Poco más somos al despertar a la vida que un amasijo sanguinolento de necesidades no sabidas. Desconocedores de la urgencia de su satisfacción, hasta la primera bocanada de aire irrumpe en nuestros pulmones vírgenes como un golpe de viento inesperado exento de todo reclamo. Si acaso un dolor todavía sin concepto, una desazón desprovista de toda noción de sí, dispara infalible el automatismo, ajeno a cualquier propósito o finalidad, de un llanto animal similar a un aullido. Pero el cálido pezón inundando la boca nos muestra por primera vez el camino. Con el reconocimiento de la carencia, aprendemos la existencia del mecanismo destinado a suprimirla. Junto al vacío en ascenso desde las entrañas hacia la lengua, intuimos la presencia de un mundo más allá del propio cuerpo diminuto capaz de colmarlo. Así comienza, aún incipiente, la búsqueda, si por causa de nuestra inmadurez se complacen nuestras demandas casi al instante de emerger, y el pezón reaparece sobre sus bordes apenas los labios se entreabren en su afán de encontrarlo.
Quién sabe si no descubrimos el verdadero sinsabor de la falta ante el primer juguete extraviado. Ante la ausencia del peluche sustraído al tacto al alargar la mano, menesterosa entre tinieblas del compañero suave y familiar, sin que de nuevo se nos brindara, rescatado del suelo, con proporcional presteza a la de nuestro apremio por hallarlo. Porque tal vez fuera entonces cuando empezamos a entrever la tarea infinita del buscar inagotable al que habrán de forzarnos, hasta su último aliento, nuestros cuerpos y almas indigentes. Auxiliado en la precariedad inmensa de la infancia por ojos y brazos más diestros en su entrenamiento. Devenido poco a poco ejercicio cada vez más solitario, en su éxito o fracaso cada vez más dependiente de la habilidad conquistada y del margen de fortuna con que seamos agraciados. Tantas son las faltas, las pérdidas, las carencias que a todos sin excepción nos acosan, tan caprichosos y variopintos los revestimientos que su naturaleza en esencia común adopta, que sólo los propios hombros podrán acabar cargando el ingente peso del reto de contentarlas.
A todas horas buscamos el objeto cercano y conocido. El útil transformado en prolongación de los dedos que posibilita la tarea requerida. La prenda en el armario ante la repentina ola de frío. En medio de la noche, el calor de la piel de quien comparte nuestras sábanas. Las llaves en el bolsillo. Con creciente preocupación, las llaves que no aparecen en el bolsillo. En el mar de enseres por el que a diario braceamos, no es raro que su multitud propicie su recíproco encubrimiento y a nuestros ojos se oculte la tranquila presencia del objeto solicitado. Con el fin de evitar su extravío, la voluntad ordenadora se esfuerza por asignar su lugar a cada cosa. Pero privadas de mágicos imanes que las fijaran a sus puestos como a soldados bien disciplinados, el reloj que apura, o el frecuente vagar de la cabeza por parajes distantes a los escenarios que las circundan, tienden a soltarlas al paso del descuido, sin conciencia que discierna el dónde azaroso del soltar, obstaculizando el esperado reencuentro. Un reencuentro que nunca habrá de producirse cuando, por similar descuido, queden abandonadas nuestras cotidianas pertenencias en territorios que exceden nuestros dominios para entregarnos al desamparo, al enfado, incluso a la tristeza de su pérdida definitiva en el momento en que de ellas precisamos. Pues el buscar es esclavo del tiempo: vive anudado al aquí y ahora de la necesidad que demanda satisfacción inmediata. Superada la intensidad de su percepción, a veces saciada por cauces secundarios, el ulterior hallazgo del objeto previamente ansiado puede abocarnos a la indiferencia, al desprecio, a la rabia. De poco sirve recordar el dato, perseguido inútilmente por el laberinto de una memoria convertida de repente en laguna, una vez concluida la prueba. Con cierto rencor recibimos la caricia eludida cuando más nos urgía. Maldiciendo nuestra torpeza, damos a deshora con las palabras justas que se nos hurtaron ante el destinatario hambriento de consuelo.
