lunes, 20 de diciembre de 2010

Hospitalidad


Ese mundo no es el mío:
es el tuyo: el que en tus pupilas
hundido está desde siempre
y no lo alcanza mi vista.
A ese mundo quisiera entrar
antes que suene la hora
-ay- de mi vida.

El mundo que yo no viva - Agustín García Calvo


Llama a mi puerta tu voz de eslabones engarzados, el silencio espejeando mi contorno en tu mirada, la límpida humanidad de tu figura. Otra es, sin embargo, la tonalidad que fragua el metal de la cadena descifrable, la luz de mi reflejo extinguiéndose en el reverso de tus ojos callados. Y por más que muevan tus manos cinco dedos y cinco dedos las mías, nunca sabré, si alcanzo a tocarte, cómo se encienden y crepitan sobre tu piel esos dedos míos tan parecidos, tan diferentes a los tuyos.


Por eso llamas a mi puerta. Llaman tu voz, tu mirada, tu figura. Porque incluso si caminas a mi lado cada noche con sus días, vienes siempre de lejos, vienes siempre de fuera. Calados tus huesos bajo la tormenta por gotas de lluvia que a mí jamás me rozaron. Poblados tus ojos de bosques oscuros y pájaros petrificados en pleno vuelo. Los pies curtidos por piedras de aristas desconocidas, acariciados por vientos ajenos a los míos. Como si llegaras de un país remoto cuyo cielo ignoro, cuya tierra se me oculta. Donde otro fuera el mapa de las estrellas que en el firmamento ampara tu frente alzada, y otras las hojas caídas que arropan en murmullo tus pasos. Otras en el túnel de tus pupilas, en el pozo insondable de la memoria escapando al relato, en tu lengua paladeando palabras legibles, a la vez cerradas como cofres si sólo tú percibes el sabor de esas palabras en tu boca, el aroma que las envuelve, el laberinto de imágenes, de sentires, de melodías que en ellas resuenan al tú pronunciarlas. Ante todo, otras dentro del lugar sin coordenadas desde donde te abres en ventana a ese cielo y a esa tierra, a cada una de las pequeñas y grandes cosas que entre ellos se esponjan, a mí al llamar a mi puerta. Como un extranjero arribado a suelo extraño. Como un extraño buscando cobijo en mi casa.

Llamas a mi puerta para descubrir que no hay puerta que te impida la entrada. Traspasas el umbral y estás dentro. Lo quiera o no, eres ya mi huésped, eres ya mi invitado. Lo quieras o no, soy ya tu rehén en mi propia casa: me ata tu mera presencia forzando la necesaria respuesta, condenándome a cargar con ella hasta en la pretensión de eludirla. Pero serán la voluntad que alienta tu llegada y su expresión en tu rostro, mi consecuente o recelosa acogida, el azar o el destino aliados al tranquilo transcurrir del tiempo o al tijeretazo brusco que lo niegue, también la intensidad con que la naturaleza de tus demandas y mi aceptación o rechazo perpetren el secuestro, los jueces que sentenciarán en cuál de las múltiples habitaciones de esta casa que digo mía te será dado instalarte. Entre quiénes de los incontables huéspedes que la habitan se halla tu sitio.

Reconocer tu condición de invitado implica saber que llegas demasiado tarde para tener cabida en la habitación de sus primeros huéspedes. Ésos cuya alteridad entonces ignota sembró los cimientos de esta casa. Ésos que con sus signos y gestos, con sus leyes y reglas, penetraron la masa informe, la semilla tierna, el barro húmedo, diseñando su más primigenio esbozo. Porque nada era antes de su venida, porque sólo su extranjería permitió el nacimiento de mi identidad quebrada, carecen mis dinteles de puertas que los sellen y así permanezco expuesta a la llegada de otros huéspedes.

Se agolpan los más numerosos en diversas estancias de dimensiones indefinidas, de trazado y muebles neutros, las más distantes de las habitaciones que ocupo. Allí reposan en calma, innominados o con nombres huidizos, apenas provistos de peticiones. Rara vez se asoman al pasillo para solicitar cualquier nimiedad de fácil satisfacción, y a cambio aportan sus cuerpos cierto calor animal a la casa. Se trata de huéspedes fortuitos, de rápido reemplazo, que no dejan mancha pero tampoco huella reseñable alguna, y desaparecen un buen día acaso con menos que un breve adiós.

