viernes, 10 de julio de 2009

La memoria perdida de las cosas


Sólo en apariencia habitamos nosotras, esas que llamas propiamente tus cosas, como seres callados e inertes en el espacio finito que arropa tus movimientos. Seres inanimados que adhieres a voluntad a tus manos, a tu piel; a tus ojos o a tu nuca si decoramos el escenario del transcurrir doméstico de tus días. Semejantes en nuestro silencio a animales dormidos en la quietud de un bosque nocturno. Confundidas en nuestro letargo con los arbustos de los variopintos objetos de paso, con el follaje de los anodinos útiles reemplazables, con la hojarasca de los enseres que nunca merecerán calificarse de tuyos. Pues de ellos nos distingue, lo sabes bien, la voz que en cada una de nosotras se oculta. Una voz dotada en cada caso de un timbre característico, de un tono y ritmo singulares, por donde fluyen palabras que sólo a ti te interpelan.

Nada más evidente que nuestra natural tendencia a permanecer mudas, o a hablar con apenas un ligero murmullo mientras te deslizas cotidianamente por entre nosotras sin reparar siquiera en nuestra discreta presencia, cuando el hábito te lleva a cogernos y soltarnos en ademanes rutinarios, a mirarnos sin vernos sobre las paredes que te envuelven. Pero la experiencia te ha enseñado que hay ocasiones propicias para que nuestra voz se torne perfectamente audible. Basta quizás una mañana lluviosa de domingo, el indolente vagar por las habitaciones sin más rumbo que el regido por la maraña de tus pensamientos, y el abrir como al descuido un cajón sin propósito definido. Entre tus dedos aparece aquella antigua libreta llena de garabatos, aquel llavero ajado por el uso. Y entonces escuchas, tus pupilas detenidas sobre nosotras, nuestro suave parloteo.

Sin embargo, nuestras voces se hacen oír con plena intensidad allí donde las reglas fijas de la geometría te obligan al recuento y al descarte, a la toma de conciencia de lo que somos, valemos o representamos, a la inevitable disyuntiva entre la ley de la conservación y el abandono. La intensidad se verá además redoblada y llegará a convertirse en un sinfónico clamor de voces, entreverado de exigencias y demandas, si quieren los avatares del destino que debas someternos a un escrupuloso proceso de criba: determinar quiénes de entre nosotras serán las afortunadas, las elegidas, que habrán de desplazarse de sus acostumbrados lugares de reposo para emprender contigo la andadura definitiva hacia otros parajes.

Porque, pese a las distintas figuras y virtualidades de nuestra colorida multiplicidad, una sustancia común nos alía: ser los pozos rocosos de las aguas de tu memoria, los depósitos tangibles para el abrigo de tus recuerdos. Al tiempo, la prueba material de tu existencia pretérita, el cuerpo físico donde se alberga, más allá del poder evocador de la vigilia y el sueño, la impronta incuestionable de la realidad del camino recorrido, del tiempo transcurrido sobre tu coronilla. Sobre nuestra superficie se ha ido escribiendo el texto de caracteres invisibles que nuestras palabras descifran y recitan. La historia que nuestras voces narran, e incluso a veces cantan. Se trata del texto, la historia, la narración de tu propia vida. Palpa nuestra forma y te hablaremos de aquellos largos meses de congoja y desesperación. Sopésanos sobre tu palma y escucharás las risas alegres de una tarde otoñal. Fija en nosotras tus ojos y te admirarás de nuevo ante aquella noche juvenil rasgada por los dedos luminosos de la aurora boreal. Nuestras palabras-tijera recortarán en el aire una ventana por la que asistirás, como en un teatrillo, a la representación de un fragmento, de una escena, de una etapa o un simple instante de tu biografía. Por ella percibirás otra vez el aroma del hogar infantil, o respirarás el distante verdor de aquellas montañas que tanto amaste. Por haberte acompañado durante un tramo de tu trayectoria, por haber formado parte de los acontecimientos que año a año moldearon tus huesos, gozamos del raro privilegio de poder entonar al menos un segmento del canto que define eso que ahora eres.