A todas horas buscamos el objeto cercano y conocido. El útil transformado en prolongación de los dedos que posibilita la tarea requerida. La prenda en el armario ante la repentina ola de frío. En medio de la noche, el calor de la piel de quien comparte nuestras sábanas. Las llaves en el bolsillo. Con creciente preocupación, las llaves que no aparecen en el bolsillo. En el mar de enseres por el que a diario braceamos, no es raro que su multitud propicie su recíproco encubrimiento y a nuestros ojos se oculte la tranquila presencia del objeto solicitado. Con el fin de evitar su extravío, la voluntad ordenadora se esfuerza por asignar su lugar a cada cosa. Pero privadas de mágicos imanes que las fijaran a sus puestos como a soldados bien disciplinados, el reloj que apura, o el frecuente vagar de la cabeza por parajes distantes a los escenarios que las circundan, tienden a soltarlas al paso del descuido, sin conciencia que discierna el dónde azaroso del soltar, obstaculizando el esperado reencuentro. Un reencuentro que nunca habrá de producirse cuando, por similar descuido, queden abandonadas nuestras cotidianas pertenencias en territorios que exceden nuestros dominios para entregarnos al desamparo, al enfado, incluso a la tristeza de su pérdida definitiva en el momento en que de ellas precisamos. Pues el buscar es esclavo del tiempo: vive anudado al aquí y ahora de la necesidad que demanda satisfacción inmediata. Superada la intensidad de su percepción, a veces saciada por cauces secundarios, el ulterior hallazgo del objeto previamente ansiado puede abocarnos a la indiferencia, al desprecio, a la rabia. De poco sirve recordar el dato, perseguido inútilmente por el laberinto de una memoria convertida de repente en laguna, una vez concluida la prueba. Con cierto rencor recibimos la caricia eludida cuando más nos urgía. Maldiciendo nuestra torpeza, damos a deshora con las palabras justas que se nos hurtaron ante el destinatario hambriento de consuelo.
También se despliega ese incesante buscar hacia lo lejano y variablemente conocido en su imagen, brillante en su nitidez o borrosa en sus contornos. El objeto largamente deseado y nunca poseído. El tesoro sumergido bajo las ruinas en aguas remotas. El regalo capaz de despertar la sonrisa de la persona querida. Aquello que una vez fue nuestro y perdimos sin quererlo por circunstancias incontrolables, o en virtud del error siempre al acecho. Lo que se echa insólitamente en falta pese a jamás haberlo tenido. A menudo en perfecto disimulo de la búsqueda si el objeto anhelado, índice inequívoco de la oquedad en el alma aun en medio de la abundancia, no consiente pública exposición por suscitar la más ruborizante vergüenza. Cuando el vacío nocturno que impulsa a la caza de la mirada lúbrica en ojos distintos a los presuntamente amados se intuye inadmisible ante el severo tribunal de la conciencia propia o ajena. En el caso de que pretendamos ocultar el tormento en el corazón por la herida abierta del amor que no llega bajo la fachada de autosuficiente plenitud que cada mañana construimos frente al espejo. No es raro que, a través de esos huecos, cuyo encubrimiento tiende a agudizar su petición de ser colmados, parloteen con indiscreción la sensación de fracaso, las expectativas fallidas, el frágil edificio de una vida cimentada sobre la omisión obligada o la renuncia a lo tardíamente desvelado irrenunciable. Y en ocasiones provoca el propio desatino que terminemos poseyendo lo nunca buscado, y percibamos el respirar entrecortado del socavón en nuestro interior, asfixiado por pertenencias apenas valoradas que, lejos de calmar cualquier sed, secarán de continuo nuestras bocas.