Reservo igualmente varias salas para los huéspedes indeseados. Sin más preámbulo los destinan a ellas sus malos modos, sus lenguas aburridas o en exceso afiladas, los galones con que aspiran a imponer su dominio al poco de cruzar la puerta. Otros llegan trasladados desde las estancias donde me despliego y demoro: lentamente acabó por desvelarse su inconveniencia entre sus paredes amorosamente decoradas, sobre las alfombras que resguardan mis plantas desnudas. En algunos casos, porque la entrada de otros huéspedes en más armónica sintonía con mis placeres y quebrantos los mudó en estorbo dentro de sus limitados espacios. Y unos pocos propiciaron con contundencia el cambio a fuerza de errores dañinos, de golpes malintencionados, de inocentes pero nocivas torpezas. Son huéspedes molestos, irritantes, cubiertos de más exigencias, de más súplicas de las que el buen ánimo desearía concederles. Se les soporta con la resignación del penitente si resulta ineludible atenderlos, de ser posible se les ignora y sortea al transitar de habitación en habitación con la esperanza de su marcha pronta, de que finalmente abandonen sus camas en préstamo arrastrando consigo el espectro enervante de su recuerdo. Estos últimos tienden a aullar al alba como lobos a la luna, perturbando mi sueño con el despertar de la culpa.

Pero si logran tus manos amables y la calidez templando tu voz, la sabiduría de tus palabras y tu risa sincera, que tu nombre se consolide y torne gozosa costumbre en mis labios, te alojaré en unas de las habitaciones más próximas a las mías. Y junto a mis más queridos huéspedes, te sentaré a mi mesa para compartir contigo mis mejores viandas, para hacerte partícipe de mis más bellos juegos, para dedicarte mi tiempo valioso en conversación frente el fuego. Esforzándome, solícita, por agasajar tu paladar con vinos añejos, por escuchar al atardecer tus cuentos, por reservarte mis horas más soleadas, por ayudarte a airear tu habitación cuando las sombras la invadan, y no cese en ti el deseo de ser mi invitado. Te unirás así al círculo de aquellos huéspedes con quienes aprendí a valorar el secuestro como un regalo, como una gracia que invita a tender las muñecas a las cuerdas, consciente de que su ausencia enfriaría mortalmente esta casa e inocularía en mí la duda de si merece ser habitada.

Quizá, quién sabe, se fortalezca tan poderosamente tu presencia entre sus tabiques que empiece a creerla irremplazable. Quizá comience a conquistarme la idea de que es tu precisa luz, y sólo la tuya, la que arranca a cada uno de sus rincones el más hermoso brillo, disolviendo sus humedades, esclareciendo sus tinieblas. La idea temblorosa de que la desaparición de los lazos que en torno a sus cimientos has ido tejiendo los heriría con grietas irreparables. Y termine entonces por instalarte en mi propio cuarto, por abrir mis armarios y cajones a los objetos que te acompañan, por cobijarte bajo la suavidad de mis mantas. Para que te conviertas en mi más precioso huésped y yo en tu más cómplice rehén. Para que a mi lado camines cada noche con sus días. Y junto a ti sea capaz de olvidar, durante largos instantes o largas horas, que también tú, como el resto de mis huéspedes, vienes siempre de lejos, vienes siempre de fuera. Portando a cada paso en tu mirada, en tu figura, en tu voz, un mundo extraño que sin remedio se me hurta.


19 comentarios:

Arturo dijo...

Hola, Antígona. Gracias por dejarme entrar. ¡Has puesto en el recibidor un espejo enorme y precioso!

Besos

El peletero dijo...

Gracias también por este espejo enorme que has colocado en el recibidor de tu casa, en él todos nos vemos un poco reflejados. Gracias por tu hospitalidad.

Las casas son siempre el resultado del tiempo y el tiempo se guarda en la memoria, palacio continuamente lleno y a la vez vacío. Ninguna es una cárcel, se va y viene como si fuéramos de visita o de vacaciones.

Pero, y al igual que en los cajones de los sastres y los peleteros, están llenas de espejos y de ecos, de hilos y agujas, de antiguas añoranzas y de besos que nunca nos terminan de abandonar.

Es cierto, apreciada Antígona, todos vienen de fuera, de esos mundos que nos son extraños y ajenos porque en casa no hay nadie, nunca lo hay fuera de nosotros, la verdad es que en muchos casos la única luz que podemos encender en ella la encontramos dentro del refrigerador cuando lo abrimos.

Besos.

El peletero dijo...

Bon Nadal, Antígona, per a tu i per a tots els teus.

Marga dijo...

