sábado, 20 de septiembre de 2008

Sobre la tierra


Debe suceder de improviso para que su acometida resulte más vívida, si vívido puede propiamente llamarse a lo que trae consigo un cierto hálito de muerte. Pero lo inesperado de su llegada no impide el reconocimiento. La sensación es ya antigua, familiar en la inquietud que suscita. Sólo reposaba hundida en el fondo más oscuro de esa memoria que recoge y sepulta lo que, por ley de vida, por ley del juicio en pugna contra la locura, debe carecer de lugar estable en la superficie y siempre emerger fugazmente para volver a ocultarse.

Quizás sean el estado semihipnótico del agotamiento profundo, el descanso sobre un momento de suspensión de la ansiedad sostenida en el tiempo, o quién sabe si el pánico encubierto ante circunstancias punzantes como clavos, los que poco a poco vayan forjando el anzuelo para esa emergencia brusca y efímera. Por fortuna, destinada las más de las veces a evaporarse en apenas unos minutos. A ser tragada por las fauces del olvido. Con tal avidez, que tras su desaparición nunca resultará fácil evocarla. Menos aún traducir en palabras, para otros, para ti mismo, qué ha ocurrido realmente en su presencia. O, más bien, qué no ha ocurrido mientras dura.

El marco es en esta ocasión la acción maquinal, el ensamblaje perfecto de movimientos pautados por la costumbre que no precisa de la conciencia guía, vertida entonces sobre los horizontes próximos de sus desvelos. Por entre las imágenes que ciegan los ojos ausentes, el alzarse ante ellos, por fuerza trivial, de una mano en su curso automático hacia el destino aprendido. El íntimo bullicio se interrumpe. Como hechizados por un péndulo, los ojos se ven forzados al retorno. Con él, al estupor que aflora al final del trayecto: la mano, el miembro cuyos contornos, color y textura crees poder dibujar al milímetro en tu cabeza, ha dejado de ser la tuya. Por un instante vacila el gesto iniciado y al pronto el hábito se impone propiciando la continuidad. Mientras tus nervios sienten su actividad, desvías la mirada de esa mano, tratando de recobrar el hilo quebrado. Pero el cabo suelto se ha esfumado entre las formas del escenario que ahora reclama impertinente tu atención.

Entre la interioridad sin nombre ni sustancia que es el haz de luz surgiendo de tus pupilas, y todo aquello que desfila ante ellas, se ha abierto un espacio vacío, un mar de nada, paradójicamente dotado de la consistencia vítrea de un muro de cristal. Tras él, exhibiendo con ostentación y nitidez su repentina lejanía, los objetos que te rodean. También tu mano, el resto de tu cuerpo. De este lado del muro, el centro descentrado e ilocalizable que eres tú mismo, situado sobre un aquí sin extensión que no logra hacer pie sobre suelo alguno. Te detienes y observas. Impalpable, el vacío acristalado que te separa del mundo se hace cada vez más patente. Por experiencia sabes de la inutilidad de dar un paso al frente: las cosas retrocederán ante tu avance en la medida exacta de la distancia que recorras. Permaneces en silencio. No hay llamada capaz de acercarlas. Y al brotar de tu garganta, tu voz se limitaría a saltar dolorosamente fuera de ti para acomodarse burlona entre ellas. Encerrado en el estrecho reducto de la abertura de tus párpados, sólo te cabe esperar a que el mundo se decida a regresar por sí mismo.

Por fin regresa. Pese a su intensidad, la sensación ha cedido hoy de un plumazo sin ruido de vidrios pulverizados. La misma que, con mayor timidez, resuena suavemente como un bajo continuo en las largas tardes de tedio. La que durante horas gigantes, incluso días, puede llegar a instalarse bruta sobre tus huesos tomados por la angustia. De vuelta en medio del mundo, restaurada la acostumbrada proximidad de las cosas, tu cabeza aliviada escarba en los cajones del lenguaje a la caza de una etiqueta que la identifique. Junto al término extrañeza, de otro fondo olvidado de la memoria rebrotan las palabras del poeta: "Es ist die Seele ein Fremdes auf Erden". Es el alma un ser extraño sobre la tierra. Un raro elemento entre sus objetos, prendado de la ilusión falaz de pertenecer a ella. Un extranjero, un eterno huésped provisorio, condenado a vagar en busca de un hogar imposible entre sus fronteras. Las de un lugar esencialmente inhóspito revestido por la máscara tranquilizadora de la hospitalidad.

