viernes, 17 de septiembre de 2010

¿Hay que vivir?


En una divertida escena hacia el final de la película de Woody Allen "Annie Hall", en la que Annie (Diane Keaton), tras la ruptura de su relación con Alvy (Woody Allen), acude al apartamento de éste a recoger sus pertenencias, Annie tiene muy claro cuáles son sus libros y cuáles los de Alvy: los de ella son los de poesía; los de él, un tipo en extremo neurótico y depresivo, los que hablan sobre la muerte y la agonía.

Más de una vez, quienes mejor me conocen, se han referido a esta escena para burlarse cariñosamente de mi afición -totalmente cierta, por otra parte- a los libros o películas que, de una manera u otra, tematizan la cuestión de la muerte. No hay en esta particular querencia mía tendencia morbosa alguna ni, por supuesto, necrofílica. Si me interesa teóricamente el tema de la muerte es porque siempre he creído que cualquier reflexión sobre ella es, en esencia, una reflexión sobre la vida. Sobre la muerte, en sí misma, poco hay que pensar. Pero me resulta bastante evidente que ningún pensamiento sobre la vida puede eludir la cuestión de la muerte, e incluso estoy convencida de la imposibilidad de alcanzar una visión lúcida y completa de la forma existencia que nos ha tocado en suerte a los humanos -esos que tan gráficamente los antiguos griegos denominaban "los mortales" frente a los dioses inmortales- sin contemplarla a la luz de su reverso.

Contando con tales supuestos, siempre supe, desde que tuve conocimiento de su publicación, que tarde o temprano acabaría leyendo el libro que he terminado estos días. Se trata de "Levantar la mano sobre uno mismo", sugerente expresión con la que Jean Améry abordó en 1976 el tema del suicidio o, como el prefirió llamarlo, de la "muerte voluntaria", dos años antes de levantar su propia mano sobre sí mismo y poner fin a su vida ingiriendo barbitúricos en un hotel de Salzburgo.

Como ya se comentó una vez en este blog, la vida de Jean Améry no fue precisamente una vida feliz: estuvo marcada por la experiencia de la tortura durante la ocupación nazi de Bélgica y por su encierro en varios campos de concentración, Auschwitz entre ellos. No es raro, entonces, que haya quienes interpreten ese suicidio como la consecuencia más obvia de su incapacidad -sin duda para nada reprochable- de sobreponerse a tan terribles vivencias. Yo misma, debo admitirlo, he apelado a esta circunstancia cada vez que he hablado sobre el suicidio de Améry. Y probablemente ni ellos ni yo nos equivoquemos: de esa incapacidad da cuenta el hecho de que Améry hiciera grabar en su lápida el número que, tatuado en su brazo, le recordaría cada día de su existencia la atrocidad cometida por los nazis contra millones de judíos, él incluido. Sin embargo, leer su libro sobre la muerte voluntaria me ha llevado a dudar sobre la legitimidad de justificar su suicidio a partir de unos sucesos cuyo horror y difícil superación todos podemos comprender sin discusión.

Porque, para Améry, poco importan los motivos que induzcan a un individuo a alzar su mano sobre sí mismo y mucho menos cabe exigir que tales motivos sean comprensibles o admisibles para sus semejantes. La cuestión crucial es que todo individuo, según él, se pertenece esencialmente por encima de cualquier instancia o consideración ajena a él, y debe ser reconocido, con independencia de sus circunstancias o vivencias particulares, absoluto soberano a la hora de afrontar la decisión de si desea seguir viviendo o prefiere arrojarse a la nada de la muerte, anticipándose así a su acaecimiento natural. En este sentido, Améry se rebela no sólo contra la condena religiosa y social del suicidio, a su juicio hipócrita en una sociedad que apenas se preocupa por la existencia de sus individuos y no vacila en llamarlos a filas cuando se hace estallar una guerra. También arremete con dureza contra la valoración de la psicología y la psiquiatría del suicidario -así designa Améry a quien lleva dentro de sí el proyecto de la muerte voluntaria- como un enfermo al que hay que proteger de sí mismo y rehabilitar para el adecuado cumplimiento de sus funciones sociales. Y se pregunta si el hastío de la existencia que a menudo embarga al suicidario es una enfermedad que se pueda o deba curar en lugar de una legítima posibilidad que, desde dentro de la vida, reclama el fin de la vida.

Para el suicidario, dice Améry, el mundo se ha convertido en un lugar de demencia y tortura. Pero nadie al margen de él mismo tiene derecho a juzgar bajo qué condiciones el mundo se convierte en un lugar de demencia y tortura, ni tampoco a acudir a un criterio objetivo y comúnmente compartido capaz de determinar qué conjunto de condiciones acaban transformando el mundo en un infierno. El criterio es, desde la innegable soledad existencial característica del ser humano, estrictamente subjetivo e individual. Y desde esta perspectiva, nada excluye que la vida misma en cuanto tal, que de continuo alberga la amenaza de la desgracia, el sufrimiento y el fracaso -el fracaso en la vida-, destinada de antemano al fracaso último de la muerte -el fracaso de la vida-, sea concebida y sentida como una carga, como un pesado y angustioso fardo, a la que el suicidario opta por replicar para liberarse definitivamente de ella. Pues, según Améry, y desde su expresa intención de rehabilitar la muerte voluntaria, ésta no es sino un acto que afirma la libertad, la dignidad y el derecho a la felicidad, aun cuando lo haga por la absurda vía de la negación de toda libertad, dignidad y felicidad ulterior a su puesta en práctica. Y es que, frente a la muerte natural que nos asalta en la pasividad y sin mediación de nuestra voluntad, en la muerte voluntaria radica, sostiene Améry, la única muerte libre. Una opción vital, la de querer levantar la mano sobre sí antes de que lo haga el cáncer, una desafortunada teja caída del cielo o la decrepitud de la vejez, ante la que el ser humano se encuentra solo consigo mismo y ante la cual la sociedad debe callar.

Améry no rehuye el absurdo que supone rechazar la lógica de la vida: así como todo acto de libertad implica una liberación de algo -un estado de opresión efectivo- que se traduce en libertad para algo -escoger las posibilidades negadas por el estado de opresión-, la liberación del ser transformado en un pesado fardo que implica la muerte voluntaria da lugar a una libertad para nada, es decir, para la nada a la que la propia muerte voluntaria conduce. Pero esa vía de liberación no por absurda es también demente: por el contrario, a juicio de Améry, el absurdo de la muerte voluntaria reduce el de la vida misma, más absurda aún en tanto constituida como vida-para-la-muerte -a menudo para la muerte accidental, temprana, atroz, dolorosa- desde el comienzo de nuestra existencia.

Que nadie dude de que Améry respetaba a esa enorme, abrumadora mayoría que decide, que decidimos, consciente o tácitamente, permanecer en este juego absurdo que es la vida al que un día amanecimos sin solicitarlo. Tan sólo se enfrentó a todos aquellos que aceptan la vida como una obligación y ante el hastío, el fracaso o la desgracia, propia o ajena, responden con un resignado: "A fin de cuentas, hay que vivir". ¿Por qué?, les replicaría Améry. No hay que vivir. Sencillamente, porque a todos nos llegará ese otro día en el que ya no tendremos que vivir y que será, además, el día en que ya no podremos vivir.


Aunque no he encontrado la escena de "Annie Hall" a la que me refería al comienzo del post, os dejo con esta otra, que guarda relación con ella. Que digo yo que os sentará bien reiros un poco después de un post como éste, ¿no? :)


45 comentarios:

Gato dijo...

Bueno, Rebi descubrió el otro día que tener mucho vello corporal, mover las orejas y reaccionar ante chirridos como los de uñas rascando una pizarra eran vestigios de nuestro pasado animal (mi novio mueve las orejas, chincha reviña).

El caso es que se me ocurre que acaso lo mismo puede ser el instinto de supervivencia, un resto de existencias pasados, y que algunos individuos más evolucionados pueden no tenerlo y no sentirse abrumados por la muerte. Y esa falta de instinto puede parecer extraña, o incluso aberrante, para los que sí lo tienen (tenemos. Ni siquiera me planteo otra cosa que seguir luchando siempre, pase lo que pase). Porque los miedos irracionales compartidos adquieren el poder de leyes...

tequila dijo...

