"Es aterrador cómo las personas son abandonadas, con toda naturalidad y la conciencia absolutamente tranquila de los demás, a unas larguísimas y azarosas horas en las que se da por supuesto que no necesitan nada porque duermen, como si el dormir fuera en efecto lo que han gustado decir tantos literatos: una suspensión de las necesidades vitales, la analogía más próxima de la muerte. Las personas se afanan a veces por comprenderse entre sí, aunque nadie en realidad esté posibilitado para comprender nada -es decir, para ver la totalidad- de lo que existe ni de lo que no existe. Pero al menos hacen como que se afanan, durante el día. En cambio nadie se preocupa, nadie se toma la menor fatiga por comprender nuestro sueño".
Cabe sospechar que el amor de Aquiles por Patroclo no habría pervivido en nuestra memoria a través de los siglos si aquél, además de llorar lastimosamente su muerte, no hubiera osado enfrentarse a Héctor en busca de la venganza que le depararía su propio final. Como cabe igualmente sospechar que la magnitud ejemplar y arquetípica del amor de Penélope hacia Odiseo no hubiera sido ensalzada por la tradición de no haber ella esperado pacientemente su retorno durante veinte largos años, esquivando con inteligente astucia el asedio de sus múltiples pretendientes. Desde tiempos inmemoriales, el discurso oficial sobre el amor proclama que los signos de la verdadera presencia de este sentimiento, los síntomas de su realidad no adulterada, deben encontrarse antes en las acciones que en las palabras, antes en los hechos palpables que en las intenciones. Con él hemos aprendido que el amor no puede sólo ser dicho ni manifestado en el mero propósito de amar. Tiene que ser probado en el terreno del obrar, del acto constatable. Del sacrificio, de la renuncia, de la entrega efectiva. De la hazaña heroica o del simple gesto diario. Y sin embargo, no deja de ser cierto que el sentimiento amoroso también se revela y deja reconocer -ante uno mismo cuando aparece, ante el amado con su declaración- en otro elemento en esencia incompatible con el alcance real de nuestras acciones: el de las intenciones imposibles, el de los deseos hacia el otro de impracticable cumplimiento que experimenta quien ama.
Del protagonista de la novela de Javier Marías "El hombre sentimental", un tenor de nombre desconocido apodado el León de Nápoles y ficticio autor de la reflexión que encabeza este post, apenas si recuerdo más que la conmovedora idea a la que conducen esas palabras que he transcrito: su intención, su deseo, fruto de su sentimiento amoroso, de velar el sueño de la mujer que ama. Quien duerme, piensa el tenor, se halla en su inconsciencia en un estado de desamparo y fragilidad que exige tantas atenciones y cuidados como su vigilia. Por ello se rebela contra la representación, trivialmente asumida, de que la persona que es el otro se interrumpe o termina, deja de existir o se anula, en el momento en que es vencida por el sueño. Una rebeldía de la que emerge el deseo de acompañar a su amada en su sueño, de no abandonarla en ese solitario viaje nocturno que diariamente la traslada a territorios para él inaccesibles. Cada noche, durante dos o tres horas, se esfuerza, vigilante, por comprender su sueño, por comprender a su amada dormida. Animado por la ilusión de que de esta manera también alcanzará a comprenderla, y así a cuidarla y velar por que nada malo le suceda, desde su propio pensamiento dormido, desde su propio sueño. Pero su amada deja con el tiempo de serlo y se casa con otro hombre junto al cual, una noche, morirá mientras duerme. Y al recibir noticia de ello, el tenor se entrega a la idea de que "esa muerte sigilosa, acaecida sin testigos y sin aviso", jamás habría tenido lugar de haber estado él a su lado para velar su sueño.
Me gusta imaginar a este personaje acostado junto a su amada mientras ella duerme. Observándola en silencio. Pendiente de su respiración lenta y acompasada. Atento al posible movimiento de sus pupilas bajo sus párpados cerrados, al más leve espasmo de sus miembros, quizás a las palabras ininteligibles proferidas de cuando en cuando por ella. Tratando de comprender en qué momentos su sueño revela placidez y bienestar, para entonces tan sólo apoyar levemente una mano en su cadera, o rozar su pierna con la suya, con la voluntad de contribuir así a prolongar, a sostener con su ayuda, ese reposo calmo y benéfico. Esforzándose por discernir en qué otros momentos su amada se agita tal vez presa de una pesadilla, y entonces acariciar suavemente su pelo, su espalda si ella duerme de costado, acercar tiernamente su rostro al de ella, rodearla con su abrazo en la oscuridad, o incluso despertarla con la máxima suavidad y dulzura en un intento de protegerla de los miedos, de los fantasmas que se han apoderado de su inconsciencia.