¿Entiendes entonces por qué nos resistimos con tozudez a ser abandonadas? ¿Por qué nuestros lamentos se confunden con los tuyos ante la mera idea del desprendimiento? Con cada una de nosotras te desharás del anzuelo de ese pedazo de ti mismo que quedó atrapado entre nuestros pliegues. En el momento en que nos deseches, desnudarás el recuerdo que abrigamos dejándolo a la intemperie, inerme, sometido a los caprichos azarosos del misterio de tu mente. Ya proclive a hundirse, en el naufragio de su soporte, en la nada del olvido. Por eso, en tus espacios nunca cesaremos de reclamar nuestro lugar, idéntico a la posible pervivencia, a la salvación en tu memoria de aquellos pocos hilos del tapiz que te dibuja que una vez contribuimos a tejer. Por eso mismo, la perspectiva de nuestro abandono te llevará sin remedio a imaginarnos tristes, huérfanas, desamparadas. A compartir con nosotras esa tristeza, si del vínculo de la memoria nace la ligadura del amor, del afecto que en virtud de esa memoria salvífica nos profesas.

No creas que somos incapaces de comprender qué gravoso lastre suponemos. Que desconocemos la imposibilidad de cabalgar todas juntas sobre tu lomo mientras te esfuerzas por lanzar un pie hacia adelante. No sería difícil en ese caso augurar el tropiezo, la caída que te hiciera morder el polvo bajo nuestro peso. Y sin embargo, nuestra sustancia material, corpórea, palpable, se compadece mal con la necesidad del vacío. De ese vacío de la desmemoria imprescindible para el aparecer de nuevas cosas sobre las que ir germinando nuevos recuerdos. Lo intuimos de lejos y nos asusta. Quién sabe si tanto como te asusta a ti mismo.

El título de este post es un descarado robo del que encabezaba un libro publicado hace mil años por Eugenio Trías. Del contenido del libro poco se ha salvado en mi memoria. Del título, nunca he conseguido olvidarme.

17 comentarios:

Isabel chiara dijo...

Muy bella la entrada y muy bien robado el título, la memoria perdida de las cosas.

Las cosas que amamos, que no dejan de tener una naturaleza épica, conforman el relato de un pasado de glorias y miserias que nuestra memoria clasifica y ordena otorgándoles el carácter heroico de ser y de estar.

Pero, ay, echando mano de Trías, también las cosas se mueven en un terreno fronterizo porque caminan con nosotros, y son maleables a nuestros límites, a nuestro vértigo, al arraigo que se puede quebrar en cualquier momento.

Todos coleccionamos cosas, no por afán de atesorar, sino porque ellas nos confirman nuestro paso por el mundo.

No he leído mucho a Trías, sólo lo bello y lo siniestro, pero hace tanto tiempo que me ocurre igual, la memoria pasó de largo, pese a tener la constancia física en papel.

Yo no sé qué sería de mí sin mis cosas.

Un besote

Arcángel Mirón dijo...

Antígona, ¿viste la película "La seguridad de los objetos"? Tu post me la recordó.

Un abrazo.

Miss.Burton dijo...

Iba a mudarme, ya no hace falta... te explicaré cuando te vea... y leí tu post. Fué como una revelación, justamente cuando me disponía a hacer cajas con todos esas cosas llenas de recuerdos, metidas en ellas, me di cuenta, del exagerado apego que había tenido a muchas de esas cosas, y como el callo que ya tengo del día a día jodido, me había hecho despegarme de casi todas ellas. Reemplazarlas. Quería haberme mudado con todos mis libros, pero hice limpia con la mitad, y no me costó apenas nada dejarlos a la vista en un contenedor donde volaron. Quería haberme quedado todas mis camisetas, cada una lleva un sello, una noche especial, un día fatal que superé... y bueno, doné casi todas a las hermanitas mías... y me encontré pensando, que bastantes cosas tenía en la cabeza, para intentar no prescindir de las materiales que poco o nada podían hacer ya por mi.
Y ahora me he vuelto una burra que apenas coge apego a las cosas, porque, como a algunas personas, a veces, es necesario despegarse de todo por salud mental. Y no quiero que las camisetas también me hagan sufrir, tu me entiendes....
No imagino a mis cosas tristes, noooooooooo, las imagino felicísimas, por tener nuevos dueños que quizás sí le den el valor nuevo que yo ya les había caducado.
Y sí... es dificil, pero ya te digo, a estas alturas de la vida, creo que con mi portatil, las bragas y el movil, me basta. Ah, sí, y unos vaqueros y una camiseta, coño¡¡¡¡¡
Un besazo fuerte, la verdad es que es precioso el post, esas cosas hablando con vida propia....