El hastío de la existencia.
Creo que los seres más inteligentes, los que desarrollan la reflexión, son los “suicidarios”. Cualquiera que observe su alrededor, el mundo, las sociedades y políticas,; sea consciente de la hipocresía y manipulación que nos rodea y sea capaz de medio asumir la imposibilidad de cambio, y la de sobrevivir sin obstinación de mantener los ojos cerrados a ese alrededor; cualquiera que se haya enfrentado a estas situaciones, habrá de plantearse no ya el suicidio si no encontrar razones (motivaciones) para el vivir. Planteo: Qué nos hace continuar viviendo? No es la sociedad ni la vida que llevamos, si no la energía que podemos inferir a nuestros autovalores: amistad, familia, responsabilidad, amor…
Quizá la única forma de alejar las dudas y disfrutar de la vida sea aquella de D. Pedro cuando decía que “La vida es sueño” y tomarnos esto como un “Carpe diem”, sin pensarlo demasiado, alejando de esta manera pensamientos epicúreos que nos vuelven a enganchar al anhelo del "algo mejor" alcanzable a través de nuestros actos. Pero siendo realistas casi nada depende de nosotros, demasiadas interferencias como para conferir un mínimo grado de seriedad a tal planteamiento. Quizá la clave esté en alcanzar un alto grado de ascetismo que nos haga encontrar la felicidad en nosotros mismos, abstraídos del entorno, sin un desear y llegados a este punto : para qué vivir?

Comparto con Améry el derecho a la libertad de elección: incluida ; o quizá por encima de todas, el cuándo y el cómo morir: ya que sobre la vida, tenemos claro que tal elección no existe.

Felicidades por su escrito: me gusta cómo hilvana (el pespunte final de Allen una genialidad).

Rodrigo D. Granados . dijo...

No entiendo a los que bucean en un pasado lejano para encontrar las causas de un suicidio de ayer por la tarde. Si una persona ha
sobrevivido al peor de los horrores, y no lleva en sus genes la semilla envenenada de la depresión, probablemente hará de la vida, la más
valiosa de sus posesiones; y seguramente, si siente un compromiso con la humanidad y la justicia, la empleará en luchar con todas sus fuerzas para evitar que aquellas circunstancias se reproduzcan. Me citaré a mi mismo y a un hombre del pasado para abundar en el tema que tan oportunamente trata en su entrada (este es un tema en eterna vigencia):
"Como propusiera Montesquieu dedico un minuto cada día a pensar en la muerte, para poder gozar el resto del día con perspectiva, y si eso es pesimismo prosaico, bienvenido sea ..."
Según unas estadísticas bastante relativas, debido al enmascaramiento voluntario de algunos suicidios, son 9 las personas que cada día levantan la mano contra sí mismos en España, y eso mismo ya clama al cielo cuando comprobamos que a veces, los que piden una cita con el psiquiatra, deben esperar meses para ser atendidos ¡¿?! Parece que hay tragedias de primera y de segunda, porque no hay un Ministerio del Dolor Solucionado Expeditivamente; ¿será que los
políticos han llegado a la conclusión de que los depresivos no votan?
La postura de la Iglesia en esta triste realidad, ha sido tradicionalmente, tan miserable como lo es en muchos otros problemas, al negar a un
desdichado, la posibilidad de yacer en terreno consagrado y sumar así una nueva pena al afligido, pretendiendo supuestamente, alejar los
deseos autodestructivos de los creyentes con la absurda amenaza de cortarles el camino del cielo y ayudando así a abrir un poquito más si cabe, las
del Infierno. El problema del suicida no es el futuro, es el presente en el que vive, desasistido por sus neurotransmisores, el estado, y los
gestores o traficantes de almas, que debieran preocuparse primero del cuerpo, y pensar en lo etéreo cuando esto sea lo único que quede.
Por supuesto que hay suicidas por vehemencia; gente que reacciona de forma inmediata a grandes y pequeños problemas, y les basta que, en
un mal día, la gota que rebasa el cuenco, les encuentre con poca capacidad de reacción racional y templada; pero la mayoría de ellos, acarrean
la posibilidad desde que nacen, o llega el tiempo exacto en que los desequilibrios emocionales, se alían a los químicos incluídos en su patrón genético.
Así como exigimos que se empleen recursos para las víctimas de situaciones atávicas, injustas y despreciables, deberíamos presionar para que
se amplíen las partidas para curar las heridas que no se ven, pero terminan matando, no es de recibo que una enfermedad mortal, sea
frívolamente considerada como un asunto personal de esos amargados o tristones que se regodean en el sufrimiento y se quedan en casa en la
oscuridad de su cuarto y de su alma en vez de participar en la vida, que es maravillosa ¡Serán catetos!

Candela dijo...

Antígona...estoy impresionada por el post! (y me encanta woody allen).
Besazos!

Antígona dijo...

Gato, ¡menudo novio tienes que mueve las orejas! Pero no sé si me da envidia o un pelín de repelús :P

Siempre he desconfiado de los instintos en lo que respecta al ser humano y creído en el poder de la cultura para moldearnos y configurarnos más allá o por encima de nuestra biología, pero tampoco tendría argumentos para rebatir lo que dices. Améry, que parece ser, según da a entender ambiguamente el libro, había intentado ya suicidarse antes de conseguirlo definitivamente, habla en cualquier caso de que tampoco el suicidio es en absoluto fácil para el suicidario. También él siente ese apego a la vida al que apuntas, miedo ante la muerte, y experimenta en su proyecto de acabar consigo lo que Améry llama el “dolor de la separación”, es decir, el dolor por abandonarse a sí mismo, por abandonar su cuerpo y este mundo. Lo que quiero decir es que también él siente eso que tú estás llamando instinto de supervivencia, el impulso de la vida a seguir y seguir. Pero también siente algo distinto que se contrapone a él y toma la decisión de regirse por esto último. ¿Y no es cierto que los seres humanos, o al menos algunos de ellos, demuestran día a día poder contraponerse a sus necesidades o instintos más primarios –el hambre cuando uno está a dieta, el sexo en el compromiso de celibato…?

Un beso!

Antígona dijo...

Bueno, Tequila, personalmente –y esto es sólo mi particular visión del asunto- no creo que la posición del suicidario tenga tanto que ver con una actitud intelectual frente al mundo como con un determinado estado de ánimo o de actitud vital y emocional. De hecho, Améry hace preceder su libro de una cita de un famoso filósofo, que dice “Para el hombre feliz, el mundo es diferente que para el infeliz”, dando a entender, a mi juicio, que no basta con tener en cuenta los hechos que componen el mundo –y ni tan siquiera los que componen su vida- para comprender al suicidario, sino que es necesario atender a su singular manera de sentirse en él y de vivirlo. Porque su mundo, siendo el mismo que el de todos en lo que respecta a esos hechos, y similar al de muchos si se observan los hechos que han marcado su vida y condicionado su suicidio, puede ser, sin embargo, completamente diferente que el del resto en lo que se refiere a su singular, subjetivo e intransferible modo de hacer pie en él.

Lo que quiero decir es que no creo que la decisión de suicidarse provenga de un frío y distanciado análisis de la realidad que concluye, con la objetividad con que un matemático demuestra un teorema matemático, que el mundo es una mierda y no vale la pena vivir en él. No pienso, por tanto, que se trate de una cuestión de inteligencia, porque ni los suicidas son personas especialmente inteligentes ni quienes deciden seguir viviendo necesariamente estúpidos o poco lúcidos con respecto a la realidad que les rodea.

Motivaciones para seguir viviendo supongo que las buscamos todos todos los días de manera más o menos expresa. Pero no desde la premisa de que, si no las encontramos, la alternativa a valorar es el suicidio. Y si no lo hacemos es porque probablemente confiamos aún, igualmente de manera más o menos expresa, en el mañana: en que si hoy no damos con esas razones tal vez mañana sí, o tal vez mañana aparezca al dar la vuelta a la esquina esa razón que no hallamos porque nos falta en nuestra vida. Ante la adversidad, el tedio o el hastío nos sostiene la esperanza, mientras que el suicidario es, imagino, alguien desesperado, no en el sentido trágico del término, sino en el de alguien que carece ya de esperanza, que no espera nada de ese mañana abierto al que el resto del mundo solemos agarrarnos.