Pero al hilo de esa fantasía se me impone a su vez la imagen del instante en que él mismo comienza a sentir el cansancio, la pesadez en sus párpados, la progresiva blandura de sus miembros. El instante en que sus fuerzas y su empeño lo abandonan, abandonándola a ella al desamparo y la fragilidad de su sueño, al reposo plácido o al espanto de sus fantasmas. El instante en que se rinde por fin al asalto de Morfeo e inicia su propio viaje solitario en la penumbra del que habrá de regresar con su despertar a la mañana siguiente. E imagino que con ese mismo despertar le invade una terrible sensación de fracaso, de impotencia, por no haber sido capaz de velar la totalidad de su sueño, por haberla olvidado durante las horas en que él dormía. Y quizá, junto a esa sensación, la horrible certeza, más tarde encubierta en su recuerdo por el autoengaño que propicia el transcurrir del tiempo, de que su amada podría haber muerto en el margen de esas horas y él no habría podido cuidarla, atenderla, protegerla, en esos últimos minutos de su vida.
Velar el sueño de quien amamos, noche tras noche, hora tras hora, es una quimera imposible para nuestras humanas limitaciones. Un deseo impracticable en el orden de nuestra naturaleza finita. Lo son también otros muchos deseos, otras muchas intenciones: apartar al otro del dolor y el sufrimiento; sustentarlo como una base de tierra firme hasta en sus más abisales pensamientos; resguardarlo de las agresiones a las nos expone el mundo; incluso librarlo del íntimo reducto de soledad inquebrantable, inagotable, con el que todos cargamos en lo más profundo de nuestros corazones. Y no obstante, estoy convencida de que, más allá de nuestros actos, es también en esas intenciones imposibles, así como en la inevitable asunción del fracaso que la mera perspectiva de su realización comporta, donde con más intensidad se hace patente la especificidad del sentimiento amoroso y de la voluntad de amar que lo acompaña. Porque lo característico de esa voluntad de amar es pretender, con auténtica desesperación, saltar por encima de sus mismos límites. Anhelar ferozmente trascenderlos y exasperarse ante su finitud y sus múltiples impotencias.
Desear velar el sueño del otro no es, por tanto, tan sólo una absurda declaración de intenciones imposibles. Es más bien una de tantas absurdas declaraciones de intenciones imposibles a través de las cuales brilla con toda su pureza y gravedad ese sentimiento que, cuando la vida tiene a bien regalárnoslo, nos tiende y nos inclina absolutamente hacia el otro.
Del protagonista de la novela de Javier Marías "El hombre sentimental", un tenor de nombre desconocido apodado el León de Nápoles y ficticio autor de la reflexión que encabeza este post, apenas si recuerdo más que la conmovedora idea a la que conducen esas palabras que he transcrito: su intención, su deseo, fruto de su sentimiento amoroso, de velar el sueño de la mujer que ama. Quien duerme, piensa el tenor, se halla en su inconsciencia en un estado de desamparo y fragilidad que exige tantas atenciones y cuidados como su vigilia. Por ello se rebela contra la representación, trivialmente asumida, de que la persona que es el otro se interrumpe o termina, deja de existir o se anula, en el momento en que es vencida por el sueño. Una rebeldía de la que emerge el deseo de acompañar a su amada en su sueño, de no abandonarla en ese solitario viaje nocturno que diariamente la traslada a territorios para él inaccesibles. Cada noche, durante dos o tres horas, se esfuerza, vigilante, por comprender su sueño, por comprender a su amada dormida. Animado por la ilusión de que de esta manera también alcanzará a comprenderla, y así a cuidarla y velar por que nada malo le suceda, desde su propio pensamiento dormido, desde su propio sueño. Pero su amada deja con el tiempo de serlo y se casa con otro hombre junto al cual, una noche, morirá mientras duerme. Y al recibir noticia de ello, el tenor se entrega a la idea de que "esa muerte sigilosa, acaecida sin testigos y sin aviso", jamás habría tenido lugar de haber estado él a su lado para velar su sueño.
