbios? También lo mismito que en Sudamérica: a más neoliberalismo, más violencia represiva de las protestas que inevitablemente genera.
Lo del argumentario, sencillamente, no tiene nombre. Ahora bien, creo que si funciona –y, en efecto, funciona, y creo que funcionaría igualmente si en él se dijera que la crisis es culpa de los burros que están volando por el cielo– es por lo que comentaba antes: que en política juega un fuerte componente irracional que se impone sobre cualquier forma de racionalidad. Como en el fútbol. Algo así como “si lo dicen los míos, tiene que ser verdad”. De lo contrario, no se explica que se pueda mentir con tal descaro y que la gente no se sienta tratada como si fuera estúpida, que es efectivamente como se nos trata cuando se argumenta con mentiras tan burdas.
Besos en pie de guerra!
Hola, Carmela! Pues tu comentario no sé dónde habrá ido a parar, porque he rebuscado por los comentarios que blogger clasifica como spam pero no hay ni rastro de él. Bueno, ya sabes que blogger nos gasta de cuando en cuando estas putaditas.
Yo no sé si la gente está más o menos informada que hace unos años, pero si así fuera, me parecería normal, en la medida en que hacía mucho tiempo que las decisiones políticas no tenían un efecto tan directo y tan visible en nuestras vidas, y no precisamente positivo. Quizá la actualidad política pase a interesarnos más cuando no podemos dejar de advertir que lo que sucede en ese plano tiene consecuencias inmediatas sobre nuestro bienestar o, como bien dices, sobre esos derechos ganados con sudor y sangre que nos van robando a una velocidad de vértigo.
Yo también creo que esto pasa de castaño oscuro, aun cuando los cambios se sucedan tan rápidamente que nos sintamos aturdidos y sin apenas capacidad de reacción. Por fortuna, pertenezco a un colectivo dentro del cual aún me puedo permitir el lujo de hacer huelga sin temor a represalias. Aún, porque no creo yo que esto dure mucho tiempo al ritmo que vamos de regresión en materia de derechos civiles y sociales. Pero mientras pueda seguiré haciendo huelga y saliendo a la calle. El gobierno ya puede decir misa.
Besos!
Hola, Veda-Mityu! Claro que me acuerdo de ti, y me alegro mucho de verte de nuevo por aquí y de que hayas emprendido una nueva andadura en el mundillo de los blogs tras esta larga ausencia.
Quizá todo se deba, como le decía a Carmela, a la incidencia tan directa que ahora mismo tienen sobre nuestras vidas las decisiones políticas, que nos impiden el refugio de la evasión o de la indiferencia. No digo yo que no siempre la hayan tenido, pero no creo que de un modo tan tangible, tan dramáticamente tangible, me atrevería a decir, como la están teniendo de un tiempo a esta parte. Muy pocos son los colectivos cuyas vidas no hayan empeorado por causa de estas decisiones suicidas que, antes que sacarnos de la crisis, no dejan de agravarla. Seguramente los mismos que se están enriqueciendo con ellas, pero, en cualquier caso, un margen muy pequeño de la población frente a la inmensa mayoría que se ahoga cada vez un poco más en la apretura económica o se despeña en la pura miseria por decisiones que podrían y deberían ser otras.
Yo también me pregunto qué vamos a hacer con lo que sabemos. Estoy convencida de que el conocimiento no está en absoluto desligado de la acción, o, visto a la inversa, de que hay determinadas acciones que jamás podrían darse sin cierto conocimiento de la realidad. El problema es que no es tan fácil encontrar vías de acción que nos permitan enfrentar esas decisiones políticas ruinosas, injustas e incluso inmorales. De ahí que haya tantos que, pese a estar bien informados, adopten actitudes de resignación como consecuencia de la sensación de impotencia que experimentan ante los acontecimientos políticos.
No se puede permanecer impasible ante lo que está sucediendo, pero, ¿qué hacer con tanto cabreo? ¿Cómo convertirlo en una acción constructiva y eficazmente combativa? Francamente, no lo sé. Lo de no sucumbir a la tristeza es un ejercicio casi heroico en estos días. Pero no me cabe la menor duda de que una cosa es estar triste y otra muy distinta dejarse rendir por la tristeza. Y que es casi un imperativo no traspasar la línea que separa ambos estados.
