martes, 31 de julio de 2012

Lo privado y lo público



“Uno de los principios fundamentales de la doctrina Gradgrind era que todas las cosas debían pagarse. Nadie debía jamás dar algo a alguien sin compensación. La gratitud debía abolirse y los beneficios que de ella se derivaban no tenían razón de ser. Cada mínima parte de la existencia de los seres humanos, del nacimiento hasta la muerte, debía ser un negocio al contado. Y si era imposible ganarse el cielo de esta forma, significaba que el cielo no era un lugar regido por la economía política, y que no era un lugar para el hombre.”

Tiempos difíciles, Charles Dickens.

Ahora que estamos parcialmente rescatados y pudiera ser que a punto del rescate total, ése que dará a las fuerzas del Mal neoliberal –¡viva el Mal, viva el Capital!– su dominio absoluto sobre los sufridos y ampliamente recortados –casi valdría decir mutilados– españolitos de a pie, hay razones más que sobradas para sospechar que –al igual que sucediera en los países del Este tras la caída del Muro, o en el Chile de Pinochet bajo los experimentos de los Chicago boys– sus próximas exigencias recaerán sobre la privatización de los servicios públicos. Propondrán, pues, que empresas que son propiedad del Estado y que se encargan de ofrecer tales servicios a los ciudadanos sean vendidas a inversores privados. Inversores que, a partir de ese momento, dispondrán de la propiedad y gestión de dichas empresas.

Repite como un mantra el dogma neoliberal que la gestión privada es siempre mejor que la pública. Mejor significa en este caso más eficiente: según el dogma, con iguales o menores recursos, la gestión privada es capaz de ofrecer a los ciudadanos servicios de mayor calidad. ¿Lo dicen porque los gestores públicos son, en comparación con los gestores privados, unos ineptos de tres al cuarto que contratan a los proveedores más caros, elevan desmesuradamente el salario de los trabajadores públicos y se echan al bolsillo lo que no deberían, de tal forma que, a la postre, los servicios públicos tienen un coste mucho más elevado del que podrían tener de ser gestionados de forma privada? No exactamente, aunque a veces, cuando algún gestor público defiende denodadamente la privatización de los servicios públicos arguyendo la mayor eficacia de la gestión privada, da que pensar si no se estará llamando incompetente a sí mismo o si, en realidad, es tan inepto que no se percata de que con dicha defensa los ciudadanos podrían llegar a concluir que, en efecto, se trata de un completo incompetente para el cargo que ocupa.

Pero hemos dicho que no exactamente: lo que defienden los neoliberales es que un mercado libre, en el que cada agente persiga su propio beneficio egoísta, tenderá a ser un mercado autorregulado, es decir, un mercado que generará una perfecta distribución y reparto de los recursos a todos los agentes que concurran en él –cualquiera de nosotros– y en el que toda mercancía alcanzará el precio más justo –ni demasiado escaso, ni demasiado abusivo–. En la medida en que cualquier intervención del Estado en el mercado sea bajo la forma de fijación de salarios mínimos, que impiden la libre negociación entre el trabajador y el empresario que procuraría el justo precio del salario del primero, sea bajo la forma de la gestión de servicios como la sanidad y la educación, que impiden la libre competencia entre agentes económicos que fijaría el precio más justo de tales servicios, sea bajo cualquier otra forma imaginable obstaculiza la consecución de ese paraíso terrenal que es el mercado autorregulado, es preciso eliminarla a toda costa. Porque, además, la única vía para que cualquier servicio requerido por los ciudadanos goce de los beneficios del mercado autorregulado radica en su conversión en mercancía. O, lo que es lo mismo, en libre objeto de intercambio y compra-venta. Y esto sólo se logra cuando pasa a ser propiedad privada. En puras y simples mercancías deben transformarse entonces la educación, la sanidad, la atención a dependientes, los transportes públicos… y toda suerte de servicio social que se les ocurra con el fin de que los ciudadanos podamos ver satisfechas nuestras necesidades con la calidad y eficiencia que merecemos.

Antes que argumentar en contra de esta perversa utopía, algunos ejemplos paradigmáticos sirven a la perfección para su desmontaje. ¿Han oído alguna vez hablar de la extrema puntualidad de los trenes británicos, orgullo nacional de los habitantes del Reino Unido? Seguro que sí. Lástima que la privatización la convirtiera en una leyenda que los pasajeros británicos recuerdan con compungida nostalgia.