¿Para qué vivir? Cada cual habrá de responder particularmente a esta pregunta, es obvio. Pero creo que buena parte de lo que nos impulsa a seguir viviendo incluso sin ser capaces de responder a esta pregunta, o algo que bien podría utilizarse a modo de respuesta a ella es el mero hecho de que, al formularla, resulta que ya nos encontramos aquí –quizá otro gallo nos cantaría de hacérsenos semejante pregunta con antelación a nuestra llegada a la vida. Y puesto que estamos aquí y esto de aquí es lo único que tenemos y jamás tendremos, ¿por qué no intentar aprovecharlo y darle su oportunidad, siempre y cuando el mundo, como comentaba Améry, no se haya transformado en un infierno para nosotros?

Bienvenida a esta casa, Tequila, que es también la tuya, y vuelve siempre que quieras.

Un beso!

Antígona dijo...

La verdad, estimado Rodrigo D. Granados, es que entiendo perfectamente lo que dice y no puedo dejar de empatizar en buena medida con todo ello. Pero creo que también vale la pena detenerse a pensar en lo que señala Améry y que pretende poner en cuestión la visión del suicidario que usted plantea. Porque, ¿por qué asumir con tal obviedad que quien se suicida es alguien que estaba sumido en una profunda depresión? ¿Por qué asumir que el suicidario es un enfermo, aun cuando su enfermedad no sea del cuerpo sino del alma? ¿Por qué dar por sentado que sólo puede desear abandonar esta vida quien padece una disfunción que ciertos medicamente o ciertos médicos podrían curar? ¿Es toda suerte de dolor algo que se deje curar en la consulta de un psiquiatra o de un psicoanalista, o que responda a un conjunto de sustancias químicas? ¿No estaremos, de sostener esta postura, trivializando el dolor humano, negando que éste forme parte de la vida, y negando que, en ese formar parte de la vida, pueda llegar a ser tan intenso –y todos sabemos de situaciones tremendamente dolorosas, tanto física como anímicamente- que nos lleve a rechazar una vida capaz de causarnos tanto sufrimiento, o la vida misma en cuanto tal en cuanto fuente potencial de espantosos sufrimientos?

Améry se revuelve contra la idea de que la vida sea el bien supremo y no puedo dejar de estar de acuerdo con él. Porque, si tendemos a afirmar que es el bien supremo, es sencillamente a falta de cualquier cosa mejor capaz de reemplazarla. Pero todos podríamos convenir –y sé que con esto estoy en parte traicionando el planteamiento de Améry, pero para que nos entendamos- que pueden darse condiciones que conviertan ese presunto bien supremo en una absoluta maldición, el regalo en un regalo envenenado, y de la misma manera en que no tendríamos reparo en arrojar a la basura un regalo que nos hace daño o que no nos gusta, no veo que puede haber de enfermizo en tomar la decisión de arrojar a la basura este regalo gratuito que es la vida cuando se lo experimenta como una carga que no se desea seguir soportando. Quizá usted me replicaría que el rasgo depresivo estribaría en el hecho mismo de valorar la vida como una carga insoportable, pero, ¿quiénes somos usted y yo para decir que una valoración así sólo puede ser patológica?

Durante muchos siglos ha vivido la humanidad sin psiquiatría, sin diagnósticos de depresión y sin fármacos que estimularan nuestros neurotransmisores. Y durante esos siglos ha habido personas que han optado por seguir viviendo y otras que se han suicidado. Y creo que comprendo a Améry cuando afirma que la psiquiatría no puede tener la última palabra con respecto al suicidario. Porque, como él, veo algo perverso en la perspectiva que estima que todo aquel que opta por la muerte antes de que ésta le llegue es un enfermo al que la psiquiatría de debe esforzar por curar. Veo en ello la misma asunción no cuestionada del “hay que vivir” que denuncia Améry, o esa consideración taxativa e irreflexiva de que la vida es el bien supremo que no admite objeciones y que, por ejemplo, mueve a tantos ultras a considerar el aborto como una aberración.

La vida es maravillosa para muchos, y me alegro de que se incluya usted entre ellos. Pero, como decía Améry, no demos por sentado que lo es ni debe serlo para todos los que se hallan mentalmente sanos.

Un beso!

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Vaya, Candela, cuantísimo tiempo que no te veía por aquí!

Woody Allen es genial, ¿alguien puede dudarlo?

Un beso!

Rodrigo D. Granados . dijo...

Querida Antígona, yo no he dicho en ningún momento uqe la vida sea maravillosa; la vida es como muchas otras cosas: NADA, sino lo que logramos hacer de ella. Estoy tan alejado de considerar la vida como un bien supremo como de pretender ser alguien que tiene una opinión de valor en esta u otars cuestiones; tengo una opinión sin adjetivos que deba demostrar.
Estoy de acuerdo con muchas cosa que han comentado previamente, tanto Tequila como el mismísimo Sr. Amèry; simplemente he intentado hacer lo que en general suele hacerse,
arrimar el ascua a mi sardina, considerándome en este caso un más que válido exponente de los individuos a los que pretendo representar. Soy depresivo de los 16 años y espero desde hace meses, tras el último brote de mi enfermedad (muy duro por cierto) una cita con un psiquiatra de la Seguridad Social, ya que copmo paria sobrevenido, no ppodría ni pagar el billete de autobús para ir a la consulta de uno privado, no ya su minuta. Analizando las características de mi enfermedad a través de los años, he llegado a la conclusión de que soy uno de esos tipos a los que se llama: bipolares, cosa que determinaría una simple Lithemia que tampoco puedo pagarme. Ud me conoce hace años, y conoce los blogs en los que me he desangrado, así como los prolongados silencios (si mirara las fechas o el cariz de las entradas). He aprovechado su espacio para mi tema favorito: yo mismo y mi circunstancia, lo que supongo tan lícito como cualquier otra postura mientras se mantengan las formas y se intente haceraportaciones al tema que se aborda.
Cada hombgre es libre, o debería serlo, para disponer de sí mismo, intentando en cualquier caso, ser cuidadoso en su última decisión para que no ocurra lo que con la Madre de Amèlie Poulain.

Miss.Burton dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Miss.Burton dijo...

Siempre he pensado lo mismo que este señor de mirada llena de vida, y que eligió el suicidio como final de esa atroz vida. Cada uno es dueño de si mismo, el único criterio que se debe respetar, es el que llevamos grabado en el alma, el que corre por nuestra sangre, lo demás, qué cojones importa, si no somos de nadie, mas que de nosotros mismos¡
Cada cual hace y deshace como le da la gana. Unos elegimos, como dices tu, seguir batallando, y otros, se van, y punto. No me parece que tiren la toalla, no me parece que sean cobardes, no me parece que DEBA-TENGA-PUEDA TENER yo el derecho de juzgarles, por dios, sólo uno mismo puede juzgarse, sólo uno mismo tiene todas las coordenadas, los demás, mapas emborronados de lo que somos, pudimos ser, seremos.
He conocido un caso de primera mano, una amiga a la que quiero mucho. La encontraron tirada en el suelo, y la salvó la vida su madre, que llamó a la ambulancia y llegaron a tiempo. Después, no he sido capaz de preguntarla nunca sobre el tema. Me parece que eso es querer por encima de todo a alguien, respetarlo. Ella sabría el porqué, me importa cero. Sólo quiero que se ponga bien, y a día de hoy, va por ello, por lo de vivir y luchar. Pero a veces, no somos tan fuertes como para soportar ciertas cosas, y retirarse, puede ser la única opción, y yo lo respeto. Sobre si está bien ó mal, me trae por saco, respeto por encima de todo la decisión de que cada uno puede hacer con su vida lo que le de la gana. Y punto. No creo que tenga mas lecturas.
Este señor tiene algo en la mirada que te hipnotiza. Y emana ternura, y dolor. Seguro que encontró su paz, que es de lo que se trataba.
Sí, triste el post, pero bueno, Woody le resta un poco de tristeza de esa.
Respecto a los libros...jejeje, como me reí la primera vez que fuí a casa de mi pareja, casi me doy la vuelta del cague que me entró de lo que encontré allí. Supongo él debió pensar lo mismo de mi adicción de absoluta yonki a determinados escritores. Pero afortunadamente, aunque un tipo determinado de lecturas nos puedan etiquetar, somos mucho mas que eso. De hecho, anda que no leemos cosas distintas tú y yo, y coincidimos en otras, y mira lo bien que nos llevamos, hermosa.
Bueno, que te veo pronto.
BSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS

Miss.Burton dijo...