Ay de mi vida! canción preciosa ésta que está sonando, Antígona... (Quienes son? qué disco?)

Todos llegamos de un mundo ajeno para los demás, extraño para el otro pero... qué gusto da cuando la hospitalidad nos roza la piel y alguien nos hace un hueco entre sus grietas.

Qué gusto cuando somos nosotros quienes ahuecamos las almohadas para otros.

Eliminar por un tiempo, la medida que sea, la sensación de intemperie...

(Y es eso, en ésta cueva siempre estoy cómoda, siempre acogida, jeje.)

Besos de fuera!

Carmela dijo...

Querida Antígona, desde que hace poco aterricé en tu casa, me sentí acogida y en "casa". Y siento que no es solo una percepción mía. Sabes que en la mía hay una habitación tuya.
Y cómo dice deliciosamente Marga (siempre tiene esas opalabras especiales!!), es hermoso ahuecar las almohadas para los otros.

Besasos enormes!!!!

Miss.Burton dijo...

Hospitalidad, sería una palabra que formaría parte de tu persona. Nos has puesto en una de las salas principales, donde hay una luz enorme, que la irradias tú, y luego están esas otras habitaciones, parcas, frías, donde están aparcados los fantasmas, y esas personas que tanto daño hicieron, y con el tiempo, esas habitaciones quedarán vacías, el olvido se las llevará, y podrás aprovecharlas para meter en ellas más amigos, que con tu persona seguro que vas sumando por el camino, porque eres especial, buena persona, y un cielo.
Un beso fuerte, hermosa canción. Desearte felices fiestas, y que nos veamos en ellas al menos una noche, para cenar, como antaño...

Antígona dijo...

Hola, Arturo. Ya sabes que la puerta está siempre abierta. No puede no estarlo. Y el post no es más que un retrato del espejo que todos tenemos en el recibidor de nuestras casas, construido sobre la base de algunos conceptos que leí maneja Emmanuel Levinas para definir nuestra relación con el Otro y que me parecieron muy sugerentes.

Besos!

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Estimado Peletero, como le comentaba a Arturo, el post sólo ha tratado de plantear una recreación literaria de algunas cosas que leí sobre Levinas: el Otro irreductible, la hospitalidad para definir nuestra relación con él puesto que se trata siempre de un Otro, nuestro pasar a ser su rehén o secuestrado… En este sentido, el catálogo de huéspedes que aparece en él podría ser el cualquiera y también la hospitalidad abordada en primera persona.

En este caso, la casa pretende representar al propio yo, abierta desde sus orígenes al Otro para ser la casa que es si son los Otros los que forjan nuestra identidad al dotarnos de un lenguaje, al enseñarnos a ser los humanos que somos. Un lugar, por tanto, que nunca abandonamos pero que se halla en continua transformación. Por múltiples factores. Y uno de ellos nada desdeñable, los huéspedes que deseamos o no tenemos más remedio que acoger en ella.

Me ha gustado esa metáfora de la luz del refrigerador. No es raro que nos hallemos perdidos y a oscuras dentro de nosotros mismos, caminando a tientas por nuestro interior como por estancias tenebrosas y desconocidas. Es aquí donde, creo, juegan nuestros huéspedes más queridos un papel crucial a la hora de aportarnos un poco de luz y calor. Necesitamos tanto de esos Otros, pese a su extrañeza y diferencia. Sobre todo cuando de nosotros se apodera el extraño que todos llevamos dentro y todo nos resulta inhóspito y frío.

Soy, estimado Peletero, de las que temen la llegada de estos días navideños y siente un alivio infinito cuando terminan. Así que te agradezco tus buenos deseos pero como no encuentro en estos precisos días motivo alguno para ellos, te desearé sencillamente, si me lo permites, larga y buena vida para ti y los tuyos.

Besos!

Antígona dijo...

Niña Marga, ¡me encanta que te guste esta canción! Está cantada por Amancio Prada y Chicho Sánchez Ferlosio, y pertenece a un disco, que me parece, es un homenaje a este último por parte del primero que se llama “El cantar tiene sentido”. ¡Hazte con él en cuanto puedas que es una maravilla! Sobre todo, para mi gusto, otro poema de Agustín García Calvo que se titula “Tú cuya mano me ha bañado”.