Me gusta imaginar a este personaje acostado junto a su amada mientras ella duerme. Observándola en silencio. Pendiente de su respiración lenta y acompasada. Atento al posible movimiento de sus pupilas bajo sus párpados cerrados, al más leve espasmo de sus miembros, quizás a las palabras ininteligibles proferidas de cuando en cuando por ella. Tratando de comprender en qué momentos su sueño revela placidez y bienestar, para entonces tan sólo apoyar levemente una mano en su cadera, o rozar su pierna con la suya, con la voluntad de contribuir así a prolongar, a sostener con su ayuda, ese reposo calmo y benéfico. Esforzándose por discernir en qué otros momentos su amada se agita tal vez presa de una pesadilla, y entonces acariciar suavemente su pelo, su espalda si ella duerme de costado, acercar tiernamente su rostro al de ella, rodearla con su abrazo en la oscuridad, o incluso despertarla con la máxima suavidad y dulzura en un intento de protegerla de los miedos, de los fantasmas que se han apoderado de su inconsciencia.
Pero al hilo de esa fantasía se me impone a su vez la imagen del instante en que él mismo comienza a sentir el cansancio, la pesadez en sus párpados, la progresiva blandura de sus miembros. El instante en que sus fuerzas y su empeño lo abandonan, abandonándola a ella al desamparo y la fragilidad de su sueño, al reposo plácido o al espanto de sus fantasmas. El instante en que se rinde por fin al asalto de Morfeo e inicia su propio viaje solitario en la penumbra del que habrá de regresar con su despertar a la mañana siguiente. E imagino que con ese mismo despertar le invade una terrible sensación de fracaso, de impotencia, por no haber sido capaz de velar la totalidad de su sueño, por haberla olvidado durante las horas en que él dormía. Y quizá, junto a esa sensación, la horrible certeza, más tarde encubierta en su recuerdo por el autoengaño que propicia el transcurrir del tiempo, de que su amada podría haber muerto en el margen de esas horas y él no habría podido cuidarla, atenderla, protegerla, en esos últimos minutos de su vida.
Velar el sueño de quien amamos, noche tras noche, hora tras hora, es una quimera imposible para nuestras humanas limitaciones. Un deseo impracticable en el orden de nuestra naturaleza finita. Lo son también otros muchos deseos, otras muchas intenciones: apartar al otro del dolor y el sufrimiento; sustentarlo como una base de tierra firme hasta en sus más abisales pensamientos; resguardarlo de las agresiones a las nos expone el mundo; incluso librarlo del íntimo reducto de soledad inquebrantable, inagotable, con el que todos cargamos en lo más profundo de nuestros corazones. Y no obstante, estoy convencida de que, más allá de nuestros actos, es también en esas intenciones imposibles, así como en la inevitable asunción del fracaso que la mera perspectiva de su realización comporta, donde con más intensidad se hace patente la especificidad del sentimiento amoroso y de la voluntad de amar que lo acompaña. Porque lo característico de esa voluntad de amar es pretender, con auténtica desesperación, saltar por encima de sus mismos límites. Anhelar ferozmente trascenderlos y exasperarse ante su finitud y sus múltiples impotencias.
Desear velar el sueño del otro no es, por tanto, tan sólo una absurda declaración de intenciones imposibles. Es más bien una de tantas absurdas declaraciones de intenciones imposibles a través de las cuales brilla con toda su pureza y gravedad ese sentimiento que, cuando la vida tiene a bien regalárnoslo, nos tiende y nos inclina absolutamente hacia el otro.
20 comentarios:
Ella, en cambio, seguramente ni se plantearía velar el sueño de él. Así acabó con otro. Las relaciones de pareja con amor unilateral y unidireccional no funcionan. El tenor no supo ver, en su desesperada pasión, tal vez también inexperiencia, "ceguera de amor", que también él tendría que haber sido receptor de tan preciosos cuidados. Habrían tenido que ser una pareja de insomnes, al menos en intención.
Pero supongo que esto es ya meterse en otro tema...
¡Feliz finde, Antígona!
Jo... yo me conformaría con que no me lo desvelasen. El sueño, digo.
Una servidora, insomne de cuarta hora desde hace varios años, pasa largas horas contemplando el sueño de su contrario, creyendo protegerlo contra todo tipo de dragones, vampiros y monstruos variados, cultivando un curioso instinto de protección hacia quien, en la vigilia, es sujeto protector de primer orden. Conozco cada centímetro cuadrado de su persona, detalle a detalle, fruto de la contemplación. Él no tiene ni idea de lo que te estoy contando.