De asistir la razón al poeta, la verdad habitaría en la sensación de extrañeza. En el sentimiento de estar en el mundo como en casa, tan sólo el amable espejismo que cotidianamente nos mece.

17 comentarios:

Dante Bertini dijo...

y yo dedicado al jolgorio, emborrachándome de gente para poder soportar tanto oprobio.

Mityu dijo...

¿Elucubras, estimada Antígona, o tal vez describes algo que has visto y traduces penetrando con tu sensibilidad más allá del conocimiento, stricto sensu, y poniéndote en el lugar del ser deshabitado?
Sí, además del ser extraño en la tierra (pensamiento tan equilibrado, tan ajustado y cierto como el poeta que citas)de pronto uno está deshabitado de sí mismo, incapaz de dirigirse a ninguna parte, porque todas las partes se han convertido en la parte, brumosa,magmática, ensodecedora. La palpitación primitiva que avisa de que las funciones delegadas han dejado de ser operativas tamborilean sobre las emociones, conscientes de que se ha producido un error.
La tristeza, la vergüenza, el miedo vienen a ser compañeros del extraño en la tierra, mientras lo es. Luego, una vez recobrado el cuerpo y con él su memoria, la resaca permanece con un tic tac de fondo nada grato...
Tu post sugiere tantos enfoques hoy, Antígona, que tal vez intervenga más veces, al hilo de los comentarios que surjan.
Huelga decir que me ha gustado. Esa manera tuya de obrar, tan pulcra y honesta siempre, permite el devaneo, la divagación, y sin embargo el texto siempre ha quedado bien acotado.
Un beso¡¡¡
P.S.
Sé que tienes poco tiempo, así que me he permitido traerte uno de los poemas de L. Rensoli, que tal vez aún no has leído:


GACELA DEL AGUA

- ¿Por qué no corres, agua,
si de tu entraña herida brota el verso?

¿por qué esquivas los rayos de la luna
cuando traen un mensaje más remoto
que los reinos cantados
en leyendas nacidas de la noche?

- Me recojo en el pozo,
no quiero derramarme por la fuente
aunque el tañido
lejano de un laúd
invite a confundirse con la hierba
que duerme junto al fresco manantial
prisionero en los brazos
de la piedra cerrada, vigilante
como mi ser, flexible y multiforme,
y en el fondo del pozo, encuentro la respuesta
a mi último misterio.

- Agua nocturna, fecundante rayo
que recorre el jardín, como las alas
del pájaro de oro, mensajero
de una maga escondida entre tus gotas
donde se alza el palacio transparente,
donde todo deseo se refleja,

¿saldrás de tu secreta
meditación, al viento de los páramos?
¿no dirás a tu dueña que ya es hora
de convertirte en lluvia, surtidor o rocío
que lave las nejillas del amado y la amada?

- Sólo mi Creador conoce mi destino
y no tengo más ley ni voluntad
que una infinita Ausencia.

Podría mezclar mi curso
al del vino vertido de las copas
servidas por un hombre viejo y triste
que alivia en la taberna su diaria agonía
aunque no halla consuelo.

No me reclames, voz desconocida:
éxtasis y embriaguez son un único abismo,
no puedo distinguirlos, ni a la luz de las lámparas
ni cuando el sol se asoma
y por eso me escapo
para cerrar mi cauce junto al borde
mordido por el tiempo.