Estó está gilipollas, comentario duplicado otra vez. Bueno, me he borrado. BSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS

Marga dijo...

Recuerdo que a medida que crecía y me iba "enterando" de cosas, una que me dejó totalmente patidifusa fue conocer que el suicidio era delito... no me cabía en la cabeza, sigue sin caberme... acaso la vida no es mía? quién narices puede decidir por mí? Pensaba yo… (no sé como andará el tema jurídicamente ahora pero en aquel entonces lo era.)

Asi que me sucedió como a ti, el tema de la muerte me interesó bien pronto, sigue haciéndolo, desde una perspectiva humana, y teórica, claro, me la traen al pairo las consideraciones misticas, qué le voy a hacer, dudo mucho que me aporten algo. Y como tú, estoy convencida de que las reflexiones sobre la muerte no son otra cosa que las reflexiones sobre la vida. Para mí es la misma línea pero en distintos tiempos, uno de los extremos, nada más… el otro sería el nacimiento y ninguno dudamos de su linealidad con respecto a la vida, no? Claro, que asusta menos, jeje

Pero yo si creo que Avery probablemente se convirtiera en un suicidario desde el mismo momento en el que su experiencia con el holocausto comenzó. Lo que no creo es la tesis simplista de las razones que supone ese hecho: que ese trauma le convirtiera en un ser deprimido, incapaz de sentir ilusión por la vida y de ahí al suicidio por desesperación. Más bien creo que fue “capaz de ver”: de convertirse en alguien lúcido, de calibrar la libertad, el pensamiento propio, la incapacidad de volver a mirar a la vida desde la inocencia y el acomodo, de perder el sentido, casi siempre pueril, que solemos otorgar a la vida. Maduró el significado de la palabra vida y probablemente se familiarizó con el hecho de la muerte en sí, sin más. No creo en el trauma en él, como tampoco lo creí en Levy ni en Celan, … creo en la necesidad de poseerse a sí mismo una vez superadas ciertas barreras, hecho que consiguió tras su experencia… No sé si me explico bien, hoy estoy algo espesita, trato de decir que no se trata de una causa sino de la elaboración de una línea de pensamiento fruto de una experiencia extrema. Muy distinto me parece a mí. Porque lo simple, y tranquilizador para el resto, es encontrar una causa primaria y de esa envergadura, “ah! Claro! No me extraña con esa vida que llevó el pobre”, nos decimos… y nos sentimos aliviados y justificados para no darle más vueltas al asunto.

Y estoy con él, con o sin experiencias límites, la decisión de no vivir es cosa de cada cual, es nuestra libertad última e intransferible y nadie tiene derecho a juzgar el dolor o sencillamente el hastío, o cualquier otra causa, que conduzca al suicidio. La piel de cada cual es suya y aunque hayan pasado muchos más años sigue siendo inamovible ese pensamiento en mí.

Hay que vivir? por supuesto hasta que decidamos no hacerlo más, si lo decidimos.

Besos de ésta miserable! jeje

Agnes dijo...

Hola Antigona,
mi primera vuelta por acá y me encuentro con esta reflexión que es un tema que me he preguntado miles de veces.
Creo que la decisión de vivir solo puede pasar por uno, y si uno decide que ya es suficiente de este mundo y tener el coraje de dar el paso entonces es lo que hay que hacer.
Ahora si pienso en los suicidarios, supongo que sólo algunos lo son en realidad y otros son suicidas. Hago la diferencia porque muchos usan la amenaza como un método de llamar la atención y la muerte no es su real intención, supongo que esos para mi son los suicidas. Y también creo que no pasa por estar deprimido o desequilibrado químicamente, si no es una opción, sin duda la única irreversible.

Saludos.

Marga dijo...

Lo buscaba ayer pero no lo encontré. Es una párrafo del guión de Lugares Comunes, de Aristarain... si no has visto la peli creo que disfrutarías de ella.

"El lúcido puede seguir viviendo mientras conserve el instinto de la especie, el impulso vital. Es muy posible que con los años esa fuerza instintiva y oscura se pierda. Es necesario entonces apelar a algo parecido a la fe. Hay que inventarse un motivo. una meta que nos permita reemplazar el impulso animal que se ha perdido por una voluntad fríamente racional.

Pero esa voluntad es un motor muy difícil de mantener, De repente, sin motivo se va, se apaga, desaparece. Es entonces cuando se sigue o no se sigue, se puede o no se puede. Y si no se puede, no hay culpa. No importa el amor de los otros ni el amor que uno siente por ellos, si uno no sigue todo sigue sin uno y sigue igual. Todo pasa. La ausencia pasa.

Se conoce la muerte antes de morir, es un final antiguo, rutinario y común.
Es un final deseado que se espera sin temor porque uno lo ha vivido ya muchas veces.

Todo da igual."

Antígona dijo...

Perdóneme usted, estimado Rodrigo D. Granados, si en algún momento he malinterpretado sus palabras. Entendía de ellas que tendían a la identificación del suicidario con quien padece una depresión, y aunque es un hecho –o al menos esto es lo que dice la psiquiatría- que uno de los mayores peligros de la depresión es el suicidio, no me parece legítimo ni creo que sea una realidad concluir a partir de ahí que todos los que se suicidan es por causa de una depresión. Pero si no era eso lo que su comentario pretendía, y ahora ha aclarado usted que no, le pido mil disculpas.

Y por supuesto que puede usted arrimar todo lo que quiera el ascua a su sardina tantas veces como lo desee y sin ninguna cortapisa en esta casa. Me parece tremendamente lamentable la situación que cuenta, y más lamentable aún por ser usted quien se ve afectado por ella. Alguna vez se ha hablado ya en este blog de los desmanes de la psiquiatría y es un tema que da, que daría para muchísimo. Y en todo lo que denunciaba en su primer comentario y denuncia también en éste no puedo más que darle la razón. Hacen falta muchas más cosas para curar a un enfermo mental que las que ofrece la Seguridad Social y la sociedad en su conjunto. Pero por desgracia, y aun cuando el índice de enfermos mentales en nuestras deslumbrantes y enriquecidas sociedades occidentales va cada año en aumento, todavía no se ha cobrado conciencia de ello.

Mis disculpas de nuevo y no se enfade usted con esta Antígona que también conoce de cerca el tortuoso terreno de la depresión.

Antígona dijo...

Pues así es, Delirium, tú lo has dicho: este señor sólo pretende defender que cada cual es dueño de sí mismo y que no puede haber más criterios para juzgar el rechazo a la propia vida que el estrictamente particular y subjetivo. Pero me temo que el suyo es un discurso más que necesario en un mundo en el que cada vez se impone más la idea de la necesidad de proteger al individuo de sí mismo, en el que desde tantos flancos se le infantiliza y niega el derecho a autodestruirse, lenta o rápidamente, cuando es esto lo que decide hacer con su vida.

No me cabe la menor duda de que puede haber situaciones en las que el suicidio sea una llamada de socorro, de atención, que en realidad no busca tal autodestrucción sino sólo su apariencia. Pero eso no quita para que pueda haber otros casos donde sí se trate de una decisión perfectamente consciente y meditada frente a la que nadie tiene derecho a interponerse. Y estos últimos casos hay que contemplarlos como lo que son, sin encubrirlos bajo el pretexto de la enfermedad o la locura alegando que sólo quien no está en su sano juicio puede preferir la muerte a la vida.