Una, en su soberbia, cree que puede hacer algo en esa contemplación, y lo único que consigue es acabar pensando: coño, y por qué yo no puedo dormir así de bien??
No sé si me han velado el sueño alguna vez. Supongo que debe ser todo un halago, aunque a estas alturas sólo pido que no me desvelen, y lo repito, por si hay suerte y recupero aquel maravilloso vicio de planchar la oreja siete horas seguidas.
Un beso, guapa.
Aquí las que velan, velan, son la madres. Las hay que no, claro, pero si hay un tipo de amor unilateral (como dice Dusch) capaz de velar y desvelarse por otro es el de las madres.
Muy bonito post
JJ
Hola Antígona,
Después de leerte y estar de acuerdo con JJ me viene a la cabeza una sola realidad: hacer en vida y en estado de vigíla todo aquello que deseamos.
Durante el sueño y cuando ya no estemos , solo la imaginación y los buenos deseos perduran.
La realidad es presente y está despierta.
saludos!
Me ha emocionado mucho tu post de hoy. Imaginando a un señorcaballero velando mi sueño, por fin descansando de todo, porque alguien me cuidará y protegerá siempre. Algo que no me llegó a pasar nunca...
Hace mucho tiempo, una de mis mejores amigas se echó un novio jovencito, teniendo en cuenta nuestros treintaytantos, el chico tendría sus venticinco. Y me contaba ella, que él pasaba sus noches mirándola, y que al día siguiente, la contaba si se agitaba en sueños, si respiraba de una u otra manera, casi podía hasta decirla lo que pasaba por su cabeza. Y así se pasaba los fines de semana que la veía, porque de ser de continuo, supongo hubiera sido matador para el tipo, el no dormir nada. Y soñé siempre con eso, como soñé como muchas otras cosas que luego se truncaron.
Sí, tiene que ser bonito. Y también tiene que ser muy bonito tener ese regalo del que hablas, el amor del otro, y que sea coherente, y los hechos vayan antes que las palabras, y los deseos del uno y del otro, aún distintos, sintonicen en perfecta armonía.
...
Me ha gustado mucho, Antígona, sí, desear velar el sueño del otro es algo casi imposible físicamente, pero la verdad es que la intención es hermosa, y si va acompañada de unas cuantas noches de velado de ese... ya sería la bomba¡
Un beso fuerte, me encantó verte, aunque habláramos poco, no dió tiempo a nada. Nos vemos pronto, y para lo que necesites, aquí esta tu amiga la todoterreno que igual te hace mudanza, que te lleva donde sea, que teeeee...loquemepidas, somamja¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
En efecto, Dusch, ella no sólo no se lo planteaba sino que le daba la espalda todas las noches, desentendiéndose totalmente de su sueño. Y al final el León de Nápoles se cansó y se enamoró de otra. Aunque contarlo así es demasiado simple, me temo. Según cuenta el tenor, eran más los aspectos de la relación que fallaban entre ellos. Y no es que el tener no viera que también merecía ser objeto de esas atenciones nocturnas. Antes bien, las deseaba y le irritaba que ella considerara que, por estar dormido, no las necesitaba.
No es mala solución lo de la pareja de insomnes. Pero sospecho que como se empeñaran demasiado en mantenerlo para poder velarse mutuamente, ambos iban a durar muy poco o a acabar velando sus respectivos sueños en un manicomio ;)
Espero que hayas tenido un buen finde, Dusch.
Un gran beso!
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Jajaja, Tormento, a mí no hay quien me desvele tan fácilmente, así que no me voy a conformar con tan poco :P
Una vez caigo, caigo y es difícil que se me despierte. Pero, como tú, sufro recurrentemente de insomnio y conozco perfectamente eso que cuentas de la contemplación del sueño del contrario, de estar atenta a su respiración por si acaso se detiene, el sentir cómo se despiertan esos instintos de protección. Pero después de unas cuantas noches y ya con el insomnio y el cansancio acumulado pesando me pasa también lo mismo que a ti. Acaba no siendo agradable notar cómo el otro duerme como un tronco mientras tú tratas de contar ovejas a ver si ya de una puñetera vez viene el sueño. Así que prefiero levantarme e irme a leer un libro para no acabar generando más ansiedad.