Pero hay épocas extrañas en que nos adivinamos atrapados en una búsqueda tan tenaz como ignorante de su oscuro objeto. Ante la pregunta hipotética o real de nuestro íntimo desconcierto, rehuirá toda definición y sólo lograremos describirlo con un desarmado encogimiento de hombros y una expresión perpleja en el rostro. No por el objeto, invisible a nuestros sentidos, indescifrable a nuestra mente inquisidora, alcanzamos entonces a diagnosticar la búsqueda, sino por la creciente inquietud que pareciera habernos tomado al asalto y el movimiento casi compulsivo empujando a los miembros. Por el brincar nervioso de una casilla a otra del tablero, de un libro desechado a mitad que nos precipita hacia el siguiente en la pila, de un territorio al vecino y desde éste de retorno al primero, que pone de relieve la indudable carencia sin mostrar la figura del pedazo ausente. También por la añoranza doliente del tiempo para caminar en direcciones que abrieran nuevos horizontes a explorar allí donde la marcha rutinaria, circular, experimentada como estéril, ya nos ocupa a la vez que nos horada si ninguno de nuestros pasos conduce al pan que sacia. Registrado en la reflexión el desasosiego, la fluctuación frenética que fuerza a la inconstancia, nos sentimos abocados a concluir que, en efecto, algo buscamos, pero no sabemos qué. Conscientes tras innumerables extravíos de que la impaciencia antes desorienta que facilita el acierto, antes ciega que otorga lucidez para el hallazgo, trataremos de apostar por la calma. Quizá nos detengamos a revisar cada uno de los centímetros del tapiz siempre inconcluso que exhibe el dibujo de nuestra vida. A valorar la consistencia de sus puntadas ante la sospecha de pequeños agujeros bajo su pulida apariencia. A examinar la potencial existencia de una porción ausente y como tal desapercibida en el centro mismo de la imagen que traza. Con toda probabilidad, incontables serán los claros en la tela que afloren. Casi con idéntica probabilidad, ninguno que con inequívoca transparencia se revele motor esencial de nuestro acusado estado de indigencia. No nos restará sino amarrar con fuerza la ansiedad y proseguir más pausadamente la búsqueda. Más atentos a la elección y pertinente demora en los objetos que la guían. Confiando tal vez en la definitiva disolución de la incógnita cuando algún día nuestros ojos reconozcan en lo encontrado aquello que sin saberlo buscamos.
Tarde o temprano habremos de aceptar que la búsqueda no hallará jamás su término. Que lo que con más afán perseguimos no pertenece a este mundo ni tampoco a ningún otro, por carecer la necesidad que en lo más hondo nos ahueca de toda posible satisfacción. La experiencia observada anuncia que el avanzar del tiempo acabará por enfrentarnos a la tentación de enmascarar el hueco, de tapiar superficialmente su vacío, con el fin de abandonar la caza y así evitar el dolor de la tensión en el alma que su frustrante ejercicio suscita. Para enseñar a la vez en su anuncio que ceder a ella, desistiendo por fin del desasosegante buscar, significará la mortecina desaparición del pulso que esa misma tensión pone a latir en nuestras arterias.
11 comentarios:
Antígona,
leyéndote no he podido evitar acordarme de una viñeta que hace poco vi y que decía algo así como:
"¿ por qué la vida es así?
cuando te quieren,no quieres
cuando quieres,no te quieren
y cuando se quieren,no se puede.
Cuando estas soltero solo ves parejas felices,cuando estás en una relación solo ves solteros felices.
Extrañamos lo que una vez tuvimos
ignoramos lo que tenemos
necesitamos lo que no nos hace falta
y buscamos lo que ya tenemos
Estás aburrido y nadie te habla,
estás ocupado y te quieren hablar todos
Ser psicólogo de tus amigos,
y no saber qué hacer con tu vida..."
Vamos,que no hay situaciones ideales,que la insatisfacción es un mal común,y la búsqueda un hábito enraizado.
Hay quienes se autoengañan,quienes viven en la auto-complacencia,disfrazando de cara a la galería dudas y carencias,instalados sólidamente en la estabilidad y el inmovilismo y otros que incesantemente buscan,buscan y buscan,incluso a veces sin darse cuenta del valor de lo hallado.