En 1996, British Rail, la empresa pública que gestionaba el transporte en ferrocarril en el Reino Unido, fue privatizada en partes y desmembrada en más de cien empresas privadas. En su centro se situó Rail Track, empresa responsable del mantenimiento de las vías y estaciones. Curiosamente, y pese a que la operación se efectuó bajo la promesa de una mayor eficiencia en un servicio hasta entonces adecuado pero deficitario, al poco tiempo los usuarios comenzaron a quejarse de la significativa subida de las tarifas, la impuntualidad y lentitud de los trenes y, en general, del mal funcionamiento de la red de ferrocarriles. Hasta ahí, soportable. El problema es que, apenas un año después de la privatización, en 1997, se produjo un accidente ferroviario que se saldó con la vida de 7 personas. En 1999, dos trenes chocaban en la estación londinense de Paddington: el aún más grave accidente segaba la vida de 31 personas y dejaba más de 250 heridos. Y en 2000, 4 personas más perdían la vida a causa de un descarrilamiento. Ya es mala suerte, ¿no? Porque mientras los usuarios británicos sufrían el deterioro de los servicios y morían en accidentes ferroviarios, la empresa Rail Track había empezado a cotizar en bolsa y reportaba pingües beneficios tanto a sus directivos –algunos de sus consejeros delegados tenían asignado un salario anual de 400.000 libras– como a sus accionistas. Tanto es así que si en 1996 –el año de la privatización– una acción de esta empresa valía unas 2 libras, en 1998 superaba las 17 libras. En ese mismo año, la empresa llegó a generar unos beneficios de 1,2 millones de libras al día. Ahí es nada.


¿Cómo es posible entonces que una empresa con tales beneficios ofreciera tan mal servicio a sus usuarios e incluso les hiciera perder la vida en numerosos accidentes? La pregunta, obviamente, está mal formulada. Pues lo que investigaciones posteriores sacaron a la luz fue que la vida de los pasajeros había sido, precisamente, el alto precio que la sociedad británica tuvo que pagar a cambio de las cuantiosas ganancias de los directivos y accionistas de Rail Track: en su búsqueda del beneficio empresarial, Rail Track no sólo no había destinado dinero alguno a la expansión de la red ferroviaria, sino que ni tan siquiera había invertido –tal y como había pactado con el gobierno– en la conservación del estado de los raíles. Los accidentes ferroviarios no fueron, por tanto, fruto de la casualidad. Sólo del deterioro de los raíles, consecuencia de la falta de inversión que llenó las cuentas corrientes de unos cuantos avariciosos. Y como ningún país civilizado puede permitirse el lujo de carecer de red ferroviaria, en 2002, cuando ya las acciones de Rail Track habían caído en picado, el gobierno británico no tuvo más remedio que proceder a su renacionalización. La operación costó miles de millones de libras a los contribuyentes británicos que aún quedaban con vida tras la desastrosa experiencia de la privatización: los que hubieron de dedicarse tanto a la reparación de las maltrechas vías como al pago de la tremenda deuda –unos 2.000 millones de libras– generada por la empresa privada.

Así que cuando algún iluso venga a contarles que la gestión privada es más eficiente que la pública, les recomiendo que le contesten con una carcajada y una sonora pedorreta. O si lo prefieren, replíquenles apelando a las palabras de Dickens: convertir cada mínima parte de la existencia de los seres humanos, del nacimiento hasta la muerte, en un negocio al contado, es, en sí mismo, un negocio que puede saldarse con la liquidación de la propia existencia. La tuya, por supuesto, recálquenle al iluso. Los buitres que se alimentan de la muerte ajena suelen tener las espaldas bien cubiertas.

20 comentarios:

TRoyaNa dijo...

Ay Antígona,

....la que se nos viene encima.

Me temo que esos buitres carroñeros hace tiempo ya planean sobre nuestras cabezas, pero sí,aún les quedan territorios por conquistar.

Me viene a la cabeza los numerosos incendios(¿ provocados?) que han asolado este verano miles de hectáreas de los montes de comarcas valencianas y catalanas.
Llámame malpensada pero
todo apesta a negocio rentable,suelo potencialmente urbanizable.Negocio,"business is business".

Los sectores públicos,los restos de un naufragio anunciado,el del Estado de Bienestar,pendientes están por conquistar,los que todavía siguen en pie.Y lo intentarán.
Más nos vale que las leyes se reformen para impedir que se construya sobre el suelo quemado "intencionadamente",de lo contrario con el tiempo me temo que los pinos,terminarán siendo sólo un recuerdo ¿pasarán a mejor vida por no ser rentables económicamente?