Estoy segura de que sí han velado tu sueño alguna vez. Aunque sólo haya sido en los minutos previos a que tu contrario se durmiera mientras tú ya estabas en brazos de Morfeo. Nadie que esté enamorado se resiste a contemplar, por breve que sea el tiempo, cómo el otro duerme y gozar así del privilegio de asistir a una parte, a un estado de su persona que también dice mucho de nosotros mismos.
Un besazo!
Bueno, JJ, pero ni tan siquiera las madres pueden velar el sueño de todas y cada una de las noches de sus retoños, por más que lo deseen. Las humanas limitaciones también conciernen a su amor. Así que no son ajenas a la imposibilidad de realizar lo que en el fondo desean para sus hijos.
Gracias, majo ;)
Un beso!
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Tienes razón, Joana. Es cuando estamos despiertos, en la vigilia, cuando realmente podemos hacernos cargo de nuestras decisiones, cuando verdaderamente podemos ser consecuentes con nuestra voluntad de amar. Pero, ¿quién sabe? A mí alguna que otra vez me han despertado de una pesadilla, porque la otra persona había intuido, quien sabe si incluso en medio de su sueño, como pretendía el tenor, que lo estaba pasando mal. Y la verdad es que lo he agradecido. Quizá podamos hacer en nuestro sueño más cosas de las que nos pensamos capaces.
Gracias por tu visita y un saludo!
Me encantan esas absurdas declaraciones de intenciones imposibles .
(yo las creeria a pies juntillas y me dormiria tranquila ) .
Besos
Delirium, es que creo que esa imagen de alguien velando nuestro sueño resulta realmente reconfortante, porque nos hace sentir protegidos hasta en ese estado de vulnerabilidad que es el sueño. De niños era por la noche cuando sentíamos miedo, miedo de que algún monstruo o bruja saliera de debajo de la cama mientras dormíamos. Las personas suelen temer también la entrada de algún criminal en sus casas durante la noche que les haga daño mientras duermen. Tácitamente, reconocemos que es en esa inconsciencia cuando más frágiles somos, cuando más expuestos estamos, dada nuestra incapacidad de reacción. Por eso, me parece que la idea de alguien que nos cuide mientras dormimos nos conmueve y emociona más incluso que la de que nos cuiden cuando estamos despiertos, que es cuando podemos hacerlo por nosotros mismos o incluso cuando no toleramos que los otros nos cuiden más allá de ciertos límites.
Caray, bonita esa historia que has traído aquí. Pese a que te doy completamente la razón: de haber querido hacerlo el chico todos los días, o bien no hubiera tenido más remedio que asumir el fracaso, o bien la historia hubiera tenido un final bastante más lúgubre.
El amor tiene muchos requisitos y exigencias, Delirium. Por eso es tan difícil que aparezca en la vida de uno y que perdure en el tiempo. Y supongo que una de ellas es también aquello que dice el dicho de que “obras son amores y no buenas razones”. Independientemente de que yo haya querido centrar el post en esas intenciones imposibles de cumplir que delatan la existencia del sentimiento amoroso, en el campo de lo posible el amor no puede quedarse en una mera declaración de intenciones o en promesas incumplidas. Dentro de los límites de nuestras posibilidades, las promesas, los propósitos, deben hacerse efectivos. De lo contrario, no será extraño que dudemos del amor de la otra persona, o que sintamos que nos es capaz de hacer por nosotros aquello que nos ofrece o promete. Las intenciones incumplidas siempre engendran decepciones. Y éstas pueden acabar minando la imagen que tenemos de la otra persona y en última instancia la relación de pareja.
Yo también me alegré mucho de verte y espero que disfrutaras de la obra, Delirium, aunque te doy la razón en que tuvimos poco tiempo para hablar, por las circunstancias del encuentro. Nos vemos pronto, sí, tan pronto como pueda ser, y muchas gracias por el ofrecimiento, maja, eres un derroche de generosidad poco común.
Un beso enorme!
Casilda, ¡que nos hemos cruzado! Y además exactamente en el mismo minuto, que eso tiene más mérito :)
A mí también me gustan, sobre todo porque a mis ojos su surgimiento, cuando soy yo quien las dice o sencillamente las piensa, es uno de los signos más evidentes de que me he enamorado o del amor que empiezo a profesarle a alguien. Y eso no es algo que me haya ocurrido tantas veces en mi vida, pero que nunca dejaré de celebrar cuando sucede.