Antón Abad dijo...

Nadie lo cuenta como Ud.; parece mentira que se esté refiriendo a esa biblioteca universal de cachivaches que ha ido creciendo con el tiempo. Las cinco primeras mudanzas fueron más bien sencillas; pero tras un cuarto de siglo de vivir en el mismo agujero oscuro de Madrid, tomé conciencia real de la verdadera dimensión de mi tendencia al "Diógenes".
No se imagina el vocerío de la última mudanza, en la que me vi obligado a soltar lastre de cosas inverosímiles, cuya única función objetiva fue juntar el polvo de décadas pretéritas. Quizás haya sido mi tendencia al sentimentalismo la que me llevó a semejante acumulación; pero la contundente realidad de la capacidad de las furgonetas de alquiler, hizo que mis anclas del pasado se posaran en el abigarrado paisaje de contenedores ajenos.
No he tenido tiempo de lamentar pérdidas, y mi mala memoria, hará que ya no las eche en falta. Quizás engatusen a otro, con sus cantos de sirena de batiburrillo callejero; mientras tanto, yo miro otros contenedores, buscando la memoria futura.
Una estupenda reflexión, magníficamente escrita, gracias.

Jota dijo...

¿Pero qué pretende la cólera de Aquiles, fomentar el síndrome de Diógenes? ¡Cómo se nota que en estos días partes en busca de tu Ítaca en plena meseta, Antígona Odisea! ;)
Y ahora en serio, bellísimo post, cuesta desprendernos de las cosas precisamente por lo que tú apuntas, porque en el momento en que entran en nuestra vida, ya lo hacen asociadas a un recuerdo (grato o desagradable). Y si no, las muy ladinas siempre cuentan con la estrategia de hacerse útiles y, las más listas, imprescindibles. Tienen muchas veces, sin embargo, algo de provocadoras y suicidas, cuando se acumulan y acumulan sobre una mesa o en un armario hasta que su propietario pasa de la desidia del que permite indolente su rebeldía a la exasperación ante el desorden creado y, con furia en el corazón y papelera en mano, empieza una criba donde, como tan bien apuntas, acabará dándose de bruces con su propia vida.

Ines dijo...

Los objetos tienen tanta importancia , en mi caso van siempre asociados a partes de mi vida , me deshago de ellos como quien limpia la vida, al no verlos parece que las cosas nunca fueron y soy muy de hacer limpiezas generales porque sin querer tiendo a acumular mucho de todo .Soy el antimilimanismo.
Un beso

Antígona dijo...

Muchas gracias, Ichiara, y en cuanto al título, espero que Trías no me demande si llegara a descubrirlo. Tendré que asumir el riesgo ;)

Me ha gustado mucho eso que dices de la naturaleza épica de las cosas, expresión que tan bien recoge lo que quería transmitir el texto. Porque es cierto que ellas son el espejo de nuestras gestas, de nuestras aventuras y desventuras, y algo tienen de heroínas las que se salvan, pese al paso del tiempo, de la necesaria gestión económica de nuestros cada vez más reducidos espacios.

Pero sí, tienes razón, nuestras cosas no pueden más que moverse en ese terreno fronterizo que nos define a nosotros mismos, y es necesario que vivamos con ellas, como tenemos que vivir con nosotros mismos y nuestra memoria, en una continua y nunca acabada dialéctica entre la conservación y el desprendimiento, para que ni ellas ni nuestros recuerdos terminen por ahogarnos o paralizarnos.