¡Pues no sé qué libros leerá tu pareja, jajaja! Pero no, claro que no se nos puede etiquetar por los libros que leemos y somos mucho más que todo eso. De todas formas, en mi librería hay un poco de todo y no creo que en el fondo me parezca nada a ese personaje de Woody Allen. Aunque hace ya tiempo que le tengo echado el ojo a un libro de Jankélévitch que se llama “La muerte”, jeje. Pero bueno, lo dejaremos para más adelante, no me vaya a coger un empacho con el tema.

Nos vemos pronto, ¡hay que encontrar la fórmula!

Y por cierto, sí, blogger anda muy gilipollas últimamente, pero tranquila, que todo tiene arreglo.

Un beso!

Antígona dijo...

Qué curioso, niña Marga, que hace no tanto, no recuerdo por qué motivo, estuve buscando si aún el suicidio era delito -también yo había oído que hubo un tiempo en que lo fue- y, si no recuerdo mal, ya no lo es, aunque tampoco conseguí averiguar cuándo lo fue y bajo qué concepto. Pero bueno, si lo fue o lo fuera, tendría en parte su lógica, ¿no?, o al menos la lógica de cierta idea del Estado. Porque claro, éste es el que tiene después que hacerse cargo de, pongamos por caso, la mujer y los hijos que el suicida deja y menudo caos y menudo gasto si a todo el mundo le diera por suicidarse… En fin.

A mí también me traen al pairo las consideraciones místicas de la muerte y me interesan puramente las humanas. Porque creo que es un hecho que no viviríamos como vivimos si fuéramos inmortales y nos estuviera regalada una eternidad sin límites. En este sentido, no me cabe la menor duda de que lo esencial de nuestra vida finita y de cómo ésta se configura sólo se deja pensar atendiendo a esa finitud, teniendo en cuenta la muerte, y no sólo como extremo, sino como posibilidad última que de alguna forma determina todas las demás posibilidades de nuestra existencia, por determinar el haber de elegir unas y renunciar a otras.

Por lo demás, estoy totalmente de acuerdo contigo: una cosa es aceptar que Améry probablemente se suicidó por causa de las experiencias extremas que vivió, y otra muy distinta apelar a esas experiencias extremas como la única causa legítima y comprensible del suicidio. Supongo que es por eso por lo que Améry no menciona en todo el libro tales experiencias suyas, justamente porque no quiere que una cosa se confunda con la otra. De haberlas mencionado habría dado lugar a un posible debate acerca de qué condiciones nos parecen “aceptables” como causa de suicidio y qué condiciones no nos lo parecen. Precisamente el tipo de debate que Améry pretende excluir en su discurso para defender el derecho al suicidio de cualquiera con independencia de las causas que le puedan llevar a practicarlo.

Así que sí: sólo hay que vivir hasta que decidamos no hacerlo. Recuerdo bien a un antiguo amigo que decía que es un alivio saber que, en esta vida, si las cosas se ponen muy feas, siempre se puede tomar la decisión de “tirar de la cadena” y ya está. Pues eso.

Me parece genial esa reflexión de la película de Aristarain sobre la muerte. Resulta en extremo tranquilizadora –y eso yo no tengo ninguna intención de levantar mi mano sobre mí misma- sobre todo esa apelación al conocer la muerte antes de morir, al haberla vivido ya muchas veces antes de que se presente o de provocarla, como si se tratara de una vieja conocida a la que no hay por qué temer tanto.

No la he visto, no, pero ya estoy tratando de hacerme con ella. Y aunque de momento sólo he conseguido material porno nada reflexivo, sigo intentándolo :)

Besos vivitos y coleando!

Antígona dijo...

Pues me alegro, Agnes, de que en tu primera visita a esta casa hayas encontrado algo de tu interés. Creo que Améry habla del suicidario frente al suicida –y supongo que llama suicida a quien ya ha llevado a término la muerte voluntaria- porque le interesa hablar del proceso que atraviesa quien, estando todavía vivo, baraja y medita sobre la idea de la muerte voluntaria, es decir, sobre las motivaciones, las contradicciones, las reflexiones que de un modo y otro se hace quien rechaza la lógica de la vida antes de perpetrar el acto que la niegue definitivamente. Pero dado que Améry también se inventa el término, pues considero que cualquier distinción terminológica que uno quiera utilizar, como es tu propio caso, es perfectamente válida.

Gracias por tu comentario y bienvenida a esta casa.

Un saludo

iliamehoy dijo...

"Hay que vivir".... y yo digo¡Hay que joderse!!!!. La primera de la interminable lista de obligaciones con que se nos carga nada más asomar la cabecita a este mundo.
Vivir es un deber, una vida digna en cambio, es un derecho. A cada uno ocrresponde, en el pleno ejercicio de su libertad, valorar la dignidad de su existencia, en función del dolor o el vacío que sea capaz de soportar. Hay individuos ( entre los que puedo incluirme) que arrastran un miedo profundo a dar cualquier paso, a tomar decisiones,a saborear los buenos momentos,a sobrellevar las malas rachas, por lo que el suicidio tan solo es una más de esas opciones.
Prolongar un estadio en la nada,(una vida sin sentido) no nos encumbra ni nos concede ningún mérito añadido, puede que únicamente constate la incapacidad para hacer algo más que respirar.
Una sonrisa

el peletero dijo...

La muerte es un magnífico tema de conversación entre vivos, desgraciadamente los muertos ya no hablan y su opinión sería, sin embargo, muy bienvenida, ¿no te parece?

Yo no creo que la vida sea para la muerte, si lo fuera no serían ambas compartimentos estancos, por eso me gusta la pintura, parece una ventana, un paso.

En cualquier caso creo que Albert Camus tenía razón en su “Mito de Sísifo” cuando afirmaba que: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de que se la viva, es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”.

A mi me gusta hablar de la muerte y hacer con ella poesía o humor negro, pero no me gustan los que quieren justificar su suicidio, que se ahorquen o se tiren al tren y que no nos den la paliza con tanta moralina, la suya es a veces peor y mucho más puritana que la de los otros que la consideran pecado, ¿una vez muertos qué les puede importar nuestra opinión?

Siempre he pensado que a fin de cuentas todas estas reflexiones suicidas son propias de ociosos que no tienen nada mejor que hacer. Es mucho mejor y literariamente más provechoso inventarse epitafios para la propia tumba, o para la de otros, ¿no?

Saludos.

NoSurrender dijo...

Me encanta esa película de Woody Allen, doctora Antígona. No es que yo tenga especial devoción por los libros que incluyen la palabra muerte en su título, pero empiezo a familiarizarme con ellos. En cualquier caso, yo le recomendaría Vida y Destino, ya puestos.
Me parece muy elemental identificar el suicidio como un acto de libertad, y su castigo moral en Occidente obedece, a mi modo de ver, a la tradición judeocristiana imperante en nuestra sociedad, que parte de la base de que nuestra vida no nos pertenece. Desde luego, en otras culturas no judeocristianas el suicidio se entiende incluso como una cuestión de honor que eleva la dignidad del suicidario.
No obstante, y prescindiendo de escalas de valores individuales y centrándonos en el campo de las depresiones, es cierto que la experiencia psiquiátrica en cualquier tipo de sociedad, occidental o no occidental, muestra que los estados emocionales que nos hacen interpretar la realidad (la vida que de decidimos vivir o no vivir) varían con el tiempo, y que una decisión sin vuelta atrás (suicidio) puede estar basada en interpretaciones erróneas acerca de esa realidad. Podríamos poner como ejemplo el suicidio de un adolescente por un fracaso amoroso, convencido en su inexperiencia sobre la vida y sobre sí mismo de que ninguna otra persona ni ninguna otra emoción futura podría ser mejor que el amor perdido. Error garrafal que contradice la experiencia vital del 90% de las personas, que acaban disfrutando del amor con otra persona que es distinta de ese primer amor adolescente.
Estamos aquí, sí. Y hoy empieza todo. Me encanta.

Un beso, doctora Antígona!

Antígona dijo...

