sábado, 7 de mayo de 2011

Perdonar


De la historia que me conmovió apenas se nos narra un escuálido esqueleto: un hombre es acusado por la mujer que ama de traición al régimen soviético. Ha firmado la declaración falsa que lo condena a veinte años de encierro en un gulag en Siberia. Derramando lágrimas, testifica ante él sobre sus críticas a Stalin y sus actividades de espionaje. Él, petrificado por la incredulidad, sólo alcanza a preguntar, ¿pero qué te han hecho? Y al retirarse ella al comisario, ¿pero qué le han hecho?

Y tú te dices que en el rostro lloroso de ella no hay magulladuras, ni miembros rotos en su figura erguida, aunque él relate más tarde que es la tortura la que ha arrancado de sus labios la mentira. ¿Tal vez otra mentira que se cuenta a sí mismo, inventando una inocencia tan falsa como esa primera mentira? Tal vez. Quién no necesitaría del sustento precario, pero entre los escombros sólido como una roca de la mentira. De cualquier mentira que permita soportar las interminables horas de trabajo a la intemperie en el frío de las nieves de Siberia. Que consuele de los piojos en las ropas raídas cuando los párpados se cierran sobre el catre mugriento, rodeado de hombres convertidos por la indigencia en demonios amenazantes. Que alimente el deseo de seguir rehuyendo la muerte mientras el cuerpo exhausto y desnutrido de sopas aguadas quiere encaminarse lentamente hacia su consunción. Una mentira para aferrarse a la vida allí donde ésta deviene infierno y túnel oscuro sin atisbo de luz que indique la salida.

¿O acaso desconocemos qué terribles formas puede adoptar la tortura? Si las ropas esconden los golpes, también la tensión del miedo puede envarar el cuerpo descompuesto que se desmadejaría en su falta. ¿O acaso creemos que tan nítidamente debe vislumbrarse la huella de los machetazos asestados en el alma? Te arrancaremos los ojos si no firmas la declaración, podría haber escuchado la mujer que él ama. ¿Querrías perderlos? Más terrible aún: le arrancaremos los ojos, lo haremos pedacitos si no firmas. ¿Es eso lo que quieres? Y tú te estremeces pensando en el poder de las palabras según cómo se entrelacen, según quién y dónde, cuándo y cómo se pronuncien. Y en la atrocidad que significa forzar al acto heroico, a la resistencia de consecuencias inciertas, a la fortaleza reservada a los semidioses que han aceptado el destino de su muerte pronta, a seres frágiles y temerosos como nosotros. Tratando de eludir sin conseguirlo la imagen de ti mismo ante esas palabras, el interrogante por tu reacción ante esas mismas palabras. Bendiciendo tu suerte. Demasiado fácil puede resultar quebrarnos por la mitad sin tocar un solo cabello de nuestras cabezas, y luego dejar marchar los trozos desgarrados con la conciencia tranquila de las manos limpias de sangre.

Pero la luz termina por aparecer para él, quién sabe si nunca dejó de brillar débilmente al fondo de su amabilidad temeraria en el medio hostil: la posibilidad de la fuga. Aun desde la certeza de que los muros de la cárcel que lo aprisiona no los forman en realidad las alambradas, tampoco los fusiles de los vigilantes ni los perros entrenados, sino la gigantesca extensión despoblada e inhóspita de los bosques de Siberia. Con sus hielos, sus lobos y sus escasos habitantes alentados a la caza del fugitivo. Naturaleza despiadada y más despiadada aún humanidad en su miseria. ¿Por qué enfrentarse a ellas? ¿Por qué lanzarse en brazos de una muerte pronosticada como segura cuando tal vez la astucia, el egoísmo eficiente que se esfuerza por abandonar todo impulso compasivo, el aprendizaje y la paciente espera pudieran deparar la continuidad mecánica de la vida? ¿Qué le espera en el mundo si la mujer que ama lo ha traicionado, si su delación todo lo ha reducido a añicos? ¿Y por qué seguir avanzando cada pie aterido y plagado de ampollas durante incontables kilómetros, en lucha feroz contra el hambre aún mayor sin las sopas aguadas, contra el frío aún más intenso en ausencia de las paredes endebles del barracón, contra la sed enloquecedora cuando el hielo se transforma en desierto que quema la piel y cuartea los labios? ¿Por qué no ceder al agotamiento extremo, a los músculos enflaquecidos reclamando descanso, a la mente extenuada de sobreponerse cada nuevo día al impulso acuciante de ceder?

Sólo tras contemplar el esbozo de penalidades que intuyes inimaginables más allá de su vivencia real, se descubre que la luz que lo asiste durante ese caminar famélico y desesperado, la luz en el horizonte hacia la que cada pie avanza con insólita determinación, se nutre del deseo que corona la asunción de un poderoso imperativo: encontrarla a ella. Y de nuevo, ¿por qué? ¿No ha sido ella, su debilidad frente al dolor, su cobardía ante la amenaza, su egoísta afán de supervivencia, o sí, incluso su impotente voluntad de protegerlo, pero ella al fin y al cabo la causante de su desgracia? ¿No ha sido ella quien se ha dejado vencer por el enemigo y ha salido indemne mientras él sufre? ¿Indemne? ¿Es que cabe salir indemne de la derrota? Ella, dice él, jamás se perdonará por lo que hizo. Nunca dejará de torturarse por su denuncia. Y sólo él, sólo él puede perdonarla. Por eso tiene que regresar. Por eso debe regresar.

Y entonces sí crees poder imaginarlo a él imaginándola a ella, ella en su incesante paladear en la boca el sabor amargo de la culpa, ella asediada cada noche al posar la cabeza sobre la almohada por el recuerdo de las palabras acusatorias proferidas ante él, por el recuerdo de sus ojos estupefactos, preguntándose una y mil veces si no podría haber actuado de otra manera, si no podría haber resistido un poco más, si no podría haberlo salvado del destierro. Si él todavía estará vivo, si es posible sobrevivir no ya al gulag, sino al daño intolerable infligido por quien nos ama, si no habrá muerto ya, no de hambre o de frío, sino de tristeza y vacío y soledad ante sus propios recuerdos. Si no sería mejor para él haber muerto aunque eso a ella la convierta en asesina. Y junto a la cadena infinita de condicionales engarzados en su martilleo, la vergüenza constante, la vergüenza en la memoria del pasado, en la libertad presente, proyectada en el futuro sobre la angustiosa fantasía de un hipotético reencuentro en el que ella no se atrevería a enfrentar esos ojos estupefactos impresos en sus retinas. A solicitar su perdón por el mal imperdonable. En la solicitud de perdón habita el reconocimiento del daño causado que mitiga el dolor del ofendido. Pero hay daños tan evidentes, tan notorios en su brutalidad, que la mera demanda de perdón afrenta al chocar con el orden de lo irreparable.