De todos nosotros depende que este pez grande llamado CAPITAL no se meriende a los pequeños,a los servicios públicos,al bien común que pueda ser susceptible de convertirse en beneficio privado.
Igual una de las armas de las que disponemos los ciudadanos de a pie es esa solidaridad y ese agradecimiento que según la doctrina Gradgrind no tienen razón de ser.
No podrán acabar con nosotros,porque como decía la abuela en una escena de "Las uvas de la ira "(1940) de Jhon Ford,tras una depresión económica y social desoladora :

"(...)nosotros estamos vivos y seguimos caminando. No pueden acabar con nosotros ni aplastarnos. Saldremos siempre adelante, porque somos LA GENTE."

Pues eso,Antígona,somos la gente y tenemos un potencial transformador del que no sé si somos plenamente conscientes.
Es preciso tener conciencia crítica y constructiva y capacidad para organizar la ira transformándola pacíficamente en acción tras acción.
Frente al intento de hacer negocio con el bien común,auto-gestión,frente a la especulación sobre el suelo,sostenibilidad...buscando alternativas,frenando el paso a este neo-liberalismo brutal que viene pisando fuerte con sus tablas de beneficios(¿beneficios para quien?),recatando a los bancos a costa de hundir al ciudadano.

Un beso y un abrazo para ti!

Carmela dijo...

Como dice Troyana, ...la que se nos viene encima.

No conocía la historia que nos cuentas del Rail Track británico, y resulta de lo más didáctica, terriblemente didáctica. Y sí, creo que por ahí van los tiros, privatización y enriquecimiento desmedido de solo unos pocos.
Son momentos terribles y me temo que este mes de agosto, con tres Consejos de Ministros ya apalabrados puede ser un mes de recortes y acciones tremendas por parte del Gobierno, aprovechando la disgregación de los ciudadanos en sus vacaciones.
Yo las empiezo mañana, y estoy temiendo volver en septiembre, ya que hemos dejado todo atado con alfileres, en cuanto a puestos de trabajo y renovaciones y mucho me temo, nuevos decretazos veraniegos.
Y me temo que poca movilización tenemos ante lo que se avecina, lo que me ha quedado claro tras este momento que vivimos, que ni los que están ni los que estaban, tienen la solución, ya que ella sería contraria a sus beneficios e intereses, creo que mientras no consigamos eliminar el bipartidismo que existe en nuestro país todo irá a peor, y cambiarlo no está en la cabeza de ninguno de ellos.
Solo espero que odamos reaccionar a tiempo, en el poco margen de maniobra que tenemos.
Un abrazo, Antígona

El peletero dijo...

Es triste ver el esfuerzo de algunos por diferenciarse de aquello que critican consiguiendo, simplemente, parecerse a ellos.

A cierta edad uno de ya debería saber que lo contrario de algo no necesariamente mejora ni empeora lo que contraría. Creerlo es una ilusión que nunca lleva a ninguna parte excepto a recitar, para los amigos, fans y acólitos sin criterio, mantras de otra especie que pretenden ridiculizar las ideas ajenas para embellecer las propias. Mal sistema.

También podríamos decir que:

“Así que cuando algún iluso venga a contarles que la gestión pública es más eficiente que la privada, les recomiendo que le contesten con una carcajada y una sonora pedorreta”.

Todas las utopías son perversas, querida Antígona, incluso aquellas que describen mundos felices. Estas últimas son las más peligrosas, pero muchos se empeñan en ignorarlo.

Eso del “Mal neoliberal” es para medalla de oro, la verdad, me ha dejado estupefacto, patidifuso y turulato, me ha recordado a Reagan y a Bush.

Saludos

NoSurrender dijo...

Comparto plenamente lo que expone, doctora Antígona. Ya conocía yo la experiencia ruinosa de British Rail, que tan enormes beneficios aportó a la casta social que argumenta a favor de las privatizaciones. Gente que, por cierto, suele usar más taxis y berlinas que trenes, y que difícilmente les podría alcanzar la muerte en la proletaria estación de Paddington. Algo parecido ocurre con los grandes propietarios de Dow Chemical respecto a la explosión de su planta de tratamiento de residuos químicos que costó la vida a 25.000 personas en una deprimida zona de la India.

La verdad es que las matemáticas financieras son muy tozudas y los activos financieros públicos valen lo que valen. Y sólo serán comprados por las empresas privadas si consiguen que lo que pagan por ello (el flujo de caja neto de inversiones e impuestos) sea menor del valor real de ese activo. Y sólo se puede conseguir esto si el estado malvende el activo o se consigue gestionar dicho activo invirtiendo menos dinero o reduciendo el pago de impuestos. Esto es, o nos roban o nos devuelven un peor servicio. No hay más que esto, y todo lo demás son falacias antieconómicas. Falacias neoliberales que han mostrado ya sobradamente su ineficacia y su capacidad de destruir valor al servicio de enriquecer a pequeñas élites.