Es un poco cruel esa idea de la extrañeza del Otro, de nosotros para él, sobre todo cuando la cercanía con determinadas personas nos invita a forjar el espejismo de la desaparición de esa diferencia para luego plantárnosla delante de un topetazo. Sin embargo, ser diferentes no significa estar necesariamente lejos ni dejar de contar con él. Somos Otros para los Otros, sí, cada cual con su mundo, como dice el poema, hundido en sus propias pupilas, ese mundo que nos resulta en última instancia inaccesible. Pero nos acercan a esos Otros nuestra propia intemperie, el saber de la suya, la mutua voluntad de aliviar la soledad y buscar cobijo en las palabras, en los gestos, en los brazos del Otro. Y con algunas personas, es cierto, la sensación de intemperie se evapora, aunque sólo sea por un tiempo.

Me alegro de que estés cómoda en esta casa. ¡Ya sabes que puedes quedarte tanto tiempo como quieras! :)

Besos cobijados!

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Claro que no es una percepción tuya, Carmela, es que es así, y en esta casa son más que bienvenidos, celebrados y festejados todos vuestros comentarios, que en tan gran medida contribuyen a hacer de ella el espacio que es. Así que todos los que comentáis aquí, aunque a la gran mayoría no os conozca personalmente, tenéis una de esas habitaciones reservadas para los huéspedes a los que uno cuida para evitar que la dejen porque sabe que le aportan algo muy valioso.

Gracias también a ti por tu hospitalidad, Carmela. Tu casa es un lugar cálido y confortable.

Besos de acogida!

Antígona dijo...

Querida Miss Burton, hospitalarios lo somos todos, lo queramos o no, si no podemos vivir sin los otros, sin contar con su presencia, sin hacernos cargo de la responsabilidad que entraña esa presencia, tanto si nos gusta como si no. Pero está claro que vosotros no podíais sino estar en una de esas habitaciones principales, aunque estoy segura de que la luz la aportáis vosotros y yo agradecida, muy agradecida por ella.

¿Quién no tiene huéspedes indeseados en su casa? Gente con la que preferiría no tratar pero que no puede evitar por diferentes motivos, gente a la que nos unen lazos complicados y que, aunque nos ha hecho daño, no es posible o incluso no deseamos expulsar de nuestras vidas. No todas las personas con las que nos relacionamos son necesariamente bienvenidas en nuestras vidas, pero al menos contamos con la posibilidad de situar a cada una de ellas en un lugar u otro, de dedicarles más o menos tiempo y energías, de abrirles o no, o en mayor o menor grado, nuestros espacios más íntimos.

Acabo de aterrizar hoy mismo en mi tierra, pero para fin de año vuelvo a la meseta, así que ve decidiendo tú la fecha, que esa cena tiene que celebrarse, ¡por supuesto!

No sé si tú eres de las que disfrutas u odias profundamente estos días, pero sea como sea, que los pases lo mejor que puedas y si puede ser, en compañía de los huéspedes que más desees sentar a tu mesa y agasajar con ricas viandas ;)

Un besazo, guapa!

TRoyaNa dijo...

Antígona,
interpreto el texto a esos dos niveles ya apuntados,el primero,al de la hospitalidad propiamente dicha.Es decir,la llegada de esos huespedes a tu casa,algunos deseados otros más o menos impuestos o protocolarios.Nos abrimos más o menos en función de la cercanía,porque ni la casa,ni sus dependencias,ni sus objetos,están igual de próximos o accesibles para unos que para otros.Hay fotos que no mostraremos,rincones que permanecerán intransitados,y nada de lo reservado a los más íntimos será expuesto o revelado si el huesped no merece nuestra confianza.
Y luego,está ese otro nivel más amplio,más extrapolable a lo que corresponde a mí misma y los otros,también los próximos,porque ellos también fueron extraños y de algún modo,aún con los vínculos creados,siguen siendo ajenos y como tú has dicho,en cualquier momentos nos recordarán que su mundo no es el nuestro y las diferencias surgirán de forma impremeditada y frecuente.
Y aún con eso,sabemos que precisamos del otro,porque el otro,sobre todo los próximos,contribuyen a ser quienes somos,y no seríamos la misma persona de no habernos relacionado con los que pasaron por nuestras vidas,unos fugazmente otros,para quedarse por más tiempo.
Es curioso,pero todos somos anfitriones y huespedes al mismo tiempo en la vida de los otros,o damos cobijo o nos dan cobijo por más o menos tiempo.Influimos y nos influyen y levantamos más o menos barreras según sea la química que nos sostiene o el grado de satisfacción que encontramos en cada relación.
También esa química o su falta de ella es algo sujeto al cambio en algunos casos.No es extraño por ejemplo que el grado de satisfacción aumente o disminuya con el trato,de tal modo que se fortalezca el vínculo o se debilite y así contínuamente,nuestra vida,nuestra casa,es un testigo mudo del lento pero imparable devenir de huespedes que entran y salen dejando mayor o menor huella en la persona que somos y que vamos moldeando.
Un abrazo Antígona que te sean leves las fiestas y que te lleves buenos recuerdos de tu paso por estas tierras inusualmente frías.