En cuanto pueda me paso con más calma por tu nuevo espacio. Ya le he echado un vistazo rápido y tiene muy buena pinta. Y por supuesto que tienes mi permiso para enlazarme. Yo, si te parece bien, haré lo propio con el tuyo.
Bienvenida de nuevo y un fuerte abrazo!
Sólo hace falta ver, querida Troyana, lo que está sucediendo en Grecia para contemplar el futuro que nos espera. Y si allí hace ya meses que los buitres están desmantelando los servicios públicos para convertirlos en un negocio privado, no hay que ser tan ingenuos como para pensar que aquí no vamos a correr la misma suerte. Al menos, si no lo impedimos.
Yo también creo que hay que seguir protestando y manifestándose, pero lo creo más como un principio de dignidad que confiando en los resultados que la protesta vaya a tener. Sobre todo, como decía Marga, a la vista del ejemplo de otros países, en los que la movilización ciudadana no consiguió frenar la imposición de políticas que sólo empobrecieron aún más a la mayoría de la población y aumentaron obscenamente las diferencias entre ricos y pobres.
A mí también me gustaría ser testigo de esa revolución social, que, de algún modo se está produciendo pero que, a mi juicio, se está canalizando mal. Mal porque siempre hay infiltrados en esa protesta que tratan de dirigirla hacia donde más les conviene, o tendencias políticas que intentan sacar del malestar y del espíritu de lucha un rendimiento que les beneficie con independencia de las consecuencias sociales que ello pueda acarrear. Con muchos de esos discursos revolucionarios no puedo identificarme porque observo que, sin pretenderlo probablemente, le están haciendo el caldo gordo al gobierno y favoreciendo su perpetuación en el poder. Pero esto sería un tema demasiado complejo –y también espinoso– como para abordarlo aquí y me quedo sencillamente con lo positivo que hay en la existencia de una reacción social frente a esta tremenda estafa de la que estamos siendo objeto. Al menos se demuestra que la gente no está dispuesta a comulgar con ruedas de molino.
Un beso y un abrazo!
Así es, Dona, la realidad no desaparece por meter la cabeza en un hoyo. Pero siempre hay quien prefiere acogerse a eso de que la ignorancia es la felicidad, y pretenden ser felices tanto tiempo como puedan. Un tiempo que, a mi juicio, no puede durar mucho en la medida en que, tarde o temprano, casi todos –excepto los ricos y poderosos– nos veremos afectados negativamente por las medidas que se toman en las altas esferas.
Yo también creo que es preciso estar informado. Uno nunca sabe con certeza qué es lo que saldrá o no de esa conciencia de la realidad que procura la información. Pero sí me parece obvio que de la desinformación y del vivir ajeno a la realidad no puede surgir absolutamente nada capaz de modificarla. Es cierto que, a día de hoy, cuando tantos intereses confluyen en los medios de comunicación y en el modo en que se presentan las noticias, es saludable desconfiar de los medios oficiales. Pero estoy de acuerdo con lo que decía la periodista: cuantas más fuentes informativas y más diversas, mejor. Porque también corren demasiados bulos o informaciones sesgadas por los medios alternativos como para no tener un punto de contraste con el que ponerlas en su sitio. Lo de extraer el grano de la paja no es fácil, pero tampoco, me parece, tarea imposible.
No me extraña lo que me cuentas de los países presuntamente inmunes a la crisis. Ya había escuchado ciertas cosas en la radio, y hace nada leí un reportaje en el que españoles altamente cualificados que se habían ido a Alemania a buscar trabajo denunciaban los contratos basura que les ofrecían y las condiciones indignas en que pretendían hacerles trabajar –auténticas barbaridades que nos retrotraen al siglo XIX–. Es más, a veces pienso que los políticos alemanes están haciendo creer a la población alemana que su creciente precariedad y sus peores condiciones de vida se deben a las múltiples “ayudas” que están prestando a los países del Sur, y por ello hay tanto alemanes que alimentan prejuicios negativos contra nosotros. Tienen así la excusa perfecta para desviar la atención del verdadero propósito que alienta sus políticas, y que es la imposición de un modelo que busca la competitividad en el mercado a fuerza de empobrecer a las clases trabajadoras. Algo habría que hacer para que tantos trabajadores alemanes comprendieran que su destino es común con el de los trabajadores del Sur, y que el enemigo es el que habita en las altas esferas, tanto de un país como de otro.