Por definición, lo único que diferencia la cosa pública de la privada es la propiedad, y no la gestión. Quiero decir, cualquier modelo de gestión en una empresa de propiedad privada puede ser asumido por una empresa de propiedad pública. La única diferencia real entre una y otra, por definición, es si el beneficio final será para la comunidad o será para alguien privado.

Besos, doctora Antígona!

Marga dijo...

Más que hacerles pedorretas habría que hacerles un buen corte de mangas, es el gesto que se me ocurre para expresar mi parecer, jeje.

No existe ningún antecedente, ni aquí ni en ningún otro país, que avale semejente teoría. Siempre que se ha llevado a cabo la privatización de un servicio público este ha acabado por perder su naturaleza de “para todos”. Pasar de usuario a cliente no compensa a nadie, salvo a la empresa que se erige en proveedor. Y el beneficio pasa a ser de ella, es decir, de unos pocos. Cuando no un fiasco de gestión y la pérdida es absoluta, como en el ejemplo que expones.

De entrada existen servicios que no están creados para producir beneficios contables, sino ciudadanos, una palabra que últimamente se cuidan mucho de utilizar. El beneficio existe en sí y difícilmente sería negativo. Y en otros servicios que si los obtienen ya se procura enmascarar resultados para que parezcan pérdidas y así justificar su venta. Te lo aseguro, si no dieran beneficios no se venderían. Y entonces la pérdida es doble por parte del ciudadano: deja de tener un servicio pensado para él y pierde los ingresos estatales que ese mismo producía.
Asi que me temo que sólo exista una razón para privatizar lo público -si dejamos a un lado la corrupción pura y dura, veáse el caso de Argentina en tiempos de Menem; aunque me van a perdonar nuestros gobernadores, la privatización siempre es sospechosa de encubrir cierta corrupción, incluso a priori: se lucran unos pocos a costa de unos muchos- y es la ideológica, a secas. La misma ideología que hace prevalecer el bien individual sobre el bien común, el sálvese quien pueda, la de los pobres lo son porque no se esfuerzan, la del “emigrante malo”, capaz es el que tiene y no el que es, la de a dios rogando pero sin olvidar el mazo, etc. Etc, todas las barbaridades que caracterizan la supremacía de unos sobre otros, el darwinismo social (pobre Darwin!). Y tras la Segunda Guerra Mundial se consiguió acallar un poco sus graznidos pero quiá, desde los 80 planeaban sobre nosotros hasta conseguir que ahora, todo suene como a ellos les gusta oir.

Y vaya si suena.

Para mí son la escoria de la tierra, no pueden ser otra cosa. La codicia y la podedumbre moral son sus tarjetas de presentación. Y el que me asegure lo contrario tendrá que demostrármelo con hechos, no con palabras bientencionadas, de las que por otra lado, empiezo a estar muy harta. Existen demasiadas, no? tantas y tantas... ufff.

Besos antieconómicos, la nueva superchería.

El peletero dijo...

http://elcomentario.tv/reggio/repsol-es-solo-el-principio-de-xavier-sala-i-martin-en-la-vanguardia/23/04/2012/

El peletero dijo...

Hay muchas maneras de apoderarse de los bienes públicos, la mejor, sin duda, es la que se realiza con el propio beneplácito de los robados, no se quejan ni protestan, se creen que hacen justicia y la revolución. Eso sí que es recibir una pedorreta dolorosa y muy sonora, que te roben y aplaudas.

Dona invisible dijo...

Hola, Antígona,
no puedo estar más de acuerdo contigo: no creo que la gestión privada mejore los servicios que a mi entender deberían ser públicos: Sanidad, Educación, Transportes, etc. Lo único que se pretende en este caso es lo que ya apuntaba Naomí Klein en su libro "La doctrina del choc", donde ya advertía de la estrategia de los chicos de Chicago en el momento en que se producían catástrofes o situaciones límite como la que ahora vivimos para privatizar y favorecer a unas cuantas manos, "caiga quien caiga".
Lo que ella también puntualizaba, sin embargo, es que -una vez disponemos de la experiencia y el conocimiento de la aplicación de estas políticas- tenemos las armas para pararlas: el poder lo tenemos el pueblo y hay que pararlos en las urnas y en la calle.
Aún hace falta, por eso, que mucha gente despierte, no es suficiente todavía con lo que estamos haciendo.
Me ha parecido muy significativo el ejemplo de la privatización de la gestión del ferrocarril en Gran Bretaña. Escandaloso y terrible. Pero eso nos tiene que quedar claro: no les importa la vida de nadie, solamente su bienestar. Aún recuerdo una discusión que tuve en clase de alemán con un defensor americano del libre mercado salvaje, sin ningún tipo de control ni regulación por parte de los Estados. "El mercado se regula solo", me decía. También apuntaba que no hacían falta impuestos, que todo debía gestionarse de forma privada. -"¿Qué pasa con las personas que quedan fuera del sistema injustamente?", le pregunté. A lo que él respondió que "la vida es así" y que yo estaba pensando con el corazón, no con el cerebro. Cosas veredes...
Un abrazo, Antígona.