Sin embargo, él no sólo ha perdonado. También comprende hasta qué punto el agravio sufrido le otorga milagrosamente el poder de la reparación a través del perdón. Si él perdona, ella queda libre de culpa. Si es él quien reconoce ante ella haber logrado imponerse sobre el sufrimiento padecido y elevarse con un resto todavía intacto sobre su cima, la eleva a ella consigo más allá de su culpa. Por eso debe encontrarla. Porque ha comprendido que ella, cruelmente obligada a devenir instrumento de la maldad de otros, no merece cargar con esa culpa. Que nadie merece ser tachado de culpable por su incapacidad para erigirse en héroe si nadie sabe de antemano de sí mismo, de su propia fortaleza para llevar a cabo la proeza exigida al otro. Y que la máxima perversión pretendida por la iniquidad humana estriba en destruir a los hermanos, a los amigos, a los que se aman, transformando su amor recíproco en odio corrosivo que envenene para siempre sus almas.

Y piensas que la ofensa ciega al reconcentrarnos sobre nuestro propio dolor. A menudo redoblado por proceder de quien únicamente esperamos cura y consuelo para los múltiples dolores que inflige el mundo. Ocultándonos la verdad de que también nuestras debilidades, nuestros miedos, nuestras mezquindades causan dolor incluso sin quererlo a quienes amamos. De que no hay víctima de ofensa que no se conozca en la posición de ofensor. Encubriendo el poder del perdón que se nos regala junto al dolor del agravio, ése que bien podría haber provocado la propia mano. El poder que permite la restauración del equilibrio desquiciado con el alivio del dolor de quien se duele por habernos herido. Quizá sería insensato afirmar que cualquier desmán humano es susceptible de perdón. Pero más insensato aún sería confiar en el aire respirable de la vida sin la existencia de otros dispuestos a perdonarnos. A concedernos el perdón que nos niega la soledad de nuestra conciencia envilecida por la imagen del dolor del otro.





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30 comentarios:

El peletero dijo...

“Nadie merece ser tachado de culpable por su incapacidad para erigirse en héroe”, aunque el perdón –torturas aparte-, en algunos casos, más parece ser una virtud de héroes que de pusilánimes. Ya sabemos que en el propio pecado está la condena y que el mejor perdón es el que nos damos a nosotros mismos, no por no haber sido héroes, sino por no haber podido ser ni honrados ni cabales ni un poco valientes.

Nuestros actos son los que son, y ellos tienen consecuencias, para nosotros y para los demás, no se diluyen con el jabón ni se puede volver a empezar.

Besos.

Viendo esa película me canse de tanto caminar.

Antígona dijo...

Supongo, estimado Peletero, que habría que distinguir entre los actos heroicos en situaciones límite que enfrentan vida y muerte, situaciones ante las que uno tiembla con su relato preguntándose de qué habría sido él capaz, y nuestras pequeñas heroicidades cotidianas, no por más comunes menos difíciles de llevar a cabo. Y entre ellas, en efecto, habría que situar el perdón, porque todo el mundo ha experimentado alguna vez lo difícil que nos resulta perdonar, más aún cuando el daño procede de quienes nos quieren, si es que no es ése el único daño que realmente duele.

Sí creo, no obstante, que hay circunstancias, terribles, ante las cuales uno nunca se perdonará por no haber sido un héroe. Los numerosos suicidios de los supervivientes de los campos de concentración nazis así lo atestiguan. La atrocidad cometida con ellos radicó, a mi juicio, precisamente ahí: en ponerlos en una situación de la que sólo se podía salir sin culpa comportándose como un héroe. Creo que hay pocas inmoralidades mayores que ésa.

Nuestros actos son los que son y no tienen vuelta atrás. Y porque tantas veces erramos en ellos, por eso nos es tan necesario el perdón.

A mí la película, en concreto esta historia de perdón que se nos cuenta y a la vez oculta con extrema sobriedad, me emocionó tanto que todo el cansancio de mis pies después de tantos kilómetros se evaporó.

Un beso!

TRoyaNa dijo...

Antígona,

no he visto la película pero me la apunto porque veo que ha sido punto de partida para la entrada.

En relación al perdón,hay situaciones en la vida que superan las posibilidades de reconciliación con uno/a mismo/a,que se lo pregunten por ejemplo al personaje de Gato(Benicio del Toro)en 21 Gramos,que es el causante accidental de la muerte de un padre y sus dos niñas.

Hay ocasiones en las que nos podemos auto-imponer un castigo solapado,una penitencia guiada por el remordimiento o la culpa como aquel Robert de Niro en la Misión arrastrando aquel lastre de piedras montaña arriba y lloviendo.

Pero el perdón es algo que nadie salvo nosotros mismos podemos otorgarnos,como el personaje de Travis en Paris-Texas.

Qué interesante cuando dices:
"...también nuestras debilidades, nuestros miedos, nuestras mezquindades causan dolor incluso sin quererlo a quienes amamos. De que no hay víctima de ofensa que no se conozca en la posición de ofensor."
Las victimas de ofensa a menudo están tan encerradas en su propio dolor que no se dan cuenta de que también se convierten en inculpadoras,cuando no vengadoras.
Su dolor las encadena,las bloquea,las aisla en ocasiones de por vida.La redención,el perdón las liberta más a ellas que al causante originario de la ofensa que en ocasiones permanece ajeno a esa conmoción.
Pero no es fácil perdonar y tampoco tengo claro que el tiempo ayude para curar o cicatrizar una herida,ya que en ocasiones,las heridas se enquistas y el tiempo juega en tu contra más que a tu favor.

Excelente post,Antígona.

Un abrazo y un beso!

¿A mí qué? dijo...

Amar es perdonar

Perdonar es lo más valioso que existe en la vida.

Quien ama, perdona, justifica, disculpa, olvida.

Quien ama sabe que cuando otro lo hiere y le hace daño, a quien de verdad hiere y daña, es a sí mismo. Por eso, él la busca, porque la quiere tanto, que sabe que al herirlo a él, a quien de verdad hiere es a sí misma y por eso la busca, para protegerla, para ayudarla, para defenderla de sí misma.
El que hiere, mata, ofende a otr@, el enemigo no es el otro, el enemigo lo tiene en su propio interior. La muerte está en sí mismo.

Sólo el que ama perdona. Primero a sí mismo y luedo al otro. En el amor y el perdón está la liberdad y la vida.

Antígona dijo...

Querida Troyana, la película ha recibido críticas dispares, pero a mí me gustó. Me gustó la sobriedad con que Peter Weir expone este drama humano, sin recrearse en lo melodramático, sin imponer emociones al espectador y dejando que sea más bien éste quien las elabore a partir de lo visto.