El neoliberalismo es ahora el fantasma que recorre Europa y no da tregua, incluso entre aquellos que, por comparación, se creen económicamente privilegiados.
Yo, que creo tener bastante de idealista, no me siento muy optimista en los últimos tiempos. Creo que estos cambios –reformas, ajustes, como se empeña hipócritamente el gobierno en llamarlos– han venido para quedarse. Pero ojalá me equivoque.
Un gran beso!
Pues estoy de acuerdo contigo, amigo Koolau. Y es un cambio de paradigma que pretende eliminar de un plumazo todos los avances en materia de justicia social e igualdad de oportunidades conseguidos en los últimos siglos. Por tanto, un cambio plenamente reaccionario, reactivo, que hay que identificar con claridad y tratar de evitar a toda costa. El presente ya está pareciéndose demasiado a ese mandarinato capitalista chino. Los de arriba saben que los cambios deben ser, necesariamente, muy rápidos, para que no nos dé tiempo a reaccionar. Y, así es: la catástrofe no es inevitable. Hacia ella avanzamos cada día como si una fortísima corriente nos arrastrara. Seguiremos luchando, de la manera que se pueda.
Un beso!
Mi infancia, en cambio, doctora Antígona, está llena de periódicos que consumía mi padre con voracidad enfermiza. No faltaron dos o tres ningún día de aquellos retadores años setenta y primeros ochenta. Incluso, los domingos el volumen de papel era tal que mi padre necesitaba bolsas para traer la prensa a casa, ya que entonces se incluían también aquellas revistas de información política, como Cambio 16, Triunfo, la Clave… ahora ni queda prensa como entonces (la decadencia de El País es todo un símbolo de fin de era) ni queda salud en mi padre para leer tanta información. Y, como usted, me digitalizo de manera enfermiza, nuevos tiempos viejos tics.
Pero aquellos dramas políticos de mi infancia no tienen nada que ver con estos. Aquellos fueron tiempos de creación, de ilusión, de búsqueda y de superación de la historia. Los de ahora son de decadencia abrumadora, de una falta de esperanza total. Una distopía real que poco tiene que envidiar a la imaginación de Huxley, Orwell o Bradbury.
Y, efectivamente, todo lo que está pasando corresponde a la puesta en marcha de una revolución ideológica que nada tiene que ver con déficits sino con dos objetivos claros: a largo plazo, reformas estructurales que pongan en manos privadas activos de propiedad pública como son la sanidad, la educación o las pensiones; a corto plazo, garantizar los niveles de solvencia de la gran banca, especialmente el Deutsche Bank. Y si alguien tiene alguna duda, no tiene más que leer el MoU del rescate a la banca española o leer las declaraciones del actual ministro de economía cuando declaró ““El Gobierno no descarta revisar el objetivo de déficit: lo importante son las medidas”. De hecho, se están tomando medidas tan ridículamente relacionadas con el déficit como la amnistía fiscal a fortunas en paraísos fiscales o la financiación de la educación privada con fondos públicos.
Ah, es que es todo tan cabreante…
Besos doctora Antígona!
Qué diferentes nuestras infancias, doctor Lagarto. Porque en mi casa apenas se compraba un periódico local que yo juzgaba sin saber por qué de soberanamente aburrido, y sólo más tarde descubriría el porqué de mi aburrimiento. Lo que no sé es de dónde se puede sacar tiempo para leer dos o tres periódicos al día. Pero aunque apenas haya conocido la prensa de aquella época, a la vista de la actual creo que puedo comprender el proceso de decadencia del que habla. No sé si es que ahora hay más intereses empresariales en juego que entonces, y en este sentido, menos libertad de prensa, o que los periodistas, a los que pagarán apenas cuatro duros, no son las personas formadas y críticas de entonces, ahora a veces tan incapaces de hilar una idea con otra cuando presentan una noticia de calado.