Se tiende no obstante a valorar la situación ajena con nuestros propios baremos,a buscar los "puntos flacos" de lo inverso para auto-justificar nuestra propia elección,como si en nuestra opinión no hubiera siempre una visión parcial y ajena,como si en nuestra opinión hubiera una verdad irrefutable que estuviera exenta de cualquier juicio de valor.
Volviendo a la búsqueda,le atribuyo virtudes como motor de cambio,como antídoto contra el estancamiento.Y también por qué no decirlo porque la búsqueda a menudo amplia nuestro campo de visión,colma y sacia nuestra insaciable curiosidad,nuestro afán de aprender,de ampliar nuestro conocimiento,nuestra experiencia...salimos enriquecidos siempre porque tarde o temprano,cuando encontramos,incluso cuando no sea lo que buscamos,siempre hay un avance y todo deja en nosotros un poso de saber y sentir que invariablemente incluso con algún valor en negativo,tarde o temprano, viene a sumar.
Si bien es cierto que la búsqueda puede llegar a convertirse en una trampa adictiva que nos impida disfrutar de lo que tenemos o nos deje suspendidos temporalmente en el limbo de la insatisfacción,al mismo tiempo según los casos,puede convertirse en un actitud necesaria y pro-activa para sembrar hallazgos tan beneficiosos como inesperados.
Pese a todo,a veces ocurre que sin buscar, hallamos y eso puede suponer un cambio igual o más revolucionario aún, o que hallemos algo al cabo del tiempo de una siembra que prácticamente olvidamos ya.
Recuerdo esa frase:
"quien busca no halla,quien no busca,es hallado".
Pero ¿buscamos lo que necesitamos?¿acaso algunas de nuestras "necesidades" no son creadas e inducidas?
¿nos engañamos pensando que no buscamos siempre de forma inconsciente?
Creo que es preciso orientarse hacia el equilibrio,hacia una disposición a valorar lo que tenemos y un buen ánimo hacia la búsqueda cuando algo no nos satisface plenamente,pero creo que más allá de nuestras intenciones conscientes,siempre quedarán cabos sueltos...
Lo hallado y lo perdido,no está enteramente al cien por cien bajo nuestro control.Hay cientos de factores que se nos escapan....así que disfrutemos o intentemos disfrutar de nuestra situación hoy,aquí y ahora,con toda la imperfección de la que adolezca,entre otras cosas porque es posible no existan situaciones ideales o porque sea como sea,tarde o temprano,nuestra situación actual es la de hoy y nos guste más o menos,también pasará..
Besos y abrazos para ti!
Tu comentario, querida Troyana, es una buena prueba de todo lo que da de sí este tema, que es realmente mucho. Quizá porque, en efecto, como muestra esa viñeta, son tantas y tan distintas, a cada momento, las necesidades que tenemos o sentimos, que resulta imposible que todas resulten satisfechas. Me ha parecido especialmente gráfico eso de que “estás aburrido y nadie te habla, estás ocupado y te quieren hablar todos”, por lo bien que refleja cómo esas necesidades van cambiando a cada paso y de ahí la imposibilidad de salir constantemente bien parado de nuestro enfrentarnos a ellas.
Estoy totalmente de acuerdo con todo lo que planteas. Nuestras búsquedas son tan variopintas como nosotros mismos, y hay quienes hacen de ellas banderas de su vida, y quienes demasiado temprano renuncian a buscar fingiendo sentirse plenos y acabados con aquello que han logrado. No es raro lo que señalas de valorar la situación ajena desde nuestros propios baremos, con el fin de reiterarnos en nuestras elecciones y así soslayar las dudas de la posibilidad del desacierto, o de la mejor opción que dejamos pasar de largo y ahora vemos encarnada en otra persona. Pudiera ser que lo que entonces nos sucede es que lo queremos todo, tanto lo que tenemos como lo que no tenemos, y aun cuando sepamos que aquello que no tenemos es por completo incompatible con lo que tenemos. En toda elección hay una renuncia y, por más que crea que madurar equivale a aceptar con alegría esa renuncia de aquellas opciones que debemos dejar por el camino al decantarnos por otras, no son pocas las ocasiones en que lo olvidamos y actuamos o nos sentimos como ese niño que no es capaz de elegir uno sólo de los juguetes que hay en el escaparate.