- Lamentarás un día tanta música
cantada en un secreto incompartible
que ni aun tu Señor ha escuchado
de tu laúd que vibra,
sobre sus cuerdas rotas y gastadas,
porque el canto y las bellas armonías
se hacen verdad tan sólo
en el oído sensible y delicado.

No apagarás la sed de los amantes
ni llorarás la muerte de los sabios.
¡Pobre y cansada agua, prisionera
de tu propio delirio!
de "Diwan del claroscuro
Besos otra vez¡

Antígona dijo...

Bueno, Cacho de pan, cada cual tiene sus estrategias para combatir el asalto de la nada. Y el jolgorio y la gente son una de ellas, aunque no necesariamente funcione. ¿Nunca te has sentido como un extraño entre la gente que te rodea, incluso la más cercana, la más familiar, la más querida?

No te emborraches demasiado, anda, que no es bueno para la salud ;)

¡Un beso!

Antígona dijo...

No exactamente, querida Mityu. Hablo y trato de describir, aunque reconozco que de una manera que tal vez exigiría más claridad, la sensación de extrañeza, la sensación –una sensación que estoy segura de que a todos nos ha acometido alguna vez- de que el mundo se aleja de nosotros y todo lo que nos circunda nos resulta extraño y ajeno. Lo mismo que, según dicen algunos, sucede cuando se apodera de nosotros el aburrimiento profundo –cuando nada a nuestro alrededor consigue captar nuestra atención- o, más dolorosamente, en la angustia, en la antesala de la locura o en la locura misma. Me viene ahora a la cabeza el libro de Sylvia Plath “La campana de cristal”, en el que su autora describe las sensaciones que la embargaron al atravesar una terrible depresión en términos parecidos: ella encerrada en una campana de cristal que le impedía comprometerse, implicarse con nada.

Excepto en estos casos, suele tratarse de una sensación fugaz. Hasta lo más familiar parece entonces de repente frío, distante. La sensación puede trasladarse al propio cuerpo o comenzar por él, como narra el caso concreto del post. No es una sensación fácil de describir, porque en sí misma resulta extraña, rara, y sobre todo porque, pese a su fugacidad, es tan inquietante, tan angustiante, que preferimos huir de ella y no recordarla. A mi modo de ver, cuando nos invade sentimos como si una barrera se hubiera alzado entre nosotros y el mundo, como si estuviéramos totalmente aislados de aquello en lo que cotidianamente andamos inmersos. El mundo, respecto a nosotros, parece en esos momentos mantenerse a distancia. La sensación puede durar apenas unos segundos. Y si luego cae rápidamente en el olvido no es sólo porque queramos olvidarla, sino también porque nuestra acostumbrada implicación con la realidad –las cosas que nos preocupan, las tareas pendientes, la urgencia que representan para nosotros los otros-, sin la cual, sencillamente, no viviríamos, viene por lo general a rescatarnos de ese momento de vacío.

Lo que quería reflejar al final del post de la mano de Trakl es que esa sensación no es algo así como un fallo del sistema, un cortocircuito que revelara una súbita anomalía en nuestra relación con el mundo. Por el contrario, se trataría más bien del signo de una verdad esencial que nos caracteriza, pese a su cotidiana ocultación: la de habitar en una dimensión distinta a la de las cosas, a una cierta distancia de ellas, desdibujada y difuminada en la cotidianidad. O por decirlo más contundentemente: la sensación de extrañeza provendría de algo que nos define esencialmente, ser extraños en el mundo, por más que su signo –la sensación- sólo rara vez se presente. Que el mundo es para nosotros un lugar inhóspito tendría su prueba, por ejemplo, en el hecho de la muerte: somos huéspedes provisionales, siempre en riesgo de un inesperado e injustificado desalojo. Pero, al igual que no cabe instalarse en esa sensación de extrañeza más que al precio de la locura, tampoco tenemos más remedio que vivir sin pensar en la muerte, dejándola de lado, confiando en que aún tenemos tiempo por delante. Por lo mismo por lo que huimos de la sensación de extrañeza, la cotidianidad nos empuja a cegarnos para la inhospitalidad del mundo. Sólo en algunos momentos somos capaces verla y sentirla con prístina claridad.