Y si es el otro quien proclama intenciones como ésta de velar mi sueño, creo que también le creería a pies juntillas. Sólo quien está enamorado es capaz de proponerse cosas tan absurdas y poco prácticas ;)
Besos
A mí también me gusta el absurdo de muchas intenciones cuando se habla de amor. Yo creo que he velado más que me hayan velado, porque duermo mal y tengo malos rollos durante el sueño. Pero es cierto que mirando al otro mientras duerme te sientes más reconfortado, más seguro de tu fortaleza frente a la adversidad y la indefensión del otro. Me pasó con mi hija de muy pequeña, dormía tan poco que cuando lo hacía me parecía que no era normal, que le pasaba algo y había que vigilarla.
Es precioso lo que has escrito, y me hace reflexionar en torno a cuáles son las señales del amor.
UN besote (aquí andamos en alerta escarlata, unos 48 a las cuatro de la tarde camino del mercadona, uf)
Desde luego, doctora Antígona, el amor se vive, y es una actitud ante nosotros mismos y ante el objeto amado. Amar es dar, y el sueño del objeto amado, su ausencia vital, no tiene por qué ser un obstáculo para seguir dando.
La necesidad de dar enloquece, en cierta medida, a quien ama, y su ser en el mundo se explica por su condición, por su falta de conciencia de la realidad, de lo que es factible y de lo que no lo es. Es inevitable.
O, como decía Hamlet, “Así la conciencia hace de todos nosotros unos cobardes; y así los primitivos matices de la resolución desmayan bajo los pálidos toques del pensamiento, y las empresas de mayores alientos e importancia, por esa consideración, tuercen su curso y dejan de tener nombre de acción”.
Besos, doctora Antígona!
Un besazo, guapaaaaaaaaaaa¡¡¡¡¡¡¡¡¡
Cada vez que leo tus respuestas, veo lo mismo, siempre llevo a mi terreno todo lo que leo, siempreeeeeeeeeeee¡¡¡ Joder, y me viene de puta madre que me digas, que no... que hay diferentes lecturas, que yo siempre lo pillo por mi lado... Deformaciónprofesional...ya la tengo, a estas alturas, profesional por no decirte personal, tu me entiendes...
Que me voy a dormir, sin nadie que vele mi sueño, pero oye, tranquila de saber que si así fuera, igual estaba vendida, ya sabes, que muchos son de cobrarse los favores, a esta altura de la vida. Sí, el amor cmo un negocio... te sorprenderías de la gente que conozco que ya lo ve así...
Que descanses, que desconectes, y que sepas, que en Madriz, tienes una generosa que a cambio de un fanta de limón, te trae la luna a casa.
BSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
Ichiara, supongo que el amor, cuando es de verdad, tiene ese carácter de lo absoluto que lo hace tan proclive al absurdo en relación a lo que realmente somos capaces de hacer. Una frase que siempre me ha llamado la atención y que, no sé por qué, tengo asociada a películas de sobremesa de las malas, es ésa que proclama un amante a su objeto amado o un padre/madre a su hijo: “Te prometo que todo irá bien”, por ejemplo, ante una situación de peligro o alguna circunstancia catastrófica. ¿Se puede decir algo más absurdo? Sin embargo, más absurdo, o más estúpido, sería replicar ante una frase así: ¿Pero cómo puedes prometer eso? Porque quien replicara de esta manera no habría entendido nada de lo que significa querer y desear proteger o aliviar al otro de sus temores.
Los signos del amor son muchos y tal vez algunos muy subjetivos. Pero estoy segura de que hay muchos otros que son también compartidos y que forman parte de un imaginario, si no universal, si común dentro de una misma cultura. Si no recuerdo mal, Roland Barthes lo analiza muy bien y con bastante ironía en ese libro suyo que se llama “Fragmentos de un discurso amoroso”. Lo tengo que revisar un día de estos.
Un beso grande y a ver si sobrevivimos al calor!
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Claro que el amor se vive, doctor Lagarto. Es más, diría que es el estado mental y emocional que más vivos nos hace sentir, y cuando surge nos atraviesa de un lado a otro y media en cada uno de nuestros pensamientos, en cada uno de nuestros actos. Si Wittgenstein dijo una vez que “el mundo del hombre feliz es otro que el del infeliz”, yo me atrevería a decir que el mundo del enamorado o del amante es otro que el de quien no ama.