Nuestras cosas nos representan a nosotros mismos, son la huella palpable de la historia, de los pasos que nos han conducido al punto en el que nos encontramos. Y hay tantas cosas de esa trayectoria que yo no querría olvidar, precisamente para reafirmarme en las bondades de ese lugar de mi presente, que por eso me cuesta tanto desprenderme de ellas. Pero el vacío es también necesario, imprescindible para que podamos seguir caminando hacia adelante.

Tampoco yo he leído mucho a Trías, no te creas. Ese librito al que he robado el título recuerdo haberlo leído con auténtico fervor, porque era una maravilla de reflexión filosófica ligada a autores literarios que siempre me han gustado. Un día de estos me gustaría volver a leerlo.

Un besazo

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Arcángel, no la he visto, pero la añado a la lista de mis pirateos pendientes. Ay, quién me hubiera dicho hace no tanto que me iba a salir este espíritu pirateril :)

Gracias por la recomendación y un abrazo.

Antígona dijo...

Así que ya no te mudas, Delirium. Sí, me lo tienes que contar, espero que la semana que viene puedas hacerlo en persona. Entiendo lo que me cuentas, aunque mi tendencia natural sea antes al apego, a la conservación, que al desprendimiento. Pero reconozco que en determinados momentos he disfrutado deshaciéndome de cosas y he vivido con ello una enorme sensación de liberación. Sin embargo, la imagen de la mitad de tus libros abandonados en un contenedor, ay, me duele como si fueran míos, de eso sí que me reconozco absolutamente incapaz. Vamos, si tuviera que hacerlo por circunstancias irremediables, no sabes lo que le lloraría a cada uno de ellos.

Pero sí, a veces es estrictamente necesario deshacerse de cosas, despegarse de ellas, renovar todo aquello que poseemos. Veo en ese gesto un profundo valor simbólico: para mí refleja la voluntad de no querer mirar más al pasado, de liberarse de él como quien se libera de un lastre, y así poder enfrentarse al porvenir con una mirada más fresca y más libre, más limpia, ansiosa de resurrección de las propias cenizas, de renacimiento y vuelta a empezar. Sobre todo si algunos de los elementos de ese pasado nos siguen doliendo a través de la presencia física de los objetos que se hallan ligados a ellos. Es un gesto sano, también inteligente, y profundamente vital. Nuestras cosas son también nuestras ataduras, las anclas que aún mantienen varado nuestro barco en un puerto del que necesitamos partir. Pues levemos entonces anclas y a navegar viento en popa, más ligeros.

Yo todavía no he llegado a ese punto de conformarme con el portátil, las bragas y el móvil. Tendría que añadir a ese listado todos mis libros, todas las libretas en las que he ido dejando rastros escritos de mí misma. ¡Y no sabes lo que pesan todos juntos! Pero me resulta difícil prescindir siquiera de su compañía, aun cuando se trate de libros que ya haya leído y que prevea que tal vez no volveré a leer.

Un beso enorme, y lo dicho, a ver si la semana que viene podemos ya organizarnos y nos damos ese homenaje que hace ya tanto que nos merecemos.

Antígona dijo...

Antón Abad, que bonito eso de la biblioteca universal de cachivaches. ¡Me ha sonado tan borgiano! ;) También yo sufro de una buena dosis del síndrome de Diógenes y por mis cajones se acumulan toda suerte de objetos, de prendas de vestir ya inútiles, de cachivaches, conservados única y exclusivamente por razones de culto de la memoria, para que, en el momento en que los encuentre, vuelvan a mi cabeza todo ese conjunto de significados que los envuelven, que se esconden tras su superficie aparentemente inerte y carente de sentido para cualquier otro. Los significados que me lleven a recordar quién era yo misma en el momento en que los utilizaba o los adquirí o me los regalaron, cómo he cambiado desde entonces o me lleven a reflexionar acerca de en qué medida sigo siendo la misma. Algunos son para mí como auténticos cofres cuya apertura me ofrece un maravilloso tesoro, independientemente de que se trate de un tesoro gozoso o amargo, todo su contenido vuelve a brillar ante mis ojos transportados en el tiempo y girados hacia atrás. Creo que la palabra sentimentalismo define bien la actitud que mueve a la acumulación. Porque efectivamente, se trata de que uno ha ido desarrollando hacia sus cosas una actitud afectiva, amorosa, cargada de sentimientos, aunque sólo sea por el tiempo de vida que nos han acompañado.