Lo cierto es que lo que leí en tu blog sobre el personaje de Gato también forma parte de los orígenes de este post :) Aún no he visto la película –aunque ya la tengo “preparada”-, pero ya te comenté que tu narración de ella me había conmocionado bastante sólo imaginando la historia de esos tres personajes. Y luego vi la de Peter Weir y supongo que algo en mí enlazó lo que había pensado sobre la posibilidad de perdonarse a sí mismo en relación a 21 Gramos y sobre lo que supone el perdón que nos conceden los otros.

También me vino a la cabeza esa imagen de Robert de Niro en “La Misión” –emocionante como pocas, uff-, pero yo diría que en ella se resalta justamente la necesidad de que sean otros los que nos perdonen cuando uno no es capaz de perdonarse a sí mismo. Porque lo que realmente libera a de Niro de su culpa, lo que le permite poner fin al castigo que se inflige a sí mismo, es la llegada del indígena que corta con su machete la cuerda del lastre que arrastra en lugar de matarlo. En realidad, sólo ellos, los indígenas a los que había maltratado y asesinado, pueden concederle ese perdón dado que ellos son las víctimas de su anterior crueldad. Es decir, sólo a través de ellos puede de Niro perdonarse a sí mismo.

Por eso no creo que el perdón sea en todos los casos algo que dependa estrictamente de nosotros mismos. Hay ocasiones en que ese perdón hacia uno sólo llega con el perdón del otro, y diría que esas ocasiones son aquellas en las que se ha causado un dolor tan terrible que uno no se cree merecer de perdón alguno. Pero luego llega el otro y al perdonar obra el milagro que nos parecía imposible.

A lo que me refería con esa frase es a que todos hemos causado daño, porque es imposible ser humano y no errar incluso cargado de las mejores intenciones. O no ser débil y no pretender, impulsado por la rabia o el enfado, devolver al otro el dolor que sentimos que nos ha causado. De manera que, cuando nos ofenden, deberíamos también pensar en todas las ocasiones en que los ofensores hemos sido nosotros, en lugar de considerarnos víctimas absolutas de la maldad del otro.

No obstante, me gusta mucho el giro que le has dado. El ofendido, si no perdona, se envenena con su propio rencor. Perdonar es liberarse de esa amargura, de esa percepción del dolor recibido que hiere mientras no se supera al perdonar.

Es cierto, no es fácil perdonar. Pero ¿por qué? Creo que aquí pecamos de un error de perspectiva, y tendemos a magnificar los daños recibidos minimizando los daños causados. Si pensáramos en cuántas veces nosotros hemos hecho daño, tal vez estaríamos más dispuestos a perdonar.

Un beso y un abrazo!

Antígona dijo...

¿A mí qué?, es bonito lo que dices y en parte totalmente cierto. Perdonar no sólo es lo más valioso, sino a mi entender algo estrictamente necesario para vivir en paz consigo mismo y con los demás.

Perdonar al que nos ha hecho daño y sufre por el daño que nos ha causado es lo único que puede acabar con ese sufrimiento. Por eso el que perdona lleva a cabo, como decía el Peletero, una suerte de heroicidad: olvidar el propio dolor, sobreponerse a él, para ocuparse del dolor del otro que es sin embargo la fuente del propio dolor. Perdonar es reconocer que el que ofende también sufre por su ofensa y querer liberarlo de ese sufrimiento a través del perdón poniéndose uno por encima del sufrimiento padecido en la propia carne por su causa.

Sin embargo, ¿quién no ha pasado por la experiencia de esperar una solicitud de perdón que nunca llega porque el otro, el que nos ha hecho daño, ni siquiera es capaz de ver, o sencillamente se niega a ver, el dolor que nos ha causado?

Aquí el perdón es mucho más difícil. Nos apiada el dolor del otro, su sincero reconocimiento de la culpa en la petición de perdón, pero no su indiferencia o su inconsciencia. Quien ha sido herido, quiere ser primero reconocido en su dolor para, a partir de ahí, poder perdonar.

¿A mí qué? dijo...

Los seres humanos ofendemos a veces, a quien más queremos pero al darnos cuenta, el dolor es tan inmenso que sufrimos por el dolor de aquel que tanto queremos. Eso es amor mutuo y el perdón, tan espontaneo, tan natural, como el mismo amor.

El otro perdón es el que tu corazón regala a otro corazón que no sabe de perdón, ni de amor. Se pierdo lo único valioso, el amor y el perdón. Es pauperrimo de verdad, aunque se mienta a sí mismo y se crea el no va más... Si tú te preguntas, ¿lo perdono? ¿no lo perdono? Es que tampoco sabes mucho de amor. El perdón son las alas de la liberdad, el rencor, el odio, la venganza es la muerte y esclavitud.
Hasta que no nos demos cuenta que el que hiere a otro, se hiere y se destruye a sí mismo, no entenderemos nada.

Dona invisible dijo...

Me interesa mucho el tema que propones. Tu capacidad de análisis y tu evidente conocimiento del alma humana aporta los matices que nuestra complejidad requiere. Estoy de acuerdo en tu acertado comentario: "Nadie merece ser tachado de culpable por su incapacidad para erigirse en héroe." De todas formas, eso no quita destacar el papel de esos héroes que han aportado tanto a la humanidad, no delatando a sus compañeros en situaciones extremas, por ej., o simplemente en los actos cuotidianos. Me pregunto por qué, en determinadas situaciones, algunas personas reaccionan con cobardía y otras hacen lo correcto, los grandes-pequeños actos que hacen avanzar a la humanidad.
Mis padres, que vivieron la dictadura franquista y se implicaron a nivel político, me contaban que, cuando cogían a alguien, se les daba instrucciones para que, si había torturas, hablaran, que nadie tenía por qué sufrir esos maltratos ni arriesgar la vida. Sin embargo, algunos lo hicieron y pagaron con su vida o con su integridad. Claro que no puede culparse a nadie por haber hablado bajo amenaza, pero está claro que ellos mismos sí que se culparán, hasta el fin de sus días. Para mí es peor cargar con esa culpa que asumir las consecuencias de hacer lo correcto. Y como bien dices, perdonar a los demás no es tan difícil como perdonarse a si mismo (por lo menos para mí), aunque la traición me costaría mucho perdonarla también en los demás.
Por último, me ha gustado la canción que nos has puesto de "Anthony and the Johnsons", la sensibilidad de este grupo es sublime.
Un abrazo y feliz semana!

Anónimo dijo...