Antígona dijo...

Queridos y queridas, después de esta pausa veraniega no del todo pretendida, vuelvo de nuevo por estos lares. El futuro es, para muchos, más incierto que nunca, pero espero que el sol y el descanso del verano les hayan permitido recargar pilas para afrontar cualquier cosa que sea que se nos venga encima. Que me temo que aún hay demasiado nada bueno por llegar. Y vamos al tema que nos ocupaba hace ya unas semanas.

Antígona dijo...

En efecto, Troyana, les quedan muchos territorios, y muy jugosos, por conquistar. Dicen los más expertos que el más jugoso de ellos son las pensiones, y que hay demasiados poderes fácticos deseando su privatización. Pero también queda mucha sanidad y mucha escuela por privatizar, por no hablar de los transportes.

No creo que seas en absoluto malpensada en lo que al tema de los incendios se refiere, menos en el caso de la Comunidad Valenciana. ¿O no sabías que hace pocos meses el PP derogó en Valencia la ley que impedía construir sobre suelo quemado? Una ley, cuyo principal objetivo, supongo, era desincentivar a los pirómanos oportunistas. Ahora tienen vía libre para hacerlo y es de sospechar que los incendios se sucederán año a año, más allá de que muchos sean consecuencia de los miles de despidos de guardias forestales que limpian el bosque durante el invierno para evitarlos.

Tienes razón de que depende de nosotros el evitar el desmantelamiento del Estado del Bienestar, el expolio –como decía hace poco un conocido filósofo– al que lo están sometiendo para el enriquecimiento de unos pocos. Pero ¿cómo lo vamos a hacer? Día a día el desmantelamiento prosigue y el gobierno parece insensible a cualquier protesta. Las medidas represivas contra ellas aumentan progresivamente. Dentro de nada hasta el miedo a salir a la calle nos amordazará ante multas económicas de más de 600 euros con la que está cayendo… Y las cosas están llegando a un punto en que puede empezar a haber víctimas mortales de esta apisonadora neoliberal (inmigrantes sin papeles, jóvenes sin derecho a tarjeta sanitaria…). ¿Es verdad que la gente sale siempre adelante, como se dice en la novela de Steinbeck? Me gustaría pensar que sí. La solidaridad, estoy de acuerdo, es un valor esencial en circunstancias como la nuestra. Pero en un Estado de Derecho no se debería tener que recurrir a ella porque debería garantizar la cobertura de las necesidades básicas a todos sus ciudadanos. Muy mal estamos cuando nos vemos abocados a pensar en ella para procurar la supervivencia de los más desfavorecidos.

Sabes que confío en esa conciencia crítica y en ese potencial transformador al que aludes. Pero últimamente me siento un tanto pesimista. Da la impresión de que poco se puede hacer para alterar los dictados de quienes nos roban y ningunean con el pretexto de la crisis y todavía hay demasiada gente que se traga sus mentiras.

Un beso y un abrazo de vuelta!

Antígona dijo...

Creo que aún ni podemos sospechar el alcance de eso que se nos viene encima, Carmela. Tengo la impresión de que dentro de nada echaremos la vista atrás y no podremos ni creernos que haya habido un tiempo en que la sanidad, la educación, las pensiones, eran bienes pagados por el dinero público y garantizados a todo hijo de vecino.

A mí también me parece muy didáctica esta historia de los ferrocarriles británicos, y la he puesto porque es una de las más estudiadas, cosa que no resulta fácil en otros sectores. Ya sabes que el mantra neoliberal de que lo privado es más eficaz que lo público está tan extendido que son pocos los economistas que no lo acepten y elaboren sus teorías acerca de lo que ocurre a partir de él.

Los recortes se suceden y creo que seguirán sucediéndose sea agosto, septiembre o diciembre. Y cuanto más rápido mejor, porque sólo así, mientras nos tienen aturdidos con esta vorágine de reformas, lograrán el desmantelamiento de los servicios públicos. Esta forma de proceder ya se ha aplicado en otros países y no se trata de ninguna improvisación, porque ningún pueblo puede aceptar sin rechistar –si se le da la oportunidad para ello– que le roben lo que es suyo.

En mi centro de trabajo, que ofrece igualmente un servicio público, hemos perdido ya, en poco más de un año, el 25% de la plantilla. Por el momento en septiembre no se ha movido nada. Pero no me extrañaría nada que en tiempos venideros seamos aún menos.