Yo tengo ahora que enfrentarme a una importante mudanza y aún no sé si lamentaré o no algunas pérdidas. Pero confío en que me pase como a ti: que una vez tomada la decisión de desprenderme de ciertas cosas, mi mala memoria me ayude a no volver a acordarme de ellas. Aunque lo veo difícil. Últimamente he llegado a sentir nostalgia por cosas que regalé hace mucho porque me era imposible trasladarlas de un país a otro. Y aún a veces me pregunto melancólica, ¿por dónde andará aquél sillón sobre el que tantas horas me senté, aquellas sábanas que tantas noches me cobijaron? Supongo que lo mío debe de ser algo patológico ;) Pero estaré atenta a esos contenedores que mencionas. Debemos dejar espacio libre para esa memoria futura que acompañará a nuestros siguientes pasos por el mundo.

Gracias a ti por su estupendo comentario y un beso

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Ay, Jota, que me has pillado! ;) Sí, esta Antígona-Ulises está en camino hacia Ítaca, en viaje de retorno al hogar, si bien se trata de un hogar que nunca antes fue mío sino que se ha ido construyendo en los últimos tiempos y que espero no deje de construirse nunca. A veces, la verdadera casa de uno, el verdadero hogar, no se encuentra en el pasado sino en el presente y en el deseo del futuro.

No sé si a todo el mundo, pero sí, a mí personalmente me cuesta desprenderme de las cosas. Y ellas lo saben y se aprovechan de esta debilidad mía para ir apoderándose de mis espacios, para perpetuarse y hacerse fuertes, atrincherándose en estanterías, cajones y armarios, a mi alrededor. No sabes las de veces que habiendo ya decidido tirar algunas cosas, y habiéndolas depositado en una bolsa en el recibidor para tirarlas al contenedor de basura cuando saliera a la calle, he vuelto luego a abrir la bolsa y a rescatar unas cuantas. Pero también he vivido esa sensación de acumulación suicida, el sentimiento de asfixia y ahogo que en su proliferación generan en ocasiones las cosas, y el consecuente arrebato y furia “tiradoras” de “hasta aquí hemos llegado”. Entonces tengo que aprovechar el momento, cerrar los ojos, y lanzarme rauda a la calle a lanzar rápidamente todas esas cosas a la basura. Que al menos hasta el momento aún no me he atrevido a rebuscar en ningún contenedor público. Y confiemos en que no llegue a ver ese día :)

Pero es que es eso: en las cosas va también mi vida. ¿Y cómo tirarla a la basura sabiendo que una vez lo haga, una parte de mí caerá irremediablemente en el olvido? Pero hay que tener una actitud nietzscheana y elogiar el olvido en lo que vale, fuente de renovación y posibilidad de recobrar, al menos en parte, una cierta sensación de inocencia perdida.

Un beso

Antígona dijo...

Eso es, Casilda, como si en cada objeto acumulado guardáramos una imagen, un aroma, un estado de ánimo pretérito que nos pertenece y que es tan nuestro como nuestro más vívido presente. Como si al desprendernos de él nos arrancáramos un trozo de nuestra piel, una parte de nuestro cuerpo. Y sin embargo, es preciso hacerlo. Porque también es sano y deseable mudar de piel de cuando en cuando, darse la oportunidad de sustituir las cosas viejas por las nuevas, dejar que el espacio vacío que aquéllas dejan cuando nos deshacemos de ellas sea llenado por nuevos objetos. Tenemos miedo al vacío. Pero de ese vacío pueden surgir siempre tantas cosas buenas.

Un beso

Miss.Burton dijo...

ERESMASMONAAAAAAAAAAAA¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
Sí, me has entendido a la perfección, yo no hubiera podido escribirlo mejor¡¡¡¡
Vitalidad me sobra, y ganas de mejores presentes, nitecuento...
Oye, a ver como tengo la semana que viene, no pasa un día sin que nos veamos, quéganas¡¡¡¡¡¡¡¡¡
BSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
No se si molan mas tus posts, o tus respuestas a los comentarios...