Lúzbel Guerrero dijo...

¡PLÍÑ! un 10
¿Sí, todo muy rico!, pero a ver si compra cervezas, que esta mañana me tuve que ir a desayunar al bar

Antígona dijo...

Así es, Troyana, lo has expresado muy acertadamente: todos somos huéspedes y anfitriones, huéspedes para los otros, anfitriones desde nuestro siempre subjetivo punto de vista en nuestra relación con ellos. Son dos conceptos a los que se puede sacar mucho jugo para definir lo que nos une y a la vez separa del prójimo, sea cual sea el grado de proximidad, mayor o menor, que al final acabemos teniendo con él.

Porque entiendo que ya ese concepto de huésped pretende definir en sí mismo la relación de diferencia, de alteridad, que paradójicamente nos vincula a los demás. Por un lado, remarcando esa diferencia o alteridad que impide que el otro forme intrínsecamente parte de la casa que representa al yo: el otro es siempre un extraño, un invitado, que no puede habitar la casa que somos de la forma en que nosotros lo hacemos. Al mismo tiempo, apuntando a la necesidad de acoger al otro si somos quienes somos, en nuestra general humanidad y en nuestra particular idiosincrasia, gracias a él, por nuestra interacción con él, tanto desde nuestros orígenes como a lo largo de toda nuestra vida.

Has resaltado un aspecto muy importante de nuestra relación con los otros, que es ese constante trasiego de huéspedes que, con el paso de los años, observamos en nuestras propias vidas-casas. Gente que tuvimos muy cerca durante determinadas épocas termina por diferentes motivos por desaparecer de ellas. Llegan otros huéspedes y con ellos la incógnita, sólo desvelada por el transcurrir del tiempo, de si llegan para apenas permanecer una temporada o por largos años. Otros invitados parece que lleven toda la vida junto a nosotros y uno desearía que nada jamás los alejara de la casa propia. Y todo depende, además de la química ineludible a la que apuntas y de factores circunstanciales, del modo en que nos traten y los tratemos, del modo en que nos cuiden y los cuidemos. Tal y como podría suceder en una estricta relación de huésped y anfitrión.

Por otra parte, así es, hasta los más próximos siguen siendo extraños y lo seguirán siendo por mucho que se estreche el cerco. Pero creo que esa extrañeza que duele en la incomprensión o el malentendido, en el desacuerdo o la no esperada falta de coincidencia, es, al mismo tiempo, el propio motor de la relación con el otro y su constante alimento. Por esa extrañeza siguen vivas las relaciones, por esa extrañeza se mantiene también nuestro interés y curiosidad por el otro.

Espero que hayas pasado unos buenos días y que los pases aún mejores con la venida del año nuevo. De estas tierras siempre me llevo buenos recuerdos. Y es que algunos de mis huéspedes más queridos, y a los que más cerca tengo de mis habitaciones con independencia de los kilómetros que nos separen, siguen aquí, tan dispuestos como siempre a sentarse a mi mesa para disfrutar todos juntos de la velada.

Un beso y un abrazo!

Antígona dijo...

Se coló usted, caballero Luzbel, ¡que era un 11! :P

¿Pero es que desayuna usted cerveza? Pues qué costumbres más extrañas tienen allá en el infierno. Y si hubiera mirado bien, habría visto que sí que había, sólo que estaban al fondo de la nevera, tapadas por la rúcula y los productos de la huerta :P

Un beso!

iliamehoy dijo...

Inquieta a la vez de que reconforta, según lo percibamos, esa certeza que la soledad nos habita en estado permanente, y el resto son vidas ajenas que siempre, siempre vienen de fuera.
Cabe esperar solo que nuestros más profundos deseos nazcan desde la esencia interna, la real e imperecedera, para así saber acomodar en su justa medida, cada una de las visitas que la vida nos lleva.
Una sonrisa

NoSurrender dijo...

Cómo no vamos a ser extraños para los que nos son más cercanos, si incluso somos extraños para nosotros mismos.