En cualquier caso, el texto está ahí y a mí, haya pretendido lo que haya pretendido decir con él, se me escapan ya sus posibles interpretaciones, que son ahora cosa vuestra, más que mía.

Muchas gracias, querida Mityu, por el poema. No lo conocía –apenas he tenido ocasión de buscar alguna cosa por la red de Lourdes Rensolí- y ha sido un auténtico placer leerlo. Y una buena motivación para sacar tiempo de donde sea y seguir buscando.

¡Un gran beso!

NoSurrender dijo...

¿No tiene usted a veces, doctora Antígona, la sensación de que somos traductores simultáneos encerrados en una cabina en un congreso de expertos sobre nuestra vida?

Dice una de las novelas que más me han emocionado en mi vida y que casualmente tenía encima de la mesa mientras leía su post:

“Quiero contarte quién he sido y qué he hecho y es como si se me hubiera borrado de la memoria la mitad de mi vida, como si yo mismo estuviera ausente de mis propios recuerdos y me hubieran sido relatados por otro, porque veo con claridad lugares donde he estado pero no me veo a mí en ellos, soy la mirada neutra de una cámara, un oído que percibe palabras y un sistema de conexiones nerviosas adiestrado para identificarlas y convertirlas instantáneamente en las palabras de otro idioma”

Besos, doctora Antígona!

Miss.Burton dijo...

Yo te nombraría presidenta... mira que me gustó el post anterior, que para mi es uno de tus mejores posts, pero este una vez mas, me deja seca. Todo lo que quisiera expresar, y no me vienen las palabras a la cabeza, torpeza de edad estúpida, y hábitos erróneos, lo dices tu. Sí, no se puede vivir al margen, congelándonos en una locura letal, pero tampoco es facil vivir el mundo que toca, y que siempre parece dibujado en otra dimensión, y que nos obliga a vendernos a ella, a entrar en el juego, para finalmente poder ser parte de algo, comprender otras partes de otros planos ajenos.
Me voy que estoy espesa... pero te entendí perfectamente. Siempre digo lo mismo, béndita ignorancia... qué felices éramos... y todo eso.
Aunque a mi me consta que tu eres feliz así, tan poderosa con las palabras, y con sentimientos tan fieles a esas que aquí quedan escritas.
Un besazo fuerte, las vacas bien... una puta honeymoon, ya te contaré...

Roberto dijo...

yo voy a tratar de ser muy breve...´hace un rato estaba leyendo a Cortázar. Dejé el libro encima de mi cama. Ahora leo tu texto, levanto la vista y miro el libro. Tengo la sensación de que seguía leyendo a Cortázar. Impresionante. Me ha encantado.

Anónimo dijo...

¿Veis? Por eso tienen tanto éxito los programas del corazón de la tele... porque la gente no tiene que preocuparse de su cuerpo ni de su memoria, ni les da lugar a que de ellos se apodere el aburrimiento profundo, y se quedan ausentes de sus propios recuerdos...

Son las ventajas de ver el lugar inhóspito que es el mundo, pero desde fuera.

Antígona dijo...

Me ha gustado esa metáfora, doctor Lagarto. Como si en esos momentos nuestra vida se hubiera convertido en un ser ajeno a nosotros que hablara una lengua extraña sólo inteligible con unos segundos de retraso. Como si existiera un ligero desfase entre aquello que nos sucede y el momento en que somos capaces de reconocerlo y entenderlo. Creo que refleja muy bien cómo vivimos la sensación de extrañeza y, sobre todo, lo que a mi juicio se encuentra a su base: la precariedad de la presunta inmediatez de nuestra relación con el mundo si alcanzáramos si acaso a compararla a la del animal (me vienen a la cabeza aquellos versos de Rilke: “Con todos los ojos ve la criatura/ lo abierto. Pero nuestros ojos están/ como al revés, y completamente en torno suyo,/ como trampas alrededor de su libre salida./ Sólo sabemos lo que hay afuera por la cara del animal,/ pues ya desde el principio volteamos al niño/ y lo forzamos a que vea de espaldas la creación,/ no lo abierto, que en la mirada animal es tan profundo.”); la escisión primordial en la que habitamos, por la cual aquello mismo que nos liga al mundo es a su vez lo que nos separa de él.