NoSurrender dijo...

Es un placer leer aquí, doctora Antígona. Le dan a uno ganas de amar las cosas, de valorarse en ellas como usted se valora. Aprendo en sus líneas lo que no he podido aprender de mi relación con los objetos. Su post me produce la melancolía de mi desapego, también aprendido. Aprendido a fuerza de mudanzas, alguna de ellas muy forzada, con la marca a fuego del olvido como única posibilidad de vida. Vida a la que luego he nacido, rodeado del funcionalismo de Ikea y lleno de sol y de ilusión por futuro.

Poseo pocas cosas de mi pasado. Algunos discos, algunos libros. Una guitarra que ya no toco. Habrá fotos en algún sitio, pero nunca miro. Mi corazón es la casa de mis cosas, y mis tesoros viven en mi mirada. Lo que tengo lo llevo conmigo y lo entrego todo en una sonrisa.

Besos, doctora Antígona!

Antígona dijo...

Jajaja, Delirium, sí, es que soy muy mona, más que la mona Chita ;)

Claro que vitalidad no te falta, eso lo he sabido yo siempre, que tienes dentro una fuerza que ni un huracán.

Espero que la semana que viene te venga bien, a ver si me organizo por mi parte y te llamo, que ando ajetreada y además un poco pachucha, pero nada grave.

Otro besazo!

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Bueno, doctor Lagarto, no es tanto que me valore en las cosas como que soy una nostálgica patológica y no puedo dejar de cobrar afecto a las cosas que han formado parte de momentos o etapas significativas de mi vida. Lo que valoro son mis recuerdos, sean buenos o malos, porque todos ellos me hablan de los hitos del camino que he debido recorrer para llegar al punto en el que me encuentro. Pero valoro aún más los recuerdos futuros, si es que cabe hablar de ellos, sobre los que también yo tengo proyectadas todas mis ilusiones y en cierta manera una suerte de afecto anticipado. Cualquier cosa, e igualmente los objetos funcionales de Ikea, que me temo van a acabar rodeándome dentro de muy poco, sirve como pozo de recuerdos. Lo importante no son las cosas en sí mismas, sino aquello que hemos vivido en su compañía.

De mi pasado y presente son los libros los que ocupan entre el resto de mis cosas un lugar privilegiado, porque entre sus páginas siempre se alberga la posibilidad de nuevas vivencias, de fabricar nuevos recuerdos. Me gusta lo que dice de su corazón y de su mirada. Afortunados aquellos a los que usted quiera regalar esa sonrisa suya tan cargada de tesoros.

Un beso, doctor Lagarto!

Miss.Burton dijo...

Pachucha... ya me contarás, yo ando luchando contra faringitis que van y vienen, pero fuera de eso, problemas de curro, líos familiares y un sinfin de cosas dificiles que pueblan mis días, sí, sigo con mucha fuerza, y aumentando el tamaño de mis cjones... que suena mal, pero es que hay que echarle mucha juerga a la vida, para poder con ella. Y muchos cojones.
A ver si es verdad que te veo esta semana que viene. Yo los jueves, puedo. Ya me cuentas. Un besazo grande¡

troyana dijo...

Antígona,qué tarde vengo a comentar....que tu post me ha recordado a esa canción de Serrat" aquellas pequeñas cosas" y que por mi parte,procuro ejercitar el desapego aunque hay fotos y cartas que se me resisten y luchan por la permanencia,imagino que no sucumbo a la tentación de hacer un barrido,porque como tú dices,ayudan a entender quíen soy por todos lo andado y compartido hasta aquí.
Un abrazo!

Mcartney dijo...

Los que hemos hecho once (11) mudanzas a estas alturas de la película entendemos bastante de alegrías y sinsabores a los que no queremos renunciar abandonando esos fragmentos grabados, con fuego y bálsamo a partes iguales, en ese mundo de nuestras pequeñas cosas.
Un placer la visita.
Mac.

Anónimo dijo...

COÑO Y YO SIN ENTERARME...