Me ha encantado, Íliamehoy, que hayas recalcado con tanta ironía esa distinción entre el deber de vivir y la vida digna como derecho. Un derecho que, obviamente, no por proclamarse derecho ni estimarse por ello de deseado cumplimiento para todo ser humano nos está garantizado por, como dices, el mero hecho de asomar la cabecita a este mundo. Ojalá fuera así pero no lo es ni lo será incluso si las condiciones sociales sí fueran capaces de garantizarnos eso que la Declaración de los Derechos Humanos considera como los mínimos necesarios para poder llevar una vida digna. Porque los seres humanos somos complejos y los requisitos para la vida buena, para la vida que merece seguir viviéndose, tan particulares como cada uno de esos seres humanos. Así que estoy totalmente de acuerdo contigo: el suicidio es una opción que todos tenemos a nuestro alcance desde el momento en que aterrizamos aquí sin pedirlo y a nadie debería juzgarse por el hecho de hacer un uso libre de esa opción.

Un beso y una sonrisa!

Antígona dijo...

Estimado Peletero, la vida no es “para” la muerte si con ello entendemos que su finalidad, en cuanto propósito, es morir. Pero nada más obvio que nuestra vida conduce inexorablemente hacia un final que es la muerte y no creo que nuestro inevitable ser conscientes de ello desde bien niños permita contemplar vida y muerte como dos compartimentos estancos. Entre otras cosas porque, como decía más arriba, nuestra vida no sería la misma ni la viviríamos del mismo modo de ser inmortales y habitar el mundo con la conciencia de la mortalidad.

Me parece muy pertinente que haya traído aquí esa frase de Camus. Sin embargo, creo que cualquier filósofo que se hiciera esa pregunta se vería invariablemente remitido a la pregunta acerca de qué vida es esa que vale o no vale la pena vivir, cómo sería esa vida –puesto que todos sabemos que no todas las vidas son iguales- y quizá tendría que acabar concluyendo que a esa cuestión sólo puede responder cada individuo desde su particularísima experiencia vital y la estricta intimidad de su conciencia.

Le veo muy poco receptivo a los argumentos de Améry, quien por supuesto, a mi entender, no quiso justificar su propio suicidio y mucho menos darnos la paliza con moralinas, sino tan sólo reivindicar el derecho a la libre decisión del suicidio y poner en cuestión el valor que suele atribuirse a la vida, a la mera vida en cuanto tal, con independencia de nuestro modo de vivirla. Es una lástima que se haya perdido la distinción que hacían los griegos entre la zoé como vida desnuda, vida de supervivencia, cuyo valor se mide por su duración y la ausencia de dolor, y el biós, que sería la vida con sentido al margen de su duración y dolor. Y es que esa zoé, como apuntaba Íliamehoy, poco valor tiene para algunos humanos si no es además biós y mantiene el sentido más allá del dolor. Así que, anulado éste por las circunstancias que sean, ¿qué sentido podría tener para ellos persistir en la mostrenca zoé, aun cuando todo o prácticamente todo en nuestra naturaleza nos invite a dejarnos llevar por su inercia?

Obviamente, a Améry poco podía importarle nuestra opinión sobre su suicidio una vez muerto y no creo que sea justo que le atribuya usted tal cortedad de miras, aunque está en su perfecto derecho. Personalmente, no me resulta superflua ninguna reflexión sobre la libertad tanto si tiene que ver con el suicidio como si no. Menos en un mundo que por un lado fomenta las tendencias autodestructivas de los individuos para luego condenarlas y estigmatizarlas.

Un beso!

Antígona dijo...

Bueno, doctor Lagarto, yo creo que, después del post y los comentarios, ya debe de haber quedado suficientemente claro que los que nos interesamos por el tema de la muerte no lo hacemos necesariamente porque creamos que el mundo se divide entre los horribles y los miserables ni seamos víctimas de un exagerado pesimismo, sino porque creemos que es un camino fundamental para pensar sobre nuestra vida, nos guste o no finita y mortal. Y por cierto, que ando ya leyendo, aunque sin poder dedicarle todo el tiempo que desearía, “Vida y destino”, ¡y me está encantando!

Coincido con su modo de ver en lo que respecta a la condena moral de la muerte y su relación con la tradición judeocristiana, y es teniendo en cuenta esa tradición por lo que, supongo, Améry insiste en la idea de que somos dueños absolutos de nuestra vida, puesto que ésta no pertenece a nadie más que a nosotros mismos. Ahora bien, supongo que el problema de esa tradición es que, incluso anulada la creencia religiosa, su moral sobrevive solapadamente en forma de normas, creencias o juicios de carácter social o personal que es necesario desmantelar. Más aún cuando esa misma moral de origen religioso pero ya laica ha impregnado en lo relativo a la cuestión del suicidio a disciplinas como la psiquiatría o la psicología de indudable poder social.

Está claro que no quiero decir con ello que ante un caso como el que plantea me parezca descabellada la intervención de la psiquiatría o de cualquiera que desee disuadir a ese suicidario adolescente de su voluntad de levantar la mano sobre sí mismo. Es cierto, hay estados emocionales que nos ciegan o nos llevan a interpretaciones erróneas de la realidad. Y la inexperiencia de ese adolescente parece un motivo más que justificado para tratar de impedir su suicidio y creo que al propio Améry también se lo parecería. Ahora bien, lo que no me parecería correcto sería utilizar semejantes casos “ejemplares” para argumentar que todo suicidario es un individuo deprimido ni para dotar a la psiquiatría de la autoridad para discernir entre una depresión como patología y el simple hartazgo o hastío de vivir. Si es que la psiquiatría admite que algo así pueda existir al margen de la categoría de enfermedad.

Por fortuna, yo también me alegro de estar aquí. Y espero mantener durante mucho tiempo esa actitud que pueda llevarme con usted, incluso cuando la adversidad golpea, a decir cada día que hoy empieza todo.

Un beso!

Miss.Burton dijo...

Acojonante el vídeo de la huelga, acojonante. No hace falta añadir nada, ni ponerle sal, es que es perfecto.
Ojalá sea el principio de algo, pero creo que lo de desprivatizar la banca... es una utopía preciosa, como todas, pero jodida. Al final, siempre ganan los malos, y sobre todo, los poderosos, qeu son los malos.
A ver si mañana podemos armar una revolución interesante... Ya sería hora, vamos de culo, pero total, y sabemos que lo peor está por llegar. Vamos a intentar detenerlo, no es imposible, todavía no echamos el resto, pienso.
Un besazo¡

Unknown dijo...

Muchas gracias Antígona, por traer estas voces que hablan con fundamento sobre la brutalidad del abuso que TODOS estamos padeciendo para mayor gloria de los especuladores. Su plan es a largo plazo; aunque parece que están acelerando ante la pasividad de los políticos que supimos conseguir por ser tan despreocupados de lo que más debiera preocuparnos, nuetrfas vidas y las de nuestros hijos.
Muchos de estos prohombres financieros, ya son más poderosos que muchos estados, y bastante más inmorales. ¿Hasta cuando vamos a permitir este statu quo?
Yo no he hecho huelga porque no tengo trabajo; y si lo hubiera tenido, no la habría hecho como demostración contra los sindicatos, para enviarles el mensaje de que debiéramos ser como los tres mosqueteros. Enviado mi mensaje, ahora toca unirme otra vez a los TRABAJADORES, que son mi clase, y estar de movilización 364 días al año.

El peletero dijo...

Es que no puedo evitar pensar que “la libre decisión del suicidio” es una tontería porque es un derecho que no conlleva ningún deber. ¿Hacemos una huelga para reivindicarlo?, ¿recolectamos firmas para llevar una propuesta de ley a al Congreso que nos permita suicidarnos?

Además todas las religiones tienen su derecho a dar su opinión, la cristiana también, y la da, ¿dónde está el problema?.

¿Reivindicamos la libre decisión de matar?

En relación al aborto ya se ha conseguido, no es tan mala idea, la diferencia es que el aborto no puede ni opinar ni quejarse ni responder a las preguntas, por eso existe la ley, no por otra cosa.