Personalmente, no creo que el problema sea del bipartidismo, sino del partido político que nos gobierna, que ya hizo sus estragos privatizadores en tiempos de Aznar. Y si no se evita que vuelva a ganar las elecciones, aunque sea votando al Pato Donald, ya sabemos que sólo tendremos más de lo mismo.

Un gran beso, Carmela!

Antígona dijo...

Estimado Peletero, comparto su escepticismo, en todas partes cuecen habas, que se dice vulgarmente, pero no estoy dispuesta aceptar esa suerte de apisonadora teórica que todo pretende igualarlo y medirlo con el mismo rasero alegando la verdad de Perogrullo de que no hay cosa en este mundo que no posea ventajas y desventajas.

La gestión pública puede ser un desastre –¿alguien puede negarlo a la vista del aeropuerto construido en Castellón donde todavía no ha aterrizado un solo avión, o recordando la nefasta gestión de las cajas de ahorros?–, pero si los políticos ejercen con un mínimo de honestidad las funciones que les corresponden y no pretenden forrarse a costa de los ciudadanos –y no todos lo pretenden– cuenta con una ventaja para los ciudadanos con respecto a la gestión privada que es, sencillamente, una premisa indiscutible y definitoria de la diferencia entre lo público y lo privado: lo público no se sustenta sobre el ánimo de lucro, mientras que lo privado no existe sin él.

Y por ese ánimo de lucro que define en sí mismo la gestión privada es un verdadero atentado contra la ciudadanía dejar en sus manos determinados servicios esenciales cuya garantía no puede estar, a mi juicio, de ningún modo sometida a criterios económicos. Porque en el orden de lo económico, no es rentable curar el cáncer de un anciano jubilado al que le quedan a lo sumo diez años de vida y que nada aporta al sistema desde ese mismo punto de vista económico. Pero si creemos que ese anciano debe ser curado igualmente a pesar de que la sociedad pierda dinero con él es porque ponemos su dignidad como persona por encima de la rentabilidad económica. Algo que se le puede y debe exigir a lo público pero en ningún caso a lo privado, que, repito, se caracteriza en cuanto tal por su afán de ganar dinero.

Y si no le convence el argumento y piensa que se trata sólo de una cuestión de concepto, otro ejemplo bien palmario es el del gasto sanitario en EEUU. EEUU, que, como usted sabrá, tiene un sistema de financiación de la sanidad prioritariamente privado, gasta el 16% del PIB en Sanidad, frente al 9,7% que gasta España. Esto significa que los ciudadanos norteamericanos gastan un 60% más en el cuidado de su salud que los españoles. Sin embargo –y por sólo mencionar algunos parámetros–, la tasa de mortalidad infantil en EEUU es casi el doble de la de España. El número de camas de hospital y la densidad de médicos por habitante en EEUU está bastante por debajo de los nuestros. Y así como España está en el puesto 12 del ranking mundial en esperanza de vida, EEUU está en el puesto 37, seguido de cerca por Taiwán y Panamá. Es obvio que los norteamericanos gastan más en salud para obtener menos. Y la causa no es otra que el hecho de que el negocio de la sanidad privada no está pensado para cuidar la salud de los ciudadanos, sino para el beneficio de las grandes empresas sanitarias privadas.

No creo que el debate se centre aquí sobre utopía alguna, sino sobre realidades bastante contundentes.

No sé por qué lo del Mal neoliberal le ha dejado tan estupefacto, turulato y patidifuso. Muchos países latinoamericanos han sufrido en sus propias carnes el infierno que impone allí por donde pasa. Y creo que nosotros también estamos empezando a oír el crepitar de sus llamas.

Un beso angelical :P

Antígona dijo...

Así es, doctor Lagarto: la casta interesada en la privatización no usa trenes ni metros, como puso hace no tanto de manifiesto un programa de la Sexta ante la subida abusiva de precios del metro de Madrid. Todos los entrevistados de los barrios ricos de Madrid decían que no les parecía tan abusiva, para después confesar que hacía “años” que no pisaban un metro. Hay muchas realidades en nuestra sociedad, y la de los ricos no es precisamente la de los no-ricos.

Explica usted muy bien de qué manera se lleva a cabo ese robo que supone la privatización de los servicios públicos, tanto en dinero como en servicios. Pero supongo que como nuestros políticos saben perfectamente que las matemáticas financieras son tozudas y que, en realidad, no hay quien se trague que todos saldremos ganando con la privatización excepto unos pocos, jamás escatiman medios ni mala baba en desprestigiar lo público y así difundir una mentira que ha acabado calando en no pocos sectores de la sociedad. No de otra manera se entiende la mala imagen que del funcionariado se tiene y lo mucho que algunos se alegran cuando se les baja el sueldo o se les quitan pagas. Se trata de hacer creer a la ciudadanía que por su pereza e incompetencia los servicios públicos no son rentables y que lo serán cuando sus puestos los ocupen trabajadores que pueden ser despedidos por falta de productividad.