Muy iluminadoras esas palabras que cita. Alguien me ha dicho que pertenecen a “El Jinete Polaco” de Muñoz Molina, que habré de apresurarme a leer. Me identifico con la experiencia que narra: esa misma escisión que media en nuestra relación con el mundo habita también en nosotros, atravesándonos de un lado a otro. La identidad que siempre nos presuponemos no es más que una construcción ilusoria, cuya fragilidad se revela en momentos como el plasmado en este pasaje.

¡Un beso, doctor Lagarto!

Antígona dijo...

No estaría nada mal que me nombraran presidenta, Delirium, pero de alguna asociación en la que me pagaran un buen pico cada mes y apenas tuviera que hacer nada. Eso sería genial ;)

Me gusta la lectura que propones, Delirium, más vital que metafísica, más concreta que abstracta. Aun cuando en el fondo no es más que otra manera de enfocar el mismo problema. Sabernos arrojados al mundo es sabernos, como dices, en cierto sentido vendidos a él, sin posible escapatoria más que al precio de la locura. Diría que, de entrada, nos encontramos ya en la posición de ser parte del mundo. Metidos de lleno en el juego, jugando apasionadamente sin la lejanía suficiente que consienta percibirlo. Pero no por ello deja de haber momentos en que percibimos el juego como juego y la venta como venta. La distancia se nos impone, bien con más frialdad y objetividad en el pensamiento, bien con el carácter desasosegante de ciertos estados de ánimo.

¿Feliz? Ay, Delirium, eso son palabras mayores. Digamos simplemente que el paso de los años propicia una cada vez mejor asunción de lo que uno es y una mayor y saludable aceptación. Para lo bueno y para lo malo. Pero en una cosa te doy la razón: es la voluntad de honestidad lo que impulsa todo aquello que escribo.

Me parece que nos vemos pronto, guapa, así me cuentas con detalle lo de esa puta honeymoon :)

¡Un besazo!

Antígona dijo...

Roberto, has conseguido ruborizarme y agradezco tus palabras. Pero mi admiradísimo Cortázar se encuentra en una órbita muy superior que yo ni siquiera alcanzo a entrever en las noches con luna. Demasiado grande, Cortázar, para poder aproximarse a él. Pero leerlo, un placer igualmente grande y poderoso.

¡Un beso!

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Bueno, Carrascus, desde luego no te falta razón. Los millones de estímulos visuales de la pequeña pantalla hipnotizan de tal modo nuestras pupilas que apenas dejan ocasión para que los ojos se vuelvan hacia sí mismos, probablemente, como sugerían los versos de Rilke que he citado más arriba, la condición de posibilidad para que en algún momento surja la sensación de extrañeza. El aburrimiento profundo suele requerir de una cierta soledad y un cierto vacío. Lo cual no quita para que uno pueda aburrirse, como decía García Calvo, sin darse cuenta, mientras se entretiene con esos aburridísimos programas del corazón. No obstante, la angustia, otro de esos estados de ánimo en los que sentimos el mundo alejarse de nosotros, también puede aflorar en plena vorágine de actividad o entretenimiento.

El mundo es inhóspito de muchas formas más allá de su inhospitalidad esencial. A mí también me parece que un mundo en el que existen los odiosos programas del corazón y gente que se entretiene en verlos es más inhóspito de lo que podría ser. Pero frente a esa particular inhospitalidad, me parece que es más fácil protegerse o tomar distancia.

¡Un beso!