¿Los muertos hablan?, parece una pregunta de Punset, el acento catalán lo pongo yo,

“¿Las amebas aman?”,

“¿Los suicidados van a la peluquería?

“¿Las pelucas tienen vida propia?

Yo no creo que nuestro mundo fomente las tendencias autodestructivas de los individuos, otra cosa es que los individuos tengan tales tendencias y que la sociedad les ría las gracias

Saludos

Rodrigo D. Granados . dijo...

Sr. peletero, ¿pretende Ud. ser gracioso con el drama de los demás?; ¿es de los que defienden la vida a ultranza porque los huérfanos pueden convertirse en mano de obra gratis?;¿es ud. de esos católicos que piensan lo que le dicen que debe pensar?,los peleteros tiene gracia?...
En mi humilde opinión, ninguna.

Lúzbel Guerrero dijo...

¡¡Bien dicho RÓMULO!!

Sr. PELETERO, la iglesia católica tiene derecho a dar su opinión; pero no a imponer su criterio; pero es que se acostumbraron después de 40 años de campos infinitos de orégano

La sociedad no sólo no les ríe las gracias sino que suelen darle el tiro de gracia

Reflexione por favor

Lúzbel Guerrero dijo...

y ¡PLÍÑ CABREADO!

Miss.Burton dijo...

Peletero, no creo que la sociedad ría las gracias a nadie, y menos a los que deciden acabar con su vida. Pero debería ud pensar que las circunstancias que le hacen hablar así, quizás sean muy distintas a las de este señor, y a la de las personas qeu toman esa misma decisión. Siempre digo que sólo deberíamos hablar de cosas que hemos vivido, obviamente el suicidio no es lo vivido, porque después de el sólo hay muerte, obvio, pero ya que no podemos hablar por los muertos, dejémosles descansar en paz, y sobre todo, desde el mismo respeto que queremos para nosotros, dejemos a la gente hacer lo que piense-opine-deba ó no. Es su vida, no la nuestra. Intentar descifrar lo que este hombre vivió, y lo que había en su cabeza cuando tomó la decisión de abandonar el campo de batalla, sería misión imposible. Un rosario de tragedias encadenadas fué su vida, bastante que lo sufrió, y hasta donde pudo su pobre corazón, lo padeció. Después, descansó en paz.
Las pelucas no hablan, no, pero las mujeres que abortan porque no llegan a fin de mes y les ha fallado la gomita, ó las que caen en las garras de un señor que al día siguiente las dejan, sin razón alguna, las que estando embarazadas, les cuentan, y esto se lo puedo decir yo de casi primera mano, que su bebé va a ser sordo, que no va a poder moverse, que a lo mejor, no llega al año de vida, por dios, ¿ Ud piensa que alguien se merece eso ? Ni ese niño, ni esa madre. Y tendría mil ejemplos para ponerle, pero lo que está claro, y por encima de ud y de mi, es que cada uno HACE CON SU VIDA LO QUE LE DA LA GANA, Y MERECE TODO EL RESPETO DEL MUNDO.
Nada mas, siempre leo sus comentarios, y siempre me suelen parecer interesantes, pero esta vez no estoy de acuerdo con lo que ud dice.
Un beso, Antígona, guapa¡¡¡

Miss.Burton dijo...

Es ud un prodigio, señorita Antígona.

Ibán dijo...

TE comento el post de arriba, el de la huelga.

En días como hoy, lo panfletario se convierte en imperativo moral.

No más.

¡SAludos!

Antígona dijo...

Hola hola hola!

Llevo un día de infarto pero como veo que ha habido un pelín de revuelo no me demoro en contestar.

Sobre el tema de la huelga, seré breve, que ya sabéis que no era mi intención discutir sobre este tema sino sólo manifestar lo que sentía y pensaba sobre ella.

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Delirium, el vídeo no está mal, pero lo que más me gusta es haber descubierto a través de él a gente que defiende, con argumentos cuyo peso avala su trayectoria, ideas totalmente distintas, y desde mi intuición –conocimientos en este caso no tengo- más acertadas que las que estamos escuchando todos los días en los medios de comunicación.

¿Sabes lo que más me convenció para hacer la huelga? Escuchar a alguien decir que, frente al argumento de que no iba a servir para nada, hay que objetar: es posible que si se hace la huelga no sirva para nada, pero lo que realmente y con plena seguridad no conduce a nada es no hacer nada. ¿Hay algo más obvio?

Un besazo, hermosa!

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Me alegro, estimado Rodrigo, que a usted también le haya gustado escuchar estas voces. En las páginas que linko encontrará artículos de ellos muy interesantes, que le animo a leer si tiene tiempo y ganas. Entiendo ese argumento de quienes no hacen huelga para castigar a los sindicatos. Lo entiendo pero no lo comparto. Es cierto que uno experimenta muchas contradicciones, precisamente por su causa, cuando se plantea la posibilidad de hacer huelga. Pero me parece que hay que tener bien claro quién es el enemigo. Y por incompetentes que los sindicatos sean, no son ellos.

Un beso!

Antígona dijo...

Peletero, tampoco venir a este mundo es un derecho sino un puro hecho –un accidente de la naturaleza frente al que no tenemos capacidad de elección- y sin embargo para muchos conlleva el deber de persistir en él aun en contra de la propia voluntad de hacerlo. Así que no creo que en todos los casos la posesión de un derecho deba acompañarse del correspondiente deber. Y no, no hay que hacer nada para reivindicarlo más que lo que hizo Améry y cualquier otro podría hacer: expresar lo que piensa y abrir así una vía de reflexión para quienes sean mínimamente sensibles a su posición o estén interesados en el tema. Si libros como el de Améry acaban impidiendo que algunas familias, más allá de lamentar profundamente la pérdida de un ser querido que se ha suicidado, también se avergüencen por ello, creo que ya habrá conseguido bastante.

Claro que las religiones tienen derecho a dar su opinión, eso nadie lo va a negar. Pero una cosa es dar una opinión y otra muy distinta erigirse en autoridad moral incluso para quienes no profesan esa religión, tal y como suele hacer la Iglesia en este país.

Puede usted probar a reivindicar, si quiere, el derecho a la libre decisión de matar. Eso nadie se lo va a impedir. Ahora, no creo que sean muchos los que le apoyen en su propuesta y los que lo hagan saben qué consecuencias tendrá su acción en una sociedad que considera el asesinato un delito penado por la ley. Y ninguna sociedad en sus cabales dejará de considerarlo.

Sobre el aborto, mejor ni hablo. Es un tema que provoca demasiados enfrentamientos y personalmente tengo las cosas muy claras al respecto y ninguna necesidad de discutir sobre ellas.

La retahíla de preguntas, ay, no sé muy bien a qué vienen.

Lo que quería decir es que esta sociedad fomenta sus tendencias autodestructivas fundamentalmente en lo relativo a su biós, a su vida con sentido, para, sin embargo, después obligarles a no abandonar bajo ningún concepto su zoé o vida animal. Absurdo y contradictorio.

Besos!

Antígona dijo...

Rodrigo, no se me irrite usted, ande, que aquí cualquiera puede decir lo que piense siempre y cuando lo haga con el debido respeto. Y creo que ante cualquier discrepancia hay que tener muy claro que lo que se atacan, si acaso, son las ideas, pero no a los portadores de dichas ideas. De lo contrario, los debates acaban fatal.

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Luzbel, estoy totalmente de acuerdo con usted. Y no se me cabree, hombre!

Antígona dijo...

Delirium, muy bien planteado, poco más tengo que añadir. Mientras no se dañe a nadie, cada cual que haga lo que le dicte su conciencia, corazón, estómago, vísceras o lo que sea. A esto se podría objetar que el suicidario daña a quienes le quieren, lo sé. Pero, por otra parte, tiendo a pensar que nadie que se sienta querido y perciba y acepte ese amor puede querer suicidarse. Ya lo decía Dante, el amor es esa fuerza que mueve el sol y las estrellas. Y también creo que Améry da con sus reflexiones elementos que pueden ayudar a comprender el porqué del suicido a quienes, por desgracia, han perdido por suicidio a un ser cercano y así ayudarles a aceptar esa pérdida.