Esa voluntad de dar más allá de nuestros propios límites es, a mi entender, uno de los signos más preclaros del amor, hasta el punto de que si uno descubre que esa voluntad nunca se ha presentado o ha acabado desapareciendo con el tiempo, o bien es que nunca ha estado enamorado, o bien es que su amor ha sido víctima del desgaste o la pérdida de la ilusión. Lo que no creo es que quien ama no sea consciente de lo que es factible y de lo que no en su locura por dar. Yo más bien diría que esa conciencia no desaparece en ningún momento y acompaña en continuo contraste al deseo de darlo todo, incluso lo que no se deja dar. Por eso no hay amor sin dolor, por eso no hay querer alguno que no se sufra de una manera u otra. Pero ese dolor que se soporta y resiste con toda la fuerza y la ilusión del amor es lo que hace de este sentimiento algo tan grande y poderoso.
Puede que, como dice Hamlet, la conciencia haga de nosotros unos cobardes. Pero por suerte no somos sólo conciencia y bien podemos también dejar a un lado sus advertencias o convivir con ellas en conflicto mientras nos entregamos a esa empresa de gran aliento e importancia que es el amor.
Le veo a usted muy erudito, citando a Shakespeare :P Pero que conste que me ha encantado que trajera sus palabras a este espacio :)
Un beso, doctor Lagarto!
Delirium, lo cierto es que mi respuesta venía suscitada por tus propias palabras, cuando en tu primer comentario decías eso de que “tiene que ser muy bonito tener ese regalo del que hablas, el amor del otro, y que sea coherente, y los hechos vayan antes que las palabras, y los deseos del uno y del otro, aún distintos, sintonicen en perfecta armonía”. Así que no te estaba planteando ningún “que no”, sino más bien dándote la razón y reforzando tus propias palabras, porque creo que el amor debe tener ambos ingredientes, el de las intenciones imposibles y el de las intenciones cumplidas, y si falta alguno de ellos entonces hay que poner en duda ese amor que decimos sentir o que alguien dice sentir por nosotros. Y esto lo sabías tú perfectamente antes de leer mi post y no me ha parecido que estuvieras llevando nada a tu propio terreno.
Me parece tremendamente triste esa visión del amor como un negocio. También yo conozco gente que se plantea así la vida, aun cuando quizá no sea del todo consciente o nunca llegara a reconocérselo ante sí misma. Pero es que somos egoístas y no tratar al otro como un medio sino como un fin en sí mismo requiere de un tremendo esfuerzo diario, de un debate constante con los propios impulsos egoístas y, sobre todo, de tener bien claro qué nos enriquece y nos hace crecer y qué nos degrada. Ojalá nunca caigamos en esa degradación.
Pero ya seguiremos hablando sobre el tema delante de una fanta de limón :)
Un beso enorme, guapa!
Curioso es para mí caer en este tu último post por que precisamente ayer hablaba con un amigo de esto del sueño, y de si dormimos o no a pierna suelta según en que circunstancias.
El caso es que cuando dormimos estamos desprotegidos, y da igual que tengamos o no bajo la cama el machete, la pistola o el nunchaku, si alguien puede acercarse subrepticiamente hasta ponerse en situación de dañarnos.
El caso es también que no tengo puerta blindada, ni barrotes en las ventanas, y el viernes cuando volví a casa sobre las 15 horas (volvía de amanecida, claro) crucé unas palabras con mi amigo R, que lleva unos días en casa, me senté en la cama y caí, bruscamente, de costado. Y ayer entonces hablábamos sobre ello, y ante su relato de cómo había quedado dormido no quedaba más que una explicación: Sabiéndolo cerca me sentía perfectamente seguro. Efectivamente dormí una cuantas horas, mientras él andaba arreglando el solar, y sólo marchó a hacer sus cosas cuando Diógenes-Rubio tomó el relevo y se acostó en la cama pegado a mí.
Diógenes, con quien viajé todo un año por esos mundos de Dios, pasando cada noche en un lugar distinto. Y durmiendo yo excelentemente, con sueño profundo y reparador, gracias a dos circunstancias. La primera que cada sitio elegido para dormir era seguro, normalmente bien separado de los humanos (que son los peores asesinos de la naturaleza) por espacios abiertos u obstáculos físicos. Y la segunda que mi amigo y compañero se acostaba pegado a mí, y pasaba la noche en un duermevela atento, con reposo físico pero todos sus sentidos aguzados; y cualquier signo de peligro producía en él una vibración gruñística que me permitía despertarme con tiempo suficiente para hacerle frente en un estado de perfecta alerta, con todas mis capacidades al máximo.