A mí me parece que la búsqueda es expresión de la curiosidad que la precede y que también refleja una necesidad nunca del todo saciada en quien la padece: la necesidad de aprender, de comprender, de acercarse a lo desconocido. Una necesidad que, en efecto, amplía nuestro campo de visión porque en su camino nos encontramos múltiples objetos que exceden nuestro propio objeto de búsqueda y que no dejan de enriquecernos. Pero es igualmente cierto que la búsqueda puede convertirse en una suerte de avidez de novedades hasta cierto punto dañina si nos lleva a saltar de un objeto a otro sin detenernos en ellos el tiempo suficiente para apreciar sus bondades, y si nos lleva a despreciar lo logrado o a no saber valorarlo en su justa medida. Cuántas veces ocurre exactamente eso: que la insatisfacción acaba generando aún más insatisfacción porque la búsqueda se embarca en una suerte de carrera vertiginosa que impide hallar nada o demorarse en nada de lo que podamos obtener la satisfacción que buscamos. Paradójico pero, en realidad, una experiencia que probablemente todos hallamos vivido en algún momento de especial urgencia por satisfacer ciertas necesidades.
Personalmente, tampoco creo que hallemos sin buscar, básicamente porque creo que siempre estamos buscando, aunque el proceso de búsqueda no nos resulte del todo consciente o no tengamos la impresión de estar en él. Supongo que quiero decir que el motor de la búsqueda es la carencia y a menudo tampoco ésta nos es transparente. La descubrimos cuando hallamos lo que la cubre y de ahí la sensación de haber encontrado sin buscar. Pero intuyo que, de algún modo, la carencia nos era presente, porque, de lo contrario, ni siquiera seríamos capaces de reconocer en lo hallado lo que la llena y lo habríamos dejado pasar de largo sin percatarnos de su llegada.
Ciertamente, como apuntas, muchas de nuestras necesidades no lo son si se las contempla con cierta distancia. Pero incluso si eso que llamamos necesidad no es más que un deseo inducido y falso o superficial, nuestra vivencia del mismo suele ser la de la necesidad, y por ello dispara una búsqueda que a menudo sólo se percata de la falsedad del deseo al poseer el objeto buscado y no encontrar más que el vacío o la aún mayor insatisfacción en lugar de la sensación de plenitud perseguida.
(sigo abajo)
También pienso que la clave de toda esta cuestión reside en un equilibrio nada fácil de lograr entre el aprecio por lo que se tiene y la búsqueda de lo que existe más allá de lo poseído. Y quizá un aspecto esencial de ese equilibrio radique en ser conscientes de que la búsqueda puede proseguir sin necesidad de despreciar lo ya alcanzado: se trataría de la búsqueda que no aspira al reemplazo de lo que se posee, sino a ampliar el horizonte de lo poseído; de la búsqueda que toma como suelo lo que se tiene para seguir haciéndonos crecer.
Creo que esa es la búsqueda que nos permite disfrutar del presente de lo que ya tenemos, así como del presente que representa el propio buscar si no queremos caer en ese conformismo inmovilista del que hablas al comienzo de tu comentario.
Un beso y un abrazo!
Yo creo, querida Antígona, que deberíamos hacer como Groucho Marx, darnos de baja de todo aquel club que fuera capaz de admitirnos como socio y no pensar nunca que por el simple hecho de existir tenemos el derecho a ser felices.
El señor Marx también afirmaba que daba igual casarse o permanecer soltero, que en ambos casos cometeríamos un error irreparable.
¿Todo eso qué significa?
Lo ignoro, aunque en el fondo da igual porque supongo que siempre nos equivocamos aunque acertemos.
Besos sin adjetivos.