Un montón de besos, hermosa!

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Miss Burton, muchas gracias, pero no, no soy ningún prodigio. ¡Ya me gustaría a mí!

Y por favor, si no le importa, señora Antígona. Que no es que esté casada, que a mí no me van esas cosas, sino que me niego a aceptar el título de señorita mientras no se imponga para los hombres solteros el de señorito. ¿No cree que es razonable?

Un saludo

Antígona dijo...

Ibán, pues eso mismo creo yo y por eso colgué el post. Sentí que debía hacerlo en el sentido fuerte del "deber". ¡Cuánta razón tenía Kant en algunas cosas!

Gracias por expresar tu opinión.

Saludos!

Lúzbel Guerrero dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Lúzbel Guerrero dijo...

¡PLÍÑ! un 40 (250.000 points)

-¡SEEEEEÑOOORIIITOOOO!( de una peli de Fernado Fernán Gómes)
.........

- ¿Quién me llama? (der gran LÚZBEL GUERRERO CARMONA de cuerpo presente

El peletero dijo...

“Tampoco venir a este mundo es un derecho sino un puro hecho”

Naturalmente, por eso digo lo que digo, no cabría suponer de ese hecho, nacer, que nos podemos matar, otro hecho, todos son hechos. Pero una vez hemos nacido tenemos el derecho a que no nos maten, ¿no?, Los derechos son hechos de vida, no de “pre vida”, se adquieren al nacer, no antes, no me cambies la flecha del tiempo, por eso matarse no se reivindica como si fuera el derecho de huelga, se lleva a término y Santas Pascuas. Perdón si soy obtuso, pero no entiendo, escapa a mi juicio, que se pueda reivindicar tal cosa, hacerlo es cambiar esa flecha del tiempo, hacer trampas.

Libros como el de Amery no hacen que las familias no se avergüencen de sus suicidados, eso, en todo caso, es prehistoria, el nuestro es otro mundo y creo que el cristianismo no es ya la diana a la que apuntar, vamos muy desencaminados si seguimos disparando contra él. Además, ¿de qué familias hablamos? ¿la de los hombres bomba?

¿El aborto?, no digo que a ti te ocurra igual, pero a muchos les da miedo hablar de él, en todo caso no creo que sea el momento. Tenerlo claro no es excusa para no discutirlo.

Esta sociedad lo que ha hecho es destruir los símbolos que nos ligaban a la realidad y a la comunidad. Frente a eso sólo nos queda el instinto de supervivencia.

Las preguntas eran solamente un poco de humor para dulcificar tan áspero tema, siempre es bueno reírse un poco y más de la muerte propia que ajena.


Saludos y muchas gracias por tu paciencia, es conveniente también poner música al baile, ¿no crees?

Antígona dijo...

A ver, Peletero, yo es que creo que con tanta discusión hemos acabado perdiendo la perspectiva –yo misma la primera en las respuestas a tus comentarios después de haberlo señalado en las respuestas a otros comentaristas- de lo que Améry quería plantear. El verdadero enemigo de Améry ya no es la iglesia, sino la psiquiatría y la psicología, que parten, según él, de la premisa incuestionada de que todo suicidario es un enfermo al que es necesario curar, negando así la posibilidad de que alguien en su sano juicio decida abandonar esta vida, de que en ella tengan cabida sentimientos tales como el hastío de la existencia sin ser fruto de una patología. Améry arremete contra y considera un procedimiento de extrema violencia que en determinados países –él no señala cuáles- todo suicida fallido sea automáticamente internado en un psiquiátrico. El libro sugiere, además, sin que esto quede claro en ningún momento, que él ya había intentado suicidarse previamente y despertó tras 30 horas de coma en la habitación de un hospital donde se sintió tratado como una “cosa” a la que había que hacer vivir a toda costa. Una experiencia, por cierto, que califica como una de las más terribles de su vida en cuanto atentado a lo que, supongo, fue ya entonces su libre elección de acabar con todo. De ahí nace, entiendo, el propósito de su reivindicación. Y, por mi parte, soy sensible a tales ataques contra la psiquiatría y la medicina en general, que se han convertido en los últimos tiempos en instancias de poder a las que socialmente se reconoce la legitimidad de intervenir en la vida de los individuos incluso en contra de su voluntad bajo el supuesto de poseer más verdad sobre ellos que ellos mismos.

Que una vez hemos nacido tenemos el derecho a que no nos maten es una cuestión que entre todos los humanos hemos decidido, puesto que los derechos no son más que fruto de una convención y su evolución histórica -¿tenían los niños débiles en Esparta tal derecho?- así lo muestra. Pero me reconocerás que aún no es fruto de una convención unánimemente reconocida que el mero hecho de haber aterrizado en este mundo implique con él la obligación de vivir ni creo que sea posible derivar de él semejante deber desde ninguna perspectiva.

Por otro lado, no creo que sea descabellado plantear que la consideración de la vida como “el” bien supremo que la psiquiatría impone al suicidario a través de sus prácticas sea heredera de la valoración del suicidio como un pecado impuesta durante siglos por la Iglesia. Menos cuando ambas pertenecen a una misma cultura y a una misma tradición, y sumado al factor de que sabemos de la existencia de otras culturas y tradiciones en las que el suicidio jamás tuvo una valoración negativa sino, bien al contrario, positiva.

En cuanto al aborto, sencillamente he dicho que no tengo ninguna necesidad de discutirlo. ¿Y por qué? Porque no tengo propósito alguno de convencer a nadie de lo que pienso sobre él y a mí misma nada me aportaría entrar en una discusión sobre el tema. Así que, ¿qué interés podría tener en discutirlo? De igual modo que no tendría ningún interés en discutir con alguien que lo negara, de no ser que fuera una persona con quien tuviera una especial implicación de algún tipo, que la tierra no es plana.

El humor es siempre bienvenido, claro que sí. Quizá en este contexto no lo había esperado.

Más besos!

Antígona dijo...

Ay, Luzbel, que me había olvidado de usted! Con el miedo que me da estar a malas con el mismísimo príncipe de los infiernos! :P

Genial aquella película de Fernando Fernán Gómez. ¿Con que a usted le gusta que le llamen señorito? Pero qué chapado a la antigua que está...

¿No sabía usted que en Alemania todas las mujeres son Frau (señoras) al cumplir los 18? El Fräulein (señorita) hace ya mucho que lo desterraron. Deberíamos seguir su ejemplo. Pienso. O al menos, yo me siento muy alemana para esto.

Miss.Burton dijo...

A mi me gusta que me llamen señorita, porque cuando me llaman señora, me siento como vieja, ya ves, estupideces de cada uno, estas son las mías.
Señora Antígona, sigue siendo ud un prodigio, diga lo que diga, uno mismo no puede verlo, pero los demás, siempre nos rendimos a sus posts, es mas que evidente.
Y que esta es una buena sala de debate, de libertad de expresión, y que el nivel de los comentarios y sus respuestas, generan mas nivel. Vamos, que para mi es un sitio donde entro, leo, y me alimento. Y salgo mas grande, ó al menos, ud me ha permitido viajar sin moverme del sitio, con sus ideas, con sus palabras, y con el viaje interior al que me he sometido de libre albedrío, por leerla.
Pues eso, que un placer.

Antígona dijo...

Le confesaré, Miss Burton, que a mí también me sienta fatal cuando me llaman señora al atenderme en una tienda :) Pero sigue sin gustarme nada lo de señorita, así que mejor lo dejamos en Antígona a secas y ya está.

Me ruboriza y me alegra a partes iguales todo lo que dice. ¡Ahora no sé qué contestar! Bueno, desde luego, que este blog es lo que es en buena medida gracias a sus lectores, de cuyos comentarios tampoco yo dejo de nutrirme. Disfruto mucho de esta posibilidad de compartir ideas, y, sobre todo, del hecho de que los comentarios siempre me sirven para seguir ahondando en la cuestión planteada y para ampliar las perspectivas con las que, al escribir el post, la había pensado.

Siéntase usted como en su casa y ejercite en ella su libertad de expresión tanto cuanto guste. Siempre será bienvenida.