Tenéis razón, es verdad que muchas veces el sentimiento de injusticia que conlleva el papel de víctima puede ofuscarnos hasta el punto de quedar exageradas las ofensas percibidas (sobre todo a ojos del supuesto ofensor). Como es cierto que seguramente porque también nos hemos visto en otros casos en el puesto del ofensor, es que somos capaces de reconocer las ofensas. Lo mismo que, a lo mejor sin darnos cuenta o sin poder evitarlo, son los ofendidos los que muchas veces provocan en gran medida esas situaciones que a la postre perciben como injustas y ofensivas.

Sea como sea, lo que me parece importante es, primero, huir de las generalizaciones, y segundo determinar de qué manera llevar a cabo el perdón. Vamos, que es muy bonito eso de que amar es perdonar, tanto para librar al otro del sentimiento de culpa como para librarnos a nosotros mismos del rencor. Pero como cada caso particular es un mundo, creo que requiere de un análisis y estrategia de perdón específico.

Se me ocurre, por ejemplo, el caso de esas personas que se amparan en la complejidad, las relativizaciones, la empatía distraída, la soberbia, una apuesta vital por el cinismo o por una supuesta sinceridad absoluta, que lanzan a diestro y siniestro sus prejuiciosos juicios de valor y actos egoístas y perjudiciales para los otros. Personas que, quizá sin darse cuenta o no saber medir las consecuencias de su personalidad, van por la vida haciendo mucho daño a los que se cruzan con ellos. O el caso mucho más serio de tantos hombres y mujeres, parejas, familiares, amigos, compañeros, empleados, etc. que son abusados psicológicamente por otros en situaciones que, para mas inri, es aún la misma sociedad (y los que la componemos) la que trata de minimizarlas.

¿Es bueno para los que participan de esas situaciones perdonar y ser perdonados? Por supuesto, yo diría que imprescindible. Pero lo que me preocupa es esa sensación que a veces tengo de que perdonar se torna casi como una obligación moral de la que los otros –los a veces ‘listos’ ofensores- se aprovechan para continuar siendo como son sin bajarse del burro, ni aprender, ni cambiar.

Bueno, en realidad me he desviado un poco del tema tan importante de las pelis que comentáis, como el que cita también Dona Invisible, que poco tienen que ver con los más cotidianos casos que yo cito. Ays, será que este tema me está tocando mucho las narices últimamente por varias circunstancias personales. Y es que varios conocidos, después de quejarme de una dinámica por su parte demostradamente molesta, ofensiva e injusta, encima me han achacado una supuesta incapacidad de perdonar por el simple hecho de quejarme o pretender alejarme de ellos para no sufrir su ‘mal’ trato más. Y, aclaro, sin haberse molestado siquiera antes en pedirme aunque sea un perdón así de esos pequeñitos con la boca chica.

Como si, porque el perdón se torne la única forma de convivir en armonía, los ofendidos tuvieran que recurrir al estoicismo continuamente y aguantar y aguantar y aguantar. Haciéndote encima sentir culpable si decides ponerte en tu sitio, como si hubiera que respetar por narices que cada uno tiene su personalidad, y que en el mundo tiene que haber de todo, y eso del mal o de los agravios sea relativo y condicionante a la sensibilidad de cada cual.

En fin, ¡fuera malos rollos! Jeje. Me quedo mejor con la canción de Antony and the Johnsons, que hace mil años que no los escuchaba y me ha encantado volverlos a encontrar en tu blog, Antígona.

Gracias de nuevo por la recomendación de una nueva peli, y por hacernos pensar y entender muchas cosas con tu post una vez más.

Un besico. Mua!

Miss.Burton dijo...

El perdón... Efectivamente, me acostumbré a pedirlo siempre, defecto de serie... Pero me di cuenta de que al otro lado, muchas personas no veían el dolor que me habían causado, ni siquiera haciéndoles croquis con la situación, y dándoles pistas y luces varias para el camino. No, no podemos perdonar el no perdón, es superior a nosotros mismos. Es cómo si no jugásemos en el mismo plano, ó el contrario tuviera varios ases en la manga, y nosotros hubiéramos acabado con todas nuestras cartas...
Yo perdono siempre, pero ya te digo, llevo esperándo mucho tiempo, que alguien a quien quiero mucho, aprenda a decir lo siento, es chungo de cojones, cuando uno se piensa el ombligo del mundo, y al otro lado, se está en el hoyo casi siempre..
Y luego están aquellos actos, que por mucho que se pidan perdón, han sido crueles, brutales, indefinidamente dañinos... Ahí, desgraciadamente, no hay perdón que valga. Y no es que sea rencorosa, es que hay cosas, que no se pueden perdonar nunca. Y luego, también, hay cosas que se perdonan, pero no se pueden olvidar, porque son de esas también que te dejan ida, que la marca del puñal no se quita con nada. En fin.. guapa, que podría enrrollarme más, pero sería más de lo mismo.
Oye, a ver si te veo en una terraza ya, vale?¿ Se te echa de menos¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

Marga dijo...

Otro extraño sentimiento y tan difícil de cuantificar y juzgar, el perdón...

Tanto como la resistencia al dolor de cada cual, si ya el físico es complejo... qué no esperar del infrigido en casos extremos como la tortura, la pérdida de libertad o el propio miedo que antecede al dolor, en ocasiones peor y más destructivo que el dolor mismo.

O el perdón, la capacidad de otorgarlo (y el perdón se otorga, no debemos olvidarlo, de nosotros hacia el resto, como un sentimiento libremente meditado y elegido) en contraposición al egoísmo y la percepción de la propia identidad. O el perdón hacia uno mismo, enmarañado con la vergüenza, del que tuve conciencia real y extrema leyendo a Primo Levi y su relato sobre la vergüenza sufrida por el superviviente que me costó tanto entender por lo sorprendente que me parecía (cómo alguien enfrentado al horror ENCIMA puede sentirse culpable? no se encontraba la expiación en el propio sufrimiento?) pero que cuando lo conseguí me pareció tan lógico...

No sé, sobre este tema puedo pronunciarme en una vida lineal comparada con los extremos de la iniquidad y el horror. En una vida lineal así, como las nuestras, parece sencillo hablar del perdón y tener claro su necesidad y claridad de juicio para saber de su corrección... pero en los extremos, y si soy honesta, no sé, Antígona, ni creo que podamos saber del significado del perdón. Aún siendo consciente de su necesidad, no sé...

Porque en situaciones en las que se provoca, y se consigue, la pérdida de la conciencia del ser humano como tal, no es de extrañar que todas estas consideraciones desaparezcan y lo imposible no sea ya el perdón, sino la mera reconstrucción de la conciencia propia más allá de la un animal acorralado y en busca de la supervivencia.

Balbucir, sólo balbucir...

Besotes con palabras, mientras nos duren!

¿A mí qué? dijo...