Siempre me hizo gracia esa confusión que lleva a los niños a intercambiar el significado del verbo buscar y el encontrar, sucede muy a menudo antes de que controlen del todo el lenguaje. Como si el uno fuera conclusión del otro, la meta final y satisfecha, que invariablemente se cumple...
Algo de ese infantilismo -sin ánimo peyorativo en este caso, hablo del sesgo inocente y maravillado- se nos debe quedar entre los pliegues y nos empuja a buscar con una finalidad de recompensa que casi nunca, ays, se cumple. No al menos a medida que el mundo exterior y el propio se vuelven más complejos.
En principio ser un "buscador" conlleva consecuencias gratas: rellenar huecos, crecer, provocar una insatisfacción que nos remueva el inmovilismo y la comodidad, que sacuda la pereza y nos lleve a la reflexión del entorno. Algo tendrá que ver también, me parece, con la fuerza de empuje de la evolución, la inquietud de la búsqueda mejorará la supervivencia y propiciará los avances aunque sean por chiripa. Pero, como todo aquello que forma parte del ser humano y sus cualidades, tiene su lado oscuro y así puede convertirse en una pesada carga si hacemos de ello una obsesión compulsiva, un anhelo continuo que difícilmente podremos colmar y que nos conducirá a la infelicidad más absurda, por tratarse de un espejismo estúpido e innecesario, inconcreto. El consumo está basado en esto, sin ir más lejos, o la lectura rápida en internet, jeje.
Como siempre, el difícil equilibrio del funambulista…
Besos desde la cuerda floja!
Creo que has descrito muy bien el ansia de búsqueda que todos de una forma u otra llevamos dentro. A mí me preocupan en ese sentido cuáles son las necesidades que nos vienen creadas y cuáles son las que llevamos de manera intrínseca. Ya sé que tú siempre defiendes que casi todo lo que conlleva nuestra existencia (a parte de las necesidades básicas) es una creación cultural. Claro que entiendo que muchas de nuestras carencias son impuestas. Un ejemplo claro son las que vienen dadas por el mercado: tener un nuevo Ipod se acaba convirtiendo en una necesidad sin igual que hay que reparar como sea.
A mí me preocupa especialmente el hecho de querer tener un modelo vital que en realidad no es el que desearíamos si nos enfrentamos a los más íntimo de nuestro ser: querer casarse, tener hijos, tener una casa, construir una realidad que no nos hace felices y mantener eso solo porque tiene que ser así. ¿Dónde queda nuestra libertad?
Sin embargo, siempre existen las almas rebeldes que siguen y siguen buscando hasta encontrar la... ¿felicidad? ¿es lo que realmente buscamos? ¿existe o es una entelequia, una invención? No lo sé, pero sí que está claro que persistimos en la búsqueda.
Un abrazo!
Estimado Peletero, tengo bastante claro que la mayoría de las veces somos nosotros mismos el mayor obstáculo para lograr la felicidad que perseguimos. Pero eso no significa –y por más que sea cierto que del hecho de existir no se deriva derecho alguno a ser felices– que no sea legítimo plantearse la búsqueda de esa felicidad, y aunque ésta haya de producirse en pugna con nosotros mismos. Buscar no es, obviamente, lo mismo que encontrar. Pero me parece que ninguno, a la postre, podemos sustraernos de esa búsqueda de aquello que, si no queremos designar como felicidad porque el término nos parece demasiado utópico, podríamos llamar al menos la evitación de la vida desgraciada.
Eso mismo que afirmaba el señor Marx lo decía también el recientemente fallecido García Calvo en aquel alegato contra la pareja que algunos conocidos míos interpretaron tan mal. Porque si estar en pareja es fuente de infelicidad, decía Agustín, también lo es estar solo.
Quizá todo resida en asumir que, estemos como estemos, jamás podremos librarnos de cierta dosis de sufrimiento. Y que aceptada esta inevitable porción de dolor, algo de goce podremos hallar y tal vez precisamente cuando y donde no lo busquemos. Pero del buscar, me temo que no nos va a librar nadie.