De día pasaba al revés, y cuando le entraba el sueño y no caminábamos mi amigo dormía a pierna suelta, seguro de que yo velaba su sueño, y sólo podían despertarlo mi mano o mi voz avisándole de que nos movíamos o el olor de una hembra en celo que pasara cerca.
Mmm, todo esto me hace pensar en Lady Halcón, como metáfora exacerbada del amor velador-de-sueños, película en la que por el día ella es halcón y él enamorado vela su ensueño volador y ella se acurruca en su hombro o se aferra a su puño de cuero, y por la noche él es lobo y camina rozando los muslos de ella o se interna en la selva mientras ella vela su ensueño rondador.
¡Tormento! que no me duermes nada cachis la mar! como te coja se te iban a acabar todas las tonterías rápido!
Una manada bien equilibrada de cuatro o cinco perros alrededor y en cuanto te sintieras integrada se acababan las tonterías, no te iba a despertar ni un terremoto...
Me parece muy ilustrativo todo lo que cuentas, Huelladeperro, quizás más aún porque no recuerdo ahora ninguna circunstancia en que no lograra dormir por una sensación de desprotección frente a lo exterior, frente a una posible agresión externa. Me temo que mis insomnios se pueden deber más a que me siento desprotegida frente a posibles agresiones internas, es decir, provenientes de mí misma (pesadillas, malos sueños…), o simplemente a que no consigo detener la centrifugadora de mi cabeza, que a peligros del mundo exterior. Y sí recuerdo una época especialmente terrible de mi vida en que tenía miedo a dormirme por si moría durante el sueño, tal y como le sucede al personaje de la novela de Marías. Pero por suerte hace ya mucho de aquello y no me ha vuelto a suceder.
Pero, claro, también es verdad que nunca he vivido experiencias como las que cuentas, en las que haya tenido que dormir fuera del resguardo de una casa o de algún entorno que me inspirara confianza. O será también que soy una persona confiada, porque ahora me viene a la cabeza que de joven dormí en varias ocasiones en aeropuertos, en autobuses o trenes, totalmente sola, y siempre solía dormir a rienda suelta. Ay, juventud, divino tesoro!
Bonito lo que cuentas de ese guardián de tu sueño que es Diógenes. Y además, mucho más eficiente que cualquier humano, dónde va a parar. Supongo que en ellos la intención, cumplida a diferencia de la nuestra, de velar el sueño de sus amos es también un acto de amor, aunque lo sea a la manera perruna, animal, que nunca llegaremos a comprender del todo.
Tienes razón en lo que dices de Lady Halcón. Pero no hay que olvidar la situación trágica que ambos personajes viven en ese poder velar el sueño del otro, consecuencia de una separación que sólo desean abolir. Hay que asumir que velar el sueño del otro significa no poder vivir despierto junto a él, y dado que seguimos prefiriendo lo segundo a lo primero, no nos cabe otra que aceptar la inevitable renuncia y convivir con la contradicción que existe entre nuestros deseos de absoluto en el amor y la imposibilidad material de llevarlos a cabo. Nunca dejará de sorprenderme lo complicados que somos los humanos, capaces de producir deseos de esta índole y de sufrir por no poder realizarlos.
Un beso!
¡Te querré siempre!; ¡Jamás te olvidaré!; ¡no podría vivir sin ti!; este tipo de frases atienden al mismo patrón: buscan en la grandilocuencia una aproximación que defina el sentimiento que el otro anima en nosotros, ya que somos conscientes de no poder cuantificarlo.
Podríamos adscribir estas declaraciones de aspiración eterna al apartado: "lo que vale es la intención", porque no andamos en condiciones de ser objetivos en nuestra deliciosa borrachera.
Ver dormir a quien se ama es un delicioso entretenimiento de insomnios puntuales; me parece no obstante una práctica de riesgo el velarlo permanentemente, por el aspecto que presentaremos a la mañana siguiente, y por la posibilidad de que en su sueño, se produzcan manifestaciones que habremos de malinterpretar con casi total seguridad.
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