Perdonar y amar, palabras que de tanto utilizarlas vanamente, tan mal, suenan a bla,bla, bla...
Nadie te obliga a amar ni a perdonar, no pueden hacerlo, está fuera de todo poder. Se siente o no.
El que te hiere gratuitamente, el que te ofende conscientemente, sabiendo lo que hace...¿Pies? ¿Corazón? ¿Para qué os quiero? Huye de toda persona dañina, porque el que hace sufrir impunemente a alguien es un enfermo del alma y es la peor enfermedad. Su único enemigo es el mismo, aunque crea que son los otros, y que se merecen su castigo.

Carmela dijo...

Querida Antígona, no he visto la película, pero parece realmente interesante, al menos el tema que toca.
El perdón es algo muy complicado y creo que no se puede generalizar sobre él, ya que creo que existen tantos perdones diferentes como causas lo provocan. Creo que todos hemos sufrido actos que necesitamos perdonar y a su vez hemos provocado daños que necesitamos que nos perdonen.
Como te digo, creo que es muy difícil generalizar y solo me atrevo a hablar de casos concretos y que me hayan ocurrido a mi. Quizás lo que más me haya costado es perdonar a la persona que más quiero, aunque parezca contradictorio, pero precisamente por ser la persona más querida, también resulta el dolor provocado el más grande. Y creo que hay que querer mucho para conseguir perdonar real y totalmente. Pero también creo que una cosa es perdonar y otra olvidar y desde luego no creo que una implique la otra. Creo que es posible perdonar, pero creo que es imposible olvidar y no por ello el perdón es mas o menos sincero.
Respecto al sentimiento de necesitar el perdón sobre un acto provocado por nosotros a otra persona, también vuelvo a creer que es más difícil, cuanto mas se aprecia o se quiere a esa persona. En este caso es realmente difícil perdonarnos a nosotros mismos. Y hasta que no conseguimos perdonarnos a nosotros mismos, no seremos capaces de sentir el perdón de la otra persona.
Un beso Antígona.

¿A mí qué? dijo...

Es verdad que cuando herimos a alguien que queremos mucho, necesitamos su perdón. Recuerdo haber preguntado a alguien que queria mucho y en un momento de genio me portaba mal con él, con ella. ¿Me perdonas? Y me respondian ¿De qué? Les daba mil besos y la alegría volvía a mí. Es verdad, que el juez más severo para mí, soy yo misma y que cuando consigues perdonarte y aceptarte tal y como eres es muy facil querer y perdonar a los otros.

También es verdad que sólo te hieren los que tu amas con todo tu corazón y tu alma porque al quererlos les has dado poder sobre ti. A quién no quieres, ni fu ni fa.
Nadie cambia a nadie, somos como eramos hace 10, 15, 20, 30, 40 años. Las justificaciones a nuestros actos pueden ser distintas, porque distintas son nuestras circuntancias. A las personas las queremos como son o no las queremos, porque cambiar no van a cambiar.

¿A mí qué? dijo...

Es verdad que cuando herimos a alguien que queremos mucho, necesitamos su perdón. Recuerdo haber preguntado a alguien que queria mucho y en un momento de genio me portaba mal con él, con ella. ¿Me perdonas? Y me respondian ¿De qué? Les daba mil besos y la alegría volvía a mí. Es verdad, que el juez más severo para mí, soy yo misma y que cuando consigues perdonarte y aceptarte tal y como eres es muy facil querer y perdonar a los otros.

También es verdad que sólo te hieren los que tu amas con todo tu corazón y tu alma porque al quererlos les has dado poder sobre ti. A quién no quieres, ni fu ni fa.

Nadie cambia a nadie, somos como eramos hace 10, 15, 20, 30, 40 años. Las justificaciones a nuestros actos pueden ser distintas, porque distintas son nuestras circuntancias. A las personas las queremos como son o no las queremos, porque cambiar no van a cambiar.

mateosantamarta dijo...

Es muy interesante lo que dices y también las palabras de tus comentaristas - no puedo leer todo ahora, pero he estado antes y volveré-.
Conozco - hace tanto tiempo- el libro "LOS PROCESOS DE MOSCÚ" de Pierre Broué? Aluciné de hasta donde podía llegar la ambición y la perversión del liquidador de la Revolución Bolchevique.
Los metodos de tortura eran infalibles: acabó con el Partido Bolchevique Y MANDÓ ASESINAR A LEÓN TROTSKY.
La tortura puede ser terrible y hablar de culpa, gratuíto.
Lo sé por experiencia: la mía y la de otros: aguanté bastante bien, pero y si hubiese ido a más?
Es obligatorio perdonar?
No! Es conveniente. Pero sobre todo es conveniente entender. Ponerse en el lugar.
Que Dios nos libre de los totalitarismos que vuelven a amenazar. Un saludo.

Antígona dijo...

¿A mí qué?, ¿por qué será, sin embargo, que por lo general nos cuesta tanto perdonar a la persona querida que nos ha hecho daño? Creo que, por un lado, no siempre nos resulta tan fácil reconocer el daño que hemos causado al otro, y de ahí que no sintamos la necesidad de hacernos perdonar. Por otro, me parece que es también bastante común poner en cuestión el amor del otro hacia nosotros una vez nos hace daño. Nos decimos que si de verdad nos quisiera no nos habría hecho sufrir, en lugar de pensar en todos los errores que nosotros mismos cometemos y que, sin pretenderlo, hacen sufrir a quienes queremos.

En cuanto al perdón sobre quien no sabe perdonar, entiendo lo que dices, pero en algunos casos me parece extremadamente difícil de llevar a cabo. Aun reconociendo que perdonar a quien no sabe de perdón nos libera y desata de todos esos sentimientos negativos que mencionas, que nos envenenan y empobrecen. ¿Podrá perdonar una madre al asesino de sus hijos, por ejemplo? Sin duda sería lo que le permitiría poner un punto y aparte en su vida anegada por el dolor. Pero, ¿será capaz?

Antígona dijo...

Dona invisible, el tema es complicado. Por un lado pienso que son afortunados –somos afortunados- todos aquellos que no han tenido que vivir en un momento histórico, o unas circunstancias determinadas de las que sólo se pudiera salir libre de culpa convirtiéndose en héroe. El ejemplo de los campos de concentración al que aludía más arriba me parece paradigmático en este sentido, tal vez por extremo. Pero, por otro lado, tienes razón, ¿quién no se admira ante los actos heroicos, aun diciéndose a sí mismo que menos mal no haber tenido que verse en la situación del héroe? ¿Y quién no se pregunta a sí mismo si él habría sido capaz de ese comportamiento heroico? Yo tampoco tengo respuesta para esa pregunta que planteas, por qué unos reaccionan con cobardía y otro con valentía. Como creo que, en realidad, nadie sabe de antemano cómo reaccionaría en una situación que exigiera una salida heroica. Hay que estar en ella para saberlo.