Los tiempos que nos está tocando vivir no son precisamente de ilusión, ni de creación ni de progreso. Y mire que me gusta poco esta palabra, pero ahora se vuelve necesaria como antónimo del retroceso en derechos, en valores, en logros sociales que estamos padeciendo. Son tiempos de desesperanza, sí. De desesperación incluso, que es la máxima expresión de esa esperanza. Y lo que nos queda por ver todavía. Le están dando la vuelta al mundo que conocíamos y arrojándonos a polvos y lodos que creíamos superados hace ya muchas décadas. Si alguien llega a contarme hace años que esto sucedería, no hubiera dado crédito. Quizá no hemos sido del todo conscientes de la fragilidad de los logros democráticos. Una fragilidad que responde, según el filósofo Cornel West y como bien podemos constatar, a los constantes intentos de los mecanismos de dominación de acabar con ellos. Y qué duda cabe que, en estos días, están ganándonos sobradamente la partida.
Yo también creo que esto es una revolución ideológica que nada tiene que ver con las razones económicas que se arguyen. Es más, creo que cualquiera con dos dedos de frente y ganas de no cegarse ante la realidad llegará a la misma conclusión, porque son demasiados los gastos evitables que se hacen y demasiado pocos los mecanismos de aumento de los ingresos que se buscan como para creerse que realmente hay un objetivo de déficit que cumplir. A la par que sospecho que hay instancias –la propia banca, sin ir más lejos– a las que les viene de perlas que no cumplamos con esos objetivos de déficit tan imposibles de lograr con la imposición de medidas de austeridad. Dicen que detrás de las múltiples privatizaciones que se están imponiendo en Grecia a cambio de cada inyección de dinero hay empresas ante todo alemanas ávidas de enriquecerse de los antaño bienes públicos griegos. ¿Lo veremos también suceder por aquí? ¿Nos convertiremos en una suerte de colonia para la gloria del cuarto Reich? A estas alturas, creo que ya nos cabe esperar cualquier cosa.
Un beso, doctor Lagarto!
Un caballo de Troya recorre Catalunya
"Pero venceremos gracias a esa misma
derrota, a ese largo tránsito que nos ha permitido dar con nuestras razones, a ese
sufrimiento cuya injusticia hemos padecido y cuya lección hemos extraído.” – Albert Camus.
Un Caballo de Troya recorre Catalunya.
El Profundismo, como materialista carácter que es, se posiciona delante de esta frágil época histórica que lentamente comienza a fisurarse. La comprensión de los fenómenos que se suceden tan vertiginosamente nos sigue dando una lección histórica clara: si Los de Abajo se mueven Los de Arriba se tambalean. Las calles se inundan a veces de una marea rabiosa más consciente de lo que un jacobino hubiera querido para él. Columnas de indignación, también de impotencia. La agitación de la inteligencia hace que las masas sean capaces ellas mismas de romper el corral de las formalidades pseudodemocráticas del Poder Bicéfalo. Perder el control para este monstruo, es perder el control del miedo sobre las masas.
El sismo que va removiendo la conciencia de las masas es aun precario. Los Nodos vectores de esta sacudida aun no organizada se dejan confiar en el tiempo, no sin peligro. La red informal de resistencia se expande, nadie parece poder detenerla. La policía de la mente se radicaliza, pero al mismo tiempo, se esteriliza. Su espectacularidad decae en la creación de pánicos morales, construcciones de “enemigos”. Sabemos que esta es la fase defensiva de todo patrón de poder. Su contracción violenta será su final. Mucho tendrá que golpear, dominar y manipular para despejar las calles de la Resistencia Popular. La opresión admnistrativa se vuelve ineficiente cuando las masas se vuelven Pueblos, nuevamente.
Hasta que llegue ese momento triunfal, la policía de la mente hará lo posible por seguir enjalbegando esta Realidad enmaquetada y gerencial. Nosotros, lo posible por desarmarla.
Un Caballo de Troya recorre Catalunya, no es una trampa sino un arma al descubierto para uso del pueblo hastiado de tanto Circo plutocrático, de tanta miseria programada, de tanta bazofia liberal. La estrategia del pactismo está obsoleta. Es la Hora de la Ruptura, radical y constructiva.
El Profundismo sigue unido a esta lucha de tantos y tantas compañeras a lo ancho y largo del mundo.
Como siempre, sin Esperanza y sin Miedo.
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