Besos gozosos
Nunca había reparado en esa confusión infantil entre el buscar y el encontrar, niña Marga, que ahora me parece de lo más significativa. Porque sí tengo la impresión de que en esos primeros años de nuestra vida somos objeto, gracias a nuestra desprotección, de un gran engaño: la de que todo o casi todo aquello que buscamos y necesitamos nos será dado. No de otra manera puedo entender la desesperación y la ferocidad de las primeras rabietas infantiles: como si esa confianza sólida en que cualquier necesidad será cubierta se derrumbara de golpe. Qué duros son algunos aprendizajes infantiles, por más que sean vitales e ineludibles.
Y sí, puede que tengas razón, algo de ese infantilismo se nos queda y nos lleva a una frustración que fácilmente podríamos suavizar si tuviéramos más asumido que no necesariamente encontraremos aquello que buscamos y que sacie la necesidad que alienta la búsqueda.
Personalmente, creo que todos somos buscadores porque todos tenemos necesidades que satisfacer. Sí que es cierto, sin embargo, que algunos se entregan con más pasión o más urgencia a esa búsqueda porque necesitan antes la novedad que la rutina. O porque experimentan con mayor intensidad esos agujeros que todos llevamos en las tripas. O porque nunca han podido o sabido procurarse aquello que realmente necesitaban o ni tan siquiera han aprendido –o la vida les ha dado la oportunidad para– a reconocer qué es lo que necesitan. Supongo que puede haber múltiples razones para la búsqueda, pero pienso que, de una manera más visible o menos tangible, más agitada o más serena, todos estamos embarcados en ella. El lado oscuro, el del eterno insatisfecho, lo entiendo como el proceso por el cual nos volvemos incapaces de apreciar o de gozar de aquello que encontramos en nuestras búsquedas. Como una especie de ceguera que nos lleva a desechar cada hallazgo por no ser capaces de detenernos en el objeto encontrado. Efectivamente, el consumismo lo fomenta y nosotros somos hijos de la sociedad de consumo, es preciso no perderlo de vista. Pero me pregunto qué nos empujaría a vivir si no mantuviéramos siempre cierto grado de insatisfacción: con lo que tenemos, con lo que hacemos, con lo que logramos.
Ay, ese equilibrio siempre tan buscado igualmente…
Besos con pértiga!
Creo que si nos paramos a pensarlo bien, Dona, prácticamente todas nuestras necesidades son creadas por la cultura a la que pertenecemos. Lo cual no quiere decir, en absoluto, que sea posible librarse de ellas: las hemos interiorizado tanto que nos conforman ya como una segunda naturaleza de la que no cabe desprenderse. Y no me refiero, claro está, al nuevo Ipod, pero sí a ciertos logros que asociamos a una vida mínimamente feliz, no sé si por comparación con nuestros semejantes, o porque no podemos deshacernos de tantos aprendizajes no del todo conscientes que hemos hecho desde niños acerca de lo que es el fracaso y el éxito o cuáles son las condiciones mínimas que consideramos inexcusables para la felicidad.
La búsqueda de un modelo vital que se ajusta mal a nuestro modo de ser es un drama bastante común. Quizá porque no venimos al mundo sabiendo de antemano qué es aquello que podría hacernos felices, y en lugar de mirar hacia adentro, hacia la propia experiencia vital y lo que a través de ella llegamos a saber de nosotros mismos, nos resulta más fácil observar lo que hacen otros y confiar en que también eso podrá llenarnos a nosotros. Y estamos a veces tan desorientados con respecto a lo que queremos, que no me extraña que eso suceda tan a menudo.
Como le decía al Peletero, la palabra felicidad puede sonar demasiado pretenciosa por utópica. Pero sí estoy segura de que todos buscamos, de alguna manera, no ser infelices y desgraciados. De que actuamos en vista a eludir el sufrimiento, bajo las múltiples formas que éste puede adoptar, allí donde consideramos que no es un sufrimiento del cual podemos recibir alguna suerte de compensación. Pero supongo también que hay muchas personas que se vuelven inmunes al reconocimiento de la propia infelicidad. De ahí que persistan en esos modelos que en absoluto les sientan bien y se quejen a menudo de que más no se le puede pedir a la vida.