De lo que cuentas, lo que me parece horrible, atroz, tremendamente cruel, es que un ser humano lleve a otro al dilema de, o morir o sufrir tortura, o salvarse pero haber de cargar durante el resto de sus días por no haber hecho lo correcto cuando lo correcto es tan difícil de asumir. Cuando pienso en estos temas se me viene siempre a la cabeza la película “La decisión de Sophie”, en la que ella es forzada a escoger a uno de sus hijos y dejar morir al otro para no perderlos a los dos. Esa decisión destruiría a cualquiera. Y quien la obliga a decidir sabe de antemano que está destruyendo la vida de esa persona, que la ha convertido en un muerto viviente para el resto de sus días. Como bien dices, los sentimientos de culpa que algo así nos engendra dudo mucho que se puedan superar algún día.

Me alegro que te haya gustado la canción. Me encantan “Anthony and the Johnsons”, y el disco al que pertenece esta canción especialmente, que no sé cómo no lo he aborrecido ya de tantas veces como lo escucho.

Besos y abrazos!

Antígona dijo...

Bueno, Beneditina, tal vez todo dependa de que cada cual siente su propio dolor pero no el dolor del otro. Y de ahí que, desde la interioridad de ese dolor que nos resulta tan patente, tan nítido, tan incuestionable frente a la mera imaginación del dolor del otro, tendamos a magnificarlo frente a la ofensa recibida y a minimizar o relativizar el dolor en el otro que nosotros mismos hemos causado. No sé, como si aquí estar dentro o estar fuera de ese dolor condicionara en buena medida el modo en que lo valoramos. En ocasiones, cuesta tiempo llegar a ponerse en la piel del otro para tratar de revivir dentro de uno como debe de sentirse ése al que hemos dañado sin realmente saber si siente ese dolor como nosotros sentiríamos el nuestro de haber recibido la misma ofensa. Tal vez para estos casos resulte especialmente evidente lo encerrado que cada cual está dentro de sus emociones.

En cualquier caso, tienes razón: ni se puede generalizar –cada situación de agravio es única en su idiosincrasia- ni hay que dejar de tener en cuenta que lo difícil en el perdón no es sólo saber de su necesidad según el caso, sino de nuestra capacidad de llevarlo o no a cabo.

De las personas que mencionas, que van por la vida dañando a diestro y siniestro sin darse cuenta o pensando que con ese daño les están haciendo un favor a quienes dañan, creo que la solución pasa por lo que menciona ¿A mí qué? más abajo. Se les podrá perdonar su inconsciencia, su falsa creencia de que con el dolor que nos causan nos están haciendo un bien, incluso su maldad si hacemos el esfuerzo por entender sus orígenes. Pero si no son capaces de la más mínima empatía con los otros, si no son capaces de comprender que no desearían que nadie se comportara con ellos como ellos se comportan con los demás, si se muestran incapaces de aprender a conducirse de otro modo con los otros, entonces lo mejor es perdonar y olvidar por el propio bien de uno y alejarse para no resultar más dañado. Porque, además, sólo de ese alejamiento podrá quizá comprender quien daña que para convivir con otros seres humanos es necesario aprender a no dañarlos, o que no puede esperar de los otros que soporten continuamente agravios que él mismo no estaría dispuesto a tolerar.

Si hemos dicho que para perdonar es imprescindible saber ponerse en el lugar del otro, ¿por qué no podemos rechazar la compañía o el trato de aquellos que no saben ponerse en nuestro lugar? ¿No es este principio del “saber ponerse en el lugar del otro” un principio mucho más básico de la posibilidad de la convivencia armónica? ¿Se puede entonces convivir armónicamente con quien no ha aprendido este principio tan básico? Porque sí, podrá haber muchas sensibilidades y particulares, tantas como individuos existen en el mundo, pero a la postre todos nos sentimos dolidos por cosas muy semejantes.

¿Así que también te gustan “Anthony and the Johnsons”? Qué bien. Yo descubrí hace poco este último disco y creo que aún me gusta más que los anteriores, cosa que nunca pensé que me llegara a pasar.

Besos besos!

Antígona dijo...

Bueno, Miss Burton, es que supongo que es lo mínimo que se puede hacer cuando se es consciente de que se ha metido la pata, de que se ha hecho daño queriendo o sin quererlo: pedir perdón. Pero también es cierto que muchas veces no lo somos, y que es el otro el que debe señalarnos nuestras faltas para que caigamos en la cuenta del daño causado. ¿Y no es igualmente verdad que hay momentos en que nos resistimos a darle la razón, a aceptar nuestra culpa, a reconocer nuestros errores? Reconocer haber hecho daño al otro nos pone en deuda con él. Hiere nuestro orgullo porque a nadie le gusta equivocarse. A veces, cargados de las mejores intenciones, nos sale el tiro por la culata sin saberlo y luego, cuando se nos señala el error, nos agarramos a esas buenas intenciones como si éstas nos salvaran del error. En fin, supongo que quiero decir que puede haber muchas razones diferentes para resistirnos a pedir perdón y que estoy segura de que todos hemos pasado por esa experiencia. No somos infalibles, menos aún para admitir que no lo somos, o que nuestros actos se desdicen en ocasiones de nuestra voluntad.

A mí también me pasó eso que cuentas, esperar que alguien que me había hecho mucho daño me pidiera al menos perdón. Pensaba que sólo así sería yo capaz de perdonar. Un amigo me dijo entonces que la solicitud de perdón me llegaría, sin duda, pero cuando probablemente ya no me importara. Y así sucedió en efecto. Cuando llegó, después de mucho tiempo, yo ya me había liberado de todo el dolor sufrido y había perdonado sin ser del todo consciente de ello. Hasta me pilló por sorpresa esa petición de perdón que tanto me había obsesionado. Ojalá a ti te suceda algo similar.

En cuanto a que haya cosas que no se pueden perdonar, sí, creo que todos tendemos de entrada a verlo así ante ciertas atrocidades. Pero quizá deberíamos decirnos a nosotros mismos que quien no perdona arrastra el lastre de un doble sufrimiento: el que le produce el dolor que se le ha infligido, y el que se deriva de todos los sentimientos negativos que engendra el no perdonar. Pasiones tristes, como creo que decía Spinoza, que nos intoxican, debilitan y empequeñecen. Y quizá la única forma de desprenderse en algún momento de ambos sufrimientos sea comprender y esforzarse por perdonar, aunque sólo sea por tratar de superar y liberarse de ese sufrimiento. Aunque, obviamente, con esto no quiero decir que sea posible perdonar cualquier cosa. Sólo que quizá sería lo deseable. Pero los humanos tenemos nuestros límites, e ignorarlo es ignorar nuestra propia condición.