De todas maneras, es una de las causas más significativas de la condición solitaria humana, sí. No sólo no podemos ver el mundo a través de otros ojos. Con otra respiración, con otro cuerpo. ¿Será un dolor de lumbago igual dentro de otro cuerpo, otros ojos , otra respiración? Imposible saberlo, imposible saber nada del otro.

Y cuando conocemos a otro e intimamos hasta el límite, y vivimos juntos, y morimos juntos... su pasado vino como una idea plana, al mismo tiempo, sin espacios de continuidad ¿es eso un pasado? No, claro que no. ay, doctora Antígona, qué solos estamos y cuánto nos necesitamos en nuestras soledades.

Un beso, doctora Antígona!

Antígona dijo...

Supongo, Iliamehoy, que todo dependerá del momento en que nos pille. Porque reconforta saber que, por venir los otros de fuera, siempre tienen algo que ofrecernos más allá de nosotros mismos, para enriquecer nuestra mirada, para sacarnos de nuestras interminables espirales obsesivas. Pero también inquieta ser conscientes de que el otro será siempre un extraño con el que la comprensión y la comunicación sólo se producirán como resultado de la voluntad de acercamiento y, muchas veces, del error, el malentendido y el conflicto.

No siempre sabemos cómo acomodar esas visitas, claro que no. Y tampoco es raro aquí que aparezcan la equivocación y el error. Pero más allá de nuestra propia sinceridad con nosotros mismos, también es imprescindible la sinceridad del otro.

Un beso y una sonrisa!

Antígona dijo...

Así es, doctor Lagarto, tiene usted razón. Y podría pensarse, quién sabe, que ese extraño que nos habita tiene en buena medida que ver con el hecho de que no podríamos ser quienes somos si no fuera por la intervención de los otros desde el comienzo mismo de nuestra existencia. Si no fuera porque nuestra condición de humanos nos fue enseñada, transmitida, inculcada por esos otros. Como si ese yo que somos se instaurara sobre la base de una fractura originaria que más tarde, en determinados momentos, nunca dejará de comparecer haciéndonos sentir la extrañeza en nosotros mismos.

He tenido tantas veces ese pensamiento, doctor Lagarto. ¿Qué querrá decir el otro cuando habla de su dolor de lumbago? ¿Qué querrá decir el otro cuando habla de su tristeza? ¿Cómo se experimentará la alegría, la melancolía, el aburrimiento, desde otro cuerpo, desde otro corazón, desde otra conciencia? Ahí radica un misterio con el que convivimos cotidianamente porque, en efecto, nunca podremos saberlo. El lenguaje, ese conjunto de etiquetas con que nombramos cosas tan intangibles como el dolor, tan etéreas y ocultas como los sentimientos, siempre se nos quedará corto, impotente para revelarnos cómo ve y cómo siente el otro. Y ni tan siquiera una mirada cómplice, una mirada en la intimidad, por cercana que nos resulte, será capaz de desvelar ese misterio.

En cuanto al pasado, ay, topamos con ese mismo límite del lenguaje –del pasado del otro sólo podemos conocer su relato-, junto con otros muchos, como son nuestro habitual falseamiento reinterpretador del mismo, su modificación en cada regreso a él y por el proceso mismo del relato. Es muy acertado eso que dice de que el pasado del otro siempre nos llega como una idea plana, como un esqueleto descarnado, como un armazón vacío que en ningún momento podemos rellenar de imágenes o de sensaciones más que por aproximación, en un ejercicio estéril de nuestra propia fantasía. Y ahí radica otro gran misterio –puesto que somos fundamentalmente el producto de nuestro pasado- que nunca deja de alejarnos del otro.

Y, sin embargo, nos necesitamos desesperada, rabiosamente. Es más, cuando la extraña que me habita se apodera de mí y me aleja de mi propia piel, suele ser la relación con los otros más íntimos la que logra devolverme a mí misma.

Un beso!

Antígona dijo...

Celebremos el nuevo año, Ricardo, aunque me temo que los fumadores no vamos a recordar sus comienzos con excesivo agrado.

Gracias por tu visita y un abrazo.

¡A mí qué! dijo...

Es una lindeza. Unico, especial, inconfundible. Ya me puedo alejar tranquila, porque existes, mi corazón no me engañaba...

He escuchado las canciones, esos poemas tan bonitos y tan sentidos, tan de verdad.

¡Ojalá, por fin, ya seas feliz!

Si eres feliz ya no te molestaran mis palabras, no tendrás tiempo para perderlo en tonterias como enfadarse. Ahora ya si me voy.