Y sí, la clave no está en la gestión, sino en la propiedad. Pero me parecería un peligro –lo veremos llegar dentro de poco– que la función pública adoptara el modelo de la gestión privada, que tampoco escatima esfuerzos en arremeter contra los derechos de los trabajadores para mayor beneficio –y los datos son concluyentes– del empresariado. Estoy segura, no obstante, de que la gestión pública podría aprender mucho en algunos aspectos de la privada. Pero lo propio de lo público en lo que a gestión afecta es también defender un modelo de relación contractual con el trabajador que, aunque ahora se encuentre en peligro de extinción, no deja de ser más respetuoso con la dignidad y los derechos de las personas.

Un beso, doctor Lagarto!

Antígona dijo...

Qué decirte, niña Marga, si no puedo estar más de acuerdo con todas y cada una de las cosas que expones. No hay antecedentes que avalen la teoría neoliberal. Pero el principal problema del neoliberalismo es, como bien señala Vicenç Navarro, su resistencia a los hechos, su constante pasar por encima de ellos por más que éstos desmientan reiteradamente sus ideas. Con el paso del tiempo, el neoliberalismo ha acabado convirtiéndose en un dogma de fe más peligroso que cualquier otro dogma de fe habido en la historia, porque está afectando a la humanidad entera. Y pienso ahora en la desregulación del mercado financiero, que ha abierto las vías para que la especulación salvaje campe a sus anchas y se cebe con el precio de los alimentos básicos, llevando a la muerte por hambruna a miles de personas que no pueden pagarlos.

Yo también pienso que la privatización encubre corrupción. Y ahí suelen estar los hechos para demostrarlo. En Castilla-La Mancha se anunció hace unos meses la privatización de cuatro hospitales públicos con el pretexto de que generaban pérdidas. Entrevistados sus directores, todos declararon que no era el caso, y su sorpresa ante tal decisión política. Poco después saltaba a la luz que la privatización pondría los hospitales en manos de una empresa en cuya gestión y beneficios se hallaba involucrado –al margen de otros miembros del PP– el maridito de la presidenta de la Comunidad. Si esto no es corrupción, no sé qué otra palabra se le puede dar. Habría que comprobar además, a día de hoy, si los servicios que están ofreciendo tales hospitales son los mismos que cuando eran públicos. Me juego un brazo a que han empeorado o empeorarán en muy breve plazo. Siempre sucede de la misma manera. ¿O es que ya no nos acordamos de lo que ha subido el precio de la luz –el más caro de toda Europa– desde la privatización de las eléctricas?

En la raíz de todo se encuentra, como bien señalas, esa ideología que hace prevalecer el bien individual sobre el bien común fundada en la premisa de que los pobres son culpables de su miseria y los ricos merecedores de su riqueza. Un análisis tan simple de la realidad humana que da vergüenza ajena, pero que seguro que los de arriba –no creo que haya ninguno en estos momentos de origen humilde– creen a pies juntillas porque nada puede beneficiarles más.

Te recomiendo, si no lo has visto aún, un documental sobre la privatización llamado “Catastroika”. Como documental no es muy bueno, pero lo que en él se relata vendrá a confirmar todas tus sospechas y vale la pena verlo, aunque sólo sea para argumentar con más fundamento y ejemplos después del corte de mangas :)

Besos públicos!

Antígona dijo...

Tiene usted razón, estimado Peletero. Pero, como comentaba antes, para lograr ese beneplácito están todos esos mantras que se repiten constantemente –los funcionarios son unos vagos, la gestión pública tiende en sí misma al derroche…– y que encima a veces también son confirmados por los hechos gracias a políticos que después de derrochar a manos llenas se exoneran de toda responsabilidad y proclaman las bondades de la privatización. Yo lo que creo, a estas alturas, es que hay que ser o muy ignorante, o muy ingenuo, o las dos cosas a la vez, para aplaudir ese robo de los bienes públicos pensando que la solución a sus problemas pasa por la privatización. Por fortuna ya hay mucha gente que, lejos de aplaudir, se lanza a la calle a protestar. Pero dudo mucho que esas protestas frenen el proceso privatizador en el que estamos inmersos. Los que lo llevan a cabo no van a dejar escapar los muchos millones que pueden ganar con ello.

Antígona dijo...