Persistamos en nuestra búsqueda. Sinceramente, creo que el día que dejemos de buscar, aunque sólo sea un libro nuevo que leer, estaremos acelerando nuestro camino hacia la tumba.
Un gran beso!
Quizás la insatisfacción es el único estado anímico que nos permite llamarnos seres vivos. Según leía su entrada, doctora Antígona, he recordado una entrevista que le hicieron a Mick Jagger cuando sacó su canción I can get no (satisfaction). Mick fumaba con aire aristocrático en el estrado disfrutando de su recién estrenada situación de estrella del rock, y un periodista entre la audiencia le preguntó “Señor Jagger, ¿podría decirnos si usted se encuentra ya más satisfecho?”, a lo que el cantante británico respondió con otra pregunta “¿se refiere usted a sexualmente, económicamente o filosóficamente?” “las tres cosas” aprovechó a ampliar el reportero. Entonces Jagger contestó “Sexualmente satisfecho, económicamente insatisfecho y filosóficamente lo sigo intentando”. Creo que es una respuesta muy inteligente, y que sitúa realmente el campo en el que se mueven nuestras insatisfacciones más interesantes. Nunca habrá término para nuestras necesidades, como usted bien dice, porque nuestra mera existencia nos pone los horizontes, unos más primarios y otros más sutiles, pero todos están allí. Y, además, cada vez que damos un paso hacia el objetivo, se abren nuevas puertas a nuevas insatisfacciones.
Lo mejor es tener un mix de insatisfacciones absolutamente imposibles y perfectamente asequibles. Así, siempre perdurarán los horizontes que nos definen pero tendremos pequeñas alegrías de vez en cuando. En mi caso, en estos días, son; del primero grupo, dos millones de euros; y del segundo, media ración de oreja a la plancha con un doble de cerveza :)
Besos, doctora Antígona!
Pues sí, doctor Lagarto, también yo creo que la insatisfacción nos define hasta tal punto que sin ella no seríamos los seres que somos. Pero, como bien muestra esa anécdota de Mick Jagger –absolutamente genial, por otra parte- el campo de nuestras necesidades es tan variopinto que a la vez despliega un horizonte, que se extiende desde la posibilidad de satisfacción hasta su imposibilidad, tan amplio como ese mismo campo de necesidades. Sentirse insatisfecho en algunos terrenos no quiere decir estarlo en otros. Y así como encontrar satisfacción en algunos ámbitos parece quedar por completo al alcance de nuestra mano, estar insatisfecho en otros –el filosófico, por ejemplo, como Jagger comenta- puede ser signo antes de lucidez que de enfermiza incapacidad para contentarse con lo alcanzado. Seamos conscientes de que estamos sometidos a múltiples necesidades, de orden por completo diverso, y no nos avergonzaremos de reconocer nuestras insatisfacciones. Asumamos que algunas necesidades son tremendamente complejas y no sentiremos reparo alguno en confesar que, pese a los muchos años transcurridos o los muchos logros obtenidos, seguimos buscando.
Me gusta la propuesta de ese mix. Creo, además, que refleja muy bien nuestra realidad cotidiana. Son muchas las necesidades primarias que satisfacemos día a día, y quizá deberíamos dar más importancia a esas pequeñas satisfacciones y tenerlas más presentes cada vez que nos sobrevenga una intensa sensación de insatisfacción con la vida. Al mismo tiempo, la satisfacción de tales necesidades no debe llevarnos a olvidar que es legítimo sentir insatisfacción en relación con otras necesidades más difíciles de contentar y que probablemente constituyan el motor que a cada paso nos empuja hacia adelante. Ya lo decía Stuart Mill: “Es mejor ser un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho; mejor ser un Sócrates insatisfecho que un necio satisfecho”.
Un beso, doctor Lagarto!
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