¡Las terrazas nos esperan, sí! Ando como siempre liada pero a ver si hablamos y encontramos un rato para disfrutarlas. ¡Te escribo!

Un besazo!

Antígona dijo...

Pues sí, niña Marga, quizá sea muy fácil hablar en abstracto, soslayando toda la complejidad que supondría tener en cuenta la dificultad de hacerlo sobre cada caso concreto de perdón o no perdón, con toda su intrincada idiosincrasia, con toda su irreductibilidad. Que sólo conoce quien ha vivido y que por eso mismo, como tantas otras cosas, se resiste a la generalidad de los conceptos.

Pero tal vez se pueda hablar desde esa generalidad y al mismo tiempo tener en cuenta sus limitaciones, siendo consciente de que no vale, si acaso, más que muy a grosso modo. Y de que con los torturados, o con los supervivientes de los campos de concentración, se topa con un extremo tan atroz como excepcional en su atrocidad, y por eso más resistente aún a la comprensión para todos, tantos, los que hemos tenido la fortuna de no haber sufrido esa experiencia más que de oídas, como una experiencia humana que nos horroriza en su relato sabiéndola inconmensurable.

Quizá en esos casos habría que reivindicar, como hiciera Améry a su manera muchos años después de ser torturado y pasar por Auschwitz, el derecho a no perdonar, si perdonar es de alguna manera comprender y hay cosas que no se pueden comprender, o que se rechaza comprender porque con el rechazo de la comprensión se apuesta por la más contundente abominación. Increíble por un lado y por otro en absoluto, es verdad, eso que cuentan Primo Lévi y muchos otros. Y sobre todo lo que cuentan no tanto sus palabras como sus suicidios tras luchar durante tantos años con el sentimiento de culpa y a la postre fracasar en su denodado afán de superarla. Signo a mis ojos, como ya he dicho antes, de que ésa y no otra es la mayor atrocidad que se puede cometer contra otro ser humano: buscar expresamente que su supervivencia pase por la traición, por la degradación. Es tan difícil sobrevivir después a esa supervivencia necesariamente culpable. Y aquí no hablan tanto las valoraciones como los hechos. De los que, por nuestra parte, no tenemos ningún derecho a suponer que se equivocan, sino que se merecen un respeto infinito –vuelta de nuevo a la comprensión- tanto si los comprendemos como si no.

Pero pienso que por eso mismo la historia de perdón de la película me gustó tanto. Porque siendo su caso también extremo –bien, no tanto como el que supondría pretender el perdón para los verdaderos causantes de su desgracia, pero extremo al fin y al cabo-, nos muestra que, inesperadamente, es posible el perdón. Es más: que el perdón puede convertirse en una fuerza salvadora tanto para uno mismo como para otras víctimas menos visibles de la maldad humana. Y que los humanos, con toda nuestra fragilidad, somos también capaces de actos hermosos en su grandeza. Aunque esa grandeza no pueda jamás exigirse y deba admirarse como una flor rara e insólita.

Besos admirados!

Antígona dijo...

¿A mí qué?, estoy de acuerdo. De los que nos hacen daño a propósito, por pura maldad o egoísmo, de los que son incapaces de sentir empatía entonces con nuestro propio dolor y enmendar a partir de ahí sus errores, es mejor huir. Esta vida es demasiado corta como para perder el tiempo con quienes no nos hacen bien. El problema es que, a menudo, ¡cuánto nos cuesta descubrirlo y cuánto tiempo perdemos en sus manos!

Antígona dijo...

Carmela, es verdad, se lo confirmaba igualmente a Marga, difícil generalizar en estos casos, o que la generalidad sobrepase el par de principios rudimentarios frente a los cuales la verdadera dificultad consiste en cómo aplicarlos a cada caso concreto. Porque creo que todos sabemos de esa liberación que supone el perdón de la que tanto ya hemos hablado, ¿pero cómo aquí y ahora? ¿Cómo cuando nos enfrentamos a acciones humanas en las que algo nos dice que no hay lugar para el perdón? ¿O que podría haberlo pero no sabemos de qué manera podría hacerse efectivo?

Me reconozco perfectamente en lo que dices: es costoso perdonar a quien más queremos, porque el dolor que nos causan con sus afrentas es enorme. Pero, como decía más arriba, por un lado creo que lo que nos sucede frente al dolor que nos causa la persona amada es que ese dolor nos inocula la duda acerca del amor que nos profesa. Si me ha hecho daño, nos decimos, es que no me quiere. O de quererme de verdad, habría sido capaz de comprender que ese dolor que me ha causado es lo que menos necesito. Me habría mirado con atención y habría evitado el error. Y al dolor de la ofensa, del agravio, se le suma, multiplicándolo, el de la sospecha de la falta de amor. Porque, por otro lado, no somos ángeles. Nuestros amores humanos pretenden reciprocidad. No estamos dispuestos a querer a quien no nos quiere, o no más que mientras dura la esperanza de que tal vez, algún día, llegue a querernos. No sabemos querer en el vacío, sino en el amor que recibe amor a cambio de su entrega y su esfuerzo. Así que cuando el otro nos lleva con sus agravios a la duda del amor que siente por nosotros, es necesario eliminar de entrada esa duda para poder perdonar. Porque me parece que lo que más difícilmente perdonamos es que no nos quieran aquellos a quienes hemos dedicado nuestro amor. Y si se da el caso de que el amor del otro desaparece mientras el nuestro pervive, cuesta tiempo aceptarlo y mucho más perdonarlo.

Quizá esté bien que en algunos casos perdonemos sin olvidar. El recuerdo nos protege. Nos protege de entregarnos a quien por nuestra experiencia pasada sabemos que nos hará daño. Nos protege de emplear nuestro precioso tiempo en quienes no pueden proporcionarnos lo que nos hace bien.

Un beso grande, guapa!

Antígona dijo...

¿A mí qué?, yo sí creo que las personas cambiamos, que la vida, las experiencias vividas, y por supuesto también aquellos que nos rodean, nos van moldeando en el ser que día a día se aloja en nuestra carne, también cambiante. Lo cual es muy distinto de la idea de pretender cambiar a otro. Se cambia sin excesiva voluntad, las más de las veces sin quererlo, sin proyectarlo. Y cuando media la voluntad de por medio en el proceso de cambio, sólo vale la de uno mismo. Pretender cambiar a otro es tarea vana por imposible. Al revés, lo que a veces más nos duele es cómo cambian los otros sin que nosotros lo esperemos, cómo cambian en la dirección que menos desearíamos.

Y sí, los que más pueden herirnos son los que más nos quieren. Pero no sólo. Nuestra fragilidad alcanza para bastante más que eso.