No he leído el libro de Naomi Klein, Dona, pero estoy deseando hacerlo porque, por las intervenciones que he visto de ella en varios documentales, parece que este tema se lo tiene estudiado muy a fondo. Por cierto, sale en el documental que le recomendaba a Marga, llamado “Catastroika”, y que si no has visto, te recomiendo igualmente. En efecto, como situación límite, la crisis es el pretexto perfecto para llevar a cabo ese proceso privatizador: ¿si el Estado necesita ingresos, por qué no obtenerlos vendiendo bienes públicos? Pero lo están haciendo sin nuestro consentimiento y con el agravante de que esa venta empeorará la calidad de los servicios que los ciudadanos recibimos a través de ellos. Sin embargo, es cierto que eso les importa poco y es posible que confíen en la corta memoria de la población, que acabará por olvidar –o nunca llegará a ser consciente– de que gracias a la privatización paga más por menos.

Lo de que el mercado se regula solo es otra de esas falacias que, por más los hechos desmientan, no cae en las mentes obcecadas de algunos. Más teniendo en cuenta que las premisas ideales de las que parte ese concepto del mercado autorregulado –igual capacidad de todos los agentes económicos de intervención en el mercado, igual información sobre su modo de funcionamiento– no sólo no se corresponden con ninguna realidad presente, sino que nunca serán una realidad. Es como si alguien elaborara una teoría sobre las capacidades de los seres humanos partiendo de la premisa de que tenemos alas: puesto que no las tenemos ni las tendremos nunca, la teoría es absurda desde la base.

Por otra parte, una de las cosas que se resaltan en el documental que citaba es la contradicción en la que incurren los neoliberales con su apuesta por la no intervención del Estado: resulta que la imposición de sus teorías nunca ha sido posible sin una fortísima intervención del Estado en lo que se refiere a medidas de represión policial de las protestas que siempre generan. Así que no siempre están a favor de la no intervención del Estado. Sólo en aquellos casos en que tal no intervención llena sus bolsillos.

Lo que decía tu compañero de clase me recuerda a lo que dijo una tertualiana del PP en la radio a propósito de la injusticia que representaban los recortes en servicios sociales: “la vida es injusta”. Claro, sobre todo si gente como ella se empeña en hacerla más injusta de lo que es impidiendo medidas redistributivas para limar un poco las injusticias de base.

Un beso, guapa!

El peletero dijo...

Me alegro mucho de su vuelta, querida Antigona, espero que haya tenido un buen verano.

No pretendo convencerla de nada, solamente intentar sentar una posición. Por ello creo que, a estas alturas de la historia, decir que lo público está exento del interés privado es, para decirlo finamente, ingenuo, un error grave y desfasado.

Otra cosa es que una sociedad próspera, en el amplio sentido del término -también moral-, deba desarrollar políticas y actividades sin ánimo de lucro.

Lo del Mal liberal me recordaba al Imperio del Mal de Ronald Reagan. Una mala forma de demonizar.

Besos liberales, pero bondadosos.

Antígona dijo...

Me alegro de que se alegre. Yo también me alegro, y aunque el verano ha sido trabajoso, no se puede decir que haya sido un mal verano.

¿Podría aclararme que quiere decir con eso de que lo público no está exento del interés privado? Se me ocurren varias posibilidades de interpretación, así que prefiero preguntarle directamente antes que conjeturar. Y sobre todo, no desearía permanecer en ese grave error si es que algo esencial se me escapa.

Besos libertarios, que no liberales.

El peletero dijo...

Pues como libertaria lo debería de saber y no ignorar que el peso de lo público y del Estado se convierte, en más ocasiones de las debidas, en lo contrario de lo que predica y en la excusa perfecta para el más ruin expolio.

Besos libres.

Antígona dijo...

Gracias por su aclaración, estimado Peletero. Ésa era mi primera opción interpretativa, y nadie puede negar la existencia de tales intereses privados por parte de quienes llevan a cabo la gestión de lo público.

Sin embargo, yo hablaba de una cuestión de conceptos, y no del modo en que luego los conceptos se pervierten en su paso a la realidad. Al político que legisla en virtud de sus intereses privados habría que juzgarle y condenarle, tal como se hacía en la antigua Grecia, que por algo nació allí la democracia. No hacerlo es permitir que la política se desvíe de lo único que justifica su existencia.

El problema es que ahora sucede algo mucho peor: ya no es sólo que nuestros gobernantes gobiernen ocultamente para satisfacer sus propios intereses privados y los de su clase -que también lo hacen-, sino que predican abiertamente la inoperancia de la misma función pública que ellos, como políticos, deberían defender y mejorar. Mayor contradicción, y mayor desfachatez, pocas se han visto.

Besos sin Mal