Anónimo dijo...

Conforme leía el texto, pensaba en un libro que ahora veo mencionas en el foro: "La campana de cristal", y he evocado "Las horas" (novela y película grandes), el momento en que Virginia Woolf le dice a Leonard que en "La señora Dalloway" morirá el visionario, el poeta, y su escalofriente respuesta a la pregunta del esposo de por qué debe morir necesariamente alguien en su obra: para que los demás aprecien la vida.
En fin, la vida, pues eso.

Besos orgiásticos

Novicia Dalila dijo...

Sólo decirte que me encanta leerte.
(A ver quien me gana a breve :P:P)

En serio. Es un gustazo leer tus posts. A mi me relajan.

Un beso

tan versátil como acústica dijo...

creo que entre más aparecen las preguntas sobre cuál es el lugar en el mundo, más incómodo se volverá él, y más inevitable.

David dijo...

Lo que a mí me recuerda la sensación de extrañamiento que tan bien describes en este ejercicio de introspección, es ese juego que fascina a los niños y que consiste en repetir una palabra o un par de palabras hasta olvidar su significado (jamón-ja-monja-mon-jamón). Cuando abarca a toda la persona debe de ser muy parecida a la muerte y contener grandes dosis de verdad.

Antígona dijo...

Ella, “La campana de cristal” es un libro que leí siendo muy joven y la verdad es que no me ha venido a la cabeza hasta después de escrito el post. Pero estoy segura de que, pese a los muchos años transcurridos desde entonces y por olvidada que la tuviera, su lectura no ha podido dejar de influir en lo que escribiera hace unos días, aunque yo no fuera consciente de ello. La novela de Cunningham no la he leído, pero sí he visto la película de “Las horas”. Estupenda, desde luego. Me impresionó especialmente el personaje de Virginia Woolf y su tenaz defensa ante su marido de su voluntad de vivir del modo en que ella eligiera, es decir, su negativa a la muerte en vida que para ella representaba la existencia que por su bien aquél le proponía, pese a sólo ser posible al precio de la locura. Ella misma apreciaba al máximo la vida, pero no cualquier forma de vida, sino la vida plenamente vivida, la vida digna de ser realmente vivida. Algo que enlazo con lo que mencionas de la muerte del poeta visionario.

¡Besos vivitos y coleando!

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Novicia, aquí son bienvenidos toda suerte de comentarios, breves, muy breves, o no tan breves. Y si son breves, tranquila, que para rollera sin medida ya estoy yo misma :)

Me alegro de que te guste leerme y más aún de que me lo digas al hilo de este post, que me temo me ha salido especialmente denso y complicado.

¡Un beso!

Antígona dijo...

Tienes razón, Tan versátil como acústica. No hay preguntar sin un situarse a distancia de aquello por lo que se pregunta, y por tanto, en algunos terrenos, sin un perder pie sobre el suelo cuya firmeza creemos garantizada. La cuestión es si hay preguntas que pueden soslayarse, más cuando aparecen, no bajo la forma de una operación intelectual, sino de una sensación o un estado de ánimo. Diría que es ahí donde un preguntar no implícito ni consciente se apodera de nosotros. Un preguntar que no necesariamente exige respuesta.

¡Un beso!

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Es verdad, Arturo, ese ejercicio suele gustarles a los niños porque disfrutan de ver convertida en su boca una palabra cotidiana en algo extraño, de comprobar cómo la mera repetición de una palabra acaba deshaciendo su significado. Creo que les fascina su propia capacidad de transformar el lenguaje en un objeto extraño. Pero es que también el lenguaje lo es en sí mismo, pese a ser, al mismo tiempo, aquello que más íntimamente nos constituye tanto en nuestra relación con nosotros mismos como en nuestra relación con el mundo. De ahí, como se ha señalado, su suspensión y pérdida en la angustia, el estado de ánimo que nos deja literalmente sin habla.

Gracias por pasarte por aquí y bienvenido a este blog. ¡Un beso!