Antígona dijo...

Hola, Mateo. No he leído ese libro, aunque estos días, a raíz de la película y del post, me he estado acordando de “Vida y destino” de Vassili Grossman, que leí hace unos meses, y en el que se relata con gran maestría la degradación de la vida, de las libertades, de la confianza en el prójimo como principio necesario de convivencia que supuso el estalinismo. Los métodos que utilizaba para librarse de los posibles disidentes, de las posibles amenazas al régimen, el clima de paranoia social engendrado, donde cualquiera podía convertirse en víctima de delación de presunta y surrealista traición al régimen, el férreo control sobre la población, sobre los intelectuales, impuesto por las terribles consecuencias de la mera sospecha, las estrategias de eliminación de los propios miembros del partido convertidos igualmente con el paso del tiempo en presuntas amenazas… uff, todo ello para poner los pelos de punta a cualquiera. Porque al menos durante el nazismo –y no pretendo, ni mucho menos, trivializar el horror que supuso- los enemigos estaban claros. Pero bajo el régimen de Stalin, cualquiera podía serlo, y cualquiera, incluso el más adepto al régimen, podía ser su víctima.

Me dejas sin habla con tu frase “aguanté bastante bien”. Quizá tú mejor que nadie podría haber escrito este post.

Y sí, que Dios nos libre de cualquier totalitarismo.

Un saludo

¿A mí qué? dijo...

Decía mi madre, que lo que te mata, lo que te quita la vida, no es el trabajo si no las heridas que te hacen los que tú más quieres.

Creo que los seres humanos no sabemos ni querer, ni perdonar, que somos egoistas por naturaleza. Necesitamos que alguien Bueno de Verdad, al querernos tal y como somos, nos ayude, nos enseñe a querer, a perdonar.


Quien quiere y perdona de verdad, alguien Bueno, es lo más bello y valioso que pueda existir en la vida.

Necesitamos, ese amor incondicional, que nos qieran a pesar de nuestras maldades, para que cambiemos sin darnos cuenta. Infinitas gracias por tener una palabra para las mias.

NoSurrender dijo...

Supongo que si es imposible dar, en cualquiera de sus expresiones, también lo será dar el perdón a cambio de nada. Quiero decir, quizás el delatado busca en ese perdón a ella algo dentro de sí mismo, quizás es él quien necesita de algo para sí y es eso lo que arrastra sus pies durante años por medio mundo. No dejarse morir exige tener un objetivo, un plan que hacer mañana. No es posible sobrevivir a un horror de este tipo sin un “para qué” concreto. Y creo recordar que los personajes de la película hablan de la necesidad de estos “para qué” abiertamente en una secuencia, y de la imposibilidad de parar un día de andar porque la estabilidad les mataría.

A mí también me gustó mucho esa película. Bueno, me gusta mucho todo lo que ha hecho Peter Weir, tan heterogéneo pero siempre tan auténtico en el planteamiento. Todas sus películas tienen algo que decir. Aunque de sus personajes me quedo con Billy Kwan, de El año que vivimos peligrosamente, sin duda.

Al señor Antony, por cierto, no le veo yo muy en forma como para sobrevivir al gulag y la huída, la verdad. Pero siempre es agradable escucharle.

Besos, doctora Antígona!

Antígona dijo...

Bueno, ¿a mí qué?, estoy de acuerdo con tu madre, pero no le quitaría su importancia a la injusta esclavitud del trabajo a la que estamos sometidos la gran mayoría.

Yo no sé si somos egoístas por naturaleza, pero lo que sí sé es que somos débiles, frágiles, y de ahí que tendamos a actuar con egoísmo. Pero es verdad que tanto la generosidad como el perdón o la capacidad de amar se aprenden, como todo lo que nos concierne a los humanos, y es difícil el aprendizaje sin buenos maestros o por lo menos ejemplos más o menos cercanos de los que poder aprender.

Por otra parte, no creo que sea posible, ni saludable, el amor incondicional. Un amor incondicional puede hacernos desarrollar nuestras facetas más perversas y egoístas. El amor humano es condicional, y atenerse a esas condiciones –el respeto al otro, la liberación del narcisismo- nos ayuda a crecer.

Gracias a ti por tus comentarios.

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Es interesante lo que dice, doctor Lagarto, y muy coherente con eso que planteaba Derrida y que yo misma defendí de que es imposible dar a cambio de nada, aunque eso que se recibe consista solamente en la gratificación psicológica que se siente al dar algo a otro. No obstante, en este caso concreto no creo que sea el mejor planteamiento para entenderlo. Porque sea lo que sea lo que él espere recibir a cambio de ese perdón -¿la recuperación de su amor?, ¿estar en paz consigo mismo si en el fondo también él se siente culpable de la tortura de ella?- lo heroico de su actuación es su voluntad de perdonar, su comprensión de por qué ella necesita su perdón para no ahogarse en la culpa, su tenacidad por querer encontrarla para concedérselo. Claro que él necesita un objetivo para seguir con vida, pero sería perverso creer que es la búsqueda de un objetivo que lo mantenga en pie lo que ha motivado su voluntad de perdón, al menos conscientemente. Tiene que ser justamente al revés: porque comprende, porque desea perdonarla, halla la fuerza de su afán de supervivencia.

Como decía más arriba, la película ha recibido críticas dispares. Por lo visto hay quienes se han aburrido bastante con esta larga caminata. Sin embargo, yo no sé cómo uno se puede aburrir cuando trata mínimamente de ponerse en el pellejo de estos personajes. Y desde luego Peter Weir consiguió conmigo que lo hiciera. Después de ver esta película, yo sigo pensando que este hombre se mantiene en forma pese a su larga carrera cinematográfica.

El que no está muy en forma, es verdad, en Antony. Aunque bien mirado, tenía más reservas que otros para sobrevivir a la escasez de comida. ¿Agradable escucharle? Ay, qué juicio más tibio, se nota que no le conmueve como nos conmueve a otros. En fin, usted se lo pierde :P

Un beso, doctor Lagarto!

Desclasado dijo...

Es una historia tan bonita y tan bien escrita que no puedo más que echarte en cara -con cariño- que no aclares si la encuentra.

Saludos.

Desclasado dijo...

Antígona, disculpa: no pinché el enlace y no vi que era una película que resolverá, o no, la duda que plantee.
Te hago un apunte muy macabro y documentado, aunque ahora no sepa enlazártelo: en huidas de gulags se practico una táctica muy tremenda, aunque práctica: escapar 3 y 2 de ellos ir conchabados para que el tercero hiciese de alimento, para comérselo y tener "gasolina" para seguir avanzando a base de proteína humana.

Saludos y ya me bajo la peli, he sentido curiosidad.